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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Los nahuales.

Nahual MexicoDentro de la cosmovisión de los indios mesoamericanos el nahual -también nagual-, se consideraba como un animal protector personal de los humanos desde el momento de nacer.  El espíritu del nahual era el encargado de guiarnos y protegernos por toda la vida.  Los nahuales se manifestan  durante el sueño y así se puede conocer cuál es nuestro nahual; o bien, por la afinidad que uno siente por determinado animal; por ambos medios se puede conocer la identidad de nuestro nahual personal. Así pues, una mujer que cante muy bonito seguramente tiene como nahual a algún pájaro cantor, como el canario o el tzentzontle. Sólo los brujos y los chamanes tienen la capacidad de contactarse directamente con los nahuales, lo que les permite poseer los sentidos sobresalientes de los animales en cuestión: buen olfato, buena visión, buen oído… etcétera.  Incluso pueden adquirir la morfología de dichos animales, capacidad que se conoce como teriantropía, palabra compuesta de los radicales griegos therion, “animal salvaje” o “bestia”; y anthropos, “hombre”.

El nahual en la cosmovisión mexica
Fray Bernardino de Sahagún constata en su obra Historia general de las cosas de la Nueva España que: El nahual es el sabio, poseedor de discursos, dueño del depósito, sobrehumano, respetado, grave, serio, no burlado, no sobrepasado. El buen nahualli es depositario, hay algo en su interior, guardador, observador. Observa, conserva, auxilia; a nadie perjudica.

La palabra nahual, nahualli, deriva de la raíz náhuatl nau-, “doble” y del sufijo sustantivizador -lli. Se trata de un elemento del hombre que lo relaciona con lo sagrado, es el interior y el espíritu de las personas. Para otros investigadores, el término nahualli significa “aquello que es mi vestido”, “lo que tengo sobre mí”, lo que nos sugiere la transformación del hombre en otro ser animal. Para los pueblos mexicas los nahualli se convertían en hechiceros tlatlacatecolotl, “hombres búhos”, cuando empleaban sus poderes con el afán de perjudicar a las personas; o podían ser los lectores de los códices sagrados, además de ejercer como curanderos. Los nahualli empleaban tres formas básicas para convertirse en animales: desaparecer totalmente y convertirse en animal, desprenderse de las partes del cuerpo para conseguir el mismo fin, desprenderse del alma durante el sueño para tomar la figura del animal.

Varios códices constataron la existencia de los nahuales en el pensamiento mesoamericano. La mayoría de las culturas mesoamericanas como la tolteca, la maya y la mexica creían que los dioses poseían la capacidad de transformarse en animales. En el mundo mexica, nahualli se encontraban bajo la protección de Tezcatlipoca, el dios de la guerra, cuyo nahual fue el jaguar y el coyote, pues sabemos que cada dios del panteón azteca tenía la capacidad de tomar la forma de uno o varios animales. El colibrí fue el nahual preferido de Huitzilopochtli. Pensaban los antiguos que los nahuales cuidaban la Tierra y los Espacios Sagrados. Eran “ojo” y “garra”, ya que vigilaban que todo estuviera en orden, y castigaban a los transgresores de los dogmas y los rituales religiosos; idea que aún prevalece en numerosos pueblos indígenas de la actualidad; verbi gratia, en relación a los perros negros o a los coyotes que se roban bienes materiales.

El nahual estaba capacitado para hacer el bien o el mal; se encontraba relacionado con algunos sistemas calendáricos adivinatorios, que servían para saber si una persona se convertiría en nahual en algún momento de su vida. Así por ejemplo, en el Tonalpohualli, “el cómputo de los días”, calendario ritual de los mexicas, el día del nacimiento de una persona determinaba con que animal se encontraba asociado, y si era débil o fuerte. Si una persona había nacido en el día del perro, adquiría la parte débil de tal animal. De los veinte días en que constaba el mes mexica diez pertenecían a animales, los cuales se manifestaban en sueños y bajo ciertas circunstancias. El animal de su nacimiento constituía su tonalli: cocodrilo, lagartija, serpiente, venado conejo, perro, mono jaguar, águila, buitre, que determinaba sus cualidades como personas, ya fuesen buenas o malas. Por ejemplo, el día 2 Tochtli, Conejo,  era nefasto para quienes habían nacido en él. En cambio, el día llamado Cipactli, Cocodrilo, era un día fausto, gobernado por Tonacatecuhtli, dios de la crianza,  quien nacía en tal día poseería mucha energía en el trabajo, y lograría recompensas y reconocimientos. Aun cuando también debían considerarse los números de los días y a que trecena pertenecía el día en cuestión.

El nahual maya
Lo mismo sucedía con el calendario maya; según la cosmovisión de  esta cultura el calendario fue una guía espiritual que regía la vida de las personas, y en general  la vida cotidiana. Contaba con veinte nahuales correspondientes a veinte días con sus trece energías. Estos eran: Imix, el monstruo de la tierra, cocodrilo; Akbal, ciervo pequeño, jaguar, ciempiés, perro, murciélago y serpiente; Kan, su augurio es el pájaro mérula (mirlo); Chicchan, serpiente celestial; Cimi, tecolote; Manik, aguijón de escorpión, su augurio el perico y la guacamaya; Lamat, perro deforme con cabeza de jaguar; Muluc, sus animales de augurio son el Xoc (pez mitológico) y el jaguar; Oc, perro negro; Chuen, asociado al dios mono; Eb, su animal es el ah uitz, el tordo; Ix, jaguar sangriento; Men, tal vez águila; Cib, abeja brava y venado; Caban, pájaro carpintero; Edznab, pájaro Momoto;  Cauac, quetzal; y Ahau, águila rapaz.

Daremos el ejemplo del nahual Ajmac, “difuntos”, que determinaba el espíritu de la  persona nacida en ese día el día de la semana  llamado también Ajmaq. Tiene como punto cardinal el oeste, como elemento la tierra, como lugares de energía las grutas, las cavernas, los ríos y el mar. Simboliza el día de los ancestros, del perdón, la fuerza y los pecadores. Sus colores son el gris, negro, blanco y amarillo. El nahual correspondiente es la abeja y el águila. Ajmat es símbolo de fuerzas morales, de la conmemoración de los padres muertos. Es la conciencia y la sabiduría antigua, la prudencia, el equilibrio y las fuerzas cósmicas.

La persona que nace bajo éste símbolo está bajo el nahual Q’anil y su porvenir es regido por el día c’at (su misión); si la persona no toma en cuenta ese día, será perseguido por sus faltas y pecados. Pasa su vida lentamente, pero logra sus objetivos. Tiene a la vez el don de la curiosidad y de la prudencia.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El cempasúchil, la flor de los muertos.

El uso ritual y ceremonial de las flores en nuestras culturas mexicanas viene desde muy antiguo, desde aquellas lejanas épocas en que las civilizaciones mesoamericanas las usaban para tales fines en gran profusión; sobre todo los mexicas quienes apreciaban sobremanera su belleza y su valor. Nuestra actual flor de muerto, el cempasúchil, cuyo origen etimológico es el vocablo náhuatl cempoalxóchitl, de cempohualli, “veinte” y xóchitl, “flor”, fue una flor mexica muy empleada en las festividades religiosas. Por su forma de pétalos radicales y su fuerte color amarillo, representaba, y aún representa en algunos grupos indígenas, al Sol, que da vida y calor. El aroma de sus pétalos es un elemento psicopompe que posibilita y dirige la llegada de las ánimas del más allá. Es a través del caminito que se forma con los pétalos que las almas de los difuntos podrán llegar hasta la ofrenda de muertos, donde alimentarán su sutil cuerpo con la esencia de los alimentos. Pero su significado va más lejos, para los mixes de Ayutla, Oaxaca, la flor de cempasúchil simboliza el alma de los difuntos; así como para los habitantes de Mixquic, Distrito Federal, el ofrendar esta flor a los muertos grandes tiene el significado de un recordatorio que les impide olvidar al dios Tonatiuh quien, según el mito, la dio a los mortales para venerar a los ancestros. En cambio, los tlapanecas de Guerrero, creen firmemente que la flor de cempasúchil simboliza a los ángeles enviados por Dios para cuidar a los muertos, y a su aroma lo denominan “alma”.

