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El Dios Jaguar

En la cosmovisión mesoamericana el jaguar ha tenido un lugar sumamente relevante. Los olmecas, los aztecas, y los mayas solían representar a los hombres con rasgos de jaguar. Simbolizó la noche y la oscuridad, lo oscuro de la matriz de la Madre Tierra que genera vida. Fue el guardián de las oscuridades terrestres, y también símbolo del Sol en su recorrido nocturno por los inframundos subterráneos.

La religión olmeca fue politeísta, sus numerosos dioses representaban elementos de la naturaleza como el sol, el agua la lluvia, los volcanes y los animales. Sin embargo, el meollo de sus creencias estuvo centrado en el culto al hermosísimo jaguar. Para los olmecas, fundadores de la cultura madre de la civilización mesoamericana (1200 a.C.-800 a.C.), asentados en el actual estado de Veracruz, el jaguar constituyó el símbolo principal de su religión; el representante totémico de los espíritus de la naturaleza, la expresión de la mítica raza de los hombres-jaguar. Su simbología se relacionaba con la serpiente acuática, representante del agua de la tierra. Del jaguar y de la serpiente surgió la serpiente-jaguar; es decir, el agua que fecunda la tierra, de la cual surge el maíz, el alimento por excelencia de los hombres. Así pues, el jaguar y la serpiente connotaban la fecundidad y el nacimiento. Sus arquetipos mitológicos por excelencia fueron el jaguar, la serpiente emplumada, el hombre de la cosecha y el espíritu de la lluvia representado por un niño pequeño. El centro de la religión olmeca fue el jaguar, representado en la iconografía realizada en sus esculturas, sus relieves y sus colosales cabezas, y cuya característica sobresaliente fue la boca trapezoidal, de comisuras descendientes, labio superior engrosado y, en muchos casos, con colmillos sumamente pronunciados. Casi todas las figurillas olmecas poseen fuertes rasgos felinos, rasgos de jaguar. Hecho que se apoya en el mito que cuenta que una mujer copuló con un jaguar y de esta copula nacieron los hombres-jaguar. Por ello, se afirma que los olmecas descendían de este felino, y no puede pensarse menos de estos escultores de cabezas monumentales en las que destacan los rasgos típicamente felinos. El llamado dragón olmeca, como se nombra genéricamente a la representación deificada del jaguar, fue esculpido en piedra destacando los rasgos propios de las serpientes, aves, y jaguares. Se trata de un hombre-jaguar-dios con rasgos felinos, de sapo, humanos, y de cocodrilo. A esta deidad se le adoraba en templos ceremoniales y se le dedicaba ofrendas de figurillas antropomorfas y zoomorfas, hachas votivas, collares, orejeras y cerámica.

El Señor de las Limas pertenece al período Preclásico mesoamericano. Se trata de la escultura de un hombre sentado que sostiene en brazos a un niño- jaguar, vinculado a la mitología olmeca. Se encontró en la población de Las Limas, pequeña población del estado de Veracruz. El Señor fue tallado en jadeíta; se trata de una escultura grande en relación al material empleado en su elaboración, con un peso de sesenta kilos. Algunos estudiosos afirman que la escultura fue utilizada por los sacerdotes olmecas como símbolo del origen del mundo y de la cosmovisión ligada al mito de creación. El color verde de la jadeíta remite al los conceptos de vida-muerte, al renacimiento de la naturaleza, y al corazón que permite el tránsito de esta vida al más allá: el corazón de piedra verde. El niño-jaguar que el Señor de las Limas sostiene en brazos simboliza al espíritu de la lluvia, parte indispensable del renacimiento vital.

Sonia Iglesias y Cabrera


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De lo que hizo Quetzalcóatl cuando se fue a Tlapallan

Cuando por cosas del destino el dios Quetzalcóatl tuvo que dejar Tula para ir a Tlapallan, quemó sus casas de plata y concha, enterró sus efectos valiosos, convirtió los árboles de cacao en mezquites, y envío a que le precedieran todos los pájaros de bellas plumas. Primero llegó a Quauhtitlan, donde había un árbol enorme, se sentó a su sombra y pidió a sus sirvientes un espejo para contemplarse. Al verse exclamó: -¡Dioses, qué viejo estoy! Enojado, apedreó al árbol, y al lugar lo nombró, Huehuequauhtítlan, “el lugar del árbol viejo”.

Siguió su camino, y cuando se sintió cansado se sentó en una piedra y la tocó: en ella quedaron marcadas sus manos y sus nalgas. Lloró de tristeza por abandonar Tula y la piedra se horadó con sus lágrimas. Al lugar lo llamó Temacpalco. Continuó andando hasta que llegó a un río ancho; ordenó que se edificase un puente y por él atravesó el río: el lugar tomó el nombre de Tepanoayan.

