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Doña Lucas

Poco después de la conquista de México, llegó a vivir a San Luis Potosí un matrimonio de españoles. Su hija, que era muy pequeñita se llamaba Lucas; los habitantes de la ciudad, los sirvientes y los indios guachichiles que la conocían la llamaban doña Lucas, como era costumbre llamar en aquella época a las mujeres de alcurnia sin importar su edad.

Cuando doña Lucas creció, se enamoró de un indio guachichil que trabajaba en la hacienda donde vivía la familia. Cuando el padre se enteró del enamoramiento de su hija, montó en cólera y la encerró en sus habitaciones, pues no podía concebir que una hija suya blanca y española se pudiese enamorar de un indio zarrapastroso humilde y sin fortuna. El español habíale puesto a su hija una dama de compañía para vigilarla, darle de comer y ayudarla en lo que fuese necesario.

Cierto día la muchachita se dio cuenta de que estaba embarazada. Nunca se supo cómo sucedió el hecho, tal vez la dama de compañía ayudó a los enamorados a verse furtivamente. Cuando el padre de doña Lucas se enteró del estado comprometido en que se encontraba su hija se enojó terriblemente y la golpeó. Entonces, decidió poner fin al embarazo de su hija. Mandó a uno de sus criados guachichiles a que fuese a buscar a una hierbera muy conocida por los indios por sus habilidades, y le pidió que le diera un té elaborado con sus plantas abortivas. La india obedeció y le suministró a doña Lucas un fuerte brebaje que no solamente le hizo abortar, sino que la joven murió a consecuencia de ello. El feto se lo llevó la mujer y el español le hizo jurar que no le diría nada a nadie, so pena de muerte.La bella doña Lucas

Enterraron a doña Lucas en el altar mayor de la Iglesia de San Nicolás, Tiempo después, cuando el sacerdote de la iglesia se encontraba oficiando, en su homilía tocó el tema del Evangelio según San Lucas. En el momento en que pronunció las palabras “San Lucas” la iglesia tembló, los cirios y las velas se apagaron, los bancos se movían sin control, y se escuchaba un terrible estruendo, las personas, muy asustadas, corrieron hacia la salida y abandonaron el templo. El sacerdote no se explicaba lo que estaba sucediendo. Desde este suceso los creyentes dejaron de ir a la iglesia y ni siquiera se atrevían a pasar delante de ella.

El cura estaba desesperado porque ya nadie acudía a su iglesia y oficiaba misa solo. Entonces, un día se puso a rezarle a Dios pidiéndole que le dijera lo que sucedía y que lo guiara en lo que debía hacer para solucionar tal problema. En esas estaba cuando de pronto se la apareció doña Lucas, vestida de blanco y muy enjoyada, y le dijo: – ¡Señor cura, por favor dígale a mis padres que me saquen del lugar en donde estoy enterrada, porque no merezco encontrarme en este sitio, el altar mayor, porque soy una mala hija y una pecadora! ¡Dígales que me quiten el vestido blanco y las joyas, porque no soy digna de ellos! ¡Deseo que me pongan un vestido guachichil, el más humilde de ellos, y que mis joyas y la dote y herencia que me corresponden se las entreguen a los indios! ¡Quiero ser enterrada en el panteón comunitario! ¡Y si no hacen lo que les pido nunca voy a encontrar la paz eterna!

A acudir el sacerdote ante los padres de la chica y comunicarles su experiencia vivida, éstos confesaron el pecado de doña Lucas muy afligidos y arrepentidos de haber mentido. En seguida, procedieron a llevar a cabo lo que su hija les rogaba que hiciesen. La vistieron de guachichil y repartieron sus bienes entre los indígenas; además, la enterraron en el camposanto en una sencilla ceremonia y con muchas flores.

