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Santo Domingo y la Serpiente

Cuenta una leyenda zapoteca de Santo Domingo Petapa,  municipio ubicado en la región del Istmo de Tehuantepec, que hace muchos años dicho pueblo estaba asolado por numerosas inundaciones que provocaba una temible Serpiente. Todos los habitantes de Santo Domingo estaban sumamente preocupados, pues las inundaciones eran tan fuertes que pensaban que un día el agua podría acabar con el pueblo haciéndolo desaparecer completamente.

Ante tanta preocupación, dos personas que eran nahuales, es decir que tenían la capacidad de convertirse en animales por sus facultades chamánicas, decidieron poner remedio a la catastrófica situación. Una de las personas-nahuales era oriunda de Santo Domingo; y la otra procedía de Tlacotepec, pueblo limítrofe a Santo Domingo. Estaban dispuestas a matar a la Serpiente para solucionar tan tremenda situación.

Santo Domingo y la Serpiente

 Antes de partir a cumplir con su noble tarea, les dijeron a los habitantes del pueblo que si tenían éxito en la empresa, el agua del río llegaría completamente teñida de sangre y cubierta de roja espuma; pero que en caso de fracasar el agua correría limpia y clara, y que ellos desaparecerían para siempre, o sea, que morirían.

Ambos nahuales se encaminaron hacia el río. Cuando llegaron al sitio donde se encontraba la malvada Serpiente, se convirtieron en rocas y se aventaron al agua sobre la sierpe. Al recibir el golpe la Serpiente murió. Al poco rato, los habitantes de Santo Domingo vieron con sorpresa y deleite que el agua llegaba tinta en sangre espumosa. Todos se pusieron muy contentos porque los nahuales les habían salvado de una terrible catástrofe.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La Serpiente Emplumada

Había una vez una hermosa mujer triqui de Oaxaca que se casó con un hombre pobre. La mujer antes de casarse había tenido un amante que era muy rico. Arrepentida de su matrimonio, deseaba que su esposo desapareciera para poder casarse con su antiguo amor. Un día decidió matarlo y lo llevó a dar un paseo por el Sumidero del Diablo. En un descuido, empujó a su esposo quien cayó desbarrancado. Libre ya del pobre hombre, la mujer se casó con el amante que le daría amor y, sobre todo, dinero.

La serpiente Emplumada

Pero el marido no había muerto y durante siete años vivió en las profundidades del Sumidero, alimentándose de los granos de un elote que le arrojaba un cuervo, y bebiendo agua del río que pasaba por ahí.

Cierto día una Serpiente Emplumada vio al hombre y se compadeció de su tragedia. Le dijo que se agarrase de su cola para sacarlo de donde se encontraba. Al salir del Sumidero, la serpiente se sacudió y cayeron al suelo muchas hermosas plumas;  le dijo al hombre que las recogiera y las llevara a vender para convertirse en un hombre muy rico. Poco después, la mujer acompañada de su esposo, vio por casualidad  caminando por el pueblo al que fuera el  primero y comentó a su acompañante: -Ese hombre que va ahí se parece mucho a mi primer esposo. Al pronunciar estas palabras, la Serpiente Emplumada se apareció y dio muerte a la pareja.

Pasado un cierto tiempo, el nuevo hombre rico conoció a una joven triqui que era toda bondad, dulzura y belleza, y se casó con ella. Formaron una familia de cinco hijitos y vivieron muchos años muy felices  gozando de la riqueza que le había proporcionado la maravillosa Serpiente Emplumada.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Por no saber castilla

Una leyenda de los indígenas chinantecos del estado de Oaxaca nos cuenta que tres hombres vivían en un pequeño pueblo de la región chinanteca. Los tres eran muy amigos y los unía el hecho de que ninguno hablaba la lengua española. Como el hecho de ignorar el castellano les dificultaba su relación con los mestizos, decidieron ir a la ciudad más cercana para ver si encontraban un maestro que les enseñara a hablar “castilla”.
 Por no saber castilla

Un buen día emprendieron el camino a pie. Cuando iban caminando se toparon con algunas personas que hablaban en español, y los tres pararon la oreja. Entonces pescaron una frase que había dicho un señor. La frase era: -¡Nosotros fuimos! Uno de los amigos les dijo a los otros: -¡Oigan, acuérdense bien de la frase, no la olviden! Y los tres se pusieron a memorizarla.

