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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Diosa Luna. Xcaret

Es el mito de la Diosa Luna pero que tomaron en el pueblo de Xcaret antes de que su nombre se perdiera tras la sombra del parque turistico.

En ese pueblo aun se adora a la diosa Ixchel en cada fuego nuevo o dia de muertos porque renace del fuego al igual que todos los que han muerto.

“La Diosa Luna”

En el inicio cuando los dioses eran mortales, existía una bella princesa llamada Ixchel.

Había muchos hombres que la pretendían entre ellos un joven llamado Itzamná.

Un día llego un príncipe de otro imperio, para rendir tributo por la victoria en batalla de la gente de Ixchel y en cuando la conoció se enamoro de ella.

La gente del pueblo le dijo que Itzamná la pretendía y que al parecer ella empezaba a caer ante el entonces desde que el conoció a Itzamná reñían por el amor de Ixchel.

Su hermana mayor; Ixtab, decidió que pelearían hasta que uno de los dos muriera, el sobreviviente quedaría con Ixchel, pero Ixtab desconocía que Ixchel estaba enamorada de Itzamná.

Itzamná iba a vencer pero su oponente le hirió por la espalda con juegos sucios y murió. Ixchel al ver morir a su amado corrió del lugar y encomendando su alma a Ixtab, se quito la vida.

Ixtab maldijo a aquel que con juegos sucios mato a Itzamná, y nadie sube lo que sucedió con el, ella a quien su hermana encomendó su alma al morir, paso a ser la Diosa del Suicidio.

Las almas de las doncellas de la princesa guiaron a los enamorados al cielo y así Itzamná pasó a ser el Dios Sol, e Ixchel, pasó a ser su esposa y la Diosa Luna.

En agradecimiento y como una prueba de su amor por Ixchel, Itzamná dividió en día y noche y a la noche le dio brillo con las almas de esas doncellas que son las estrellas más brillantes.

Se dice que en cada Fuego Nuevo la diosa Ixchel renace del fuego y permite a las doncellas enamorarse y dar como fruto de ese amor un hijo, es por eso que también es considerada diosa del parto y la fertilidad.

La gente del desaparecido pueblo Xcaret cree que cuando un alma de noble corazón muere se convierte en una estrella, por eso en cada fuego nuevo, le ofrecen una ofrenda para que la diosa perdone lo que hubieran hecho para enojarla y aspirar a convertirse en una de las estrellas que iluminan su camino.

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El callejón del diablo

Leyenda Maya

    Hasta hace algunos años existía, a corta distancia de lo que hoy es el centro de la ciudad, una estrecha  callejuela conocida con el nombre de Callejón del Diablo. La citada vía, que empezaba en el descampado de San Martín y desembocaba en la Zanja, consistía en un pasadizo sombrío bordeado de árboles frondosos y atravesaba un paraje solitario en el que, a modo de vivienda, se descubría una casucha paupérrima habitada por un tísico. Como se comprende, ya sea por el enfermo, por el nombre del callejón o quizá por su lobreguez, el hecho es que poca gente se aventuraba de día por esa ruta; y quien la utilizaba, procuraba salvar su recorrido apresuradamente. Naturalmente, de noche únicamente los temerarios se atrevían a cruzar la tal callejuela; teniendo para ello que valerse de todos sus sentidos, pues después del ocaso reinaba allí una profunda obscuridad.

    Y viene el cuento. En cierta ocasión, uno de aquellos bravos que son capaces de tragarse el propio diablo volvía a casa, luego de una sabrosa plática con sus compañeros de la ritual tertulia nocturna. Se internó en el callejón y, hallándose casi a mitad del camino, acertó a vislumbrar una figura que se apoyaba en el tronco de uno de los árboles mencionados. Tuvo un ligero sobresalto, per inmediatamente se recuperó y mustió para sus adentros: -¿Con que forajidos a mí, eh? ¡Ahora verás!-. Y empuñando las manos, se dirigió resueltamente hace el sujeto. Ya se encontraba a unos metros del individuo cuando, de pronto, se iluminó la escena y surgió ante los ojos del valiente un ser horrendo que reía malignamente. El noctámbulo sintió que la tierra se hundía bajo sus plantas; pero, acicateado por su instinto de conservación, en lugar de desmayarse se puso pies en polvorosa, logrando así evadirse de una segura desgracia.

    La noticia de que el callejón de marras se aparecía el demonio cundió entre la población y, a consecuencia del incidente ocurrido al trasnochador de la historia, se propaló que otras personas ya habían sido asustadas por el monstruoso espectro. Y, si regularmente el callejón  era escasamente transitado en las noches, al comprobarse que Lucifer se había establecido en él, ya nadie osaba ni por equivocación usar este camino después de ocultarse el sol.