Siguió caminando y se encontró con unos magos que le preguntaron hacia dónde se dirigía, si pensaba dejar Tula. La Serpiente Emplumada respondió que su partida era necesaria que nadie podría impedirlo y que se dirigía hacia Tlapallan, porque había sido llamado por el Sol. Los magos le dijeron que podía continuar su camino, pero lo despojaron de sus plumas y piedras preciosas, de la plata, y de la madera; Quetzalcóatl las echó en una fuente, a la que llamó Cozcaapan.
Llegó a Cochtocan, donde le salió otro mago que le preguntó hacia dónde se dirigía. Quetzalcóatl respondió: -A Tlapallan. El nigromante le felicitó y le dio a beber una jícara con pulque. Pero la Serpiente Emplumada rechazó la bebida que tantos dolores de cabeza le había dado anteriormente, y era la causa de su exilio. Pero como el mago insistiera, al dios no le quedó más remedio que beberlo con una caña; se emborrachó y se quedó dormido en el camino roncando muy fuerte. Cuando se despertó lleno de resaca, se mesó los cabellos con las manos, por ello el sitio se llamó Cochtocan.

Al pasar entre el Volcán y la Sierra Nevada, sus sirvientes, que eran enanos y concorvados, se murieron todos de frío. Llorando, cantando y suspirando de tristeza por la muerte de sus queridos sirvientes, Quetzalcóatl, miró a la sierra llamada Poyauhtécatl, que estaba por Tecamachalco.

Al llegar a otro lugar, el dios mandó construir un juego de pelota, Tlachtli, en medio de la cancha del juego de pelota pintó una raya, tlécotl, donde se abrió la tierra a gran profundidad. Tiró una flecha a un árbol llamado pochotl, y la flecha y el árbol formaron una cruz. Además construyó casas debajo de la tierra y el lugar fue llamado Mictlancalco. Para tapar el lugar, Quetzalcóatl colocó una piedra muy grande que podía mover con su dedo meñique, pero si alguien más trata de hacerlo ahora no puede moverla, es imposible.

A cada monte, cerro o sierra que pasaba la Serpiente Emplumada les iba poniendo su respectivo nombre. Cuando llegó a orillas del mar, construyó una balsa de serpientes que se llamó Coatlapechtli, se metió en ella, se sentó, y se fue navegando por la mar hasta que llegó a su destino: Tlapallan.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La hermosa Tzintzin

Una  muchacha llamada Tzintzin que vivía en un pueblo de la Meseta Tarasca, iba todos las tardes a acarrear agua en un cántaro hasta un manantial. Debido a que era deslumbrantemente hermosa, los hombres de su comunidad la asechaban y le decían muchos piropos con el fin de conquistarla, aunque todos sabían que Tzintzin estaba enamorada de un muchacho de nombre Quanicoti, de oficio cazador.

Ambos jóvenes se encontraban en el camino que conducía al manantial, que estaba situado en medio de una increíble vegetación en donde destacaban las flores de todos los colores y clases. Ahí los chicos pelaban la pava sin ser molestados. Cuando ellos se encontraban curiosamente las plantas eran más verdes y las flores mucho más fragantes que de costumbre. Tan enamorados estaban que el tiempo transcurría rápidamente para ellos, lo que a veces ocasionaba que Tzintzin se retardara en su cometido. Debido a sus continuos retrasos, sus padres la amonestaban.

En una de sus citas amorosas se les hizo más tarde que de costumbre, el Sol estaba ya por meterse. Cuando Tzintzin se dio cuenta, se puso a temblar de angustia, pues aún le faltaba acarrear el agua en su cántaro. Presa del miedo, se puso a rogarle al Sol que le ayudara a encontrar un lugar más cercano de donde obtener el agua, ya que el manantial quedaba aún bastante lejos, y sus padres la iban a medio matar. Ante tan angustiada y devota súplica, apareció un hermoso colibrí cerca de las flores, agitando sus pequeñas alas. En seguida Tzintzin se percató de que se trataba de un dios, dado que era un colibrí muy especial, más bello y más majo que cualquiera que antes hubiese visto la muchacha. Alumbrada por los últimos resplandores del Sol, Tzintzin vio que de las plumas del pajarito caían gotas de agua que brillaban como cristales de roca muy pulidos. La señal divina había llegado, la joven se acercó a unos matorrales y vio que escondido se encontraba un pozo de agua muy profundo. Tzintzin tomó su vasija y la llenó completamente de esa agua tan clara y maravillosa.

Al llegar a su casa, sus padres estaban maravillados de tanta agua como su hija había llevado, pues nunca solía el cántaro estar lleno a rebosar. Pensaron: -¡Ha de haber sido Quanicoti que le ayudó a obtener al agua! Sin embargo, Tzintzin les aclaró que había encontrado un pozo de agua mucho más cerca del manantial, en un camino conocido por todos los habitantes del pueblo. Inmediatamente todos se enteraron del nuevo pozo, al que bautizaron con el nombre de Quiritzícuaro, la Gran Fuente, por lo profundo y abundante que era.