El cempasúchil, (Tagetes Erecta), es una planta herbácea de hojas divididas, de flores grandes color anaranjado, amarillento o rojizo. Su olor es agradable y penetrante. Contiene aceite esencial, resina, materia colorante amarilla, grasa y tanino, entre otras sustancias más. Florece en octubre y noviembre, razón por la cual actualmente la usamos como parte de los rituales de Día de Muertos. La conseja popular nos informa que es muy útil contra los cólicos ventosos y el miserere. El zumo de sus hojas bebido, o las hojas maceradas en agua o vino, templan el estomago frío y provocan la orina y el sudor.

De esta hermosa y ceremonial flor, el fraile Bernardino de Sahagún nos dice en su fascinante obra Historia general de las cosas de la Nueva España: … son amarillas y de buen color, y anchas y hermosas, que ellas se nacen, y otras que las siembran en los huertos; son de dos maneras, unas que se llaman hembras cempoalxóchitl y son grandes y hermosas, y otras que hay las llaman machos cempoalxóchitl y no son tan hermosas ni tan grandes. 

A Sahagún debemos también la relación que nos legó de las fiestas en que esta flor se usaba particularmente. Así, en el séptimo mes llamado Tecuilhuitontli, se homenajeaba a la Diosa de la Sal Huixtocíhuatl, hermana mayor de los tlaloques, diosecillos del agua. Una mujer ataviada con los ornamentos de la diosa era sacrificada: La noche antes de la fiesta velaban las mujeres con la misma que había de morir, y cantaban y danzaban toda la noche; venida la mañana aderezábanse todos los sátrapas y hacían un areito muy solemne; y todos lo que estaban presentes al areito tenían en la mano aquellas flores que se llamaban cempoalxóchitl.

La fiesta a la madre de los dioses, Teteo Innan o Toci, Nuestra Abuela, tenían lugar en el undécimo mes conocido como Ochpaniztli, para la cual: …Entrando este mes, bailaban ocho días, sin cantar, sin teponaztli; los cuales pasados salía la mujer que era la imagen de la diosa… compuesta con los ornamentos con que pintaban a la misma diosa; y salían gran número de mujeres con ella, especialmente las médicas y parteras, y partíanse en dos bandos y peleaban apedreándose con pellas de pachtli y con hojas de tunas, y con pellas hechas de hojas de espadeña y con flores que llamaban cempoalxóchitl, este regocijo duraba cuatro días.

En el octavo mes, Huey Tecuilhuitl, llevábase a cabo la fiesta a Xilonen, Diosa del Maíz Tierno, a cuyas honras mataban a una mujer que encaminaba sus paso finales acompañada de varias mujeres que bailaban y …Llevaban todas guirnaldas amarillas, que se llaman cempoalxóchitl y sartales de los mismo las que iban delante guiando, las cuales se llamaban cihuatlamacazqui, que eran las que servían en los cúes que también vivían en sus monasterios.
Hecho este sacrificio a honras de la diosa Xilonen, tenían todos licencia de comer xilotes y pan hecho de ellos, y de comer cañas de maíz. Antes de este sacrificio nadie osaba comer estas cosas; también de allí adelante comían bledos verdes cocidos, y podían oler también las flores que se llaman cempoalxóchitl, y las otras que se llaman yiexóchitl.

En el noveno mes llamado Tlaxochimaco, que como hemos visto era el mes de las flores, el buen fraile nos dice que …Dos días antes que llegase esta fiesta toda la gente se derramaba por los campos y maizales a buscar flores, así silvestres como campesinas, las cuales unas se llamaban … cempoalxóchitl.

Esta flor de la cual podemos aún disfrutar, está ligada a nuestros altares de muertos por más de cuatrocientos años, pues se la empezó a emplear con esta función, exclusivamente, una vez iniciada la Colonia, ya que como queda dicho anteriormente los antiguos mexicanos la usaban para todo tipo de fiesta y no nada más para los dedicadas a los muertos. Sin embargo, a pesar de que no podemos pensar en el Día de Muertos sin que nos llegue a la mente esta olorosa flor, no es la única que acompaña a las ofrendas mortuorias. Junto a ella, aparecen muchas especies más, tantas como flores crezcan en las diferentes regiones de nuestro país.  Los dolientes echan mano de una enorme variedad que sería un tanto agotante mencionar en este artículo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Rayenari y Metzaka: el Sol y la Luna.

El dios principal Onorúame-Eyerúame, Nuestro Padre, “el que es padre”, en su infinita bondad regaló a los tarahumaras, pueblo asentado en el estado de Chihuahaua, el divino maíz para su supervivencia. Onorúame-Eyerúame  comprende en su esencia un elemento masculino: onorúame; y un elemento femenino, eyerúame. Esta divinidad el padre-madre de Rayénari, el Padre Sol, y de Metzaka, la Madre Luna; también tuvo como hijo a Chirisópori, el Lucero de la Mañana; además de ser sus hijos, son parte integral de su integridad divina. Onorúame-Eyeruame, deidad hermafrodita y dual,  carece de rostro; no es hombre ni mujer, no es bueno ni malo. Y no se le puede representar.

Onorúame-Eyerúame creó la música, la danza, y las almas para que los hombres pudieran conectarse  con los dioses. Él dio nacimiento a los torrentes de agua, a las montañas y a los abismos. Onorúame-Eyerúame creó los pinos, los encinos y los álamos; así como los osos, lobos, pumas, nutrias, y demás animales que forman el entorno de los rarámuris. Les enseñó a venerar al árbol, pues de ahí obtenían el fuego y la madera para fabricar los instrumentos que emplearían en las ceremonias rituales. Cuando llevó a cabo su creación, Onorúame-Eyerúame lo hizo cantando y bailando al compás del latido de la Nuestra Madre la Tierra, la cual lo acompañó haciendo de tambor.
Onorúame-Eyerúame, el Sol y la Luna, viven en el Cielo, junto con su hermano Chirisópori  el Lucero de la Mañana. El Sol cuida a los hombres durante el día y la Luna por la noche. A las deidades que habitan en el Cielo de las llama Repá Gatígame, “los que están arriba”. En el Inframundo están los Teré Gatígame, “habitantes de abajo”; ahí se encuentra Terégori, El de la Casa de Abajo, un feroz y malvado lobo que ataca a los hombres y les envía malos pensamientos. En el mundo de en medio está situada la Tierra, donde viven los hombres. Además de los dioses del Cielo y del Inframundo, existen muchos otros seres que pueden verse o no, y que viven en el agua o el aire encargados de causas las enfermedades en los seres humanos y aun la muerte.

