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Una mujer sola

Una leyenda de Querétaro nos relata que en el siglo XVII llegó a vivir a la ciudad un matrimonio que procedía de Zacatecas. La pareja parecía bien avenida y el motivo de su cambio de residencia se debía a que el hombre trataba de mejorar su estado financiero realizando negocios en Querétaro y sus alrededores.

Decidieron habitar una casona muy grande y bella. Todo iba bien; sin embargo, el esposo tenía que ausentarse mucho de la ciudad para realizar aquello que se había propuesto: obtener sustanciosos negocios que le proporcionaran muchos negocios. Este hecho no tenía muy contenta a su mujer, pues se quedaba frecuentemente sola, cosa que no era de su agrado.

Los habitantes de la ciudad pronto empezaron a llamar a la mujer con el gentilicio de la Zacatecana. Y a pesar de que los negocios que efectuaba su marido iban viento en popa, la mujer cada día estaba más fastidiada por encontrarse tan sola, pues no conocía a nadie ni trataba de hacer amistad con otras mujeres de su entorno.

La Casa de la Zacatecana

Por la ciudad de Querétaro empezaron a rodar rumores de que la Zacatecana le era infiel a su esposo, a causa de aquella soledad que tanto la afectaba. Tales rumores llegaron hasta el marido, quien decidió cerciorarse y poner fin a tal situación.

Sumamente enojado y molesto, el hombre se presentó en su casa de manera intempestiva con la intención de sorprender a su mujer con su amante. Sigilosamente abrió la puerta de la recámara y ¡Oh, sorpresa! La Zacatecana se encontraba haciendo el amor con un joven galán. Al verse descubierta, la hermosa mujer se volvió loca de temor y sintiéndose sorprendida en un ataque de furor mató a su marido y a su amante.

A los cuerpos de ambos decidió enterrarlos en el jardín de la casa. Y ella decidió encerrase para siempre en la casona, a fin de evitar las habladurías que había traído consigo la desaparición de su marido que nadie se explicaba.

Pero la Zacatecana se encontraba muy mal. Por un lado, sabía que toda la ciudad sospechaba de su crimen; y por otro, ella misma sentía remordimientos y culpa por lo haber cometido tan espantosos asesinatos. Ante ese estado de cosas, un día, la mujer tomó una cuerda y se colgó del balcón principal de su hermosa casona.

Desde entonces se escuchan por la noche los lamentos de la Zacatecano y se aparecen tres fantasmas rondando la casa que no pueden encontrar la paz y que eternamente serán dolidas almas en pena.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Querétaro

Don Pablo y don Fadrique

La llamada Casa del Faldón se encuentra ubicada en la Ciudad de Querétaro, uno de los estados mexicanos. Fue construida en el siglo XVIII. Esta hermosa casa cuenta con una leyenda muy interesante a la que debe su nombre. En ella se nos cuenta que vivían en dicha ciudad un alcalde indio, don Pablo de Tapia y el regidor del ayuntamiento, Fadrique de Cázares y Puente, español de pura cepa, cuyo cargo era de menor importancia que el de don Pablo, lo cual le causaba problemas de envidia

Llegó el día de Corpus Christi, en el cual se realizaba una importante e imponente procesión a la que acudían importantes personajes del clero, la nobleza, el ayuntamiento, y las familias más destacadas de Querétaro de mucho dinero y supuesto abolengo. Llevando sendos bastones del palio que cubría el cuerpo de Cristo iban don Fadrique y don Pablo. Pero a la hora de tomar los bastones Fadrique se adelantó y tomó uno de bastones delanteros que correspondía a don Pablo llevar, por ser mayor su rango. Este arranque de alevosía molestó mucho al alcalde don Pablo quien trató de tomar el lugar que le correspondía.

Entonces, el regidor español enojado y prepotente porque no pudo salirse con la suya de ocupar el lugar más importante de los portadores, jaló del faldón de la casaca del alcalde indio y se la rompió, quedando parte de ella en sus manos.

La famosa Casa del Faldón

Este irrespetuoso hecho cayó muy mal entre los presentes, quienes criticaron el atrevimiento de don Fadrique. Había tanta molestia en la concurrencia que hasta se pensó en suspender la procesión, lo cual al final no se llevó a cabo por respeto religioso al cuerpo del Señor.

Sin embargo, don Pablo no perdonó la ofensa y tomó cartas en el asunto demandando judicialmente al regidor grosero y discriminador. El juicio duró varios meses, al cabo de los cuales la Real Audiencia sentenció a Fadrique a ser desterrado de la ciudad de Querétaro; además, debía pagar la casaca rota y las costas que se derivaron del juicio.

