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Berta y Elodia

En la Ciudad de Puebla vivían Berta y Elodia, dos hermanas que se destacaban por su gran belleza. Como eran vanidosas y coquetas contaban con muchos pretendientes, con quienes gustaban divertirse, jugar bromas, y cuyos elogios las hacían felices. Siempre estaban de fiesta y a la conquista de nuevos amoríos. Ni que decir tiene que los galanes agasajaban a las dos hermosas mujeres llevándoles serenatas casi todos los días con la intención de obtener sus favores.

En cierta ocasión, paseando por las calles del Puebla con algunos pretendientes y ya casi anocheciendo, las hermanas se detuvieron frente a la iglesia de la Doctora Santa Teresa de Jesús. Al ver el humilde portón, se acercaron a él y Berta llamó tres veces con los nudillos. Al poco tiempo se escuchó una voz por detrás de la puerta que preguntaba: – ¿Quién llama? A cuya pregunta Berta respondió: – ¡Por favor Madre, le suplico encarecidamente que rece usted por dos mujeres que se encuentran muy enfermas y sufren en demasía! Pida al Cielo por ellas, porque si no ocurre un milagro es seguro que morirán esta misma noche.

En seguida, se oyó una voz que respondía: – ¡Querida hermana, pierda usted cuidado, Voy a decirle a todas las monjas de este convento que dirijan sus plegarias a Dios todo poderoso para que auxilie y salve a esas pobres enfermitas!Santa Teresa de Jesús

Muy satisfechas por la broma, Berta y Elodia siguieron tranquilamente su camino. Al llegar a su casa, invitaron a los galanes que las habían acompañado a una fiesta que se celebraría al siguiente día.

Así pues, al otro día, amigos y pretendientes llegaron a la casa de las coquetas hermanas con el propósito de pasar un buen rato con las bromistas mujeres. Pero al tocar el portón nadie acudió a abrirles la puerta, y toda la casa estaba en completo silencio.

Al no tener repuesta, los invitados entraron forzando una ventana, pues estaban seguros de que se trataba de una de las tantas bromas que les gustaba a las hermanas hacer a todo el mundo.

Al entrar en el salón los invitados quedaron mudos de asombro al ver que en él se encontraban dos ataúdes negros. Todavía pensando que se trataba de una broma pesada de Berta y Elodia, se acercaron a los ataúdes. Fue entonces que se dieron cuenta de que dentro de ellos se encontraban los cuerpos sin vida de las muchachas.

Así terminaron las hermosas mujeres, víctimas de su propia broma, pues con Santa Teresa y con la Muerte no caben las bromas ni los juegos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La Fuente de los Muñecos

En el Barrio de Xonaca del estado de Puebla está ubicada la famosa Fuente de los Muñecos, cuyo nombre se debe a una trágica historia que ha dado pie a una leyenda. La fuente se sitúa exactamente entre las calles 22 Oriente y 18 Norte de la ciudad. En la fuente hay dos personajes, una niña que lleva un vestido muy bonito amarillo y un niño con impecable overol que sostiene en una mano un paraguas abierto.

Cuenta la leyenda que cerca de la fuente, había una finca propiedad del gobernador de Puebla Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente de México Manuel. En la propiedad se dicho gobernador trabajaba un hombre padre de dos niños pequeños. La niña contaba con seis años y el niño con siete. El padre quería mucho a sus vástagos, y éstos eran muy felices y se pasaban el tiempo jugando, cantando y riéndose a más no poder.

Por supuesto que los niños acudían a la escuela regularmente, y muy arregladitos, pues su madre ponía especial esmero en que fuesen muy limpios y con bonitos trajes; se veían tan bien que los llamaban los muñecos.Los hermanos desaparecidos

Un cierto día en que estaba lloviendo muy fuerte, los pequeños se encaminaron hacia su escuela. El niño había tomado un paraguas para cubrirse del chubasco y, sobre todo, para evitar que su hermana se mojase, pues la quería mucho y siempre trataba de protegerla.

