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Un noruego llamado Hanson

La Laguna Hanson se encuentra en el Parque Nacional Constitución de 1857, en el Municipio de Ensenada, Baja California. Hoy en día ya no lleva ese nombre, sino que se le conoce como Laguna de Juárez. El nombre de Laguna Hanson se debe a una leyenda que nos relata que, en el siglo XIX, llegó a Baja California un ex militar llamado Jacob B. Hanson procedente de Noruega. Al ver la belleza de la Sierra Juárez, el noruego decidió establecerse en el lugar y adquirió algunos terrenos de la zona a los señores Urrea y Eggleton.

En esos terrenos edificó un rancho y se puso a la tarea de criar ganado de muy buena calidad. Poco tempo después Hanson se había convertido en un hombre muy rico y contrajo matrimonio. Como tenía miedo de que le robaran su fortuna, ya que en donde vivía no había bancos donde salvaguardar su dinero, decidió esconderlo en sus bastas tierra donde consideró que nadie lo encontraría para llevárselo.

Un cierto día del mes de julio de 1885, Hanson decidió tomar una calesa para dirigirse a San Diego, Estados Unidos, por cuestión de negocios. Pero al llegar a un pequeño pueblo kiliwa llamado Milquetay sito a pocos kilómetros de la frontera entre Baja California y California, EEUU, el viajero desapareció misteriosamente sin dejar rastro. Esa zona tenía fama en esa época de ser sumamente peligrosa y llena de forajidos y malhechores.Jacob B. Hanson

Una semana después de su desaparición, la calesa de Jacob fue descubierta cerca del pueblo kiliwa. Pero la calesa había cambiado de color, ya que la pintaron de otro diferente al original con el objeto de “maquillarla” para que nadie la reconociera.

Ante su desaparición, la esposa de Hanson se dirigió a Ensenada con el objeto de hablar con el gobernador el estado para solicitar su ayuda. El señor Juan E, Montenegro se dirigió en persona a la Sierra Juárez, pero cuando se percató de que en el pueblo había ocho hombres totalmente armados, decidió regresar y reclutar voluntarios con armas para averiguar qué había pasado. Al llegar, pudieron atrapar a tres hombres de nacionalidad americana: Gaskill, Ward y Adams. En los interrogatorios las culpas recayeron sobre Gaskill, quien fue acusado por sus mismos compañeros de fechorías, por lo que fue sentenciado a cuatro años de cárcel en la población de La Paz.

Treinta días después de encontrarse preso en Ensenada, no hubo dinero para costear su traslado a La Paz, y como su manutención resultaba costosa, las autoridades decidieron dejarle en libertad, siempre y cuando se pusiera en contacto cada tercer día con el gobernador del estado. En 1914, Gaskill murió en su propiedad de Campo, como pasó a llamarse el pueblo kiliwa.

A la muerte de Hanson la noticia corrió de que el noruego había enterrado su tesoro en sus tierras, y durante mucho tiempo éstas fueron objeto de destrucción, pues no faltaban ambiciosos que desearan hacerse del mismo.

Sin embargo, la búsqueda de los malhechores, que fueron muchos, fue infructuosa, pues nunca se encontró el tan famoso tesoro. Tal vez los tres forajidos gringos se lo quedaron, nadie lo sabe.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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El Diablo y su Perla

Baja California Sur, uno de los estados de la República Mexicana, se encuentra en el sur de la Península de Baja California, su capital es La Paz. Limita al este con el Mar de Cortés, y al oeste y sur con el Océano Pacífico. Antiguamente estuvo habitada por grupos de indígenas cochimíes, guaycuras y pericúes, hasta la llegada de Hernán Cortés inició la fundación de dicha ciudad.

Baja California Sur es un estado poco poblado, pero con una gran tradición oral. Una leyenda de sus muchas leyendas nos relata que destacaba por las perlas que producían las conchas de sus mares. Al suroeste de la Isla de San José, sita en el Golfo de California, al norte de la Bahía de La Paz, y cerca de la Bahía La Amortajada, existe un yacimiento productor de perlas, cuyo auge se produjo a fines del siglo pasado.

