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Los niveles y rumbos sagrados purépecha.

Como todas las culturas indígenas de nuestro país, el universo purépecha tiene un orden: los mundos sagrados, donde transcurre el acontecer de las divinidades y de los humanos. Los purépecha pensaban que el universo estaba formado de tres planos: en la parte alta se encontraba el mundo de los dioses, el Aúandarhu, situado en el Cielo. En la parte media se encontraba situado el Echerendu, el mundo donde habitaban los seres humanos, que los dioses habían creado. En la parte inferior, estaba localizado el mundo de los muertos, llamado el Cumánchecuaro. Estos mundos constituían los espacios verticales.

Por su parte, los rumbos sagrados, o puntos cardinales, espacios horizontales del universo, eran cinco, cada uno custodiado por un dios. Así pues, El Oriente, el lugar por donde nacía el Sol, estaba resguardado por el dios Tirépeme-Quarencha; su color era el rojo. El Occidente, por donde el Sol se metía, se regía por Tirépeme-Turupten, y su color era el blanco. En el Norte se encontraba el dios Tirépeme-Xungápeti, asociado con el color amarillo y la dirección del solsticio de invierno. En el Sur reinaba Tirépeme-Caheri, relacionado con color negro, y la entrada al paraíso. Finalmente, la dirección Centro, custodiada por Tirépeme-Chupi, se identificaba con el azul, y era el sitio donde renacía el Sol.
Cada uno de los dioses constituía una advocación del dios Curicaveri, Gran Hoguera, dios del fuego, y se les consideraba a todos ellos hermanos. Los rumbos sagrados representaban un momento del paso del Sol en su recorrido diario. Curicaveri, dios principal del panteón purépecha, llevaba el cuerpo pintado de negro; la parte inferior de la cara, las uñas de los pies y de las manos de color amarillo.

Las Nubes que simbolizaban  las cuatro direcciones del universo, fueron cuatro de las advocaciones de la diosa Cuerahuáperi, “desatar el vientre”, creadora de la vida y de la muerte, ellas llevaban a los hombres las lluvias que permitían la germinación de las plantas, la renovación de la naturaleza, pero también podían ser destructoras y dañarla cuando llevaban en sus vientres terribles aguaceros y granizo que destruían las cosechas de los hombres.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Huémac se muere

En los Anales de Cuauhtitlan se asienta que en el año Nueve Tochtli murió el rey tolteca llamado Tlilcoatzin. A su muerte tomó su lugar Huémac, sacerdote de Quetzalcóatl, quien tenía como esposa a Coacueye, hechicera que había estudiado con un espíritu malvado en Coacueyecan. Como Huémac tuvo sus relaciones con Yáotl y Tezcatlipoca, fue destituido como sacerdote de Quetzalcóatl. En el año Siete Tochtli, hubo en Tula una tremenda hambruna y los dioses mencionados le pidieron a Huémac que diese a sus hijos para que fuesen sacrificados en Xochiquetzalyyapan.

Poco después, en el tiempo Trece Ácatl, el dios Yálotl dio comienzo a una guerra que se presagio por malos acontecimientos, por ejemplo un tolteca vio a una mujer que estaba arreglando las hojas de un maguey en un río, la mató, la desolló y se puso su piel. Los toltecas empezaron a decaer y decidieron irse a Cincoc, donde Huémac sacrificó al dios que adoraban a un hombre llamado Ce Cóatl. Los toltecas siguieron su camino y pasaron por Cuauhnénec, donde otra de las esposas de Huémac, Cuauhnene, dio a luz. Cuando corría el año de Siete Tochtli, Huémac decidió suicidarse ahorcándose en la cueva de Cincalco Chapoltepec. Siete años los toltecas estuvieron vagando, hasta que se asentaron.

Fray Bernardino de Sahagún nos relata en su Historia General de las cosas de la Nueva España que cuando Huémac aún reinaba, un nigromántico de nombre Titlacauan, iba caminando desnudo hasta que llegó a Tollan, donde ofreció los chiles que vendía, justamente frente al palacio donde vivía Huémac. La hermosa hija del tlatoani lo vio y quedó profundamente enamorada del joven y de su miembro viril. A causa de esa maravillosa visión, a la niña se le hinchó el cuerpo y cayó muy enferma. Cuándo Huémac pregunto a las dueñas que cuidaban a su hija la causa de tan extraña enfermedad, éstas le contestaron que había visto a un indio toueyo y su enfermedad era de amores. A fin de poner término a la tristeza y a la enfermedad de la muchacha, Huémac la casó con Titlacauan. Pero como no estaba muy de acuerdo con ese matrimonio, lo envió con los enanos  y los cojos a pelear contra los indios de Zacatepec y de Coatepec, para que muriera en la guerra. Cuando estaban peleando contra los de Coatepec, todos abandonaron al toueyo, que a pesar de encontrarse solo no murió y mató a sus enemigos, Cuando regresó a Tula, Huémac lo recibió como a un valiente guerrero. A partir de entonces lo aceptó como yerno.

Otra anécdota acerca de la muerte de Huémac registrada en los Anales de Cuauhtinchan, nos cuenta que cuando era tlatoani de Tula, les ordenó a los nonohualcas que lo cuidaban, que le llevasen a su casa una mujer que tuviera cuatro palmas de caderas. Cuando se la llevaron, Huémac se dio cuenta que no tenía las medidas por él solicitadas y les reclamó. Los nonohualcas se enojaron ante el reclamo y decidieron pelear contra los toltecas al grito de ¡Muera Huémac! El rey huyó y se fue a refugiar a una cueva de Cincalco. Pero encontraron su escondite, lo sacaron y lo mataron a flechazos. Al morir el tlatoani, la ciudad de Tula cayó por unas amplias caderas no encontradas.

