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Mitos Mexicanos

Ya’axché, el Árbol Sagrado de los mayas

En un principio fue la cruz: la representación simbólica de los cuatro vientos, de los cuatro rumbos sagrados. Al centro de la cruz cósmica, el Gran Árbol de la Vida y de la Fertilidad: Ya’áxché, el Árbol Sagrado…

Cuentan los abuelos que en el año 3,114 a.C. nació el dios Hun Nal Ye, Uno Maíz, el Primer Padre, quien un buen día decidió construir una casa en un lugar llamado Cielo Levantado. Dividió la casa en ocho partes: cuatro rumbos cósmicos y cuatro espacios intercardinales. Tres piedras le sirvieron para indicar el centro del cosmos, en donde colocó a Ya’axché Imich, el Árbol Sagrado. En cada rumbo sagrado sembró un árbol. Así, surgieron El Primer Árbol Blanco, Sac Imix Che, en el norte; el Primer Árbol Negro, Ek Imix Che, en el oeste; el Primer Árbol Amarrillo, Kan Imix Che, en el sur; y el Primer Árbol Rojo, Imix Che, en el este. Hun Nal Ye decidió que Ya’axché relacionara los tres planos verticales del cosmos: el Cielo, la Tierra y el Inframundo.

En la copa del árbol, en el plano celeste -azul e inalcanzable- está el mundo de lo sagrado, pleno de fuerzas creadoras, de existencia pre cósmica, y morada de las deidades eternas. En el Cielo habitan sagradas aves psicopompes: el Pájaro-Serpiente, de larga cola de quetzal y collares de jade; Yaxcocahmut, el ave oracular; y Kinich Kak Mo, la guacamaya de fuego de rostro solar. Las aves comparten el espacio celeste con monos que se destacan por su sabiduría y por sus enormes saltos de rama en rama. El Cielo cuenta con trece estratos dispuestos en capas sobre la Tierra. En el más alto vive Itzamná, El Lagarto de la Casa, el dios del Sol y la sabiduría, supremo creador del universo, del fuego y del corazón, representante de la muerte y del renacimiento de la naturaleza. Itzamná, sentado sobre una cauda de estrellas, dirige el orden del cosmos desde las alturas celestiales, para beneficio de los humanos. Cuatro jaguares, los bacaboob, hijos de la diosa lunar Ixchel y de Itzamná,  sostienen el Cielo en cada una de las esquinas de las cuatro direcciones sagradas; así, el Cielo nunca caerá. Los cuatro sostenes se nombran: Balam Quitzé, Jaguar de Fuego; Balam Acab, Tigre Tierra; Mahucutah, Tigre Luna; e Iqui Balam, Tigre Viento. Solamente cuando el mundo dio fin en una de sus eras a causa de un diluvio que todo destruyó, los bacaboob se libraron de tan pesada carga.  A cada uno corresponde  un punto cardinal y un color: el bacab del norte es blanco; el del sur, amarillo; el del este, rojo; y el del oeste negro. Despojados de su penosa tarea, los bacaboob habitan las entrañas de la Tierra, y los lugares acuosos de la naturaleza. Cada uno de los bacaboob se identifica con un amuleto: una tela de araña, un caparazón de tortuga y dos clases de concha.

En las raíces de Ya’axche se sitúa el plano terrenal, Cab, la Madre Tierra, la morada de los hombres, el espacio donde tiene lugar el ciclo vital y el acontecer del continuum humano. En Cab se produce y se reproduce la naturaleza en todas sus expresiones; en Cab se encuentran las montañas, los ríos, los valles, las flores, los animales; y sobre todo, en Cab crece el sagrado maíz, el regalo más preciado de los dioses a los humildes mortales. Bajo la superficie de Cab, donde se surgen las aguas vitales, flota el divino cocodrilo, Itzam Cab, Cocodrilo de la Tierra, por otro nombre Chac Mumul Ain, Gran Cocodrilo Lodoso, con rugosa piel que connota los accidentes naturales. Sobre el fuerte tórax del Cocodrilo sagrado, encarnación de la fertilidad cósmica y terrenal, descansa la Tierra, mientras que su cuerpo flota sobre una inmensa laguna. Dios Cocodrilo sacralizado de representación tripartita, pues en él se unen los conceptos celestiales, terrenales e infernales; es decir: Cielo-Tierra-Inframundo.

Más abajo de Cab, se encuentra el Inframundo, Xibalbá, el reducto de los muertos, el mundo subterráneo donde reinan los malignos Señores de Xibalbá, dioses de la enfermedad y de la muerte: Xiquiripat, Chuchumaquic, Ahalpuh, Ahalcaná, Chamiabac, Chamiaholom, Quicxic, Patán, Quicré y Quicrixcac, comandados por Hun Camé y por Vucub Camé, los jueces supremos del concejo fúnebre. Para acceder a Xibalbá es necesario transitar por pendientes muy acusadas, cruzar el Barranco Cantante y el Barranco Cantante Resonante, esquivar árboles espinosos y ríos de sangre, hasta llegar a un cruce de cuatro caminos de colores rojo, blanco, amarillo y negro. Llegar a Xibalbá requiere soportar horribles tormentos en la Casa Oscura, llena de tinieblas; en la casa del Frío, donde sopla un viento gélido; en la Casa de los Jaguares, plena de bestias que se revuelcan, gruñen y se burlan de los caminantes; en la Casa de los Murciélagos, que revolotean y chillan sin cesar; y en la Casa del Calor, envuelta en eternas llamas y brasas ardientes.

A pesar del paso del tiempo, Yaáxché no ha sido olvidada. Los lacandones cuentan que Hach Ak Yum, Nuestro Verdadero Señor, creador de la selva, el Sol y de los humanos vivía en Yaxchilán, lugar que se encontraba en la Tierra. Un día decidió irse a vivir al Cielo y se fue con toda su familia. Desde entonces, Yaxchilán se convirtió en un espacio sagrado, en donde por medio de la celebración de ritos, se logra la comunicación con el dios. Yaxchilan es el centro del mundo en el cual existe una ceiba sagrada, cuya copa llega al Cielo y cuyas raíces conducen al Inframundo. Tal árbol recibe el nombre de Ya’axché; es decir, el Árbol Verde, encargado de sostener al mundo. Alimenta y hospeda a los que no tienen padres. Dicho árbol simboliza la fecundidad, la fertilidad y a la temible Xtabay, la diosa asesina y seductora de hombres,. A más de este árbol central, la Tierra se encuentra sostenida por otros cuatro situados en cada uno de los puntos cardinales. Estas direcciones sagradas  tiene su color y su significado: el este es rojo: sangre y vida; el oeste es negro: muerte; el norte es blanco: el cenit; y el sur es amarillo: la medianoche.

Sonia Iglesias y Cabrera

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