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Tamaulipas

El Paragüero

1918 significó para los victorenses un año de calamidades, penurias y peste. Además de los pleitos políticos entre los generales carrancistas Luis Caballero y César López de Lara, el mes de octubre azotó a la capital tamaulipeca una epidemia de Influenza Española que no respetó la vida de miles de personas.
En aquella época ejercían su profesión en la ciudad los doctores Felipe Pérez Garza, Antonio Valdés Rojas, Raúl Manautou y Praxedis Balboa, además del homeópata Manuel Gómez, quienes con el riesgo de contagiarse, a cualquier hora, respetando al pie de la letra el juramento de Hipócrates recorrían los barrios más humildes o del centro de la ciudad atendiendo enfermos desahuciados.
Las Boticas Central, La Plaza del doctor Luis Jakes y la del profesor Arturo Olivares, surtían con eficacia las Pastillas de Sulfato de Quinina, para fiebre y dolores, ayudando a los infectados a bien morir.
Eran tantos los fallecimientos, principalmente entre la clase más pobre y desprotegida, que la presidencia municipal contrató un carromato tirado por una mula, mejor conocido como la Pirulina. El vehículo tenía descubierta o al aire libre la parte posterior, de tal manera que un cochero de nombre Paco, con la ayuda de otros empleados de salubridad, amontonaba los cadáveres sobre la plataforma trasladándolos al cementerio del Cero Morelos, para que fueran sepultados en una fosa común de grandes dimensiones.
Se platica que en esa época de contaminaciones sanitarias llegó a Ciudad Victoria un extraño personaje vestido con un gabán viejo, sucio, deshilachado y lustroso, similar a un abrigo corto o un saco largo. Se trataba de un hombre corpulento de edad madura, piel blanca, barba pelirroja, dentadura amarillenta, ojos borrados y acento extranjero, más bien europeo.
Alguien corrió la voz sobre su apodo, y pronto fue conocido en todo el pueblo como El Húngaro, pues se comentaba que venía huyendo de los estragos de la Primera Guerra Mundial. Su mirada era escurridiza, denotando un marcado delirio de persecución. Sin embargo, nunca se conoció su nacionalidad o procedencia, ni siquiera la edad o su nombre.
Deseaba pasar de incógnito, pero era común verle en el centro de la ciudad por el rumbo del mercado Argüelles, la estación de ferrocarril, el barrio de Tamatán o recorriendo la población casa por casa, ofreciendo sus servicios como hábil restaurador de paraguas; por lo que considerando lo exótico del oficio la gente también le apodaban El Paragüero.
Andando el tiempo, cierto día circuló el rumor que El Húngaro había muerto e incluso algunos afirmaban haber visto su cadáver en el carruaje fúnebre de Paco. El caso es que todo mundo lo dio por muerto y como no tenía familia, nadie tuvo la bondad de reclamar sus restos para darle cristiana sepultura. Pero el asunto no quedó ahí, cuando todo parecía olvidado, la madrugada del día siguiente quienes lo conocían recibieron una gran sorpresa, porque unas personas descubrieron al Paragüero almorzando menudo y café caliente  en una de las fondas del Mercado.
La noticia de la aparición se difundió rápidamente entre los madrugadores, y como era de esperarse muchos curiosos se acercaron a él pensando se trataba de algún fantasma. Algunos incrédulos tocaron su cuerpo y admirados le hacían señas formulándole preguntas para cerciorarse si efectivamente era el reparador de paraguas que siempre andaba por las calles del centro o en el mejor de los casos se trataba de alguien parecido.
El, sin pena ni gloria, castigando el idioma español, discretamente narraba a quien deseara escucharle que efectivamente, durante la madrugada se percató que estaba en el Panteón Municipal del Cero Morelos, debajo de brazos, piernas y cabezas de verdaderos muertos; pero quitándoselos de encima, asustado, salió de estampida brincando la barda del cementerio hasta llegar corriendo a la fonda donde lo descubrieron.
Confesó a los curiosos que padecía ataques catalépticos, y que el tal Paco, al encontrarlo inconsciente tirado en plena calle lo consideró muerto a consecuencia de la Gripe Española procediendo a subirlo al carruaje, de tal suerte que los sepultureros estaban muy cansados esa noche, por lo que decidieron dejar pendientes varios cadáveres para enterraros por la mañana, y gracias a esa circunstancia salvó la vida.
En plena epidemia de Influenza Española, el doctor Felipe Garza inició los trabajos para la construcción de su casa ubicada en la esquina de la calle Matamoros y 11. Una vez terminada la enorme mansión ordenó a los albañiles instalaran en la parte superior de la puerta principal, un herraje con las iniciales de su nombre y apellidos FPC.
Uno de esos personajes de la picaresca victorense que abundan en cualquier ciudad, comentó jocosamente que las letras significaban: F (fue), P (pura), G (gripe); refiriéndose a la bonanza económica que logró el doctor atendiendo enfermos durante la epidemia, y gracias a eso pudo levantar su residencia.