    Y, como sucede siempre que se trata de las calamidades públicas, alguien ducho en cuestiones diabólicas aconsejó que, para evitar que el diablo comenzara a incursionar fuera de su reducto y se abatiese sobre la comunidad quién sabe con qué malditos fines, se depositaran diariamente bajo el árbol infernal algunas ofrendas, de preferencia joyas y monedas de oro. Y así se hizo. Lo curioso del caso es que los supersticiosos que todas las mañanas iban a dejar obsequios a Satán, observaban que los del día anterior se habían esfumado, lo que les afirmaba en su convicción de que el diablo se complacía con los regalos que el pueblo le brindaba.

    Pero el misterio llegó a oídos de dos fornidos pescadores sanfrancisqueños, que ya se las habían visto en sus correrías marinas hasta con basiliscos, de manera que estaban curados de espanto. Y dialogaron así los lobos de mar: -¿Qué te parece lo del diablo de San Martín?
    -A mi me parece que hay gato encerrado, y que el diablo ése tiene costumbres de ratero. Y tengo para mí que, como buenos hijos de Dios, si hay algo que no debemos permitir es el robo a sus ovejas, aunque el ladrón sea el mismo Belcebú
    -¿Crees que podamos hacer algo?-, preguntó el primero; -Sospecho que sí-, contestó filosóficamente el interpelado.

    Esa vez, al filo de la medianoche, dos siluetas penetraron resueltamente en el pavoroso callejón. Y, como es de rigor, el presunto diablo esperaba pacientemente apoyado en su árbol para infundir el terror del más allá al desprevenido transeúnte que se arriesgase a ingresar en aquellos dominios del infierno. Ya estaba el padre de las tinieblas listo para encender su cartucho de azufre y mostrarse a los que se aproximaban cuando súbitamente, a la luz de una antorcha nacida de la nada, vio emerger la imagen peluda, armada de negros cuernos y larga cola, del auténtico Satanás. No se reponía todavía de la sorpresa cuando experimento en las posaderas la mordedura de un fuego que le quemaba las entrañas, y que no era más que un tizón al rojo vivo que diestramente acababa de aplicarle en esa región uno de los pescadores; pues ya supondrá el lector que los sanfrancisqueños eran los autores del contraataque diabluno. Presa de un pánico indescriptible, el cavernícola sólo atinó a decir: -¡Jesús, el diablo quiere llevarme!-; y, profiriendo aullidos demoníacos, emprendió velocísima carrera, comparados con la cual los récords olímpicos no son sino juegos de niños.

    A la noche siguiente, los pescadores se apostaron en el callejón, y, aunque montaron guardia hasta el alba, el diablo no apareció por ningún lado. Sin embargo, al poco tiempo de la vergonzosa retirada del adversario, se averiguó que un prominente personaje de la localidad se debatía entre la vida y la muerte a causa de una extraña y repentina enfermedad que, en forma de llagas, se le manifestó en los glúteos, aparentemente producidas por quemaduras profundas. El individuo sanó porque, según opinión del vulgo, se arrepintió de sus culpas y donó a una institución par pobres un lote de joyas, entre las cuales muchos creyeron reconocer las que ofrecieron al diablo junto al árbol.

    Así fue ahuyentado el Angel Malo de su madriguera de San Martín. Y solamente quedó como recuerdo de los sucesos acaecidos el sugestivo nombre de Callejón del Diablo con que se designó durante largos años al siniestro recoveco antes de que, con el avance de la urbanización, desapareciera definitivamente de la red de vías pintorescas de la ciudad.
     
     

    Fuente: Libro LEYENDAS APOCRIFAS
                Folklore Campechano
                Autor: Guillermo González Galera
                Editado por el Depto. de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma del Sudeste
                Septiembre de 1977

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Xtacumbil-Xunaan

Leyendas Mayas

¡Tierra pálida y fértil; tierra hermosa, adormecida bajo el manto encantado de sus reminiscencias y entre el polvo de las grandezas de un lejano ayer! . . .¡Tierra pródiga y hospitalaria que se brinda, generosamente, al viajero y le ofrece el inapreciable tesoro de su alma llena de sinceridad, empapándolo en sus leyendas, en sus costumbres, en su inmensa poseía!. . .Tierra bendita que guarda con amor las lágrimas que aún lloran los dioses sobre el despojo de sus razas muertas, y se deleita con el perenne arrullo con que ellas se deslizan hasta el mar, y donde la vida se halla por doquiera como surgida de la nada ante el sublime conjuro de Itzamná. Donde cada paisaje parece emanar el misterioso aliento de HUNAB-KU, cual si éste hubiera bajado de invisible reino para gozar de la extraña luminosidad de sus cielos, y donde allá, en el augusto silencio de las noches obscuras, que apenas se interrumpe por el tenue soplar de los BACABES, todavía ve el caminante de los viejos caminos, peinarse sus negros cabellos a la XTABAY.