Al ser parte integral de Onorúame-Eyerúame, Rayénari y Metzaka fueron también los creadores del universo. Los indios les rinde pleitesía por medio de cantos y danzas –entre las que destaca el Yumari, danza de carácter sagrado y cosmogónico-, a través del sacrificio de animales, y ofreciéndoles y bebiendo tesgüino, batari, para mantenerlos contentos. A los dioses se les suelen dirigir las siguientes palabras en las ceremonias rituales al Sol: Rayénari, tu eres el padre, te reverenciamos cuando apareces en el horizonte, con todo tu poder, luz y calor, llenas de brillo el mundo. Ya se ha ido a descansar, nuestra madre, la luma Metzaka. Que es blanca y pura. Por eso sacrificamos borregas blancas, gallos blancos y chivos blancos.

Cuando el Sol y la Luna, las dos fuerzas duales macho y  hembra, eran dos niñitos se vestían con una ropita hecha de palma, y vivían en una cabaña que construyeron también de palma. Pero sucedía que el Sol y la Luna estaban muy solitos, pues no tenían ovejas ni vacas. La única luz que recibían era la luz que esparcía sobre la Tierra el Lucero de la Mañana, por eso estaban enfermos de oscuridad. La Niña-Luna solía comerse los piojos de la cabeza del Niño-Sol; mientras el Lucero de la Mañana vigilaba la Tierra durante la noche. Cuando los dioses crecieron un poquito más, crearon a los hombres que vivieron en las sierras formadas por el máximo dios dual. Los hombres creados fueron delgados, altos, de ojos y pelo oscuro, y de fuerte musculatura que les permitía correr grandes distancias. Vestían taparrabo y camisa; y para que recordaran siempre que venían de una dualidad genérica, llevaban en la cabeza la  kowera, con dos tiras colgando por detrás que simbolizaban al Sol y a la Luna.

En los tiempos primigenios hubo muchos mundos que fueron destruidos consecutivamente. Antes de la última destrucción, los ríos iban en su continua marcha hacia el lugar donde nace el Sol, pero después cambiaron su curso. Algunos tarahumaras creen que los osos se dieron a la tarea de formar el mundo que hasta entonces era solamente un lugar lleno de arena. Había muchas lagunas alrededor de Guachochic, un poblado; sin embargo, cuando los indígenas llegaron al pueblo y bailaron la Danza del Yumari –que aún se baila durante las festividades para despedir al Sol y a la Luna- todo se puso en orden en la Tierra, y las rocas, que eran chicas y blandengues, se convirtieron en duras, grandes y con vida dentro de ellas. En estos tiempos, la Tierra era plana, las personas salían del suelo y su vida duraba un año, transcurrido el cual morían, como si fuesen hermosas flores de poca duración.

En ese lejano tiempo, había seiscientos tarahumaras, que no podían trabajar ni hacer nada, debido a la oscuridad que reinaba por doquier. Tropezaban siempre que caminaban y, para no caer y perderse, se tomaban de las manos. Estas primeras personas decidieron curar de su oscuridad al Sol y a la Luna. Para ello, mojaron unas cruces chiquitas con tesgüino (bebida de maíz fermentado), y con ellas les tocaron el pecho a los dioses. En seguida, los niños-dioses comenzaron a brillar y a expandir su maravillosa luz por toda la Tierra.

Una tercera versión nos cuenta que hubo un lejano tiempo en que el mundo se llenó de agua, se inundó. Al sur de Panalachic, población de Chihuahua, existía una montaña denominada Levachi, “guaje”, a la cual se subió una pareja de muchachitos a fin de salvarse de la espantosa inundación provocada por la naturaleza. Cuando el agua por fin descendió y la jovencita y el jovencito, que no eran otros que la Luna y el Sol, pudieron bajar, se llevaron consigo tres semillas de maíz y tres de frijoles que encontraron en le montaña. Las rocas que cubrían el suelo habían quedado muy blandas después de la inundación y las huellas de los pies de los muchachitos quedaron impresas en ellas. Aún ahora pueden verse. Entonces, decidieron plantar las semillas, al final de la tarea se acostaron a dormir. Soñaron toda la noche. Cuando fue tiempo, cosecharon lo que habían sembrado. De esta pareja descienden todos los tarahumaras. Pero ocurrió que los nuevos habitantes empezaron a pelear entre sí y, en castigo a su mal comportamiento, Dios envió mucha lluvia para que todos muriesen. Más tarde, cuando el diluvio hubo concluido, Tata Dios envió a tres mujeres y a tres hombres para poblar nuevamente la Tierra. Estos nuevos hombres sembraron tres tipos de maíz que son el amarillo, el duro, y el blando, que aún crecen en nuestros tiempos.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Los fatales presagios de la conquista de Tenochtitlan.

Una parte del Códice Florentino relata que alrededor de unos diez  antes de la conquista de Mexico-Tenochtitlan por los invasores españoles acaecida en el año de 1521, ocurrieron varios sucesos o presagios, que anunciaron el cataclismo histórico y cultural que habría de ocurrir y afectar no sólo a la cultura del grupo hegemónico, sino a todas aquéllas que integraban lo que actualmente llamamos el territorio mexicano, entonces bajo la égida de los mexicas. Tales presagios fueron recopilados por el fraile Bernardino de Sahagún en su estupenda obra Historia general de las cosas de la Nueva España.

El primero de dichos presagios da cuenta de la aparición de un gran cometa que se vio hacia la parte oriental de Tenochtitlan. Se trataba de una llama de fuego resplandeciente que echaba muchas centellas. Tenía forma piramidal, pues lo ancho de su base se iba agostando en la parte superior. Este cometa aparecía después de la media noche y duraba visible hasta por la mañana, ya que la luz del Sol lo tornaba invisible. Cuando aparecía causaba desasosiego entre los indios que le veían, quienes espantados proferían muchos gritos de miedo, pues creían que era un anuncio de grandes calamidades por venir. A decir del fraile: …a esta tierra apareció en el cielo una cosa maravillosa y espantosa, y es, que apareció una llama de fuego muy grande y muy resplandeciente: parecía que estaba tendida en el mismo cielo, era ancha de la parte de abajo, y de la parte de arriba aguda, como cuando el fuego arde…

Conquista TenochtitlanEl segundo presagio sucedió en el templo dedicado al dios tutelar Huitzilopochtli, Colibrí Zurdo, el dios principal del panteón azteca, el cual se incendió de repente y sin causa aparente. Las llamas salían del adoratorio sin que el agua que los sacerdotes le echaban consiguiera poner fin a fuego tan pertinaz, por el contrario, al contacto con el líquido las llamas se engrandecían. El templo se destruyó: …fue que el capitel de un cu de Vitzilopuchtli, que se llamaba Totleco, se incendió milagrosamente y se quemó; parecía que las llamas de fuego salían de dentro de los maderos de las columnas, y muy de presto se hizo ceniza…

El tercer presagio tuvo lugar cuando un rayo mudo cayó en el techo de paja del templo dedicado al dios Xiuhtecutli, el cual se destruyó completamente: …fue que cayó un rayo sobre el cu… el cual estaba techado con paja, llamábase Tzumulco: espantáronse de esto porque no llovió sino agua muy menuda, que no suele caer rayos cuando así llueve, ni hubo tronido, sino que no saben cómo se incendió.