Un buen día, siendo rey de Tula Huémac, decidió jugar con los tlaloques, los dioses de la lluvia, al sagrado juego de pelota. Los jugadores decidieron que el equipo que ganase tendría como premio chalchihuites y plumas de quetzal. El vencedor fue Huémac y los tlaloques le entregaron elotes y hojas de maíz verde. Ante la burla, Huémac montó en cólera y exclamó: ¿Por ventura, eso es lo que gané? ¿Acaso no chalchihuites? ¿Acaso no plumas de quetzal? De mala gana los tlaloques le entregaron el premio acordado, pero rencorosos deciden molestarlo haciéndole pasar dificultades por no menos de cuatro años. Primero le enviaron una fuerte helada que quemó las cosechas y los frutos de la tierra; luego, provocaron un calor tremendo que ocasionó que los magueyes, los nopales y los árboles se secaran, todo se rompió a causa de ese espantoso calor, y los toltecas fenecieron de hambre.

A los cuatro años, los tlaloques aparecieron en Chapultepec y anunciaron que los toltecas se acabarían. Entonces, un sacerdote de Tláloc apareció en el lago de Chapultepec y le envió un mensaje a Huémac para que la hija de Tozcuecuex fuera sacrificada. Al oír el mensaje Huémac se puso muy triste, pero debía cumplir. Entonces envio a sus mensajeros para que trajesen a la jovencita Quetzalxotzin a la que sacrificaron después de ayunar por cuatro días. Los tlaloques pusieron su corazón en una jícara y dijeron: – ¡Aquí está lo que han de comer los mexicanos, porque ya se acabará el tolteca! Cuatro días estuvo lloviendo, y volvió a crecer la vegetación. Huémac se fue a Cincalco y murió.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Vucub Caquix, el fanfarrón

Hace muchos miles de años, cuando aún no había luz en el mundo porque el Sol y la Luna estaban cubiertos, un dios de nombre Vucub Caquix, Siete Guacamaya, padre de los gigantes Cabrakán y Zipacná, decía, presuntuosamente, que él era el Sol y la Luna. Afirmaba que era tan maravillosos que todo él resplandecía: sus ojos, sus dientes, su nariz. Por supuesto que Vucub Caquix no era ni el Sol ni la Luna, tan sólo deseaba darse importancia, dominar y hacer alarde de sus riquezas. Ante tanta fanfarronería, los gemelos sagrados Hunahpú e Ixbalanqué decidieron poner fin al soberbio. Para matarlo pensaron en tirarle con una cerbatana cuando estuviera comiendo para que se enfermara. Los hermanos tomaron sendas cerbatanas y partieron en búsqueda del presumido.

Los hijos de Vucub Caquix, nacidos de la diosa Chimalmat, se encontraban entretenidos: Zipacná jugaba a la pelota con las seis montañas que había creado en una noche cuando aún no amanecía. Y Cabrakán se divertía haciendo temblar los montes y montañas. Ellos también eran soberbios y pregonaban lo que hacían llenos de presunción tratando de disputarse la grandeza con Vucub Caquix. Ante tanta fanfarronería y competencia los gemelos sagrados tomaron la decisión de matar a los tres, al padre y a los hijos.

Todos los días Vucub Caquix iba a comer a un árbol de nance, se subía a la parte más alta y disfrutaba de su comida preferida. De esta costumbre estaban enterados Hunahpú e Ixbalanqué. Así pues, se escondieron entre unas hojas al pie del árbol para acecharlo. Cuando llegó Vucub Caquix a comer, Hunahpú le apuntó con su cerbatana e hirió al dios Siete Guacamaya en la mandíbula. Al sentirse herido, Vucub Caquix cayó del árbol dando espantosos gritos de dolor. Hunahpú trató de cogerlo, pero Siete Guacamaya le arrancó un brazo, se lo dobló hasta el hombro, se lo arrancó y se fue a su casa llevando el brazo en el pico. Al ver llegar a su esposo en tales condiciones, Chimalmat le preguntó lo que le había sucedido, a lo que el esposo herido le contestó que se encontraba muy mal herido de la quijada, que los dientes se le movían y le dolían muchísimo. Siete Guacamaya decidió colgar el brazo sobre el fuego del hogar y dejarlo ahí seguro de que el gemelo manco vendría a buscarlo.

Ante esta situación, Hunahpú e Ixbalanqué fueron a hablar con una pareja de viejos de cabellos blancos y encorvados por la avanzada edad. El viejo se llamaba Zaqui Nim-Ac y la vieja respondía al nombre de Zaqui Nimá Tziis. Los gemelos les pidieron a los dioses que fuesen a donde vivía Vucub Caquix haciéndose pasar por una pareja de mendigos, y que dijeran que los muchachos que iban tras ellos eran sus nietos huérfanos de padre y madre. Además debían decir que tenía la habilidad de sacar el gusano de las muelas. Así Vucub Caquix no sospecharía que eran los gemelos sagrados. Los cuatro agarraron camino. Los gemelos iban un poco atrás de los viejos. Cuando llegaron a la casa de Siete Guacamaya, lo vieron sentado en su trono gritando de dolor por sus muelas. Cuando vio a los ancianos y a los muchachos, Guacamaya les preguntó de dónde venían, a lo que el viejo respondió que andaban en busca de comida. Guacamaya inquirió si los muchachos eran sus hijos y el dios aclaró que eran sus nietos a los que ambos querían mucho y con los que compartían los alimentos. Cuando Siete Guacamaya se enteró de que los ancianos sabían sacar el gusano de las muelas, curar los males de los ojos y colocar los huesos en su lugar, les pidió que le curasen los dientes, pues era tan insoportable el dolor que no podía ni comer ni dormir por las noches, y todo a causa de la maldad de dos gemelos demoníacos que le habían herido con engaños. El viejo aceptó curarlo y le dijo que le sacaría todos los dientes y le pondría otros nuevos, y de paso le curaría los ojos que se los veía un poco mal. Al principio, Vucub Caquix se negó, pues les aclaró que sus dientes y sus ojos eran sus preciados y valiosos ornamentos brillosos. Pero cuando el viejo le aclaró que los dientes estarían hechos de hueso molido, Siete Guacamaya aceptó. Pero los dientes que le colocaron los gemelos sagrados estaban hechos con granos de maíz, y cuando le tocó el turno a los ojos, le reventaron la pupila. Hunahpú e Ixbalanqué le dijeron al ave fanfarrona que ese era el castigo por creerse el Sol y la Luna y por hacer ostentación de sus riquezas: sus dientes y sus ojos resplandecientes. Al poco tiempo murió Vucub Caquix, y el viejo se llevó todas las piedras preciosas y las esmeraldas que formaban su pico y sus ojos. Hunahpú recuperó su  brazo y se lo puso. Una vez cumplida su tarea los gemelos sagrados se fueron al Cielo.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Chalchiuhtlicue