A don Fadrique no le quedó de otra más que obedecer la sentencia. Salió de la ciudad y decidió construir una casona en las afueras de ésta. La construyó cerca del antiguo Río Querétaro, en terrenos que se conocían como la “otra banda” porque estaban al otro lado del río. Hizo su casa de tres pisos y con una terraza en el último, desde donde podía ver las cúpulas de las iglesias y el hermoso paisaje de alrededor de la ciudad.

Ahí vivió don Fadrique de Cázares hasta su muerte, sin volver jamás a pisar la Ciudad de Querétaro. La Casa del Faldón aún existe y se encuentra frente al actual Templo de San Sebastián y la Calle de Primavera.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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La Carambada

Leonarda Emilia Martínez, alias La Carambada, nació en el pueblo de La Punta, en el estado de Querétaro, poblado famoso por haber sido un nido de ladrones desde antaño. Huérfana desde muy pequeña quedó a cargo de sus hermanas quienes se encargaron de cuidarla. Se dice de ella que era mujer de baja estatura, morena, de cara ancha que ostentaba una cicatriz en la mejilla izquierda.  Ingeniosa y dicharachera, jovial y simpática, acostumbraba vestir enaguas de colores muy brillantes, botines de tacón alto, rebozo y una profusión de alhajas baratas y llamativas.

Durante la intervención francesa La Carambada se enamoró de un militar imperialista, que pronto fue hecho prisionero por los juaristas quienes luchaban por la libertad de México y contra el imperio de Maximiliano. Al enterarse Leonarda de que su amado estaba preso, acudió presta ante Benito Zenea, gobernador en esa época del estado de Querétaro, e incluso ante Benito Juárez con el fin de obtener la liberación de su amado. Al serle negada su petición, la mujer juró venganza y se convirtió en bandolera.

Retrato de la famosa Carambada

Leonarda se escondía en las grutas que se encuentran en la cabecera municipal de El Marqués, y de ahí se desplazaba para robar a donde fuera necesario. Parte del botín que obtenía lo repartía entre los pobres de la región.

Para llevar a cabo los robos, se vestía de hombre y ya que había robado, se abría la camisa y mostraba sus senos al asaltado o asaltados, para que se dieran cuenta de que habían sido robados nada menos que por una mujer.

Leonarda era muy hábil con el machete, la pistola y cabalgando cuacos. Se hizo amiga de una hierbera que le proporcionaba una hierba llamada veintiunilla, la cual tenía la facultad de matar a quien la hubiese ingerido veintiún días después de haberla bebido en forma de té. Así se dice que mató a Benito Zenea y a Benito Juárez, pues curiosamente había tenido contacto con dichos personajes veintiún días antes de la muerte de ambos, en la Hacienda de Balvanera, donde se encontraban en ese momento los dos personajes mencionados. Era el 18 de junio de 1872.  Se dice que aprovechando la ocasión, la mujer vertió en la bebida unas gotas de ese fuerte veneno preparado con las hojas de la veintiunilla. Veintiún días después, Benito Juárez moría de una angina de pecho.  Estos asesinatos habían sido su venganza por no haber indultado a su amante imperialista. Sin embargo, se trata de un dato no confirmado.

Una cierta noche, Vicente Otero, un militar juarista, salió en busca de la ladrona y asesina, pues quería acabar con sus pillajes y darle su merecido por los supuestos asesinatos. La encontró en la Hacienda de la Capilla y después de una sangrienta escaramuza, la mujer fue herida de cinco balazos. Fue llevada al hospital creyéndola muerta, pero no era así. La ladrona pidió inmediatamente un sacerdote para confesarse y murió dos días después.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Segoviano

En la Calle de don Bartolo de la Ciudad de Querétaro, se encuentra una casa conocida como La Casa de los Espantos. Esta casa, que ahora lleva como dirección en número 23 de la Calle de Pasteur Sur, cuenta con una terrible leyenda.

En dicha casona vivía, a finales del siglo XVII, un señor que se llamaba Bartolo Sardanetta, mejor conocido por su apodo: El Segoviano. Don Bartolo era un español sumamente rico. Su fortuna la debía al hecho de ser un prestamista que cobraba intereses muy altos a las necesitadas personas que acudían a él con la esperanza de remediar sus infortunios económicos. Cuando no le pagaban lo adeudado, el usurero se quedaba con los terrenos y las casas que los incautos le habían dejado en garantía.

Bartolo era un hombre solitario. En su casa solamente estaban los sirvientes y una hermana suya que fungía como ama de llaves. Corría el rumor por la ciudad de que El Segoviano estaba muy enamorado de esa hermana.

