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El indio traidor.

La leyenda que vamos a relatar es absolutamente verídica y ocurrió en la actual Calle del Carmen, fue recopilada por el conde de la Cortina en uno de sus escritos. Dicho conde afirmaba que después de la conquista hispana, las autoridades españoles decidieron proteger a los indios mexicanos de noble estirpe que había sido apresados o que se presentaron, voluntariamente, ante los españoles para servirles, renegando de la supuesta tiranía de que habían sido víctimas por la crueldad de Moctezuma Xocoyotzin. A cambio de la supuesta protección, los hispanos los empleaban como espías delatores de posibles levantamientos indígenas.

En una casa de la nombrada Calle del  Carmen vivía, a mediados del siglo XVI, uno de estos indios renegados de noble estirpe. Realizaba las tareas de espía, y era servilmente amigo del virrey, quien a la vez que lo apreciaba lo despreciaba. Como pago a sus servicios, el indio renegado poseía varias casas en la ciudad, extensos campos donde cultivaba maíz y otros vegetales, donde pastaba el ganado y paseaban diversas aves de corral. El indio no carecía de nada, era rico, pues además había heredado de sus antepasados anillos, brazaletes, collares de chalchihuites, bezotes de turquesa y obsidiana, piedras preciosas y discos de oro imitando al Sol y a la Luna, más una hermosa y valiosa vestimenta de fino algodón con bordados de plumas de aves exóticas, así como cacles de excelente cuero y tiras trenzadas con oro. Su casa estaba lujosamente amueblada con icpallin maravillosamente tejidos, cómodos y suaves para el cuerpo; y con bancos forrados de pieles de hermosos animales. Ni que decir tiene que su casa estaba adornada con obras de arte debidas a excelentes artistas indígenas.

Leyenda corta mexicana - El indio traidor

Por supuesto que el indio había recibido el bautismo a manos de los frailes; se le había enseñado el catecismo, por lo que el hombre, muy devotamente, iba a misa, se confesaba y seguía todos los preceptos de la religión católica. Sin embargo, el indio era socarrón e hipócrita, pues en un cuarto apartado de su impresionante casa, tenía escondido un altar, como si se tratase de un adoratorio católico en el cual se apreciaban varias imágenes del culto cristiano. Pero todo era una pantalla, pues escondidos tras las imágenes católicas había ídolos mexicas que representaban a varios dioses de la religión caída de los indios conquistados. El indio engañaba a los frailes haciéndoles creer que era un buen cristiano, cuando en realidad no sólo adoraba a ídolos “paganos” sino que llevaba una vida disipada y degenerada, entregada a los placeres de la sexualidad, de la buena comida y la bebida. Comía platillos indígenas llenos de chile y grasa, bebía en jícaras pulques de todo tipo que le emborrachaban y embrutecían, y a los que se agregaban ciertas drogas alucinógenas.

Esta continua vida de disipación embrutecieron al indio a tal extremo que vivía lleno de superstición y de un terrible miedo a la ira de los dioses que adoraba, y a los tormentos que el diablo le infligiría, al cual veía pintado en los retablos de las iglesias. Descompuesto y a punto del delirium tremens, en una de sus borracheras se le apareció el dios Quetzalcóatl, y con una flecha de fuego puso fin a los días del indio traidor y servil. Moraleja: No se puede ni se debe servir a dos amos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tzacapontziza, Estrella de la Mañana. Leyenda totonaca.

La vainilla, ixtlixóchitl, “flor negra”, es un género de orquídeas que produce un fruto saborizante muy exquisito. Sumamente apreciada en la época prehispánica en toda Mesoamérica, los mexicas y los mayas la empleaban para preparar el xocólatl, bebida destinada a los nobles y guerreros, hecha con chocolate, en una de sus tantas variedades. La vainilla la producían los totonacos de las zonas costeras de Veracruz, y la enviaban hasta el Altiplano, para ser consumida por los mexicas. A los totonacos se debe la leyenda que nos cuenta su origen.