Allí está Bolonchén (Nueve Pozos) risueño pueblecillo escondido tras los pequeños montículos que corren a juntarse con la Sierra Alta, en el Norte del Estado de Campeche, apenas visitado por los mismos habitantes de la región y admirado tan sólo por los decires de la gente, como si no guardara nada extraordinario y su visita no valiera sin las comodidades que ofrecen casi todos los medios modernos de comunicación.
Allí se conservan las tradiciones del pasado como en tantas otras ciudades y pueblecillos que han podido escapar a la barbarie del modernismo, como pudiera vivir en tanto tiempo la leyenda de quel lento discurrir del «chivo brujo», por las antiguas murallas de Campeche, y como ha podido vivir el alma de los mayas, despreciando el transcurso de los siglos, en el obscuro refugio de un maravilloso cenote cercano a Bolonchenticul.

Se hizo el poblado en torno de nueve pozos naturales labrados por su dios entre la roca -pues siempre amaron el frescor de las aguas- que se proveían de ella por las filtraciones de alguna cueva ignorada a donde se había podido juntar el agua de las lluvias; pero a menudo ésta escaseaba y el pueblo sufría muy grandes penalidades para conseguirla. Era su jefe un valeroso mancebo que se había distinguido de manera brillante en unas luchas que habían tenido recientemente; luchas en las que siempre se vieron envueltos y que costaron la ruina de florecientes imperios pues en ellas había surgido de aquel joven un astuto y habilísimo guerrero. Enamórase éste, locamente de una hermosa doncella a la que todo el pueblo amaba también por su pureza y la tersura de su cuerpo, pues su sola presencia hablaba de una infinita bondad, su alma transparente era de diosa y su voz tenía el acento de los manantiales.

La amaba con toda la fuerza de su corazón y no pensaba en otra cosa sino en ella; necesitaba su amor, necesitaba verla, contemplarla para poder ofrendar ante sus dones sus magnos proyectos de conquista. Y un buen día sintió empañarse el mundo de su dicha al saber que la madre de su amada, celosa del inmenso amor que sabía le profesaba y temerosa de que el joven guerrero le arrebatara para siempre el cariño que había sido para ella la más grande dulzura de su vida, había escondido a la doncella en un lugar que todos ignoraban.

Acabóse bruscamente la alegría del jefe, y con ella la del pueblo; se olvidó de la guerra y se olvidó de todo; rogó a los dioses que se la devolvieran, envió emisarios por todos los senderos para que la buscaran, y el pueblo entero se dispersó, desesperado, de que el tiempo corriera y no se hallara a la joven por ningún lado. Cuando ya empezaban sus vasallos a retornar, considerando inútil tan fatigosa búsqueda, alguien dio la noticia de que parecía oírse la voz de la doncella en el fondo de una prodigiosa gruta cercana a Bolonchén.

Leyendas mexicanas - Imagen leyenda de Xtacumbil-Xunaan Presto fue allá el guerrero con toda su gente; penetró por un estrecho y pendiente sendero que empezaba a descender desde la boca de la gruta, abierta entre las peñas, y se encontró de pronto con un hondo precipicio, en cuyos bordes se apoyaban enormes salientes de las rocas que parecían más bien columnas de cristal y brillaban fantásticamente al resplandor de las antorchas que llevaban. Callaron todos; en vano trataron de encontrar un camino para llegar al fondo de la cueva; las luces de tantas antorchas se disipaban en la inmensidad de aquellas tinieblas, pero se oía rumor de alguien que estuviera o se agitase en el fondo de la gruta.

Mandó el jefe cortar árboles y lianas de los bosques y traer cordeles de «yax-ci» para juntarlos, mandó también que todos vinieran a ayudarlo en su tarea y el pueblo trabajó noche y día en construir una gigantesca escalera para que el aguerrido mancebo pudiera bajar hasta el fondo de la caverna y contemplar a la ansiada doncella de sus sueños y dueña de su corazón.

Cuando estuvo terminada, después de sufrir indecible fatiga, bajó el guerrero seguido por las mujeres y los hombres del poblado. A la luz de las antorchas, se extasiaron todos al contemplar a la hermosa doncella, que fue conducida entre aclamaciones hasta el pueblo. Volvió a él la alegría, la tranquilidad, la vida; sus habitantes, desde entonces la veneraban y le rendían el culto que a sus dioses, porque bastaba su presencia para reanimar lo que estaba casi muerto, cual si un hechizo divino fluyera a cada paso de la virgen amada.
Ya nada importaba que en los pozos del pueblo se agotara el precioso líquido que fuera motivo de sus sufrimientos, ni que CHAC dejara de retumbar en las alturas para romper las nubes y hacer bajar el rocío de los cielos; para eso había bajado el guerrero a las profundidades de la gruta, a arrancar a esa madre celosa que es la tierra, la hermosa doncella que había escondido en sus entrañas; el agua, a la que había encontrado el mancebo en siete estanques formados en la roca, que desde entonces se llama CHACHA o agua roja, PUCUELHA o reflujo, porque es fama que tienen olas como el mar y que es preciso acercarse a él en absoluto silencio, porque al menor ruido el agua desaparece; SALLAB o salto del agua; AKABHA u obscuridad; CHOCOHA o agua caliente, por la temperatura que ésta guarda; OCIHA, por el color de leche que tiene el agua, y el último CHIMAISHA, por ciertos insectos llamados chimais que abundan en él. Desde entonces tomó también este maravilloso DZNOT (centoe) el nombre de XTACUMBIL-XUNAÁN, o de la Señora Escondida (Del verbo TACUN, esconder y XUNAAN, señora).

