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¡El agua no lo mojaba!

Fray Agustín de San José nació en el año de 1700 en la Provincia de Ávila, en Castilla La Vieja, España. Fue un religioso ejemplar, que entró en el convento desde muy joven, casi un niño, a los diez y seis años, renunciando para siempre a la vida fácil y placentera que llevaba en su hogar, donde la fortuna de su padre era inmensa y donde se gozaba de una buena vida. Devoto y silencioso era apreciado por sus colegas, quienes le admiraban y le respetaban. Todos los fieles deseaban confesarse con él, pues sabían que era tolerante y comprensivo con los defectos humanos, sin dejar de ser disciplinario.

En cierta ocasión fue enviado a la Nueva España, en donde  fue asignado un convento en la Ciudad de Toluca, donde fue igualmente apreciado por los fieles que acudían a su iglesia a oír misa y a confesarse, y por sus nuevos colegas. Una noche en que caía una tremenda tormenta, una persona acudió al curato para pedirle que fuese al poblado de Lerma, que quedaba relativamente cerca de Toluca, a confesar a un cristiano que se hallaba en agonía. Fray Agustín no lo pensó ni un solo momento y se aprestó para acudir con el moribundo.

El fraile que no se mojaba

Fray Agustín de San José echó a andar por esos caminos de dios, cuando de repente se cruzó con el médico que se dirigía a visitar al mismo hombre que debía confesar el sacerdote. Al ver que el religioso caminaba bajo ese torrencial aguacero, le invitó a subir a su carreta para llevarlo hasta Lerma. Sin embargo, el fraile no aceptó, agradeció el ofrecimiento y siguió su marcha. En seguida, el médico se dio cuenta que a pesar de la tormenta que no paraba y más parecía que se incrementaba, el religioso llevaba la túnica completamente seca, al igual que su cara, manos y pies. ¡El agua no lo mojaba!

Ambos continuaron su camino: el médico en su carreta y el fraile a pie. El doctor se encontraba completamente azorado, pues no se explicaba cómo era que su compañero de camino estuviese completamente seco. Cuando llegaron a la casa del desahuciado, la esposa y los familiares se asombraron al ver llegar a fray Agustín sin una gota de agua sobre su ropa ni su cuerpo.

Cumplida su tarea, el sacerdote regresó a Toluca donde siguió ejerciendo su piadosa misión, incluso cuando ya se encontraba lleno de achaques debido a su avanzada edad, achaques de los que no se curaba, pues se sometía a terribles ayunos que había contribuido a mellar su salud.

Este santo padre, que no se mojaba, murió el 3 de enero de 1778 en la ciudad de Toluca, donde aún se sigue hablando de este extraordinario caso.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Un pueblo convertido en piedras

Las Peñas de Jilotepec, zona de belleza natural incomparable, se encuentra en el Estado de México. En tiempos prehispánicos en ese bello lugar se encontraba un pueblo de indios otomíes al que  los dioses habían privilegiado convirtiéndolo en un sitio donde nunca escaseaba la comida, el trabajo, el agua y el entretenimiento. Pero ante tanta facilidad los pobladores se corrompieron y dejaron de valorar los dones que les habían otorgado. Por lo tanto, los dioses  convirtieron al pueblo en piedra.

Pasó mucho tiempo, y se pensó a erigir otro pueblo en el mismo lugar, con personas que querían abandonar el pueblo en que vivían por no satisfacerles como deseaban. Los sabios ancianos conocían lo que había sucedido en el antiguo Peñas, y decidieron efectuar un rito para alejar el encantamiento.

Las Peñas de Jilotepec

Cuando estaban reunidos de pronto escucharon una voz venida del Más Allá que decía: -¡El más puro de los habitantes debe llevar en su espalda a una mujer hasta la capilla de su pueblo, pero nunca deberá mirarla, por ningún motivo! En ese momento, un muchacho se ofreció a llevar a cabo la tarea. Eligió a una bella mujer y se la cargó en las espaldas, dispuesto a llegar hasta la capilla.