Los jóvenes acudían muchas veces a ese lugar, muy contentos por haber descubierto el pozo del que obtenían agua no solamente los habitantes de su pueblo, sino de otros  aledaños. Mientras los jóvenes intercambiaban promesas de amor eterno, que quien sabe si cumplirían, el Sol en el alto Cielo sonreía satisfecho de su obra.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Juego de Pelota: mito y simbología

El Tlactli, juego con connotaciones rituales y míticas, se jugaba en Mesoamérica desde 1400 a.C. (fecha aproximativa) durante las celebraciones religiosas y aún fuera de ellas. Posiblemente tuvo su origen en la zona olmeca; algunas pelotas de fecha muy antigua se han encontrado en la ciénaga del sacrificio en El Manatí, en la cuenca del río Coatzacoalcos. Se jugaba empleando las caderas, las rodillas y los codos derechos, intentando introducir una pelota de hule, de variable peso, en una argolla de piedra. Los jugadores formaban dos equipos de dos o siete jugadores cada uno. Las canchas en que se jugaba eran largas y estrechas, con paredes laterales cubiertas de yeso y decoradas. Las reglas del juego variaban según la cultura que lo jugaba. Fray Bernardino de Sahagún nos dice al respecto: …y el que metía la pelota por allí ganaba el juego; no jugaban con las manos sino con las nalgas herían a la pelota; traían para jugar unos guantes en las manos, y una cincha de cuero en las nalgas, para herir a la pelota.

Un juez vigilaba el juego, los jugadores se enfrentaban en una cancha dividida en dos, y se lanzaban una pelota de aproximadamente tres kilos que debía ser tocada por alguna parte del cuerpo, o por algún implemento como un mazo o un guante. Según Pedro Martínez Moya: Los tantos se obtenían cuando la pelota se recogía o golpeaba con una parte del cuerpo no autorizada; cuando la pelota era muerta o perdida. Cuando se comete una falta (patear la pelota) con el pie, el equipo contrario lograba obtener de 1 a 4 rayas (tantos que eran convenidos previamente) y la posesión de la pelota (M.C.D. Guatemala, 2001). Como era excepcional pasar la pelota por el aro, cuando esto se lograba se ganaba el juego y el jugador que lo conseguía era agasajado con premios y honores (Bello y Picardo, 1998; De La Garza, 2000).
El simbolismo del juego de pelota más aceptado nos dice que la pelota era la representación del Sol, y las metas de piedra connotaban la salida y la puesta del astro o los equinoccios. Se le ve, asimismo como la lucha entre el día y la noche; los campos de juego se consideraban como los umbrales del Inframundo. En la zona del Tajín el juego simbolizaba la fertilidad, y el sacrificio de un jugador  constituía un rito propiciatorio de la renovación de la planta que proporcionaba el pulque.

En algunas regiones como en Teopantecuanitlan, el juego constituía la representación de los acontecimientos cósmicos, pues la cancha donde se realizaba representaba al cosmos, el modelo quincunce del universo entero. El desplazamiento de los jugadores en el universo connotaban los movimientos del Sol y de la Luna, que remitían a la lucha antagónica de los astros y a los tiempos míticos de la creación. Al ser sacrificado el perdedor, devenía la ofrenda dada a los dioses, a fin de que el mundo siguiese con su continuidad.

En el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, los hermanos gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, representan al Sol y la luz, al enfrentarse contra los Señores de Xibalbá, del Inframundo, que representaban la oscuridad, en un terrible y magnífico partido de pok a pok, llevado a cabo en Chichén-Itzá, en el cual los hermanos son sacrificados, para luego transformarse en el Sol y la Luna. Cada vez que los mayas realizaban un juego de pelota, conmemoraban las hazañas de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué. La enorme y bella cancha de Chichén-Itzá data del Período Clásico. Como diría Ignacio Guevara en un artículo de México Desconocido: Evidentemente, aquel antiguo mito del juego de pelota que se relata en el Popol Vuh está presente en estos relieves: la vida y la muerte, el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad, y la planta que simboliza el número siete, que es fertilidad; todos los elementos nos recuerdan que del sacrificio surge la vitalidad que dará continuidad a la existencia de los hombres en este complicado mundo creado por los dioses.

