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Día de Muertos. IV. La bienvenida y despedida de las ánimas.

Recibir a las ánimas que llegan al mundo de los vivos año tras año, es el objetivo fundamental de la fiesta de Día de Muertos. Esta ceremonia es una de las más emotivas e importantes de la celebración, puesto que marca el momento culminante de acercamiento con nuestros antepasados. Es entonces cuando el arreglo de las tumbas, la elaboración del altar y la colocación de la ofrenda adquieren su verdadero sentido y función. Generalmente, la ceremonia de bienvenida inicia con el repique de las campanas de la iglesia, cuyo sonido simboliza el poder creador. Por su posición suspendida es acreedora al sentido místico entre lazador  del Cielo y la Tierra. La campana tiene el poder de entrar en el mundo subterráneo y es por ello que muchos grupos la emplean como instrumento ideal para llamar a los muertos al banquete anual. Asimismo, suele invocarse la presencia de los muertos por medio de rezos, misas e invocaciones, pues se trata de ritos piaculares que permiten a las ánimas llegar con bien y en estado de santificación a la tierra. Simbolizan la comunicación verbal con los seres espirituales y forman parte del continuum comunicativo, junto con otros actos presentes en la Fiesta de Muertos. En algunas comunidades, la música y la danza actúan como elementos psicopompes que ayudan a los muertos a encontrar el camino al mundo de los mortales, ya que desde muy antiguo ambas expresiones han tenido la facultad de desempeñar un papel mediador entre lo humano y lo divino, entre la tierra y el cielo. Otros elementos psicopompes de apelación a las ánimas lo constituyen el olor de las flores, el copal, el incienso, el humo, la luz de los cirios y de las velas.

Para recibir a las ánimas en Chacaltzingo, Morelos, a la entrada de las casas se coloca un arco de flores. La persona más anciana de la casa se sitúa al lado del arco y, con un sahumerio en las manos, invita a las ánimas a llegar hasta el altar, siguiendo el camino de pétalos de cempasúchil que los niños han formado para tal efecto. En el vecino poblado de Cuentepec, sobre el petate de la ofrenda se colocan jarros con agua fresca, para que los difuntos la beban, ya que vienen muy cansados y sedientos de su largo viaje.

En Zitala, Guerrero, el día 2 de noviembre, hacia el oscurecer, llegan cientos de maripositas blancas conocidas como “palomitas de la luz”. Se posan sobre los alimentos de la ofrenda y giran alrededor de las velas. Cada una representa a un familiar muerto, pues se las considera como espíritus viajeros y símbolo de resurrección. Por lo tanto, las almas al salir de sus tumbas adoptan la forma de mariposas.

Los cakchiqueles de Barrio de Guadalupe, reciben a las ánimas con música de tambor y de corneta. Los músicos van tocando por las calles y se detienen en las casas de los mayordomos y los regidores. Mientras tanto, las campanas repican en la mañana, al mediodía y al atardecer. El 1º de noviembre, los regidores nombran un ayuntamiento que durará solamente un día y cuya función consiste en gobernar al pueblo en nombre de los muertos. También designan un sacristán de los muertos, quien tiene la obligación de tocar la campana día y noche para invitar a las almas a divertirse bailando con música de arpa, violín y guitarra. En las casas de los muertos se colocan sillas para que éstos puedan descansar después de bailar. Cuando llegan, los familiares empiezan a rezar: los hombres rezan diez padres nuestros y las mujeres diez aves marías.

Entre los popolucas de Veracruz, las ánimas bajan a la tierra por gracia de Dios, el día 2 de noviembre. A las doce de la noche del día 1º, los familiares pronuncian los nombres de los seres queridos invitándolos a comer de la ofrenda. Las almas acuden encarnadas en hermosos grillos y coloridas mariposas, atraídos por el resplandor de las ceras que iluminan su camino. La luz es imprescindible, porque de no ponérselas los muertos no verían, se tropezarían y se lastimarían los pies.

En Tlaxpanaloya, Puebla, los indígenas nahuas piensan que las ánimas visitan a sus deudos quince días antes de la fiesta de muertos, con el fin de observar los preparativos que se están llevando a cabo. Los vivos no se percatan de su presencia porque no los pueden ver, aunque algunas veces las ánimas se encarnan en hombres y entran a la casa a platicar con los familiares. Cuando ven que ya todo está preparado y listo para esperarlos, se alegran mucho y están tranquilos hasta el memorable día.

Los tojolabales de Chiapas visitan a sus muertos en el panteón del pueblo y les ofrecen el siguiente rezo: – ”Ya llegué, padre. Ya llegué, madre. Ha llegado el día. Ha llegado la hora de venir a visitarte, para estar juntos. Te venimos a ofrecer lo que tenemos, un poco de comida. Tú lo sabes. Tú lo conoces. ¡Oh, Señor, que estoy en la tierra! Con gusto te venimos a ofrecer lo que tenemos. Coma. Será hasta la otra ocasión. Este día nuestros corazones, nuestras almas, lloran. Señor que estás en el Cielo, te pido, te suplico que nuestras lágrimas laven el dolor, la tristeza de nuestros corazones.Cuídanos, Señor, seremos tus obedientes. Así cuando se separen nuestras almas de nuestro cuerpo no sufriremos.”

Los huaves de San Mateo del Mar en Oaxaca, el Día de Muertos colocan sillas a todo el rededor de la ofrenda. El más anciano de la familia recorre la casa llevando un anafre con copal e invitando a las ánimas a comer de la ofrenda. Esta invitación se hace varias veces al día. Al tiempo que sahúma la casa, previene a las ánimas de que los alimentos son escasos, pero que se los ofrecen con mucho amor para que puedan cobrar fuerzas y regresar a su eterna morada.

Los mazatecos de San Pedro Ixcatán, Oaxaca, llaman a sus difuntos con la danza Toxo-ho, “fruto de ombligo”, en la que participan de diez a quince jóvenes. Los danzantes ejecutan saltos y contorsiones, al son de un violín y un tambor. El canto y la música son escuchados por las ánimas, tanto en la Gloria como en el Infierno. El canto dice así:
Te canto a ti, abuelo, a ti padre,
a ti madre.
En todas partes bailo el Toxo-ho,
tanto aquí como en el Infierno.

Los danzantes se disfrazan con huipiles, vestidos, rebozos y máscaras que les permiten guardar el incógnito. Primero danzan en el cementerio y, una vez que llegan las almas, recorren las calles del pueblo para recibir gratificaciones en dinero. Es obligación que bailen durante siete años seguidos. Si alguno es reconocido por la comunidad y por ello se niega a bailar, por el resto de su vida quince días antes de la fiesta, escuchará los lamentos, cantos y bailes que realizan los difuntos para castigarle por no haber cumplido con la costumbre.

Finalmente, digamos que en la Ciudad de México los chiquillos van por las calles pidiendo su “calavera”, como yo vi a mi hija hacer. En el fondo de una caja de zapatos forman la cara calada de una calavera, pegan en un extremo una vela que encienden y en el otro amarran una pita para sostener la caja. Así provistos van diciendo a las transeúntes o a los automovilistas que se detienen en los altos: – “¿No me da mi calavera?”

Sonia Iglesias y Cabrera

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