Siguieron su camino. De pronto, se toparon con una mujer y su esposo que platicaban con unos parientes, la mujer dijo: -¡Porque quisimos! Rápidamente, los tres amigos se voltearon a ver y decidieron recordar perfectamente la frase en español, y los tres repitieron: “porque quisimos”.

Continuaron su camino, y tiempo después se encontraron un grupo de personas que estaba en gran palique. Oyeron que una de ellas dijo: -¡Será lo mejor! Y otra vez los amigos decidieron memorizar la frase que repitieron varias veces para que se les quedara grabada.

Siguieron caminando durante una hora hasta que llegaron a un pueblo. Al pasar por la plaza del quiosco vieron a algunas personas que observaban el cadáver de un señor que estaba  tirado en el suelo. Se acercaron al grupo y entonces oyeron a un policía que preguntaba en español: – ¿Quién mató a este hombre? Uno de los amigos para presumir que entendía el castellano se apresuró a contestar:- ¡Nosotros fuimos! El policía se volvió a verlos y cuestionó: -¿Por qué lo hicieron? Y el segundo amigo replicó: -¡Por que quisimos”.

Azorado, el policía dijo: -¡Pues tendrán que ir presos a la cárcel! A lo que el tercer amigo exclamó: – ¡Será lo mejor!

Inmediatamente fueron aprendidos y, ante su sorpresa, ¡metidos en prisión! Y todo por no saber “castilla” y querer presumir de lo que no se sabe.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Mitos Cortos Oaxaca

La Tierra, el Sol y la Luna. Mito mazateco.

Cuentan nuestros ancestros mazatecos de Oaxaca que la Tierra es plana como una mesa y se encuentra sostenida por cuatro “posteles” (postes), clavados en el agua. Más allá del agua se encuentra el Mar Sagrado. Cuando se produce un temblor, se debe a que el agua se mueve; cuando tiembla en la noche, es señal de que va a llover, pero si tiemble en el día es porque va a haber mucho calor. Debajo de la Tierra moran unos hombres chiquitos y negros porque cuando pasa el Sol los requema, ya que siempre están desnudos; su pelo es chino y muy negro. Estos seres reciben el nombre de gran. Los gran son muy ricos, pues cuando pasa el Sol derrama oro en su recorrido. A la Tierra la encierra el Cielo, que es como un globo o como una bola de cristal. La Tierra cuenta con dos aberturas por las que entran y salen el Sol y la Luna. Por un lado de la Tierra sale el Sol, ahí se encuentra todo lo bueno; y por el otro, su opuesto, se oculta, ahí se encuentra todo lo malo. En este lado vive Chad-Nai, el Espíritu Malo, El Maligno. No se sabe qué existe a los lados de la Tierra. El Sol sale por occidente (sic), allí nacen las horas y los días; cuando el Sol se oculta llega la noche y todas las personas deben permanecer en sus casas, sobre todo los niños, pues es cuando los espíritus aberrantes están sueltos y producen daños.

Mito corto mazatecoLas Estrellas están regadas por el Cielo, son lucecitas, velas encendidas de los difuntos que han muerto hace muchos años; o florecitas que adornan el altar del Padre Eterno, el Sol, llamado Nai Tsuit, Padre Luz Resplandeciente. Él vigila y juzga los delitos y pecados que se cometen en la Tierra, y en tal vigilancia le ayuda la Luna. La luna se llama Nai’tza, es un dios, es el Padre Segundo, y es mucho menos resplandeciente que el Sol. En la Luna se puede ver a un conejo que huyó de la Tierra. El Sol y la Luna son hermanos, el primero es el hermano mayor; ellos robaron la luz a una vieja bruja que la escondía bajo una piedra dentro de agua. Cuando robaron la luz, el Sol y la Luna huyeron al Cielo para que nunca volviera a caer en malas manos.