El muchacho echó a andar, observado por las personas que se habían encaramado en las peñas del pueblo encantado para ver su caminata. Conforme iba avanzando la carga que llevaba se volvía más y más pesada, y más trabajo le costaba avanzar. Como no sabía la causa de lo que originaba tan enorme peso, el joven decidió voltear a ver. Cuando lo hizo vio una enorme serpiente que crecía a cada momento. En el mismo instante en que cruzó su mirada con la de la serpiente, la gente que observaba se convirtió en piedra, al igual que el muchacho y la serpiente.

Desde entonces ya nadie quiso intentar quitar el maleficio que pesaba sobre al pueblo desaparecido. Existe la creencia de que cada 3 de mayo por la noche, el antiguo poblado prehispánico de Las Peñas vuelve a vivir y se escuchan los ruidos de sus antiguos habitantes efectuando sus tareas cotidianas: lavar, barrer, forjar, o escuchan el agua que cae de las fuentes.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Gervasia

Ixtapaluca es un municipio que pertenece al Estado de México, y es llamado El lugar donde se moja la sal. Su fundación se inicio entre los años de 1100 a.C. y 100 cuando el dirigente Xólotl inició su señorío en Tenayuca. En 1527, llegaron a Ixtapaluca los primeros religiosos españoles pertenecientes a la Orden Seráfica. Una leyenda de la tradición oral de este pueblo relata que hace muchos siglos en el municipio existían muchas haciendas, a cual más de rica; sin embargo, había una que sobresalía de las demás por su importancia y riqueza.

En tal hacienda vivía un hacendado con su hija Gervasia, tenía la joven diez y siete años, era bella y delgada. Un cierto día conoció a uno de los peones de la hacienda quien contaba con veinte años. En cuanto se vieron cayeron profundamente enamorados. Cuando el padre de la chica, don Pedro, se enteró de los amoríos de su hija, casi sufre un infarto ante tal atrocidad: un simple y pobre peón enamorado de su hija, y lo peor… correspondido. Sin embargo, no dijo nada, guardó silencio ante su hija pensando en lo que debía hacer al respecto. Permitió que ambos jóvenes se viesen y siguieran con sus amoríos.

La sufrida Gervasia en día de su boda

Un día los enamorados decidieron casarse. Don Pedro aparentemente consintió en tan desigual matrimonio. Llegó el día de la boda, eran las diez de la mañana. La boda sería a las once de la mañana, y la novia ya estaba completamente vestida luciendo un hermoso traje hecho con encaje valenciano, el mismo con el que se había casado su madre, doña Eulalia. En ese momento, su padre le pidió que acudiera con él a una de las habitaciones más apartadas de la hacienda, alegando que necesitaba hablar con ella.

Cuando llegaron a la habitación, don Pedro empezó a golpear salvajemente a la muchacha hasta que la novia quedó completamente inconsciente. Entonces, el malvado don Pedro, la llevó a un cuarto más pequeño y sin más miramientos la emparedó. Desde entonces nadie supo nada más de la pobre Gervasia.

Pasaron los años. La hacienda tuvo varios propietarios desde los hechos relatados. Fue dividida y vendida como vivienda. En una ocasión en que los albañiles estaban derribando una pared, encontraron a una mujer convertida en momia, vestida de novia y con una horrenda expresión de terror en el rostro. Era Gervasia, la que fuera emparedada por su padre siglos atrás por haberse enamorado de un pobre peón.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Dos volcanes enamorados

Iztaccíhuatl, la Mujer Blanca, era una hermosa princesa nahua que se enamoró de un guerrero llamado Popocatépetl, Montaña que Humea, también conocido como Popoca. Como querían casarse, el padre de la muchacha, cuyo nombre era Tezozómoc, le dijo al guerrero que permitiría el matrimonio si en la guerra que libraban en Oaxaca le llevaba la cabeza de su peor enemigo, el jefe de los guerreros zapotecas, ensartada en una lanza.