La que tiene la Falda de Jade, diosa de los lagos y las corrientes de agua, patrona de los nacimientos y reina de los bautizos, presidía el día Cinco Serpiente del calendario mexica y regía la trecena Uno Caña. Asociada con el agua, se constituyó en la patrona de la navegación costera. De su unión con Tláloc, el dios del agua, nació Tecciztécatl, Morador del Caracol, el dios que se volvió Luna, allá por Teotihuacan, cuando hubo superado su cobardía frente a los dioses. Según nos informan los chismitos, que en el Cielo también se dan, antes de ella Tláloc tuvo otra esposa, Xochiquetzal, pero como le gustó a Tezcatlipoca, se la robó, sin medir las consecuencias de sus actos. El dios de la lluvia, ante esta dolorosa pérdida, se puso muy triste y se negó a propiciar la lluvia, tanta era  su depresión. A causa de su negativa, las personas se estaban muriendo de hambre y sed, pues no había cosechas ni agua para beber. Los dioses, preocupados por tal situación, decidieron que lo que le hacía falta a Tláloc era otra esposa tan bella como la anterior pero más constante. Entonces, reunidos en asamblea, eligieron a Chalchiuhtlicue como la nueva consorte, después de todo era hermana de los tlaloques, diosecillos del agua, muy cercanos a Tláloc. El remedio fue efectivo y el dios de la lluvia, sumamente satisfecho, envió el agua que tanto necesitaban los hombres para regar las milpas y asegurar su subsistencia.

Durante la creación de los Cinco Soles, Chalchiuhtlicue alumbró al mundo durante el Primer Sol, en la era Cuatro Agua, cuando el Cielo era de agua y cayó sobre la Tierra dando origen a un terrible y catastrófico diluvio; fue entonces cuando los pobres humanos se convirtieron en peces, gracias a la deidad. Debido a tantas características acuáticas, Chalchiuhtlicue devino Acuecucyoticihuati, la hermosa diosa de los océanos.

Como Chalchiuhtlicue era coqueta, además de engalanarse con su bonita falda verde, le gustaba pintarse la parte inferior de su cara con líneas verticales también verdes, y colocarse en la cabeza una tiara de oro y cubrirse con un manto con borlas de Quetzalli. De su acuática falda surgía un torrente azul de aguas cristalinas en el que se situaban dos seres del agua, un niño y una niña. Nunca olvidaba su báculo de rayos del Cielo y su bolsa en la que guardaba las nubes que podían producir lluvia. Fray Bernardino de Sahagún nos la describe de la siguiente manera: Su cara pintada. Su collar de piedras finas verdes. Su gorro de papel con penacho de plumas de quetzal. Su camisa, su faldellín, su pintura de olas de agua. Sus sonajas, sus sandalias. Su escudo con un nenúfar, y en su mano, enhiesto un palo de sonajas.

Como era tanta su importancia entre los humanos y aun entre las divinidades celestiales, nuestra diosa contaba con una fiesta que efectuaban los mexicas en el sexto mes del año llamado Etzalcualiztli, para cuya celebración los sacerdotes iban a acarrear juncias, una planta herbácea de la familia ciperáceas, al pueblo de Citlaltépetl, el Cerro de la Estrella, donde había un lago llamado Temilco, donde se daban muy bellas, para adornar su adoratorio. El día de la celebración se elaboraban unas tortas llamadas etzalli hechas de maíz y de frijol, que las personas acostumbraban comer en sus hogares y ofrecer a quien se acercara a sus casas. En el templo a los dioses del agua se llevaban a cabo sacrificios humanos de esclavos y cautivos, cuyos corazones se arrojaban  al remolino que se formaba en la laguna de Tenochtitlan, y se entonaban cantos e himnos en honor a Chalchiuhtlicue y a los dioses del agua, incluyendo a Tláloc, cuyo canto empezaba:

Ay, en México se está pidiendo préstamo al dios,
En donde están las banderas de papel
Y por los cautro rumbos están en pie los hombres.
¡Al fin es el tiempo de su lloro!

Sonia Iglesias y Cabrera


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Teotihuacan

“El lugar donde fueron hechos los dioses”, Teotihuacan, fue una de las más grandes ciudades de Mesoamérica; así la llamaban los mexicas, pues su verdadero nombres nos es desconocido al igual que su la lengua y el origen del pueblo que en ella habitaba. El monumento más grande de esta hermosa ciudad es la Pirámide del Sol, localizada en la parte oriental de la Calzada de los Muertos, cuyo uso se desconoce. Su construcción dio inicio en la llamada etapa cultural Tzacualli (1-150 d.C.) Cuenta con sesenta y tres metros de altura, en cuya cúspide se encontraba un templo ceremonial. Fue construida empleando adobes, se la recubrió con estuco y se la decoró con pinturas religiosas

A su vez, la Pirámide de la Luna es uno de los edificios más antiguos de Teotihuacan situada hacia el lado norte, de menor tamaño que su compañera. En la plataforma superior se realizaban rituales en honor a la diosa Chalchiuhtlicue, diosa del agua relacionada con la Luna.

