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La tragedia de la Calle de Chavarría (Hoy Justo Sierra)

En la calle de Chavarría de la Ciudad de México, en el número 18, existía una casa abandonada conocida como La Tenebrosa Casa del Inquisidor y a la que todos los habitantes del centro de la Ciudad le temían. En el mes de noviembre del año 1692, un médico joven de nombre don Andrés Camargo llegó para ejercer su oficio a la ciudad. Al conocer la casa mencionada, decidió comprarla, a pesar de saber que ahí  había vivido un inquisidor hacía tan solo setenta años.

La tragedia de la calle de chevarria

La casa en cuestión mantenía los muebles lujosos de su antiguo dueño, aunque un tanto cuanto deteriorados por el paso de los años. Al entrar en la casa, el joven vio un sillón que le pareció cómodo, y como estaba algo cansado se sentó en él para reponer sus gastadas energías. De pronto, sintió una extraña sensación, como si alguien estuviese parado a sus espaldas, y un horrendo escalofrío recorrió su cuerpo. En seguida se levantó del sillón, pero no había nadie, solamente vio que de la pared colgaba el retrato de un hombre de aspecto truculento.

 

Andrés al darse cuenta de que la limpieza de la casa dejaba mucho que desear, salió a la calle a buscar quién le hiciese la faena. Tocó en suerte que pasara una humilde pareja, y el médico se dirigió a ellos con la petición de que le ayudaran a asear la casa mediante el correspondiente pago. Pero la pareja se negó rotundamente y se alejaron más que asustados.

Después de mucho buscar y de recibir muchas negaciones, Andrés se encontró con una pareja de léperos borrachines que accedieron a limpiar la casa. Al finalizar la tarde, ya casi concluida la tarea, uno de los borrachines estaba limpiando el cuadro del inquisidor cuando se dio cuenta que se le movían los ojos. Le avisó a su compinche. Ambos se dieron cuenta que el retrato movía los ojos y salieron huyendo despavoridos de la casa, sin siquiera cobrar su paga. Andrés no pudo alcanzarlos, y decidió ponerse a descansar de todas las actividades del día. En eso estaba cuando escuchó un terrible alarido. Pensó que eran los léperos que regresaban por su dinero. Pero no. Entonces, el joven médico tomó su espada y salió de su cuarto ver quien profería tan tremendo grito. Vio un búho que profería esos terribles alaridos y que se trepaba en una cuerda amarrada a una campana. Azorado, Andrés escuchó una voz que le decía que la campana tocaría la hora de su muerte. Al volverse a ver el retrato del inquisidor vio que eran los mismos ojos del búho. Regresó a su recamara y se quedó dormido.

Al siguiente día, Andrés se fue a la Taberna del Toro a platicar lo que le había pasado y a tratar de que alguien le explicase los fenómenos que había vivido. El joven le dio al tabernero unos cuantos ducados de oro para que le contase la historia de la casa que rentaba y éste habló. Le dijo que en esa casona había vivido un inquisidor de nombre don Pedro Sarmiento de Tagle, quien había sido uno de los más crueles y temidos de la Nueva España, hombre malvado que gozaba con los tormentos aplicados a los reos y con sus sufrimientos cuando eran quemados en la hoguera. Todos le temían al tañer de su campana, pues eran indicio de que su maldad había encontrado nuevas formas de atormentar a los prisioneros de la Inquisición. Y cuando la campana sonaba siempre moría alguien de forma novedosa y por demás sanguinaria. El inquisidor había muerto y nadie sabía en donde estaba enterrado.

Regresó a su casa Andrés. Por la noche volvió a sentir el mismo terrible escalofrío y vio al búho que emitía los mismos alaridos. Quiso matarlo, pero no pudo. En esta situación pasaron varias noches: Andrés muerto de miedo, y tratando de matar a un búho que no se dejaba atrapar. Una noche, alumbrado con una vela, el médico se percató de que en el retrato el inquisidor no estaba. Se volvió y vio que el malvado  se encontraba detrás de él y le señalaba un banquillo donde sentarse. El joven obedeció aterrado. Aparecieron tres personajes igualmente siniestros con candelabros en las manos, que junto con el inquisidor murmuraban y le señalaban. De pronto, una fuerte corriente de aire apagó las luces de las velas. Todo quedó oscuro. Andrés vislumbró que el inquisidor sacaba un enorme libro, y que estaba rodeado de ratas que  empezaron a morderlo.

Pasada la media noche salieron los últimos clientes de la taberna y escucharon unos terribles gritos de dolor que provenía de la casa del médico. Al otro día regresaron a la casa a ver qué había sucedido y se encontraron con el cuerpo de Andrés que colgaba de la campana completamente mutilado por los roedores, mientras que la campana dejaba oír sus fúnebres sonidos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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