A dicho yacimiento acudían, todos los años, multitud de buzos para procurarse las preciadas perlas. Cuando la temporada de cosechar perlas llegaba a su fin, debido a que ya estaban por llegar los fuertes vientos del noroeste y el frío empezaba a hacer de las suyas, los pescadores de perlas tenían la arraigada tradición de sacar una última perla que dedicaban a la virgen: – ¡Esta es la última perla “para la Virgen”! solían decir.La Perla Negra del Diablo

Un año en que los pescadores habían terminado con su labor, uno de los trabajadores se iba a meter al mar, cuando en eso uno de sus compañeros le avisó: – ¡Oye, amigo, ya no te metas al mar, pues ya tenemos la perla para la Virgen! Sin embargo, el aludido, entre irónico y burlón, volteó a ver al compañero que le hablaba, y le respondió: – ¡No compa, yo no voy a buscar la perla para la Virgen! ¡Voy a buscar la perla “para el Diablo”!

Desconcertado, su amigo le vio tirarse al mar muy decidido a buscar la perla. El Diablo que acechaba y les había escuchado, bajó al mar y esperó a que el pescador encontrara la perla. Después. Ya que el hombre había encontrado lo que buscaba, lo mantuvo dentro del agua hasta que murió ahogado.

Nunca más salió el pescador blasfemo. Su cadáver nunca subió a la superficie. En el lugar en que se lanzó al agua ya nadie solía pescar perlas por considerar que estaba maldito. Se volvió un sitio prohibido al que nadie acudía por temor.

Sin embargo, aquellos pocos que se atrevieron a lanzarse al mar en el ese lugar, aseguraban que en el fondo del agua se podía ver al fantasma del pescador, quien lucía una larga cabellera enmarañada, así como una barba que le llegaba hasta el ombligo. El hombre-fantasma sostenía en su mano derecha una gran concha de madreperla. Y el Diablo disfruta aún de una enorme perla negra.

Según aseguran algunos atrevidos que se han lanzado al agua del lugar prohibido aún puede verse a la terrible aparición de aquel sacrílego que quiso darle una perla al demonio.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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El Tesoro de la Faraona

Cuenta una leyenda de Baja California que una bailarina de nombre La Faraona fue contratada por el Casino de Agua Caliente para alegrar con sus danzas y su belleza a los clientes. Esta hermosa mujer tenía un amante, lord inglés, que no la amaba, pero a quien atraía su belleza y la suerte que tenía en el juego. La Faraona llevaba siempre un brazalete de esmeraldas que, según ella. le traía suerte en los juegos de azar. Todo lo que ganaba se lo entregaba a su amante, quien le aseguraba que cuando juntasen el dinero suficiente volverían a Inglaterra y ella sería su esposa. La relación entre ambos duró mucho tiempo. El lord era ya muy rico, gracias a la bailarina.

Una cierta noche, el velador del casino había observado por la ventana de la cabaña a la pareja y los había visto contando monedas de oro que guardaron en un baúl cerrado con llave y metieron al ropero. Al acabar de guardar el dinero, el hombre se acostó y se durmió en el acto, gracias a unas copas de vino que había tomado. La Faraona, en camisón blanco bordado de ricas perlas, aprovechó que su amante estaba dormido y sacó la llave del baúl de debajo de la almohada del inglés. Sacó el baúl y tomó una pistola que se encontraba sobre la mesa del comedor donde habían estado degustando un buen vino.La Faraona

La Faraona se llevó el baúl y se perdió entre los árboles del jardín a fin de esconderlo. El velador se quedó en su sitio y esperó hasta que la bailarina volviese a su cabaña. Pasada una hora la mujer regresó y al cerrar la puerta se despertó el inglés, quien enseguida se dio cuenta de que la puerta del ropero estaba abierta, y que el baulito no estaba como tampoco su pistola.