Hace muchos cientos de años, antes de que la luz existiese, los dioses –entre ellos Quetzalcóatl, Tláloc y Tezcatlipoca- efectuaron una reunión en Teotihuacan y decidieron que el mundo debía estar alumbrado, pero no sabían quién lo haría. Uno de los dioses que era muy rico y poderoso, llamado Tecuzitecatl, dijo que se encargaría de tal tarea. Pero necesitaba a otra persona que le ayudase. Como nadie se ofreció a hacerlo, nombraron como ayudante a Nanahuatzin, que tenía la mala suerte de ser pobre, jorobado y lleno de bubas; es decir, de pequeños tumores  llenos de pus y muy dolorosos. Como correspondía, antes de llevar a cabo su honorable tarea, los dos dioses se pusieron a hacer penitencia y a llevar a cabo los rituales de rigor. Tecuzitecatl, como era de posibilidades económicas, ofrendó oro, piedras preciosas, corales, hermosísimas plumas de quetzal, y mucho copal para ser quemado. A su vez, Nanahuatzin, que carecía de medios, sólo pudo ofrendar heno, espinas de maguey que llevaban su sangre, y las postillas de sus bubas para que sirviesen como copal; o sea, sus costras. Después de finalizar la etapa de las penitencias de rigor que les llevó hasta la media noche, dieron inicio los oficios. Tecuzitecatl se cubrió con una hermosa capa elaborada con las más bellas plumas de pájaros exóticos que se pudieron encontrar, que le obsequiaron los dioses para tal efecto. En cambio, a Nanahuatzin le regalaron una pobre capa de papel. Ataviados de tal manera, los dioses encendieron una hoguera y le indicaron al dios opulento que se arrojase en ella. Sin embargo, a Tecuzitecatl le entró mucho miedo y, cobardemente, se hizo para atrás. Pero lo volvió a intentar y sintió el mismo pavor. Cuatro veces trató de echarse, pero el miedo fue superior a sus deseos y fracasó. Cuando los dioses le indicaron a Nanahuatzin que se arrojara al fuego, no dudó ni un instante: cerró sus tristes ojos, se aventó y comenzó a arder. Cuando Tecuzitecatl vio que el dios pobre se había arrojado al fuego sin temor, se arrojó a su vez a la hoguera. En esas estaban cuando de repente entró un águila que se quemó en el fuego –razón por la cual desde entonces las águilas tienen las plumas de color negruzco-, después apareció un tigre que se chamusco todito y se manchó de blanco y negro.

Todos los dioses se sentaron en espera de ver de qué parte saldría Nanahuatzin. Dirigieron su mirada hacia el Este, donde hizo su aparición un Sol muy rojo, al que no podían mirar directamente a causa de sus potentes rayos. Pero aun así volvieron a mirar hacia el este y vieron salir a la Luna. Tanto el Sol como la Luna brillaban de una manera intensísima; pero entonces uno de los dioses tomó a un conejo y lo arrojó directamente hacia la Luna, que no era otra que el dios rico Tecuzitecatl, y el satélite perdió mucho de su inicial resplandor. Todos los dioses se quedaron muy quietecitos, para después decidir que debían morir para dar vida al Sol y a la Luna. La triste tarea de matar a los dioses correspondió al Aire, quien  inició toda una serie de movimientos y soplidos dirigidos primero al Sol y luego a la Luna, hasta que ambos ascendieron al Cielo. Es por ello que el Sol sale por el día y la Luna durante la noche. Este interesante mito de constancia del nombre de Teotihuacan que deriva de: téotl, “dios”; y teotihua, “ser transformado en dios”.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los mexicas en el mito

Los mexicas no fueron el primer grupo nahua que llegó a poblar la meseta central de México, muy por el contrario, pues fueron los últimos. Cuando llegaron ya se encontraban asentados otros grupos de habla náhuatl emparentados con ellos, lingüística y étnicamente, c desde muy antiguo. Nos referimos a los tepanecas, “los que se encuentran sobre la piedra”, situados hacia el sureste del Valle de México; los acolhuas, asentados al este del lago Texcoco; los chinanpanecas, “los que viven en las chinampas”, sitos hacia el suroeste y los chalcas, “moradores de chalco”, establecidos en el sureste de Valle. Además, se encontraban los grupos de tlatepotzcas, “los que viven a espaldas de los montes”, habitantes de Tlaxcala y Huexotzingo; y los tlahuicas, “gente de tierra, que ocupaban los valles sureños, justamente en las ciudades de Cuernavaca, Oaxtepec y Tepoztlán.

Según nos cuenta el mito, todas estas tribus habían surgido de la tierra y emergieron en Chicomoztoc o “lugar de las siete cuevas”. Naturalmente, el número siete hace referencia a las tribus que comprendía el grupo nahua contando, por supuesto, a  los aztecas o mexicas. Por otra parte, dicho número siempre tuvo un carácter sagrado para ellos, al igual que  para los mayas, para quienes el dios agrario era el Dios-Siete ligado al fenómeno astronómico que determina la estación de las lluvias.

Los aztecas afirmaban que provenían de una ciudad que denominaban Aztlán, “el país del color blanco”, concebido como una isla en medio de un lago rodeado de carrizos y pleno de chinampas –podemos notar fácilmente la similitud con la posterior Tenochtitlan-, en una de cuyas orillas se levantaba el cerro de Colhuacan, “lugar de los nietos-sobrinos”, provisto de las famosas siete cuevas. De la palabra aztlán, derivó el nombre de aztecas; es decir, “la gente de Aztlán”, aun cuando ellos mismos se denominaban mexicas, vocablo proveniente del nombre de su héroe Mexitli, o Mecitli; aunque también usaban el término tenochcas, en referencia a su caudillo Tenoch.