Los abuelos nos relatan que hace mucho tiempo existió una bella princesa llamada Tzacapontziza, Estrella de la Mañana, de largos cabellos negros, lacios, y lustrosos; sus rasgados ojos expresaban dulzura y malicia; era tan atractiva que los jóvenes nobles la perseguían a todas horas. Zkata-Oxga, Venado Joven, y príncipe también, era uno de esos enamorados; tan enamorado estaba que un día decidió raptarla, aún cuando contaba con el beneplácito de la noble doncella. Huyeron de sus respectivos hogares, y trataron de esconderse lo mejor que pudieron. Sin embargo, el padre de la princesa había dado órdenes de que se la buscase por doquier, hasta encontrarla. Después de mucho batallar, los sacerdotes de la diosa de las cosechas Tonoacayohua, acompañados de guerreros, los encontraron, los apresaron, y los decapitaron como había sido ordenado por el padre de  Tzacopontziza.

Leyenda mexicana Tzapontziza

Poco tiempo después de morir, el príncipe Zkata-Oxga reencarnó en un fuerte, alto y bello arbusto. A  su vez, la desdichada princesa se convirtió en una liana de maravillosas orquídeas que se enredaba con amor y dulzura en el príncipe-arbusto. Se amaban tanto que, aun después de la muerte se mantuvieron juntos. Desde entonces, los totonacos llaman a la vainilla caxixanath, dulce nombre que significa “flor casada”, o más brevemente, xanath.

Agregan los ancestros que Xanath era tan bondadosa que después de muerta quiso ayudar a los indios totonacas: decidió que su cuerpo-flor sería curativo. Así pues, la vainilla es un muy buen estimulante del sistema nervioso, cura la histeria, la melancolía, y la depresión, además del reumatismo, y las lesiones musculares. Asimismo, se emplea como infusión, aceite esencial, y tintura.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Gonzalo Guerrero. Leyenda colonial.

Don Gonzalo Guerrero, nació en Palos de la Frontera, Huelva, España, alrededor de 1470. Entró a la milicia desde muy joven. En 1510, llegó a América con Diego Nicuesa quien fuera nombrado gobernador de Veragua (territorio asentado en parte de las actuales Nicaragua y Costa Rica). Después de participar en luchas de poder entre Nicuesa y Alonso de Ojeda, navegante y gobernador, participó en la expedición de Pedro de Valdivia con rumbo a la isla de Santo Domingo. El barco en que navegaban naufragó, y solamente lograron salvarse ocho marineros que llegaron a las costas de Yucatán, entre ellos se encontraba Gonzalo y Valdivia. Después de luchar contra los indios cocomes, fueron apresados. Cuatro españoles sirvieron de alimento a los indios, y los restantes fueron encerrados en jaulas de ramas, pero lograron escapar. Llegaron con los tutul xiúes, a la cuidad de Maní, donde el cacique Taxmar, los entregó como esclavos a su sacerdote Teohom. Debido a los duros trabajos a los que fueron sometidos, sólo sobrevivieron Gonzalo y su compañero Gerónimo de Aguilar. Taxmar donó al sacerdote Na Chan Can a Gonzalo, quien a su vez lo cedió a Nacom Balam, un jefe guerrero.

Leyenda colonial de Gonzalo Guerrero

Poco a poco, Gonzalo se adaptó a la cultura maya, la hizo suya, se hizo tatuajes rituales, mutilaciones dentarias, y ostentaba bezote de oro en el belfo inferior. Cuando llegó Hernán Cortés en 1519, Aguilar, su compañero, se unió a los conquistadores, mientras que Gonzalo decidió quedarse con los indios, pues se había casado con la hija del cacique de Chetumal llamada Zazil Ha, hija de Na Chan Can, con la que había procreado tres hijos a los que permitió se les hiciese la deformación craneana. Tanta era su aculturación que permitió que su primera hija fuese sacrificada en el cenote sagrado de Chichén Itzá.

Cuando Aguilar le preguntó si deseaba regresar con sus hermanos los españoles, Gonzalo respondió, a decir de Fray Bernardino de Sahagún: Hermano Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos. Tiénenme por cacique y capitán, cuando hay guerras, la cara tengo labrada, y horadadas las orejas que dirán de mi esos españoles, si me ven ir de este modo? Idos vos con Dios, que ya veis que estos mis hijitos son bonitos, y dadme por vida vuestra de esas cuentas verdes que traéis, para darles, y diré, que mis hermanos me las envían de mi tierra.