Desde entonces nunca más se volvieron a escuchar ruidos en la iglesia, y poco a poco los feligreses regresaron a la Iglesia de San Nicolás a escuchar misa y a contarle al cura sus cuitas.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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La Casona que no Quería Morir

Una leyenda de San Luis Potosí nos cuenta que, a finales del siglo XX, las autoridades de la ciudad decidieron modificar y modernizar algunas calles de la ciudad. Se eligieron las calles de Uresti, la Avenida Carranza y la Avenida Reforma. Para llevar a cabo tal medida se hacía necesario derrumbar algunas casonas que se encontraban en las calles mencionadas, lo que permitiría la creación de un pasaje turístico que atrajera visitantes.

Ni que decir tiene que tal medida contaba con simpatizantes y detractores que veía con malos ojos ese proyecto que restaría belleza a la ciudad. Algunos de los dueños de las casas se defendieron de la demolición, pero desgraciadamente perdieron y sus propiedades fueron demolidas.

Sin embargo, una de las casas que se encontraba en la Avenida Reforma y que hacía esquina con la Calle de Álvaro Obregón, propiedad de una mujer llamada Raquel Villalba, se salvó de la demolición y de la correspondiente expropiación, debido a algunas complicaciones de índole legal.La Casa Embrujada

La solitaria casa quedó abandonada en el paraje urbano y en ella solían meterse alguno que otro drogadicto o teporocho, para hacer de las suyas. Fue entonces que empezó a correr el rumor de que la casa estaba embrujada, y que en ella habitaban fantasmas de los cuales valía más la pena cuidarse, pues eran de temer, se afirmaba. Se veían luces por las ventanas y se escuchaban ruidos escalofriantes procedentes de la deshabitada casa. E incluso algunas personas aseguraban que por las ventanas se asomaban caras de terribles espectros.

Un cierto día aparecieron frente a la casa máquinas que tenían como tarea derribar la siniestra casona. Sin embargo, los días transcurrían y la casa seguía en pie. Algunas personas opinaban que se trataba de problemas legales, pero otras aseguraban que la casa se resistía a ser derribada, pues cuando los trabajadores preparaban las máquinas para tirarla, éstas se descomponían inmediatamente, Así sucedió una y otra vez. Además, muchas de las herramientas de trabajo desaparecían y no se las volvía a encontrar. Los obreros afirmaban que al estar dentro de la casa o cerca de ella, sentía cosas extrañas y escalofriantes que les ponían los pelos de punta. Muchos de ellos se negaron a seguir trabajando, aunque les aumentaran la paga.

Un día, los encargados de derrumbarla llevaron a un brujo para deshacer el hechizo que suponían pesaba sobre la casa. El exorcismo funcionó ¡Y por fin pudieron derrumbarla! Entonces descubrieron un túnel que comunicaba a la casa con varios templos y con otras casas aladañas, el túnel había sido construido durante la época colonial, cuando la casona había sido edificada.

De la casa no quedó nada, pero en el pasaje turístico, en el sitio que corresponde a la antigua ubicación de tal mansión, se pueden escuchar por las noches golpes en el suelo, tal cual si un hombre hubiese quedado atrapado en el túnel y quisiera salir desesperadamente.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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EL Gallito que resucitó

Luis Maldonado vivía en San Luis Potosí y estudiaba en la Facultad de Letras. Como destacado estudiante era apreciado por todos sus compañeros y conocidos, además de que escribía muy bien y hacía unos excelentes poemas. Pertenecía Luis a una familia de la clase media alta. Un día, conoció a una muchacha llamada Eugenia y se enamoró de ella. Empezaron un romance apasionado. Él se encontraba en la gloria, pues era el amor de su vida, y le escribía muchos poemas a su amada, quien los recibía con beneplácito.

Pero un día Eugenia abandonó a Luis, se casó con otro hombre y se fue a vivir a otro estado. Luis quedó devastado ante la traición de su adorada y se dedicó a la bebida. Iba de cantina en cantina completamente descuidado de su persona. Su físico y su mente empezaron a deteriorarse de tanto alcohol como consumía. Todos los días salía de las cantinas a altas horas de la noche completamente beodo.