Los aztecas salieron de Aztlán posiblemente en el año de 1168, y llegaron por el norte al Valle de México, para establecerse en la orilla occidental del lago de Texcoco. Otra versión nos cuenta que arribaron, en el año 1256, a un bosque de ahuehuetes que tenía un manantial que brotaba de una fuente. Este bosque se llamaba Chapultepec, o “cerro del chapulín”. En este lugar se asentaron y tuvieron que soportar los continuos ataques de que fueron víctimas por parte de los otros grupos nahuas cercanos a ellos, hasta que éstos consiguieron arrojarlos del cerro. Entonces, vencidos y apesadumbrados, debieron someterse al príncipe de Colhuacan, quien ordenó asesinar a su caudillo. Sin embargo, aun débiles y pobres, los aztecas lograron escapar a esta sumisión y se refugiaron en unas islas situadas en el occidente del lago de Texcoco. Fue en este preciso lugar donde fundaron la Ciudad de Tenochtitlan en 1370, y no en 1325, como se ha creído erróneamente.

Durante los primeros tiempos de la colonización de las islas, los aztecas fueron comandados por el gran Tenoch, a quien debió su nombre la ciudad, que viene a significar “el lugar de Tenoch”. Sin embargo, la etimología de la palabra también se presta para que se la pueda interpretar como “el lugar donde el nochtli (nopal), crece sobre la piedra (tetl).
El mito sobre la población de Tenochtitlan nos refiere que durante el peregrinaje que tuvieron que padecer los aztecas para asentarse definitivamente, dos de sus sacerdotes descubrieron en una isla un manantial de aguas cristalinas, en una de cuyas rocas cercanas se encontraba posada un águila devorando una serpiente, portento que según los sacerdotes constituía una inequívoca señal de que ahí se debía construir un templo a Hutzilopochtli, “Colibrí Zurdo”, y máxima deidad del panteón mexica. Por cierto que, ya construido el gran teocalli, aprisionó entre sus muros al mencionado manantial. Desde el punto de vista simbólico, el águila representaba al sol y al cielo diurno; y la serpiente al cielo nocturno.

Ya fundada la Ciudad de Tenochtitlan, en sus inicios estuvo gobernada por caudillos, para más adelante dar lugar a una etapa monárquica que fuera conformada por once tlatoanis, o jefes supremos, encabezada, en 1376, por Acamapixtli, y terminada, en 1521, por Cuauhtémoc, último baluarte heroico quien fuera ahorcado por el capitán Hernán Cortés en las selvas del Petén, Guatemala, el 28 de febrero de 1525, acusado, injustamente, de conjurar en contra de éste.
Todos los once tlatoanis que antecedieron a Cuauhtémoc se consideraban los herederos culturales de Ce-Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, soberano tolteca que huyera del territorio mesoamericano, avergonzado por haberse emborrachado y cometido desmanes atroces. El apogeo de la civilización azteca tuvo lugar con el tercer Huey Tlatoani, Izcóatl, Serpiente de Obsidiana, quien, gracias a su acertado gobierno, propició la expansión de lo que, andando el tiempo, sería un gran imperio. Guerrero y conquistador, consiguió sujetar a la mayoría de los pueblos asentados en la región de Mesoamérica.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tatei Urinaka, el universo

Tatei Urinaka, el mundo-diosa, está formado por una calabaza a la que circundan cinco hermosos mares, y  dividida en cinco regiones donde habita un dios poderoso cuyo nombre no se conoce. Tatei Urinaka es de índole femenina, simboliza la fertilidad y la matriz. Abajo de la calabaza se encuentra una zona cóncava, Heriepa, ahí moran los seres humanos. En la parte de hasta arriba de la calabaza está el Cielo, una puerta que da acceso al mundo de los muertos. La parte baja de la calabaza cobija al Inframundo: Watet Uapa, cavidad oscura y acuática. Las tres partes están regidas por el movimiento del Sol, Tau, que baja del Cielo hasta el mar, continúa su recorrido por debajo de la calabaza y vuelve a subir por una escalera mágica llamada Umumui por la montaña situada en el Este.

Los límites del mundo están marcados por rocas situadas en cada punto cardinal. Cada punto está regido por una deidad de la cual toma su nombre: el Norte, Tzakaimute; el Sur, Rapaviemeta; el Oeste, Haramara; y el Este, Nariwame.
La Tierra, Heriepa, es femenina, surgida del sacrificio de la dios Tatei Urianaka quien copuló con Kauyumarie, el Ciervo-Sol, y su vientre se ensanchó lo suficiente para formar a la Tierra, a quien Tatewari, el dios del fuego, dividió en cinco rumbos cardinales al mando del Sol  cuidados por venados: en el Norte está Narihuame; en el Sur, Ushikuikame; en el Este, Kauyumarie; y en el Oeste, Watemukame. La Tierra, aunque de índole femenina, está gobernada por cuatro venados machos.