Así pues, Gonzalo Guerrero se quedó en tierras mayas. Se sabe que murió luchando contra los españoles a causa de un tiro de arcabuz. De esta manera encontró la muerte el responsable del inicio de la primera casta: la de los mestizos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La Pirámide del Tajín. Leyenda totonaca.

Los abuelos relatan que en una cueva situada entre Totomoxtle y Coatzintlali, existía un templo dedicado al dios del trueno, la lluvia y las aguas de los ríos. Siete sacerdotes se reunían en el templo cuando llegaba el tiempo de sembrar las semillas y cultivar la tierra. Siete veces invocaban a los dioses, y cantaban en dirección a los cuatro rumbos del universo. Siete por cuatro suman veintiocho, el número de días de que consta el ciclo lunar. Los sacerdotes tocaban el gran tambor del trueno, arrastraban pieles de animales por la cueva, lanzaban flechas encendidas al Cielo, para que la potente lluvia arrojara sus aguas a la selva. Entonces llovía a torrentes y los ríos Papaloapan y Huitzilac se desbordaban.

El tiempo fue pasando; y en un momento dado llegaron gentes extrañas que decían venir de tierras lejanas. Arribaron por el Golfo de México. Los hombres, las mujeres y los niños extranjeros siempre sonreían, parecían estar muy felices, y en efecto lo estaban, pues después de haber pasado muchas calamidades en el mar, por fin habían llegado a tierras tropicales donde encontraron frutas, animales, agua potable y un hermoso clima. Decidieron asentarse en las tierras encontradas a las que llamaron Totonacapan.

Sin embargo, los siete sacerdotes que vivían en la caverna no estuvieron de acuerdo en que los totonacas invadieran sus tierras, y decidieron producir muchos truenos, relámpagos, , y lluvia para asustarlos. Llovió por mucho tiempo. Alguien se dio cuenta de que tales catástrofes las producían siete sacerdotes que moraban en una cueva. Los totonacas se reunieron en cónclave y decidieron embarcar a los siete sacerdotes provistos de alimentos y agua, y enviarlos al mar de las turquesas, de donde nunca más regresaran. Pero quedaba el problema de los dioses del trueno y de la lluvia. Conscientes de que nada podían hacer contra las divinidades que causaban tales estropicios naturales, los sabios sacerdotes y los principales señores totonacas decidieron adoptar a los dioses, venerarlos y rendirles pleitesía,  para evitar su furia vengadora se hicieron sus fieles.

En el mismo sitio donde estaba la cueva, el templo, y los dioses del trueno y la lluvia, los totonacas levantaron otro magnífico templo, la Pirámide del Tajín, que en lengua totonaca significa el “lugar de las tempestades”. A los dioses del trueno de de la lluvia, se les rezó durante trescientos sesenta y cinco días, que es igual al número de nichos con que cuenta este magnífico templo, para que durante todo el año se tenga buen tiempo y la lluvia caiga satisfactoriamente cuando llega el momento de regar las milpas.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Las Pléyades. Leyenda tepehuana.

 Las Pléyades, “palomas” en idioma griego, son un grupo de estrellas jóvenes situadas a 450 años luz de la Tierra; los abuelos tepehuanes de Durango relatan que son mujeres jóvenes, y como todas las mujeres de la Tierra son hermanas. Estas mujeres-estrellas vivían con un hombre que las mantenía por completo; las vestía y les llevaba de comer, por lo cual ellas estaban muy contentas. Un día, el hombre no pudo encontrar alimento que llevarles, por lo que decidió sacarse sangre de la pantorrilla y ofrecérsela a las jóvenes, la sirvió la sangre en una hoja de higuera y se las llevó. A fin de que no les diese asco, el hombre les dijo que la sangre pertenecía a un venado; así las estuvo alimentando durante un cierto tiempo. Pero las bellas mujeres se dieron cuenta del engaño, se indignaron, se enfurecieron, gritaron, y decidieron irse al Cielo a vivir, en donde todavía se encuentran.