Suponiendo lo peor, el hombre se lanzó encima de la mujer para ahorcarla, culpándola de la desaparición de sus riquezas. La bailarina lloraba angustiada y enojada, ya que se dio cuenta que su adorado no la quería y sólo la usaba para conseguir dinero. Al poco rato, ya más calmados, pero aun discutiendo, La Faraona sirvió dos copas de vino. De su seno sacó una pequeña bolsita de papel y vertió el contenido en ambas copas Al entregarle la suya a su amante, le susurró algo al oído, nunca se supo qué le dijo. Bebieron. Al momento ella se desplomó en el suelo muerta y el inglés salió corriendo y despavorido de la cabaña pidiendo auxilio.

Lo auxiliaron y salvó la vida. El lord inglés decidió irse para siempre de aquellos lugares sin el dinero robado por su amante. Se desconoce lo acontecido con el cadáver de la bailarina. Pero la leyenda nos cuenta que por las noches lluviosas se puede ver a la bella mujer caminando por los jardines del Casino de Agua Caliente, luciendo su bella bata y descalza. Al mismo tiempo que camina va danzando sobre el césped. Se dice que vigila que nadie le robe su tesoro que tanta desdicha le ocasionó.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

 

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Los cirios y los huesos

Una leyenda del pueblo de Todos Santos sito en Baja California Sur en el Municipio de La Paz, Pueblo Mágico fundado en 1733 con la misión de Santa Rosa de las Palmas de Todos Santos, por el padre italiano jesuita Segismundo Taraval, nos relata la historia de una mujer atea y metiche que solía asomarse a su ventana para ver lo que ocurría afuera y así satisfacer su malsana curiosidad.

La mujer tenía varias amigas con los cuales se reunía para efectuar actos de brujería. En una ocasión decidieron invocar al Diablo y se colocaron alrededor de la mesa del comedor. Pero no lo consiguieron, pues el Demonio nunca apareció.

Poco después, cuando llegó la Semana Santa, una peregrinación recorrió el todo el pueblo parsimoniosamente. Al pasar por su casa, la mujer salió a verla para ver quiénes eran los vecinos que participaban. Al observar a los integrantes, que no eran muchos, se dio cuenta de que todos los peregrinos eran forasteros que no pertenecían a Todos Santos y que vestían de una extraña manera que ella no conocía, pues nunca había visto esa clase de ropajes.

La misión del Pueblo Mágico de Todos Santos

Cuando los peregrinos vieron a la mujer se acercaron a ella y le pidieron permiso para entrar a descansar en la casa y para dejar los cirios que llevaban, pues se encontraban muy cansados y pesaban mucho, según dijeron. La dama aceptó, y los grandes y redondos cirios quedaron depositados sobre la mesa del comedor.

Al día siguiente, cuando la atea fue hacia el comedor, se dio cuenta de que en el lugar donde habían dejado los enormes cirios se encontraba un gran montón de huesos humanos. Asustada ante este hecho que no podía explicarse, en seguida acudió a las autoridades para que investigasen qué era lo que había pasado, pero éstas nunca llegaron a ninguna conclusión, y no pudieron explicar tan inverosímil situación. Por lo que la mujer quedó terriblemente asustada.

Mirando por la ventana, la mujer se puso a cavilar y se acordó del día en que había invocado al Diablo junto con sus amigas. En ese instante se dio cuenta que había sido el Chamuco quien le había enviado un mensaje y había convertido los cirios en huesos. ¡La peregrinación venía del mundo demoníaco!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Don Porfirio y la carroza

Hace mucho tiempo, en Baja California Sur, en las afueras de la Ciudad de la Paz, se encontraba ubicada la Ciénaga de Flores. Un pantano que permitía plantar diversas flores por sus condiciones ecológicas favorables. Todas las flores que en ella crecía eran una maravilla por su colorido y su subyugante perfume; además que eran enormes, y mucho más hermosas que las que no crecían en la ciénaga.

