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Margarita Maza de Juárez en la leyenda

Margarita Eustaquia Maza Parada nació en la Ciudad de Oaxaca el 29 de marzo de 1826. Su madre se llamó Petra Parada Sigüenza y su padre Antonio Maza, de origen genovés. Margarita fue hija adoptiva y creció dentro de una familia adinerada que se esmeró por darle una buena educación y adentrarla en las ideas liberales.

Margarita pasó a la historia y la leyenda por haber sido la esposa de don Benito Juárez, cuyos padres murieron cuando contaba con tan solo tres años; y quien después de vivir un tiempo con sus abuelos, a la muerte de éstos fue a vivir con su tío Bernardino Juárez. En su afán de superarse, Benito llegó a la Ciudad de Oaxaca a la casa donde trabajaba su hermana Josefa, la casa de don Antonio Maza, donde conocería a Margarita y con quien contraería matrimonio el 31 de julio de 1843.

Margarita, mujer de fuerte carácter, vivió con Juárez muchas situaciones difíciles a las que tuvo que hacer frente sin jamás quejarse, sino siempre apoyando a su marido, a quien amaba profundamente. Por ejemplo, Margarita soportó el destierro de Juárez por no haber apoyado a Santa Anna, Después de refugiarse en varias haciendas para salvar su vida y la de sus hijos, logró enviarle algún dinero a Benito cuando se encontraba exiliado en La Habana, Cuba, y luego en Nueva Orleans, Estados Unidos.

Margarita y Benito Juárez

Cuando su marido regresó del exilio, Margarita puso una tienda en el pueblo de Etla para poder mantenerse. Poco después, durante la Invasión Francesa, Margarita volvió a separarse de Juárez, y ella, junto con sus hijas, organizó reuniones y eventos que le permitieron obtener dinero para apoyar la lucha juarista. Al ser descubierta por los esbirros de Maximiliano, el entonces emperador de México, no le quedó más remedio que refugiarse en Washington D.C. Es entonces cuando Margarita perdió a José y Antonio, dos de sus hijos. Hecho que la afectó sobremanera, pero que su fortaleza la hizo sobreponer.

Al triunfo de las tropas juaristas la esposa de Juárez regresó a México para reunirse con su esposo en un buque de guerra que el entonces presidente de los Estados Unidos le ofreció para su transporte.

Más adelante, la valerosa mujer perdió a cinco hijos más de los doce que había parido. Anteriormente ya había perdido en 1850 a María Guadalupe que contaba con un año de edad y a Amada, la cual murió a los dos años; en 1862, murió otra de sus hijas, Jerónima Francisca de tres años. Pero eso no fue todo, pues transcurridos dos años, Margarita perdió a José María, su hijo de ocho añitos, a quien siguió su hermano Antonio.

En el año de 1870, Margarita Maza empezó a sentir que su salud se deterioraba. Pero seguía animosa y disfrutaba de sus paseos con Benito caminando en el famoso Paseo de Bucareli. Sin embargo, la enfermedad avanzaba y los médicos informaron a Juárez que su esposa sufría de cáncer. Triste y alarmado, el presidente redujo sus horas de trabajo para poder pasar más tiempo con su adorada mujer en su casa de la Calle Puente Levadizo Núm. 4.

Ya en agonía, el cura del Templo de San Cosme administró a Margarita los santos óleos, y la moribunda le encargó a Benito que velase por la primera hija de Juárez, habida con su primer amor, y que Margarita había adoptado de buena gana, y por toda la descendencia de los Juárez-Maza. Además, Margarita le pidió a Benito que diera el permiso para que sus hijas se casasen por la iglesia como deseaban. A las cuatro de la tarde del 2 de enero de 1871, en su casa de campo de San Cosme, Margarita murió entre los gritos de dolor que Benito profería.

Todo el país sintió su muerte, ya que la mujer era muy querida, y se puso de luto. Una multitud acompañó su cadáver al cementerio de San Fernando, donde fue enterrada junto con las cenizas de sus hijos fallecidos, como fue su deseo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La Isla del Gallo

En el estado mexicano de Oaxaca, se encuentra la llamada Isla del Gallo que forma parte de la Laguna de San José Manialtepec, que se encuentra en el Municipio de San Pedro Mixtepec. La Laguna dista 18 kilómetros de Puerto Escondido, la famoso ciudad y puerto de la región costera de Oaxaca.