Dentro de la mitología nahua un mito nos relata que el rey tolteca Huémac jugaba contra el dios de la lluvia y el agua Tláloc; la apuesta consistía en plumas de quetzal y piedras preciosas. Al ganar el partido Huémac en lugar de lo acordado, recibió elotes y hojas de maíz joven. El tlatoani se negó a recibirlos, debido a lo cual el dios de la lluvia se enojó y castigó a los toltecas con cuatro años de dura sequía, lo que dio inicio al fin del reinado tolteca.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Hick Vick, el Hombre Águila

Un día, en cuanto el Sol salió, el jefe de un pueblo pima llamado Cactus se dirigió a sus habitantes y les dijo: -¡Querido pueblo, los dioses nos han bendecido, en nuestros graneros tenemos suficiente comida almacenada para pasar todo el invierno! Mañana por la madrugada todos los guerreros deben partir a la caza del conejo. Cada hombre deberá ir provisto de cuatro flechas. ¡Ahora vayan a reparar sus armas! Todo el pueblo estaba contento dedicado a sus labores cotidianas con alegría. Las mujeres tostaban trigo y lo molían en metates, para que los hombres lo bebiesen con agua durante la cacería. Una hermosa muchacha de nombre Flores Altas, huérfana que vivía con su tío, se encargó de llevar a los niños del poblado a que lavasen las jícaras de calabaza y las llenaran con agua potable para los guerreros.

Antes de salir el Sol, los guerreros salieron hacia los terrenos de caza, hacia la Montaña de la Superstición. Al llegar Hick-Vick, Pájaro Carpintero, un joven cazador, exclamó: -¡Sólo tengo dos flechas! El jefe le indicó que regresase a la aldea por las otras dos, que lo esperarían a la sombra de un mezquite. Cuando el joven llegó a la Montaña Inclinada, se detuvo para beber un poco de agua, y escuchó la voz de una mujer que le decía: -¿No quieres beber un poco de pinole del que tengo en este recipiente? El joven aceptó y a cada trago que daba sentía como que le salían espinas de pino por todo el cuerpo. Al poco rato, Hick-Vick se había convertido en una gran águila. La mujer, que en realidad era una mala bruja, se reía al tiempo que le anunciaba que de ahí en adelante sería el Hombre Águila.

Mientras tanto, el jefe y los cazadores se impacientaban por la tardanza del muchacho. Uno de ellos fue a ver qué sucedía. Cuando llegó a la Montaña Inclinada vio a una enorme águila que tenía la cabeza y la cara de Hick-Vick. Regresó con sus compañeros corriendo y les comunicó el hallazgo: -¡He visto a Hick-Vick convertido en águila parado en un ojo de agua, y a una horrible vieja correr por la montaña con una jícara en las manos! Entonces, el jefe les dijo a los guerreros que en otro tiempo pasado hubo una hermosa muchacha, pero como era orgullosa y muy desobediente con sus padres, los dioses decidieron convertirla en una bruja fea, que desde entonces vivía en una cueva de la Montaña Inclinada, y que gustaba de salir, de vez en vez, a embrujar a los hombres, lo cual era indicio de que los dioses estaban enojados. Y ordenó regresar al poblado. Cuando llegaron al ojo de agua, se toparon con el Hombre Águila, le lanzaron flechas, pero el ave las atrapaba con sus garras, voló hacia una rama y emprendió el vuelo. Los cazadores siguieron su camino al pueblo.

El Hombre Águila se fue a vivir a una cueva en la cima de un acantilado y cazaba para satisfacer su hambre. Cuando no encontró más caza, empezó a atacar a la gente de su pueblo. Un cierto día vio a Flores Altas y se la robó. Afligidos y asustados, los habitantes decidieron dar muerte al Hombre Águila. El tío de Flores Altas se acordó del Hermano Mayor, un dios sabio y viejo. Al otro día se dirigió a la casa del Hermano Mayor, en lo alto de la Montaña del Sur para pedirle ayuda; pero el tío regresó decepcionado pues no lo encontró. Todos los días alguien iba hasta la casa del dios, sin resultado positivo. Después de un año, cuando quedaban muy pocos habitantes en el pueblo de cactus, un cazador encontró por fin al Hermano Mayor y le pidió ayuda. El dios le dijo que les ayudaría una vez que hubiesen pasado cuatro días. Ante tal aviso el jefe del pueblo y los indígenas se pusieron muy tristes. Mientras tanto, el Hombre Águila seguía haciendo de las suyas. Por fin llegó el Hermano Mayor y los guerreros lo llevaron al acantilado donde se encontraba la cruel águila. Cuando llegaron, el Hermano Mayor sacó cuatro estacas de madera muy dura. Con su hacha clavó la primera estaca a un lado del acantilado y les dijo a los cazadores que regresaran al pueblo y que si veían flotar nubes blancas sobre la Montaña, era señal de que había matado al Hombre Águila, pero si por el contrario las nubes eran negras, indicaba que había sido asesinado por el Águila. El Hermano Mayor empezó a ascender por la montaña lentamente y ayudándose con las estacas. Cuando llegó a la cima, se asomó a la cueva donde vivía el Hombre Águila,  Flores Altas, al verlo, emitió un grito de alegría. Hermano Mayor le preguntó a la muchacha que cuando regresaba el Águila, a lo que ella respondió que hacia el mediodía. Había que poner manos a la obra. Pero Flores Altas le advirtió que el niño que tenía daría aviso, ya que era malo como su padre. Entonces, Hermano Mayor tomó cenizas de la chimenea, las puso en la boca del niño y ya no pudo hablar bien. Rápidamente se convirtió en una mosca y se escondió debajo de un cadáver. Cuando llegó el Hombre Águila, su hijo corrió y le dijo palabras ininteligibles. -¡No entiendo nada de lo que dices, que me lo diga Flores Altas! Pero ella respondió que no era nada importante. Así, el Hombre Águila se puso tranquilamente a comer su nueva cacería. Flores Altas se puso a cantar una dulce canción y chiflaba después de cada estrofa. El Hombre Águila le preguntó la razón por la que cantaba, a lo que ella arguyó: -¡Es que estoy feliz porque trajiste mucha carne a la casa!

