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Leyendas Cortas Nayarit

Peter, el mal amante

San Blas es un puerto y una ciudad del estado de Nayarit. Fue fundado durante el Virreinato, y fue uno de los puertos más importantes del Pacífico, fundado por el conquistador Nuño de Guzmán. Debe su nombre al santo español conocido como el monje Blas de Mendoza. De dicho puerto es originaria una triste leyenda, que aconteció hace ya muchísimos años, en la ciudad que lo acompaña.

Elena era una jovencita de dieciocho años que vivía con sus padres y sus dos hermanos en una rica casona blanca por fuera y con escaleras y pisos de mármol por dentro.

En una ocasión en que Elena acudió a pasearse por el parque central de la ciudad con su dueña, se topó con un hermoso marinero venido de allende los mares. Peter era rubio, tenía los ojos azules, y sobresalía por su elevada estatura. Todas las jóvenes le codiciaban. Pero Peter también observó a la linda Elena, y se enamoró de ella. Ambos estaban como locos de amor, ambos se idolatraban cada día más.

El marinero llamado Peter

El romance duró cerca de seis meses, ni que decir tiene que la familia de Elena ignoraba tal situación, pies la joven nada había dicho, sabedora de que nunca aceptarían sus padres a un pobre marinero llegado de lejanas tierras holandesas.

A los seis mese cumplidos, Peter le comunicó a su amada que debía partir en el mismo barco que le había traído, ya no podía demorar más su estancia en San Blas. La joven se desesperó ante tal aviso, y le rogó a su querido Peter que no se fuera. Pero nada logró. El marinero estaba decidido a partir, pues era su deber. Sin embargo le juró y perjuró a Elena que nunca la olvidaría y que pasados otros seis meses, regresaría para casarse con ella, lo quisieran a no sus padres. Y que mientras comprara el vestido de novia más hermoso que encontrara. Así lo hizo la joven, y cada noche sacaba el vestido de su ropero y lo acariciaba, en espera de podérselo poner muy pronto y acudir a la iglesia a casarse.

Pero el tiempo pasó, se cumplieron los seis meses y Peter no regresaba. Cuando hacía un año que la joven se había quedado solo, el ingrato enamorado aún no regresaba y la niña empezó a mostrar extraños síntomas de extravío. A estas alturas sus padres ya se habían dado cuenta de lo sucedido. La llevaron con muchos doctores, pero nadie pudo hacer nada por ella.

Cada domingo Elena se ponía el traje de novia y acudía al muelle en espera de ver acercarse el barco que le traería de vuelta a su amado. Los años fueron pasando, los padres de la infeliz novia murieron, y sus hermanos se encargaron de cuidarla. Elena envejeció, la cara se le arrugó completamente y el pelo se le blanqueó. De su belleza nada quedaba. Completamente enloquecida, un domingo vio bajar de un barco a un hermoso joven rubio, al verlo corrió a su encuentro, pero no logró alcanzarlo pues cayó fulminada por un paro cardíaco. Al verla en el suelo, el joven se apresuró a recogerla, y cuando la tuvo en sus brazos, escuchó que Elena le decía con una voz muy débil: -¡Por fin regresaste, amor mío!… y en ese instante expiró. El joven desconcertado nunca supo qué le quiso decir la anciana moribunda, pues como era obvio, no se trataba del desgraciado Peter, del cual nunca se supo nada.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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Ciudad de México Leyendas Cortas

El Árbol de los Colgados

Una leyenda de Tlalpan, una de las delegaciones de la Ciudad de México, relata que en el Jardín Principal, situado en la Plaza de la Constitución en el centro de Tlalpan, existe un árbol que se conoce con el nombre de El Árbol de los Colgados. Por las noches se pueden escuchar desgarradores lamentos de mujeres, y se aparecen fantasmas, por lo cual los vecinos no se aventuran a cruzar el jardín pasadas las doce de la noche.

Todo comenzó en el tiempo en el que reinaba el archiduque austriaco Maximiliano de Habsburgo en México. Como había muchos ladrones y malhechores en la zona, el general Tomás O’Horan, que era el prefecto de Tlalpan y que posteriormente fuera fusilado por las tropas de Benito Juárez por traidor a la Patria, decidió que para darles un escarmiento a los criminales, se les colgara en los árboles de lo que ahora es el Jardín Principal.