Una casona queretana

Un día en que era su cumpleaños, decidió hacer una fiesta como solía hacerlo en tal fecha. Llegó la noche y cuando se encontraba reunido con sus conocidos de la ciudad, hizo un extraño brindis y dijo: -¡Señores y señoras, brindo por mi hermosa hermana, por mi alma y por el 20 de mayo de 1701! Todos los invitados brindaron, aunque no entendieron muy bien el brindis en lo referente a la fecha mencionada.

Pasó un año, y al llegar la fecha del 20 de mayo de 1701, por la noche, en la bella casa de don Bartolo se escuchó un terrible ruido que espantó sobremanera a los vecinos que lo escucharon, quienes optaron por entrar a ver de qué se trataba tan espeluznante alboroto. Junto a la cama de El Segoviano, encontraron el cuerpo sin vida de la hermana quien había sido estrangulada. Y pegado al techo podía verse el cadáver del hombre.

Nunca nadie supo qué había sucedido con los hermanos. Fue un misterio hasta ahora no resuelto.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Un nacimiento muy curioso

Una leyenda muy curiosa nos relata el nacimiento de uno de los presidentes de México, que a continuación narramos. En la Ciudad de Querétaro, en el siglo XVIII, vivía una pareja formada por doña María Úrsula Rodríguez y Salinas, y don Antonio Gómez Pedraza. Se trataba de una pareja criolla de clase alta, que contaba con varias propiedades.

En un día del año de 1789, justamente el 22 de abril, los corregidores de la Ciudad de Querétaro decidieron organizar una gran fiesta. Por supuesto que no dejaron de invitar a los Pedraza que a la sazón era la pareja más famosa y solicitada de la región por su riqueza y simpatía. Doña María Úrsula se encontraba embarazada y ya muy adelantada, poco tiempo le faltaba para dar a luz.

Aun así, decidieron acudir a la fiesta, pues no querían que los corregidores se enojasen y ofendieran si llegaban a faltar y se distanciase la amistad. Así que hicieron de tripas corazón y se alistaron para acudir al baile. Se engalanaron con sus mejores ropas y acudieron a la casa de los anfitriones.

Todo iba de maravilla en la fiesta, había música, las parejas bailaban, había buena comida y buenos vinos y licores, y todos disfrutaban del bien organizado sarao. Para los Pedraza todo iba bien. Doña maría Úrsula gozaba de la música y la comida. Llegó la hora de despedirse, y de repente la embarazada empezó a sentir unos terribles dolores en  el vientre y la cadera. Habían comenzado los dolores de parto y en pleno festejo. As mujeres mayores y de más experiencia, la acostaron en un sillón y precedieron a ayudarla a dar a luz. Todo fue de maravilla y al poco tiempo un hermoso bebé nació.

El retrato de don Manuel Gómez Pedraza

El nene lloraba a todo pulmón, y todos los invitados estaban muy contentos pues consideraban que ese nacimiento en plena fiesta era un signo de buen agüero. Los más contentos eran los corregidores, pues les parecía muy distinguido que un bebé hubiese nacido en su casa y en medio de la fiesta. Todos los invitados le desearon buena suerte al recién nacido… y la tuvo, pues con el tiempo se convirtió en el gran general y presidente don Manuel Gómez Pedraza, aunque poco duró su período presidencial.

Gómez Pedraza murió a los sesenta y dos años de edad debido a una oquedad pulmonar, y fue enterrado, sin confesión, en el Panteón Francés de la Piedad.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Árbol de la Cruz

Fray Antonio Margil de Jesús fue un fraile franciscano que nació en Valencia el año de 1657. Su apostolado como misionero abarcó un período de cuarenta y tres años; y como iba de un lado a otro llevando la religión católica le pusieron el mote de “el misionero de los pies alados”. Después de un largo viaje de setenta y cuatro días desde Cádiz y de haber recorrido muchos países de América como Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y Honduras, y pasados trece años de llevar a cabo su misión religiosa, llegó al Puerto de Veracruz el 6 de junio de 1683, el cual acababa de ser saqueado por Lorencillo, el malvado pirata.

Al llegar a tierra mexicanas en seguida se puso a evangelizar llevando un báculo, un Breviario y un crucifijo, dando inicio a una etapa itinerante de gran calibre en aras de la religión católica. Más adelante, el 13 de agosto llegó a Querétaro con tres compañeros, y poco después se le nombró guardián del convento de la Santa Cruz de Querétaro, en la entonces Nueva España, donde fue siempre muy querido por los fieles.