Como es natural su familia estaba muy preocupada. Un día el pobre de Luis cayó enfermo y su familia le cuidó, se recuperó, pero poco después su hermana le encontró muerto en la calle de puro borracho. Como ya era muy noche y no podían sepultarlo, sus familiares dejaron su cuerpo en un ataúd en un panteón llamado El Descanso, para poder enterrarlo al día siguiente.

En la madrugada, cuando la familia se encontraba en su casa durmiendo, escucharon fuertes toquidos en la puerta de la residencia. El padre preguntó a través de la puerta que quién llamaba a esas horas de la noche. Se escuchó una voz que decía: – ¡Soy yo padre, ábreme que tengo frío! El padre, muy enojado, mandó a paseo al tío que se atrevía a gastar broma tan de mal gusto. – ¡Ábreme, ábreme que soy yo, Luis! Insistía la voz.

Por fin,  abrieron la puerta y vieron que efectivamente se trataba de Luis, al que sus conocidos apodaban El Gallo Maldonado. Había regresado de la muerte. Desde entonces Luis sufrió un cambio tremendo en su persona: se vestía estrafalariamente, se tocaba con un carrete viejo y roto del que asomaban unos sucios pelos, el pantalón le quedaba corto y el saco enorme. Se convirtió en un vago educado y poeta, que cuando veía a una pareja de enamorados les dedicada un hermoso poema. Todos los que le veían sentía afecto y tristeza por él, pero nunca se burlaban, aunque seguía bebiendo en demasía.

El Gallo Maldonado se convirtió en un personaje de su ciudad. Un cierto día, el Gallo Maldonado desapareció para siempre. Nunca nadie supo más de él. Sin embargo, dice la leyenda que muchos enamorados nocturnos se lo han encontrado y Luis, convertido en fantasma y romántico como siempre, les dedica un bello poema a sus amores. Pero solamente se les aparece a los verdaderos enamorados, a aquellos que se quieren para siempre.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Claudia y Rodolfo

En San Luis Potosí vivía una muchacha muy bonita llamada Claudia. Pertenecía a una familia de las llamadas de abolengo bastante rica. Claudia vivía con su madre, pues era huérfana de padre, y su hermano mayor también había muerto cuando era pequeña. La joven era, además de bella, alegre y muy elegante.

Siendo casi una adolescente conoció a Rodolfo y ambos se enamoraron. Para ella él era su primer novio y su primer amor. Fueron novios por muchos años y acabaron comprometiéndose en matrimonio. Cuando Rodolfo le pidió a Claudia que se casaran le regaló un anillo de oro blanco con una enorme acerina negra, anillo que había pertenecido a la abuela del muchacho y era muy antiguo. El enamorado le pidió a la enamorada que le quisiera por siempre pasara lo que pasase: y ella, muy apasionadamente juró cumplir el juramento de amarlo por toda la vida.

Habían escogido para casarse el Templo de San Miguelito. El día de la boda Claudia se presentó en la iglesia portando un maravilloso vestido de novia lleno de encajes traídos especialmente desde la ciudad de Brujas en Bélgica. Llegó y esperó a un novio que nunca llegó. Al principio la joven reía y esperaba pacientemente la llegada del prometido, pero éste no llegó nunca.

Templo de San Miguelito en San Luis Potosí

Los invitados que esperaban la ceremonia empezaron a murmurar acerca de tan extraña situación, muchos opinaban que Rodolfo se había arrepentido y había sacado el bulto a la situación. Otros pensaban que tal vez hubiese muerto o lo hubiesen asesinado. Al final nadie supo que había pasado con el prometido y la boda no se celebró.

Ante este terrible plantón, Claudia se volvió loca y, vestida de novia acudía al Jardín de San Miguelito o a la Plaza de Armas, para sentarse en un banco en espera de que Rodolfo se presentara para casarse con ella. Si llegaba a ver a algún joven parecido al ingrato le gritaba: – ¡Rodolfo, por qué tardaste tanto en venir si tenemos que casarnos como me prometiste! Ante estos gritos destemplados de la loca, algunos muchachos se detenían y la consolaban, otros se burlaban y hasta abusaban de ella.