La Laguna de San José Manialtepec es muy especial, pues se caracteriza porque cuenta con agua salada, agua dulce y agua termal.

La Isla del Gallo es pequeña y cuenta con muy pocos habitantes, que ocupan tan sólo cuatro viviendas. De esta isla salen en el día las embarcaciones que llevan a la Laguna de Manialtepec a los turistas interesados en ella. Por las noches, las embarcaciones se adentran en la laguna para mostrar la fosforescencia que se produce en el agua y que parece como si el agua se llenara de escamas de plata.Una cabaña en la Isla del Gallo

La conseja popular afirma que la Isla del Gallo se formó porque, hace ya muchos años, un pedazo de estrella cayó del cielo a la Laguna de San José. Entre los primeros habitantes de la isla se encontraba un señor cuyo nombre se ha perdido en los vericuetos del tiempo. Este hombre tenía como mascota a un hermoso gallo. Ni que decir tiene que los dos se querían mucho y nunca se separaban, salvo cuando el señor tenía que ir a cazar cocodrilos, trabajo con el que se sostenía, pues la vida era muy dura en esos lares en aquellos lejanos tiempos.

Cuando el hombre se alejaba de su casa para ir a cazar, el gallo le cantaba para despedirle, y lo mismo hacía cuando llegaba cansado y fatigado de ir a su labor. El hermoso gallo se quedaba solo y pacientemente esperaba hasta que su dueño volvía y le daba su alimento. Así iba pasando la vida de estos dos seres.

En cierta ocasión el señor de los cocodrilos salió a trabajar. Pasó el tiempo, llegó la hora en que debía encontrarse en su casa, pasó, y el hombre no volvió en toda la noche. Así sucedió durante varias tardes. El gallo cantaba llamando a su compañero, que no volvía; hasta que un 24 de diciembre el gallo lanzó su último canto de desesperación y murió de hambre, soledad y tristeza.

Desde ese día, cada 24 de diciembre se escucha en la Isla del Gallo el último canto lastimero del ave que murió esperando, inútilmente a su amo al que tanto había querido.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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La tortuga que quiso ser fea

Cuenta una leyenda juchiteca que, hace mucho tiempo en los primeros días de la conquista espiritual de los españoles en Oaxaca, vivía en el agua de un río una bella tortuga que tenía una concha muy bonita y muy brillante que todos los habitantes del pueblo de Juchitán admiraban. Era tan bonita que los nuevos creyentes se la llevaban como ofrenda a San Vicente en su iglesia del pueblo.

Con el fin de obtenerla, las personas esperaban, pacientemente, a que saliera del agua, o bien la apresaban directamente del agua, para llevársela al santito. Cada día que se celebraba una fiesta religiosa de importancia, todos iban a la caza se la tortuga.

Ya que atrapaban a la bonita, pobre, lenta y torpe tortuga, la ponían en la parte baja del altar del santo. Como entonces la tortuga tenía la cola larga, los fieles le acercaban una llama de vela a ésta para que al sentir la quemadura, la tortuga se apresurara a subir hasta la parte alta del altar junto a San Vicente. Cuando se asustaba por la quemadura, la infeliz tortuga escondía la cabeza, las patas, y la cola dentro de su carapacho para defenderse; pero era peor porque entonces los creyentes le acercaban más la llama.

La bella tortuga que quiso ser fea

En cierta ocasión, el santo se dio cuenta de lo que le hacían a la bella tortuga y tuvo mucha lástima de ella. Delante de los feligreses reunidos en misa, bajoó dos escalones de su altar y la tomó en sus manos. Rápidamente la tortuga escondió su cabeza apenada, y con voz suplicante le pidió a San Vicente que la hiciera fea, para que así ya nadie quisiera cazarla para ofrendarla al santito.

Entonces, el santo, sin mediar una palabra le hizo grandes ojos, su cabeza la termino en punta y le transformó la concha brillante en opaca.

Sintiéndose ya fea, la tortuga bajó del altar y volvió a las aguas del río. Desde entonces nadie más quiso llevarla como ofrenda, pues la encontraban fea. Y si alguien se la llega a encontrar, la nueva tortuga, pudorosa, esconde la cabeza en su caparazón, feliz de ya no sufrir más quemaduras.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El callejón del sereno

 Esta triste leyenda sucedió en el estado de Oaxaca, situado al sur de la República Mexicana. En cierta ocasión, en uno de los tantos callejones de la Ciudad de Oaxaca, un sereno se encontraba por la noche realizando su ronda de vigilancia por las calles que le correspondían. Iba muy tranquilo caminando cuando de pronto escuchó un terrible gemido que provenía del callejón, como si alguien hubiese sido atacado de muerte.