El Cielo, Taheima, de índole masculina, está formado por la deidad Tatei Werika Wimari, Joven Madre Águila, el espíritu el Cielo, surgida de una sombra de Kauyumarie. Esta diosa se representa como un águila de dos cabezas que irradia energía entre ellas, y de la cual se creó el Cielo. Esta diosa-águila se encuentra en el centro del firmamento y se encarga de cuidar la entrada a la región de los muertos. El Cielo es inmaterial, ventoso. Cerca del Sol, vive la Luna, llamada Mezeri. Debido a la lunación que dura veintiocho días, el Cielo tiene características masculinas y femeninas. El Sol es más poderoso que la Luna, sube al Cielo por el Este por medio de cinco pasos sagrados que lo llevan hasta la cima de la montaña Rreunar: Sheiwitari, Jutariaka Niwetari, Jairaka Niwetari, Nairaka Niwetari, y Ashuwirieka,  llega al Oeste donde se mete en el Inframundo. Al dejar la Tierra, el Sol por cuatro mares hasta que llegar al quinto. Un mar rojo lleno de flamas y espuma candente donde se introduce en un hoyo para adentrarse al Inframundo. Cuando desciende, se provocan enormes olas que llegan hasta el Cielo. El mundo celestial está gobernado por las águilas que son tan importantes como el Sol. En el centro se encuentra Tatei Werika Wimari, que tiene a su lado dos águilas más pequeñas rodeadas por otras más que se sitúan en cada uno de los puntos cardinales: Shurike (Sur), de plumas negras bordeadas de blanco; Piwame (Norte) de color gris con blanco; Kuishutasha (Oeste) de color amarillo y blanco; y Japuri (Este) rosa y negro. Todas las diosas femeninas del Cielo están relacionadas con el Sol. Arriba del Sol se encuentran las estrellas que surgieron por las chispas que produjo el astro cuando ascendió por primera vez al Cielo, de la cual la más importante es la Estrella de la Mañana y dos constelaciones: Simanixi, La Cabra, y Nivericate, La Campana. Las estrellas acompañan al Sol en su recorrido diurno, como cristales de roca que representan a las almas de los antepasados, pero se quedan en el Cielo cuando el Sol debe pasar por el Inframundo.

A su vez, el Inframundo, Watet Uapa conlleva el concepto de los cinco mares, cual cinco regiones llenas de serpientes, algunas de las cuales atacaron al Sol al inicio de la Creación. Los mares, llamados Tatei Haramara, tienen una amante que es una roca llamada Washiewa, situada frente a las costas de Nayarit. Cada uno de los mares está asociado a una deidad que lo rige, sus nombres son: Shewitemaka, Jutariakamaka, Jairakamaka, Nauriakamaka, y Aushiviriamaka. Es en Watet Uapa donde los antepasados vivieron cuando aún no tenían forma definida; está gobernado por el dios de la muerte, Tukákame, asociado con los animales de la noche que acechan al Sol en su trayectoria nocturna. Por eso siempre va vigilado por Tatewari. Cuando el Sol entra en el Inframundo debe pasar por Shiraunita, un mar de ruido; por Mayashure, el lugar de los precipicios; por Paritauta, la tierra de la oscuridad; y por Werikamuta, el lugar del águila que sube. En el Inframundo también mora Tatewari, el dios del fuego y Nakawé, la diosa máxima de los huicholes.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El regalo del Padre Sol. Mito tzotzil.

En la Primera Creación la pareja humana inicial fue hecha de barro. Cuando los hijos de sus descendientes tenían seis meses de nacidos, se los comían, una vez que los habían hervido en agua. Este hecho enojó al Padre Sol quien mató a la pareja y castigó a los hombres enviándoles un horrible diluvio de agua hirviendo. Los hombres rompieron sus ollas para que sus espíritus pudieran escapar. Vino una terrible oscuridad y todos murieron devorados por las serpientes, los pumas y los jaguares que nacieron en esa oscuridad. Pero los niños no murieron, sino que les salieron alas y se convirtieron en pájaros. Los pocos hombres que lograron salvarse se fueron a refugiar a las cuevas y a las montañas. Los que se fueron a  éstas, comieron frutas, plantas silvestres y bellotas, por lo que se convirtieron en ardillas y monos. Los que se escondieron en las cuevas comieron bulbos y plantas. Ese fue el castigo que les dio el Padre Sol por no haber muerto en la inundación como él les ordenara. Además, los convirtió en mapaches, a quienes ya se les olvidó que un día fueron hombres. Por eso se meten a las milpas a comerse el maíz tierno. Una mujer sobrevivió porque se subió a la cima de un cerro con su perro, hizo el amor con él obligándolo, y quedó embarazada. Así surgieron los ladinos (mestizos). Los únicos que se salvaron de tal inundación fueron los sacerdotes, porque eran monos araña y aulladores que se subieron a los árboles.

Y los hombres fueron creados

En la segunda creación, el Padre Sol dio vida a un segundo hombre hecho de madera labrada, que pudo hablar en cuanto estuvo terminado. El Sol le dio un instrumento de madera con una sola cuerda, pero como el hombre no supo cómo tocarlo, el Padre le rompió las manos y los pies, pero luego les hizo otros. De puro gusto, el hombre se puso a bailar. Después el Sol le construyó una casa y le dio una mujer. En esa casa vivieron y se multiplicaron; así fue como surgieron los seres humanos. Pero como no sabían hacer nada ni hablaban, el Padre Sol les envió otra inundación de la que tan solo se salvó una pareja que se metió en una caja. Poco a poco, las aguas se retiraron y surgieron los valles, las cuevas, los cerros; pero también los demonios y las serpientes. El Sol se llevó a su casa a la pareja que se había salvado y le preguntó si quería quedarse con él. Como ellos no quisieron porque le reprocharon que casi los hubiera matado, el Sol se enojó y los convirtió en monos. Y volvió a desaparecer la raza humana

La inundación destruyó todo menos a los reptiles: la serpiente de cascabel, la serpiente-oveja y la ballena, porque el dios que vivía en la parte subterránea, se los llevó con él y los alimentó. La comida que les dio los transformó en pollos, pero luego volvieron a su estado normal y se fueron a sus propias cuevas.

