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Jalisco Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Prehispanicas

La bella Tzapotlatena

Cuenta una leyenda prehispánica de Zapotlán El Grande, municipio del estado de Jalisco,  que en uno de los pueblos asentados alrededor de la Laguna de Zapotlán, llamado Tlayolan, vivía una mujer muy bella. Esta dama tenía fama de ser una excelente curandera, capaz de curar cualquier enfermedad por reacia que fuera. La increíble mujer llevaba el nombre de Tzapotlatena.

La hermosa curandera era nieta de una señora muy respetada  por la comunidad, y una de las más ancianas. Razón por la cual la curandera era asimismo muy respetada y querida. Además de que era muy admirada por sus dotes curativas que eran extraordinarias, por el conocimiento tan amplio que tenía de las plantas medicinales de la región, y por ser una mujer de lo más virtuosa y recatada.

En cierta ocasión, Tzapotlatena se encontraba en el campo estudiando las plantas y recolectado algunas que le hacían falta para su reserva, que siempre gustaba que estuviese bien surtida para lo que pudiera ofrecerse. En esas estaba cuando vio que un niño se acercaba a ella corriendo y gritando. Cuando el pequeño estuvo junto a la curandera le dijo que su madre se encontraba en trabajo de parto, pero que la situación era muy delicada ya que el bebé no lograba salir del vientre de su madre.

La Diosa Tzapotlatena

Al escuchar el relato del pequeño, la Tzapotlatena corrió a la casa de la parturienta para ayudarla. Sin embargo, el parto se presentaba muy dificultoso y lo realizado por la curandera no surtía ningún efecto positivo. En ese momento, la mujer, en su desesperación por ayudar a la mujer, les pidió a unos hombres que se encontraban fuera del jacal observando lo que sucedía, que le trajeran mucha resina de los pinos, toda la que pudieran. Los hombres partieron presurosos a cumplir con el encargo. Cuando regresaron a la choza, la Tzapotlatena se apresuró a hacer emplastos que colocó en el vientre de la parturienta, quien se encontraba loca de dolor.

Al poco rato, los emplastos surtieron efecto y el dolor de la pobre mujer fue cediendo. Nació un niño fuerte y sano. La bella curandera estaba impresionada por los poderes de los emplastos de resina. Nunca se imaginó que fuesen tan efectivos. Desde entonces cuando debía auxiliar a una mujer en trabajo de parto, empleaba los emplastos de resina para ayudar su dolor y para facilitar el parto si éste se presentaba dificultoso. Los maravillosos emplastos no solamente le servían para ayudar a las parturientas, sino que podían curar otro tipo de enfermedades. Su poder curativo era muy variado.

En una ocasión a Tzapotlatena la mordió una serpiente muy venenosa, y se puso muy grave. Le aplicaron sus famosos emplastos de resina, pero la mujer no reaccionaba y cada vez se ponía más mal. Conforme pasaban los días la curandera adelgazaba y el color se le iba de la cara. Al final, la curandera murió. Ella que había curado a tantas personas no había podido curarse a sí misma. Su funeral fue muy hermoso y concurrido, toda las comunidades de la zona acudieron llevando flores blancas como homenaje a una mujer tan bondadosa y sabia. Se convirtió en una diosa a la que los enfermos rezaban y solicitaban un milagro.

Además, los curanderos la convirtieron en su deidad, a quien veneraban por su descubrimiento de los salvadores emplastos de resina. Como siempre curaba a quien la veneraba pronto se hizo famosa no solamente en Jalisco, sino aún en el Señorío de Michoacán y en el Reino de Cazcan. El pueblo de Tlayolan donde la bella diosa había nacido, se convirtió en Tlayolan-Tzapotlan, el sitio donde se la veneraba y dedicado a la Diosa de los Curanderos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Estado de México Leyendas Cortas

Gervasia

Ixtapaluca es un municipio que pertenece al Estado de México, y es llamado El lugar donde se moja la sal. Su fundación se inicio entre los años de 1100 a.C. y 100 cuando el dirigente Xólotl inició su señorío en Tenayuca. En 1527, llegaron a Ixtapaluca los primeros religiosos españoles pertenecientes a la Orden Seráfica. Una leyenda de la tradición oral de este pueblo relata que hace muchos siglos en el municipio existían muchas haciendas, a cual más de rica; sin embargo, había una que sobresalía de las demás por su importancia y riqueza.