Cuando ya caída la tarde el hombre regresó a la casa, las buscó y no las encontró. Vio sus huellas en el patio y decidió seguirlas a ver si las encontraba, pero no dio resultado. Cansado de la búsqueda, el buen hombre se fue a la cama a dormir. Unos ratones se encontraban cerca del lecho, el hombre al oír ruiditos creyó que eran  las jóvenes y suplicó: – ¡Por favor, vengan a comer la sangre del venado! Pero obviamente no obtuvo respuesta. Al día siguiente continúo con la búsqueda. Las mujeres le observaban desde arriba muertas de la risa al ver su desesperación. El hombre las vio y les pidió que amarrasen sus fajillas para que él pudiese trepar hasta donde ellas estaban. Cuando estaba a punto de llegar, la mayor de las estrellas les ordenó a sus hermanas que le dejasen caer por mentiroso. Así lo hicieron. En el momento en que caía el hombre se transformó en coyote, y así se quedó hasta ahora. Si hubiera logrado subir, sería una estrella más de las Pléyades.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los Pak’an y los Lints’i’. Leyenda huasteca

Cuentan los indios teenek de San Luis Potosí que hace muchos muchos años, cuando Dios creó a los hombres, el universo, y la naturaleza, le dio vida también a los pak’an, criaturas gigantescas cuya morada fueron las sierras. Los pak’an tuvieron una gran descendencia, algunos descendientes muy inteligentes y otros no tanto; todos conformaron las diferentes razas que hay en el mundo. Unos de los descendientes fueron los lints’i’, gigantes casi tan grandes como los pak’an. Los lints’i’ poseían dos brazos y tres pies, y su cuerpo estaba cubierto de pelo. Eran robustos, carecían de dientes pues no los necesitaban, ya que se nutrían de la esencia de los alimentos crudos: satisfacían su apetito con el olor de los frescos granos de maíz y del aroma de las flores. Por esta razón, contaban con un olfato muy desarrollado. Su característica principal era la pasividad, pues no les gustaba  entablar peleas ni guerrear con sus vecinos. Nadie se metía con ellos ni intentaba darles caza.

La vida transcurría tranquila para los lints’i’, hasta el día en que apareció una nueva raza que decidió sentar sus lares en la Huasteca Potosina. Se trataba de seres humanos, de menor estatura que los lints’i, que se alimentaban de carne cruda y de los frutos silvestres que recogían en sus cacerías. Cuando los humanos descubrieron a los gigantes, sintieron mucho miedo, pero poco a poco el miedo fue desapareciendo al darse cuenta de que eran pacíficos e inofensivos. Los seres humanos entablaron una guerra contra ellos con el fin de  correrlos y quedarse con las tierras que les  pertenecían a los tranquilos lints’i’.

Los gigantes no opusieron ninguna resistencia al ataque de los humanos. Llevaron a cabo una reunión y decidieron ir a establecerse a otras tierras, para continuar como hasta ahora habían vivido: en paz y en armonía, sin tener que soportar a los invasores. Pero los humanos no cejaron en su crueldad y los perseguían y provocaban a todo momento, hasta que lograron extinguirlos con sus sanguinarias matanzas. Según nos cuenta la leyenda, no todos los lints’i’ murieron, los que sobrevivieron se fueron a vivir al interior de la Tierra a la que se metieron por una cueva que se encuentra en la Sierra de Piaxtla. Ahí viven todavía y rara vez salen a la Tierra.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El penacho de Moctezuma. Leyenda colonial.

El famoso penacho de Moctezuma Xocoyotzin (1466-1520), pudiera ser tan solo uno de los muchos que poseía el emperador, pues es sabido que su vestuario era variado y excesivo. Cuenta la leyenda que este penacho formó parte de otras piezas, ciento cincuenta y ocho en total, que el emperador mexica dio a Hernán Cortés para que se las entregase al rey Carlos V, como un obsequio que le permitiría  ganar tiempo ante la inminente guerra de conquista y para quedar bien con el soberano. Por lo tanto es muy factible que el penacho nunca fuera usado por Moctezuma. Las piezas fueron enviadas por barco hasta Alemania, país donde en ese momento residía el monarca. Si el penacho le gustó o no, nadie lo sabrá nunca.

