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Las cuatro Marías

Tapalpa es un poblado muy antiguo, pues proviene desde la época prehispánica, que se encuentra en el estado de Jalisco, en la Región Lagunas.  Su nombre significa en otomí “tierra de color”. Como todos los pueblos de la República Mexicana, es poseedor de una rica tradición oral que comprende mitos y leyendas. La leyenda que ahora vamos a relatar forma parte del folklore de dicho poblado.

A finales del siglo XIX, vivían en Tapalpa cuatro mujeres que estaban unidas por el compadrazgo. Las cuatro llevaban por primer nombre el de María, así pues, eran: María Amaranta, María Natalia, María Eduviges y María Tomasa. Los habitantes del pueblo las llamaban las Marías Lenguas; mote que se habían ganado a pulso por ser sumamente chismosas y gustar hablar mal de todo el que podían. Material no les faltaba. Sus chismes habían causado ya varios estragos en la reputación de muchos de los vecinos, razón por la cual eran temidas por todos. Parece ser que la más chismosa de todas era María Tomasa, por tener una imaginación muy fecunda que le ayudaba a fabricar chismes donde no lo había o a enriquecer y aumentar los ya existentes.

Para llevar a cabo sus habladurías solían reunirse en una pila que se encontraba cerca de sus casas, y que recibía el nombre de La Pila. Cierto día se encontraban las comadres muy a gusto hablando mal de las personas, cuando se acercó a la pila un indígena otomí. Macario era muy viejo y siempre se había dedicado a la brujería, oficio que había heredado por generaciones desde tiempos muy antiguos.

Al escuchar el chismerío que se traían, Macario se dirigió a las Marías Lenguas y les dijo muy serio y amenazador que, si no dejaban de estar hablando boberías e inventando chismes de las personas, les iba a ir muy mal y tendrían que pagar las consecuencias que sus actos parlanchines les atraerían.

Las Marías al oír al brujo indio hablar, se pusieron a reír de él y a insultarlo muy agresivamente. Ante los insultos, Macario les respondió muy tranquilo que quedaban advertidas y que, si continuaban con sus habladurías, el castigo que recibirían sería tremendo. Como las comadres siguieron burlándose del indio, éste tomó agua de la pila, y diciendo unas palabras mágicas les arrojó el agua a las cuatro mujeres.

Al sentir el agua hechizada sobre sus cuerpos, las mujeres tuvieron como un ataque y se contorsionaban revolcándose en el suelo. Poco a poco, se fueron convirtiendo en serpientes. Macario en ese momento se dirigió a ellas y les dijo: – ¡Por ser tan malas personas y chismosas, yo las condeno a convertirse para siempre en serpientes de piedra, para que sirvan de ejemplo a las personas que gozan arruinando al pueblo con sus funestos chismes!

Y así fue, las serpientes de piedras se subieron a la pila y cada una tomó un lugar en donde estarían para siempre. Desde entonces a la pila se le conoce con el nombre de la Pila de las Culebras.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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La Mala Hija

Lagos de Moreno, ciudad sita en el estado de Jalisco, en la época revolucionaria recibió a muchas familias adineradas provenientes de otros estados, que deseaban huir de los revolucionarios por miedo a perder todas sus pertenecías y a morir en manos de los bandoleros, como los llamaban. En Lagos de Moreno las tales familias se encontraban seguras entre gente de su misma clase social y de sus mismos intereses.

Entre dichas familias se encontraba el matrimonio formado por Rubén Peón Valdez y su amada esposa doña Blanca. Al poco tiempo de asentarse en Lagos de Moreno, tuvieron una niña muy bonita, a la que pusieron por nombre Blanca Rosa. Dos años más tarde, la familia aumentó con el nacimiento de un varón, al que nombraron Francisco. Ambos niños eran amados por igual. Sin embargo, la predilecta de don Rubén era la pequeña Blanca Rosa, a la que idolatraba. El matrimonio Peón Valdez tenía fama de tener la casa más bella de la ciudad y de recibir en ella a lo más granado de la sociedad. Como eran muy buenos anfitriones, todo el mundo deseaba ser invitado a sus fiestas y tertulias.