En la Tercera Creación el Padre Sol dio vida a Adán y Eva. Los hizo de barro; iban desnudos y no tenían casa ni comida. Como la Tierra era plana, el Padre Sol envió un terremoto que le dio relieve. Pero la Tierra seguía cubierta de agua, y el Sol pidió a los dioses subterráneos que hicieran cauces para los ríos y le ordenó a los mares que se evaporaran lo suficiente para dejar libre a la Tierra de tanta agua. Con la leche de sus senos, la Virgen salpicó a la Tierra, y a las gotas les salieron raíces y plantas que luego dieron papas. Pero Adán y Eva no sabían comérselas y la Virgen les enseñó. De su collar roto se crearon los frijoles, y de la sangre del talón del Sol, los chiles. De su ingle y de su  axila, el Padre se cortó un trozo de carne que se convirtió en maíz, el cual regaló a los hombres a quienes gustó mucho. Después, los seres humanos aprendieron a sembrarlo y a cosecharlo, a hacer casas, vestidos, cocinar y criar cerdos y aves. Como estos hombres no tenían hijos, trataron de hacerlos de madera, pero existía el problema de que no podían caminar ni hablar  por ser de palo. Para que aprendieran a hacer hijos de verdad, el Sol les envió un mensajero que les enseñó a hacer el amor. Pero no se dieron cuenta de que el mensajero era un demonio que se había acostado con una mujer casada para enseñarles bien cómo se debía hacer el amor. El marido de la mujer se enojó y le prohibió ver al mensajero.

Los hombres, que ya sabían hacer fiestas, bailar y cantar, decidieron hacerle una fiesta al Padre Sol en el atrio de la iglesia, porque les había dado herramientas de trabajo como machetes, hachas y azadones. Las herramientas tenían la facultad de trabajar solas, por lo que los hombres no hacían nada porque no sabían cómo emplearlas. Los dioses del Inframundo hablaron con el Sol y le dijeron que eso no estaba bien, que si los hombres no trabajan no se cansarían y entonces no le rezarían. Entonces, el Dios Padre les ordenó a los hombres que trabajaran y lo adoraran. Todos los hombres hablaban español. Pero como se peleaban mucho entre sí, el Padre ordenó que se separaran en grupos y que cada uno empleara una lengua diferente. Así aprendieron a hablar tzotzil. Pero el Padre Sol no estaba conforme, ya que los hombres eran malos y estúpidos, por lo cual mandó un terremoto y lo destruyó todo. Esta vez el Padre Sol creó el mundo actual. En él aparecieron todas las costumbres y tradiciones de los indios tzotziles. Este mundo actual cuenta con 150 o 400 años.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tlalcíhuatl-Tlaltecuhtli, la diosa sapo

El sapo es un animal tímido y nocturno, que se oculta en lugares oscuros y que por la noche sale a cazar insectos para alimentarse. En muchas culturas antiguas se le ha asociado con la Luna. Varias tribus de indios norteamericanos lo relacionaban con la fase oscura del ciclo lunar; es decir, el período de tiempo más silencioso y profundo que permite encontrar y enseñar la sabiduría. Asimismo, se le ha vinculado con diversos dioses. Por ejemplo, en la religión mexica el sapo excavador, tamazolin, (Scaphiopus Multlipicatus), “animal viejo con verrugas”, estaba relacionado con el dios del agua Tláloc, obviamente por la lluvia de la cual ambos eran partícipes, era el lento mensajero del dios, pues al dar un brinco se quedaba abstraído y mirando a la nada, como lelo. El sapo también ha tenido fama de flojo y descuidado, como nos informa fray Bernardino de Sahagún: El sapo (tamazolin) es flojo, no va caminando con las patas cuando anda, sino que nomás va dando brinquitos; y cuando brinca no va haciéndolo seguido, sino que nomás va de brinquito en brinquito (zan chocholotiuh); o brinca una vez y ahí se queda sentado, mirando, croando nomás.

Mito de mexico imagen

Los sapos y las ranas fueron asociados por los mexicas con la lluvia, cuando se escuchaba  croar a los sapos sabían que las lluvias estaba cerca. El dios Tlaltecuhtli, Señor de la Tierra, era un monstruo marino que vivió en el mar pasado el cuarto diluvio que sufrió la Tierra. En su forma femenina se la llamaba Tlalcíhuatl. La diosa Tlalcíhuatl-Tlaltecuhtli, Señor/Señora de la Tierra, la Gran Devoradora de Hombres, se representaba en la iconografía mexica con una parte de su cuerpo en forma de serpiente y la otra como un sapo con  bocas llenas de sangre en sus coyunturas, y en la posición del parto indígena con las fauces abiertas. A veces, se la representaba con la mitad de su rostro descarnado con una boca de la cual sale un tepatl, cuchillo, con ojos y boca. Su cabello era rizado, por ello asociado a los dioses de la Tierra y del Más Allá. Esta extraña diosa se tragaba los cadáveres y los hacía pasar hasta su matriz a través de su vagina dentada, a fin de encaminarlos hacia el Mictlan. Se le reverenciaba llenándose el dedo cordial con polvo del suelo y llevándoselo a la boca; se le ofrecían corazones que se colocaban en unas vasijas nombradas cuauhxicalli, la sangre se vaciaba en el temalácatl, el altar circular de sacrificios, como parte del rito de fertilidad. Hemos de mencionar que los rituales dedicados a Tlaltecuhtli sólo los realizaban los sacerdotes, por tratarse de un aspecto tan importante como era el nacimiento de una nueva vida. Como afirma Eduardo Matos Moctezuma: Al ser un rito de tránsito o de iniciación muy importante que dará pie para que el individuo pueda nacer o renacer para continuar su nueva vida, se convierte en algo sumamente sagrado que permanece or esta razón en el mundo de lo oculto.