El penacho es en realidad un quetzalapanecáyotl; es decir, un tocado de plumas de quetzal engarzadas en oro, y adornado con piedras preciosas. Lo elaboraron los amantecas, los artistas de la pluma mexicas, encargados de hacer las capas, los escudos y los tocados del monarca y de los nobles señores. El  quetzalapanecáyotl mide 116 centímetros de alto con un diámetro de 175; en su centro está trabajado con plumas azules de xiuhtótotl, el ave con plumaje color turquesa; lleva plaquillas de oro y piedras preciosas. Alrededor del centro, el trabajo se realizó con plumas rosas de tlauquecholli, un ave parecida al flamenco, y con plumas cafés de cuclillo; siguen cuatrocientas hermosas plumas de quetzal, algunas de hasta 55 centímetros de largo. El penacho, que se encuentra en el Museo Etnográfico de Viena, fue evaluado por el gobierno austriaco en cincuenta millones de dólares. Desde la Segunda Guerra Mundial, se exhibe en una sala junto con algunos objetos litúrgicos destinados a las ceremonias dedicadas a Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, y a Ehécatl, el dios del Viento. En el Museo Nacional de Antropología e Historia, se exhibe una excelente réplica del tocado elaborada en 1958.

Según nos relata la leyenda, el penacho fue propiedad de la Casa Real de Austria cuando el barco que lo llevara a Alemania fue asaltado en Jamaica por corsarios franceses. Pasado el tiempo, el archiduque de Austria, Fernando II (1529-1595) duque del Tirol, y sobrino de Carlos V, lo compró a un ladrón italiano, para colocarlo en su gabinete como parte de su colección de arte mexicano. En el año de 1817 llegó a Viena, donde permaneció en la bodegas del Museo hasta 1878, donde se le redescubrió, y se le restauró completamente, pues se encontraba bastante deteriorado.

El penacho tal vez nunca regrese a nuestro país, como desean algunos amantes de la cultura mexica.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Yetl, el tabaco.

La planta del tabaco es originaria del altiplano andino. Hace de 2 a 3,000 años a.C. llegó a  la zona del Caribe. Mesoamérica también conoció el tabaco, los códices, las piezas de cerámica, las esculturas y demás pruebas arqueológicas lo demuestran. Los antepasados lo fumaban, lo bebían, se lo untaban por el cuerpo, o lo empleaban como narcótico. Primero fue una bebida ceremonial, luego se le masticó y, por último, se le fumó. Las hojas del tabaco se enrollaban, se encendían, y se exhalaba el humo. Más adelante, el tabaco machacado se enrollaba en hojas de maíz o en laminitas de corteza, y se fumaba. Poco después, los hombres inventaron las pipas. Los teotihuacanos lo fumaron en la época del Preclásico (900-1521), tal vez junto con la ingesta de pulque, y seguramente con carácter ritual. Los mayas cultivaban el k’uuhtz, el tabaco, mezclado con semillas de estramonio o con hojas de angélica, para aumentar su poder psicoactivo. Lo fumaban en cañas que medían aproximadamente veinticinco centímetros. Aparte de fumarlo, los mayas lo hacían polvo y lo inhalaban, cuando no lo masticaban mezclado con cal; servía contra el cansancio, para contrarrestar el hambre, acabar con la sed, apaciguar los dolores de cuerpo, y favorecía el fortalecimiento de los dientes, se dice que curaba el tétano, los dolores de muelas, de riñón, combatía las enfermedades del corazón, y el reumatismo. Asimismo, el tabaco se empleó como moneda de intercambio, para la adivinación, la magia, y como talismán. A más, el tabaco constituyó un elemento psicopompe, pues fumarlo permitía tomar contacto con el dios del agua Chaac. La leyenda nos cuenta que las estrellas fugaces eran las cenizas de los cigarros de los dioses cuando caían del Cielo. Se empleaba como yerba ritual y religiosa; por ejemplo, se daba a los jóvenes unas fumadas de tabaco como parte de los ritos de iniciación, y se ponía en las ofrendas dedicadas a las divinidades.

Mexicas fumando tabacoA la diosa Cihuacóatl, los mexicas le ofrecían el humo del tabaco. Los tributos que recibían los tlatoanis incluían fanegas de tabaco procedente de los pueblos dominados. Durante los sacrificios humanos que se llevaban a cabo con carácter religioso, los sacerdotes y señores principales llevaban ramos de flores y fumaban tabaco en largas cañas, a fin de contrarrestar el fuerte olor de la sangre y de la muerte. Se le mezclaba con ámbar líquido en las ceremonias religiosas con el propósito de propiciar un mayor acercamiento con los dioses.

