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La Virgen de la Concepción se enfada

Albercones se encuentra situado en el Municipio de Doctor Arroyo en el estado de Nuevo León, bastante alejado de la cuidad capital de Monterrey. Cuenta una leyenda que en Albercones había una gran hacienda, era tan enorme que abarcaba todo el municipio de Doctor Arroyo y aún más, puesto que llegaba hasta una parte de Tamaulipas y de San Luis Potosí. Esta hacienda había pertenecido al conde de Casa Raúl. En el siglo XIX se fraccionó por mandato virreinal, y así surgió la conocida Hacienda de Albercones, que ocupaba la parte noreste de la hoy conocida ciudad de Doctor Arroyo.

En la Hacienda de Albercones, como era costumbre en todas las haciendas, existía una capilla, consagrada a la Virgen de la Concepción, cuya imagen había traído el propietario desde España, país del que procedía.

La zona donde se localizaba la hacienda estaba poblada por grupos de indígenas huachichiles, a quienes los frailes evangelizadores trataban de convertir al catolicismo y alejarlos de sus creencias ancestrales, pues los curas pensaban que los indios se aferraban a creencias erróneas cargadas de brujería. Sin embargo, la labor de los religiosos era infructuosa. Los indios presentaban mucha resistencia a aceptar la nueva religión y seguían manteniendo sus creencias.La ex Hacienda de Albercones

Según afirma la leyenda, en los alrededores de la hacienda pululaban las brujas y se practicaba la brujería de lo lindo, Los sacerdotes se sentían impotentes. En esa época ya se había fundado el pueblo que llegaría a ser Doctor Arroyo, el cual contaba con una pequeña iglesia, una simpática capillita. Los frailes de dicha capilla se habían protegido concienzudamente contra los maleficios de las brujas que se encontraban regadas por la región, y éstas no se atrevían a llegar hasta el poblado, por temor a tales protecciones.

La Virgen de la Concepción de la capilla de la hacienda un buen día se hartó de tanta brujería y brujas a su alrededor y decidió que había llegado la hora de marcharse. Entonces se fue caminando hasta la capilla de Doctor Arroyo.

Al darse cuenta los campesinos de la hacienda de que la Virgen de la capilla ya no estaba más en su lugar, acudieron a ver al dueño para decirle que la imagen no estaba en su lugar en el altar. Sin embargo, el patrón no mostró interés alguno en lo que le decían, y como tenía más propiedades que atender, no tomó cartas en el asunto.

Al poco tiempo de que la Virgen de la Concepción se cambió de capilla, la hacienda de Albercones empezó a decaer. Perdió su esplendor y se convirtió en una total ruina. En cambio, el poblado de Doctor Arroyo entró en una época de prosperidad y creció, pues se encontraba protegido por la Virgen de la Concepción que había contribuido para su progreso.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Espìritu Protector

En la Ciudad de Monterrey, Nuevo León, un muchacho llamado Jacinto perdió a su amigo más querido de muchos años. Durante su enfermedad lo acompañó en el hospital y lo cuidaba con cariño de hermano, sin separarse nunca de él. Carlos, el enfermito, era oriundo de Tabasco y se encontraba en Monterrey estudiando. En la misma ciudad vivían dos de sus hermanos con los que no llevaba buena relación, casi no se veían.

Cuando se encontraba en agonía, Jacinto les comunicó a los hermanos el estado de gravedad de Carlos, quienes acudieron al hospital y desde ese momento se encargaron de él, aunque no muy conformes. A morir el tabasqueño, los hermanos no tuvieron la delicadeza de avisarle a Jacinto la muerte de su mejor amigo, y no pudo despedirse de él. Este hecho afectó mucho a Jacinto.