El tiempo pasó y los niños nunca regresaron de la escuela. Vecinos, autoridades y los padres los buscaron por todos lados sin ningún éxito, nadie los había visto ni sabía su paradero. El padre de los dos niños y su madre estaban muertos de la aflicción y locos de angustia. Después de días y semanas de una búsqueda infructuosa, todas las personas estaban convencidas de que los infantes se habían caído y ahogado en un pozo de agua que se encontraba en los terrenos de la finca y que tenía que pasar para acudir a su escuela.

El gobernador Maximino Ávila Camacho había hecho todo lo posible para que los niños fuesen encontrados, y se sentía muy afectado por la desaparición de los hermanos que conocía desde pequeños y eran hijos de uno de sus trabajadores. Este sentimiento de compasión le llevó ordenar que en el pozo de agua se construyera una fuente con las esculturas de los dos niños extraviados.

Y así se hizo, los hermanitos aparecían en la fuente caminando juntos y amparándose de la lluvia con el paraguas que el niño había tomado de su casa. La fuente estaba ornamentada con azulejos de talavera y era muy bonita. Desgraciadamente, hoy en día se encuentra muy deteriorada.

La leyenda nos dice que desde el día en que fue terminada la Fuente de los Muñecos, por las noches los pequeños dejan sus pedestales y se van a jugar a las calles aledañas en donde se pueden escuchar sus cantos y sus risas de niños felices. Poco antes de que vaya a salir el sol, los niños regresan a sus lugares en la fuente con las rodillas raspadas y los trajecitos rotos de tanto jugar. Este hecho se repite cada noche.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Hombre de la Caja

De los indígenas tepehuas, “gente de la montaña”, que habitan en los estados de Hidalgo, Veracruz y Puebla, proviene la leyenda que a continuación relatamos.

En tiempos muy remotos y lejanos, cada que se cumplía un año, era de ley que la Tierra se inundara y todo se volviera un espantoso caos.

En cierta ocasión a un indígena tepehua se le ocurrió la idea de elaborar una caja y meterse dentro de ella para no morir ahogado cuando llegara el momento de la inundación. Y dicho y hecho, se puso a construir una buena caja con la madera que recogió de su entorno.

Cuando empezó a notar que llegaba el día de tan terrible inundación que devastaba la Tierra, el hombre se metió dentro de la caja, la cerró con un tablón y encima de la tapa colocó a un verde loro que tenía como mascota.El loro que e volvió encorvado

Mientras tanto, el agua caía torrencialmente y cada vez se inundaba más y más la Tierra, hasta que la inundación llegó al cielo. El agua se movía demasiado y provocaba que la caja chocara contra el cielo. El loro, que se encontraba encima de ella, se daba de golpes contra el cielo, y trataba de esquivarlos bajando la cabecita y encorvándose; razón por la cual ahora todos los loros andas medio agachados.

Al cabo de un cierto tiempo, el agua de la inundación empezó a bajar, y bajó tanto que llegó de nuevo a la Tierra. En ese momento, el hombre decidió abrir la caja y salir de ella, pues se encontraba medio entumido.

Cuando quiso poner un pie en la superficie, se dio cuenta de que la tierra estaba demasiado enlodada y chiclosa, lo cual no le permitía salir, pues se quedaría atrapado en el lodo. Entonces decidió esperar hasta que se secara lo suficiente. Esperó y esperó hasta que la tierra se secó.

Cuando pudo salir, el hombre se dio cuenta de que a su alrededor habías muchos pescados que el agua había dejado en su tremenda subida. Este hecho lo puso muy contento y se dispuso a hacer un buen fuego para para los pescados y comérselos.

Por su astucia el hombre se había salvado de morir ahogado y había obtenido un sabroso y buen alimento.