Al crecer, Blanca Rosa era aún más bonita que de niña, su blanco cutis, sus ojos azules y su largo cabello dorado llamaban la atención de todos. Ni qué decir tiene que la jovencita tenía la mar de pretendientes, quienes estaban locos por casarse con tan bella damita. Sin embargo, Blanquita no le hacía caso a ninguno y se mostraba indiferente ante tanto galanteo. Era tanta su indiferencia que sus padres llegaron a pensar que tenía vocación de monja.Blanca Rosa, la mala hija

Pasaron unos años y todo seguía igual con la muchacha. Ni se casba ni se metía a monja. Una cierta noche, Blanca Rosa se despidió de sus padres como acostumbraba y se recogió en su recámara. Al día siguiente, su madre fue a buscarla para que acudiesen a misa de seis. Tocó, abrió la puerta, y… ¡Oh, sorpresa la joven no se encontraba en el cuarto! La cama estaba tendida y una de sus ventanas se encontraba abierta y de ella pendía una cuerda.

Doña Blanca salió inmediatamente y alertó a la servidumbre para que la buscasen por toda la casa. Todo fue en vano, la chica no se encontraba en ella. Se buscó desde la azotea al sótano, pero Blanca Rosa no apareció. En la ciudad de Lagos pronto se propagó la noticia de la desaparición de tan bella niña, y el pueblo hasta un corrido le dedicó su extraña desaparición.

Nadie sabía nada de su desaparición. Se rumoraba que se había fugado con Chicho, el caballerango, que era muy guapo; o con Narciso Romo, que tan bonitos ojos tenía. Pero buscaron en donde vivían los dos muchachos, y no encontraron a la niña desaparecida.

Unos años después, doña Blanca, la madre murió de tristeza y sin saber el paradero de la pequeña. El escándalo que había causado la desaparición se fue acallando. Cuando murió don Rubén Peón, muchas personas vieron a una mujer con un largo velo blanco que con un bulto en sus brazos recorría las calles de la ciudad sin pisar el suelo. Al llegar al río gritaba: – ¿Dónde los encontraré? Y tiraba el bulto al agua. Los rumores empezaron a correr de nuevo, se dijo que Blanca Rosa se había fugado con Chicho del cual había tenido cuatro hijos. Se afirmaba que en cierta ocasión Chicho la había sorprendido teniendo relaciones con otro hombre y que, loco de celos, había matado a sus criaturas y a ella. Y que ahora el espíritu de Blanca, arrepentido de haberse portado tan mal con sus padres y su amasio, recorría la ciudad para pagar sus pecados.

Sonia Iglesias y Cabrera

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¡El que la hace, la paga!

Tapalpa se encuentra ubicada en el estado de Jalisco. El nombre de esta población proviene de la lengua otomí y significa Lugar de Tierra de Color, de dicha localidad proviene la leyenda que a continuación relataremos.

En la iglesia de Tapalpa vivía el padre Bernardo. Entre sus feligreses había una mujer, Marta, que cada domingo iba a confesarse. El cura ya estaba cansado de oírla, pues sus confesiones tenían mucho de fantástica y de terroríficas, por lo cual suponía que eran puro invento de la dama.

Un domingo del mes de octubre, apareció en el confesionario Marta, como ya era costumbre y el padre Bernardo se apresuró a escucharla a fin de quitárselo pronto de encima. La mujer le dijo que había visto un aparecido en su casa, y lo describió: era un hombre robusto, pero de baja estatura, moreno y de pelo lacio, con una protuberancia en la nariz. Al oír el relato el cura le preguntó a Marta si lo había conocido en vida, pregunta a la cual la mujer contestó que no, que nunca lo había visto ni conocido. Pero le afirmó que el espanto estaba seguro de conocer al padre Bernardo.La Iglesia de Tapalpa

Ante estas palabras el sacerdote se mostró extrañado y expresó: ¿Ese ente del Más Allá le dijo a usted dónde me conoció? La mujer haciendo memoria le respondió al cura: – ¡Sí, padre mío, creo recordar que mencionó un sitio en el que había abedules o algo relacionado con ellos!