Así las cosas, en 1866, se descubrió una conspiración contra Maximiliano, que tenía el propósito de librar al país del dominio europeo. Los conspiradores, todos ellos juaristas, fueron apresados, fusilados y colgados de un árbol.

El Árbol de los Colgados de Tlalpan

Ante tal hecho la población de Tlalpan y de México se indignó sobremanera, y las ansias libertarias se acrecentaron. El deseo de la libertad bullía y se dejaba sentir. La muerte de los insurgentes había servido de ejemplo.

El árbol donde fueron colgados los patriotas persiste hasta la fecha, se le conoce como El Árbol de los Colgados, y se mantuvo en su sitio cuando hicieron el Jardín Principal, en el año de 1872. Bajo el árbol se puede ver una placa en la que están inscritos los nombres de los conspiradores de la libertad: los coroneles doctor Felipe Muñoz y Vicente Martínez, el mayor Manuel Mutio, el capitán Lorenzo Rivera, y el teniente José Mutio.

Al final, como todos sabemos, el emperador fue fusilado en Querétaro, y Benito Juárez pudo gobernar al país.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Coahuila Leyendas Cortas

El alma en pena

En la ciudad de Coahuila se cuenta una leyenda desde hace mucho tiempo. En ella se relata que había una familia de campesinos que se dedicabaN a plantar maíz, calabaza y frijoles. Araban, plantaban y cosechaban sus productos. Mientras el padre de familia trabajaba junto con la madre y dos hijos ya mayores, el más pequeño, el benjamín, se quedaba en la casa jugando.

Un día en que todos estaban trabajando, se dieron cuenta de que Carlitos, el hijo menor, tenía largo rato que no salía de la casa, como solía hacerlo de vez en vez para mirar a sus familiares trabajar en la milpa. Cuando la madre entró a la casa para ver qué pasaba, encontró al pequeño como pasmado. Estaba quieto, no oía ni hablaba. Al verlo en ese estado lelo, la madre fue a traerle un vaso con agua, a ver si así reaccionaba. Cuando la madre le iba a dar de beber, Carlitos comenzó a llorar desesperadamente, y le dijo a la mujer que había visto dentro de la casa a un hombre vestido de fraile, y que cuando trataba de acercarse a la figura ésta desaparecía para volverse a aparecer.

Nadie de la familia creyó lo que contó el pequeño. Sin embargo, el hecho sucedió en muchas ocasiones; ya no solamente se le aparecía al niño, sino a todos cuando se encontraban reunidos en casa.

La carreta del fraile asesinado

Las apariciones del fraile se hicieron continuas e insoportables, pues todos estaban aterrados, y no sabían qué hacer. En una ocasión el fraile les dijo con una voz cavernosa que por favor le dedicasen una misa, pues su alma estaba en pena y no tenía descanso. Que unos bandoleros le habían matado cuando se dirigía a entregar a sus superiores las limosnas de todo un año y monedas de oro que un ricachón había obsequiado a la iglesia.

Los ladrones le habían robado las limosnas, pero no el oro que llevaba escondido en la carreta en que viajaba. Se había salvado de milagro. El fraile les dijo el lugar donde había quedado la carreta y dónde se encontraban las monedas. Que usaran unas cuantas para pagar las misas, y que se quedaran con el resto.

Así lo hizo la familia. Encargaron misas todo un año, para que el religioso descansara y las horrendas apariciones no volvieron a tener lugar. Con el dinero compraron una tienda y ganaron mucho dinero. Vivieron felices para siempre, gracias al alma en pena del buen fraile dominico.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Prehispanicas

El Gato Montés y el Tecolote

Cuenta una leyenda que hace muchos siglos, antes de la llegada de los conquistadores españoles a estas tierras del Anáhuac, una noche un Gato Montés buscaba una presa para comerla, pues el hambre le arreciaba. Aguzaba sus ojos buscándola por los arbustos y la hierba. Desde las ramas de un árbol, un Tecolote de brillantes ojos le observaba, con el fin de abalanzarse sobre el Gato y picarle los ojos. Cuando vio que el Gato se encontraba distraído en su búsqueda de alimento, el Tecolote se echó sobre el felino y le dijo que tenía hambre y que le iba a sacar los ojos para saciarla, y que de paso salvaría la vida de algún animal que pudiera cazar el Gato. Éste, muy asustado, le contestó que menudo susto le había dado, y le rogó que solamente le sacase un ojo, pues si se llevaba los dos, sería muy desgraciado, ya no podría cazar y se moriría de hambre.