Viven aún en la gruta la hermosa doncella que escondió la tierra a los amores del guerrero maya y a las miradas de todos los hombres, porque ellos también la amaron y la seguirán amando en el eterno transcurso de los tiempos. Todavía llega hasta allí, silenciosamente la sombra del mancebo; oculta por el indescifrable misterio de las tinieblas, para ofrendarle su cariño y sentir otra vez el palpitar de su cuerpo y el hechizo inefable de sus frescas caricias.

XTACUMBIL-XUNAÁN
FERNANDO OSORIO CASTRO

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La Xtabay

        • Leyendas Mayas


          Vivían en un pueblo dos mujeres; a una la apodaban los vecinos la XKEBAN, que es como decir la pecadora, y a la otra la llamaba la UTZ-COLEL, que es como decir mujer buena. La XKEBAN era muy bella, pero se daba continuamente al pecado de amor. Por esto, las gentes honradas del lugar la despreciaban y huían de ella como la de cosa hedionda. En más de una ocasión se había pretendido lanzarla del pueblo, aunque al fin de cuentas prefirieron tenerla a mano para despreciarla. La UTZ-COLEL, era virtuosa, recta y austera además de bella. Jamás había cometido un desliz de amor y gozaba del aprecio de todo el vecindario.

          No bostante sus pecados, la XKEBAN era muy compasiva y socorría a los mendigos que llegaban a ella en demanda de auxilio, curaba a los enfermos abandonados, amparaba a los animales; era humilde de corazón y sufría resignadamente las injurias de la gente. Aunque virtuosa de cuerpo, la UTZ-COLEL era rígida y dura de carácter: Desdeñaba a los humildes por considerarlos inferiores a ella y no curaba a los enfermos por repugnancia.

          Recta era su vida como un palo enhiesto, pero sufrió su corazón como la piel de la serpiente. Un día ocurrió que los vecinos no vieron salir de su casa a la XKEBAN, pasó otro día, y lo mismo; y otro, y otro. Pensaron que la XKEBAN había muerto, abandonada; solamente sus animales cuidaban su cadáver, lamiéndole las manos y ahuyentándole las moscas. El perfume que aromaba a todo el pueblo se desprendía de su cuerpo. Cuando la noticia llegó a oídos de la UTZ-COLEL, ésta rió despectivamente.

          Es imposible que el cadáver de una gran pecadora pueda desprender perfume alguno exclamó. Más bien hedará a carne podrida. PERO era mujer curiosa y quiso convencerse por sí misma. Fué al lugar, y al sentir el perfumado aroma dijo, con sorna: Cosa del demonio debe ser, para embaucar a los hombres, y añadió: Si el cadáver de esta mujer mala huele tan aromáticamente, mi cadáver olerá mejor. Al entierro de la XKEBAN solo fueron los humildes a quienes había socorrido, los enfermos a los que había curado; pero por donde cruzó el cortejo se fue dilatando el perfume, y al día siguiente la tumba amaneció cubierta de flores silvestres.

          Poco tiempo después falleció la UTZ-COLEL, había muerto virgen y seguramente el cielo se abriría inmediatamente para su alma. Pero ¡OH SORPRESA! contra lo que ella misma y todos habían esperado, su cadáver empezó a desprender un hedor insoportable, como de carne podrida. El vecindario lo atribuyó a malas artes del demonio y acudió en gran número a su entierro llevando ramos de flores para adornar su tumba: Flores que al amanecer desaparecieron por «malas artes del demonio», volvieron a decir.

          Leyendas mexicanas - Imagen leyenda de XtabaySiguió pasando el tiempo, y es sabido que después de muerta la XKEBAN se convirtió en una florecilla dulce, sencilla y olorosa llamada XTABENTUN. El jugo de esa florecilla embriaga dulcemente tal como embriagó en vida el amor de la XKEBAN. En cambio, la UTZ-COLEL se convirtió después de muerta en la flor de TZACAM, que es un cactus erizado de espinas del que brota una flor, hermosa pero sin perfume alguno, antes bien, huele en forma desagradable y al tocarla es fácil punzarse.

          Convertida la falsa mujer en la flor del TZACAM se dió a reflexionar, envidiosa, en el extremo caso de la XKEBAN, hasta llegar a la conclusión de que seguramente porque sus pecados habían sido de amor, le ocurrió todo lo bueno que le ocurrió después de muerta. Y entonces pensó en imitarla entregándose también al amor. Sin caer en la cuenta de que si las cosas habían sucedido así, fue por la bondad del corazón de la XKEBAN, quien se entregaba al amor por un impulso generoso y natural. Llamando en su ayuda a los malos espíritus, la UTZ-COLEL consiguió la gracia de regresar al mundo cada vez que lo quisiera, convertida nuevamente en mujer, para enamorar a los hombres, pero con amor nefasto porque la dureza de su corazón no le permitía otro.