Al escuchar la respuesta a Bernardo se le fueron los colores de la cara, pues en una finca donde había muchos abedule le había dado muerte a su hermano menor. Después de cometido tan nefando crimen, Bernardo había huido del pueblo en donde se encontraba la finca y se escondió en la población de Tapalpa, que quedaba bastante lejos. Llegó a este nuevo poblado y se hizo pasar por un cura al que esperaban en la iglesia y que, por supuesto, nunca llegó, posiblemente asesinado por Bernardo, el falso cura, y del cual tomó su identidad.

El cura Bernardo siguió interrogando a Marta y le preguntó si el espectro le había dicho algo más. Marta aseguró que no, que solamente le había pedido que fuera con el sacerdote del templo porque quería hablar con él.

Asustado ante lo acontecido Bernardo le dijo a la mujer que se fuera a su casa y que la esperaba a la siguiente semana. Al anochecer, el falso cura encendió un gran cirio y con la Biblia en la mano se puso a rezar con un fervor inhabitual en él.

Cuando dieron las doce de la noche con doce minutos, súbitamente la puerta de la iglesia se abrió, y un tenebroso fuerte viento como venido del Infierno echó las bancas por tierra. En ese momento se escuchó una terrible voz que decía: ¡Conque ahora te escondes bajo una identidad que no te corresponde, te haces pasar por quien no eres! ¡Pero te juro que pagarás por tu espantoso crimen! A lo que Bernardo respondió: ¡No me arrepiento, pues nunca dejaría que ella fuese tuya!

Entonces, el aparecido emitió unas palabras en un lenguaje extraño, una lengua que ningún humano había escuchado antes y Bernardo, el cura apócrifo, cayó al suelo convertido en polvo.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Catalepsia

Victoriana Hurtado era una joven que pertenecía a una familia rica y de renombre. Había nacido en el año de 1833 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Desde pequeña fue muy consentida y nunca careció de lo necesario y aun de lo superfluo. Además de los lujos de que gozaba, tenía el amor incondicional de sus progenitores, quienes la adoraban.

Cuando llegó a la edad de merecer, sus padres le escogieron un buen partido para que formase un matrimonio que le fuese favorable.

El hombre elegido formaba parte de una buena familia y no carecía de fortuna, aun cuando no tan grande como la de su prometida. Los padres de Victoriana estaban satisfechos con la unión. La pareja se casó y vivían felices. Tuvieron tres hijos, Alejandro, Octavio y Javier, a los que adoraban y criaron sanos.La tumba de Victoriana con la mano de piedra y el testamento

Pero la pareja no estaba del todo feliz, pues Victoriana padecía de una enfermedad llamada catalepsia, la cual le producía inmovilidad y rigidez del cuerpo cuando menos lo pensaba. Llegó el día en que los padres de la enferma murieron y, antes de morir, le entregaron al yerno un enorme diamante. Cuando murieron los padres, le dejaron toda su gran fortuna a su hija, quien se convirtió en una rica heredera.

Cuando los hijos crecieron se dieron cuenta que su padre estaba dilapidando la fortuna de su madre en juegos, borracheras y mujeres, y ellos, que también eran ambiciosos y despilfarradores, ansiaban la muerte de su madre para poder heredarla y llevar una vida de disipación.

Cuando el padre de los tres hijos de Victoriana murió a causa de sus excesos, se alegraron de su muerte, y aprovechando un ataque de catalepsia de su madre, la hicieron pasar por muerta y la enterraron prestos en el Panteón de Belén, aun cuando sabían muy bien que no estaba muerta.

Al día siguiente de haberla enterrado, un velador del panteón vio que la mujer había tratado de salir de su tumba, porque se escuchaban sus lamentos desgarradores. Abrió la tumba y se encontró a la pobre mujer que tenía la mano ensangrentada por tratar de cavar una salida en el ataúd. La pobre Victoriana sobrevivió al entierro malévolo de sus hijos.

Cuando verdaderamente murió Victoriana, no les dejó a sus hijos nada de su fortuna. Toda la cedió a obras de caridad. Poco tiempo después, los hijos murieron de manera misteriosa y en la más absoluta pobreza. Al poco tiempo de morir, sus caras aparecieron talladas en la tumba de su madre a la que habían asesinado. Nadie supo cómo aparecieron ahí, junto a la lápida de Victoriana que mostraba una mano de piedra que asía un testamento.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Un brebaje fatal

En el año de 1708, vivía en Santa María de los Lagos, Jalisco, una bella joven mestiza llamada Francisca de Orozco. Su padre había sido un rico español y su madre una pobre india de la región. Todos los días acudía al Templo de la Asunción a oír misa, pues era devota.