Las espinas en forma de cruz que brotan del árbol milagroso.

El templo y el convento de la Santa Cruz se fundó a raíz de que los chichimecas fueron derrotados por los conquistadores españoles en el cerro del Sangremal, en el mes de julio de 1531, cuando en el cielo apareció, milagrosamente, la imagen del apóstol Santiago y una enorme cruz, lo cual asombró a los indígenas y propicio su rendición.

Una leyenda queretana cuenta que en el año 1697, fray Antonio Margil llegó a Querétaro al lugar en el que encontraba el templo edificado después de la batalla con los indios. Cuando se encontraba ahí, enterró su báculo cerca del Templo de la Cruz, ubicado en la cima del Sangremal. El báculo enterrado se convirtió en un bello árbol espinoso que adquirió la forma de una cruz.

Según relata la leyenda es un árbol perteneciente a la familia de las mimosas, pero que en vez de dar flores, da espinas que parecen cruces. Así, el árbol en vez de verse cargado de flores, se ve cagado de espinas en forma de cruz.

Algunos fieles han intentado llevarse parte de maravilloso árbol para plantarlo en otros lugares; sin embargo, los pies nunca se dan, pues el árbol se niega a crecer en otro lugar que no sea el jardín del Templo de la hermosa Ciudad de Querétaro.

Sonia Iglesias y Cabrera

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«¡Primero muertos que esclavos!»

Una leyenda chichimeca del estado de Querétaro relata que durante la época de la conquista un padre de familia e importante guerrero que destacaba por su valor, escuchó que los conquistadores españoles se acercaban sometiendo a los indios, para beneficio de los reyes de España. Ante esta noticia, el indígena se dirigió al teocalli de su pueblo y ofrendó a su esposa y a su hijo a los dioses si no quedaba otro remedio, ya que era preferible morir que caer esclavo de los extranjeros invasores. El hombre, su esposa y su hijo llegaron al templo ofreciendo a los dioses coronas de cempasúchil, se hincaron, oraron, y ofrecieron sus incensarios llenos de copal hacia los cinco rumbos sagrados.

Mientras tanto, los soldados españoles se acercaban a la población cada vez más. Iban comandados por el capitán Conin que había formado su cuartel en la cercana ciudad de Querétaro.

Primero muertos que esclavos

Una vez terminados los rezos, el indio chichimeca, que iba armado con una macana, tomó de la mano a su esposa y a su hijo, y toda la familia se fue a toda prisa corriendo hasta el acantilado más alto del Cerro de la Media Luna. Los españoles los perseguían sin tregua. Al llegar al tope del cerro y con los soldados pisándole los talones, el indio chichimeca tomó a su mujer de la cintura y ofreciéndola a los dioses la arrojó por el acantilado. Mientras las lágrimas le corrían por los ojos, tomó a su pequeño hijo, y procedió a arrojarlo como había hecho con su querida esposa.

A punto de ser atrapado por los españoles, el valiente indio se echó por el precipicio, profiriendo un grito de odio que heló la sangre de sus mismos perseguidores, quienes alcanzaron a escuchar las palabras del hombre que  gritó ya en agonía: – ¡Primero muertos que esclavos!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tomás Mejía y su viuda

José Tomás de la Luz Mejía Camacho, militar conservador Queretano, nacido en el pueblo de Pilar de Amoles, fue un indio otomí de familia pobre. Peleó en la batalla de la Angostura, en Coahuila, contra el ejército estadounidense que invadió México. Como su participación fue muy destacada en la tal batalla, Antonio López de Santa Anna le nombró comandante. Pasadas algunas otras hazañas militares, formó aparte del ejército imperial de Maximiliano de Habsburgo, y se adhirió a las filas del general Frédéric Forey.

Tomás Mejía y su viuda

Una vez derrotado el Imperio de Maximiliano por las tropas liberales juaristas, se le sentenció a muerte junto con el emperador y Miguel Miramón, el otro traidor a la patria.  La viuda de Tomás Mejía fue a recoger su cadáver a Querétaro para llevárselo a su casa en México. Como estaba sumamente pobre y no tenía dinero para enterrarlo, la triste viuda aprovechó que el cadáver estaba magníficamente embalsamado y tomó la decisión de sentar a Tomás en la sala de su casa, misma que se encontraba en la Calle de Guerrero de la Ciudad de México.

Cuenta la leyenda que ahí estuvo el desdichado Tomás sentado por tres largos meses en la sala. La escena debió ser horripilante, a pesar de que la mujer le colocó en una posición bastante natural, lo vistió con su mejor traje negro y le puso un par de guantes blancos.