          Pues bien, sepan los que quieran saberlo que ella es la mujer XTABAY la que surge del TZACAM, la flor del cactus punzador y rígido, que cuando ve pasar a un hombre vuelve a la vida y lo aguarda bajo las ceibas peinando su larga cabellera con un trozo de TZACAM erizado de púas. Sigue a los hombres hasta que consigue atraerlos, los seduce luego y al fin los asesina en el frenesí de un amor infernal.

          Tomado de: Mario Diaz Triay «Guia Turística de la Peninsula de Yucatan, La tierra de los Mayas»

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El Canancol

Leyendas Mayas

Cuénteme, don Nico: ¿por qué pone ese muñeco con esa piedra en la mano en medio de su milpa?, pregunté un día a un ancianito agricultor.

Su cara se animó con una sonrisa de niño, en tanto que me contestaba: Sé que usted no cree, pero le diré: soy pobre, muy pobre y no tengo quien me ayude a cuidar la milpa, pues casi siempre cuando llega la cosecha, me roban el fruto de mis esfuerzos. Este muñeco que ve no es un muñeco común; es algo más; cuando llega la noche toma fuerzas y ronda por todo el sembrado; es mi sirviente… Se llama Canancol y es parte mía, pues lleva mi sangre. El sólo me obedece a mí… soy su amo.

Don Nico siguió diciendo: Después de la quema de la milpa se trazan en ella dos diagonales para señalar el centro; se orienta la milpa del lado de Lakín (Oriente) y la entrada queda en esa dirección. Terminado esto, que siempre tiene que hacerlo un men (hechicero) se toma la cera necesaria de nueve colmenas, el tanto justo para recubrir el canancol, que tendrá un tamaño relacionado con la extensión de la milpa. Después de fabricado el muñeco, se le colocan los ojos, que son dos frijoles; sus dientes son maíces y sus uñas, ibes (frijoles blancos); se viste con holoch (brácteas que cubren las mazorcas).

El canancol estará sentado sobre nueve trozos de yuca. Cada vez que el brujo ponga uno de aquellos órganos al muñeco, llamará a los cuatro vientos buenos y les rogará que sean benévolos con (aquí se dice el nombre del amo de la milpa), y le dirá, además, que es lo único con que cuenta para alimentar a sus hijos. Terminado el rito, el muñeco es ensalmado con hierbas y presentado al dios Sol y dado en ofrenda al dios de la lluvia; se queman hierbas de olor y anís y se mantiene el fuego sagrado por espacio de una hora; mientras tanto, el brujo reparte entre los concurrentes balché , que es un aguardiente muy embriagante, con el fin de que los humanos no se den cuenta de la bajada de los dioses a la tierra. Esta es cosa que sólo el men ve.

Leyendas mexicanas - Dibujo de la leyenda del canancolLa ceremonia debe llevarse a efecto cuando el sol está en el medio cielo. Al llegar esta hora, el brujo da una cortada al dedo meñique del amo de la milpa, la exprime y deja caer nueve gotas de sangre en un agujero practicado en la mano derecha del muñeco, agujero que llega hasta el codo.

El men cierra el orificio de la mano del muñeco, y con voz imperativa y gesticulando a más no poder, dice a éste: Hoy comienza tu vida. Este (señalando al dueño), es tu señor y amo. Obediencia, canancol, obediencia… Que los dioses te castigarán si no cumples. Esta milpa es tuya. Debes castigar al intruso y al ladrón. Aquí está tu arma. Y en el acto coloca en la mano derecha del muñeco una piedra.

Durante la quema y el crecimiento de la milpa el canancol está cubierto con palmas de huano; pero cuando el fruto comienza a despuntar, se descubre… y cuenta la gente sencilla que el travieso o ladrón que trate de robar recibe pedradas mortales. Es por lo que en las milpas donde hay canancoles nunca roban nada.

Es tan firme esta creencia, que si por aquella época y lugar se encuentra herido algún animal, se culpa al canancol.

El dueño, al llegar a la milpa, toma sus precauciones y antes de entrar le silba tres veces, señal convenida; despacio se aproxima al muñeco y le quita la piedra de la mano; trabaja todo el día, y al caer la noche, vuelve a colocar la piedra en la mano del canancol, y al salir silba de nuevo. Cuando cae la noche, el canancol recorre el sembrado y hay quien asegura que para entretenerse, silba como el venado.

Después de la cosecha se hace un hanincol (comida de milpa) en honor del canancol; terminada la ceremonia se derrite el muñeco y la cera se utiliza para hacer velas, que se queman ya en el altar pagano, ya en el altar cristiano.

Y calló el viejecito después de haber hablado con acento de creyente perfecto.

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          Leyenda tomada del libro «El alma de Campeche en la leyenda maya» de Elsie Encarnación Medina E.