En una ocasión en que se encontraba parada en el atrio de la iglesia una mujer española, rica y de alcurnia, se detuvo frente a ella y a voz en cuello la empezó a insultar acusándola de haber asesinado a una de sus criadas por medio de sus artes de hechicera.

Desde ese momento Francisca odio con toda su alma a la mujer que llevaba el nombre de San Juana de Isasi, y deseó vengarse lo más pronto posible de sus acusaciones. Y efectivamente, la joven mestiza sabía mucho de hechicería gracias a su madre que le había enseñado desde pequeña las artes de la brujería.Los granos de ololiuhqui

Un día, cuando se encontraba en su humilde casa, Francisca se puso a preparar una sustancia con la yerba llamada ololinque (ololiuhqui), a la cual también se le daban los nombres de Planta Sagrada y Hierba de la Culebra. Cabe mencionar que la tal planta estaba prohibida por la Santa Inquisición, ya que se le consideraba una planta demoníaca, por sus terribles efectos alucinógenos.

Francisca tenía mucho cuidado en la preparación de los menjurjes que preparaba con la hierba. Ya que terminó de elaborar el fatal brebaje empleando para ello nueve de sus granos, se lo entregó a Mariana, su amiga africana quien trabajaba como esclava en la casa de San Juana. Ella era la encargada de llevarle los alimentos a su ama, y como ésta la trataba de lo más mal, también la odiaba tanto como su amiga mestiza.

A la hora de la comida, Mariana puso parte del brebaje en el postre de leche de su ama, a quien le gustaba mucho y aun repitió ración. En seguida, la dama española arrojó espuma por la boca, el rostro se le llenó de sangre y corría desesperada por toda la casa al tiempo que repetía: – ¡Francisca, Francisca Orozco!

Mientras esto acontecía, la joven mestiza observaba a la española desde el huerto de la casa convertida en un gran tecolote. En un momento dado, Francisca-Lechuza se llevó en sus garras el cuerpo sin vida de la infeliz y malvada mujer, y dejó colgando en una rama su par de ojos azules.

Francisca había cumplido su venganza. Sin embargo, al día siguiente los familiares de la Santa Inquisición llegaron a la choza de la mujer y se la llevaron. Después de torturarla por varios días, la chica fue quemada en una hoguera en la plaza de la pequeña ciudad de Santa María de los Lagos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Serafina y el vaso con leche

En la antigua Calle de las Pilastras de Lagos de Morelos, Jalisco, vivía don Hermenegilgo Gallardo y Portugal, hombre linajudo y rico que tenía una hija que gustaba demasiado de la soledad y la melancolía. Para tratar de remediar su mal, su padre decidió que estudiara música. Fue a la iglesia y el sacerdote, su amigo, le recomendó a un maestro que se llamaba Rosendo Iriarte y que contaba con veinte años más que la joven, quien tenía solamente dieciocho. Poco tiempo después de iniciadas las clases de música, en las que Serafina se mostraba un tanto cuanto apática, ambos se enamoraron. Rosendo solicitó la mano de Serafina, pero don Hermenegilgo, furioso ante tal atrevimiento, se la negó, pues el maestro no era rico ni de buena estirpe.

El cura de la iglesia que la había recomendado a Rosendo intervino a favor de éste y logró convencer al padre de que se efectuase el matrimonio. De luna de miel los recién casados se fueron a San Luis Potosí. Pasados tres días, Serafina no quiso levantarse de la cama, estaba nerviosa, tenía delirios y parecía como perdida. Tuvieron que suspender la luna de miel.

Cuando regresaron a Lagos de Morelos, Rosendo consultó varios médicos para que aliviaran a su joven esposa, pero ninguno sabía qué mal padecía y no la pudieron curar. Por ciertos rumores que corrían en Lagos, Rosendo se enteró que Serafina era la heredera de una nada despreciable fortuna, y de que la madre de su esposa había muerto de ese mismo extraño mal, aun siendo muy joven.