 

Leyenda enviada por Francisco Javier Vázquez

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Tamaulipas

El muerto que regresó

Solo el infinito amor entre dos personas, puede explicarnos uno de los más legendarios acontecimientos en la población de Mier, Tamaulipas, considerada de los lugares más antiguos de la entidad, ala orilla del Río Grande, -actualmente Río Bravo-, fundada por el colonizador don José de Escandón en 1753. A ese lugar también se le conocía como Paso del Cántaro¸ seguramente  porque había depósitos donde los lugareños podían abastecerse de agua cristalina para el consumo doméstico de pobladores y misioneros religiosos del Colegio Apostólico de Guadalupe Zacatecas que en 1770 estaban a cargo de la evangelización de 101 indígenas conocidos como “Garzas”, quienes años más adelante se convirtieron en arrendatarios de tierras de cultivo o dedicadas a la ganadería, pues en esta región siempre ha sido muy próspera esa actividad.
A lo largo de su historia, Mier ha sido testigo de importantes acontecimientos bélicos, desde la época de la independencia hasta la Revolución Mexicana, siendo en esta última etapa cuando se desarrolla la leyenda producto de la lucha armada a principios del siglo XX, un 24 de abril de 1913 cuando las huestes constitucionalistas tomaron la ciudad, resultando muerto Enrique del Villar, jefe de la aduana y otros personajes, entre ellos Manuel Barrera fusilado en el cementerio municipal, mientras el teniente Espiridión Salazar quien tenía al mando la tropa del Décimo Cuerpo Rural salió huyendo rumbo a Roma, Texas.
Al respecto, cuentan que su viuda Martha Hinojosa Rodríguez el día anterior a la ejecución de su marido, soñó que éste se le apareció para sostener una charla sentimental con ella, prometiéndole que como se habían jurado amor eterno y alguno de los dos faltara, el sobreviviente vendría por su pareja para descansar eternamente unidos en el más allá.
Al ser fusilado Don Manuel fue el primero en fallecer, por lo que aquella noche prometió a su cónyuge que a los tres meses regresaría por ella para reanudar su amor en el cielo.
Y así fue, cumplido el plazo, una mañana muy temprano los sirvientes fueron a llevarle el desayuno a su patrona y cual no sería la sorpresa que al acercarse a la cama donde aparentemente permanecía dormida, la encontraron sin señales de vida. Como testimonio de su amor eterno, en la mesita de noche descubrieron una nota escrita con pluma de ave que decía: Espérame en el cielo corazón.