A los dos años, Jacinto conoció a un joven del que se hizo amigo. A Norberto le gustaba leer el tarot y afirmaba que podía ver los espíritus de aquellas personas que habían fallecido y a los ángeles. Un día que quedaron de acuerdo en ir a comer juntos, ya casi llegando el crepúsculo se despidieron, y cada uno se fue a realizar sus respectivas tareas. Se encontraban despidiéndose en un estacionamiento que se encontraba en la parte de atrás de la Plaza México de Morelos, y la plática se alargó ahí un poco más. Cada uno se encontraba al lado de su respectivo coche.

El Ángel de la Guarda de Jacinto

Al día siguiente, por la noche, estaban chateando en la computadora cuando Norberto le preguntó a Jacinto si conocía a un joven de pelo negro y rizado, delgado y musculoso, de cara agraciada, alto y de ojos verdes de dulce expresión. Al momento Jacinto asintió, y le dijo que estaba describiendo, sin lugar a duda, a su amigo Carlos, ya difunto. Entonces Norberto le contestó que el día anterior cuando se encontraban charlando en el estacionamiento. Un joven con esas señas estaba parado junto a Jacinto y le tenía una mano protectora sobre el hombro. Agregó que cuando se despidieron y le dijo que se cuidara mucho el espíritu asentía con la cabeza agradeciendo la recomendación. Y cuando Jacinto caminó para introducirse en su carro, el fantasma de Carlos lo siguió y se sentó junto a él en el asiento del copiloto. ¡Carlos era el Ángel Guardián de Jacinto!

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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La Casa de los Tubos

Una leyenda de Monterrey, Nuevo León nos relata que en una localidad llamada La Escondida se encuentra una construcción a la que llaman La Casa de los Tubos.

Esta casa, por cierto ahora en ruinas, la mandó construir un cierto señor para su hija a la cual adoraba. La joven estaba paralizada y en silla de ruedas. Razón por la cual el hombre diseñó la casa con muchas rampas que unían los diversos pisos de la mansión, de tal forma que la silla de ruedas no tuviera ningún problema de tránsito y la hija pudiese circular a su gusto.

Cuando la casa se encontraba en proceso de construcción, quiso la mala suerte que dos albañiles muriesen accidental y misteriosamente. La edificación tomó más tiempo del necesario, debido a muchos problemas que fueron surgiendo.

Los habitantes de la zona veían cómo iba surgiendo aquella casa tan extraña, que no era precisamente bonita, pues su aspecto tubular causa asombro y desconcierto. Sin embargo, la casa siguió construyéndose.

La Casa de los Tubos

Con el fin de que la muchacha viera cómo poco a poco iba surgiendo el que sería su nuevo hogar, el amoroso padre decidió llevarla a la obra que ya estaba casi finalizada, solamente le faltaban algunos detalles.

Mientras ambos se encontraban haciendo el recorrido de la mansión, en una de las piezas del piso superior, el padre se acercó a observar un detalle en la pared y soltó la silla de ruedas de la muchacha. De repente, la silla comenzó a rodar y empezó a deslizarse por una de las rampas, llegó al segundo piso y el impulso que llevaba la silla hizo que la niña saliera despedida por una ventana y a gran velocidad. La chica cayó el vacío y murió instantáneamente al llegar al suelo.

A raíz de este terrible accidente, el desconsolado padre se volvió alcohólico. Poco tiempo después, transido de dolor se suicidó, pues no soportaba la vida sin su querida hija. La construcción de la casa se abandonó completamente.

En la casa maldita siguieron las desgracias, pues muchos de sus curiosos visitantes encontraron inexplicablemente la muerte en ellas. Otras personas se suicidaron en ella, y no faltaron todo tipo de accidentes extraños y misteriosos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La enfermera traumada

En la ciudad de Monterrey, Nuevo León se cuenta una leyenda que tiene como protagonista a una enfermera llamada Matilde. Trabajaba la mujer en un hospital muy famoso de la ciudad y formaba parte de las enfermeras encargadas de los enfermos del séptimo piso. Matilde era sobresaliente en su trabajo de cuidar los enfermos a su cargo.