El mito relata que Quetzalcóatl y Tezcatlipoca raptaron a la diosa del Cielo y la colocaron en un sitio donde había agua. Ellos la observaban en silencio y pensaron que era necesario fundar la Tierra. Se transformaron en serpientes gigantes y la atacaron. Cada uno de los dioses agarró un brazo y una pierna, y jalaron hasta que la partieron por la mitad: una parte la aventaron hacia arriba para crear al Cielo y las estrellas; la otra, la tiraron y se convirtió en la Tierra. Fue tan brutal la acción a que sometieron a  Tlaltecíhuatl, que los dioses viejos se enojaron, y decidieron que para mitigar el dolor infligido a la diosa de su cabeza surgiera todo lo bueno de la Tierra para que los hombres pudieran habitarla. Así pues, de sus ojos nacieron las cuevas, las fuentes y los pozos; de sus largos cabellos surgieron las flores, las plantas, y los árboles; de su piel la hierba chiquita y las pequeñas florecitas; y de su nariz, los valles y las montañas. El monolito de esta destripada diosa se encontró en las Ajaracas, en el Centro histórico de la Ciudad de México un 2 de octubre de 2006. Se trata de un disco de andesita rosa proveniente del cerro de Tenayuca que pesa doce toneladas. Matos Moctezuma dijo que se trataba de: …una deidad telúrica y nocturna del sexo femenino que porta un faldellín adornado con cráneos y huesos cruzados, además de lucir un adorno dorsal con tiras y caracoles, exclusivo de las deidades femeninas.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Hun Nal Ye, la primera semilla de maíz.

La civilización maya geográficamente tuvo una extensión bastante considerable, pues abarcó los estados de Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco y Yucatán; más algunos países de América Central que hoy conocemos como Guatemala, Belice, Honduras y el Salvador. Su abundante y maravillosa mitología se encuentra en libros tales como el Rabinal Achí, EL Popol Vuh, y el Chilam Balam.

En el Popol Vuh, Libro del Consejo, recopilación de los mitos de los mayas quiché de Guatemala, se encuentra el mito del ordenamiento del universo, sus niveles y sus cuatro rumbos espaciales. Para crear al mundo, los dioses utilizaron una cuerda para medir, y con ella dibujaron un cuadrado que determinaba los límites del universo. Dentro de dicho cuadrado erigieron un árbol: el eje cósmico. Según la estela de Quiriguá que se encuentra en Palenque, fechada en 3,114 a.C.,  el Primer Padre llamado Hun Nal Ye, nombre que significa Primera Semilla de Maíz o Uno Maíz  creó el Cielo levantando una casa dividida en ocho partes orientadas  hacia los puntos cardinales; colocó en el centro tres piedras para indicar el inicio de la creación, más un árbol sagrado que se llamó Wakah-Chan, representación simbólica de los “cuatro vientos”, de la vida y de la fertilidad. Este árbol sagrado unía los tres planos fundamentales del cosmos: el Cielo, la Tierra y el Inframundo; se localizaba en el plano terrenal, desde donde partían su copa y sus raíces hacia los otros mundos. A Wakah-Chan se le rendía culto al término de la época de secas, cuando daba inicio el tiempo de las lluvias, y se efectuaban los rituales dedicados a Chaac, dios del agua, convertido en cada uno de los rumbos cósmicos. Este árbol aun representa para los mayas la estabilidad del cosmos. Su espléndido ramaje verde se asocia al jade, al maíz y a la satisfacción que éste cereal proporciona al hombre. Las ramas verdes del árbol sirven de asiento a hermosos pájaros: los de las ramas del este son rojos; los del oeste, negros; blancos los del norte; y amarillos las aves del sur.

Las hazañas más destacadas del dios Hun Nal Ye se encuentran pintadas en un edificio del Petén en Guatemala; se refieren, en primer término, a cuando el dios descendió a Xibalbá, el mundo subterráneo, donde moraban los espíritus de la enfermedad y de la muerte, cuya entrada se encontraba situada a la entrada de una caverna en Alta Verapaz, Guatemala, en busca de la montaña escondida de los mantenimientos, lugar en donde se guardaban los elotes de granos amarillos y blancos. La entrada del dios-semilla al mundo subterráneo, corresponde a la época en que el grano debe sembrarse. En Xibalbá el dios tuvo que enfrentarse con los seres del Inframundo, quienes no lo aceptaron porque al dios se le olvidó llevar las ofrendas necesarias. Tal fue el rechazo de los señores de Xibalbá, que el Dios del Maíz terminó decapitado sin piedad.

Hun Nal Ye tenía dos hijos gemelos llamados Hunahpú e Ixbalanqué, quienes decidieron descender al Inframundo en busca de su padre. Ellos también entablaron grandes peleas con los seres malignos de Xibalbá. Poco después, el dios-semilla germinó en el Inframundo y se convirtió en una hermosa planta de maíz. En su viaje, el joven dios encontró a unas bellas mujeres desnudas que lo vistieron  con un faldellín de mazorcas de jade, y le adornaron con orejeras brazaletes, ajorcas y un cinturón de caracolas marinas hechas de jade. Tal vestimenta simboliza a la fertilidad por el jade, las hojas verdes y las caracolas marinas. Ya vestido con tales galas, el dios emprendió un viaje en canoa, cuyos remeros fueron un jaguar que portaba un remo en la mano, un ser fantástico que llevaba un instrumento musical elaborado en concha de tortuga, y el dios  de la lluvia Chaac. Así llegó a Xibalbá a recoger las semillas nutrientes que se encontraban en tal sitio. Las recogió y metió en un saco, y salió a la superficie de la Tierra por una grieta, simbolizada por una concha de tortuga. Su salida fue custodiada por sus dos hijos, gracias a cuyos denodados esfuerzos  resucitó. Todas estas aventuras emprendidas por el dios, son nada menos que el ciclo reproductivo del maíz: siembra, germinación y nacimiento de la planta.

Sonia Iglesias y Cabrera