El cuarto presagio se dio por medio de un cometa que cruzó de occidente a oriente, regando grandes fuegos y centellas. Su cola era muy larga, al verla los indios gritaron aterrorizados: …fue que de día haciendo sol cayó una cometa, parecían tres estrellas juntas que corrían a la par muy encendidas y llevaban muy grandes colas… iban echando centellas de sí: de que la gente las vio comenzaron a dar gritos…

Repentinamente, el lago de Tenochtitlan se levantó como si hirviera, pesar de que no soplaba aire alguno. Una enorme tempestad se formó en la laguna, y las olas furiosas acabaron con las casas que pudieron. Este fue el quinto presagio: …fue que se levantó la mar, o laguna de México con grandes olas: parecía que hervía, sin hacer aire ninguno, la cual nunca se suele levantar sin gran viento: llegaron las olas muy lejos y entraron entre las casas, sacudían en los cimientos de las casas, algunas de estas cayeron: fue grande espanto de todos por ver que sin aire se habían embravecido de tal manera el agua.

Pasado dicho acontecimiento, se escuchó por toda la ciudad la voz de una mujer que al tiempo que lloraba decía: ¡Oh, hijos míos, ¿a dónde os llevaré? Este fue el augurio número seis: …fue que se oyó de noche en el aire una voz de mujer que decía: ¡Oh, hijos míos, ya nos perdimos, a dónde os llevaré!

Unos pescadores que se encontraban trabajando, pescaron en su red un pájaro del tamaño y color de un águila, la cual portaba en medio de la cabeza un espejo. Llevaron  tan extraña ave al Huey Tlatoani Moctezuma, pasado el mediodía, cuando se encontraba en una sala de su palacio, Moctezuma se fijó en el espejo redondo y pulido, y vio que llevaba estrellas llamadas mamalhuaztin. Ante su vista, el emperador se asustó y dejó de ver el espejo; pero la curiosidad fue más grande y reincidió; cual no sería su espanto cuando vio reflejado en él a jinetes armados que galopaban frenéticamente. El miedo del rey no tuvo límites. Fuera de sí, recurrió a sus astrólogos, sacerdotes y sabios a  quienes preguntó el significado de aquella extraña visión. Pero gente tan sabia se quedó sin respuesta: nadie supo de qué se trataba. Así se cumplió el presagio número siete: …tenía esta ave en medio de la cabeza un espejo redondo, donde se parecía el cielo, y las estrellas, y especialmente los mastelejos (cierta clase de estrellas) que andan cerca de las cabrillas (signo del Toro): como la vio Moctezuma espantóse, y la segunda vez que miró… vio muchedumbre de gente que venían todos armados encima de caballos, y luego Moctezuma mandó llamar a los agoreros y adivinos…

El último augurio, el octavo, ocurrió cuando aparecieron hombres de dos cabezas. Se los llevaron a Moctezuma, tan amante de los fenómenos. Una vez que fueron vistos por el Tlatoani mayor, los hombres de dos cabezas desaparecieron: La octava señal o pronóstico, fue que aparecieron muchas veces monstruos de cuerpos monstruosos, llevándolos a Moctezuma, y en viéndolos luego desaparecían.
Sonia Iglesias y Cabrera.

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Coyolxauhqui, La de los Cascabeles en las Mejillas

La coyolxauhqui en la leyenda

En la tradición oral mexica  Coyolxauhqui fue una diosa lunar. Hija de la Diosa de la Tierra Coatlicue, la de la Falda de Serpientes, patrona de la vida y la muerte, hermana del Dios Sol Huitzilopochtli y de los Centzon Huitznáhuac, los Cuatrocientos Biznagas. Esta hermosa diosa instigó a sus hermanos a que diesen muerte a su madre por considerarla deshonrada. En efecto, Coatlicue se había embarazado cuando un plumón de colibrí cayóle en el seno mientras se encontraba barriendo su templo, situado en el poblado de Coatepec. Indignada y celosa, la Luna quiso matar a su madre; pero, aun antes de nacer el que fuera su hermano Huitzilopochtli, se dio cuenta del peligro que corría su madre y él mismo. Así pues, se apresuró a nacer y vino al mundo adulto, vestido, con armas, completamente pertrechado. Se le llamó Hijo de Colibrí o Colibrí Hechizado. Armado con una serpiente de fuego, la Xiuhcóatl, decapitó a Coyolxauhqui. La cabeza de la mala hija quedó en la ladera de la montaña donde tuvo lugar el trágico suceso, y su cuerpo se fue fragmentando mientras rodaba hacia la sima. Es desde entonces el símbolo de la muerte mensual de la Luna a manos del victorioso Sol, y el renacimiento de la diosa en cada fase lunar. A los Centzon Huitznáhuac el Sol los persiguió hasta que los destruyó dándoles muerte. Fray Bernardino de Sahagún nos relata respecto a la muerte de la diosa lunar: Y el dicho Huitzilopochtli dijo a uno que se llamaba Tochancalqui que encendiese una culebra hecha de teas que se llamaba Xiuhcóatl, y así la encendió y con ella fue herida la dicha Coyolxauhqui, de que murió hecha pedazos, y la cabeza quedó en aquella sierra que se dice Coatepec y el cuerpo cayóse abajo hecho pedazos.

Su representación pétrea nos muestra a Coyolxauhqui con gotas de sangre que escurren de sus miembros heridos que permiten ver sus coyunturas óseas. Coyolxauhqui, La Luna, usaba una serpiente de dos cabezas amarrada en la cintura, la cual remataba en un cráneo en su espalda. Sus brazos y muslos ostentaban el mismo adorno.  Sus talones se adornaban con máscaras de un animal con colmillos. Solía la diosa tocarse con un gran penacho de plumas y círculos que acomodaba en sus negros cabellos. Sus orejeras formaban figuras geométricas, y su rostro se engalanaba con cascabeles en sus mejillas.

Otra versión legendaria afirma que  Coyolxauhqui simbolizaba a un grupo de mexicas que se encontraba en desacuerdo político con otro grupo. Los dos bandos pelearon por conseguir el poder y ganó el contrario al de la diosa lunar. Su derrota quedó simbólicamente plasmada en la escultura que de ellos hizo el bando contrario presentándola completamente desmembrada. Los guerreros que lograron huir, fueron convertidos en estrellas por los dioses.

Leyenda mexicana prehispanicaPara otros estudiosos de la diosa Luna, ésta representaba el poder femenino que reinaba en tiempos matriarcales de la sociedad mexica. Al terminarse éste en manos de los hombres – quienes tomaron el poder para ya nunca dejarlo-, la fuerza femenina quedó desarticulada y, ante este hecho, la Coyolxauqui, simbólicamente, se desmembró, tal y como aparece en el disco encontrado en el Templo Mayor ubicado en el centro de la Ciudad de México.

Para la doctora Carmen Aguilera, esta extraordinaria diosa es más que una diosa lunar, es nada menos que la Vía Láctea de los mexicas. Nos cuenta que los símbolos que se encuentra en su escultura circular, nos presentan unos senos pletóricos de leche, y pliegues en el vientre que hacen suponer una mujer recién parida. Es la madre de las estrellas, ya que en su cabeza presenta el nombre de citlali, que significa exactamente estrella en lengua náhuatl. Y agrega la investigadora que en el disco de la escultura, aparecen ojos de la noche, que no son otra cosa sino las estrellas.