El Arco Iris se llama Yaa, es una bella serpiente. Yaa sabe cuándo va a llover y cuándo la lluvia no quiere parar. Es como un tubo por donde entra el agua de la lluvia y luego cae en el mar. Los antiguos cuentan que Yaa fue una hermosa muchacha que salió a pasear al campo y se perdió. Los colores del Arco Iris son las franjas coloridas de su huipil.

También se dice que la Tierra está sostenida por un hombro de la Virgen Isabel. Cuando se cansa de sostenerla, se la pasa al otro hombro, razón por la cual se producen los temblores. Encima de la Tierra se encuentran las estrellas. Son como el Sol pero pequeñitas, y están subordinadas a él, trabajan para él. Entre las estrellas sobresale el Lucero de la Mañana, que era una niña huérfana que vivía con una tía que la maltrataba mucho. Cansada del maltrato, un día huyó y se subió al Cielo, en donde devino el Lucero de la Mañana. (Entrevista con Juan Madariaga, informante mazateco)

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Callejón del Muerto

Esta leyenda es de mi tierra no es inventada ni quiero adjudicarme la historia yo solo quiero contarla .
Así fue.

“Era el año de 1785, hablando de la Puebla antigua, eran las 3 de la mañana cuando doña Juliana Domínguez, esposa de don Anastasio Priego, familia acaudalada y dueños del mesón de Priego, comenzó con los dolores de parto y era necesario ir por la partera, doña Simonita. Corrió por su sombrero, capa y espada y pidió a la servidumbre que fueran preparando todo lo necesario para el alumbramiento mientras él regresaba con la partera. Era una noche lluviosa y tormentosa, motivo por el cual quisieron acompañarle sus ayudantes, además porque siempre las horas de madrugada han sido propicias para asaltos y asesinatos. Don Anastasio no quiso la compañía de nadie y se dirigió solo hacia la parroquia de Analco, que en aquellos tiempos era panteón dirigiéndose hacia la calle de santo Tomás, hoy conocida como la 5 oriente. Por lo oscuro de la noche, iba alumbrándose con una lámpara de aceite cuando lo sorprendió un tipo que en forma enérgica y poco cortés desenvainó su espada y se la puso en el abdomen al señor Priego al mismo tiempo que le exigía el oro o la vida. Para esto, don Anastasio siempre se caracterizó por ser diestro en la esgrima, era tan hábil que pocos lo retaban, motivo por el cual dio un salto y sacando su espada con la rapidez de un relámpago, la hundió en el corazón del asaltante, quien inmediatamente cayó muerto. Con la prisa que tenía por llegar a donde estaba la partera se olvidó de lo ocurrido y llegó hasta el hogar de ésta para dirigirse a su casona, obviamente le platicó lo sucedido a doña Simonita. Pasaron por el puente de Ovando, evitando regresar por el mismo rumbo, cruzaron la plazuela de Analco y llegaron de nuevo al mesón. Llegaron justo a tiempo para recibir a un par de gemelos. Al terminar su trabajo, don Anastasio acompañó de nuevo a la partera; más que por cortesía, fue por regresar al lugar del crimen donde encontró el cadáver rodeado de curiosos que oraban por su alma.

A partir de ese momento, le empezaron a llamar el callejón del muerto, antiguo callejón de Yllescas ubicado entre la 3 y 5 oriente esquina con 12 sur. Se cuenta que desde ese momento comenzó a aparecerse el asaltante a todo aquel que pasaba a horas no apropiadas, motivo por el cual don Marcelino Yllescas, vecino del lugar, mandó a hacer misas en su honor.

Una tarde de agosto, en el atrio del templo de Analco llegó un hombre que abordó al sacerdote, al mismo tiempo que le tomó del brazo pidiéndole que lo confesara. Como el sacristán ya iba a cerrar la iglesia, el padre Panchito, como cariñosamente lo llamaban, le pidió que no lo hiciera porque iba a entrar al confesionario. El tiempo transcurría y el sacristán entró a la iglesia, pero ni el sacerdote ni el hombre se encontraban. Todos los días a las siete de la mañana el padre Panchito celebraba misa, pero en esta ocasión no acudió. El párroco y el sacristán acudieron a su casa y lo encontraron muy grave, enfermo de tifus, por lo que el párroco confesó al padre y en su confesión éste le dijo que había dado absolución a un hombre que tenía mucho tiempo de muerto y que como estaba penando, venía con permiso de Dios a buscar el perdón y el descanso eterno.

