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Mapa de ciudades Mayas y sus ruinas

Por caminos paralelos e independientes, los pueblos indígenas del continente americano conformaron desde la antigüedad culturas muy complejas, avanzadas y distintas entre sí.

Entre estos pueblos, fueron los mayas de Mesoamérica los que llegaron más lejos en el desarrollo de formas organizativas que permitieron el florecimiento de una sofisticada civilización, llevando a puntos culminantes aspectos como el urbanismo, la arquitectura, las artes plásticas, las matemáticas, la astronomía, la escritura y la ingeniería agrícola, para luego desvanecerse en poco tiempo por causas aún no bien explicadas.

¿Quieres ver las impresionantes ciudades de la civilización maya?

Mapa de ciudades mayas y sus ruinas from mitosmexicanos
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Mapa de ciudades Mayas y sus ruinas

Por caminos paralelos e independientes, los pueblos indígenas del continente americano conformaron desde la antigüedad culturas muy complejas, avanzadas y distintas entre sí.

Entre estos pueblos, fueron los mayas de Mesoamérica los que llegaron más lejos en el desarrollo de formas organizativas que permitieron el florecimiento de una sofisticada civilización, llevando a puntos culminantes aspectos como el urbanismo, la arquitectura, las artes plásticas, las matemáticas, la astronomía, la escritura y la ingeniería agrícola, para luego desvanecerse en poco tiempo por causas aún no bien explicadas.

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Guanajuato

Brinco del Diablo

Abasolo, Guanajuato es uno de los lugares turísticos con más sabor a leyenda y tradición, la leyenda se formó en 1933, año en que según cuenta la leyenda, se apareció el diablo brincando de un picacho a otro, por lo cual se colocó una cruz para poderlo retirar.

Abasolo esta situado en la falda norte de la llamada sierra de Huanimaro donde se eleva un promotorio rocoso reconocido originalmente como el cerro de los tres picachos, debido esto a que parece tener tres promontorios rocosos que emergen de la gran masa que cubre la sierra ya mencionada.

Leyenda el Brinco del Diablo. Abasolo, Guanajuato.

Desde hace mucho tiempo los vecinos se acostumbraron a realizar paseos a un pequeño valle que se encuentra detrás de los picachos siendo la fecha del paseo mas importante, la del 14 de septiembre, fecha con la que se iniciaban los festejos patrios.

En esta ocasión (1933), desde el 13 de septiembre por la mañana empiezan los lugareños a llevar maderos y ramas con las que harían sus enramadas para esta fecha, cuando de repente al ir subiendo la cuesta varios de ellos observan extrañados como sobre el cerro empiezan a arremolinarse unas gruesas nubes que sin punto de transacción sueltan un gran torrente de agua acompañado de un viento huracanado que los detiene a todos, ya que todo el horizonte se cubre de una gran oscuridad, quebrada solamente por el estallido de los truenos que iluminaban con sus rayos todo el horizonte circundante.

Es gracias a los relámpagos el que todos pudieron ver que algo insólito estaba sucediendo, un hombre vestido de frac, se dibujada a las luz de los relámpagos saltando tranquilamente de un picacho a otro observando que a cada salto arreciaba la tormenta al grado que en cuestión de segundos estaban ya todos empapados.

Dicho fenómeno nunca antes visto en la población, metió el miedo en la mente limpia y sencilla de sus moradores, por lo que impulsivamente dan media vuelta y corren alocadamente en dirección al pueblo a donde llegan atropellándose unos a otros, llegando hasta el centro de la población en donde se erguía la iglesia del lugar, corriendo sin pensarlo a la casa del señor cura, aporreando la puerta y llamándolo a gritos.

Al salir el señor cura que en ese tiempo acababa de llegar al pueblo llamado Don Efrén Urincho, se aprietan a su alrededor todos los presentes y cada quien a su modo, a gritos y con ademanes le platica de lo que estaba sucediendo. La tormenta, el viento huracanado, los relámpagos y sobre todo el hombre de frac, que tranquilamente saltaba de un picacho a otro, mas el señor cura, dudando de lo que le contaban les pide que esperen a que pase la tormenta para comprobar lo que decía y mientras tanto vayan a sus casas, ofreciéndoles investigar todo al día siguiente.