Al escuchar sus palabras, el Tecolote aceptó lo que le pedía el felino, pero le advirtió que a la otra noche regresaría por el otro ojo, y le pidió la dirección de su casa; el Gato Montés se la dio. El Gato perdió uno de sus ojos, ni luchar pudo para impedirlo debido a la tremenda oscuridad en que se encontraba el campo. Antes de irse, el Tecolote le preguntó cómo se llamaba, a lo que el gatito tuerto le contestó: – Me llamo Escarmentarás. -¡Qué extraño nombre el tuyo, replicó el Tecolote y se echó a volar.

Escarmentarás, el Gato Montés

A la noche siguiente, el Tecolote se encontraba en el mismo lugar, a la misma hora, esperando que llegase el Gato Montés, quien no se presentó. Sumamente disgustado por la ausencia del Gato, el ave se dirigió a la casa del impuntual. Cuando llegó vio que se trataba de un agujero, al cual no se atrevió a entrar, no fuera a ser que en su intento perdiera la vida. Consideró más prudente gritarle al Gato: -¡Escarmentarás, aquí estoy, he venido a que cumplas con lo prometido! El Gato le contestó desde su guarida que estaba tan escarmentado que no siquiera salía para ir a hacer sus necesidades.

Muy enojado el Tecolote se quedó vigilando el agujero con la esperanza de que Gato saliese. Pero empezó a amanecer y a Tecolote le empezaron a molestar los rayos del Sol que le impedían ver bien. Así que decidió irse. El Gato Montés se asomó y al ver que Tecolote ya no estaba, se alegró mucho, porque había podido conservar su ojo y podría cazar para no morir de hambre.

Desde entonces los gatos monteses no salen a cazar de noche, solamente se aventuran de día, pues lo que le sucedió a Gato, ¡los escarmentó para siempre!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas

Beatriz y la enana

Beatriz Ponce de León era una rubia y bella muchacha que vivía en la capital de la Nueva España. Contaba con diecisiete años de edad y era hija de don Alfonso, rico comerciante que poseía una casa enorme en las calles de Moneda, cerca de la  Catedral. El acaudalado hombre era viudo desde hacía cinco años, pues su esposa, doña Clara, había muerto a causa de una terrible epidemia que asoló a la ciudad, allá por los años de 1570.

Como es de suponer, Beatriz estaba muy consentida por su padre, y sumamente vigilada. Cuando salía a hacer compras por los Portales de la Plaza Mayor o a misa a la Catedral, siempre iba acompañada de su dueña, Fernanda, quien la había criado con a una hija. Aun cuando tenía muchos enamorados, casi nadie se le acercaba por temor a molestar a don Alfonso y porque la chica era seria y recatada.

En una cierta ocasión en que Beatriz y Fernanda salieron a oír misa un domingo del mes de noviembre, al terminar la ceremonia vieron a in indio que llevaba una larga vara en los hombros, de la cual colgaban ramilletes de amarillas y frescas flores de calabaza. Alejándose un poco de Beatriz, que permaneció en el atrio de la iglesia, la dueña se acercó al vendedor, a fin de adquirir varios ramos de flor, para que la cocinera de la casa le hiciese a don Alfonso una ricas quesadilla de flor de calabaza con epazote, que tanto le gustaban. Tardó la mujer unos siete minutos en comprar lo deseado, cuando terminó, regresó al atrio por la muchacha… pero no la encontró. Asustadísima, la buscó adentro de la Catedral, alrededor de ella, fue a los Portales que rodeaban la Plaza Mayor sin poder  dar con ella. Enloquecida de miedo y dolor, se fue a la casa de Moneda y avisó a su patrón lo acontecido. Furioso contra la dueña, el padre inició una exhaustiva búsqueda por toda la Traza de la Ciudad, sin ningún resultado positivo.

La horripilante enana raptora

Pasaron los años, y cuando don Alfonso era ya un anciano, una misteriosa mujer pidió hablar con él. Al tenerlo frente, le dijo que sabía dónde se encontraba su hija, y que por unas monedas de oro, le diría su paradero. Sin pensarlo dos veces el hombre accedió. Y la mujer le contó que ese día que se perdió, una enana india se la había llevaba con ella. Se trataba de una mujer que tan solo medía ochenta centímetros de altura y sus brazos alcanzaban los veintiún centímetros. Tenía doble coyunturas en su cuerpo, el pelo lacio enmarañado y seco como si estuviera mezclado con sangre, y era fea de una manera absoluta. Le dijo que la enana se había llevado a Beatriz con el fin de sacrificarla a los dioses de los indios, y que ella conocía la casa en que se encontraba.