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Tamaulipas

El indio que se transformó en Tecolote

Llegó ya el tiempo en que se hiciera campaña para la famosa Tamaulipas y solo comenzara ya a dar a los indios, cuya función fue en el paraje de La Bufa, frontera donde se juntan los arroyos de La Agüita y se halla puesto hoy el Real de San José. Y salieron flechados de los indios esta vez José Antonio Campaña, del cerebro; Eugenio Zúñiga, de la cabeza; Cristóbal Hernández, de la pierna. Y la presa que ahí habían hecho se les fue. Se infiere que estos estaban sobre aviso de emboscada, pues indias ningunas  había allí. Un indio viejo estaba que sería la voz del demonio que los dirigía, según lo que con él sucedió y vieron todos: Habiéndolo agarrado los soldados lo quisieron matar, pero unos dijeron que no, que lo dejaran, pues tal vez del mismo modo tomaría razón dónde estaba la ranchería. Lo trajeron ya que  había acabado la flechería y función con los indios, y lo examinaron para que diera alguna noticia de dónde estaba toda la indiada, pero no se le pudo sacar ni una palabra.
Se dejó por un rato; y por modo de burlarse de él le dijo un soldado de los de la guardia que le hiciera un tecolote. El vio la suya: habló y dijo que lo soltaran para traer un cañuto que por ahí estaba. Como toda la compañía estaba puesta y formada en forma de media luna, pensaron todos que por donde se les había de ir aquél indio viejo; lo soltaron para que fuera a traer el cañuto aquél indio viejo; haciéndole la misma recomendación que hiciera el tejolote. Fue sacando del cañuto unas plumas al parecer del mismo animalejo; las sopló con un vaho y se la puso de cuernecitos sobre la cabeza. Dijéronle los soldados “Pues ahora has tecolote”, y levantando la mano a hacer puño y llevándosela a la boca para entonar el canto del tecolote y cubriéndose de plumas y levantando el vuelo, dejando a todos los soldados burlados.

 

Leyenda enviada por Francisco Javier Vázquez

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Sinaloa

La novia de Culiacán

Un domingo como a las 5 de la tarde caminaba por el centro cerca de la catedral de Culiacán, cuando en la otra acera vi a una mujer menudita con un rostro acariciado por el paso del tiempo, una mirada muy tierna y tan llena de esperanza que por momentos me parecía irreal, pero la cosa que me desconcertó y me llamo mas la atención era que venía portando un vestido de novia, todavía muy blanco, pero un poco deshilachado.

Como yo andaba sin prisas,  me que quede observándola hasta que entro a la catedral.

Soy curioso, me acerqué a un comerciante que estaba en la puerta de su negocio, y me conto esta historia:
Es Lupita Leyva Flores;  la novia de Culiacán. Unos cuentan que fue en los años cincuenta, pero realmente paso 1948.
La catedral de Culiacán se había llenado de los mejores arreglos florales, familiares y amigos  de la pareja abarrotaban el atrio, Lupita lucia esplendorosa, El sacerdote estaba  en  puerta de la iglesia esperando a recibir a los novios, pero el novio no llegaba, la gente como en estos casos le gustaba murmurar.  De pronto, ¡llego!  El novio elegantemente entrando por la puerta principal, todo fue sonrisas y aplausos. De pronto los aplausos se confundieron con dos disparos de revólver. El novio cayó  instantáneamente,  ensangrentado, desposándose con la muerte.
El mejor amigo de lupita -algunos dicen que por celos- hecho’ mano a su pistola y soltó los disparos mortales, para después salir corriendo.
Según cuentan lupita enmudeció al momento, sus ojos se engrandecieron y salieron dos grandes lagrimas, no podía creer, no quería creer .
Durante una semana lupita se quedo con la mirada fija y en silencio,  sus amistades preocupadas no la dejaron sola en todo este tiempo, pero lupita no reaccionaba.
Un domingo, exactamente a al cinco de la tarde, Lupita con la extrañeza de todas las personas que la rodeaban y cuidaban,  empezó tranquilamente  a ponerse su vestido de novia, se arreglo y emprendió de nuevo su camino hacia la catedral . Un camino que volvió a recorrer durante más de veinticinco años, Lupita no quería renunciar a su felicidad, buscaba esa última esperanza de que dios no le podía negar la felicidad, de que ninguna tragedia había sucedido y que al llegar a la catedral ahí estaría su amado esperándola. Así lupita hizo su camino todos los domingos a las cinco de la tarde a la catedral en busca de su esperanza.
Veinticinco años lupita no perdió su esperanza,  mas allá de lo racional, mas allá de de lo imposible mantuvo sus sentimientos y su lealtad, ¿irracional? cada quien juzgue.
Entrañable para aquellos que durante años la miraron transitar por la Avenida Álvaro Obregón, Ángel Flores, Miguel Hidalgo, el Mercado Garmendia, el Hospital Civil, las tiendas de telas y mercerías, Guadalupe Leyva Flores ha jugado con el tiempo transcurrido, con esas calles.
Lupita murió en los años ochenta. No recuerdo la fecha.
Ella era Lupita Leyva flores, la novia de Culiacán, una historia, una leyenda .