Las personas empezaron a llamarla La Loca Zulley, que era como se apellidaba. Y la pobre mujer, con el vestido de novia sucio y andrajoso, seguía gritándole a los hombres: ¡Ven, Rodolfo, ven a mí!

Esta situación duró por muchos años, hasta que La Loca se murió de amor. Su madre la enterró en el Panteón llamado El Tecuán el cual curiosamente se encontraba atrás del Templo de San Miguelito.

Cuando el panteón desapareció para dar lugar a la construcción de la Escuela Manuel José Othón, un joyero del Mercado de la Merced se encontró con el anillo de oro blanco y acerina, y decidió dárselo a la Virgen de la Soledad quien lo luce en el dedo anular de la mano izquierda.

De Rodolfo nunca se supo que le sucedió y que le impidió asistir a su boda: ¿desamor, miedo o la muerte?

Sonia Iglesias y Cabrera

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Silbidos mortales

Existe en Cerro Prieto, San Luis Potosí, una leyenda acerca de los llamados alicantes. Cerro Prieto es una localidad que se encuentra en el Municipio de Mexquitic de Carmona de no muchos habitantes, tan sólo un poco más de quinientos. Los alicantes, que también pueden conocerse como cencuates, son unas víboras que han dado lugar a muchas leyendas tanto en México como en España. Se dice que algunos alicates son muy grandes, y pueden producir una espacie de silbido muy parecido a los silbidos del hombre. Además, les encanta beberse la leche de las vacas a las cuales hipnotizan con sus silbidos para luego chuparles las ubres.

Por otra parte, los famosos alicantes son muy enamorados. Hecho que ha dado lugar a una leyenda que narra la historia de un matrimonio que vivía en un pequeño rancho situado en Obregón. El marido trabajaba en el campo por lo que acostumbraba dejar su casa desde muy temprano para acudir a su parcela, y siempre le decía a su esposa que no se olvidase de llevarle el almuerzo a la milpa.

El terrible alicante

Sin embargo, en cierta ocasión cuando el marido le recordó lo del almuerzo, la mujer se negó y no quiso llevarle la comida. El hombre, enojado por la negativa, le pegó a la pobre señora. Ya que la hubo castigado, le preguntó la razón por la cual no quería llevarle los alimentos a la milpa, Entonces, la mujer llorando de dolor y de rabia, le contestó que le daba miedo porque cuando pasaba por la nopalera escuchaba unos silbidos y pensaba que un mal hombre estaba escondido por los arbolitos y la espiaba para aprovecharse de ella.

El señor se escamó, y en seguida pensó que se trataba de un fulano que estaba tratando de conquistar a su esposa. Le dijo a ésta que le llevara el almuerzo y que él estaría vigilando. Y efectivamente, el hombre se escondió y se puso a vigilar el lugar de la nopalera a ver qué era lo que sucedía.

Al poco rato escuchó unos silbidos de hombre, se puso alerta y enojado ante tal atrevimiento, pues creyó que se trataba de algún merodeador que intentaba tener relaciones con su esposa, si es que no las tenían ya, pues era un tipo malicioso y mal pensado. Salió de su escondite y se dirigió a la nopalera para ver de quién se trataba y matarlo, y de paso a su esposa si es que era su amante. Pero, ¡oh, sorpresa! Lo que encontró fue el cadáver de su mujer a la que un alicante había ahorcado sin clemencia. En ese momento vio meterse a la víbora por la boca de su señora y luego salir por abajo, por su vagina.

El campesino quedó traumado y siempre se reprochó el haber dudado de su querida esposa y hasta de haberle pegado. ¡Los dos fueron víctimas del terrible alicante!