Sonia Iglesias y Cabrera

Fuente: Heiras Rodríguez, Carlos Guadalupe, Pueblos Indígenas de México y Agua:Tepehuas

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Los Ángeles sin Sombra

La Catedral de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción está considerada como Patrimonio de la Humanidad. Su belleza es incuestionable y orgullo de la Ciudad de Puebla de los Ángeles, Se construyó entre los siglos XVI y XVII. Los trabajos se iniciaron en el año de 1575 y dieron término en 1649, cuando fue consagrada como tal. Por su suntuosidad se la considera un verdadero museo de obras de arte religiosas en escultura, orfebrería, pintura, y tapicería.

La catedral que mide 97.67 de largo y 51 metros de ancho se trazó siguiendo la forma de una cruz griega. Destacan en ella sus dos hermosas torres. La denominada Torre Vieja, que se encuentra hacia la parte norte se terminó de construir en el año de 1678, y es la única que tiene campanas, la torre sur carece de ellas. Ambas miden 70 metros de altura. Aunque no fueron construidas en el mismo año.

La torre norteña cuenta con varias campanas: la de San Ignacio de Jesús, la de San Joaquín, la de Santa Bárbara, la de Santa Ana, Ánima Grande, Ánima Chica, El Niño, Santo Óleo y la de María. También se encuentra siete menores o esquilas llamadas: El Venerable Sr. Palafox, Santo Domingo, San Pantaleón, San Pedro, San Miguel, Nuestra Señora de los Dolores y El Santísimo.  La legendaria Campana María

La Campaña María es la mayor de ellas y alcanza la ocho toneladas y media. La fundió el 28 de marzo de 1729, el maestro campanero llamado Francisco Márquez ayudado por su hermano Diego. Se trata de una campana mágica que cuenta con una bonita leyenda.

Fue una campana difícil de hacer que requirió de tres (otras fuentes nos hablan de cuatro) intentos previos para fundirla, hasta que se logró hacerlo empleando cobre (80%), plomo (10%) y estaño (10%) y lograr un sonido puro y sonoro. Los religiosos y los constructores estaban seguros de que la dificultad para fundirla se debía a la soberbia de querer obtener una campana tan grande.

Como la campana era tan grande costaba mucho trabajo subirla a la torre correspondiente por las escaleras. Los encargados de la obra y de subir la bella campana estaban sumamente desesperados y tratando de encontrar la manera de subirla tantos metros. Mientras tanto la campana esperaba en el atrio.

Una mañana, muy tempranito, los vigilantes se dieron cuenta de que la campana había desaparecido. Todos se dieron a la tarea de buscarla. Pero no la encontraron. Era imposible que por su tamaño alguien se la hubiese podido llevar.

Al cabo de cierto tiempo, se percataron los habitantes de la ciudad de que la Campana María se encontraba en su sitio en la torre. Era un milagro. Unos ángeles habían intervenido para que pudiese ser subida, pues estaban muy agradecidos ya que al ser fundida la campana se la había puesto la salutación “Ave María Gratia Plena.” Por supuesto que los ángeles no necesitaron de ninguna grúa para poderla subir, simplemente emplearon sus manos y volaron con sus alas hasta la torre donde la colocaron. Los ángeles encargados de dicha tarea carecían de sombra.

Otra versión de la leyenda nos cuenta que el vigilante de la construcción de la catedral y de la campana, mientras cumplía su turno, por la noche soñó que unos ángeles bajaron del cielo y se encargaron de subir la campana. Cuando amaneció, por toda la ciudad se escuchó el repique de la misma.

Sonia Iglesias y Cabrera

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De cómo nació el dulce de camote poblano

La palabra camote procede del náhuatl camohtli. Se trata de una planta de la familia Convulvolaceae, muy empleada en México para preparar fruta cristalizada y compotas, y otros dulces más. En muchas ciudades del país existen todavía los famosos personajes conocidos como los “camoteros” quienes, con su máquina de ferrocarril estilizada de lámina, que emite un chiflido muy característico, anuncian por las calles su presencia para que las personas acudan a comprar sus camotes endulzados. Sin embargo, el estado mexicano que sobresale por sus dulces preparados con camotes es Puebla de los Ángeles donde los dulceros emplean en su preparación azúcar y esencias de naranja y limón.