Cuando el Hombre Águila se quedó dormido, el Hermano Mayor le dio un fuerte golpe en la cabeza con su hacha y lo mató; le arrancó la cabeza y la arrojó hacia el Este, y su cuerpo hacia el Oeste. Lo mismo hizo con el niño. Cuando Hermano Mayor y Flores Altas empezaron a descender, la Montaña se tambaleó, ¡Tan fuerte era el poder del Hombre Águila! En el pueblo todos vieron flotar las nubes blancas en la cima, y así supieron que había muerto el Hombre Águila y que ya eran libres gracias al dios Hermano Mayor. Flores Altas regresó a la casa con su tío y todos volvieron a ser felices.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Gran Diluvio

Cuentan los narradores mazatecos que antes de que existiera este mundo hubo otro mucho más viejo, que se destruyó por la ira de Dios. En esos lejanos tiempos, la gente del pueblo empezó a escuchar unos rumores horribles. Mensajes terribles caían del Cielo en los que se anunciaba que muy pronto el mundo sería destruido por un enorme diluvio, porque el dueño del universo estaba enojadísimo ya que las personas cometían malas acciones constantemente.
Ante estos amenazadores mensajes, todos los habitantes del pueblo estaban muy asustados, lloraban, temblaban de miedo, algunos morían de temor ante la catástrofe que se aproximaba, otros imploraban, y nadie sabía qué hacer. Uno de los habitantes del poblado, más espabilado que los demás, pensó que la solución sería crear un arca para subirse en ella y así salvarse.

Poco tiempo después, el cielo se puso completamente oscuro, un horripilante aire sopló por el este, y se escucharon fuertes tronidos por los cuatro rumbos sagrados. Empezó a llover muy fuerte, todo se empezó a inundar, el agua llegó hasta la punta del cerro y, en medio de esta espantosa lluvia e inundación, se veía al arca que flotaba.
Llovió durante cuarenta días sin parar; aquello fue horrible. De repente se apareció el Señor de Siete Colores, para dar aviso de que el mundo comenzaría. El Buen Dios envió a la Paloma Blanca y al Zopilote, sus mensajeros, para que vieran cómo había amanecido la Tierra. Cuando regresaron cumplida su misión, Dios les cuestionó acerca de lo que habían visto. El Zopilote le respondió: Pues verá usted, mi Señor, lo que yo encontré fue mucha carne, y como la oportunidad se presentaba buena, me puse a comer un poco. El Buen Dios, un poco escamado, le replicó: ¡Por lo que has hecho, de hoy en adelante te sentencio a comer carroña para siempre y a recoger todos los muertos que encuentres! Así fue cómo el Zopilote cumplió con su destino de depredador.

Dios se dirigió a la Paloma y le preguntó qué era lo que ella había observado en la Tierra. A lo cual la Paloma Blanca replicó: -¡Querido y santo Señor, yo lloré mucho cuando vi a los hombres, las mujeres y los niños muertos por el diluvio, fue muy triste, y el dolor casi me mata! Entonces el Buen Dios le dijo: -Buena y hermosa Paloma Blanca, comprendo tu dolor! Ahora quiero que los dos regresen a la Tierra y vean qué está provocando ese humo que se ve por el horizonte.
Los mensajeros volvieron a bajar a la Tierra, donde vieron a un hombre que encendía fuego y se movía de un lado para otro muy angustiado. Al regresar al Cielo le dijeron a Tata Dios que un hombre encendía fuegos, y que creían que era el único sobreviviente, que les dijera lo que debían hacer. Ceñudo, Dios afirmó que se encargaría de él, que le dejaran pensar. Después de mucho meditar, decidió convertir al hombre en mono y que perdiera todas sus capacidades de hombre, tal como son ahora. Esta es la historia del Diluvio.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Yacatecuhtli y su báculo