El descubrimiento de la Coyolxauhqui
El 21 de febrero de 1978, se encontró un monolito que representaba a la Coyolxauhqui mutilada de brazos y piernas, con gotas de sangre en sus extremidades, en la esquina de las calles de Guatemala y Argentina en el centro histórico de la Ciudad de México, muy cerca de las ruinas del Templo Mayor. Lo encontraron unos trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Uno de tales trabajadores declaró a la revista National Geographic de diciembre de 1980: Mi pala pegó con algo duro, una piedra. Limpié algo de tierra con mi guante, así, y vi que la piedra era rojiza y que estaba labrada en relieve. Le hablé a mi compañero Jorge, y quitamos más tierra. No sabíamos lo que habíamos encontrado, pero lo reportamos a nuestro jefe de grupo y los ingenieros… Cuando se estaba construyendo el Metro, los periódicos hablaban de muchos descubrimientos del tiempo de los aztecas. Y claro, en la escuela mis maestros hablaban mucho de esas cosas.

 En seguida se dio aviso al Instituto Nacional de Antropología e Historia, y el Departamento de Salvamento Arqueológico envió a los pasantes de arqueología Rafael Domínguez, Raúl Arana y A, García Cook a revisar la escultura. Se empezaron los trabajos de rescate del monolito y de las cinco ofrendas que se encontraron cerca de él.

La piedra de la Coyolxauhqui tiene un diámetro aproximada de 3.25 metros, su espesor es de 30 centímetros, su peso de 8 toneladas, y está fabricado en roca volcánica andesita de lamprobolita de color rosado, procedente de la zona norte de la Cuenca de México. Su elaboración corresponde a la etapa constructiva IVb del Templo Mayor mexica durante el mandato del tlatoani  Axayácatl (1469-1481), en el Posclásico Tardío. Actualmente se puede ver el monolito en la Sala 4 del museo del Templo Mayor. Esta maravilla del arte mexica está a la disposición de todo aquél que quiera solazarse con su belleza y aprender algo más de nuestra historia antigua.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Las Cihuapipiltin.

Con el nombre de Cihuapipiltin, “mujeres nobles”, los mexicas denominaban a los espíritus femeninos, hermanas de los Macuiltonaleque, diosecillos de los excesos, que en vida habían sido mujeres ligadas a la aristocracia imperial muertas en el trabajo de parto de su primer embarazo. Se las consideraba valerosas guerreras, pues el alumbramiento era visto por nuestros antepasados como una verdadera batalla, al igual que las que emprendían los guerrero; debido a esta analogía, las Cihuapipiltin vivían en la Casa del Sol, especie de paraíso consagrado a los privilegiados, según cuentan la tradición oral, bajo el mando de Cihuacóatl, la diosa del nacimiento, y la primera mujer muerta en trabajo de parto, a la que siguió Chimalma, la honorable madre de Quetzalcóatl, quien la honró con el canto:
 
Aya nech ytquiticatca
Yehua nonan
An ya coacueye an teotl
A ypillo yyaa
Nichoca yya yean.

Aya (exclamación)
me trajo
Ella, mi madre
An ya Coacueye (la que tiene falda de serpiente)
An diosa
A su hijo yyaa
Yo lloro yya yea

El Cihuatlampa, el Lugar de las Mujeres, de donde procedían las diosecillas, estaba situado en el oeste, en el mismo sitio donde moraban las diosas madres. Fueron cinco las cihuapipiltin, a saber: Cihuaquáuhtli, Mujer Águila; Cihuacalli, Mujer Casa; Cihuamázatl, Mujer Ciervo; Cihuaquiáhuitl, Mujer Lluvia; y Cihuaozómatl, Mujer Mono. Estas temibles féminas tenían la cara tan blanca que parecía que se las hubiesen pintado con tizatl, es decir, gis. Sus brazos y piernas eran también muy blancos. Peinaban sus cabellos a la manera de cuernecillos laterales, el peinado de la fertilidad. En los lóbulos de las orejas llevaban orejeras de oro. Vestían un huipil blanco pintado con grecas negras, bajo el cual se asomaba la enagua de ricos y variados colores.

Las Cihuapipiltin descendían a la Tierra volando por los aires y se les aparecían a niños y adultos, para hacerles maldades y causarles enfermedades y aun la muerte. Asimismo, tenían la capacidad de poseer los cuerpos humanos. Cuando descendían, las diosecillas gustaban de dirigirse a sus antiguos hogares con el fin de rescatar sus husos, lanzaderas y demás instrumentos que emplearan en vida para tejer sus telas. Aprovechando su descenso, se les aparecían a sus esposos y los aterrorizaban, para que les diesen lo que deseaban. No bajaban a la Tierra todos los días del año, sino nada más ciertos días en los cuales los padres les prohibían a sus hijos pasearse por las encrucijadas de los caminos, las ohmaxac, lugares preferidos de estas mujeres. Las cihuapipiltin descendían el día del tercer signo ce ámatl de la Primera Casa del calendario azteca. Ese día, las imágenes de las diosas se ataviaban con vestidos hechos de papel que se llamaban amateteuitl, y se les colocaban ofrendas de comida y flores para calmar su furia. También bajaban a la Tierra en la fecha ce quiahuitl también de la Primera Casa. Este día, considerado de mal agüero por los mexicas, los padres les decían a sus hijos: -¡No salgáis de esta casa porque si salís os encontrareis con las diosas llamadas cihuateteo, que descienden ahora a la tierra! Como ésta era una jornada desafortunada, a los niños que nacían en ella no se les bautizaba, sino hasta la llegada del primer día de la Tercera Casa denominado ei cipactli, ya que en tal día la fortuna cambiaba y los niños podían bautizarse sin la amenaza de que les fuera mal en la vida. Los que eran bautizados en el signo ce quiahuitl se convertían en hechiceros y podían transformarse en animales que salían a las calles a hechizar a las mujeres con sus palabras terroríficas; además, conocían toda clase de sortilegios para hacer maleficios a los mortales.

En el día ce quiahuitl solamente bajaban las cihuapipiltin más jóvenes, quienes gustaban de hacer daño a los muchachos y muchachas que se encontraban en los caminos. Se divertían haciéndoles perjuicios de toda índole, y gestos ridículos y espantosos. Con el fin de apaciguar las ansias dañinas de las cihuapipiltin, se les celebraban ritos en los adoratorios construidos en las encrucijadas llamados cihuateocalli o cihuateupan. Se les ofrecía pan de figura: mariposas, rayos; tamales llamados xuxuichtlamazoalli; maíz tostado conocido como izquitl;  sus imágenes se vestían con papeles manchados de ulli, hule, con ropas llamadas tetehuitl, y se quemaba copal en los incensarios. De esta ofrenda comían y bebían los sacerdotes que luego se iban a sus casas a tomar pulque ritual y a obsequiar con esta bebida a los ancianos. La ofrenda comenzaba a la media noche, tiempo en que daba comienzo la velación, los cantos y los bailes. Al día siguiente todos disfrutaban de la comida de la ofrenda.

Otro día que escogían las cihuateteo para asustar a los infantes era el llamado ce ozomatli, razón por lo cual los padres, sumamente asustados, escondían a sus hijos para que las diosas no los vieran, porque si llegaban a enfermar en esta fecha ya nunca se podrían aliviar y los médicos los declararían desahuciados. A los niños y las niñas que eran bonitos y que caían enfermos por las malas artes de las cihuapipiltin, se les decía que las diosas les habían otorgado la belleza para después arrebatárselas y despojarlos de ella. Tanto en los días ce amatl como en los ce quiahuitl, los mexicas sacrificaban a las diosas cihuateteo prisioneros de guerra que habían sido condenados a muerte por cometer graves delitos. ¡A pesar del tiempo transcurrido, todavía podemos ver a las cihuapipiltin recorrer caminos y encrucijadas en busca de incautos a quienes hacer víctimas de sus terribles maldades!
   
Sonia Iglesias y Cabrera

   
   


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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Huixtocíhuatl, la inventora de la sal. Leyenda prehispánica.