Este dulce tan súper conocido por todos cuenta con su leyenda. En ella se nos cuenta que en el siglo XVII en una población muy cercana a la Ciudad de Puebla existía un convento de monjas que aceptaban niños para educarlos. En cierta ocasión, uno de estos niños que era muy travieso vio como una de las monjas encargadas de la cocina ponía una olla de agua al fuego. Entonces el niño decidió echar un camote al agua y agregarle azúcar, a fin de jugarle una broma a la monja. Revolvió el camote con el agua y el azúcar hasta que se formó una pasta pegajosa.

Cuando la monja embromada se dio cuenta de lo que había en la olla, trató de limpiar dicha masa y al oler su dulzura decidió probarla. Y, ¡oh, sorpresa! La pasta sabía deliciosa. La religiosa dio a probar el dulce a sus compañeras, quienes lo encontraron muy sabroso, le agregaron a la pasta las esencias mencionadas, le dieron forma tubular, le pusieron en papel,  y lo convirtieron en el famoso dulce poblano.

Los muy famosos camotes de Puebla

De esta leyenda existe otra versión en la cual se relata que una muchacha procedente de Oaxtepec, Morelos, llamada María Guadalupe, llegó al convento de Santa Clara de Jesús en Puebla con el fin de convertirse en religiosa.

Pasado un cierto tiempo, la joven pensó en hacerle un obsequio a su padre a quien extrañaba mucho. Fue a la huerta, recogió varios camotes y los coció junto con raspadura de limón y azúcar. Revolvió todo hasta que obtuvo una pasta, Formó dos cilindros con la pasta, y les dejó secar y enfriar. Cuando estuvieron listo María Guadalupe los envolvió en papel encerado y se los hizo llegar a su padre hasta Oaxtepec. Las monjas del convento probaron de este delicioso dulce y les gustó. Así nació el camote poblano.

Este exquisito dulce tiene una tercera leyenda que nos informa que existía un convento en Puebla cuyas monjas vivían de los donativos que les daban las personas ricas de la ciudad, y como no eran muchos vivían muy pobremente. En cierta ocasión la madre superiora les anunció a las monjas y a las novicias que les iba a visitar un religioso muy importante y debían agasajarlo como se merecía ofreciéndole una comida, sencilla pero buena. Como no contaban con dinero para prepararle dulces tan exquisitos como caros, una de las religiosas pensó en hacer un postre que no fuese oneroso, pero sí sabroso. Entonces tomó camotes de la huerta del convento y preparó la famosa pasta con azúcar, naranja y limón, la cual con el tiempo se convirtió en los tradicionales camotes de la ciudad de Puebla. ¡Ni que decir tiene que al obispo le encantaron y comió tantos que casi se enferma!

Sonia Iglesias y Cabrera

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¡Las culpas siempre se pagan!

Hace ya mucho tiempo escuché una leyenda procedente de la ciudad de Zacatlán, Pueblo mágico del estado de Puebla, cuyo nombre significa “lugar donde abunda el zacate”, y al cual se le conoce también con el poético nombre de Zacatlán de las Manzanas, ya nos podemos imaginar el porqué.

Durante la época de la lucha independentista de México, el insurgente Francisco Osorno tomó la ciudad que se encontraba en manos de los españoles y la convirtió en su centro de actividades militares. Osorno había nacido en Chignahuapan el 19 de marzo de 1769, y fue un gran militar que consiguió muchas victorias en la lucha armada contra los colonialistas. Antes de unirse a los insurgentes había sido procesado por ser ladrón de caminos en el estado mencionado de Puebla. Y es de todos sabido que cometió una serie de tropelías antes de convertirse en militar.