Salió don Alfonso acompañado por varios criados y la mujer. Llegaron hasta las afueras de la traza, donde se encontraban los barrios de los indígenas. Entraron a una casa, cuyo sótano estaba oscuro y húmedo, y la mujer le dijo al rico español: – ¡Mire, don Alfonso, ahí está su hija! Al mirar el hombre hacia el lugar señalado, sólo vio unos huesos sobre una mesa de madera podrida, al tiempo que escuchaba una burlona carcajada de la mujer. Fue tal el impacto que sufrió el pobre hombre, que quedó loco para siempre. Su hija había sido sacrificada al dios Huitzilopochtli por sacerdotes clandestinos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas

La hija maldita

Cuenta una leyenda que en el  año de 1828, en el barrio de San Pablo de la Ciudad de México, en el antiguo barrio de Tenochtitlan conocido con el nombre de Teopan, Lugar de Dios, se forjó una leyenda que aún las abuelas cuentan a sus espantados nietos.

En esta época, pasada ya la guerra de Independencia, vivía en una casa colonial una viuda con su hija de diecisiete años. Vivían las dos solas, pues el marido de doña Catalina había muerto de unas fiebres que los doctores nunca pudieron curar ni determinar a qué se debían. Al morir don Pancracio había dejado una buena fortuna a su familia, razón por la cual las mujeres se encontraban en buena situación económica.

El horripilante monstruo del Barrio de San Pablo

La madre cumplía todos los caprichos de Delia, la hija, le compraba vestidos, zapatos, tápalos y chucherías para que adornara su arreglo personal. En una ocasión la chica vio en el Portal de Mercaderes un hermoso collar de rubíes, y como se acercaba la fiesta de su cumpleaños, deseó tenerlo para lucirlo ante su familia y amigos que acudirían a felicitarla. Así pues, acudió presurosa a la recámara de su madre, en la que se encontraba rezando, y le contó lo hermoso que era el collar y lo bien que le quedaría con su nuevo vestido rojo de satín. Al oírla doña Catalina le respondió que lo que pedía era exagerado. Por un lado el collar costaba demasiado dinero, y por otro, le dijo que era muy joven para llevar joyas de esa categoría. Delia armó un soberano berrinche: lloró, suplicó, se tiró al suelo y juró matarse si la madre no le cumplía el capricho. Pero Catalina se mostró inflexible y se negó rotundamente a comprarle el collar deseado. Al verse frustrada en sus deseos, Delia, se levantó del suelo donde se hallaba llorando, y le propinó dos fuertes cachetas a su madre que la hicieron sangrar y caer al suelo. Sentida y furiosa, doña Catalina le dijo a su hija: -¡Por estos golpes que me has dado, yo te maldigo, y lo pagarás con el primer hijo que tengas!

Pasaron dos años, hija y madre nunca más se volvieron a dirigir la palabra. Delia se casó y se fue a vivir a una gran casa que se encontraba en el mismo barrio de San Pablo. Un año después de su matrimonio, dio a luz a su primer hijo, pero ¡Oh, desgracia! El hijo era un monstruo. En el periódico El Iris, con fecha 3 de junio de 1828, se pudo leer la siguiente noticia. …en el barrio de San Pablo, una mujer parió a un monstruo de figura de marrano, liso y sin pelo, de color tostado, cabeza grande, redonda, cerdas en la frente, boca grande rasgada, dos dientes, nariz chata, orejas de mono, rabo corto, los pies con pezuñas, la mano ferecha con cinco dedos y la izquierda con cuatro, su tamaño regular de marranillo… ¡La maldición materna se había cumplido!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Oaxaca

Cavendish y La Santa Cruz

Sir Thomas Cavendish fue un corsario inglés, apodado El Navegador,  que nació en el año de 1560, en Trimley San Martín, Suffolk, Inglaterra. A los doce años heredó una gran fortuna de su padre. A los quince, entró a estudiar al Corpus Christi College, en Cambridge, pero dejó el colegio a los diecisiete para llevar una vida de ocio y lujos