En tal hacienda vivía un hacendado con su hija Gervasia, tenía la joven diez y siete años, era bella y delgada. Un cierto día conoció a uno de los peones de la hacienda quien contaba con veinte años. En cuanto se vieron cayeron profundamente enamorados. Cuando el padre de la chica, don Pedro, se enteró de los amoríos de su hija, casi sufre un infarto ante tal atrocidad: un simple y pobre peón enamorado de su hija, y lo peor… correspondido. Sin embargo, no dijo nada, guardó silencio ante su hija pensando en lo que debía hacer al respecto. Permitió que ambos jóvenes se viesen y siguieran con sus amoríos.

La sufrida Gervasia en día de su boda

Un día los enamorados decidieron casarse. Don Pedro aparentemente consintió en tan desigual matrimonio. Llegó el día de la boda, eran las diez de la mañana. La boda sería a las once de la mañana, y la novia ya estaba completamente vestida luciendo un hermoso traje hecho con encaje valenciano, el mismo con el que se había casado su madre, doña Eulalia. En ese momento, su padre le pidió que acudiera con él a una de las habitaciones más apartadas de la hacienda, alegando que necesitaba hablar con ella.

Cuando llegaron a la habitación, don Pedro empezó a golpear salvajemente a la muchacha hasta que la novia quedó completamente inconsciente. Entonces, el malvado don Pedro, la llevó a un cuarto más pequeño y sin más miramientos la emparedó. Desde entonces nadie supo nada más de la pobre Gervasia.

Pasaron los años. La hacienda tuvo varios propietarios desde los hechos relatados. Fue dividida y vendida como vivienda. En una ocasión en que los albañiles estaban derribando una pared, encontraron a una mujer convertida en momia, vestida de novia y con una horrenda expresión de terror en el rostro. Era Gervasia, la que fuera emparedada por su padre siglos atrás por haberse enamorado de un pobre peón.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Guadalajara Jalisco Leyendas Cortas

Fermina

Cuentan en la ciudad de Guadalajara,  capital del estado mexicano de Jalisco, que en una ocasión Fermina fue llevada por su madre al Hospital Civil debido a un fuerte dolor en el vientre. Debían operarla de urgencia. Por lo tanto, los médicos la anestesiaron y la llevaron al quirófano para proceder. Fermina se durmió bajo los efectos de la anestesia.

Cuando despertó, se encontraba en un cuarto blanco y alto, con muchas camas con pacientes quejumbrosos. La oscuridad del recinto sólo se atenuaba por una luz que procedía del cubículo de las enfermaras. Fermina se dio cuenta de que una mujer vestida con los hábitos de monja antigua caminaba por entre las camas de los enfermos. Con el rostro cubierto, la monja se detenía en cada cama, miraba al doliente y rezaba. La aparición se repitió cada noche, justo cuando las enfermeras apagaban la luz y se trasladaban a su cubículo.

Fermina le preguntó a una de las enfermeras sobre la identidad de aquella monja, pero no obtuvo respuesta, sino solamente la indicación de que se fuese a bañar. Pero como la muchacha se sentía muy débil, esperó hasta la noche para acudir a bañarse. Al irse acercando al baño escuchó que alguien se encontraba en él y se estaba tomando una ducha. Cautelosamente, Fermina se puso a espiar y vio que una mujer con largo y negro cabello negro estaba bajo la ducha… pero en vez de chorrear agua lo que corría por su cuerpo y el suelo era sangre! De repente, la mujer volteó y Fermina vio que tenía unos ojos muy negros. Atemorizada, la joven volvió al dormitorio temblando de horror.