Sabemos que don Rodrigo de Xeréz y Luis de la Torre, en 1492, fueron los primeros europeos que fumaron el tabaco indígena. Cuando Cristóbal Colón desembarcó en la bahía de Bariay, cacicazgo de Maniabón, hacia el noroeste de la isla de Cuba, en la actual provincia de Holguín, vieron a los indígenas exhalar humo de unos rollos de hierba. Ambos navegantes relataron a Colón lo que habían visto. El Almirante anotó en su diario con fecha 6 de noviembre de 1492: …Iban siempre los hombres con un tizón en las manos (cuaba) y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas (cojiba) metidas en una cierta hoja seca también a manera de mosquete…, y encendido por una parte del por la otra chupan o sorben, y reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes… llaman ellos tabacos.

Poco después el santo Oficio  condenó a de Xeréz a siete años de prisión por considerar que echar humo por la nariz y por la boca era prueba de estar endemoniado.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Ecce Homo. Leyenda colonial.

Hace mucho tiempo existió un hombre llamado Raimundo Saldívar de Velasco. Sus cabellos eran rizados y rubios, sus ojos verdes como la malaquita, y la piel rosada tendiente al rojo. Raimundo se sabía guapo y era presumido. En tanto que comerciante su padre había hecho una considerable fortuna que Raimundo se ocupaba en gastar a manos llenas. Era una familia rica, pero sin noble linaje.

Una mañana, se celebró en la Catedral de la Ciudad de México, una misa para celebrar el arribo de la Nao de China al Puerto de Acapulco. Ni que decir tiene que las familias importantes de la ciudad acudieron al templo. Raimundo vistió sus mejores galas, acudió al santuario y se sentó junto a una bella muchacha llamada Laura Martínez Larrondo. En un momento dado, ambos jóvenes se voltearon a ver y quedaron prendados uno del otro. Al terminar la misa, Raimundo se adelantó y se paró junto a la pila de agua bendita. Cuando la chica llegó, el joven metió sus dedos en el agua y se los ofreció a Laura con galante ademán. Tocáronse los dedos al tiempo que un estremecimiento recorría sus cuerpos. Pasó una semana.

Ecce HomoEn la Procesión de la Virgen de los Remedios, organizada por la Cofradía de la Catedral,  los jóvenes se encontraron por segunda vez. Emocionados se sonreían. Al terminar la procesión, Raimundo acompañó a Laura hasta su casa sita en la Calle de Flamencos. Poco después, la enamorada pareja se encontró en la Alameda y en el Paseo Nuevo. Otras veces coincidían en la casa de doña Beatriz de Lorenzana, amiga de Laura, en donde comían pastelillos, dulces, nieve y espumoso chocolate. La ventana de la casa de Laura era otro de los lugares donde el joven declaraba su amor a la dulce Laura entre suspiros y promesas de amor eterno. Fue a través de la reja que Raimundo le pidió a la joven que se casase con él. Laura aceptó. Junto a la ventana había un nicho con la escultura de Ecce Homo, “he aquí al hombre”, en la que se representaba a Jesús ensangrentado y maltrecho. Al joven Raimundo la escultura le daba pavor; en cambio Laura era fiel devota de la imagen a la que siempre ponía flores frescas y le encendía todas las noches una candela.

Cuando la madre se enteró de los amores de su hija, montó en cólera porque no estaba de acuerdo en que  tuviese relaciones con el hijo de un herrero sin alcurnia ni nobleza, aunque con mucho dinero. La familia de Laura descendía de conquistadores, nobles, y obispos. La madre encerró a Laura en su recámara; pero la joven burló la vigilancia sobornando a una de las criadas y pudo ponerse en contactó con el muchacho. Decidieron huir, Se dieron cita junto a la hornacina de Ecce Homo. Laura salió de su casa y se acercó hacia su enamorado, Raimundo dio un paso hacia ella… cuando sintió que una mano poderosa le tomaba por la garganta, volteó ligeramente la cabeza y vio que la ensangrentada y repulsiva mano de la escultura era la que le apretaba con tanta fuerza la garganta. Laura horrorizada ante lo que veía, gritó y salió corriendo hecha una loca hasta las puertas del Convento de Balvanera, donde cayó desfallecida. Al otro día por la mañana, encontraron a Raimundo al pie de la escultura desmayado. Le despertaron con vinagre y éter. Al volver en sí, Raimundo había perdido sus hermosos colores: su boca era blanca, su rubio cabello había encanecido; su tez, como la cera. Nunca volvió a ser el mismo. Laura se metió a monja y al poco tiempo perdió la razón.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Doña Catalina Suárez, la Marcayda.

