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El usurero

A principios del siglo XX, vivía en una casa situada en la Plaza del Baratillo en la Ciudad de Guanajuato, un señor que vivía de prestar dinero a las personas que no tenían y lo necesitaban con urgencia. Este hombre era flaco, pálido, con bigote y una barbita de poco pelo; vestía un viejo pantalón negro y una camisa que repugnaba por su suciedad. Cuando prestaba dinero y pedía que se lo devolvieran en oro y con ganancias extras muy altas,  y exigía el pago rápido.

Era un hombre muy rico, al que le gustaba contar y sentir en la mano las monedas de oro que depositaba en la cama. Después de acariciar con sus monedas, las depositaba en baúles que guardaba en el sótano de su casa. El avaro prestamista tenía una frase que le había hecho famoso:”Peso que no deje diez, ¿para qué es?”

Era tan avaro que cuando el hambre le arreciaba por la mañana, salía de su casa a comprar un poco de atole y tamales. Por la tarde comía tortillas con nopales cocidos.La hermosa Plaza del Baratillo en Gunajuato

En una ocasión un hombre, llamado Pedro, le pidió prestados dos mil pesos, con los que el mal hombre iba a ganar casi en doble en tan sólo una semana. Pero Pedro huyó con el dinero y nunca le pagó nada.

Este hecho desquició por completo al usurero, que desde entonces se volvió más loco todavía. Su obsesión de contar y tocar el dinero se hizo mucho más apremiante, de tal manera que ya casi no comía, lo cual le llevó a la muerte. Pero antes de morir, el usurero logró enterrar su dinero, pero nadie sabe en donde lo enterró.

Desde entonces, en el cuarto de la casa donde el hombre contaba y recontaba sus dineros, se escuchan sonidos de tintineo de oro, y terribles suspiros de satisfacción. Los sonidos se escuchan hasta la calle acompañados de pasos que van de la recámara al sótano de la casa.

Pero en una ocasión una niñita de siete años entró en la casa con una veladora bendita y la prendió en el cuarto del hombre malo. Rezó mucho Padres Nuestros y los horribles sonidos se terminaron, pues con sus rezos el alma del usurero se fue a descansar en paz y ya nunca volvió a asustar a nedie.

Esta es la leyenda del usurero de La Plaza del Baratillo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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