Al siguiente día, el padre Panchito murió por el impacto tan fuerte de haber hablado con un difunto y verlo desaparecer al otorgarle la absolución. Se terminó el penar de esa alma y al callejón sólo le quedó el nombre porque nunca más apareció el muerto”.

Leyenda enviada por Miguel Cruz López

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La Leyenda del Murciélago

(Leyenda tradicional de Oaxaca)

 

Cuenta la leyenda que el murciélago una vez fue el ave más bella de la Creación.

El murciélago al principio era tal y como lo conocemos hoy y se llamaba biguidibela (biguidi = mariposa y bela = carne; el nombre venía a significar algo así como mariposa desnuda).

Un día frío subió al cielo y le pidió plumas al creador, como había visto en otros animales que volaban. Pero el creador no tenía plumas, así que le recomendó bajar de nuevo a la tierra y pedir una pluma a cada ave. Y así lo hizo el murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas y de más colores.

Cuando acabó su recorrido, el murciélago se había hecho con un gran número de plumas que envolvían su cuerpo.

Consciente de su belleza, volaba y volaba mostrándola orgulloso a todos los pájaros, que paraban su vuelo para admirarle. Agitaba sus alas ahora emplumadas, aleteando feliz y con cierto aire de prepotencia. Una vez, como un eco de su vuelo, creó el arco iris. Era todo belleza.

Pero era tanto su orgullo que la soberbia lo transformó en un ser cada vez más ofensivo para con las aves.

Con su continuo pavoneo, hacía sentirse chiquitos a cuantos estaban a su lado, sin importar las cualidades que ellos tuvieran. Hasta al colibrí le reprochaba no llegar a ser dueño de una décima parte de su belleza.

Cuando el Creador vio que el murciélago no se contentaba con disfrutar de sus nuevas plumas, sino que las usaba para humillar a los demás, le pidió que subiera al cielo, donde también se pavoneó y aleteó feliz. Aleteó y aleteó mientras sus plumas se desprendían una a una, descubriéndose de nuevo desnudo como al principio.

Durante todo el día llovieron plumas del cielo, y desde entonces nuestro murciélago ha permanecido desnudo, retirándose a vivir en cuevas y olvidando su sentido de la vista para no tener que recordar todos los colores que una vez tuvo y perdió.

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Tú y los dioses en Monte Albán. Cuento y realidad

Sé que, desde los más variados ángulos y circunstancias, escribir hoy de dioses no es sabio para un antropólogo serio. No soy ni lo uno ni lo otro, y sucede que yo, sin decírselo a nadie, hablo casi todos los días con los dioses, sin dejarme de considerar un hombre normal. No lo digo a nadie, naturalmente. Hoy, desde el silencio y tranquilidad de mi hogar, te lo digo a ti, que vas volando entre ángeles.