Cierto día en que se encontraba dedicada a sus labores, recibió una terrible noticia. Le avisaron que su esposo y sus dos hijos habían fallecido en un accidente de tráfico cuando se dirigían a su hogar. Como Matilde no había podido hacer nada para salvar la vida de sus familiares por estar ayudando a personas ajenas, agarró odio a todos los pacientes que cuidaba.

Debido al trauma que sufrió, desde entonces todos los enfermos que la enfermera atendía empezaron a morir misteriosamente. Pasado un cierto tiempo, un médico la vio aplicar erróneamente una medicina a un enfermó y se dio cuenta de la causa de tantos pacientes muertos. Al querer detenerla Matilde huyó hasta el cuarto donde se encontraban los implementos de limpieza y se cortó las venas, pues sabía lo que le esperaba si llegaban a apresarla.

A pesar de haberse suicidado, a partir de entonces todos los enfermos que eran destinados al séptimo piso morían irremediablemente, sin importar la enfermedad que padecieran. Nadie se explicaba la causa, pues los médicos los atendían adecuadamente. Lo mismo moría un paciente de cáncer que uno que tuviera una simple laringitis. Antes de morir, todos los enfermos gritaban que veían a una cadavérica enfermera que se acercaba a ellos con el propósito de quitarles la vida. Pero no solamente los enfermos la veían, sino que también los médicos y las otras enfermeras.

Estos terribles hechos motivaron que el séptimo piso del hospital fuese clausurado para siempre. A ese piso nadie acude, nadie puede entrar, pues está maldito por los siglos de los siglos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La Virgen y el Roble

Cuenta una leyenda de Monterrey, Nuevo León, que una vez una pequeña niña se encontraba en el campo con su rebaño de ovejas, las observaba y disfrutaba de la belleza del entorno. Se encontraba muy entretenida cuando, de pronto, escuchó una dulce voz que la llamaba: -¡Rosita, Rosita! Intrigada, la niña se dirigió a donde había un pequeño bosque y vio que un hermoso roble tenía en una especie de nicho natural a la estatua de una Virgen. De la aparición emanaba un delicioso aroma a flores, y estaba cubierta de un divino resplandor. Era una maravilla.

Una vez pasada su sorpresa, la pequeña salió corriendo hasta su casa para comunicarles a sus padres lo que había visto. Los tres acudieron al bosque a ver al roble. Cuando vieron a la maravillosa Virgen en el tronco los padres acudieron a la iglesia del pueblo para contarle al sacerdote el prodigio que habían presenciado. El cura dio aviso a otros feligreses y todos acudieron al bosque donde se encontraba la madre de dios. Decidieron trasladarla a la parroquia y colocarla en un altar.

La Virgen y la pastorcita

Al siguiente día, muy tempranito, los fieles, llenos de fervor religioso, y el señor cura acudieron llenos de fe a ver a la Virgen. Pero, ¡Oh, sorpresa! La estatua no se encontraba en el sitio en donde la habían colocado. Ofuscados por la desaparición corriendo se encaminaron hacia el bosque donde se encontraba el roble. Y efectivamente, ahí estaba la Virgen en el mismo lugar donde la habían encontrado. En seguida se percataron de que el manto y las sandalias de la divina mujer estaban llenos de lodo y zacate del camino, lo cual indicaba que la mujer había regresado al tronco de roble a pie caminando por el bosque.

Regresaron cargando a la Virgen para volver a colocarla en su altar en la parroquia. Pero volvió a suceder lo mismo: la sagrada estatua se bajaba del altar y regresaba al bosque para colocarse en el roble. Este hecho pasó como cinco veces, hasta que el cura comprendió que la Virgen trataba de indicarles que quería que se le construyese una iglesia en el sitio en el cual se aparecía.