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Tres barcos de cristal

En la iglesia de San Francisco en la población de Real de Catorce, en el estado de San Luis Potosí, se encontraban tres barcos de cristal de Murano -exvotos religiosos- que han dado pábulo a una hermosa leyenda, que nos narra que hace ya mucho tiempo, un barco fue atacado por una terrible tormenta en su travesía de Cuba a México. En el barco iban tres marineros que tenían mucha experiencia en el mar: se trataba de experimentados lobos de mar. Ante tan espantosa tormenta, pudieron aguantar gracias a su capacidad de marinos. Todos los demás murieron. Se encontraban en una terrible situación ya casi para morir, cuando vieron a un hombre que se acercaba a los restos del barco flotando sobre una tabla. Se trataba de un extraño hombre que lucía una luenga barba. Al acercarse a ellos les habló y les dijo que no se asustaran, porque les esperaba una larga vida y que aún no iban a morir.

Cuando los marineros llegaron a México contaron lo que les había ocurrido respecto a su milagrosa salvación. Agradecidos como estaban, le solicitaron a un famoso artesano que les hiciera tres barcos de cristal, sin importar el precio. Algunos meses más tarde el artesano les entregó a los marineros los exvotos que eran una maravilla.

El bondadoso hombre les ayudó a salir de su percance y los salvó de una muerte segura. Los marineros, agradecidos por la ayuda, le preguntaron al buen samaritano su nombre, a lo que éste respondió que se llamaba Francisco y que habitaba un pueblo llamado Real de Catorce, y que estaría muy contento si alguna vez iban por el pueblo y le buscaban.

Exvoto. Barco de cristal

Los sobrevivientes partieron a Real de Catorce llevando los exvotos para entregárselos al hombre barbado que los había salvado. Como no sabían su dirección, los marinos preguntaron por todo el pueblo por Francisco. Visitaron a todos los que los lugareños les decían, pero ninguno era el que buscaban.

Desesperados por no encontrarlo y con su carga a cuestas, decidieron entrar en la iglesia, para pensar lo que debían hacer. Y cuál no sería su sorpresa cuando vieron en el altar mayor la imagen del que les había salvado en la mar ¡Se trataba nada menos que de San Francisco de Asís! Maravillados, los tres marineros comprendieron que habían sido los beneficiados de un milagro que el santo les había hecho.

Los marineros le dejaron los exvotos-barcos a San Francisco, como parte de su enorme gratitud. Este fue el primer milagro del santito en tierras mexicanas y las primeras ofrendas que recibió. Después, el buen santo agarró fama de milagrero, y le iban a visitar de muchas partes del país que remediara las penas de los sufrientes.

En cierta ocasión el obispo de San Luis Potosí vio los exvotos en una de sus visitas a Real de Catorce y le gustaron tanto que se las llevó para su iglesia de la Merced en la ciudad capital del estado.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Los gigantes pacíficos de la Huasteca

Cuenta una leyenda huasteca de San Luis Potosí que hace muchísimos años los habitantes de lo que actualmente es el estado de San Luis compartían su territorio con unos gigantes conocidos como los lintsi, quienes descendían de otros gigante que el Dios Creador del universo había dado vida llamados pakán, y que habitaban en los cerros de la región. Los descendientes de los pakán se diseminaron por muchas regiones y formaron las razas de nuestro planeta.

Los lintsi se quedaron a vivir en la Huasteca Potosina, eran muy grandes, su cuerpo estaba totalmente cubierto de pelo y contaban con tres piernas. No comían como cualquier persona o animal, sino que se alimentaban por medio del olfato, pues su organismo carecía de dientes. Si se ponían a oler el maíz, quedaban absolutamente satisfechos, y lo mismo sucedía con la carne cruda o las flores. Los lintsi eran pacíficos y no eran cazadores ya que no lo necesitaban para sobrevivir.

Un pacífico lintsi.

Los lintsi vieron por muchos siglos en la región, pero un cierto día, llegaron a vivir a la zona los seres humanos. Los gigantes lintsi, se llevaron una terrible sorpresa y se asustaron mucho. Al darse cuenta las personas de que los gigantes eran realmente muy pacíficos y no resultaban ningún peligro para ellas, se armaron de valor y de violencia y se propusieron darles caza para terminar con ellos y echarlos del territorio.