Una vez escuchado lo que les dice el señor cura todos corren a refugiarse a sus casas, mas como la tormenta no cedía y al contrario arreciaban los relámpagos y la fuerza de la tormenta la curiosidad obligaba a sus moradores a estar pendientes de los relámpagos y ver hacia los picachos, en donde a cada relámpago se veía una y otra vez en su cesión interminable, al hombre de frac saltar tranquilamente de picacho a picacho llenándose toda la gente de terror, por lo que apenas amanece de todos los rumbos sale la gente que se acerca a la parroquia despertando al párroco a quien vuelven a explicarle lo que pasa y le piden ayuda, van comentando el suceso cuando alguien dice que se hagan dos cruces y se ponga una en cada picacho propuesta que es aceptada por todos por lo que de inmediato se busca la madera y en el atrio de la iglesia se hacen las dos cruces para después de ser bendecidas por el párroco sale este con toda la población en peregrinación rumbo al cerro de los tres picachos.

La distancia entre el pueblo y los picachos es corta y sin embargo por la fuerza del viento en contra y la tormenta que no cedía se fue haciendo lento, muy lento hasta que al fin llegan al primer picacho en donde el señor cura después de bendecir las cruces, ordena hacer un agujero para clavar la cruz.

Conforme iban avanzando en la perforación del agujero, parecía más irritada la naturaleza, ya que: nubes, agua y rayos, formaban un concierto dantesco que tenia aterrorizados a todos y solo la gran fuerza de voluntad del párroco los obligaba a continuar.

Una vez terminado el primer agujero, es colocada la primera cruz rociándola con agua bendita y diciendo unas oraciones para luego continuar al otro picacho en donde realizan la misma operación escuchándose al ponerse la segunda cruz, un grito infrahumano que parecía salir de la barranca acompañado de un temblor repentino que origino que varias rocas gigantes se desprendieran de los picachos y rodaron laderas abajo para detenerse a la orilla del pueblo fenómenos estos, que hicieron que a todos se les pusieran los pelos de punta y un continuo santiguad saliera de las bocas que se transforman en admiración al contemplar, como la lluvia y el viento desaparece y las nubes dejan el paso a un brillante sol, pidiendo el señor cura a los presentes le acompañen a dar gracias a Dios por los favores recibidos y acomodándose sobre una roca, celebra por primera vez la santa misa en ese lugar.

Los que acompañaron al señor cura al cerro para poner las cruces observan la gran distancia existente entre los picachos y la gran profundidad que hay en medio de los dos por lo que murmurando bajo y aún con temor decían, en verdad eso que saltaba entre un picacho y otro era el diablo ya que ningún humano podría hacerlo.

Leyenda de Guanajuato, Brinco del Diablo

A partir de ese entonces, dichos picachos que se levantan en el lado sur de Cuitzeo de Abasolo son rebautizados con el nombre del “brinco del diablo”.

Este suceso lo confirman la existencia de las dos cruces que desde aquellas fechas se elevan airosas en la punta de cada picacho que se eleva por el lado sur de la población.

Leyenda enviada por Mariluz Rios Gomez

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Guanajuato

El fantasma de la terminal del tren

 

Esta historia  me fue contada por mi abuelita, ella comento que fue verdad todo lo que sucedió.

Hace mucho tiempo en un pueblito llamado Jaral del Progreso, Guanajuato, el presidente municipal decidió mandar a colocar bancas en un parquecito que se encontraba en la terminal del tren, con la finalidad de dar comodidad a los usuarios de la dicha terminal, ya que en ese entonces se viajaba mucho en tren, como referencia la terminal se encontraba ubicada cerca de un panteón.

 

Las bancas fueron sujetos de vandalismo durante la noche, aparecían muy maltratadas, rayadas, rotas etc., por lo cual se decidió mandar un vigilante para cuidarlas, y curiosamente los vigilantes se empezaron a enfermar al igual que se negaban a seguir con su encomienda.

 

Al presidente le pareció muy rara esta situación, mando a investigar lo que estaba sucediendo, le comentaron una historia descabellada sobre un supuesto fantasma que aparecía y espantaba a los vigilantes, esto le pareció ridículo y decidió mandar a un policía de su confianza. El policía le decían El Chino Herrera, se comenta que era muy barbero con el presidente por lo cual estaban seguros que no se iba ha negar participar en esta misión aunque supiera la historia del fantasma.