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Los xocoyoles

Leyenda náhualt – Leyenda prehispanica

Cuentan los que vivieron hace mucho tiempo, que había un hombre que no creía en la palabra de sus antepasados. Le contaban que al caer una tormenta con truenos y relámpagos salían unos niños llamados xocoyoles.

Los xocoyoles son los niños que mueren al nacer o antes de ser bautizados. A esos niños les salen alas y aparecen sentados encima de los cerros y los peñascos.

Cuentan que esos pequeñitos hacían distintos trabajos: unos regaban agua con grandes cántaros para que lloviera sobre la tierra; otros hacían granizo y lo regaban como si fueran maicitos; otros hacían truenos y relámpagos con unos mecates. Por eso oímos ruidos tan fuertes y nos espantamos.

Pero el hombre no creía. Un día, después de una gran tempestad, se fue a cortar leña a un cerro de ocotes. Cuando llegó vio a un niño desnudo, que tenía dos alas, atorado en la rama de un ocote.

Imagen de la leyenda mexicana de los XocoyolesEl hombre se sorprendió, sobre todo cuando el niño le dijo:

– Si me das mi mecate que está tirado en el suelo, te cortaré toda la leña que salga de este ocote.

– ¿En verdad lo harás? – le preguntó el hombre.

– Sí, en verdad lo haré.

Como pudo, fue uniendo varios palos. Al terminar puso el mecate en la punta y se lo dio. Cuando el niño tuvo el mecate en sus manos, le dijo al hombre que se fuera y regresara al día siguiente a recoger su leña. El hombre se fue y el xocoyol comenzó a hacer rayos y relámpagos. EL ocote se rompió y se hizo leña. Cuando el niño terminó su trabajo se fue volando al cielo a alcanzar a sus hermanos xocoyoles.

Al día siguiente el hombre llegó al bosque y vio mucha leña amontonada; buscó al xocoyol y no lo encontró por ningún lado.

A partir de ese día comenzó a creer lo que le decían sus abuelos.

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La leyenda del Sol y la Luna

Leyenda prehispanica

Antes de que hubiera día en el mundo, se reunieron los dioses en Teotihuacan.

-¿Quién alumbrará al mundo?- preguntaron.

Un dios arrogante que se llamaba Tecuciztécatl, dijo:

-Yo me encargaré de alumbrar al mundo.

Después los dioses preguntaron:

-¿Y quién más? -Se miraron unos a otros, y ninguno se atrevía a ofrecerse para aquel oficio.

-Sé tú el otro que alumbre -le dijeron a Nanahuatzin, que era un dios feo, humilde y callado. y él obedeció de buena voluntad.

Luego los dos comenzaron a hacer penitencia para llegar puros al sacrificio. Después de cuatro días, los dioses se reunieron alrededor del fuego.

Iban a presenciar el sacrificio de Tecuciztécatl y Nanahuatzin. entonces dijeron:

-¡Ea pues, Tecuciztécatl! ¡Entra tú en el fuego! y Él hizo el intento de echarse, pero le dio miedo y no se atrevió.

Cuatro veces probó, pero no pudo arrojarse

leyenda mexicana del sol y la luna

Luego los dioses dijeron:

-¡Ea pues Nanahuatzin! ¡Ahora prueba tú! -Y este dios, cerrando los ojos, se arrojó al fuego.

Cuando Tecuciztécatl vio que Nanahuatzin se había echado al fuego, se avergonzó de su cobardía y también se aventó.

Después los dioses miraron hacia el Este y dijeron:

-Por ahí aparecerá Nanahuatzin Hecho Sol-. Y fue cierto.

Nadie lo podía mirar porque lastimaba los ojos.

Resplandecía y derramaba rayos por dondequiera. Después apareció Tecuciztécatl hecho Luna.

En el mismo orden en que entraron en el fuego, los dioses aparecieron por el cielo hechos Sol y Luna.

Desde entonces hay día y noche en el mundo.

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Cuando el tunkuluchú canta…

Leyenda Maya – Leyenda prehispanica

En El Mayab vive un ave misteriosa, que siempre anda sola y vive entre las ruinas. Es el tecolote o tunkuluchú, quien hace temblar al maya con su canto, pues todos saben que anuncia la muerte.

Algunos dicen que lo hace por maldad, otros, porque el tunkuluchú disfruta al pasearse por los cementerios en las noches oscuras, de ahí su gusto por la muerte, y no falta quien piense que hace muchos años, una bruja maya, al morir, se convirtió en el tecolote.

También existe una leyenda, que habla de una época lejana, cuando el tunkuluchú era considerado el más sabio del reino de las aves. Por eso, los pájaros iban a buscarlo si necesitaban un consejo y todos admiraban su conducta seria y prudente.

Un día, el tunkuluchú recibió una carta, en la que se le invitaba a una fiesta que se llevaría a cabo en el palacio del reino de las aves. Aunque a él no le gustaban los festejos, en esta ocasión decidió asistir, pues no podía rechazar una invitación real. Así, llegó a la fiesta vestido con su mejor traje; los invitados se asombraron mucho al verlo, pues era la primera vez que el tunkuluchú iba a una reunión como aquella.

