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Durango

¡Padre!

Una leyenda tepehuana del estado de Durango, que se ha trasmitido hace muchos cientos de años, cuenta que cuando el Sol inició su existencia, era tan solo una llamita muy chiquitita, que apenas brillaba y casi parecía una luna en vez de un sol. Los días eran extraños, pues como el Sol estaba desconcertado y débil, a veces salía por el Este y a veces por el Oeste; otras, surgía por el Sur y algunas veces se le miraba salir por el Norte. Este hecho ocasionaba muchos problemas en la comunidad y hacía que el maíz creciera muy débil y que los animales no supiesen cuándo debían dormir y cuándo debían estar despiertos

Ante esta terrible circunstancia, los sabios, los chamanes de los doce pueblos tepehuas convocaron a una reunión para encontrar la solución a tan grave problema. Después de pasar discutiendo muchas horas, llegaron a la conclusión que lo que debía de hacerse era efectuar un xibtal; es decir, un ritual de baile y canto, cuya duración debía ser de cinco años.

Llevaron a la práctica lo acordado, y durante cinco años se rezó, se bailó, se cantó y se le pusieron ofrendas al debilucho Sol. Pero nada sucedió, y el astro siguió haciendo de las suyas y saliendo por donde le daba la gana o por donde podía.
 ¡Padre!

En cierta ocasión un hombre desesperado se arrojó al fuego que acompañaba al xibtal, y ofreció su vida al Sol como sacrificio. Al poco tiempo de haberse arrojado, el hombre salió de la fogata convertido en un lucero, en el planeta Venus que brilla por la mañana y por el atardecer. Pero tampoco pasó nada, y el Sol seguía como siempre: desubicado y débil.

Todos los años de ritual los había estado observando la Liebre, junto con sus amigas la Serpiente y la Paloma. Los tres estaban muy divertidos burlándose de los pobres tepehuanes que no podían solucionar su problema solar. Después de reírse mucho, la Liebre les dijo a los indios: -¡Ah pobres ingenuos! Tanto alboroto y tanto fracaso, cuando la solución es muy sencilla… lo que tienen que hacer es ponerle un nombre al Sol, ya que él se siente ofendido porque ustedes, sus hijos, no le llaman por su nombre.

Pero los tepehuanes no escucharon a la Liebre, se enojaron con ella porque pensaron que se estaba burlando, la agarraron de las orejas y la arrojaron lejos: entonces, las orejas le crecieron mucho. La Liebre, al sentir el dolor que le produjo el jalón de orejas, exclamó: ¡Padre mío, ayúdame! En ese mismo instante, el Sol se puso a brillar mucho, salió por el Este y se metió por el Oeste. Cuenta la leyenda que desde entonces los tepehuanes se dirigen al astro con el nombre de Padre, como correspondía, y a su vez las pobres liebres les tienen mucho miedo a los hombres porque lastiman la orejas.

Sonia Iglesias y Cabrera

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