Poco después, Fermina trabó amistad con una enferma de su edad. Ya entradas en confidencias le preguntó si ella había visto a una monja que caminaba entre las camas de los pacientes. Fermina le respondió: -Por supuesto que la veo, siempre viene a rezarles a los enfermitos para que se curen rápido. Entonces la amiga le respondió: -¡Pero es que no me has entendido, esa mujer está muerta! ¡Fíjate bien, su cara es una calavera y flota porque no tiene pies!

La Monja fantasma

Incrédula ante lo dicho por su amiga, Fermina decidió cerciorarse por ella misma. Por la noche espero a que las enfermeras apagaran las luces y se mantuvo al acecho. Poco tiempo después la monja apareció. Fermina fingió dormir, pero la observaba a hurtadillas semi tapada por la colcha. Cuando se acercó a su cama, pudo constatar que, efectivamente la monja flotaba y su cara era una horrible calavera con dos profundos hoyos negros como ojos. Ante tan horrenda aparición, Fermina cayó desmayada.

Al día siguiente, muy tempranito, la muchacha, a pesar de aún no estar dada de alta, sacó su maleta de debajo de la cama, se vistió apresuradamente, y se fue cuan veloz era a su humilde casa que se encontraba en un cercano pueblo. Jurándose que nunca más volvería a pisar ese escalofriante Hospital Civil donde el fantasma de una monja se aparecía.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial Zacatecas

Luz y Rafael

Vicente Saldívar y Oñate, Caballero de las Órdenes de Santiago y Alcántara decidió construir su mansión en la Plaza Mayor de Zacatecas. Encargó la decoración de los salones a un joven que había sido educado en el Convento Franciscano de Guadalupe: Rafael de Santa Cruz. Uno de los religiosos del convento franciscano era fray Diego de la Concepción, un pintor español con mucho talento, quien se había ocupado de enseñarle a pintar a Rafael desde pequeño.

La hija de don Vicente, de nombre Luz y poseedora de una extraordinaria belleza, admiraba la obra del pintor Rafael de Santa Cruz y le observaba pintar a hurtadillas. Como era de esperar, los dos jóvenes se enamoraron. Pero ambos se daban cuenta de que se trataba de un amor sin esperanzas. El talentoso pintor sabía que pronto dejaría de ver a su amada pues las pinturas que tenía que realizar en los salones debía de terminarse muy pronto, pues se acercaba la fecha del la inauguración del palacio. Razón por la cual, el muchacho apresuró cuanto pudo el ritmo de su trabajo, hasta que su salud empezó a protestar, ya que las pinturas le provocaban mareos y sus ojos se irritaban. Cuando Rafael se sentía muy fatigado se iba al solárium del la mansión, que adornaban plantas y pájaros, y ahí se encontraba con su amada Luz.

Pero llegó el día en que terminó su trabajo. Don Vicente le pagó largamente por las magníficas pinturas realizadas. Muchos influyentes de la ciudad le ofrecieron nuevos trabajos, pero el joven los rechazó pues se encontraba muy fatigado y, además, tenía en mente irse a Italia a seguir estudiando pintura. Sin embargo, al ver la tristeza que embargó a Luz cuando supo de sus planes, desistió de su ansiado viaje a Europa. En lugar de ello, compró una pequeña casa atrás de la mansión de don Vicente, que quedaba justo frente al solárium que todos los días regaba su adorada.

Como Rafael seguía sintiéndose mal, no le quedó más remedio que consultar con un médico. El diagnóstico fue que el pintor se encontraba mal del corazón y de los pulmones. El médico le aconsejó que cambiase de casa, pues se encontraba situada en una parte alta, lo cual no ayudaba a mejorar de sus males. Pero Rafael se negó a mudarse, pues sabía que ya no podría ver a Luz, aunque fuera de lejecitos, como hasta entonces lo venían haciendo, pues ambos eran conscientes de lo imposible de su amor.