De inmediato, se le dio el lugar más importante de la mesa y le ofrecieron los platillos más deliciosos, acompañados por balché, el licor maya. Pero el tunkuluchú no estaba acostumbrado al balché y apenas bebió unas copas, se emborrachó. Lo mismo le ocurrió a los demás invitados, que convirtieron la fiesta en puros chiflidos y risas escandalosas.

Entre los más chistosos estaba el chom, quien adornó su cabeza pelona con flores y se reía cada vez que tropezaba con alguien. En cambio, la chachalaca, que siempre era muy ruidosa, se quedó callada. Cada ave quería ser la de mayor gracia, y sin querer, el tunkuluchú le ganó a las demás. Estaba tan borracho, que le dio por decir chistes mientras danzaba y daba vueltas en una de sus patas, sin importarle caerse a cada rato.

En eso estaban, cuando pasó por ahí un maya conocido por ser de veras latoso. Al oír el alboroto que hacían los pájaros, se metió a la fiesta dispuesto a molestar a los presentes. Y claro que tuvo oportunidad de hacerlo, sobre todo después de que él también se emborrachó con el balché.

El maya comenzó a reírse de cada ave, pero pronto llamó su atención el tunkuluchú. Sin pensarlo mucho, corrió tras él para jalar sus plumas, mientras el mareado pájaro corría y se resbalaba a cada momento. Después, el hombre arrancó una espina de una rama y buscó al tunkuluchú; cuando lo encontró, le picó las patas. Aunque el pájaro las levantaba una y otra vez, lo único que logró fue que las aves creyeran que le había dado por bailar y se rieran de él a más no poder.

Fue hasta que el maya se durmió por la borrachera que dejó de molestarlo. La fiesta había terminado y las aves regresaron a sus nidos todavía mareadas; algunas se carcajeaban al recordar el tremendo ridículo que hizo el tunkuluchú. El pobre pájaro sentía coraje y vergüenza al mismo tiempo, pues ya nadie lo respetaría luego de ese día.

Leyendas mexicanas imagen Cuando el Tunkuluchu CantaEntonces, decidió vengarse de la crueldad del maya. Estuvo días enteros en la búsqueda del peor castigo; era tanto su rencor, que pensó que todos los hombres debían pagar por la ofensa que él había sufrido. Así, buscó en sí mismo alguna cualidad que le permitiera desquitarse y optó por usar su olfato. Luego, fue todas las noches al cementerio, hasta que aprendió a reconocer el olor de la muerte; eso era lo que necesitaba para su venganza.

Desde ese momento, el tunkuluchú se propuso anunciarle al maya cuando se acerca su hora final. Así, se para cerca de los lugares donde huele que pronto morirá alguien y canta muchas veces. Por eso dicen que cuando el tunkuluchú canta, el hombre muere. Y no pudo escoger mejor desquite, pues su canto hace temblar de miedo a quien lo escucha.

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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Los Aluxes

Leyenda Maya – Leyenda prehispanica

Nos encontrábamos en el campo yermo donde iba a hacerse una siembra. Era un terreno que abarcaba unos montículos de ruinas tal vez ignoradas. Caía la noche y con ella el canto de la soledad. Nos guarecimos en una cueva de piedra, y para bajar utilizamos una soga y un palo grueso que estaba hincado en el piso de la cueva.

La comida que llevamos nos la repartimos. ¿Qué hacía allá?, puede pensar el lector. Trataba de cerciorarme de lo que veían miles de ojos hechizados por la fantasía. Trataba de ver a esos seres fantásticos que según la leyenda habitaban en los cuyo (montículos de ruinas) y sementeras: Los ALUXES.

Me acompañaba un ancianito agricultor de apellido May. La noche avanzaba…De pronto May tomó la Palabra y me dijo:

-Puede que logre esta milpa que voy a sembrar.

-¿Por qué no ha de lograrla?, pregunté.

-Porque estos terrenos son de los aluxes. Siempre se les ve por aquí.

¿Está seguro que esta noche vendrán?

Seguro, me respondió.

-¡Cuántos deseos tengo de ver a esos seres maravillosos que tanta influencia ejercen sobre ustedes! Y dígame, señor may ¿usted les ha visto?

-Explíqueme, cómo son, qué hacen.

El ancianito, asumiendo un aire de importancia, me dijo:

-Por las noches, cuanto todos duermen, ellos dejan sus escondites y recorren los campos; son seres de estatura baja, niños, pequeños, pequeñitos, que suben, bajan, tiran piedras, hacen maldades, se roban el fuego y molestan con sus pisadas y juegos. Cuando el humano despierta y trata de salir, ellos se alejan, unas veces por pares, otras en tropel. Pero cuando el fuego es vivo y chispea, ellos le forman rueda y bailan en su derredor; un pequeño ruido les hace huir y esconderse, para salir luego y alborotar más. No son seres malos. Si se les trata bien, corresponden.