No, no estoy loco: en el tiempo y espacio de la Grecia Clásica, cualquier ciudadano que se preciase, hablaba varias veces al día con los dioses. Si yo llego hoy a la universidad, por ejemplo, y digo que acabo de hablar con los dioses, o ya no se me hará el menor caso, o se me enviará a un hospital psiquiátrico: “¡Pobre Genovés!”, se dirá.
Algunas personas, hombres o mujeres, tienen “ángel”: se les quiere, se les aprecia, nos dan confianza de inmediato. Otras, muy, pero muy de vez en cuando, tienen “duende”.
El ángel siempre está ahí. Al duende es necesario propiciarlo.
¿Cómo, cómo llega? Pasando del simplemente estar, al sencillo pero difícil ser-dada las convencionales vidas que vivimos.
Sobre un avión, como tú ahora, se propicia al ser: no hay juntas de consejo o presencias indispensables; no hay bibliotecas que consultar, ni existen tontas distracciones.
Estás, estamos solos con nuestras almas. Sólo nosotros en lo más íntimo y nuestro, aquí arriba, sobre nubes, acercándonos al cielo azul: lo más propicio para que el duende aparezca. Nos ensimismados, nos entimismamos, queridos dioses. Volamos con vosotros, lo más real que existe en este breve tránsito que llamamos vida.
¿Y si no volamos en avión? ¿Dónde, donde? En Monte Albán, lugar de los dioses. Y no porque así lo denominasen o nombrase famosos arqueólogos, sino porque así es, era antes, muchísimo antes que respetable arqueólogo alguno lo descubriese.
No sé con qué decirlo porque aún no está hecha mi palabra
Eso es Monte Albán: cariñosa, amorosa, sublime real-irreal presencia, en donde sin decir palabra alguna, con mucho misterioso duende, los dioses se comunican con los hombres que hasta allí suben. Encanto.
¿Qué es el misterio? Lo que no se puede expresar ni describir con palabras. Por eso es el misterio.
Presentimiento suave es todo lo que no cabe dentro del lenguaje humano
Todo en Oaxaca es bello. Desde sus habitantes. Hasta los turistas embellecen, por ósmosis, al contagio de la noble ancestral circunstancia en que está envuelta; ante su naturaleza. No obstante, tengo el presentimiento de que, si te olvidas de todo lo que te lleva a Oaxaca y, al bajar del avión subes a Monte Albán, te entimismas, te ensimismas: volarás en la tierra como jamás has volado. Serás Dios, sin petulancia alguna, sin tomarte en serio. Penetrándote de que no es posible vivir como si la belleza no existiera; belleza que se aparece a través de la comunicación con lo imperecedero, con la eternidad, con los dioses; contigo mismo: te habrá llegado el duende.
En Monte Albán te enamorarás más de tu amor, de tus verdaderos amigos, de la palabra, del silencio; de lo que haces y de lo que jamás has hecho; de la razón y de la sinrazón; de la verdad; de lo blanco y de lo negro como de la penumbra. Tocarás el cielo sin olvidar la tierra. Estarás, con Rubén Darío, en
Los hermanos hombres
los hermanos bueyes
hermanas estrellas
hermanos gusanos
Entenderás en
Un saber no sabiendo
toda ciencia trascendiendo
Serás
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El cerro sagrado del Cempoaltépetl

Al llegar a la cúspide del Cempoaltépetl y a su rústico altar para los sacrificios, sentimos que nos encontrábamos más cerca del cielo que de la tierra.

De mis épocas de estudiante de secundaria recordaba con especial interés la región conocida como el “nudo del Cempoaltépetl”, que es la unión de la Sierra Madre Occidental con la Oriental, el Oaxaca, donde nuestro mapa nacional se hace angosto, como embudo, antes de llegar a las planicies del Istmo de Tehuantepec. Aunque el concepto orográfico de nudo es hoy obsoleto, en todo caso esa montaña (cuyo nombre náhuatl significa “veinte cerros”) es una elevación sorprendente.

Cuando el cielo está despejado, desde su cumbre se puede ver el Pico de Orizaba hacia el noroeste y el Golfo de México hacia el noroeste, pasando la vista sobre el estado de Veracruz.

Mi relación con los indios mixes de Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca, vecinos de los zapotecas de la Sierra de Juárez, me permitió enterarme de que esa elevación es mucho más que una referencia geográfica: e el cerro sagrado de los mixes. (Por cierto, este pueblo tenía un sistema aritmético bidecimal, lo cual quizá se relaciona con el número 20 de la toponimia.) Paralelamente a sus prácticas cristianas, que celebran con devotas regularidad, los mixes tienen creencias religiosas de raigambre ancestral, relacionadas estrechamente con la naturaleza, a la que veneran como la mayoría de los pueblos indígenas vinculados a la tierra, al agua y al clima por medio de la agricultura y otras actividades. Las prácticas rituales relacionadas con el Cempoaltéptl presentan pocos elementos de origen cristiano, por lo que yo no hablaría de sincretismo, sino más bien de ritos prehispánicos que se han prolongado durante siglos, destacando el sacrificio de animales.