Nuestros abuelos mexicas idolatraron a Huixtocíhuatl, Mujer de Huixtotlan, como la diosa de los comerciantes de la sal y de las mujeres de la vida airada. Solíanla relacionar con los lagos y los mares donde existen salinas. Asimismo, la veneraron como una de las diosas de la fertilidad. Fue una hermosa divinidad acuática, cuyos colores simbólicos fueron el azul y el blanco, hermana del dios de la lluvia Tláloc, y de sus ayudantes los Tlaloques. Contrajo nupcias con Tezcatlipoca, el Espejo Humeante, Señor del Cielo y de la Tierra.

Vestía nuestra diosa huipil decorado con olas de agua  con chalchihuites bordados –piedra semi preciosa verde-  más una falda, o enredo, a juego. Pintada su cara  de color amarillo. Portaba orejeras de oro puro, gorro de papel con plumas de quetzal, y sandalias con pequeñas campanas de plata. En las manos sostenía un escudo decorado con una flor acuática elaborada con hojas de la hierba llamada atlacuezona (Nymphaea Ampla), del escudo colgaban plumas de papagayo rematadas en flecos recamados con flores hechas con plumas de águila. En el tobillo Huixtocíhuatl lucía cascabeles de oro y caracolitos blancos de reluciente plata.

La diosa de la Sal habitaba en el Cuarto Cielo –de los trece existentes surgidos de la cabeza de Cipactli, el cocodrilo que mató Quetzalcóatl para crear la Tierra- llamado Ilhuícatl Huitztlan, el Cielo de la Estrella Grande, donde se movían la estrella Venus, Citlalpol; la Luna, las estrellas, el Sol y los cometas; y donde moraba Quetzalcóatl bajo la advocación de Tlahuizcalpantecuhtli, El Señor del Lucero de la Mañana.

Contaban los narradores de leyendas mexicas que por haber peleado con sus hermanos los dioses de la lluvia, Huixtocíhuatl fue desterrada por ellos y enviada a vivir a las costas donde había aguas salinas. Llegada a su destino, se abocó a inventar la sal, o mejor, a substraerla en tinajas, procesarla, y obtener los granos para poder ser consumidos como condimento de los alimentos. Nuestra venerada diosa enseñó a los mexicas cómo embalar la sal, gruesa o fina, en pequeños costales de cuatrocientos cántaros de sal cada uno, en forma de blancos panes redondos o alargados, muy limpios carentes de cualquier suciedad o arena. Pero las dádivas de la divinidad a los indígenas no quedaron ahí, sino que les enseñó a curar las postemas (abscesos de pus supurantes) con orines, hierbas y sal llamada iztaúhyatl; y a emplearla como preservativo, como sustancia pulidora de metales, y de los dientes, a los cuales quita el horrible sarro.

A la diosa de la Sal se le festejaba en el séptimo mes del calendario llamado  Tecuilhuitontli, Pequeña Fiesta de los Señores, del 2 de junio al 21 de junio. En tal ceremonia, se le sacrificaba una mujer que debía vestir los mismos atavíos que la diosa. Desde temprano, todas las mujeres cantaban y bailaban en derredor de la doncella elegida para el sacrificio, asidas a una liana de flores, la xochimécatl. En sus cabezas, lucían coronas elaboradas con la yerba denominada iztauhyatl, “agua de la deidad de la sal”, conocida por nosotros como estafiate, la cual despedía cautivantes olores, además de curar el hígado. Los pocos hombres que solían acompañar a las danzarinas, portaban flores de cempoalxóchitl, la sagrada flor de los muertos. Toda la noche duraban las danzas y los cánticos en honor a la diosa de la sal; iban las bailarinas guiadas por ancianos capitanes que dirigían los cantos y las danzas. La doncella que representaba a la diosa danzaba en medio de las otras bailarinas; por delante de ella iba un anciano que portaba en las manos un hermoso plumaje llamado uixtopetlácotl. Todas estas danzas y cantos duraban diez días, empezaban por la mañana y terminaban a la medianoche. Al llegar la mañana del último día, los sacerdotes llevaban a cabo una fiesta y un baile llevando en las manos grandes flores amarillas, las ya nombradas cempoalxóchitl. Durante la última festividad, que duraba todo el día, llevaban al templo de Tláloc hombres cautivos que serían sacrificados a lo largo de la celebración: los esclavos llamados uixtotin, quienes lucían papeles en el cuello y un colorido plumaje de águila en la cabeza, a la manera de una pata de águila con las garras hacia arriba.

Cuando acababa el día, llegaba la hora del sacrificio de la mujer que personificaba a la deidad. Subíanla a lo alto del templo de Tláloc seguida de los esclavos destinados a morir en primer lugar. Llegado el turno de la “diosa”, cinco jóvenes le sostenían los pies, las manos y la cabeza sobre la piedra de sacrificios. Un sacerdote le abría el pecho y le sacaba el palpitante corazón, el cual depositaba en una jícara, chalchiuhxicalli, y lo ofrecía a Tonatiuh, el dios Sol, al tiempo que se escuchaba la música de caracoles y tambores. La fiesta terminaba con una gran comilona rociada de pulque y otras bebidas, que las personas efectuaban en sus casas de los diferentes barrios que componían la limpia y hermosa ciudad de Mexico-Tenochtitlan.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Quimichpapálotl, el murciélago legendario.

En la dulce lengua náhuatl al murciélago se le conoce con los nombres de quimichpapálotl, “ratón mariposa”; y tzicanan, “murciélago”. Su carácter sagrado ha prevalecido hasta nuestros días en muchas comunidades indígenas y aún se mantienen vigentes leyendas y mitos en la tradición oral.

Una leyenda mexica narra que Tzinacan, otro nombre de Quimichpapálotl, nació de la simiente y la sangre que derramó Quetzalcóatl durante uno de sus auto-sacrificios. Poco después, la Serpiente Emplumada buscó a la diosa Xochiquetzal y mordió su órgano genital y lo llevó a manos de los dioses. Del agua con que lo lavaron surgieron múltiples flores de exquisitos aromas. Los dioses decidieron llevar el órgano a Mictlantecuhtli, el Señor del Inframundo, quien lo recibió, lo lavó otra vez, y de esa agua sagrada nació el cempasúchil, la amarilla flor de los muertos.

Otra leyenda nos narra que un día Quetzalcóatl estaba lavando su divino cuerpo cuando sus manos tocaron su pene y eyaculó. El semen cayó sobre una roca y de ella nació el murciélago quien se convirtió en el mensajero de los dioses por excelencia.

Quimichpapálotl estuvo relacionado con los puntos cardinales, pues fue el genio del este, así como el océlotl, jaguar, lo fue del norte; acipactli, monstruo del agua, representaba al genio del oeste; y cuautli, el águila, se relacionaba con el sur. Los templos nahuas dedicados a  Tzinacan fueron construidos en forma de herradura, con los altares ubicados hacia el este, donde se ubicaba el Inframundo. Los sacerdotes solían invocarlo para curar las enfermedades que pudiesen atacar a sus alumnos y darles muerte, pues consideraban que el dios tenía el poder de mantener la vida o de quitarle cortando el hilo invisible que unía el cuerpo con el alma.