El Señor de la Nariz, dios del comercio y el patrón de los comerciantes, tuvo su origen en Pochtlan, localidad que se encontraba al sur de Xochimilco, y que fuera asiento de mercaderes tepanecas. El otro nombre de la deidad fue Yacacoliuhqui, “el de la nariz larga”. En su templo se le vestía con papel sagrado, mismo que se le ofrecía en su adoratorio donde estaba instalada su imagen. El bastón que empleaba para caminar se veneraba tanto como al dios, todos los comerciantes empleaban este adminículo para ayudarse en sus largas travesías. Cuando iban en caravana y llegaba la hora de dormir, los bastones de todos los pochtecas se ponían formando una gavilla, le ofrecían su sangre que brotaba de la lengua, orejas, brazos o piernas, y le quemaban copal para que los protegiese de los innumerables peligros a los que se exponían. Este báculo, llamado ótatl, estaba hecho de una caña muy fuerte y resistente. Asimismo, durante la ceremonia llamada lavatorio de pies, cuando regresaban los mercaderes de sus viajes, colocaban al báculo en un lugar del templo del barrio y le ofrecían acáyetl, flores y comida.

Yacatecuhtli contaba con cinco hermanos y una hermana: Chiconquiáhuitl, Xomócuitl, Nácatl, Cochímetl y Yacapitzzáhuac, la hermana se llamaba Chalmecacíhuatl, a todos ellos se les veneraba y se les ofrecían esclavos vestidos a la manera del dios Yacatecuhtli. Dichos esclavos procedían del mercado que se encontraba en Azcapotzalco. Los elegidos debían ser perfectos de cuerpo y estar absolutamente sanos. Antes de ser sacrificados, los esclavos destinados al sacrificio estaban bien muy bien cuidados: se les bañaba, se les alimentaba sustanciosamente para engordarlos, y se les hacía cantar y bailar para que se entretuvieran y estuvieran contentos y se olvidaran de la muerte inminente que les aguardaba. Cuando llegaba el tiempo de la fiesta Panquetzaliztli, se les sacrificaba. Pero si entre los esclavos había un hombre o una mujer que poseyeran algún don sobresaliente como cantar o bailar muy bien, o tejer y cocinar de manera excelsa, los sacerdotes podían comprarlos y quedarse con ellos para su servicio.

El dios Yacatecuhtli se representaba como una persona que fuese caminado con su bastón; la cara la llevaba pintada de negro y blanco, en la cabeza lucía un tocado de borlas de plumas de quetzalli, y portaba hermosas orejeras de oro. Cubría su cuerpo con una manta azul adornada con flores bellísimas y cubierta con una red negra. Llevaba cactlis de oro labrado, y los tobillos adornados con caracolitos marinos hechos de oro. Fray Bernardino de Sahagún nos informa en su obra Historia General de las cosas de Nueva España: Muy bien arreglada su cara. Su gorro de papel puesto en la cabeza; su collar de piedras finas verdes; su camisa y si faldellín con flores acuáticas (bordadas o pintadas) En sus piernas, sonajas y cascabeles; sus sandalias, principescas. Su escudo, con la insignia del Sol; en la otra mano u  haz de mazorcas enhiesto.

En las ceremonias dedicadas a venerarlo, los músico y cantores le entonaban el siguiente canto: Sin saberlo yo fue dicho/ Sin saberlo yo fue dicho/ a Tzocotzontla fue dicho/ Sin saberlo yo fue dicho/ A Pipitla fue dicho/ A Pipitla sin saberlo yo fue dicho/ A Cholotla fue dicho/ A Pipitla sin saberlo yo fue dicho/ El sustento merecí:/ No sin esfuerzo mis sacerdotes me vinieron a traer el corazón del agua, de donde es el derramadero de la arena…

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ixtilton, el Negrillo

El dios Rostro Negrito fue un dios muy querido, patrono de la medicina, los juegos y los festivales. Se cuenta que era muy acertado en lo referente a la curación de los niños, y sorprendente para hacerlos hablar cuando algunos eran renuentes. Como también era el Señor del Agua Negra, la Tlítatl, que por cierto tenía propiedades curativas, daba su agua tintosa para que los humanos dibujaran con ella sus códices.

Ixtlilton gustaba de pintarse la cara de color negro, en la cabeza se adornaba con pedernales, y en su pecho llevaba un collar de cuentas de fino cristal. A la espalda portaba un abanico de plumas en el que aparecía la figura del Sol, que se repetía en los pectorales que llevaba cruzados. En un mano sostenía un escudo con el símbolo solar, el tonaliochimalli, y en la otra un bastón con la figura de un corazón, el tlachialoni, que le posibilitaba ver el interior de las almas de los humanos.
Cuando algún buen ciudadano de importancia de Tenochtitlan deseaba hacer una fiesta en honor de tan supremo dios, recurría a los sacerdotes de Ixtilton para que lo auxiliaran, pues ellos se encargaban de llevar a la celebración a los danzantes y a los músicos que los acompañarían en sus danzas, uno de ellos se encargaba de personificar al dios y era él quien principiaba y dirigía las danzas.