Así se hizo, y con el apoyo de todo el pueblo se le erigió un lugar propio al que llamaron la iglesia de Nuestra Señora del Reino del Roble. Se trataba de una iglesia pequeña, casi una ermita, pero que con el tiempo se fue haciendo mayor y en la actualidad se la conoce como el Santuario de Nuestra Señora del Roble, mismo que se encuentra situado en la ciudad de Monterrey, donde se celebra su fiesta patronal el 18 de diciembre y su Coronación Pontificia el 31 de mayo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Ánima de Anacahuita

Icamole es un pueblo que se encuentra situado en el Municipio de García, en el estado de Nuevo León. Es famoso porque ahí se llevo a cabo la llamada Batalla de Icamole, en la cual las tropas de Sebastián Lerdo de Tejada pelearon contra las fuerzas armada de Porfirio Díaz, las cuales fueron derrotadas. Este hecho ocurrió el 20 de mayo de 1876.

A la salida de Icamole existe una ermita a un costado de la carretera que lleva hacia Paredón, Coahuila. A esta ermita acuden los creyentes a rezarle al soldado Roberto Cisneros Jaramillo, con el fin de que les conceda solución a sus muchos problemas, pues consideran que este combatiente de la Revolución Mexicana es sumamente milagroso.

Los días 4 y 5 de septiembre de 1915, se llevó a cabo una batalla entre las tropas del general Francisco Villa y las de Venustiano Carranza, en el desierto ubicado entre los municipios de Mina y García. En el lugar donde se encuentra la ermita mencionada, murió el soldado Roberto Cisneros, a quien sus compañeros de lucha abandonaron, mortalmente herido, en su huída hacia Paredón, pueblo de Coahuila. Pasados dos días, unos pastores de cabras, lo encontraron muerto después de haber soportado una larga agonía, y le sepultaron a los pies de un árbol de anacahuita; una vez enterrado cubrieron su tumba con piedras. Regresaron los pastores a Icamole y nada dijeron de lo hecho.

La ermita que guarda los restos del Ánima de Anacahuita.

Cierto día, un maquinista de tren se encontraba muy enfermo, estaba conduciendo su convoy, se detuvo y bajo para recoger leña que necesitaba. Al estarla recogiendo se encontró huesos humanos que llevó a la tumba de piedras que había sido destruida. Rezó y prometió que si se curaba de la fiebre que lo aquejaba, volvería al lugar y daría buena sepultura al soldado. Se curó el maquinista y cumplió lo prometido: le edificó una ermita.

Poco tiempo después, entre los campesinos de la región surgió la creencia de que el soldado era milagroso y que si uno acudía al sitio donde había muerto y le rezaba con fervor, concedía lo que los creyentes le pedían. Al aparecido se le llamó El ánima de Anacahuita, pues junto a la ermita se encuentra un hermoso árbol de anacahuita. Dentro de ella, se encuentra la tumba del heroico soldado. En el recinto siempre hay veladoras y papeles escritos con las peticiones de los dolientes.

Como es un recinto sagrado muy famoso, acuden feligreses de varios estados, como San Luis Potosí, Zacatecas, Coahuila, e incluso llegan personas desde el estado de Texas en los Estados Unidos de Norteamérica.

Asimismo, la ermita es visitada por las famosas “cajitas”, los curadores discípulos del Niño Fidencio, los cuales realizan curaciones en marzo y octubre, a la manera que lo hacía el curandero.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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El amor de Juan El Oso

En la orillas de Anáhuac, Nuevo León, vivía una muchacha llamada María con sus padres. Todos los días salía a acarrear agua y a conseguir leña, sin darse cuenta de que era observada por unos ojos inquisidores. Un mal día en que regresaba del pozo con el balde de agua, le salió un enorme oso negro que se abalanzó sobre ella. María, aterrorizada se desmayó. Cuando despertó vio con horror que se encontraba en una cueva tapada con una roca. Al caer la tarde, el oso regresó a la cueva con un cabrito muerto que le llevó a la joven para que se alimentara. Gruñendo, el oso volvió a salir.