La misión era muy difícil de cumplir, el padre de Iztaccíchuatl lo había enviado a propósito a Oaxaca, porque pensaba que nunca regresaría victorioso y moriría en esas lejanas tierras oaxaqueñas, y así no se casaría con su adorada hija.

Un mal día Iztaccíchuatl se enteró de que su amado Popocatépetl había fallecido en una batalla y, desesperada por el dolor que sentía, se quitó la vida. Poco tiempo después, Popocatépetl  regresó a Tenochtitlan con la cabeza que le había exigido Tezozómoc, pero se enteró de que la princesa había muerto. Sumamente triste, el guerrero entró a la recámara de su amada, tomó en sus brazos, la llevó al monte, y la cubrió completamente de hermosas flores.

La triste imagen de los enamorados que se convirtieron en volcanes

El tlatoani Tezozómoc se asomó por una ventana de su palacio y vio dos magníficos volcanes cubiertos de nieves eternas. Emocionado, salió a la Plaza Mayor de la Ciudad de Tenochtitlan y, a voz en cuello, anunció a todos sus súbditos que esos volcanes que se veían, eran Popocatépetl e Iztaccíhuatl convertidos para siempre en dos bellos volcanes por la magia de los dioses.

Desde entonces, los jóvenes enamorados están juntos para no separarse nunca jamás y así eternizar el amor que se tuvieron cuando estaban vivos. Aún se puede ver a Iztaccíchuatl cubierta de nieve, acostada como si estuviera durmiendo, y a Popoca a sus pies, siempre atento y vigilante de que nada perturbe la paz de su amada.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La ermita de la Virgen de Tecaxic

El pueblo de Tecaxic se encuentra en el Municipio de Toluca, en el Estado de México. Antes de la conquista armada de las tropas españolas, hace ya muchos siglos,  fue habitado por grupos de indígenas matlatzincas. Tecaxic es un bonito pueblo que cuenta con muchos mitos y leyendas. Una leyenda nos relata que poco después de la conquista española, llegaron al pueblo varios frailes franciscanos para evangelizar a los indios, y para que los colonizadores españoles vivieran en él. Desde esa época, el poblado tomó el nombre de Santa María de la Asunción Tecaxic.

Poco después de la conquista española, llegó al poblado una tremenda epidemia que mató a todos los habitantes de la localidad, menos a dos hombres. Terriblemente asustados y consternados por encontrarse solos y sufriendo por la muerte de sus vecinos, decidieron abandonar Tecaxic. Al irse estos dos sobrevivientes, el pueblo quedó completamente abandonado, al igual que una ermita que había sido construida por todos los pobladores. En dicha ermita se encontraba una imagen de la Virgen de la Asunción, que había sido pintada al temple sobre un lienzo fabricado por los indígenas. Al quedar abandonada y sin recibir ninguna clase de cuidados, la ermita empezó a agrietarse, sus puertas se cayeron y el sol, el agua y el viento entraban libremente, hasta deteriorar la bella imagen de la Asunción que empezó a desteñirse.

Un cierto día en que caía un fortísimo aguacero, un vecino del pueblo de Almoloya de Juárez, llamado Pedro Millán de Hidalgo, buscaba desesperadamente donde refugiarse de las aguas que ya lo habían empapado en su tránsito hacia la ciudad de Toluca para efectuar ciertos negocios. En ese angustioso momento se percató que de la ermita salían cantos religiosos y se veían muchas luces maravillosas. Como sabía que Tecaxic estaba despoblado, pensó que los cantos eran de voces indígenas, y las luces velas que los mismos indios encendían. Entonces, le llamó a los cantores en lengua náhuatl, asegurándoles que no tuviesen miedo, pero nadie respondió. El hombre decidió sacar su espada y entrar a la capillita, pero no encontró a nadie.