Justo en la cúspide del cerro –mirador cósmico natural– los mixes han formado un rústico altar con piedras, tras del cual se abre profundo el abismo, hasta la planicie costera del Golfo. Cuando participé en un ascenso ritual, en lugar de alcanzarse a ver el horizonte marino, lo que teníamos a nuestros pies era un océano de blancas nubes, de interminable extensión. Tales expediciones se realizan para invocar la buena fortuna y a veces para plantear peticiones específicas (como sanar a los enfermos); aunque tienen lugar todos los meses, son más frecuentes durante diciembre y enero, ante la perspectiva del año que inicia.

El viaje comienza en la ciudad de Oaxaca. Se recorren 42 km por la carretera Panamericana hasta Mitla, la ciudad de los palacios zapotecas con grecas de piedra que forman verdaderos encajes. De allí se continúa hacia el norte durante 77 km hasta Tlahuitoltepec, con el siguiente itinerario: en el km 18 está una desviación a la derecha hacia Hierve el Agua, zona de termas que han formado una cascada estática de sal, donde hay restos de obras hidráulicas prehispánicas; en el km 26 se encuentran San Bartolo Albarradas y poco después una ranchería llamada Matagallina (quizás el nombre recuerda los sacrificios de animales); en el km 56 se localiza Ayutla, ya dentro del territorio de los mixes; en el km 63 se ubica Tamazulapan, pueblo de la misma etnia, donde las mujeres aún conservan su vestimenta ancestral; por último, en el km 73 se abandona el pavimento para desviarse a la izquierda, por cuatro kilómetros de terracería, hasta “Tlahui”, como le dicen los lugareños. De la ciudad de Oaxaca a este pueblo de unos tres mil habitantes, se hacen cerca de dos horas y media de recorrido, pues a pesar de que el camino está pavimentado casi en su totalidad, predominan las curvas durante todo el trayecto desde Mitla.

Para ir al cerro del Cempoaltépetl debe conseguirse alguna persona en el pueblo que haga las veces de guía; se ocupan de cuatro a cinco horas para ascender desde Tlahuitoltepec, o bien una hora en vehículo desde ese poblado y luego dos horas y media a pie.

En Tlahui opera ya hace más de una década el Centro de Capacitación Musical Mixe –CECAM-, institución modelo a nivel nacional. Allí estudian música poco más de cien niños y jóvenes internados, y cerca de treinta externos, además de recibir clases de educación básica, primaria y secundaria. Los alumnos son indígenas mixes y de otras etnias oaxaqueñas, principalmente zapotecos y mixtecos, aunque también hay algunos indígenas de otros estados. El centro tiene huertas, parcelas agrícolas, animales de corral y talleres de artesanías, sobre todo textiles, que completan la preparación de los muchachos.

La tradición de las “bandas de pueblo”, o sea de las bandas de música de viento, está arraigada en el centro del país (aunque no excluye a otros estados) desde hace más de un siglo; se atribuye a la intervención francesa y al imperio de Maximiliano la introducción de este atractivo género. Sin duda, Oaxaca es la entidad federativa con mayor número de estos grupos musicales, constituidos a veces hasta por cuarenta personas. Se estima que sólo en ese estado hay cerca de 400 bandas. En el CECAM hay dos, formadas por niños y jóvenes: la de avanzados y la de principiantes; todos sus integrantes leen música, nadie toca “de oído”, y es sorprendente su alta calidad.

Cabe destacar que el pueblo mixe conserva el uso de su idioma autóctono, una de las 62 lenguas que sobreviven en nuestro país. (En todo el planeta sólo la India tiene más lenguas autóctonas (72) que México). El idioma mixe emplea las vocales con variantes tonales, es decir con diferentes tonos, lo que implica que para hablar mixe hay que dominar las notas, por decirlo de alguna manera. Quizás este dato explique la vocación musical de ese pueblo.

El ascenso ritual al Cempoaltépetl en el cual participé fue organizado por el CECAM, y por ello nuestro grupo era numeroso, más de lo habitual. Por lo común suben familias de entre cinco y diez individuos, siempre con un gallo y un guajolote sacrificarlos en la cúspide. Nosotros éramos alrededor de setenta personas, en su mayoría alumnos, todos cargando sus instrumentos musicales; desde luego, encabezaban nuestra procesión las autoridades del propio centro (maestros jóvenes y brillantes) y nos acompañaba un buen número de mujeres, incluidas algunas señoras mayores, con diversos vínculos con esa institución. La participación femenina, además de agradable, garantizaba el buen desarrollo del desayuno y la comida que se sirvieron durante la expedición.