Su fama la adquirió porque se dedicó a atacar las ciudades españolas y los barcos que navegaban por el Océano Pacífico. Decidió dedicarse a corsario porque había despilfarrado la fortuna familiar; al verse arruinado, compró dos barcos con el dinero que le quedaba, y con ciento veintitrés hombres zarpó de Londres para dedicarse a la piratería, que en aquellos tiempos dejaba mucho dinero y prestigio, como el que obtuviera Francis Drake otro corsario malhechor. Cavendish, por haber capturado y asaltado al Galeón de Manila, la reina Isabel Primera de Inglaterra le nombró caballero. Sus fechorías no duraron mucho tiempo, pues murió en 1529, en las cercanías de la isla La Ascensión, localizada en el Océano Pacífico, sin conocerse las causas de su fallecimiento.

El famoso corsario Thomas Cavendish

Poco después, Cavendish llegó a Huatulco, Lugar Donde se Adora el Madero, un puerto muy importante entre Acapulco y Perú en aquella época. Huatulco pertenecido al reino mixteco de Tututepec antes de la conquista; cuando llegó el pirata saqueó todo lo que encontró a su paso. En Huatulco se encontraban –como hasta la fecha- nueve bahías con sus respectivas playas. Entre ellas se encuentra la llamada Bahía de Santa Cruz, una de las más bellas e importantes, que a su vez cuenta con otras tres playas.

Cerca del pueblo de Huatulco, se encontraba una cruz que había sido colocada por un misterioso personaje muchos años antes de la llegada de los conquistadores españoles, cerca de quince siglos antes.

Cuando Thomas Cavendish arribó a la Bahía de Santa Cruz, se encontró con la cruz mencionada, a la que los indígenas seguían adorando a pesar de las prohibiciones establecidas por los frailes españoles. Al ver la devoción que los indios le tenían a la cruz, Cavendish se convenció de que era obra del mismísimo Diablo, y ordenó a sus hombres que procedieran a derribarla. Quisieron cortarla en pedazos para quemarla, pero los piratas, misteriosamente, no pudieron hacerlo. Entonces, el corsario pensó en atarla a los amarres de su barco para tirarla con la fuerza del viento, pero nada logró derribar a la cruz.

 Enojado ante el fracaso de sus intentos, decidió dejar la cruz donde se encontraba colocada. Y ahí quedó para siempre.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Quintana Roo

El hombre que le pegó a su madre

Esta leyenda sucedió en la Ciudad de Chetumal, en Quintana Roo, hace ya bastante tiempo. En una casa situada en la Avenida Pedro Joaquín, vivía un señor junto a su madre y un hermano menor. El hombre era muy rico, se dedicaba a comerciar con carbón, y tenía una bella casa con muchas comodidades. Un día conoció a una mujer que le impresionó por ser muy hermosa: morena, de pelo largo, negro y lacio, y con unos ojos color de malaquita. Desde que la vio por primera vez, el hombre cayó prendado para siempre, y empezó a cortejarla asiduamente.

En una ocasión en que se alistaba para ir a verla, le pidió a su madre que le llevase la mejor camisa de seda que tenía. La madre le contestó que desgraciadamente la camisa no había sido lavada todavía, y que se encontraba entre la ropa sucia. El hombre que era muy enojón, montó en cólera, gritó, blasfemó, y cegado por el coraje le dio un terrible golpe a su madre con el puño cerrado. La pobre mujer cayó al suelo, y entre lágrimas de dolor y desilusión, volteó a ver a su hijo y le dijo: -¡Vas a seguir vendiendo carbón, pero todo el dinero que ganes se te va a ir como agua! Lo había maldecido…

Tiempo después, una tarde llegó el hombre a su casa con carbones encendidos, uno de ellos se cayó al suelo, nadie se percató, y se produjo un terrible incendio que acabó con la casa, otra que estaba junto y que alquilaba, a más del dinero que guardaba en el ropero. En el incendio murieron la madre del mal hijo, y su hermano.

El hombre que golpeó a su mamá

Camina sin fin, sin rumbo fijo, como si quisiera expiar sus pecados. A veces, las personas compadecidas de su tragedia, le regalan algo de comer y beber, que el hombre acepta para no morir de inanición. Reconoce la terrible falta que cometió y quiere pagar por ello.