Este personaje ha sido objeto de una leyenda popular muy conocida en la región poblana. En Zacatlán existe un templo dedicado a San Francisco, y se dice que en él se aparecía – o se aparece- el fantasma de Osorno. Cuenta la leyenda que cuando sonaba la medianoche dentro del templo se aparecía el fantasma del militar, quien vestido como tal, se arrodillaba ante el altar y gemía y se lamentaba lastimosamente.El Templo de San Francisco en Zacatlán, Puebla

Al llegar la madrugada, los gemidos cesaban y el fantasma de Osorno dejaba el templo y se iba caminando por la ciudad de Zacatlán. Al salir se le notaba en la cara el arrepentimiento que llevaba a cuestas. Arrepentimiento por las malas acciones que había cometido en vida.

Muchas fueron las personas que le vieron tanto en el templo como caminando por las calles del poblado. Quien se lo encontraba se llevaba un susto tremendo. Toda la ciudad vivía asustada y temerosa de encontrarle por casualidad.

En cierta ocasión, un centinela que hacía su ronda frente a un cuartel vio pasar una sombra y al momento gritó: – ¡Alto ahí, ¡quién vive! A lo que una siniestra voz le respondió: ¡Soy el brigadier Francisco Osorno, y estoy pagando por mis delitos! El centinela, muy asustado, corrió al cuartel a dar cuenta a sus superiores de la aparición fantasmal. Tanto fue su espanto que pasados siete días murió de puro susto.

Por la ciudad cundió más el pánico, ya nadie quería salir se sus casas y tenían miedo de acudir al templo de San Francisco. Ante esta grave situación, el sacerdote de la iglesia se armó de un crucifijo, velas y agua bendita y, ayudado por el sacristán, recorrió todo el pueblo bendiciéndole, esparciendo el agua bendita y pidiendo al Santo Padre que los protegiera de tan molesto fantasma.

A los pocos días el fantasma ya no volvió. Se había ido a pagar sus culpas a otro sitio. O tal vez ya había sido perdonado por sus fechorías… ¡O tal vez aún sigue gimiendo en el templo de San Francisco! ¡Quién lo sabe!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Iztaccóatl

Iztacoatl es una legendaria serpiente Blanca que fray Bernardino de Sahagún en su Calepino describió como larga, blanca rolliza de cabeza grande y muy venenosa; gustaba de observar a las personas y enroscarse en su cuello, para ahogarlas. Este hermoso ser, antes de la conquista hispana vivía en un nicho en el Cerro de Iztaccuatépetl, el cual actualmente se conoce con el nombre de Chachahuantla.

Los moradores del poblado de Iztaccoatépetl sentían veneración por la Serpiente Blanca, por lo que cada año le dedicaban una ceremonia en agradecimiento a los bienes naturales que les había proporcionado, a la belleza del lugar donde vivían, y a la bondad con que los trataba.

La Iztaccóatl

Durante una de las fiestas dedicadas a Iztac Cóatl, la bella Serpiente se molestó porque los habitantes en vez de tronar los tradicionales cuetes fabricaron “cambras” y las tronaron, hecho que no le gustó nada a la Serpiente. Entonces decidió irse del lugar. Así pues, se enrolló sobre el coatetl y, muy enojada, se dirigió hacia el Poniente.

Nadie sabe exactamente a dónde se fue, pero la conseja popular afirma que se encuentra en un cerro que recibe el nombre de San Agustín de la Barranca, sito en el Municipio de San Agustín Metzquititlan, en el estado de Hidalgo, lugar al que la Serpiente Blanca donó de muchos atractivos naturales, como lo había hecho con su antigua morada.

Sin embargo, los habitantes de Iztaccuatépec la siguen adorando con el mismo fervor, pues esperan que su adorada Serpiente Blanca regrese a su lugar de origen. Una leyenda nos cuenta que en cierta ocasión cayó una terrible nevada en los pueblos vecinos a Chachahuantla, pero en éste ni un solo copo de nieve se pudo ver y no se perjudicó.