El amor de Juan El Oso

Con el paso del tiempo, María se habituó a comer carne cruda y tuvo un hijo del imponente oso: el niño bastante robusto, tenía la piel cubierta de suaves vellos. Pasados dos años, la muchacha tuvo otro hijo que también tenía vello en el cuerpo y era muy hermoso. Los dos niños se divertían jugando juntos. Al primer hijo lo llamó Juan y al segundo Jesús. Por supuesto que María no era feliz, y se la pasaba rezando y pidiendo a Dios que le permitiera escapar de la horrenda cueva. Juan, siempre que la veía tan atribulada le decía que tuviera paciencia, que pronto la liberaría a ella y a su hermano.

Cierto día en que el oso enfermó, Juan con su descomunal fuerza, quitó la piedra y salieron los tres al campo. El oso, titubeante, los persiguió, pero Juan lo estranguló y le dio muerte. Ya libres, decidieron irse a la casa de los padres de María, quienes los recibieron muy contentos. Ambos infantes iban a la escuela. Jesús se adaptó muy bien a su nueva vida, pero Juan tenía que controlar su fuerza y los corajes que hacía cuando los compañeros de colegio le decían “oso peludo y fortachón”. Dejó de acudir a la escuela.

En una ocasión, subió él solo una gran campana a la torre de la iglesia, pues nadie podía hacerlo. Esta acción le valió que todos en el pueblo empezaran a quererle y le llamaran, cariñosamente Juan El Oso. Pasado un tiempo, tres ladrones asaltaron dos casas del pueblo, se fueron al monte y se agazaparon en espera de robar otra vez. Al ver Juan el miedo reflejado en la cara de su madre, acudió al monte, atrapó a los malhechores y los llevó la comisaría para que los encerraran. Por tal hazaña, Juan fue nombrado jefe de policía.

Un día Juan se enamoró, pero cuando supo que su amada tenía un pretendiente, fue a buscarlo, lo tomó con sus potentes brazos y lo sacudió. La muchacha, llorosa, le suplicó a Juan que no le hiciese daño al joven. Ante las lágrimas de la joven, Juan soltó al pretendiente y, muy triste, se fue a su casa a llorar su desventura. Una mañana, Juan no pudo soportar por más tiempo su mal de amores, salió de su casa rumbo a la montaña y se fue para siempre.

Algunos dicen que lo han visto vagar por la montaña sufriendo en silencio su pena de amor.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El origen de los jicos

Cuenta una leyenda de Nuevo León que hace muchísimo tiempo una muchacha huachichil iba por el campo juntando frutas para sobrevivir el largo invierno que se acercaba. Se encontraba embarazada, pero no temía que el parto la sorprendiese sola y en pleno campo ya que, como muchas mujeres de su grupo, era capaz de dar a luz sin ayuda.

El origen de los jicos

 

De pronto, la joven vio unos jicos de tuna; es decir, dos tunas pegadas como puede ocurrir con cualquier fruto o planta, cuando alguien se encuentra con este fenómeno de frutas cuates, la costumbre dicta que se debe regalar uno de los frutos a alguna persona, un amigo por ejemplo, quien debe hacer harina y con ella un dulce, ritual por medio del cual ambos devienen compadres. Así pues, la joven tomó una vara y trato de bajar los jicos de tuna, no pudo hacerlo y decidió bajarlos con la mano. Pero con la torpeza propia de su embarazo, la muchacha se cayó en la nopalera, en la cual permaneció medio muerta de frío y muy malherida, pues nadie la socorrió.