Doña Catalina tuvo por padres a don Diego Suárez Pacheco y a doña María Marcayda. En 1509, sus padres emigraron a la isla La Española como acompañantes del séquito de Diego Colón. Catalina y sus hermanos les dieron alcance un año después. Al poco tiempo, doña Catalina dejó la isla para trasladarse a Cuba como dama de compañía de María de Cuéllar, prometida de Diego Velázquez de Cuéllar, el conquistador de Cuba. En Cuba, doña Catalina vivía en la casa de su hermano Juan, en Baracoa. Conoció a Hernán Cortés y, aun cuando carecía de dote, el futuro Capitán la esposó en el año de 1515, a regañadientes. Cuando Cortés se marchó a explorar México y traicionó a Diego Velázquez, Catalina fue despojada de las propiedades de su marido y quedó en mala situación económica.

Pasada la conquista de México, Cortés se encontraba cómodamente instalado en su casa de Coyoacán, cuando decidió traer a su esposa de Cuba, a pesar de encontrarse rodeado de bellas mujeres, como una de las hijas de Moctezuma. En México, la Marcayda llevaba una buena vida plena de diversiones y ociosidades, entre bailes, suntuosos vestidos y costosas joyas. Cortés la obsequió con tierras y esclavos. Parecían un feliz matrimonio, en apariencia…

Leyenda CortaLa Marcayda era sana, guapa, bien vestida, pero infeliz en su matrimonio. Una noche de Todos Santos, la pareja ofreció una cena a sus amigos en su casona de Coyoacán. Catalina estaba contenta y quizá un poco achispada con el vino que había bebido. En un momento dado, la Marcayda reclamó al capitán Solís de tomarse la libertad de mandar sobre sus propios esclavos sin consultarla. El capitán, apenado, respondió que el que los ocupaba no era él sino don Hernán. Catalina retrucó que en adelante nadie se metería con sus cosas. Al oír los dicho, Hernán contestó medio en chanza y riendo: -¿Con lo vuestro, señora? ¡Yo no quiero nada de lo vuestro! Ante estas palabras, Catalina, enojada, abandonó la mesa y a los comensales. La fiesta siguió. En sus aposentos la Marcayda lloraba junto a su camarera Ana Rodríguez, y le confiaba que era muy infeliz.

Al terminar la reunión, Cortés subió a la recámara matrimonial y trató de consolar a Catalina sin mucho éxito. Se apagaron las luces y todos se recogieron en sus habitaciones. A la media noche, una esclava india avisó a doña Ana que algo sucedía en la alcoba del matrimonio. Ésta acudió a la recámara, abrieron la puerta y vieron que el Capitán sostenía en sus brazos el cuerpo inerte de la Marcayda, que presentaba moretones en la garganta; las cuentas de su collar de oro yacían sobre la cama deshecha. Ana preguntó a qué se debían esos moretones, a lo que Hernán respondió que la sostuvo del collar cuando su esposa se había desvanecido. Pero las sospechas de que Cortés la había matado surgieron, máxime que en Cuba le había dado malos tratos y hasta golpeado. Al otro día, Catalina presentaba: …los ojos abiertos, e tiesos, e salidos de fuera, como persona que estaba ahogada: e tenía los labios gruesos y negros; e tenía asimesmo dos espumarajos en la boca, uno de cada lado, e una gota de sangre en la toca encima de la frente, e un rasguño entre las cejas, todo lo cual parecía que era señal de ser ahogada la dicha doña Catalina e no ser muerta de su muerte.

Al ser acusado de haberla matado, Cortés respondió: -¡Quién lo dice, vaya por bellaco, porque no tengo de dar cuentas a nadie! Así, quedó impune otro crimen más del conquistador.

Sonia Iglesias y Cabrera