Al notar este hecho tan particular los habitantes de Chachahuantla supieron que, aunque su querida Serpiente se hubiese ido, aún protegía a los pobladores de los males de la naturaleza. Es por ello que aún se la adora y se espera que algún día regrese, como nuestro querido Quetzalcóatl.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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El pacto

El Cerro del Zapotecas, se encuentra en San Pedro Cholula, Puebla. Por supuesto cuenta con su leyenda, la cual nos cuenta que en una ocasión un hombre estaba muy preocupado porque tenía que hacer la mayordomía de la fiesta del pueblo y no tenía dinero. Los gastos eran enormes: la banda de música, los cohetes, los “toritos”, a más de la comida y la bebida. No dormía de la angustia. Ante tal calamidad decidió seguir los consejos de su compadre e ir al Cerro de Zapotecas para hacer un pacto con el Diablo, a fin de que le consiguiese dinero. Su compadre le había dicho que él también pensaba ir.

El hombre lo pensó muchos días, y una noche, después de haber realizado su trabajo en el campo, tomó su chamarra y salió de su casa a hurtadillas. Muy temeroso, caminó por el pueblo hasta que llegó al cerro y empezó a subirlo sudando por el miedo, y muy sofocado por el esfuerzo, razón por la cual decidió quitarse su chamarra. Era noche cerrada, no se veían las estrellas ni la luna. Cuando, arrepentido, estaba a punto de regresarse, escuchó una ronca voz que le decía: -¡Ya sé que me andas buscando, yo te puedo ayudar, pero me tienes que dar al alma de un miembro de tu familia. Piensa en quién. Tienes un minuto para que yo regrese y firmemos un pacto con sangre! En seguida, El Chamuco, de gabán y sombrero, desapareció entre los árboles.

El Chamuco

Ahí se quedó el hombre pensando que ahora tenía dos problemas, cuando escuchó unos terribles quejidos. Creyó que alguien solicitaba ayuda y buscó entre los árboles. Pero caminando se encontró con una hacienda muy grande, siguió andando hasta entrar por el portón de la hacienda. Al abrirlo se sorprendió de ver a muchos hombres que colgaban de las manos y tenían los pies amarrados. Entre ellos reconoció a su compadre que había desaparecido hacía ya más de una semana. Corrió a socorrerlo y oyó que le decía con débil voz: ¡Compadre, vete, sálvate, vete y no vuelvas la cara, olvídate de mí! ¡Huye del Diablo ahora que puedes!

El hombre salió huyendo a la carrera. Corrió hasta llegar a su pueblo a eso de la una de la madrugada. Llegó a su casa y se acostó en la cama con su esposa, y se quedó dormido. Cuando despertó se acordó de lo sucedido la noche anterior y decidió que para salir del problema de los gastos de la mayordomía vendería dos vacas y haría una fiesta sencilla para el Santo Patrón. Así lo hizo, y ya con el dinero en la mano se dirigió a la iglesia para comenzar con los preparativos de la fiesta. En eso vio a un grupo de personas alrededor de una carreta en la que venía su compadre muerto y ensangrentado. Al verlo, el hombre se impresión mucho pues su compadre traía puesta la chamarra que él se había quitado al subir el Cerro de Zapotecas.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los enanos carpinteros

Cuenta una extraña leyenda de Zacatlán de las Manzanas, Puebla,  que en el año de 1901, llegó a vivir al pueblo una familia de enanos, cuyos miembros se dedicaban a la carpintería. Se trataba da una familia muy feliz, que no se avergonzaba de su condición diferente y entre ellos todo era paz y armonía. Eran muy unidos y trabajaban con ahínco. Nadie sabía de dónde procedía la familia, pero como eran simpáticos y laboriosos, la comunidad los aceptó de inmediato.