 

Pues bien acudió al lugar sin temor y al otro día no se presento a trabajar, reportándose enfermo, el presidente acudió al hospital para saber lo que había sucedido con el Policía, este  alcanzo a platicarle lo sucedido antes de morir.

 

Platico que todo estaba normal y alrededor de las 12:00 de la noche, empezó a correr un vientecito frío junto a una densa neblina, posteriormente escucho ruidos, que le parecieron el llanto de una mujer, por lo cual se acerco donde provenía el llanto.

 

A lo lejos entre la bruma noto una silueta blanca que parecía de una mujer, por lo cual se acerco para comentarle que era muy tarde para que anduviera rondando por ahí, al acercarse vio que la mujer salía del panteón y que no movía las piernas, mas sin embargo se movía, en ese momento quedo sorprendido y espantado al ver que la mujer vestida de blanco viajaba suspendida a aproximadamente a unos 30cms., del suelo, el rostro no se le veía solo unos ojos de color rojo encendido. La mujer se abalanzo sobre de el sin darle tiempo de correr, desmayándose del impacto.

 

Esa noche el policía murió y en su lecho de muerte juro que todo era verdad. Ya nadie fue a cuidar las bancas después de lo sucedido y cuentan que a lo lejos en las noches escuchan el llanto de una mujer, muchos siguen diciendo que escuchan el llanto y ven a una mujer en las noches.

 

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Leyendas Mexicanas Época Colonial

San Antonio de cabeza

Aquel santo y piadoso varón que se llamaba Juan Bautista Mollinedo, vio la primera luz hacia 1557 en la provincia de Vizcaya, donde se prepara el mejor bacalao del mundo. Muy joven abandonó su cuna familiar para trasladarse a la Nueva España, donde lejos de abrazar un oficio relacionado con la minería o cualquier otra actividad lucrativa de la época, decidió ingresar a un convento franciscano de Acámbaro,  Guanajuato, donde le impusieron los hábitos misioneros. Fue su vocación servir a Dios evangelizando y bautizando a indígenas que permanecían en lugares a muchas leguas de la civilización novo hispana, proyecto en el que además de valor, se requería la autorización de sus superiores, quienes le otorgaron toda la confianza.
Para que su tránsito por lugares inhóspitos fuera más leve, Mollinedo eligió de compañero a Fray Juan de Cárdenas; y llevando en su itacate un poco de maíz tostado, chile piquín, acaso pinole, ponteduro o frutos silvestres, iniciaron  su viaje en 1607, recorriendo descalzos lomas empedradas, caminos espinosos, arroyos hondos, bosques oscuros, veredas peligrosas y montañas de vegetación espesa hasta donde llegaron a instalar las bases para las misiones de Río Verde, Pinihuan, Valle del Maíz, Tula, Palmillas y Jaumave. En estos lugares construyeron rudimentarias capillas prometiendo a sus superiores que los indios se reintegrarían con ellos, “tan pronto lo mandara el Señor”.
Hombre de buena fe y muchas virtudes, no tuvo necesidad de exterminar indios como después lo haría Escandón. Con enorme humildad y paciencia el padre Mollinedo convivió largas temporadas con la crema y nata de los chichimecas, pames, alaquines, mascorros, caisanes, coyotes, machipaniguanes, chachichiles, megrios, alpañales y pizones a quienes catequizó para el cristianismo, sin que el misionero sufriera un rasguño, a pesar de la fama de bárbaros, salvajes y comecrudos de esa tribus.
Cuenta la historia que en 1617 el hombre de la capucha de lana y hábitos que a los nativos les parecían exóticos, regresó a concluir su labor evangelizadora junto con otros franciscanos de Tula, Palmillas y Jaumave, creadas en ese orden.
Se comenta que en sus respectivos burros, los misioneros traían las esculturas de tres santos, esculpidas por un artista poblano, para su veneración cada uno de los sitios por los que iban pasando. Con base a la ubicación geográfica, a Tula le correspondía San Juan Bautista; a Palmillas Nuestra Señora de las Nieves, y a Jaumave San Antonio de Papua. Todo iba muy bien, solo que  los peregrinos decidieron hacer un receso a la entrada de Tula para descansar un poco de la fatiga del viaje, eligiendo un sitio conocido como El Ojo de Agua, donde también se levantaban frondosos árboles de robusto tallo que desparramaban su sombra entre las florecillas silvestres al pleno mediodía, presentando un escenario de candor natural como no lo había observado el fraile desde hacía muchos años, en su casa materna de Portugalete, Provincia de Vizcaya, España.
Cuando Mollinedo dio la orden de reanudar el viaje y avanzar los metros que faltaban para la tierra elegida, uno de los jumentos, precisamente el que cargaba la sagrada imagen de San Antonio, se negó a pararse. Al principio, cuando lo vieron echado, pensaron que con unos golpes el pollino reaccionaría para continuar la marcha, pero grande fue el asombro al ver que el animal permanecía sumido en su actitud. Al notar que estaba oscureciendo, los frailes se animaron a ayudarlo a pararse, pero tampoco lograron su objetivo, llevándose la sorpresa de su vida cuando, al investigar los motivos, descubrieron que la escultura pesaba más de lo normal que al momento de subirla en el lomo del asno; interpretando que de acuerdo a dicho acontecimiento sobrenatural, casi milagroso, no tenían mejor remedio que establecer a San Antonio como patrono de Tula, cambiando a San Juan Bautista a Jaumave.
Desde entonces las mujeres que lo visitan en la iglesia le encienden veladoras, con la esperanza que le conceda el milagro de casarse con su pretendiente favorito. Algunas compran estampitas o esculturas con la imagen del Santo de los Novios y las colocan de cabeza, porque según la leyenda es la posición recomendable para recibir el beneficio de un buen matrimonio.