El Solárium

En esas estaban, cuando una dama le encargó al pintor una imagen de Nuestra Señora de la Luz que iba a regalar al convento. Rafael aceptó. Trabajaba todo el día, menos en los momentos en que sabía que Luz acudía a la galería a regar las plantas. Entonces detenía su trabajo y se asomaba a su ventaba a verla.

Tres días después de haber terminado la imagen, Rafael murió junto a su caballete de trabajo. Luz, cuando no le vio más asomarse, envió a un cochero a la casa de su amor para ver que ocurría. Fue terrible su dolor cuando se enteró de la muerte de su amado. Desde entonces puede verse en la capilla del convento la imagen de Nuestra Señora de la Luz, cuya hermosa faz no es otra sino la Luz, la amada del pintor Rafael.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial Zacatecas

Los enamorados de la Plaza de Zamora

Cuenta una leyenda de Zacatecas que en el año de 1696, Pedro de Quijano decidió que su hija María Leonor debía casarse con el minero Juan Antonio de Ponce y Ponce, quien era, además, dueño de la Hacienda de San José. La hija se negó rotundamente a obedecer la voluntad de su padre, y alegó que prefería meterse a monja o morir, antes de casarse con un viejo de cincuenta años, viudo y feo. Por otra parte, la bella joven estaba enamorada de un galán llamado José Manuel Zamora, ahijado de una amiga de la madre de María Leonor: doña Catalina de Sandoval, quien había prometido, antes de su fatal muerte, que velaría por su felicidad. Doña Catalina era rica y pensaba donarle a José Manuel toda su fortuna cuando muriese.

El padre de la muchacha insistía en que aceptara al viejo viudo, pues los problemas económicos no le dejaban vivir en paz. Entonces, ordenó a una mulata que era bruja, que siguiese a su hija, para conocer la razón se su persistente negativa matrimonial. La mulata le informó que todos los días que iba a misa la joven era seguida por un galán, y que al llegar a la pila de agua bendita, le ofrecía el agua sagrada con sus dedos y luego la acompañaba de regreso a casa. A más, le comunicó que todas las noches los jóvenes enamorados se veían en una reja que estaba detrás de la casa para platicar y pelar la pava.

Al conocer lo que acontecía con su hija y su enamorado, don Pedro, furioso, le pidió una entrevista al alcalde mayor, don Juan de León Valdez. Al recibirlo, inmediatamente le comunicó al alcalde mayor que un joven quería asesinarlo para quitarlo de su cargo público y que se trataba de un boicot organizado por los que estaban en contra de las autoridades españolas de la Nueva España. El alcalde mayor no dudó de las palabras de don Pedro, pues le tenía en gran estima, y ordenó la inmediata aprensión de José Manuel Zamora. Cuando llegó al crucero de Quijano, le entregaron una carta a José Manuel que guardó, sin leerla, en el bolsillo. María Leonor abrió en ese momento la ventana, y vio como unos guardias apresaban a su amado. Loca de dolor y miedo por su galán, la joven acudió a su adoratorio particular. Se topó con su padre, quien al verla le dijo: -¡Hija mía, el Cielo siempre castiga la desobediencia.

La Plaza Zamora en la Ciudad de Zacatecas

Pasados tres días, se alzó el cadalso frente a la casa de María Leonor donde iba a ser ejecutado José Manuel. Pálido y demacrado, pero digno, el muchacho subió las escaleras del cadalso con un crucifijo en las manos, lo besó y dirigió una última mirada a la casa de su amada. Todo había acabado: el joven fue ejecutado sin piedad.

Pocas horas después, María Leonor ingresaba al Convento de la Merced, donde murió muchos años después en olor a santidad.  La plazuela donde falleció el valiente José Manuel llevó desde entonces el nombre de Plazuela de Zamora.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial

El Señor del Veneno

Hace ya muchos siglos, en la Nueva España vivían dos caballeros españoles. Ambos residían en la Ciudad de México. Don Fermín Andueza, uno de los caballeros, era un hombre muy rico, tan rico como devoto. Cada maña se levantaba antes de que saliese el sol y se dirigía a la Catedral de la ciudad para asistir a misa. Siempre salía de su casa correctamente vestido de negro y envuelto en una majestuosa capa andaluza también negra, pero forrada de seda roja. Al terminar la misa, don Fermín se detenía en el altar donde se encontraba un hermoso Cristo, grande y sufrido. Al detenerse, depositaba en una bandeja una moneda de oro, y procedía a besar los pies del Santo Cristo. Nunca faltaba a misa el devoto don Fermín, siempre realizaba las mismas acciones después de la liturgia: dejar la moneda de oro para ayudar a los pobres y besar los pies ensangrentados del Salvador.