El fatal vaso con leche

Una noche que se encontraban merendando, Rosendo, con intenciones de que se agudizara su locura y muriese pronto su esposa, derramó un vaso con leche en la mesa. El blanco líquido cayó sobre el regazo de Serafina, a quien el hecho alteró mucho y furiosa y desquiciada, tiró al suelo a su marido con todo y silla. Enloquecida por completo, la mujer le clavó los dedos en la garganta a Rosendo. Las carcajadas que se echaba Serafina atrajeron a unos vecinos, quienes al entrar se encontraron con Rosendo tirado en el piso, ensangrentado y muerto. Serafina continuaba con sus carcajadas, al tiempo que recorría la casa y los patios rasgándose las vestimentas mojadas con la leche.

Al enterarse don Hermenegildo de lo acontecido acudió a la casa de su hija. La pobre Serafina fue internada en un sanatorio para dementes hasta su muerte algunos años después.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Cristo de los Brazos Caídos

Barra de Navidad es un poblado que se encuentra localizado en el estado de Jalisco. También es conocido como Puerto de la Navidad. En la época de la conquista española fue muy importante, pues del astillero que estaba en este lugar, partieron las primeras exploraciones que se realizaron en el Mar del Sur, como era nombrado en esa época el Océano Pacífico. Actualmente, sus playas son visitas por los turistas que admiran su increíble belleza.

En este poblado de Barra de Navidad existe una iglesia dedicada a San Antonio de Padua en donde mora el Cristo del Ciclón, a quien se le atribuye un maravilloso milagro que tuvo lugar el 1 de septiembre de 1971.

Ese infortunado día, por la madrugada, el huracán Lily azotaba con toda su fuerza las costas pacíficas de Jalisco. Había llovido durante tres días con una fuerza extraordinaria. La población de Barra de Navidad se encontraba en un terrible peligro, y ya muchas casas de tipo palapa habían sido arrasadas, dejando a sus humildes habitantes sin nada.

El Milagroso Criso¡to de los brazos caídos

Ante esta terrible calamidad de la naturaleza, los habitantes de Barra de Navidad decidieron acudir a la iglesia del poblado para pedirle al Cristo Crucificado que hiciese algo para que las lluvias se detuvieran y el huracán se calmara. Todos se pusieron a rezar muy devotos y terriblemente asustados.

Rezaron con tanta fe que en un momento dado el Cristo bajó sus brazos que como todos sabemos los tiene clavados hacia arriba en la cruz. En el momento de ejecutar tal acción, la lluvia se detuvo y el huracán también.

Pasado un corto tiempo, el Cristo adquirió el nombre de El Cristo del Ciclón y fue venerado no solamente por los lugareños, sino por mexicanos de otros poblados y ciudades, y aún por habitantes de otros países que acuden a adorarlo. Se trata de un Cristo súper milagroso, que sana a los enfermos y les resuelve los problemas aquellos que le van a ver y le rezan con verdadera fe, a decir de los creyentes.

La oración que se le reza a este original Cristo da inicio de la siguiente manera: ¡Oh, Señor Jesús!, sofoca los vientos de esta tempestad, y de otros sistemas que nos amenazan. Así como calmaste el Mar de galilea para tus discípulos, ¡Oh, Señor!, atenúa los vientos, calma las aguas, introduce fuerzas de la naturaleza que perturben la configuración de esta tormenta, disipa su malignidad, debilita, reduce drásticamente su interior, desorganízale, envíala inofensivamente hacia las aguas…

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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La bella Tzapotlatena

Cuenta una leyenda prehispánica de Zapotlán El Grande, municipio del estado de Jalisco,  que en uno de los pueblos asentados alrededor de la Laguna de Zapotlán, llamado Tlayolan, vivía una mujer muy bella. Esta dama tenía fama de ser una excelente curandera, capaz de curar cualquier enfermedad por reacia que fuera. La increíble mujer llevaba el nombre de Tzapotlatena.

