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Mitos Mexicanos

Ehecatl, dios del viento

Si Ehécatl no hubiese soplado sobre el Sol y la Luna durante la creación del Quinto Sol, los astros se hubiesen quedado fijos, pues con su aliento fue capaz de otorgarles el  sagrado movimiento, el Ollin. León Portilla nos dice: Sol y luna permanecen estáticos. El viento zumba, ventea reclamante y pone al sol en movimiento, que avanza, se desplaza con rítmica luz, cruza su camino y se guarda en su casa. Sopla de nuevo el viento y la luna comienza su andar. De esta manera se sucede el uno al otro y así salen en diversos tiempos, el sol en su camino diurno y la luna en la noche alumbran en ella.

Ehécatl, un día se enamoró de una hermosa joven llamada Mayahuel, pero como ella no sabía amar, Ehécatl decidió dar a todos los hombres la capacidad de enamorarse, y por extensión a Mayahuel, la diosa del maguey y de la borrachera. Enamorados los dos, simbolizaron su amor por medio de un maravilloso árbol, que se encuentra en el mismo lugar en que Ehécatl llegó a la Tierra. Ehécatl era guapo, aunque no lucía su belleza porque solía usar una máscara en forma de pico que le cubría la boca, y a veces hasta usaba dos máscaras que le servían para limpiar el camino a Tláloc, el dios de la lluvia, y a los tlaloques, sus ayudantes, pues Ehécatl siempre presidía a la lluvia. Algunas veces le gustaba presentarse con la máscara de la muerte y un cráneo enorme y desnudo, con la boca alargada para mejor soplar el viento. Gustaba de ponerse un caracol cortado en el pecho, el Joyel del Viento, que solía tocar  produciendo el sonido del viento; llevaba orejeras de epcololli (concha torcida), y una sarta de caracoles. Fray Diego Durán, el cronista, refiere:
El ornato deste ydolo era que en la cauveca tenía una mitra de papel puntiaguda pintada de negro y blanco y colorado, De esta mitra colgaban atrás vnas tiras largas pintadas con unos rapacejos al cavo que se tenían á las espaldas… Tenía una manta toda de pluma muy labrada de negro y colorado y blanco á la mesma hechura quel joyel como una ala de maripossa. Tenía un suntuosso braguero con las mesmas colores y hechura que le daua debajo de las rodillas. En las piernas tenía unas calcetas de oro y en los pies unas sandalias calcadas.

Si el viento soplaba por el Este, lugar en donde se encontraba el Tlalocan, Ehécatl adoptaba el nombre de Tlalocáyotl; si por el Norte, por el Mictlan, se hacía llamar Mictlanpachécatl; pero si el viento soplaba por el Oeste, por donde moran las mujeres muertas en parto, su nombre era Cihuatecáyotl; en cambio, si el viento procedía del Sur, se hacía llamar Huitztlampaehécatl.

Como a nuestro dios le gustaba ser venerado, tenía un templo que se localizaba en la ahora  calle de Guatemala, por el número 16, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Se trataba de un templo circular, situado frente al Templo Mayor de Tenochtitlan, de techo cónico almenado, miraba hacia el Este lo que debía haber producido asombrosos juegos de luz al pasar entre los dos adoratorios del Templo Mayor. A la entrada había dos fauces de serpientes, no olvidemos que una de las advocaciones del dios es Ehécatl-Quetzalcóatl, grandes ollas y demás elementos de ornato.

La fiesta a Ehécatl se celebraba el 3 de febrero. Un esclavo joven, que no tuviese ningún defecto, durante cuarenta días antes de la celebración debía pasearse por toda la ciudad de Tenochtitlan vestido con los atuendos del dios. Por las noches, se le encerraba en un cuarto celosamente vigilado. Se le servían las mejores comidas y se adornaba su cuello con flores ceremoniales. Por el día, el joven bailaba y cantaba por las calles, mientras recibía numerosos obsequios de las personas que acudían a verlo. Dos ancianos le visitaban nueve días antes de la fiesta para avisarle que ya se acercaba el Neyolmaxiliztli, el Apercibimiento. Para evitar que el joven se deprimiera y todo se arruinara, se le daba a beber Ytzpacalatl, una bebida elaborada con una planta alucinógena. A las doce de la noche del día 3 del mes Atlacahualo (Sahagún), se le sacrificaba y su corazón se le ofrecía a la Luna; durante el sacrificio le cantaban: Viento de oriente y poniente, /Viento del norte y del sur, /Viento que infunde la vida, /Música de caracol. /Ehécatl,/ Con corazón endiosado, /Canto yo para ti, /Las vibraciones sonoras, /Mi aliento es para ti.

Una vez descorazonado, su cuerpo se tiraba por las escaleras del templo, de donde lo recogían los pochtecas y lo cocinaban en la casa del principal comerciante, donde se realizaba un solemne banquete.

Sonia Iglesias y Cabrera


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