 

Leyenda enviada por Jose Juan Rosales Díaz

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Leyendas Mexicanas Época Colonial

Pánfilo García

Hace muchos años en Tulancingo, Hgo., vivió Don Pánfilo García, un hacendado con mucho poder e inmensa fortuna, «se dice» que tenía pacto con el Demonio.

Él era dueño de 99 haciendas, después de varios intentos por obtener más, se dio cuenta que no le era posible, porque al querer adquirir una más, le pasaba algo a su persona, como cortarse, caerse, etcétera, eso lo orilló a comprarse un rancho, que está en el municipio de Singuilucan, Hgo., ésta nueva propiedad contaba con túneles, pasadizos y cuevas, que solo él conocía y siempre se refugiaba ahí, a tal grado que pasaban semanas sin que se supiera de él, la persona que entraba a buscarlo nunca se le volvía a ver, su propia hija no lo podía encontrar, porque, ni a ella le contaba sus secretos.

Cuentan que Don Pánfilo García era malo y cruel con sus trabajadores, no tenían derecho de faltar a sus labores, ni aún enfermos, porque una falta era motivo de que los echara a los puercos hambrientos que tenía y éstos devoraran a los peones, no escuchaba explicación alguna, y cuando su personal le pedían que les diera una ración más de comida, los encerraba en el cuarto de torturas y los castigaba hasta veinte o más días para que nunca más le volviesen a pedir algo.

Al confesarle su hija que estaba profundamente enamorada de un peón y de su intención de casarse con él, en un arrebato de ira, Don Pánfilo se enfureció tanto que la golpeo y la encerró durante muchos meses, al peón, lo mandó traer para torturarlo hasta destrozarlo y, aunque su hija le rogó que le diera Santa Sepultura, su padre no le hizo caso y él dio el cuerpo del enamorado de su hija en partes a los puercos para que fuera devorado, su hija al ver tanta crueldad que en su padre existía, se deprimió tanto, que la orilló a suicidarse.

Pánfilo no pudo con tan gran pena, ya que su hija era lo más que amaba en el mundo, poco tiempo después, enfermó, mandaba traer doctores de muchas partes, éstos al conocer su posible fin, preferían huir, pues si no lo curaban, los arrojaban a los ya famosos puercos, cada día que pasaba se enfermaba más y más, todo era de tristeza, hasta que murió dejando una enorme fortuna, de la cual ninguna persona podía tomar ni un centavo ya que los que se atrevieron murieron, después de escuchar el replicar de las campanas por mucho tiempo, el pueblo al fin se pudo reunir para darle una Santa Sepultura, en el momento del salir de la Iglesia cayó una tremenda tormenta, por lo cual se tuvo que esperar por varias horas para seguir el cortejo, cuando iban llegando al cementerio la caja empezó a rechinar con mucha fuerza, los asistentes al sepelio, aunque estaban muy asustados, no se retiraban hasta que lo terminasen de sepultar, y se han llevado tremenda sorpresa, pues cuando lo enterraban, era inmediatamente expulsado el féretro a la superficie, después de varios intentos de enterrarlo, sin tener éxito aún, acordaron entre todo el pueblo, que los peones que le fueron más fieles, lo llevaran a las montañas más lejanas que pudieran, cargando todo su oro, joyas y dinero y así, cargaron varios burros y a Don Pánfilo García lo llevaron en una carreta, después de dejarlo en esos lares, los peones regresarían en los burros, ya que se pretendía enterrarlo con toda su fortuna, dicen, cuando iban en camino, los senderos se abrían y los burros empezaron a caer al vacío, y de la caja, se escuchaban lamentos y rechinidos muy fuertes que se podían escuchar a lo lejos, al llegar al lugar que habían acordado para sepultarlo los peones nunca pudieron abandonarlo para poder regresar y la gente que iba a buscarlos la atacaban y decidieron quedarse junto a su amo como «Ermitaños», después que murieron ellos, quedaron plasmados en piedra y , con cara de horror de lo que seguramente vivieron ven el paso del tiempo, la zona se encuentra al oriente de Tulancingo, a un lado del cerro El Yolo.