Leyenda enviada por Francisco Javier Vázquez

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Tamaulipas

Madre heróica de la revolución

Al día siguiente después del ataque y toma de Ciudad Victoria, Tamaulipas, avanzó hacia el sur con el entonces coronel Heriberto Jara al mando de un regimiento incompleto de caballería. A eso de las dos de la tarde hizo alto en un pequeño poblado del estado de Tamaulipas, poblado cuyo nombre siento no recordar, porque bien vale la pena mencionar su nombre.
Al igual que en todas partes por donde pasaban las fuerzas revolucionarias del Ejército Constitucionalista, allí fueron recibidas con gran entusiasmo las del coronel Jara; música, cohetes, vítores, aplausos. Ello revelaba el regocijo de los moradores, en los que era notable la disparidad entre el número de hombres y mujeres; éstas en cantidad muy superior a aquéllos. Todas las manos se tendían para estrechar las de los revolucionarios, ofreciéndoles comestibles y refrescos.
La notable ausencia de hombres se interpretó al principio como que se habían escondido por temor a ser enrolados; pero el coronel, que permanecía montado como toda la fuerza, pues debía continuarse la marcha, no hizo mención de esa circunstancia.
El coronel se encontraba cerca de una caseta con techo y paredes de palma, bardeada con piedra sin labrar; en la puerta se hallaba una mujer de unos cincuenta años de edad y un joven de 17, que era su hijo; este, sin preguntárselo el coronel Jara, le dijo: “Mi padre murió y mis tres hermanos andan con ustedes en la revolución, yo no me he ido por cuidar a mi madre, pues ella se quedaría sola porque no tenemos más familia”. La madre se le quedó mirando con reproche y le dijo con energía: “yo no necesito que me cuides, estoy sana y fuerte y sé trabajar; no te has ido porque no has querido, ¡ándale!, coja su cobija y váyase con el señor a pelear duro contra los asesinos”.
Para esto, ya los hombres que habíamos visto, estaban montados para seguirnos, sin que nadie se los hubiera pedido.
El coronel se apeó de su caballo y le dio un fuerte abrazo a aquella madre ejemplar, diciéndole: “Usted honra a México, es usted como aquellas antiguas matronas romanas de que habla la Historia; tenga usted esto para ayudarse”. Y le dio algo de dinero, poco, porque entonces andábamos muy escasos de él; dinero que costó trabajo que aquella heroica madre aceptara.
La despedida fue emocionante.
La marcha continuó.
Años, muchos años más tarde, sentados en el café de “La Parroquia” de Veracruz (no es anuncio), frente a unas aromáticas tazas de café, uno de los testigos presenciales recordó este episodio de la Revolución al hoy general jara; él permaneció silencioso unos momentos y luego exclamó; “¡Qué deudas tiene nuestra Revolución para con el pueblo”.