Sin embargo, los lintsi escaparon como pudieron a la maldad de los humanos y se escondieron. Así que no murieron todos los lintsi, se salvaron los que lograron esconderse en la cuevas que se encontraban en los cerros. Ahí se quedaron a vivir para siempre. Formaron una ciudad en su mundo subterráneo en la que siguen viviendo actualmente, aunque nunca salen a la superficie pues temen la crueldad de los seres humanos .

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Pordiosero Profeta: Juan del Jarro

En el año de 1826 era muy conocido un personaje en tierras potosinas que respondía al nombre de Juan de Dios Azíos, más conocido por su apodo: Juan del Jarro. Se trataba de un pordiosero ya anciano, que se paseaba por las calles de la ciudad pidiendo limosna. Cuando juntaba algo de dinero, iba con sus compañeros, los pobres, y les obsequiaba parte de lo que había obtenido, sin olvidarse nunca de ellos. No le gustaba bañarse y odiaba tanto las riquezas como el mes de julio, ¡A saber porqué! Su lugar preferido para pedir limosna eran los atrios de las iglesias, donde se instalaba desde temprano. Como era tan pobre, vivía en un horno abandonado, tal vez un horno grande de cerámica o de pan.

En la ciudad de San Luis Potosí tenía fama por ser ducho en los refranes y los dichos. Además, Juan se destacaba por su inteligencia y por su malicia. Y les decía a las personas tantas verdades, que se le creía adivino, y medio brujo, pues muchas veces adivinaba cuán do y cómo una persona iba a morir. Caía simpático y todos le querían y apreciaban. Era un personaje formidable del que se decía que todo lo sabía, o lo adivinaba, porque su jarro de barro se lo comunicaba, por eso nunca lo soltaba.

Se cuenta que en una ocasión, ya de noche entrada, Juan llegó hasta puerta de un licenciado amigo suyo, hombre de dinero. Tocó la puerta fuertemente, un criado acudió a abrirla, y Juan pidió hablar con el licenciado Luis Barragán. El sirviente fue con su patrón y le expuso la petición del pordiosero, pero el licenciado le dijo que recibiera el mensaje, que él ya estaba en la cama a punto de dormirse. Al oír el mensaje, Juan le dijo al sirviente que era imprescindible que hablara con el abogado en persona. Al momento en que Juan y el dueño de la casa estaban hablando en la puerta, se escuchó un terrible estruendo en la recámara. Poquito después, Juan muy calmadamente, le dijo a su amigo: ¿Ora sí, Luis, ya puedes irte a dormir!… Una enorme viga de madera del techo se acababa de derrumbar sobre la cama del licenciado…

Una de las estatuas de Juan del Jarro en el parque de San Luis Potosí.

Por supuesto que este hecho aumentó la fama de Juan del Jarro. Algunos años después, a los sesenta y seis, Juan murió, para consternación de todos los habitantes de San Luis. Lo enterraron, lo lloraron y le hicieron misas y novenarios. Lo enterraron en el panteón de la ciudad. Pasados cuatro días, de su sepulcro salieron escarabajos negros que llevaban arrastrando una bola de barro que llevaron hasta el desierto: era un jarro parlante de Juan.

El pueblo lo convirtió en santo, y se dice que es sumamente milagroso. Los días de muertos, el 2 de noviembre, los habitantes de la ciudad acuden a su tumba y le dejan ofrendas de comida y bebida en jarros, le ponen monedas de plata e imágenes de él mismo. No puede faltar un jarro de agua, ante el cual las personas rezan y le piden milagros. En el centro de la ciudad se han levantado varias estatuas de este singular personaje llamado Juan del jarro.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los tres huevos del Señor del Saucito

El Señor del Saucito se encuentra en un templo muy bonito en la ciudad de San Luis Potosí. La imagen del Señor de Burgos, su antiguo nombre, está elaborada en una rama de sauce. Mide de alto un metro con sesenta y siete centímetros, y se encuentra en un madero de dos metros cincuenta y cuatro metros, barnizado de color café oscuro y con pintura dorada en la puntas. Adornan la cruz dos soles de metal y flores que simbolizan al sauce con que está hecho. Además, la cruz cuenta con dos angelitos y dos aureolas coronan la cabeza del Señor de Burgos.