Un hombre que pasaba con un farol en la mano, al escuchar los gemidos a toda prisa se dirigió al Templo del Marquesado, situado en el barrio del mismo nombre, y que antaño fuera propiedad del Marqués del Valle de Oaxaca.

Tocó la puerta y solicitó hablar con el cura. Cuando le tuvo frente a él, le dijo que había escuchado los gemidos de un hombre que acabada de ser apuñalado y que necesitaba que lo confesaran, pues se encontraba en agonía.

El sereno oaxaqueño

Inmediatamente el padre se aprestó hacia el lugar que le indicó el hombre. A la mitad del callejón efectivamente se encontraba un señor mortalmente herido, a quien el santo varón se apresuró a confesar. La confesión fue bastante prolongada. Saber cuántos pecados tendría

Terminada la ceremonia, el sacerdote se dirigió al lugar en que el hombre que le había llamado se encontraba aguardándolo, pero para su sorpresa se dio cuenta que no había nadie, y sólo se encontró con su farol encendido. Sorprendido, tomó el farol que se encontraba en el suelo, y se dirigió a ver la cara del hombre que acababa de confesar. Su sorpresa fue absoluta cuando se dio cuenta de que el hombre era el mismo que le había llevado desde el templo!

Muerto del miedo por lo sucedido, el religioso enfermó por varias semanas, y el pobre hombre quedó completamente sordo del oído que había utilizado para recibir la confesión de un pobre sereno apuñalado por algún gamberro asesino.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Príncipe y la Estrella

En la época prehispánica, durante el señorío zapoteca, existió un príncipe guerrero que destacaba por ser muy hermoso y valiente. Su fama no solamente era conocida en la Tierra sino también en el Cielo. El Alba, que conocía las extraordinarias hazañas de este príncipe, se las contaba a las hijas de Señor del Cielo que eran nada menos que las estrellas que se pueden ver por las noches para beneplácito de los humanos.

Tanto les relataba el Alba las valerosas acciones del guerrero que una de las estrellas, la más bella de todas, se enamoró perdidamente de él. Tanto era su amor que cierto día, cuidando de que no se fuera a dar cuenta el Alba, la Estrella enamorada bajó a la Tierra, y colocándose junto al río que pasa por Juchitán, esperó pacientemente a que pasara el guapo guerrero. Poco rato despué,s el joven llegó hasta el lugar en que se encontraba la Estrella. Al verla, se enamoró y quedó cautivado por la belleza de la diosa Estrella. Sin pensarlo dos veces, la tomó en brazos, y presto se la llevó hasta la casa real en que vivía.

Al darse cuenta de la ausencia de una de sus hijas, el Cielo se puso muy triste, se oscureció y grises nubarrones dejaron caer sus lágrimas sobre la Tierra. Las divinidades del Cielo, las estrellas, quisieron a toda costa evitar que su hermana se casara con un simple mortal, por valiente que fuera, y se reunieron a fin de llegar a un acuerdo sobre las acciones pertinentes que debían realizar para impedir tan desastroso romance.

El bello Xtaga be´nye, el Nenúfar

La boda entre Estrella y el príncipe se llevó a cabo y se realizaron muchas fiestas. Una de las estrellas se transformó en brisa y bajo a la Tierra durante una de las celebraciones. Sigilosamente, se metió a la recámara destinada a los recién casados. Una vez dentro, dejó su forma de brisa y tomó su aspecto original; entonces, se dirigió a su hermana y le comunicó lo que había decidido su padre el Señor del Cielo: – ¡Hermana Estrella, por lo que has hecho, nuestro padre, el Cielo, ha decidido que permanecerás por siempre en la Tierra y te convertirás en una flor que vivirá sobre las aguas de la laguna! ¡Durante el día tus pétalos estarán cerrados para que no te puedan ver los humanos ni tú a ellos, pero por la noche se abrirán para que puedas recibir la visita de tus hermanas las estrellas!

Dicho lo cual la diosa estrella se alejó junto con su hermana a quien nadie pudo volver a ver. Momentos después, en la laguna de Chivele apareció una flor de color verde negruzco y hermoso y esbelto talle, a la que las personas empezaron a llamar Mudubina.