Dicen que parte de su fortuna está enterrada en el jardín de la hacienda Exquitlán, cuidada por los duendes que aún moran en ella, la persona que pueda entrar cuando haya luna llena y a las doce de la noche cave exactamente donde este la sombra de la cruz de la capilla antes de ser devorado por los duendes será el dueño de la fortuna de Don Pánfilo García.

Que los Santos de la capilla están ofrendados al Demonio, pues lo adoraban, hasta los Angelitos en lugar de arpa tienen un trinche y la Virgen esta con las manos en el pecho adorando con la mirada hacia abajo.

 

Leyenda enviada por Alfonso Luqueño Anaya

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Ciudad de México

La nahual de Coyoacán

Hace mucho tiempo existía una bella doncella, quien se había casado con el joven más guapo del pueblo. Todos decían que eran la pareja ideal.

Cierta mañana su compadre le preguntó: “¿que tal es tu mujer?”

“Excelente además de bella una estupenda cocinera. Lo que  no me acaba de agradar es que desde que nos casamos me prepara moronga.”
Esto extraño al compadre, quien al día siguiente regreso y le dijo: “compadre no es por chismear, pero a mí me dijeron que eso es malo. Pregúntele a la comadrita el porqué.”

Acto seguido se fue el hombre y cuestiono a mujer: “oye amor ¿porque siempre desayunamos moronga?”
“es porque mi padre es dueño del rastro y lo que no se vende nos lo repartimos entre los hijos, a mi hermano mayor lo tocan las viseras, a mi hermana las patas, y a mí la sangre… por eso.”

El hombre quedo complacido con dicha explicación. Sin embargo el compadre se presento asustado, comentándole que en el pueblo todos sabían que ella era una bruja y que por ello nadie le desposaba.

“mejor espíela compadre… espíela… y vera de dónde saca la moronga.”

Así lo hizo y tempranito en la mañana antes de que el sol saliera, vio como su mujer se levanto y camino hacia la cocina…

A través del fogón vio la figura de su esposa. La cual ante sus ojos y sin percatarse de ser vista, se empezó a quitarse la piel y  convertirse en una bola de fuego…

El Joven quedo impactado sin habla, corrió a ver a su compadre y contarle lo que había visto…

“Compadre…. compadre… salga rápido por favor.”

Gritaba el joven, quien al ver a su compadre sin mediar palabra le tomo del brazo y se lo llevo a su casa. Ahí encontraron la piel de su  esposa, el compadre al verla se quedo sin habla, mas en un momento de lucidez le dijo: “quemémosla, así no podrá regresar y así ya no seguirá matando a más niños”

Y  así lo hicieron.

Quemaron la piel de la joven, quien al regresar y no encontrar su piel gritaba enfurecida y al mismo tiempo asustada pues la mañana se acercaba y el sol empezaba a verse en el horizonte.

El joven escondido y muy asustado vio cuando los primeros rayos del sol quemaron a su esposa.

…y este fue el fin de la nahual de Coyoacán.

 

Leyenda enviada por Felipe de la Cruz

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Oaxaca

El Callejón del Muerto

Esta leyenda es de mi tierra no es inventada ni quiero adjudicarme la historia yo solo quiero contarla .
Así fue.