Cerca de la ciénaga había un rancho muy grande y bien montado que contaba con un pozo del cual se extraía agua mediante un molino de viento. El rancho tenía un cuidador que se llamaba don Porfirio y que se encargaba de cuidar la ciénaga que pertenecía al rancho. Un cierto anochecer el buen hombre se dio cuenta de que una hermosa carroza se encontraba en el lindero donde crecían las flores de la ciénaga. De la carroza descendió una bellísima mujer ataviada con un vestido negro de terciopelo a la que acompañaba un cochero. Don Porfirio se percató de que los extraños visitantes no pisaban el suelo, sino que caminaban sobre una nube de vapor, como flotando.

El cuidador decidió acercarse hasta donde se encontraban los visitantes, aun cuando estaba muerto de miedo y temor. Al aproximarse, notó que la carroza era muy similar a las que se usaban en otros tiempos en los servicios funerarios, y su miedo se incremento considerablemente.

La Ciénaga de Flores

La mujer cortó varias flores del sembradío, hizo un gran ramo y volvió a su carruaje acompañada de su cochero. Ninguno de los dos pronunció palabra. Don Porfirio seguía muerto de miedo al ver que se trataba de unos seres muy extraños, de ultratumba y ni siquiera pensó en cobrarles las flores que se habían llevado.

Al otro día, el asustado cuidador comentó lo ocurrido con su patrón, el cual no le creyó nada y pensó que al buen sirviente se la habían pasado las copas. Pasados diez, la carroza volvió a aparecerse. Solamente iba la dama condiciendo a dos hermosos caballos negros de pelambre muy brillante que tiraban de la carroza. Don Porfirio se acercó todo lo que pudo a la dama, hasta sentir su embriagador perfume y ver sus joyas de oro.

Como su patrón no le creyó, el guardián acudió al delegado de Gobierno, quien ordenó vigilar la zona. Sin embargo, la carroza no volvió a aparecer. Aunque pasados diez, más de veinte personas que se encontraban cerca de carretera que llevaba a la ciénaga de las flores, vieron aparecer la famosa carroza con una dama vestida de negro y un cochero luciendo una levita. Entonces, todos le creyeron al guardián don Porfirio, quien ya nunca volvió a ver ni a la carroza, ni a la dama ni al cochero.

Sonia Iglesias y Cabrera.

 

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Irenea

Irenea nació cerca del poblado de El Triunfo, en una zona hermosa conocida como El Zacatón, en Baja California Sur. Cuando sus padres la concibieron eran ya bastante mayores, frisaban los sesenta años, por lo cual contaba con algunos hermanos que eran bastante mayores que ella. Irenea era una niña muy bonita. Tenía los ojos verdes como la albahaca, el pelo rojo como el fuego y la piel muy blanca como todos los pelirrojos. No se perecía en nada a sus hermanos que tenían la piel morena y el pelo oscuro. Además, la pequeña era sumamente inteligente. Por tales razones, los habitantes del pueblo aseguraban que Irenea tenía algo raro, y su diferencia la hacía parecer anormal a la vista de los demás.

Un día 12 de diciembre, fiesta de la Virgen de Guadalupe, cuando la niña pelirroja contaba con ocho años de edad, acudió con sus padres a la iglesia del El Triunfo para participar en la solemne misa que todos los años se le dedicaba a la Virgen. Todo iba bien, hasta que Irenea empezó a ponerse nerviosa y a insistirle a su madre que se saliesen de la iglesia. Ante la necedad de la pequeña, la madre accedió a salir. No bien lo habían hecho cuando el techo de la iglesia se derrumbó, catástrofe que costó la vida de doce personas e hirió a muchas más.