El príncipe, al darse cuenta de la desaparición de su esposa, creyó volverse loco de dolor. Su padre, al verlo tan desesperado, convocó a sus vinnigenda, viajeras de todos los vientos, para que fuesen a buscar a la Estrella desaparecida, y así poder aliviar el dolor de su gallardo hijo. Sin embargo, a pesar de ser el Señor zapoteca sumamente poderoso, no podía hacer nada contra el poder del dios del Cielo. Una de las más viejas vinnigendas le dijo al gobernador zapoteca que era por demás tratar de vencer al Cielo. Entonces la vieja vinnigenda al ver el sufrimiento del joven guerrero escuchó sus ruegos y lo convirtió también en flor. Esta nueva flor recibió el nombre de Xtaga be’nye; o sea, el nenúfar.

Así, los dos enamorados pudieron volver a reunirse para seguir amándose. La Mudibina con sus bellos pétalos abiertos solamente de noche y con el corazón rojo por el fuego de su amor, y el Xtaga be’nye que vive de día y muestra su corazón amarillo pleno de melancolía. Nunca pueden encontrarse y verse, pero tal vez algún día, el Señor de Cielo se compadezca de los enamorados para que puedan volver a amarse frente a frente, y por siempre jamás.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El cazador y su perro de Cerro Gordo

Cuenta una leyenda de Miahuatlán que hace ya bastante tiempo un campesino decidió ir al campo a cazar, en un lugar llamado Cerro Gordo, que se encuentra situado hacia el este de Miahuatlán de Porfirio Díaz, en el estado de Oaxaca, pueblo pequeño de pocos habitantes, la mitad de ellos indígenas. Como siempre lo hacía, el hombre se hizo acompañar de su hermoso y fiel perro que se llamaba Chucho y era de color canela.

Salió por la mañana, y pasó todo el día buscando alguna presa que le satisficiera. Llegó la tarde y con ella una fuerte lluvia que pronto se convirtió en aguacero.

Con el fin de resguardarse del agua, el cazador decidió meterse a una cueva que se encontraba en las faldas del Cerro Gordo. Él se metió muy tranquilo, pero Chucho prefirió quedarse afuera y no entró a la cueva para nada. Empezó a oscurecer, y el campesino se quedó completamente dormido. Al ver que su amo no salía, el perro comenzó a aullar llamando a su amo, como avisándole algo, estaba temeroso. Pero por más fuerte que ladraba, el hombre nunca salió de la cueva.

Al otro día, el hombre aún no había salido de su refugio, por lo que el perro decidió regresar al pueblo donde estaba su casa, a fin de tratar que alguien acudiese a la cueva. La esposa del campesino ya estaba alarmada por su tardanza, y había avisado a algunos de los hermanos de su marido; cuando vieron llegar al perro no dudaron que algo extraño había sucedido. Todos acudieron a la cueva precedidos por Chucho.

El Cerro Gordo de Miahuatlán

Al llegar a la entrada de la cueva todos se introdujeron en ella, pero por más que buscaron no encontraron al campesino cazador. Estaba su rifle y su guaje con agua, pero de él ni sus luces. Lo buscaron por toda la cueva que es muy larga sin ningún resultado, y no solamente un día sino varios; sin embargo nunca lo encontraron.

Desde ese día se escuchan en el Cerro Gordo y en el pueblo, los aullidos lastimeros de un solitario perro que aúlla buscando a su amo perdido, y del que nunca se supo que había pasado con él. Tal vez los espíritus de las cuevas se lo llevaron…

Sonia Iglesias y Cabrera

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Cavendish y La Santa Cruz

Sir Thomas Cavendish fue un corsario inglés, apodado El Navegador,  que nació en el año de 1560, en Trimley San Martín, Suffolk, Inglaterra. A los doce años heredó una gran fortuna de su padre. A los quince, entró a estudiar al Corpus Christi College, en Cambridge, pero dejó el colegio a los diecisiete para llevar una vida de ocio y lujos

Su fama la adquirió porque se dedicó a atacar las ciudades españolas y los barcos que navegaban por el Océano Pacífico. Decidió dedicarse a corsario porque había despilfarrado la fortuna familiar; al verse arruinado, compró dos barcos con el dinero que le quedaba, y con ciento veintitrés hombres zarpó de Londres para dedicarse a la piratería, que en aquellos tiempos dejaba mucho dinero y prestigio, como el que obtuviera Francis Drake otro corsario malhechor. Cavendish, por haber capturado y asaltado al Galeón de Manila, la reina Isabel Primera de Inglaterra le nombró caballero. Sus fechorías no duraron mucho tiempo, pues murió en 1529, en las cercanías de la isla La Ascensión, localizada en el Océano Pacífico, sin conocerse las causas de su fallecimiento.