“Era el año de 1785, hablando de la Puebla antigua, eran las 3 de la mañana cuando doña Juliana Domínguez, esposa de don Anastasio Priego, familia acaudalada y dueños del mesón de Priego, comenzó con los dolores de parto y era necesario ir por la partera, doña Simonita. Corrió por su sombrero, capa y espada y pidió a la servidumbre que fueran preparando todo lo necesario para el alumbramiento mientras él regresaba con la partera. Era una noche lluviosa y tormentosa, motivo por el cual quisieron acompañarle sus ayudantes, además porque siempre las horas de madrugada han sido propicias para asaltos y asesinatos. Don Anastasio no quiso la compañía de nadie y se dirigió solo hacia la parroquia de Analco, que en aquellos tiempos era panteón dirigiéndose hacia la calle de santo Tomás, hoy conocida como la 5 oriente. Por lo oscuro de la noche, iba alumbrándose con una lámpara de aceite cuando lo sorprendió un tipo que en forma enérgica y poco cortés desenvainó su espada y se la puso en el abdomen al señor Priego al mismo tiempo que le exigía el oro o la vida. Para esto, don Anastasio siempre se caracterizó por ser diestro en la esgrima, era tan hábil que pocos lo retaban, motivo por el cual dio un salto y sacando su espada con la rapidez de un relámpago, la hundió en el corazón del asaltante, quien inmediatamente cayó muerto. Con la prisa que tenía por llegar a donde estaba la partera se olvidó de lo ocurrido y llegó hasta el hogar de ésta para dirigirse a su casona, obviamente le platicó lo sucedido a doña Simonita. Pasaron por el puente de Ovando, evitando regresar por el mismo rumbo, cruzaron la plazuela de Analco y llegaron de nuevo al mesón. Llegaron justo a tiempo para recibir a un par de gemelos. Al terminar su trabajo, don Anastasio acompañó de nuevo a la partera; más que por cortesía, fue por regresar al lugar del crimen donde encontró el cadáver rodeado de curiosos que oraban por su alma.

A partir de ese momento, le empezaron a llamar el callejón del muerto, antiguo callejón de Yllescas ubicado entre la 3 y 5 oriente esquina con 12 sur. Se cuenta que desde ese momento comenzó a aparecerse el asaltante a todo aquel que pasaba a horas no apropiadas, motivo por el cual don Marcelino Yllescas, vecino del lugar, mandó a hacer misas en su honor.

Una tarde de agosto, en el atrio del templo de Analco llegó un hombre que abordó al sacerdote, al mismo tiempo que le tomó del brazo pidiéndole que lo confesara. Como el sacristán ya iba a cerrar la iglesia, el padre Panchito, como cariñosamente lo llamaban, le pidió que no lo hiciera porque iba a entrar al confesionario. El tiempo transcurría y el sacristán entró a la iglesia, pero ni el sacerdote ni el hombre se encontraban. Todos los días a las siete de la mañana el padre Panchito celebraba misa, pero en esta ocasión no acudió. El párroco y el sacristán acudieron a su casa y lo encontraron muy grave, enfermo de tifus, por lo que el párroco confesó al padre y en su confesión éste le dijo que había dado absolución a un hombre que tenía mucho tiempo de muerto y que como estaba penando, venía con permiso de Dios a buscar el perdón y el descanso eterno.

Al siguiente día, el padre Panchito murió por el impacto tan fuerte de haber hablado con un difunto y verlo desaparecer al otorgarle la absolución. Se terminó el penar de esa alma y al callejón sólo le quedó el nombre porque nunca más apareció el muerto”.

Leyenda enviada por Miguel Cruz López

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Sonora

El convento de Hermosillo

Antes, en lo que fueron los primeros edificios de la ciudad, se encontraba un convento de monjas, estoy hablando de principios y mediados del siglo pasado. En ese convento albergaban a las mujeres con embarazos no deseados, para que las mujeres se convirtieran al mismo tiempo en monjas y de algunas nunca se volvía a saber de ellas.

Con el paso de los años, cuando se estuvieron remodelando esas instalaciones ya que el convento no existía ahí, tumbaron paredes muy gruesas; antes se hacían hasta de un metro de anchura, para la sorpresa, encontraron esqueletos de recién nacidos. Se dice que las monjas los emparedaban para que nunca supieran de ellos ya que eran hijos no deseados por Dios.

En estas áreas al igual había túneles extensos que llegaban hasta la Catedral Metropolitana de Hermosillo. Estos túneles fueron sellados y nunca se quiso informar a los ciudadanos, lo cual fue totalmente imposible; los túneles aunque sellados, siguen ahí. Pero en las noches, por la calle Serdan, se siente un ambiente muy extraño, e incluso se escuchan gemidos, gritos o se ve gente muy extraña caminando ahí, sola, mujeres muy hermosas embarazadas caminando solas por el centro de la ciudad de noche es extremadamente peligroso, se dice que son las ánimas de las mujeres que murieron ahí, y los gritos son de los bebés que murieron entre las paredes del convento. Hoy ahí se alberga un banco, oficinas del Instituto Nacional de Educación para los Adultos y el Instituto Soria.