La famosa ermita de Tecaxic

Al enterarse del prodigio Joseph Gutiérrez, padre superior del convento principal de Toluca, decidió que debía edificarse un santuario dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles de Tecaxic. Muchos señores importantes de varios pueblos ayudaron económica y materialmente en la construcción, y mientras trabajaban hasta el cansancio por el día ayudados de albañiles, por la noche los ángeles contribuían a la edificación, acompañados de música de chirimía y teponaztle que ejecutaban tres seres vestidos con tilmas y que levitaban, es decir, no pisaban la tierra.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Sandova

Desde hace ya mucho tiempo en el poblado de Chosto de los Jarros, en Atlacomulco, Estado de México, los mazahuas creen que existe una enfermedad que les da sobre todos a los niños menores de cinco años que se llama Sandova, máxime si tienen un espíritu débil. Si por casualidad o por descuido se deja a un infante sentado en el suelo de tierra virgen, o en algún sitio donde hubiese ocurrido una catástrofe, como la muerte de una persona, el espíritu del fallecido se apodera del alma del niño.

Sandova

Cuando los niños enferman de (o por) Sandova se ponen muy inquietos, nerviosos, y a las dos horas les viene una tremenda gripa, la cual, afortunadamente, se quita cuando dan las doce del mediodía o las siete de la noche. Es porque Nejomu, el Aire de la Tierra, y espíritu que cuida a todos los demás entes mágicos que cuidan la Tierra, tiene hambre y se come el alma del niño.

Para que el infante sane se deben de hacer cuatro tamales con galletas de animalitos. Además se forma una cruz con las galletas y se atan con un hilo rojo. Después, se coloca un ramo de flores encima de los tamales. Es necesario que la persona que haga los tamales no tenga ningún contacto con el niño; de no seguir esta norma la curación no tendrá efecto alguno.

Los abuelos dicen que los cuatro tamales representan a los cuatro puntos cardinales; así como a los cuatro elementos de la naturaleza, que son espíritus sumamente fuertes. Ellos son: la tierra, el fuego, el agua y el aire.
Cuando ya se tienen preparados los cuatro tamales se soba el cuerpo del niño con los mismos. Luego se ponen los tamales en el sitio exacto en el que el infante se sentó y atrapó la enfermedad, más alguna ofrenda que se le dedica a Sandova. Se agrega una cruz formada con monedas cerca del primer tamal y se le ruega al espíritu que deje en paz al enfermito. Una vez contentado Sandova con los tamales de la ofrenda, a la hora señalada el niño sana y se le quita la gripa. La ofrenda también puede colocarse en las encrucijadas de los caminos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El templo que se derrumbó

Cuenta una antigua leyenda de Teocalhueyacan, un poblado otomí que se encuentra en el Valle de México, a tres kilómetros de Tlalnepantla, y que ahora se conoce como San Andrés Atenco, que a raíz de la conquista española los frailes franciscanos decidieron edificar un templo dedicado a San Lorenzo. Lo construyeron en los terrenos de un teocalli que los conquistadores habían destruido en sus ansias por acabar con todo vestigio de las culturas indígenas. Para hacer el templo no dudaron en utilizar las piedras y el material del templo desaparecido.

 

El Templo de San Lorenzo era muy visitado por los habitantes del pueblo de Teocalhueyacan, que acudían a las misas y a los oficios religiosos que  se llevaban a cabo en el sagrado recinto.

El templo que se derrumbóUna terrible noche, el templo se hundió y al amanecer no quedó nada de él. Los feligreses estaban muy tristes y asustados por tal hecho que no se explicaban.

Ante la carencia de la iglesia los habitantes del Teocalhueyacan, optaron por acudir al templo de Corpus Christi situado en Tlalnepantla. Pero como era muy largo el camino que tenían que recorrer para asistir a los servicios religiosos, decidieron que lo mejor era construir una nueva iglesia. Sin embargo temían que ocurriera lo mismo, y que volviera a hundirse.