El famoso corsario Thomas Cavendish

Poco después, Cavendish llegó a Huatulco, Lugar Donde se Adora el Madero, un puerto muy importante entre Acapulco y Perú en aquella época. Huatulco pertenecido al reino mixteco de Tututepec antes de la conquista; cuando llegó el pirata saqueó todo lo que encontró a su paso. En Huatulco se encontraban –como hasta la fecha- nueve bahías con sus respectivas playas. Entre ellas se encuentra la llamada Bahía de Santa Cruz, una de las más bellas e importantes, que a su vez cuenta con otras tres playas.

Cerca del pueblo de Huatulco, se encontraba una cruz que había sido colocada por un misterioso personaje muchos años antes de la llegada de los conquistadores españoles, cerca de quince siglos antes.

Cuando Thomas Cavendish arribó a la Bahía de Santa Cruz, se encontró con la cruz mencionada, a la que los indígenas seguían adorando a pesar de las prohibiciones establecidas por los frailes españoles. Al ver la devoción que los indios le tenían a la cruz, Cavendish se convenció de que era obra del mismísimo Diablo, y ordenó a sus hombres que procedieran a derribarla. Quisieron cortarla en pedazos para quemarla, pero los piratas, misteriosamente, no pudieron hacerlo. Entonces, el corsario pensó en atarla a los amarres de su barco para tirarla con la fuerza del viento, pero nada logró derribar a la cruz.

 Enojado ante el fracaso de sus intentos, decidió dejar la cruz donde se encontraba colocada. Y ahí quedó para siempre.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La roca gris

En el pueblo triqui de Tilantongo, Oaxaca, vivía una joven dulce, candorosa, pura y muy buena llamada Ita Andehui, Flor del Cielo. El huipil con que se vestía era sumamente hermoso, ella lo había tejido. Su casita estaba construida con paja y madera cerca de un arroyo.

En cierta ocasión en que la joven se encontraba sentada en una piedra observando la magnífica puesta del sol, vio venir por el camino a un bello y fuerte joven a quien llamaban Anon Nau. El muchacho había ido de cacería y traía un tigre en los hombros. Al ver a Ita Andehui, depositó al animal en el suelo, y se lo ofreció como regalo. La joven le pidió que se llevase al tigre para que, venida la ocasión hiciese con su piel un traje de Caballero Águila.

La roca gris

Después de observarse embelesados por un rato, cayeron en cuenta de que estaban profundamente enamorados. Al poco tiempo, el noviazgo se convirtió en matrimonio. Eran muy felices; sin embargo, Anon Nau tuvo que irse a la guerra, pues las tropas mexicas estaban atacando Coixtlahuaca, y el rey Atonaltzin había pedido la ayuda de todos los guerreros disponibles. Así pues, el joven esposo marchó a defender su territorio.

El tiempo pasaba y Ita Andehui dio a luz a Malinalli, lo que no logró consolarla del sobresalto en que vivía por su querido esposo. En una ocasión les llegó la noticia a la comunidad de que la tropa de Tilantongo había perdido a dos jóvenes guerreros muy distinguidos. Al escuchar la noticia Ita Andehui, y creyendo que uno de los muertos era su querido esposo, se desmayó y de su boca salían chorros de sangre, y en su ataque de angustia se rodó por el suelo hasta caer en un barranco.

Pero pasados unos días Anon Nau retornó al pueblo feliz y lleno de ilusiones porque volvería a ver a su adorada. Al enterarse de que había muerto, lloró gruesas lágrimas de dolor, y se lamentó de no haber muerto en la guerra si tan terrible tragedia le aguardaba.

En el colmo de la desesperación se subió a una roca que se encontraba en lo alto de un cerro y grito: – ¡Mi muy querida y dulce esposa Ita Andehui, te amo, y ahora que te encuentras en el más allá voy a reunirme contigo, para estar juntos en la eternidad! Dicho lo cual, se arrojó al abismo.

Cuenta la leyenda que desde ese momento, cuando sopla el viento, pueden irse en la roca gris, los lamentos y las palabras de desconsolado Anon Nau.