Se dice que la cruz y la imagen se empezaron a elaborar en el año de 1820, y quedaron listas dos años después, aunque ciertos detalles fueron modificados por la mano de un escultor llamado José María Aguado. Su primera fiesta se celebró el 26 de noviembre de 1826, el día de Nuestro Señor Jesucristo; y luego la fiesta se pasó al primer viernes de marzo que es el día de la Corona de Espinas, fecha que quedó como la oficial.

A los pies de esta sagrada imagen se pueden ver tres huevos de víbora, un ex voto cristiano de legendario origen. La leyenda refiere que hace mucho tiempo cuando la imagen fue colocada en el templo y las personas empezaron a venerarlo, en el campo se encontraba un pastor vigilando su rebaño. Como tenía mucha hambre, el hombre se comió tres huevos que se encontró en un nido de víbora. En cuanto acabó de devorarlos, le dieron fuertes retortijones, sudaba frío y no paraba de proferir desgarradores gritos de dolor.

Imagen del venerado Señor del Saucito

El pastor creía llegada su hora, pues nadie oía sus gritos, y era poco probable que alguien acudiese en su ayuda. Aterrado, el hombre trató de subirse a lo alto de un monte y, en su desesperación se acordó del Señor del Suacito y le pidió ayuda con toda su fe y devoción. El Señor le escuchó y milagrosamente le salvó de una muerte segura.

En agradecimiento, el hombre le llevó al altar tres huevos tallados en marfil que colocó a los pies de tan milagroso Señor. Desde entonces son muchos los milagros que ha realizado el Señor del Saucito.

Sonia Iglesias y Cabrera

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María y el pitacoche

Cuenta una leyenda de San Luis Potosí que hace tiempo una señora vivía con su hija en el Municipio de Catorce. Eran nada más ellas dos. La hija contaba con dieciocho años de edad y era muy bonita y alegre, le gustaban mucho las fiestas. En una ocasión unas amigas de ella organizaron una fiesta, que prometía estar muy divertida. La joven, que se llamaba María, acudió con su madre muy entusiasmada para pedirle permiso de ir a la reunión. La madre, doña Eustaquia, le negó el permiso alegando que era muy peligroso que fuera sola. Sin embargo, María montó en cólera, lloró, alegó, y no paraba de afirmar que acudiría al baile a como diera lugar. La madre no cedía, y le decía que si iba a la fiesta, el Diablo se la iba a llevar. Aparentemente, la joven se resignó. Al dar las diez de la noche, cuando Eustaquia se encontraba en su recámara y ya casi dormida, María se arregló, se puso su vestido más bonito, y salió por la ventana de su cuarto dispuesta a pasar una noche divertida.

María y el Pitacoche

Cuando la muchacha se encontraba cerca de la iglesia del pueblo, de repente pasó volando un pitacoche, la tomó con su pico por los cabellos, la levantó y se la llevó volando por los aires. Lo más curioso es que el pitacoche es un ave muy pequeña, incapaz de poder soportar el peso de una persona, por liviana que sea. Pues el ave se la llevó y la dejó cerca del jale de una mina.

María se llevó el susto de su vida, pues cuando el ave la depositó en tierra, pudo ver que el pajarito se convertía en un espantoso Diablo, que lanzaba tremendas carcajadas y mostraba descomunales colmillos. En un momento dado, el monstruo posó su mano sobre uno de los hombros de María y le dejó una terrible quemadura con la forma de la mano del Diablo, que hasta las uñas podían verse. María se desmayó.

Cuando volvió en sí, se encontraba a la puerta de su casa. Entró sigilosamente, y se metió en su cama. Doña Eustaquia no se había dado cuenta de nada. Al día siguiente, al verle la cicatriz a su hija, la madre lo comprendió todo. María, arrepentida, le juró a su madre que nunca más trataría de engañarla, ni se escaparía para irse de farra, toda vez que su madre tenía razón respecto al horripilante Diablo.

Sonia Iglesias y Cabrera