El otro caballero se llamaba don Ismael Treviño. Era un hidalgo tan rico como don Fermín, pero tenía mal alma, era envidioso y truculento. Nunca ayudaba a nadie que se encontrara en desgracia, ni amigos ni familiares. Su mezquindad le destacaba, a la vez que su codicia y tacañería le hacían odioso. Le molestaba infinitamente que don Fermín dejara la tradicional moneda de oro para los pobres. No soportaba que nadie hiciese el bien, aunque no se tratara de su dinero. Envidiaba terriblemente a don Fermín por el que sentía una creciente antipatía que ya llegaba al odio. A cualquiera que deseara oírlo, le hablaba mal del devoto y caritativo caballero.

A don Fermín todo lo que emprendía le salía bien. Tenía suerte. En cambio a Ismael todo le salía mal. Y renegaba de su mala suerte todo el tiempo. Tanto odiaba Ismael a Fermín, que un mal día deseó verlo muerto. Acudió con un hombre que era alquimista y le solicitó que le preparase un buen veneno. Mediante algunas monedas de oro, el alquimista le entregó al mal hombre un veneno azul, que se distribuía por todo al cuerpo pasados unos días de su ingesta, y la persona moría sin sufrir en demasía y sin dejar rastro.

El Milagroso Señor del Veneno

Inmediatamente, don Ismael envió a uno de sus criados a la casa de don Fermín con un delicioso pastel impregnado del terrible veneno, diciendo que se lo enviaba el regidor del Ayuntamiento. Agradecido por el obsequio, el buen hombre se desayunó el pastel acompañándolo de un sabroso chocolate. En seguida, se marchó a misa, siempre seguido por Ismael.

Don Fermín realizó lo que todas las mañanas hacía: oyó misa, se acercó al Cristo de su devoción, dejó la consabida moneda de oro,  y beso los heridos pies… en seguida, una macha negra se extendió por todo el Cristo. Al ver lo que sucedía, don Fermín se asombró y asustó, y don Ismael, que espiaba desde un rincón de la capilla, corrió a arrodillarse ante el caritativo caballero, le confesó su delito y le pidió perdón a gritos destemplados.

El Santo Cristo había absorbido el veneno que llevaba don Fermín en el cuerpo y se había puesto completamente negro. Ante su confesión y arrepentimiento, don Fermín perdonó a su agresor, e impidió que se lo llevaran preso. El envenenador huyó para siempre de la Nueva España, y jamás se le volvió a ver.

El Cristo fue objeto de veneración por parte de las habitantes de la Ciudad de México que le ponían muchas velas en su altar. Un mal día el Cristo se chamuscó completamente, pero fue sustituido por otro de color negro, para que siempre se recordarse lo acontecido con el Señor del Veneno.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Michoacán

El Señor de Araró

Araró es un pueblo del estado de Michoacán, situado en el Municipio de Zinapécuaro. Su nombre completo es San Buenaventura de las Aguas Calientes de Araró. Este poblado es famoso, además de por aguas termales, porque en él se encuentra la imagen del Señor de Araró, cuya fiesta patronal se celebra el segundo viernes de cuaresma y el jueves de ascensión, cuyas fechas son variables. La imagen es muy bella, hecha de tamaño natural y muy ligera, pues está elaborada con una pasta llamada tatzingueni: una mezcla de caña de maíz pulverizada a la que se agregan los bulbos de una orquídea conocida como tatziqui. Esta pasta fue empleada por los antiguos purépecha para labrar muchas de las imágenes de sus dioses originales.