-¿Qué beneficio hacen?

-Alejan los malos vientos y persiguen las plagas. Si se les trata mal, tratan mal, y la milpa no da nada, pues por las noche roban la semilla que se esparce de día, o bailan sobre las matitas que comienzan a salir. Nosotros les queremos bien y le regalamos con comida y cigarrillos. Pero hagamos silencio para ver si usted logra verlos.

El anciano salió, asiéndose a la soga, y yo tras él, entonces vi que avivaba el fuego y colocaba una jicarita de miel, pozole cigarrillos, etc., y volvió a la cueva. Yo me acurruqué en el fondo cómodamente. La noche era espléndida, noche plenilunar.

Transcurridas unas horas, cuando empezaba a llegarme el sueño, oí un ruido que me sobresaltó. Era el rumor de unos pasitos sobre la tierra de la cueva: Luego, ruido de pedradas, carreras, saltos, que en el silencio de la noche se hacían más claros.

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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Guanina y Sotomayor

Leyenda Taina – Leyenda prehispanica

Guanina era una india taina, hermana de Agüeybaná el Bravo, jefe de la tribu y de un grupo de bravos guerreros, el cacique supremo de toda la isla de Puerto Rico. Guanina significa en el lenguaje taíno: "Resplandeciente como el oro".

Los conquistadores españoles se habían apoderado de la isla de Borinquén, que así se llamaba entonces la isla de Puerto Rico.

En aquel tiempo, un indio llamado Guarionex vivía enamorado de Guanina. Guanina era la hermana del cacique supremo, o sea el jefe de todas las tribus de la isla.

Cada vez que Guarionex veía a Guanina, el corazón le latía de tal manera que parecía que se le quería salir del pecho. Cada vez que él la veía le declaraba su amor. Ella no le correspondía porque vivía enamorada de un conquistador español llamado Don Cristóbal de Sotomayor, alcalde mayor y fundador de un poblado al que había bautizado con su propio apellido.

Guarionex, lleno de odio mortal hacia Sotomayor, le gritaba: – ¡Don Cristóbal, uno de los dos debe de morir! Tú no mereces vivir porque me robaste el amor de Guanina, y yo no quiero seguir viviendo si me falta su amor.

Los indios ya no podían soportar más el trato cruel de los españoles. Los indios taínos los habían recibido con amistad y habían celebrado la ceremonia del guatiao ( pacto de fraternidad que sellaban con el intercambio de nombres). Por eso al cacique Agüeybaná también se le llamaba Don Cristobal.

Los españoles, haciendo caso omiso al pacto, se repartieron a los indios como siervos. Los explotaban especialmente en los yacimientos de oro. Así explotados, los indios anhelaban volver a ser libres. Una noche, celebraron un areito (reuniones para celebrar sus fiestas, recordar tradiciones, y tomar decisiones, sobre todo cuando era necesario resolver sobre una guerra). Esa noche Agüeybaná y los taínos decidieron que los españoles tenían que morir para ellos poder ser libres otra vez.

Guarionex quiso el poblado de su enemigo mayor, que era Don Cristóbal de Sotomayor. Güarionex no pudo matar a Don Cristobal de Sotomayor porque en ese momento Sotomayor estaba llegando al bohío de Agüeybaná donde Guanina le advirtió que se salvara pues los indios se habían levantado en su contra.

Sotomayor se fue con sus soldados a La Villa de Caparra para ver al Gobernador. Agüeybaná le prestó a Sotomayor a unos Naborías para que lo ayudaran con la carga. Pero en secreto les dijo que cuando empezara el ataque, huyeran con las vitualles. Guanina no quiso dejar a Sotomayor huir solo y se fue con él.

Los indios tainos los persiguieron y el ataque empezó. Sotomayor peleaba ferozmente con su espada mientras los golpes de las macanas de los indios le iban abriendo profundas heridas. En el momento de mayor peligro, Guanina se interpuso entre Sotomayor y los indios y recibió en su cuerpo la herida mortal que iba dirigida a su amado. En ese momento de distracción de Sotomayor, Agüeybaná aprovechó para traspasarlo con su flecha. Cayó Sotomayor en los brazos de su amada Guanina.

Agüeybaná mandó a que los enterraran juntos, pero que a Sotomayor le dejaron los pies fuera de la tumba para que no pudiera encontrar el camino a la tierra de los muertos.

Poco después los españoles rescataron los cuerpos y los enterraron, uno al lado del otro, al pie de un risco empinado y a la sombra de una enorme ceiba.

Desde entonces, los jíbaros dicen que cuando el viento agita de noche las ramas del árbol frondoso, se oye un murmullo, que no es el rumor de las hojas, y se ven dos luces muy blancas, que no son luces de luciérnagas o cucubano, sino los espíritus de Guanina y Sotomayor que flotan, danzan y se funden, cantando la dicha de estar unidos siempre.

cucubano = insecto volador que despide una luz azulada durante la noche.