El día que se llevaron a cabo los funerales de los difuntos, todo el pueblo se encontraba reunido en el cementerio. Una de las personas asistentes se puso como histérica y, ni presta ni perezosa, señaló a la niña como la culpable de la caída del techo que tantas muertes había provocado. El sacerdote al escuchar la acusación trató de calmar los ánimos explicando que tanto la niña como sus padres y hermanos eran buenos católicos que nunca faltaban a misa, y que la pequeña era una criatura inocente. Pero el pueblo estaba enardecido y no tomó en cuenta las palabras del cura.

La iglesia de El Triunfo

Así pues, al caer la noche, la turba se dirigió a la casa de Irenea y le prendió fuego. Al día siguiente, los habitantes acudieron a lo que había sido el hogar de Irenea, reconocieron sus restos por algunos mechones rojizos de pelo, amarraron una cuerda a su quemado cadáver y la arrastraron por el arroyo hasta el pie de un guamúchil. Ahí quedó la pobre niña.

Cuenta la leyenda que desde entonces la niña se aparece en el sitio conocido como El Zacatón, vestida de blanco y con su hermoso pelo rojo cayéndole hasta la cintura. Los automovilistas que circulan por ese trecho de la carretero de El Zacatón, cuando la ven se llevan tremendo susto, y algunos hasta han sufrido serios accidentes a la vista del fantasma de Irenea la pelirroja.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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Las hijas de Tecolote y Coyote Pai

Cuenta una leyenda paipai de los indios de Baja california que el señor Tecolote tenía seis hijas, quienes además de ser bonitas eran muy inteligentes. Estudiaban en la biblioteca de su padre por las mañanas y por las tardes. A media tarde, Tecolote tocaba una chicharra para indicarles a sus hijas que había llegado la hora de salir a volar alto por los aires, de jugar, cantar y bailar.

Les gustaba mucho jugar a La Víbora de la Mar, se reían como locas y sus risas llegaban hasta los oídos de Coyote Pai, que las escuchaba con beneplácito, pues era su mejor amigo. Cuando las niñas estaban jugando, Coyote Pai salía de repente de entre los arbustos, y les hacía cosquillas en sus cuerpecitos; luego corría y se perdía entre la vegetación. Las hijas de Tecolote no lograban atraparlo después de que les hacía la travesura de hacerles cosquillas.

Con el fin de escarmentarlo, las chicas urdieron un plan. Salieron más temprano de sus clases sin que se diera cuenta Tecolote. Se fueron volando hasta el Cielo y poniéndose unas velas en las garras, se hicieron pasar por brillantes estrellas. A poco rato llegó Coyote Pai al lugar donde acostumbraban jugar las chicas, pero no las encontró. Las niñas se pusieron a cantar una canción, Coyote Pai las escuchaba pero no lograba localizarlas, y se desesperaba. Entonces las traviesas chicas le gritaron: -¡Oye, Coyote Pai, ve hacia arriba! Coyote dirigió sus ojos hacia el cielo azul y las vio. En seguida, quiso estar con ellas arriba, le parecía maravilloso, y contestó: -¡Quiero estar arriba con ustedes, quiero ser también una estrella! A lo que las niñas le contestaron que estaba bien, y con su largo cabellos tejieron una cuerda que arrojaron a Coyote Pai para que subiese. Así lo hizo Coyote y empezó a trepar por la cuerda, muy contento de su buena suerte.

Subió muchos metros y cuando ya estaba a punto de llegar hasta las hijas de Tecolote, éstas cortaron la cuerda y Coyote Pai cayó hasta el suelo convertido en muchos pedacitos, que se convirtieron en polvo y que el viento se encargó de esparcir por todos lados.

Coyote Pai observa a la hijas de Tecolote

La abuela de Coyote Pai escuchó la tremenda caída de su nieto y, presurosa, acudió al lugar, donde encontró los esparcidos restos del animal. Recogió el polvo, se fue a su casa y con él preparó harina e hizo panecitos. Mientras se cocían la pobre abuelita se puso a llorar. Al verla tan triste, Dios hizo que el polvo se saliese del horno, brillara muchísimo y flotara hasta llegar a todos los rincones del mundo. Por donde pasaba caía polvito mágico y nacía un coyote nuevo. La Tierra se fue poblando de muchos coyotes para beneplácito de la  abuela que se puso muy feliz.