En los templos llamados Cuauhcalli de Tenochtitlan, existía una sala compuesta de dos cuartos secretos: uno circular y otro rectangular. La sala recibía el nombre de Tzinacalli, La Casa del Murciélago. En esta sala se efectuaban las ceremonias de iniciación de los guerreros Jaguar y Águila. En el cuarto rectangular se guindaba un espejo de obsidiana y se encendía en el fuego una hoguera. El iniciado debía quedarse durante una noche en esta cuarto oscuro, mirarse en el espejo  y resistir. Si aguantaba verse y esperar, pasaba al cuarto circular donde un sacerdote le prendía fuego a la imagen del guerrero fabricada en papel amate, hecho que simbolizaba el paso de las tinieblas a la luz. El candidato debía  caminar hasta la luz de la fogata y decir las palabras: -¡Soy un hijo de la Gran Luz, Tinieblas, apártense de mí! En ese momento se escuchaba un poderoso batir de alas y aparecía la sombra de un ser humano con alas de murciélago que intentaba decapitar al intruso que se había atrevido a invadir sus dominios. Si el guerrero mostraba miedo, se le abría una puerta por la cual podía salir. En cambio, si resistía al temor hasta el amanecer y hacía frente a Quimichpapálotl, la puerta se abría para dar paso a un sacerdote-guerrero que le daba la bienvenida y le invitaba a entrar al templo, pues había demostrado su valentía.

Tzinacan, en su calidad de animal sagrado, quedó registrado en muchos de los códices  que han llegado hasta nosotros. Según nos presenta al murciélago el Códice Borgia (láminas 49 a 52) -o Códice Yoalli Ehécatl, Noche y Viento-  se trata de un animal que arrancaba las cabezas, un demonio entre los seres fantásticos del bestiario. Se le representa pintado de verde, en una mano lleva un átlatl, y con  la otra le saca el corazón a un esqueleto rojo con manchas amarillas. Como pectoral tiene una cabeza humana sangrienta. En la lámina 44 de dicho Códice, el sagrado Murciélago entrega a Xochiquetzal, diosa de las flores, un corazón humano, acción interpretada como  la entrega de la  vida del dios a la diosa, hecho que nos presenta al murciélago como un dador de vida.

En el Códice Vaticano B (láminas 24 a 27, figura 2) de comienzos del siglo IV, se le representa con una cabeza en las manos, pintado de color rojo, y con los bordes de los ojos  amarillos. Por su vestimenta y actitud sugiere a un tlacazinacantli, es decir, un hombre disfrazado de murciélago, ya que debajo de la garra del animal podemos ver una mano humana. Como tocado lleva una venda en la frente a la manera de dios solar, adornada con un chalchíhuitl, piedra verde sagrada, y con una cabeza de ave estilizada que le cae sobre la frente; a más, luce el gorro cónico de Quetzalcóatl, mitad rojo y mitad negro, con plumas en la parte de la nuca, por lo que se relaciona con Quetzalcóatl y el sacrificio.

El Códice Féjévary-Mayer (láminas 41 y 42) nos muestra un hombre-murciélago cubierto de piel, con cabeza de murciélago, pintado de verde, el cabello oscuro, con un escudo en la región occipital, y una pequeña bandera de papel atributos todos que simbolizan al dios de la muerte. En la mano derecha lleva una cabeza humana y en la otra un corazón arrancado del pecho de la víctima.
                               
Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

La Tlahuelpuchi, la mujer que chupa. Leyenda tlaxcalteca.

En la tradición oral de Tlaxcala, una de las 32 entidades federativas de México,  existen unos seres sobrenaturales que reciben el nombre de Tlahuelpuchi. Dicho nombre significa en lengua náhuatl “sahumador luminoso”. Los tlahuelpuchis se conocían ya en la época prehispánica como chamanes que tenían la capacidad de ser nahuales; es decir, de convertirse a su arbitrio en animales malvados que podían transformarse en fuego o que lanzaban llamaradas a sus víctimas por la boca, como dragones del mal.

En la actualidad, a las tlahuelpuchis se les considera como mujeres que son brujas a la vez que una especie sui generis de vampiro. Dice la leyenda que existen también hombres tlahuelpuchis, pero son los menos.

Estas mujeres, aparentemente normales en la vida diaria, cuando nacieron, y por razones sumamente misteriosas y desconocidas, recibieron una maldición o hechizo que las marcó de por vida. Al llegar a la pubertad, específicamente cuando tienen su primera menstruación, sus poderes malignos afloran y las llevan a convertirse por las noches en diferentes animales, sobre todo en aves y, específicamente, en guajolotes, aunque es posible que también se conviertan en pulgas, gatos, perros y buitres. Una vez que adquieren la forma animal, emiten una extraña luminosidad con la cual hacen patente su presencia.

Cuando en una familia nace una Tlahuelpuchi es motivo de mucha tristeza y de una gran vergüenza para todos los miembros, e incluso la mujer puede ser segregada de la comunidad. Es por ello que la familia trata de mantener el secreto lo más que puede ocultándolo tenazmente. La Tlahuelpuchi no ataca a sus familiares sólo si el secreto es revelado por alguno de los miembros a los aterrados integrantes del pueblo o ciudad chica. Entonces la mujer-maldita le chupa la sangre con frenesí al traidor.

Las tlahuelpuchis se reconocen unas a otras aun cuando presenten su forma humana, pero no son seres gregarios, prefieren llevar a cabo sus atrocidades de forma solitaria, pues son sumamente celosas y agresivas entre ellas, y protegen su territorio ferozmente lo que las lleva a tener tremendas peleas para defenderlo; sin embargo, ante un peligro común de avisan una a otras con camaradería.

Como dijimos, las tlahuelpuchis se alimentan de sangre humana y tienen marcada preferencia por la sangre de los niños, a quienes detectan por su fino olfato. Cuando entran en una casa para nutrirse con el preciado líquido, se convierten en una niebla luminosa que se filtra bajo las puertas o por las rendijas de las ventanas. También son capaces de introducirse en los hogares arrastrándose cual insectos rastreros. Ya que lograron introducirse en las casas, empieza su transformación en animales. Para mejor llevar a cabo su destructora tarea, hipnotizan profundamente a los moradores y a sus víctimas, quienes no pueden defenderse del traicionero ataque. Para tal propósito echan su fétido vaho a la cara de los infortunados. Cuanto más frío y lluvioso sea el tiempo, más ganas tienen las tlahuelpuchis de chupar a los niños. Ya que todos están dormidos, las tlahuelpuchis se convierten en mujeres, chupan al infante y salen presurosas de la casa de la víctima. Cuando los padres de la criatura se despiertan, se dan cuenta que el pequeño presenta moretones en el pecho, la espalda y el cuello, y en su cara puede verse una leve tonalidad púrpura-azulina.

Mitos Mexicanos Mujer tlahuelpuchisA veces, cuando una persona está bajo la hipnosis de estas insaciables criaturas, la incitan a cometer suicidio acudiendo a un sitio alto, como un barranco, y arrojándose desde la parte más alta. Otra maldad que suela hacer es matar a los animales domésticos y de la granja, y arruinar las cosechas de los campesinos.

Los poderes de las tlahuelpuchis son intransferibles, no se los pueden pasar a ninguna persona. Pero si una mujer-chupadora llega a ser asesinada, el poder pasa al asesino; si es muerta por algún familiar, entonces la maldición pasa a la siguiente generación.

A las tlahuelpuchis les gusta chupar la sangre de los niños tres o cuatro veces al mes porque considera que a esta edad la sangre es mucho más nutritiva y sabrosa. Su hora preferida comprende el lapso entre la media noche y las cuatro de la mañana. Es sumamente raro que chupen a niños y a las personas durante el día, solamente lo hacen cuando la necesidad de sangre es extrema.