Leyenda enviada por Francisco Javier Vázquez

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Tamaulipas

La carreta que todos oían pero nadie veía

Corría el año de 1968…
La noche cayó desfallecida sobre las empedradas calles del barrio de Cantarranas. No había más señales de luces que las luciérnagas como faroles diminutos, casi inapreciables. Apenas se escuchaba el trayecto del agua deslizándose por las piedras del río San Marcos, mientras los fresnos y sabinos dilataban su espeso follaje, y en el ambiente comenzaban a brotar el aire fresco.
Al caer la tarde Don Félix Banda se despidió de Mencho el panadero, dirigiéndose a su casa ubicada cerca de la calle Melchor Ocampo. Era de no creerse. Por sí o por no, cerró bien los postigos de las ventanas y atracó las puertas con un barrote de ébano, sugiriendo a sus hijos que evitaran salir a esas horas “porque era noche de fantasmas”, al tiempo que  se dispuso a escuchar en la radio El Monje Loco, su programa favorito que transmitían por la XEW.
Poco antes de las once, cuando escucharon los ronquidos concluyendo que se había quedado dormido, los muchachos de Don Félix, con la despreocupada alegría de la juventud, salieron a platicar a la esquina de la cuadra desafiando las advertencias de su padre.
“¿Fantasmas? Esos son cuentos de viejos rucos y de ignorantes”, comentaron, mientras veían el cielo estrellado y se espantaban los mosquitos, abanicando las manos, cerca del rostro.
Cuando el reloj de la catedral del Sagrado Corazón anunció la media noche, los jóvenes, quienes se entretenían contándose historias y chismes, escucharon a lo lejos un sordo rechinido de carreta que golpeaba sus enormes ruedas metálicas sobre el empedrado de las calles. Luego invadió el ambiente un silencio sepulcral, mientras el viento dejaba de silbar y las ranas guardaron silencio. Entonces, prendieron sus linternas, y corrieron hacia donde se escuchaba la carreta, pero no vieron nada. Volvieron a la esquina y cuando se reponían del susto, a unos metros calle arriba, volvió el tétrico sonido pero ahora desplazándose rumbo a la panadería de Don Mencho, no sin antes retornar de nuevo la tranquilidad en aquél  espacio apartado del centro de la ciudad. Sin embargo, esto no fue suficiente  para atemorizar a los jóvenes deseosos de aventuras.
Varias noches los hijos de Don Félix y sus amigos trataron de descifrar aquél misterio, ocultándose entre los cercos de nopales para evitar ser descubiertos, por quien suponían era un noctámbulo conductor que deseaba jugarles una broma… pero fue inútil. Únicamente se escuchaba el ruido de la carreta.
Una tarde mientras comían, Don Félix  les comunicó a sus vástagos:
– No quisiera comentarlo, pero Mencho me platicó que la famosa carreta que se oye todas las noches pertenece a un señor que en 1938 fue asesinado a puñaladas por este rumbo, mientras acarreaba leña para sus panaderías. Desde entonces, el río San Marcos  esta conjurado.
Para colmo de males en ese tiempo sucedieron varios acontecimientos extraños. A Doña Albertina Reyes se le apareció un señor sin cabeza en el fondo de la noria, mientras intentaba sacar agua; y se asustó a tal grado que al correr a toda prisa tropezó cayendo sobre una nopalera. Bueno… eso es lo que dicen, por si o por no es mejor creerles. El caso es que la carreta siempre ha sido un misterio sin descifrar.