Leyenda eviada por Lupita

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Puebla

El monstruo de los bosques de la Malinche

La casa del que mató al animal está ubicada en la calle 3 oriente Nº 201, esquina con la calle 2 sur, en pleno centro histórico de la ciudad de Puebla, a espaldas de la Catedral. A principios del siglo XX fue el Hotel Italia; alrededor de 1940 fue vendida al coronel José García Valseca, y actualmente es ocupada por la Organización Editorial Mexicana, que edita el periódico El Sol de Puebla.

La leyenda cuenta que en la época colonial, un monstruo en forma de serpiente bajaba desde los bosques de la Malinche, continuamente amenazando a los pobladores. Cierto día, en el solar de la casona de Don Pedro Carvajal, hombre próspero y viudo, que tenía dos hijos, un pequeño de 6 años y una bella joven de nombre María apareció el monstruo que devoró a su niño. La noticia corrió por la ciudad con la promesa de Don Pedro de dar parte de su fortuna a quien matara al animal que le quitó a su hijo, de manera que así vengaría su muerte. Cuando nadie lo esperaba, llegó a la plaza un jinete armado que dejó en señal de su juramento un cartel que decía: Con amparo de la Virgen, mataré al monstruo. Este soldado era un joven de nombre Juan Luis, que pretendía a la hija de Don Pedro, y a quien le había sido negada su mano.

Salió con rumbo al oriente, por donde se sabía llegaba el monstruo, más al llegar a la plaza, asomaba la serpiente su cabeza. Después de luchar en condiciones desiguales, logró cortar la cabeza, cumpliendo así su promesa. Las autoridades premian al vencedor dándole un título nobiliario, y don Pedro otorga la mano de su hija así como la casa en recompensa. Actualmente se puede ver a la entrada de la casa, un grabado de la época en piedra, del soldado luchando contra el animal.

Leyenda enviada por Miguel Angel Lopez Mota

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Mitos Cortos

El murciélago

Cuenta la leyenda que el murciélago una vez fue el ave más bella de la Creación.

El murciélago al principio era tal y como lo conocemos hoy y se llamaba biguidibela (biguidi = mariposa y bela = carne; el nombre venía a significar algo así como mariposa desnuda).

Un día frío subió al cielo y le pidió plumas al creador, como había visto en otros animales que volaban. Pero el creador no tenía plumas, así que le recomendó bajar de nuevo a la tierra y pedir una pluma a cada ave. Y así lo hizo el murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas y de más colores.

Cuando acabó su recorrido, el murciélago se había hecho con un gran número de plumas que envolvían su cuerpo.

Consciente de su belleza, volaba y volaba mostrándolas orgulloso a todos los pájaros, que paraban su vuelo para admirarle. Agitaba sus alas ahora emplumadas, aleteando feliz y con cierto aire de prepotencia. Una vez, como un eco de su vuelo, creó el arco iris. Era todo belleza.

Pero era tanto su orgullo que la soberbia lo transformó en un ser cada vez más ofensivo para con las aves.

Con su continuo pavoneo, hacía sentirse chiquitos a cuantos estaban a su lado, sin importar las cualidades que ellos tuvieran. Hasta al colibrí le reprochaba no llegar a ser dueño de una décima parte de su belleza.

Cuando el Creador vio que el murciélago no se contentaba con disfrutar de sus nuevas plumas, sino que las usaba para humillar a los demás, le pidió que subiera al cielo, donde también se pavoneó y aleteó feliz. Aleteó y aleteó mientras sus plumas se desprendían una a una, descubriéndose de nuevo desnudo como al principio.

Durante todo el día llovieron plumas del cielo, y desde entonces nuestro murciélago ha permanecido desnudo, retirándose a vivir en cuevas y olvidando su sentido de la vista para no tener que recordar todos los colores que una vez tuvo y perdió.

Leyenda enviada por Alejandra Toledo Torres