En efecto, habiendo salido muy de mañana de Tlahui, hacia las nueve hicimos un alto, se encendió una enorme fogata para hervir agua y compartimos unas grandes tortillas, gruesas, untadas con frijoles, a las cuales se añadía un puño de charales salados, todo más bien frío. Se acompañó el sencillo y rico almuerzo con pocillos de café de olla. Los jóvenes, vigorosos, además de cargas sus instrumentos en la empinada subida, también portaban utensilios de cocina, bastimentos, botes con agua y otras bebidas, así como los animales sacrificiales.

Reemprendimos el ascenso y mucho nos ayudaron para llegar a la cima las dos o tres escalas que hicimos para tomar (los adultos) un vasito de extraordinario tepache: en vez de agua los mixes lo hacen con pulque y le agregan fermentación con piloncillo; además, encima del líquido le ponen un poco de pinole con axiote, lo que aumenta el exotismo de la bebida.

Desde que se inició el ascenso había un mar de nubes a nuestros pies; conforme ascendíamos se alejaba hacia abajo el manto blanco; al llegar a la cúspide del Cempoaltépetl y a su rústico altar para los sacrificios, no encontrábamos más cerca del cielo que de la tierra.

Cuando arribamos debimos esperar un cuarto de hora para que una familia desocupara el altar, donde celebraban su propio rito. Me acerqué a observar con discreción y, lejos de desairarme, me convidaron un traguito de mezcal, bebida que acompaña a la singular liturgia. Los mixes utilizan tres tipos de mezcales: de maguey pulquero, de maguey de San Pedro y de espadín –una especie de agave como el de henequén–.

El ara está rodeada de numerosos matorrales casi cubiertos de plumas. El lugar para la ofrenda tiene restos de innumerables ofrecimientos anteriores: cenizas, velas, patas de aves, sangre seca. Para nuestra propia ofrenda las mujeres colocaron en el altar unos tamalitos delgados y largos, como un dedo índice, atados con listones, tiras de masa con yerba santa, puños de harina de maíz, velas encendidas, ramitos de alcatraces y siemprevivas, vasitos con mezcal y con tepache, y copal o incienso, del cual emanaba un humo de aroma embriagante.

La máxima autoridad del CECAM ofreció un hermoso gallo (al que siempre manipuló con cuidado y hasta con cariño) hacia los cuatro puntos cardinales, y después de una serie de oraciones en mixe, que todos escuchamos hincados, procedió a degollar al animal, de un solo tajo de machete, sobre un pequeño tronco colocado ex profeso. La cabeza quedó como parte de la ofrenda (y en ocasiones se dejan también las patas, atadas con un listón). El cuerpo acéfalo, aún aleteando, lo cargó para regar el altar con su sangre, que expulsaba a chorros por el muñón del cuello cortado.

Se repitió un rito similar para sacrificar al guajolote, y precisamente al término del ofrecimiento empezó a escucharse el silbido de los cohetones y su trueno inmediato. Luego inició la música en aquel anfiteatro descomunal, interpretada por la banda principal del centro. La banda tocó fragmentos del Guillermo Tell de Rossini, de la Obertura 1812 de Tchaikovsky, de la Pequeña Serenata de Mozart y, por supuesto, el Himno Mixe.

Posteriormente dio comienza una frugal comida fría a base de grandes tortillas, similares a las del desayuno, pero con salsa roja untada y un huevo cocido (el color del aderezo no es casual, tiene implicaciones simbólicas).

Volvió la música después de comer (ahora con temas populares) y empezó, en la cima del Cempoaltépetl, un animado y respetuoso baile; además de las parejas habituales se formaron algunas sólo de mujeres y dos o tres de hombres (como esto último no dejó de sorprenderme, hice alguna pregunta discreta y me enteré de que no es raro el baile entre hombres, sobre todo en fiestas familiares).

Finalmente iniciamos el descenso de aquella montaña mágica, y durante el trayecto nos cruzamos en la vereda con varias familias que subían, provistas cada una, por supuesto, de un gallo y un guajolote.