Al enterarse el presidente don Benito Juárez de lo que estaba pasando en la casa de los Mejía, se condolió de la situación y le dio a la dama el suficiente dinero para que fuera enterrado el militar decentemente.

Solucionado el problema, la triste viuda enterró a su marido en el famoso Panteón de San Fernando, uno de los más antiguos de la capital, ubicado en la Plaza de San Fernando 17, en el centro de la Ciudad de México, el cual subsiste hasta nuestros días. 

Una anécdota atribuida a Tomás Mejía cuando estaba junto a Maximiliano y Miramón en el Cerro de las Cruces, preparados frente al paredón, nos cuenta que al oír el derrotado emperador Maximiliano un toque de corneta, se volteó hacía Mejía y le preguntó: -General, dígame. ¿Es ese toque la señal de la ejecución? A lo que el indio guerrero le respondió: ¡No lo sé, señor, es la primera vez que me fusilan!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Primero Muerto que esclavo

Epoca Colonial
Existe en la delegación de la villa de Bernal un cerro al que por su figura se le dio el título de La media Luna.

De regular altura y grandes y elevados acantilados; no presenta su capa exterior grandes bosques ni adornos naturales, pero como todo nuestro suelo, tiene hermosas leyendas tradicionales que se descienden de padres a hijos, hasta encontrar a alguien que se ocupe de trasladarlas al papel.

En el archivo donde constan los títulos y fundación del pueblo, se ve un hermoso rasgo de valor y patriotismo de una familia chichimeca, que debe perpetuarse para estimulo de las generaciones venideras.

Se acercaban los conquistadores procedentes de este pueblo de Querétaro, en donde en donde estaba de asiento el caudillo Conin con su ejército conquistador.

Un jefe de familia chichimeca oyó decir a sus congéneres que los conquistadores venían sometiendo a todos los de su rasa a la corona de Castilla de grado o por fuerza; y antes de perder su libertad y atar su consorte y su pequeño hijo a la cadena de la esclavitud, optó por perder la vida.

Así, pues, oyendo el estruendo de los conquistadores que se acercaban, tomó a su compañera y a su hijo, fuese al teocalli y frente a sus dioses de pie, ofrendó a su mujer y a su hijo justamente con unas palanganas de mastranto coronadas de cempasúchiles, a tiempo que la compañera de rodillas exhala tristes alaridos, ofrendando oloroso incienso y haciendo signos con el sahumador en dirección a sus dioses.

Se acercaban los hombres barbudos acaudillados por Conin y el indio héroe de mi leyenda, haciendo una reverencia de cuerpo ante aquellas deidades de tosco granito, dice a su compañera, tomando de la mano a su hijo: Bahá, bahá; néxti, néxti vamonos, vamonos, corre, presto.

Y con el semblante descompuesto por la tribulación de su espíritu, su larga cabellera descompuesta, la macana en su diestra y su hijo a la siniestra, se dirige al más alto acantilado del cerro cercano de La Media Luna, no sin dirigir a los conquistadores que le seguían, una mirada terrible y desafiadora.

Llegó al bordo del pináculo, seguido de cerca por sus perseguidores y levantando en alto los brazos ofrece a sus dioses aquel sacrificio, toma la compañera de la cintura y arrojándola al espacio exclama: −Bahá dada− Anda con dios−, incontinrnti toma a su hijo de igual manera y lo arroja al espacio, no sin derramar dos gruesas lágrimas que van también a confundirse en el espacio.

Aun no se oye el estruendo de la primera víctima al caer al fondo del barranco, cuando se ve ya en el espacio el pequeño cuerpo del hijo que le sigue.

Unos cuantos metros distancian a los conquistadores de nuestro héroe cuando éste, dando una última mirada de lejos al jacal que abrigó su primer amor y otra de rabia hacia los que pretendían privarlo de su libertad, se arrojó al espacio al tiempo que dos fuertes choques macabros, seguido uno dl otro, dejáronse escuchar,
repetidos por el eco de los elevados acantilados… eran producidos por el choque de su esposa y su hijo que habían llevado ala vanguardia el sacrificio… al llegar los conquistadores le seguían, al borde del precipicio, dejóse oír el último y más acentuado estruendo en el fondo del barranco, producido por el cuerpo de nuestro
héroe al chocar con una grande y escarpada peña.

Por un buen espacio de tiempo permanecieron los conquistadores contemplando aquel cuadro desolador que dejó en su mente para siempre grabada esta sentencia filosófica−patriota: Primero Muerto que Esclavo.