A fin de convertirse en animal o ave, las tlahuelpuchis se esconden de las personas o bien las hipnotizan para que no las vean cuando entran subrepticiamente en las casas. Para llegar a cabo la conversión, las mujeres que chupan preparan en el fogón de su hogar un buen fuego con madera de capulín, al que agregan raíces de agave, copal y hojas secas de zoapatle, “planta medicinal de la mujer”, que propicia el coito e induce al aborto. Cuando el fuego está en su apogeo, las mujeres caminan sobre el tecuil por tres veces de norte a sur y de este a oeste. Luego, se sientan sobre el hogar y miran hacia el norte, al tiempo que sus piernas y sus pies se van separando del cuerpo.
A fin de ahuyentar a las insaciables tlahuelpuchis, se deben colocar debajo del petate o de la cuna de los niños, una cajita conteniendo agujas, un cuchillo, alfileres, un trozo de metal brillante, o unas tijeras abiertas, pues detestan el metal. Asimismo, se puede colocar en la cabecera una cruz elaborada con monedas o, en su defecto un espejo; cerca de la puerta se puede poner una cubeta de agua, lo cual también es un antídoto contra su presencia. Sin embargo, los tlaxcaltecas creen que lo más efectivo para alejar a las mujeres-chupadoras es envolver dientes de ajo en una tortilla, misma que se coloca sobre el pecho del nene; o bien, esparcir pedazos de cebolla alrededor de su cuna.

Cuando, antiguamente, se descubría a una mujer Tlahuelpuchi en una comunidad, se la sometía a juicio popular y se la ejecutaba sin más trámite. La última ejecución de una Tlahuelpuchi ocurrió en Tlaxcala en el año de 1973, no muy alejado en el tiempo, por cierto.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Watákame se casa con las niwetsikas. Leyenda prehispánica.

Watákame, el ancestro de los wixárikas, fue un joven campesino y cazador que se casó con las cinco diosas del maíz llamadas niwetsikas. Cada una de ellas representaba un color y un punto cardinal. En el sur vivía Yuawime, el Maíz Azul oscuro; en el norte se encontraba Tuxame, el Maíz Blanco; Talawime, el Maíz Morado, se hallaba en el oeste; en el este estaba la diosa del Maíz Amarillo llamada Taxawime; y en el centro, de color pinto, vivía Tsayule. Pero veamos cómo aconteció tal boda.

Watákame vivía con su mamá, que era ya muy viejecita, en una bonita casa de barro y palma. Un buen día, el joven le dijo que tenía mucha hambre, que  no podía cazar en ese momento, y que se iba a caminar por el campo a ver qué encontraba para comer. Esperanzado, salió de la casa y se encontró con la Gente-Hormiga que llevaba cargando maíz. Al verlos, Watákame les preguntó dónde lo habían comprado. La Gente-Hormiga respondió que por allá lejos, y que iban a regresar a comprar más. Watákame decidió ir con ellos. Llegó la noche e hicieron un alto para dormir; pero cuando Watákame se despertó, la Gente-Hormiga había desaparecido. Se dio cuenta que las hormigas no habían comprado el maíz, sino que se lo habían robado. Hambriento y desesperado, el muchacho se sentó en la punta de una sierra y vio que se acercaba una maravillosa y luminosa ave kukurú, una güilota (guajolote hembra) que llevaba en el pico masa de maíz, pues era nada menos que la Madre del Maíz.

En cuanto la vio, Watákame quiso ir al pueblo donde vivía la Madre del Maíz. Cuando llegó le preguntó a la dueña de un rancho si ahí vendían maíz, a lo que la viejecita le respondió que no, que lo que podría darle era una muchacha. Abrió la puerta y llamó:
– ¡Maíz Amarillo, Maíz Negro, Maíz Pinto. Maíz Blanco, Flor de Calabaza, Amaranto Rojo, ¡Vengan!

Y dirigiéndose a Maíz Amarillo le ordenó que se fuera con el bello Watákame. Pero la muchacha se rehusó categóricamente.

Entonces, la viejecilla se dirigió a Maíz Rojo y le ordenó lo mismo, pero la muchacha tampoco no quiso irse con el joven. Impaciente, la vieja se dirigió a Maíz Negro, pero tampoco ella aceptó. Al darle la misma orden a Maíz Pinto, la chica contestó que no porque como caminaba muy despacito Watákame se iba a molestar de tanta lentitud. Tampoco Flor de Calabaza ni Amaranto Rojo quisieron obedecer a la vieja alegando que las podría herir con un cuchillo. La vieja dama se dirigió al héroe y le dijo que construyera un hermoso adoratorio, un xiriki  y que pusiera durante cinco días flores rojas de cempasúchil en el sur; amarillas, en el norte; begonias en el oriente; en el poniente tempranillas; y en el centro flores de Corpus Christi. Además, en esos cinco días era necesario que encendiera una vela y barriera el adoratorio para que estuviese muy limpio. Sobre todo no debería regañar a las muchachas maíces sino tratarlas de la mejor manera posible, pues eran muy susceptibles.

Watákame cumplió con lo ordenado: puso las flores y barrió escrupulosamente, y a los cinco días exactos aparecieron en la casa del joven las cinco muchachas, sintetizadas en una sola mujer de gran belleza. En ese momento, las trojes del héroe  se llenaron hasta el tope de grandes y suculentos granos de maíz. Sin embargo, su madre  de Watákame no estaba nada contenta, pues se quejaba de que la muchacha no la ayudaba con los quehaceres de la casa. Un día, la mujer regañó muy duramente a su nuera y le dijo que debía moler el maíz como era obligación de toda mujer, que ella no era una princesa sino la compañera de su hijo y por lo tanto tenía la obligación de ayudarla. A regañadientes la muchacha se puso a moler el maíz en el metate, pero tan pesada y dura tarea le sangró las manos y se puso a llorar desconsoladamente. Luego, se quemó las manos en el hogar, lo que en definitiva la decidió a huir de esa espantosa casa donde la obligaban a trabajar. Cuando se fue ya no hubo más granos en la troje, todos desaparecieron. Ante este hecho la suegra le dijo a su apesadumbrado hijo que fuera en busca de la sufrida Niwetsika. Obediente, Watákame fue a la casa de la Madre del Maíz, para que lo ayudara e hiciera volver a la mujer. Pero la Madre se negó y le dijo:
-Yo te advertí que no la regañaras. Aquí está, pero sus manos están heridas y quemadas y ya no te la voy a dar.

Muy triste regresó Watákame a su casa, donde  fue reprendido por su madre; pues ante lo acontecido estaban sentenciados a pasar hambre con la falta del nutritivo maíz. Entonces, el héroe decidió ganarse a su suegra y contentarla con muchos regalos. Hizo para ella jícaras, tamales, le dio carne de venado, flechas; o sea, todo lo que una ofrenda debe llevar. La Madre del Maíz se condolió ante esta primera ofrenda que se hacía a un dios, y le devolvió a la muchacha con la que procreó varios hijos: Xitakame, Joven Xilote; Xauxema, Planta de maíz de Hojas Secas; Niwetsika; Kewima, Guía de Frijol; y Utsiama, Semilla Guardada.

Gracias a esta primera y sagrada ofrenda y a la obediencia de Watákame, ahora los hombres pueden disfrutar de todos los alimentos que se elaboran con esta gramínea tan ligada a la cosmovisión de los pueblos indígenas a los que llamamos la gente de maíz.

Sonia Iglesias y Cabrera