Las hijas de Tecolote nunca más descendieron a la Tierra y se quedaron en el Cielo convertidas en estrellas que su padre siempre observaba por las noches… ¡Como dicen que los tecolotes lo hacen desde entonces¡

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los enamorados

A finales del siglo pasado, en el poblado de El Triunfo, en Baja California, vivía un rico matrimonio que tenía una hija muy bella: la chica era rubia, blanca y delgada, además de tener muy buen carácter. Esta joven, llamada Alma, se enamoró de Narciso, un muchacho que trabajaba en el campo, de familia humilde y sin dinero. A  pesar de la diferencia económica, se hicieron novios, pero los padres de Alma no estaban de acuerdo con el noviazgo, y decidieron encerrarla en su recámara prohibiéndole que volviese a ver a Narciso.

Sin embargo, el muchacho acudía a la casa de Alma, y cuando llegaba tocaba en la pared de la cocina con una vara, para que Alma supiera que no la había olvidado. Al oír el ruido, la muchacha se ponía muy contenta y entonces podía dormir tranquila.

Un día, Narciso decidió irse a San José del Cabo para buscar un trabajo que le diera buen dinero y así poder casarse con Alma. Le dijo a una vecina que le entregara una carta a su novia donde le explicaba que había partido a hacer fortuna. Pero la mujer nunca pudo entregarle la carta a Alma, porque sus padres la vigilaban muy bien y nunca pudo verla para cumplir el encargo.

Paisaje marino de Baja California

Pasó mucho tiempo, y los padres de Alma decidieron que ya era hora de que se casara. Arreglaron la boda con los padres de un muchacho al que juzgaron conveniente. En esas estaban cuando una noche Alma escuchó un ruido en la pared de la cocina. Salió de la casa apresuradamente y se encontró con Narciso que le propuso que huyeran para casarse y ser felices.

Así lo hicieron. Se fueron a vivir a la playa donde construyeron una bonita casa, y vivieron juntos por muchos años. El 6 de noviembre de 1997, se convirtieron en los tatarabuelos de una hermosa niña llamada Alejandra.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Moira, el gato negro

En un pueblo cerca de Ensenada, Baja California, estaba una bonita casa habitada por una joven llamada Tai. La muchacha que tenía muchos gatos a los que amaba y cuidaba cariñosamente. Todos en el pueblo conocían su desmedido amor por los felinos, razón por la cual la llamaban La Muchacha de los Gatos.

Moira el gato negro

Una noche de luna llena, Tai oyó que llamaban a su ventana con fuertes golpes; en seguida se levantó de la cama para averiguar qué sucedía. Abrió la puerta y se encontró con un gato negro que le miraba fijamente con sus hermosos ojos amarillos y brillantes. Al ver la puerta abierta, el gato se le acercó ronroneando y frotándose en sus piernas. Tai lo acarició con cariño, lo metió a su casa y se fue a acostar de nuevo.

El gato negro demostró ser el más cariñoso de todos: acercaba su hociquito a la cara de Tai, la lamía, le hacía carantoñas, la seguía adonde iba, y dormía con ella en la cama. Tai estaba encantada con el gato negro al que había puesto el nombre de Moira, Destino; sin embargo, la chica observó que los demás gatos, más de veinte, se iban yendo poco a poco. A Tai este hecho la entristeció y la desconcertó mucho, no sabía a qué obedecía el abandono de sus gatitos. Tenía miedo de que una gata siamesa llamada Garci que era su preferida, se fuera y la abandonara,  así que decidió dedicarle más tiempo y cariño.