Ahí pasó toda la noche, hasta que al día siguiente unos cazadores la encontraron y la llevaron hasta su comunidad, a su casa, en donde no se encontraba el esposo ya que andaba de cacería. La mujer tenía en la mano las tunas jico. Ya muy grave, la chica dio a luz a dos niños, a dos gemelos, hecho que nunca había sucedido en el pueblo huachichil. Las personas del pueblo esperaban que el marido regresara pronto para ver qué se hacía con los pequeños recién nacidos, los cuales momentáneamente habían sido entregados a dos mujeres para que les amamantaran.
Sin embargo, el padre de los gemelos nunca regresó ni se supo qué le había pasado. Mientras tanto, en la comunidad había guerra, y los huachichiles peleaban contra los xi’oi, los pames. Para proteger a las mujeres y a los niños, los jefes los llevaron a sitios apartados y distantes unos de otros. Por tal motivo, las mujeres que criaban a los niñitos cuates quedaron separadas.  Pasada la guerra se formaron tres grupos de huachichiles.

Tiempo después, los dirigentes de los tres clanes decidieron unirse en un solo grupo, a fin de fortalecerse ante el ataque de otros indígenas. Para que la unión fuese sólida el jefe de uno de los clanes ofreció en matrimonio a sus dos hijas para que se casasen con dos guerreros de otro de los grupos huachichiles. Como había mucha competencia, se decidió que las muchachas se desposarían con los jóvenes que llevasen las mejores ofrendas. Todos los pretendientes partieron en busca de los mejores regalos.

Al tercer día, los candidatos presentaron sus obsequios al padre de las doncellas. Al verlos no dudo, y escogió a dos jóvenes que habían traído, separadamente y sin habérselo propuesto, dos jicos de tunas, los cuales eran muy difíciles de encontrar. De esta manera los hijos de la joven huachichil que encontrara los primeros jicos de tuna, volvieron a encontrarse, para ya nunca más separarse. De ahí nació el aprecio que se da a los jicos en el estado de Nuevo León.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La princesa y el Cerro del Topo Chico

El Cerro del Topo Chico se encuentra en el estado de Nuevo León. En realidad se trata de un volcán inactivo de mil ciento setenta y cinco metros sobre el nivel del mar del cual afirman  que es un “volcán de aire”, ya que posee un hueco por donde saca aire. Es además famoso por su virtuosa Agua Mineral Topo Chico, que surge de sus manantiales de aguas termales.

Leyenda mexicana La princesa y el cerro

Este volcán como todo el que se precie, tiene su leyenda en la que se cuenta que una princesa mexica se encontraba muy enferma; los tícitl, no sabían de qué enfermedad se trataba, pues era muy extraña. Su padre Moctezuma Ilhuicamina estaba desesperado por la condición de su hija, a la que adoraba y sufría mucho al verla tan postrada. Desesperado, el tlatoani consultó con sus sabios sacerdotes, quienes le dijeron que en tierras lejanas hacia el norte existía un manantial de aguas termales que curaban muchas enfermedades si uno se bañaba en ellas o las bebía.

Inmediatamente, Moctezuma organizó una expedición para que su hija fuese llevada en nadas, hasta el maravilloso lugar de las aguas termales. Después de muchos días, la caravana llegó a un hermoso y verde valle rodeado de montañas y donde se encontraba un cerro en forma de topo del que brotaban aguas de un manantial. En seguida, la princesa, ayudada por sus esclavas y su aya, fue sometida a un baño y se le dieron cajetes conteniendo el agua milagrosa para que la bebiese.  Este ritual se repitió durante varios días. Los sacerdotes y los guerreros que acompañaban a la joven en su largo viaje, aprovecharon  también y bebieron y se bañaron en las límpidas aguas curativas.

Cuando regresaron a la Gran Tenochtitlan todos iban alegres, lozanos y más fuertes y, por supuesto, la princesa habíase curado de su extraña enfermedad. La noticia de tal prodigio corrió por todo el reino mexica y aun más allá, cobrando fama las maravillosas aguas que se encuentran en El Cerro del Topo Chico.

Sonia Iglesias y Cabrera