Su templo, llamado Tlacuilocan, era el lugar donde se le realizaban ceremonias. Para principiar los ritos, se colocaba su imagen en una especie de altar elaborado con maderas decoradas, en el cual se ponían muchos recipientes que contenían agua negra tapados con un comal; dicen los abuelos que esta agua era maravillosa para curar las enfermedades, especialmente las que aquejaban a los niños. El sacerdote principal se ataviaba con los aderezos del dios Ixtlilton, que de esa guisa se dirigía a la casa del que ofrendaba la fiesta, en medio de danzas, cantos y humo de copal. Los danzantes llevaban flores en las manos y estaban vestidos con ricos plumajes, ejecutando  bellos pasos al son el teponaztle. Cuando los sacerdotes y comparsas llegaban a la casa del que ofrecía la fiesta, lo primero que hacían era beber y comer, para luego dedicarse de lleno a la danza y al canto en honor a Ixtlilton realizadas en el patio. Después de haber bailado cierto tiempo, el “dios” se dirigía a la casa, justamente hacia las tinajas que contenían el pulque. En ese momento daba inicio el tlayacaxapotla, como se denominaba la abertura de los recipientes que contenían la sagrada bebida. Una vez satisfechos, el sacerdote se acercaba a las tinajas que contenían el agua negra sagrada, que habían permanecido cerradas por cuatro días, las abría, y se las ofrecía al dios. Si por mala suerte al abrirse las tinajas alguna de ellas contenía alguna basura como pelos o pajas, el sacerdote deducía que el anfitrión que ofrecía la fiesta no era un buen hombre, sino adúltero, ladrón o lujurioso y, delante de todos los convidados, el sacerdote desenmascaraba sus vicios y su tendencia a la discordia. Cuando el sacerdote-dios decidía partir, le obsequiaban mantas llamadas ixquen, cuyo significada era “abertura de la casa”, para que todos se dieran cuenta que el dueño  no era muy honorable.

Al templo de Ixtlilton acudían también los desesperados padres cuyos hijos estaban enfermos. Si podía hacerlo, debían bailar para el dios y pedirle, con bellas palabras, que les devolviese la salud. Hecho lo cual, el sacerdote les hacía beber del agua sagrada, el Tlilatl, y les reflejaba la cara en una tinaja para saber si su tonalli, su alma, había o no, abandonado al infante.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Y el mundo se hizo…

Cuentan los ancestros tarahumaras que para que el mundo llegara a ser lo que es actualmente debió pasar por varias etapas formativas que se sucedieron unas a otras, y fueron destruidas por diluvios o por aguas hirvientes. Antes de la última destrucción del mundo había ríos cuya corriente corría hacia el lugar en donde el Sol se pone. Cuando solamente había arena, los Osos se dieron a la tarea de darle forma a la Tierra. Anteriormente, había muchas lagunas, pero cuando los hombres se pusieron a bailar el yumari, se formó la Tierra, y las rocas, que antes eran pequeñas y blandas, crecieron y se endurecieron y adquirieron la vida que llevan dentro. La Tierra era plana y las personas brotaban del suelo para vivir nada más por un año y morir en seguida, no vivían mucho. Otros abuelos cuentan que los hombres bajaron del Cielo y Tata Dios los llevó a las montañas, junto con el maíz y las papas que llevaban en las orejas. Esas montañas se encontraban en el centro del universo; para llegar a ellas los hombres fueron del noreste al este. Dios pensó en enviarles agua y creó los aguajes, de los cuales hay muchos en los llanos y junto a los arroyos. Cuando Dios creó al hombre le dio su aliento, y desde entonces se creó el Viento, el Aire, que sale por los agujeros de las tuzas, por las cuevas y por los aguajes donde viven víboras que ayudan a sacar el aire, porque en eso trabajan, sacando el aire, luego regresan a descansar con sus camisas rotas por arrastrarse en el suelo de cerros y planicies. Cada ojo de agua, río o fuente tiene una víbora que hace que el agua brote en la Tierra, son muy susceptibles y no se debe molestarlas. El símbolo del agua es la espiral cuyo movimiento connota la creación del mundo.
Cuando Dios creó al mundo también hizo el arcoíris que pintó con hermosos colores, para que los hombres pudieran verlo después de la lluvia, pero advirtió que no se le puede señalar con el dedo porque la persona que lo hiciera se enfermaría. El arcoíris es muy veloz, si algún tarahumara sale corriendo tras él y lo alcanza, se convierte en un buen corredor, y el arcoíris ya no corre más.
En los aguajes viven los witariki, “los que son de mierda”, seres sobrenaturales muy feos pero con mucho dinero invertido en ganado. Ellos roban el alma de las personas en el sueño y se la coman. En el mundo subterráneo habitan los teré gatíame, comandados por un dios llamado Terégor, “el de la casa de abajo”, patrón del Inframundo, con apariencia de lobo al cual le gusta matar a los seres humanos. También se le conoce con el nombre de Witura “el que es mierda”, quien detesta a todos los que habitan arriba de su mundo.
Los aguajes son lugares sagrados porque ahí moran las serpientes y los witáriki que como quedó asentado roban y devoran las almas de las personas; para tenerlas contentas y tranquilas cada año se lleva a cabo un ritual que consiste en poner una ofrenda en los manantiales, para que se alimenten junto a su dueño. Se danza a la entrada de los manantiales y se ofrece la comida depositada en una ofrenda; así, el aguaje estará satisfecho y proporcionará agua y salud a los hombres. Si alguien pasa por la noche por un aguaje, debe ofrendarle comida, so pena de perder el alma o de que una rana se duerma en su sexo y le provoqué un fuerte daño: al que se le ha parado una rana en el sexo debe cambiar de género cada mes, y sus características de personalidad también cambiarán, y ya nunca podrán tener hijos.
El mundo está formado por niveles: abajo se encuentran los anos de la Tierra, de los que proviene el gran mar que la rodea. Los anos están  cuidados por unos seres pequeñitos que carecen de ano y se alimentan de los pedos de maíz de los hombres.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Mitos Mexicanos