La hermosa curandera era nieta de una señora muy respetada  por la comunidad, y una de las más ancianas. Razón por la cual la curandera era asimismo muy respetada y querida. Además de que era muy admirada por sus dotes curativas que eran extraordinarias, por el conocimiento tan amplio que tenía de las plantas medicinales de la región, y por ser una mujer de lo más virtuosa y recatada.

En cierta ocasión, Tzapotlatena se encontraba en el campo estudiando las plantas y recolectado algunas que le hacían falta para su reserva, que siempre gustaba que estuviese bien surtida para lo que pudiera ofrecerse. En esas estaba cuando vio que un niño se acercaba a ella corriendo y gritando. Cuando el pequeño estuvo junto a la curandera le dijo que su madre se encontraba en trabajo de parto, pero que la situación era muy delicada ya que el bebé no lograba salir del vientre de su madre.

La Diosa Tzapotlatena

Al escuchar el relato del pequeño, la Tzapotlatena corrió a la casa de la parturienta para ayudarla. Sin embargo, el parto se presentaba muy dificultoso y lo realizado por la curandera no surtía ningún efecto positivo. En ese momento, la mujer, en su desesperación por ayudar a la mujer, les pidió a unos hombres que se encontraban fuera del jacal observando lo que sucedía, que le trajeran mucha resina de los pinos, toda la que pudieran. Los hombres partieron presurosos a cumplir con el encargo. Cuando regresaron a la choza, la Tzapotlatena se apresuró a hacer emplastos que colocó en el vientre de la parturienta, quien se encontraba loca de dolor.

Al poco rato, los emplastos surtieron efecto y el dolor de la pobre mujer fue cediendo. Nació un niño fuerte y sano. La bella curandera estaba impresionada por los poderes de los emplastos de resina. Nunca se imaginó que fuesen tan efectivos. Desde entonces cuando debía auxiliar a una mujer en trabajo de parto, empleaba los emplastos de resina para ayudar su dolor y para facilitar el parto si éste se presentaba dificultoso. Los maravillosos emplastos no solamente le servían para ayudar a las parturientas, sino que podían curar otro tipo de enfermedades. Su poder curativo era muy variado.

En una ocasión a Tzapotlatena la mordió una serpiente muy venenosa, y se puso muy grave. Le aplicaron sus famosos emplastos de resina, pero la mujer no reaccionaba y cada vez se ponía más mal. Conforme pasaban los días la curandera adelgazaba y el color se le iba de la cara. Al final, la curandera murió. Ella que había curado a tantas personas no había podido curarse a sí misma. Su funeral fue muy hermoso y concurrido, toda las comunidades de la zona acudieron llevando flores blancas como homenaje a una mujer tan bondadosa y sabia. Se convirtió en una diosa a la que los enfermos rezaban y solicitaban un milagro.

Además, los curanderos la convirtieron en su deidad, a quien veneraban por su descubrimiento de los salvadores emplastos de resina. Como siempre curaba a quien la veneraba pronto se hizo famosa no solamente en Jalisco, sino aún en el Señorío de Michoacán y en el Reino de Cazcan. El pueblo de Tlayolan donde la bella diosa había nacido, se convirtió en Tlayolan-Tzapotlan, el sitio donde se la veneraba y dedicado a la Diosa de los Curanderos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Fermina

Cuentan en la ciudad de Guadalajara,  capital del estado mexicano de Jalisco, que en una ocasión Fermina fue llevada por su madre al Hospital Civil debido a un fuerte dolor en el vientre. Debían operarla de urgencia. Por lo tanto, los médicos la anestesiaron y la llevaron al quirófano para proceder. Fermina se durmió bajo los efectos de la anestesia.

Cuando despertó, se encontraba en un cuarto blanco y alto, con muchas camas con pacientes quejumbrosos. La oscuridad del recinto sólo se atenuaba por una luz que procedía del cubículo de las enfermaras. Fermina se dio cuenta de que una mujer vestida con los hábitos de monja antigua caminaba por entre las camas de los enfermos. Con el rostro cubierto, la monja se detenía en cada cama, miraba al doliente y rezaba. La aparición se repitió cada noche, justo cuando las enfermeras apagaban la luz y se trasladaban a su cubículo.