Y así seguirá por siempre, hasta que Dios le perdone, pueda morir y acceder al Purgatorio, para seguir pagando por su terrible culpa.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas

Beatriz, La Quemada

En la Calle de Jesús María de la Ciudad de México, en la época colonial, vivía una joven llamada Beatriz de veinte años de edad. Su padre, Gonzalo Espinoza de Guevara, hombre rico y de buena posición, estaba orgulloso de su pequeña. Beatriz era bella, simpática, muy alegre, y sobresalía porque tenía un alma muy noble que todos alababan por sus bondades. Siendo como era siempre estaba rodeada de muchos jóvenes que la pretendían, y ponían a su disposición la riqueza con que contaban. La chica se portaba amable con sus pretendientes, sin nunca aceptar a ninguno.

Cierto día, Beatriz conoció a Martín de Seópolli, noble italiano que se impresionó con la belleza y el alma de la joven, y empezó a pretenderla. Cada noche acudía a la casa de Beatriz, esperaba que llegara algún pretendiente, provocaba camorra, se batían los enamorados con sus sendas espadas, y siempre ganaba el conde. Cada mañana en la puerta de la casa de la bella niña aparecía un cadáver.

Esta situación tenía muy afligida a Beatriz, ya que se sentía responsable de la trágica muerte de sus pretendientes. Una mañana en que se padre no se encontraba en casa, la mujer acudió a la cocina, y tomó unos carbones encendidos del anafre, los llevó con ella hasta su recámara y, llorando de pena y miedo, se quemó con ellos su hermosa cara. Pensaba que así pondría fin a tanta muerte por causa de su belleza.

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El terrible dolor hizo que Beatriz lanzara tremendos gritos que se escucharon en toda la casa. Los sirvientes acudieron en tropel hasta la habitación de la infeliz, con el fin de ayudarla. El padre, puesto al corriente de lo que pasaba por uno de los criados, acudió presto a la casa, para ayudar a su pobre hija en tan terrible trance.

Enterado Martín de Seópoli de lo que había sucedido a su amada, acudió a la casa y le dijo: -¡Querida Beatriz, yo te amo mucho, y no por tu belleza, sino por tus cualidades espirituales! Al darse cuenta la chica de que Martín la amaba verdaderamente, cayó rendida de amor por él. Al poco tiempo contrajeron matrimonio. A la boda Beatriz acudió con un espeso velo blanco que tapaba su pobre cara quemada. Y cuando salía por la Ciudad de México, siempre llevaba un velo negro que la cubría discretamente.

Sonia Iglesias y Cabrera.

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Leyendas Cortas Tabasco

Una bruja llamada Tía Nati

Una leyenda del estado de Tabasco nos relata que hace unos cuantos años cerca de la población de Acahual, vivía una familia de campesinos. La integraban el padre, don Remigio; la madre, doña Eustaquia, un hijo llamado Ernesto de once años, y una pequeña de siete, Silvia.

En una ocasión, Silvia, desobedeciendo las órdenes de su madre de no irse lejos de la casa a la caída del día, se alejó de la misma y fue a dar hasta un lugar que tenía muchos árboles, un pequeño riachuelo y rocas que invitaban a sentarse. La pequeña Silvia viendo el lugar tan bonito, decidió quedarse a ver las mariposas que aún volaban cerca de las flores que crecían a la orilla del riachuelo.

La terrible Tía Nati

Se encontraba muy entretenida, cuando de pronto vio acercarse a una mujer. Al principio no tuvo miedo, pero conforme la mujer se aproximaba, el terror fue apoderándose de la niña, Se trataba de una mujer que tenía el cuerpo todo peludo, con enormes ojos desorbitados en los cuales se podían ver llamas rojas y amarillas; la mujer sonreía con una mueca terrible. Silvia trató de gritar, pero no pudo y se quedó como paralizada. Al acercarse más la mujer, Silvia se dio cuenta de que se trataba de la Tía Nati, una mujer demoníaca a la que se consideraba como una bruja maligna, tan fea como blasfemar en cuaresma; y de quien se cuenta que si se la llega a ver, las personas enferman fatalmente.

Poco después, los acongojados padres supieron que la causa de la muerte de su hija había sido la terrible Tía Nati, que acostumbra vagar por todos los pueblos de Tabasco, en espera de que alguien la vea para hacerle daño y matarlo.

Sonia Iglesias y Cabrera