En el siglo XVI, el obispo don Vasco de Quiroga, hizo que viniese a tierras michoacanas  don Matías de la Cerda, para que aprendiese a realizar imágenes con dicha pasta, desconocida en España. Uno de sus descendientes, Luis de la Cerda, antes de comenzar a trabajar la pasta con la que daría vida a sus esculturas, se confesaba y rezaba para que todo saliese con esperaba, pues se trataba de un hombre muy devoto.

Hasta la fecha, el Señor de Araró sigue siendo muy venerado y querido. Una leyenda nos cuenta que a finales del siglo XIX, una joven muy bella que vivía en la Ciudad de Guanajuato, contrajo una enfermedad misteriosa que le empezó a carcomer la nariz. La niña de nombre Consuelo, estaba próxima a casarse con el hijo de una de los más ricos mineros de la región. Ambos se amaban mucho; sin embargo cuando Diego, el prometido, vio que su novia se iba quedando sin nariz, empezó a alejarse de la desgraciada Consuelo.

El Milagroso Señor de Araró

Ni que decir tiene que los padres de la chica trajeron a todos los médicos famosos del estado de Guanajuato con el fin de que curaran a su pequeña. Pero todo fue inútil.

Un cierto día, la tía María le dijo a la madre de Consuelo que en Araró existía una imagen de Jesucristo crucificado que era muy milagrosa, que llevase a la joven para que le pidiese un milagro que la salvara de su tragedia. Decidida, la familia emprendió el viaje al santuario de Araró. Al llegar Consuelo se postró inmediatamente ante el Cristo, y le pidió con toda la fuerza que le dio su dolor que la curarse. Así pasó una semana. Regresaron a Guanajuato. Pasó otra semana más y Consuelo empezó a notar que su nariz se curaba y ahí donde había llagas brotaba carne nueva y sana.

Al mes, estaba completamente curada y Consuelo pudo casarse con Diego, quien vivió siempre agradecido al milagroso Señor de Araró. Desde entonces nunca faltaron a las misas de celebración del Cristo, y siempre se cuidaron de ayudar a los necesitados.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Prehispanicas Yucatan

Ki, el Henequén

El nombre científico del henequén es Agave Fourcropydes, especie que pertenece al Género Agave; puede crecer hasta los dos metros de altura, sus hojas son rectas, ensiformes, con una espina en la punta, y una hermosa inflorescencia color amarillo. En español lo conocemos como henequén o sisal, debido al puerto del mismo nombre; y en lengua maya se le llama ki, kiij o elsokil; de acuerdo a sus cualidades se le suele nombrar sac ki al henequén blanco, yaax ki al verde, y kitam ki al jabalí. El henequén es originario de la Península de Yucatán. Con la fibra de sus hojas se hacen multitud de productos para uso industrial, de ornato, y doméstico. Las principales zonas de cultivo en la Península son Tixkokob, Izamal, y Motul.

Los mayas antiguos conocían al ki, con el cual elaboraban diversos artículos de uso diario como vestimenta, morrales, cuerdas, hamacas, y esteras, para mencionar solamente algunos. El henequén tenía un carácter sagrado pues su conocimiento se debía a Zamná, deificado con el nombre de Itzamná, el gran sacerdote maya que comandó a los itzáes y fundador de Chichén Itzá en 525. Héroe cultural de los mayas a quienes dio conocimientos para seguir adelante con su extraordinaria cultura, quien, como nos informa la autora de esta reseña:

En la cosmovisión maya Itzamná ocupa un papel fundamental en la creación del universo. Sentado desde una banda astronómica, símbolo de los planetas, dirigía al cosmos desde su morada en el Cielo. Itzamná, creador del fuego y del corazón, representaba la muerte y el renacimiento de la naturaleza. Debido a su carácter omnipresente se le representó de muy variadas formas: como viejo desdentado; como pájaro sagrado, Itzam Ye, símbolo del plano celestial; y como cocodrilo, Itza, Na Kauil, connotación  del plano terrestre. Asimismo, su imagen podía representarse con atributos de jaguar, venado, pez, y serpiente. Fue asociado con el agua, el fuego, la vida y la muerte. Estaba vinculado con el rostro del Sol y con la lluvia y, por ende, con la agricultura. Fue el hijo de Hunab Ku, el dios único, y esposo de la diosa Ixchel, la truculenta Diosa de la Luna. Su nombre proviene de su famosa frase con la que se definió ante los hombres: Itz en kaan, itz en muyal, soy el rocío del Cielo, soy el rocío de las nubes. Pero su nombre también puede significar “casa de la iguana” Según el historiador Eric Thompson, su nombre deriva de itzam, lagarto, y de naaj, casa, lo cual nos daría Casa de Lagarto. El Dios Cocodrilo enseñó a los hombres el cultivo y el uso del ki, henequén. Además, fue el primer dios-sacerdote inventor de la escritura y de los libros, y el mecenas de la medicina. Es nada menos que el descubridor de las ciencias y el conocimiento, y patrón del día Ahua, el último y el considerado el más importante de los veinte días maya que conforman el mes.

El Maravilloso Henequén

Cuando Zamná abandono Chichén Itzá, se dirigió a la ciudad de Izamal, donde encontró la muerte, cuyos restos fueron distribuidos por varios edificios de la ciudad prehispánica. En esa ciudad se adoraba al dios Rocío del Cielo, no en vano es una gran productora de ki.

Una leyenda maya nos relata que en la región no había nada de agua, ni ríos ni montañas. De pronto, surgieron unas oscuras nubes en el cielo y empezó a caer una pertinaz lluvia. Todos los itzáes se pusieron muy contentos. Zamná, al ver tanta agua, decidió ir a buscar adónde podría guardar un poco para los momentos de escasez.  En esas estaba cuando se acercó a una planta cuya espina se le clavó en  el muslo; la sangre brotó inmediatamente. Sus compañeros, al ver que el dios-hombre estaba herido, se pusieron a cortar las hojas de la planta y a azotarlas contra unas grandes piedras planas y lisas que se encontraban cerca, para castigarla por el daño ocasionado al dios. Al ver lo que hacían sus súbditos, Zamná se dio cuenta que de las hojas se desprendían unas fibras largas y muy fuertes, y pensó que serían de mucha utilidad para todos. Entonces, el héroe bondadoso, enseñó a los itzáes a trabajar el henequén para obtener buenas fibras para hacer cestos, ropa, cuerdas, morrales, y poder atar lo que se necesitase. Así fue como Zamná dio a los hombres el henequén y fundó en ese sitio la noble ciudad de Izamal, como le fuera señalado por los dioses.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Chiapas Leyendas Cortas

La novia burlada

Tiltepec es un pueblo que se encuentra en el estado de Chiapas, en el Municipio de Jiquipilas. Se trata de una localidad pequeña, pero con una fuerte tradición oral. De ahí proviene la leyenda que vamos a relatar.

En Tiltepec vivía una pareja de enamorados, muy conocidos en la comunidad, pues ella era muy bella y él muy apuesto galán, y ambos pertenecían a buenas familias. La más enamorada de la pareja era la muchacha. Estaban prontos a contraer matrimonio, a la ceremonia estaba invitado todo el pueblo. Todo marchaba a la perfección. Sin embargo, un día antes de la boda, la joven decidió ir a visitar al novio a su casa, aun cuando según dictaba la tradición eso no debía de hacerse, pues era creencia que traería muy mala suerte. A pesar de todo, la joven contravino la norma y se dirigió a la casa de su adorado novio, pues se moría de ganas de verle.

Al llegar a la casa tocó a la puerta, y como nadie acudió a abrirle, entró hasta la recámara. Al ver la cama se llevó tal sorpresa que estuvo a punto de desmayarse, pues en ella se encontraban su prometido haciendo el amor con su mejor amiga. Al verlos, la novia fue al patio por un grueso palo, regresó a la recámara, y mató a palos a los infieles, quienes ni siquiera alcanzaron a defenderse ante tan salvajes y certeros golpes. Una vez cometido su crimen, la desilusionada muchacha se puso a llorar y regresó a su casa.