Fermina le preguntó a una de las enfermeras sobre la identidad de aquella monja, pero no obtuvo respuesta, sino solamente la indicación de que se fuese a bañar. Pero como la muchacha se sentía muy débil, esperó hasta la noche para acudir a bañarse. Al irse acercando al baño escuchó que alguien se encontraba en él y se estaba tomando una ducha. Cautelosamente, Fermina se puso a espiar y vio que una mujer con largo y negro cabello negro estaba bajo la ducha… pero en vez de chorrear agua lo que corría por su cuerpo y el suelo era sangre! De repente, la mujer volteó y Fermina vio que tenía unos ojos muy negros. Atemorizada, la joven volvió al dormitorio temblando de horror.

Poco después, Fermina trabó amistad con una enferma de su edad. Ya entradas en confidencias le preguntó si ella había visto a una monja que caminaba entre las camas de los pacientes. Fermina le respondió: -Por supuesto que la veo, siempre viene a rezarles a los enfermitos para que se curen rápido. Entonces la amiga le respondió: -¡Pero es que no me has entendido, esa mujer está muerta! ¡Fíjate bien, su cara es una calavera y flota porque no tiene pies!

La Monja fantasma

Incrédula ante lo dicho por su amiga, Fermina decidió cerciorarse por ella misma. Por la noche espero a que las enfermeras apagaran las luces y se mantuvo al acecho. Poco tiempo después la monja apareció. Fermina fingió dormir, pero la observaba a hurtadillas semi tapada por la colcha. Cuando se acercó a su cama, pudo constatar que, efectivamente la monja flotaba y su cara era una horrible calavera con dos profundos hoyos negros como ojos. Ante tan horrenda aparición, Fermina cayó desmayada.

Al día siguiente, muy tempranito, la muchacha, a pesar de aún no estar dada de alta, sacó su maleta de debajo de la cama, se vistió apresuradamente, y se fue cuan veloz era a su humilde casa que se encontraba en un cercano pueblo. Jurándose que nunca más volvería a pisar ese escalofriante Hospital Civil donde el fantasma de una monja se aparecía.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ana y La Casa de los Perros

En la ciudad de Guadalajara, Jalisco, vivía, en el año de 1872,  un cafetalero llamado Jesús Flores en una hermosa casa en la calle de Santo Domingo. Contaba con setenta y dos años y era viudo. Cerca de su casa vivía una viuda costurera, de apellido González, que tenía tres hijas muy bellas. Dos de las hijas se casaron, y sólo quedó Ana con su madre. Don Jesús se enamoró de ella, y le propuso matrimonio. Ana aceptó temerosa de no poder casarse con nadie, pues ya contaba con veintiocho años y atraída, sobre todo, por la gran fortuna del vejete. Para tal acontecimiento la casa fue remodelada, se le puso un piso más, y Ana agregó a la fachada dos esculturas traídas de Nueva York, que representaban dos perros. Razón por la cual la casona adquirió el nombre de La Casa de los Perros.

Un día, don Jesús pasó a mejor vida, pues estaba enfermo y achacoso, y Ana quedo sola, y no pudiendo soportar la soledad, se relacionó amorosamente con don José Cuervo, quien había sido el encargado de llevar los negocios del fallecido y siempre había estado enamorado de la joven en secreto. Ana faltó a la promesa hecha a su marido de que nunca lo olvidaría y que siempre guardaría luto por él.

Cuervo era buen empresario y administrador, y la fortuna dejada por Jesús aumentó considerablemente, de manera que la pareja decidió mudarse a una casa nueva y vendieron La Casa de los Perros, pero realmente nunca fue habitada por el nuevo dueño, quien la dejó abandonada. Entonces surgió una conseja popular. Se decía que quien rezara un novenario en el mausoleo de Jesús Flores, a las doce de la noche, llevando una sola vela, recibiría como regalo la famosa casa.

La Casa de los Perros en Guadalajara, hoy Museo del Periodismo.

La causa de tanto miedo y del fracaso de los que intentaron llevarse las escrituras de la Casa de los Perros, era que cuando empezaban a rezar, una terrible voz de ultratumba les contestaba los rezos desde el mausoleo, entonces las personas salían disparadas para no volver nunca más.

Sonia Iglesias y Cabrera