Leyenda enviada por Francisco Javier Vázquez

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Tamaulipas

La bailadora del maligno

De esta leyenda existen algunas variantes transmitidas por distintas generaciones. Por ejemplo, la maestra Aida Varela es autora del relato Un encuentro Inesperado. Yo únicamente entrelacé testimonios orales de un hecho que transcurrió lejano a nosotros. Algo circunstancial y fantástico.
Tradicionalmente en los casinos Español. Filarmónicos, Victorense y Salones Alianza cada sábado se celebraran animados bailes que en las décadas de los cuarenta y cincuenta eran una de las principales fuentes de diversión en Ciudad Victoria, con la presencia de muchachas casaderas.
La fiesta que voy a referir sucedió en el salón de la Sociedad Mutualista de la Colonia Mainero, fundada a finales del siglo XIX. Marielena llegó al baile en compañía de unas amigas, quienes tuvieron que hacer hasta lo imposible para que aceptara la invitación. Ella era secretaria en una oficina de gobierno, y no obstante que trabajaba de lunes a viernes prefería quedarse en su casa los fines de semana, al amparo de actividades domésticas, sin doblegarse a los placeres que ella calificaba mundanos. Pero esta ocasión decidió romper la rutina.
Apenas entraron al salón, algunas miradas indiscretas voltearon hacia ellas, quienes se sintieron extrañas en un ambiente de pleno apogeo y jolgorio, donde los bailadores se movían al ritmo de las melodías de la orquesta Los Gatos Negros  de Tampico.
No tuvieron problemas para encontrar lugar donde ubicarse, trasladándose junto ala pared donde los organizadores habían colocado una hilera de sillas. Las cuatro se sentaron entre  risas y cuchicheos. Marielena vestía falda amarilla con blusa del mismo color pero en tono más bajo, que la distinguía del resto del grupo. Por tal motivo acaparó la atención de algunos pretendientes que se acercaron a solicitarle los acompañara a la pista de baile, pero ella se negó una y otra vez inventando cualquier pretexto. “No me gusta la orquesta… mejor espero a que toquen los Principes del Swing de Rudy Valera”… “No sé bailar música tropical”. Argumentaba a cada momento cuando algún caballero se le acercaba con pretensiones de invitarla a la pista.
De pronto, bajo el marco de la puerta apareció un hombre elegantemente vestido con traje oscuro, camisa de seda, sombrero de bombín y zapatos negros de charol. Su aspecto era diferente al resto de los muchachos de clase media. Estaba solo y sonreía con éxtasis, luciendo en su chaleco un fistolillo de oro. Varias de las jóvenes adivinaron inmediatamente que se trataba de un hombre adinerado en busca de pareja.
Mientras los músicos de Rudy iniciaban los primeros compases del danzón Nereidas, el personaje recorrió con su mirada aquél el sitio hasta encontrar a Marielena, y enseguida se dirigió galantemente a ella. A poca distancia clavó sus ojos en la dama y con voz dulce, lenta y cadenciosa, extendiéndole su mano la invitó  a bailar.
A ella le pareció raro que el desconocido usara guantes blancos, y después  de aceptar la invitación, en pleno baile le preguntó:
– ¿por qué usa guantes en este clima tan caluroso?
– es para no dañar su piel de terciopelo señorita…, -respondió maliciosamente.
Aquél halago a su vanidad, provocó un ligero escalofrío en todo su cuerpo, y sin pensarlo se acercó al bailador, quien con más confianza apretaba su cintura. Al otro extremo, sus amigas veían la escena, imaginando un cuento de hadas.
A ese danzón siguieron boleros, chachachá y pasodobles, los que se repitieron aquella noche hasta que los filarmónicos marcaron el final del entretenimiento. Entonces Marielena preguntó la hora a su compañero, y éste, sin quitarse el guante miró el reloj y dijo: “Sólo unos minutos… y serán las dos de la mañana”.
La noche lucía con una singular pureza, cuando el grupo decidió salir a la calle para dirigirse a sus casas. A pesar del cielo despejado, apenas se veían algunas estrellas que iluminaban plácidamente el panorama celestial victorense.
En medio del inevitable desvelo, el caballero ofreció acompañarlas hasta su hogar. Ellas aceptaron temiendo que les pudiera pasar algo pues iban solas.
Caminaron algunas cuadras hasta llegar al puente del río San Marcos. En sus raquíticas aguas se balanceaban las ramas de los sabinos, y se podía respirar la humedad o escuchar claramente la corriente del agua que bajaba desde el cañón de la Sierra Madre.
De pronto el hombre se  detuvo ante Marielena y el resto del grupo se adelantó un poco para no interrumpir el romance. Luego en tono de disculpa el misterioso caballero le dijo que lamentablemente tenía que despedirse para atender un asunto urgente. Ella lo miró a los ojos y adivinó en su rostro algo inusual, mientras el espacio se fue cubriendo de neblina, haciendo la noche más pesada. El se acercó con ansias indefinibles a Marielena, se despojó de sus guantes y en ese instante la apretó en sus brazos, mientras la besaba piadosamente en la boca, preparando su retiro.
Aturdida, como si hubiera despertado de un pesado sueño no logró percatarse cuando su galán desapareció inexplicablemente en la penumbra, sin dejar rastro. Asustada corrió al encuentro de sus amigas, quienes impacientes le hacían preguntas sobre el enigmático personaje, pero les comentó que se sentía un poco mareada.
Al oír las voces femeninas, un velador que caminaba por la acera de enfrente se acercó al grupo, iluminando con una lámpara el rostro de Marielena, quien estaba a punto de desfallecer. En sus labios, manos, espalda y hombros aparecían huellas de sangre, como si le hubieran desgarrado su piel con uñas afiladas. El guardián sacó de la bolsa de su pantalón un pañuelo  y lo empapó de mezcal colocándolo en su nariz, hasta que Marielena recuperó el conocimiento. Luego las condujo al sitio donde se había despedido del extraño ser.
En el lugar localizaron un montón de ropa negra y unos guantes. Cuando removieron las prendas percibieron en el ambiente un inconfundible olor a azufre, además localizaron una pata de gallo con algunas plumas chamuscadas.
Horas más tarde la noticia corrió de boca en boca, y encabezó los titulares  del periódico El Gallito de don Lucio Mancha. Se hablaba de apariciones diabólicas y hechos sobrenaturales que los familiares de Marielena tenían que desmentir a curiosos e impertinentes.
Platican que sus desesperados padres no soportaron las habladurías de la gente, y para evitar mayores males para su hija, acordaron mudarse a otra ciudad, lejos de todo comentario relacionado con espantos y sustos.