Los enanos decidieron poner un taller de carpintería, donde empezaron a fabricar muebles y objetos muy hermosos. Y como sus trabajos eran bellos a la vez que muy bien acabados se hicieron de una buena clientela. Pero a pesar de haber sido bien aceptados por la comunidad no faltaban los muchachitos traviesos y mal educados – y uno que otro adulto- que se dedicaban a burlarse de ellos. Sin embargo, este hecho no hacía mella en la familia de enanos que se dedicaba a sus labores, tratando de no hacer caso a los discriminadores.

Conforma pasaba el tiempo, la familia carpintera más afianzaba sus relaciones con los habitantes del pueblo, las cuales llegaron a ser muy sólidos y respetuosas. Parte del dinero que los enanos ganaban con sus trabajos, lo ahorraban; hasta que llegó el día en que juntaron lo suficiente para comprarse una casa propia.

La Famosa Casa de los Enanos

Empezaron la edificación de la casa de sus sueños en un terreno muy bonito. La casa constaba de dos pisos, con ventanas, puertas y balcones que fueron la inmediata admiración de los pobladores de Zacatlan. La morada era chiquita, como debe de ser una casita para ennanos. En la parte posterior de la casa construyeron un huerto, donde sembraron muchas verduras y frutas que utilizaban para su autoconsumo y para la venta al menudeo.

El tiempo fue pasando y, poco a poca la familia de los enanos carpinteros se fue acabando, hasta no quedar nadie de ellos. Solamente la casa quedó en pie. Nadie supo qué pasó con ellos. Lo que la leyenda nos relata es que los enanos eran seres mágicos llegados de otro plano existencial. Sólo contaban con cierto número de años para vivir en este mundo. Al agotarse el término de los mismos, los enanos tuvieron que regresar al mágico mundo en que vivían antes de llegar a esta tierra.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

 

 

 

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El Dedo

Hace tiempo vivía en un pueblo cercano a la Ciudad de Puebla, una rica y muy vieja mujer llamada Elena. No tenía hijos –pues nunca quiso casarse, a pesar de los muchos pretendientes que tuvo en su juventud, cuando era bella y esbelta-  y por lo tanto tampoco herederos. La noche de un Jueves Santo, Elena soñó la manera en la que iba a morir que no era nada tranquila, pues el Chamuco se la llevaba a los infiernos. Y decidió ir a ver a su confesor, a quien le dijo que sentía la presencia del Diablo ya muy cercana. El cura opinó que eran ideas suyas, puesto que el Demonio no existía. Pero la dama insistía en que su muerte estaba cerca y que deseaba que su fortuna se repartiera entre los pobres, para ganar la Gloria eterna. A estas palabras, don Matías, el cura, le respondió que se haría lo que ella deseaba y que a su muerte su fortuna se repartiría entre los habitantes más necesitados.

Dos semanas después, Elena moría de un fulminante ataque al corazón que no resistieron sus ochenta años. Los habitantes del pueblo sintieron sinceramente su muerte, ya que era apreciada por haber hecho construir la clínica  y varios orfelinatos que tenía el pueblo. Sin embargo, curiosamente, en su entierro solamente estuvo el cura y un acólito que lo protegía de la lluvia con un paraguas.

La sortija de esmeraldas

Uno de los enterradores se dio cuenta que la muerta llevaba en el dedo de una mano una  enorme sortija de esmeraldas de mucho valor y decidió robarla. Espero hasta la noche, y alumbrado por la luna, acudió al cementerio y abrió el ataúd. Al ver la hermosa joya el ladrón intento quitársela, pero no pudo. Entonces, decidió cortarle el dedo a la anciana, y llevárselo con todo y anillo. Así lo hizo. Cuando estaba cubriendo nuevamente la tumba con tierra, escuchó un horroroso alarido, y muerto del pánico vio la figura de Elena que lo señalaba con el dedo índice de la mano donde llevaba el anillo. Ante el horror de ver el espectro de la mujer ultrajada, el sepulturero cayó inmediatamente muerto. Así lo encontró al día siguiente el encargado del panteón, con un dedo en la mano en el que se podía ver un estupendo anillo de esmeraldas.

Sonia Iglesias y Cabrera