Un día que regresaba de su trabajo, se dio cuenta que ya nada más le quedaban dos gatos, el negro Moira y la siamesa Garci. Tai, tomó en sus brazos a Garci y le prodigó besos y palabras dulces; al voltear a ver a Moira, se dio cuenta que el gato estaba furioso, con los ojos rojos, arqueado del lomo y con los pelos parados de punta, a la vez que maullaba amenazadoramente. Por la noche, cuando la joven le dio un poco que crema a la gata, el gato negro en el colmo del enojo, se abalanzó sobre la gatita y se puso a pelear con ella. Tai no podía separarlos y salió de la casa a buscar a su vecino Armando para que la ayudara. Al regresar vio que la gata siamesa yacía en el suelo muerta y el gato negro se limpiaba, tranquilamente, las garras. Ante tal macabra escena, Tai se puso a llorar, tomó una escoba y echó al gato negro a la calle.

Durante muchas noches el gato maulló en la ventana esperando que le abrieran la puerta para entrar. Un día, lo encontró dentro de la casa; el gato se veía enorme y amenazador. Tomó la escoba y trató de sacarlo, pero no pudo, pues el gato negro saltó sobre ella, la arañó y la mordió. Tai, gritaba y trataba de zafarse del gato; entonces, Moira enredó su cola alrededor del cuello de la muchacha y apretó con fuerza hasta que la mató; en seguida saltó por la ventana y se alejó.

Al ver los gatos que el asesino había huido volvieron a la casa y maullaron durante dos días seguidos. Los vecinos, ante tanto maullido, acudieron a la casa de Tai y encontraron su cadáver putrefacto.

Sonia Iglesias y Cabrera

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«¡Por favor, una moneda de cinco centavos!»

En la ciudad de Mexicali, en Baja California Norte, vivía una señora que constantemente abusaba físicamente de sus hijos. Cuando los hijos crecieron inmediatamente se casaron y nunca volvieron a ver a la mala madre que tan mal les tratara. La mujer, arrepentida del comportamiento cruel que había tenido con sus hijos, acudió al cura de la iglesia para confesar todo el daño que les había hecho. Al oírla, el cura le dijo que sus pecados eran muchos y muy graves, que él no podía darle la absolución y que debía ir a Roma para obtenerla. Como la señora era muy pobre no podía costearse un viaje hasta Roma, a lo que el sacerdote le dijo que pidiese limosna, pero con la condición de que solamente aceptara monedas de cinco centavos, nunca de mayor valor. Resignada y contrita, la mala madre iba todos los días a sentarse en el atrio de las iglesias para pedir limosna. Si llegaban a darle monedas de mayor cantidad que los cinco centavos estipulados, la mujer devolvía la moneda ante el asombro de los donantes. Por esta razón, pronto las personas empezaron a llamarla “La Señora del Cinco”.

Por favor una moneda de cinco centavos

Pasó el tiempo, y cuando ya le faltaba poco para poder comprarse el pasaje a Roma, la arrepentida se enfermó y murió. Unos cuantos días después de su muerte, un señor que pasaba por la iglesia vio a una pobre dama vestida de negro y con un velo en la cabeza que se le acercó y con voz tristísima le dijo: -¡Señor, ¿sería usted tan amable de regalarme una moneda de cinco centavos? El hombre le respondió que solamente tenía una moneda de veinte centavos. Al querer dársela, el velo de la mujer se cayó y dejó al descubierto la horrible cara de la calavera que vociferó: -¡Le dije que quería una moneda de cinco centavos, no de veinte, por lo tanto yo lo maldigo! La mujer se les aparecía a muchas personas y a la que no le daba los cinco centavos la maldecía; y, efectivamente, a todas ellas les ocurrían desgracias.

Desde entonces, y por muchos años, los habitantes de Mexicali solían llevar siempre en sus bolsillos una moneda de cinco centavos, no fuera a ser que se encontraran con la mujer que por maltratar a sus hijos quedó sola y penando sin poder alcanzar la paz.

Sonia Iglesias y Cabrera