 

Leyenda enviada por Francisco Javier Vázquez

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Leyendas Mexicanas Varias

El toro luminoso

Allá en San José de Prada, Municipio de Villa de Casas; Pablo Zurita, vaquero a la antigua y gran conocedor, tenía en su rancho un buen número de cabezas de ganado, que personalmente cuidaban sus hijos Isidro, Alfonso y Enrique.
De una vaca hosca nació un becerro gateado, extrañamente largo, les mamaba a las otras vacas y aporreaba a los becerros.
Cuando creció dijo Pablo Zurita: “este animal tiene algo de raro, por la noche le brillan los cuernos y los ojos: en el primer chance lo vendemos”.
Una vez destetado lo cambiaron por diez chivos y se lo llevaron muy lejos. En una campeada Isidro Zurita reconoció el torete gateado, que se había regresado a sus  querencias. Fueron a avisar al dueño y dijo: “Ese torete tiene algo, se los regalo”.
Ya de dos años entró al corral. Pablo Zurita le dijo a sus hijos: “Vamoslo capando para que en noviembre esté gordo y mandarlo a la matanza”. Isidro lo lazó de la cabeza e Isidro le echo un pial. Ya tumbado Enrique lo envedija y al intentar cortarle Pablo la bolsa de los huevos, la navaja no le entraba y de repente se reventaron al mismo tiempo las dos reatas; brincó arriba del corral de ramas y se perdió entre el monte. Nunca lo volvieron a ver, solamente su huella. Le pusieron lazo en las veredas, consiguieron perros, trajeron vaqueros de otros lados, jamás hubo uno que lo alcanzara.
Más de un cazador sobre el haz luminoso de una lámpara de carburo, vio a un torazo gateado que le brillaban los cuernos y los ojos.
Tírenle, dijo el dueño del rancho. El primero que lo hizo se le encasquilló un 30-30; a un soldado que andaba de visita le explotó un 7 milímetros; y al último que lo intentó con una escopeta cuata 12, al accionar el gatillo sintió una descarga eléctrica.
Eso no es normal, son cosas de lucifer. Empezaron a nacer los becerros gateados, pasaron los años y muchos de ellos seguían naciendo, no obstante que no había toros de ese pelaje.
Llegó eso que llaman progreso; vinieron las cercas, los potreros; llegaron razas nuevas, unas hoscas otras color barroso; también las de la joroba y seguían naciendo becerros de color gateado. Hace poco por los mismos rumbos cerca de Victoria, se estableció una lechería con puras vacas pintas de negro con un semental del mismo color, y todos los becerros nacieron gateados. La gente cuenta la leyenda de un toro que tiene pacto con el diablo.
Si gustan vayan a aquella región, al sur de la Mesa del Melón, al poniente del Picacho de San Francisco, y tal vez tengan la suerte de ver volar sobre la cerca de alambre, y meterse a los potreros y corrales de las vaquillas, un toro gateado.

Leyenda enviada por Francisco Javier Vázquez