Sonia Iglesias y Cabrera

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De por qué la Tortuga tiene el caparacho parchado

Después de que ocurriera un terrible diluvio  que inundó todo el mundo, incluido el hermoso Valle de Oaxaca, uno de los estados sureños más hermosos de México, todo el suelo estaba hecho un lodazal. De repente, de entre el barro se formó una figura que empezó a cobrar vida, y se puso a caminar en medio de tanto lodo. La figura del animalito caminaba muy despacito, pues se trataba de una Tortuga, que estiraba continuamente el cuello y abría muy grandes los ojos ante lo que no conocía y ante el Sol deslumbrador que se veía en al cielo.

De por qué la Tortuga tiene el caparacho parchado

La Tortuga caminó y caminó hasta que llegó a un lugar que le desagradó porque olía muy feo. En el lugar se encontraba un Zopilote que estaba devorando un cadáver. Al verlo, la tortuga se dirigió a él y le dijo: -¡Estimado Zopilote, serías tan amable de llevarme hasta el Cielo, pues quiero conocer a Dios! 

El Zopilote poco caso le hizo, la ignoró. Pero la Tortuga insistió y repitió su petición muchas veces. El Zopilote se hacía del rogar porque no quería dejar de comer al muertito que estaba muy delicioso. La Tortuga suplicaba, y metía y sacaba la cabeza de su caparazón porque no aguantaba el terrible olor de la carroña. -¡Por favor, Zopilote, llévame al Cielo para conocer a Dios!

Tanto insistió la pobre Tortuga, que Zopilote se impaciento y accedió a la petición. Colocó a la Tortuga en su espalda y emprendió el vuelo hacia el Cielo. Cuando iban volando muy alto, la Tortuga le digo a Zopilote: -¡Ay amigo, pero que feo hueles! ¡Hueles como a podrido, es espantoso! Y así, repitiendo esta cantaleta siguió la Tortuga, hasta que Zopilote se enojó de tanta crítica. Entonces, el paciente Zopilote se ladeó y tiró a la Tortuga, que cayó hasta la Tierra rompiéndose en mil pedazos.

Dios, que observaba la escena, bajó hasta la Tierra, juntó todos los pedazos de la rota Tortuga, y los pegó. Es por ellos que desde entonces todas las tortugas tienen el caparazón como remendado.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El rey, su hijo y la malvada señora

Cuenta una leyenda mixe de Oaxaca que hace mucho tiempo en un pueblo pequeño gobernaba un rey que vivía solamente con su hijo, pues carecía de esposa. Para comer, iba a la casa de una mujer que le atendía. Cierto día, la vieja señora decidió envenenar al rey y le puso veneno a su comida. Al comerla, el hombre murió inmediatamente. La señora, que contaba con muchos criados, envió a un grupo de ellos a matar al hijo del rey. Los criados llegaron cuando el joven se dirigía a la montaña a platicar con los animales que eran sus amigos. Cuando llegó los animalitos le avisaron que unos hombres venían a matarlo. El muchacho ordenó a sus amigas las avispas que se colocaran en un árbol. Cuando llegaron los asesinos, el joven azotó tres veces el suelo con su machete y las avispas atacaron a los hombres, quienes salieron corriendo. 

El rey su hijo y la malvada señora

Al enterarse del fracaso, la señora envió a otros criados a cumplir la tarea. El hijo del rey se enteró, y reunió a varios puercoespines. Cuando llegaron los criados, el muchacho azotó el suelo tres veces con su machete, y los animales se encargaron de lanzarles sus espinas a los malosos, quienes huyeron malheridos.

La mala mujer al enterarse del nuevo fracaso, decidió enviar a otros criados a cumplir el malévolo encargo. El muchacho, enterado de la nueva amenaza, junto muchos monos y les dio palos y piedras. Al llegar los crueles asesinos al sitio donde se encontraba el joven, éste golpeó el suelo por tres veces seguidas con su machete y, diligentes, los monos les aventaron piedras y golpearon a los criados.

Ante su fracaso los servidores ya no regresaron a la casa de la mala mujer por miedo a que los matara. La señora se frustró en su tarea asesina y el hijo del rey se salvó y vivió muy feliz hasta muy viejo, y muy agradecido por la ayuda recibida por sus amigos los animales que nunca lo abandonaron.

Sonia Iglesias y Cabrera