La pobre novia burlada

Al siguiente día, la mañana del casamiento, la joven se presentó en la iglesia vestida de novia y acompañada de sus padres que nada sabían de lo que su hija había hecho. Esperaron los concurrentes la llegada del novio en el interior de la iglesia. El tiempo pasaba y el muchacho no se presentaba. Dos horas después, los invitados empezaron a reír y a burlarse de la atribulada novia. La situación les parecía muy graciosa. Llorando de rabia, la mujer se salió de la iglesia al tiempo que profería una terrible maldición a los asistentes: -¡Por haberse burlado y reído de mí, yo los maldigo, y todos ustedes encontrarán una pronta muerte! Y efectivamente así sucedió. En el lapso de un mes todos los invitados habían muerto de manera misteriosa.

Desde ese nefasto día de la boda frustrada, a partir de las nueve de la noche se oyen en la iglesia voces que gritan: -¡Que vivan los novios! ¡Arriba los novios! Y si alguien llega a escuchar el repiqueteo de las campanas, inmediatamente se muere y su fantasma rondará en la iglesia para siempre.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Leyendas de Terror Puebla

La Mano Pachona

La siguiente leyenda es una de las tantas versiones que existen acerca de la Mano Pachona, a la cual se la conoce también con otros nombres: La Mano Peluda, La Mano del Diablo, y la Mano Negra. La versión que a continuación relatamos pertenece al folklore del estado de Puebla, y ocurrió en el año de 1908.

En la llamada Calle de Merino, existía una casa de empeño conocida como Casa Comercial de los Villa. Era una de tantas casas de empeño que había en la Ciudad de Puebla por aquellos años. Y aun cuando cobraban muy altos intereses, el gobierno de Porfirio Díaz las permitía con beneplácito ya que le aportaban muy buenas ganancias, aprovechándose de la necesidad económica del  pueblo.

El dueño de la Casa Comercial era gordo, grasoso, calvo, y chaparro. Pero lo que más llamaba la atención de su físico era que estaba muy peludo, tanto en el cuerpo como en los brazos y las piernas. Era todo pelos negros e hirsutos. Se contaba que había hecho buen dinero administrando, fraudulentamente, un mercado de la ciudad, para luego dedicarse a prestamista. Tenía por esposa a una mujer flaca y gangosa, desagradable y fea.

La Mano Pachona

Los habitantes de la Ciudad de Puebla lo odiaban por usurero. Todo aquel que le empeñaba algo o le pedía dinero prestado acababa maldiciéndolo. A todas las personas les chocaba verle los dedos de las manos tan  llenos de anillos de oro y piedras preciosas.

Este mal hombre jamás fue capaz de llevar a cabo una buena acción, y menos aportar dinero para una obra benéfica. Era avaro hasta las cachas. Cuando alguien pasaba frente a su casa no dejaba de murmurar: -¡Ojalá algún día Dios te seque la mano! Adentro, se encontraba Villa y su mujer muy satisfechos contando las monedas que habían obtenido esquilmando al prójimo.

Un cierto día, el prestamista pasó a mejor vida. Lo enterraron en el Cementerio de San Francisco. Entonces sucedió que al dar las once de la noche, una mano negra y horrible trepaba por la barda del cementerio, con el fin de atrapar a los que pasaban por ahí. Cuando lograba coger a alguien, la horripilante Mano Peluda llegaba hasta la cara de su víctima y le sacaba los ojos para, en seguida, estrangularla.

Después de haber cometido los horribles crímenes, la Mano Pachona regresaba a su cripta a meterse a su ataúd. El encargado de cuidar el cementerio por las noches aseguraba y juraba por la Santa Virgen, que la mano ostentaba anillos de oro y piedras preciosas en sus asquerosos dedos peludos…

Sonia Iglesias y Cabrera