El sagrado Chicomoztoc

En un cierto tiempo que ya nadie puede contar, del que ya nadie puede ahora bien acordarse,  quienes aquí vinieron a sembrar a los abuelos,  a las abuelas,  estos, se dice, 
llegaron, vinieron. Por el agua en sus barcas vinieron,  en muchos grupos,  y allí arribaron a la orilla del agua,  a la costa del norte,  y allí donde fueron quedando sus barcas, se llama Panutla.
Topiatiztli.

El Lugar de las Siete Cuevas, el sagrado Chicomoztoc, fue fundado por grupos toltecas provenientes de Aztlán, entre los límites de Tamaulipas y Veracruz. Según considera el investigador Jesús Cabral, Chicomoztoc se encontraba ubicado al sur de la zona cultural llamada áridoamérica, en algún lugar hacia el norte del altiplano central, sitio de origen de los pueblos mexicas, tepanecas, acolhuas, y en general de todos los pueblos nahuas. De donde salieron siete, o trece tribus con sus propias particularidades, pero todas ellas pertenecientes al mundo tolteca, que no hay que confundir con Aztlán que ya existía cuando se fundó Chicomoztoc (Cabral). Es un hecho que nada sabemos de la cultura de aquellos iniciales grupos que un día poblaron Chicomoztoc.

Según la Crónica Mexicáyotl “era una roca con siete agujeros, cuevas adjuntas en un cerro empinado”, una alta colina elevada con siete cuevas, que para Tim Tucker: …nos lleva a la zona arqueológica de Teotihuacan y, después, hacia el sur. La evidencia cartográfica y topográfica apunta hacia un cerro llamado Chiconauhtla, posible ubicación del ancestral Chicomoztoc.

Para otros investigadores, en el sitio arqueológico de La Quemada, al sur de la ciudad de Zacatecas, en el Municipio de Villanueva, estuvo ubicado el mitológico Chicomoztoc. Algunos estudiosos no han desdeñado la creencia de que Chicomoztoc se encontraba en el Valle de México, en uno de los primeros asentamientos, justamente en Culhuacan, el “lugar de las personas con antepasados”, tan venerado por los mexicas, quienes se llamaban a sí mismos culhuas-mexicas. Tales estudiosos afirman que se encontraba cerca de la hoy ciudad de San Isidro Culhuacan.

El cerro de Culiacán, anteriormente denominado Teoculhuacan Chicomoxtoc Aztlán, ubicado en el estado de Guanajuato, también ha sido objeto de especulación para demostrar que en este sitio se dio origen a las culturas más relevantes de Mesoamérica, convirtiéndose en el famoso Chicomoztoc.

Cerremos nuestra breve reseña con las palabras aparecidas en la revista Nepohualintzin:
En cuanto a Chicomoztoc, cuya grafía latina nos obliga a leer la palabra en castellano con el acento en la última sílaba, en Su Origen el nombre debió pronunciarse como una palabra grave o llana, cambio fonético suficiente para ocultarlo a los españoles, más si se entiende referido no a un sitio específico, sino a un lugar del tiempo: la época de las cavernas, cuyo numeral (chicome, siete) se aplicaría en el sentido de “innumerable”: las cuevas innumerables en que habitaron los aztecas en los periodos glaciares, cuya evidencia paulatinamente se va revelando a los arqueólogos con el descubrimiento de infinitud de sitios con vestigios de Pinturas Rupestres, de los que tan solo en la Península de Baja California hay más de 600, muy pocos de ellos explorados, verbigracia, la Cueva del Ratón, que hasta nuestros días nadie se ha atrevido a fechar con una antigüedad mayor a los diez mil años, unos tres mil o dos mil años después de la última glaciación. He aquí el misterio de Chicomoztoc.

Sonia Iglesias y Cabrera