Después de mucho pensar y discutir acerca de lo que debía hacerse, los responsables de la edificación tomaron la decisión de construirlo en otro lugar del pueblo. Lo edificaron a la falda de un cerro y cerca de un río. Pero ya no fue el Templo de San Lorenzo, sino que se le dedicó a San Andrés Apóstol y se inauguró en el año de 1700.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La Tlanchana, la Campana, y el Diablo

A siete kilómetros de la Ciudad de Toluca, capital del Estado de México, se encuentra el poblado de Metepec, llamado en lengua matlatzinca  Nepintatiui, En la Tierra del Maíz. En la cima del cerro de Metepec, también llamado Cerro de los Magueyes, se encuentra situada la Capilla de Metepec. Esta capilla le gusta mucho a la Tlanchana (Atltonan Chane), una hermosa diosa que es mitad mujer y mitad serpiente acuática, venerada por los indios matlatzincas por sus poderes para mantener el equilibrio entre la tierra y el agua.

La Tlanchana la Campana y el Diablo

Le gustaba a la Sirena, como también se la llama, porque la capilla contaba con una campana de oro, que cuando repicaba producía un fascinante sonido que se expandía a muchos kilómetros de distancia. A la Tlanchana le encantaba escucharla todos los días y consideraba a la campana como de su propiedad. Pero en una fatal ocasión, el malvado Diablo decidió robarse la campana. Cuando la tuvo en sus manos la escondió en una de las tantas cuevas que tiene el Cerro de Metepec.

Cuando supo del robo la Tlanchana, casi se volvió loca de la tristeza. Desde un montículo de tierra rodeado por agua, situado en el Barrio de San Miguel, la Sirena veía hacia la Capilla donde estuviera su adorada campana, y lloraba a moco tendido, y le cantaba las canciones más tristes que se sabía. Su llanto y su canto hubiesen podido conmover al ser más maligno, pero no al Diablo que disfrutaba con el sufrimiento de la pobre diosa.

La campana nunca fue devuelta por Satanás. Desde entonces, por las noches iluminadas por la luna , se puede ver a la Tlanchana sobre el montículo, se escucha su llanto y sus tristes canciones, y hasta hay quien afirma que se escuchan las estridentes carcajadas de don Diablo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La Sirena y el Sireno

Cuenta una leyenda otomí del Estado de México que cerca de San Miguel Ameyalco existían dos manantiales de hermosa agua cristalina. En uno de ellos vivía una bella Sirena; en el otro habitaba un Sireno. Ambos se querían mucho y pasaban la mayor parte del tiempo juntos, bien fuera en un manantial o en otro. No vivían juntos porque les gustaba tener privacidad. Pero un nefasto día la hermosa Sirena se murió por causas desconocidas y el Sireno se quedó solo  muy acongojado y triste sin su pareja y con ganas de tener una nueva.

La Sirena y el Sireno

 

En cierta ocasión una muchacha que estaba a punto de casarse, se fue a lavar las manos al manantial del Sireno, pues se había ensuciado con una fruta que comía por el campo mientras se paseaba para calmar los nervios que le producía su cercano enlace. Cuando metió las manos al agua vio una pequeña tinaja que contenía monedas de oro, collares, aretes, brazaletes, anillos y muchas joyas también de oro, acompañadas de bellos listones de todos los colores para adornarse el cabello.

Al ver esa maravilla de joyas y aderezos, la joven se inclinó más hacia el agua a fin de poder tomar la tinajita y llevársela, pues ya se imaginaba lo bella que se vería el día de su matrimonio con tan suntuosas joyas. Al tomar la tinaja, la joven desapareció en el agua y nunca se la volvió a ver. El Sireno se la había llevado para que fuera su  nueva pareja. Con el tiempo a la muchacha perdió las piernas le salió una cola, y pudo respirar dentro del agua sin morir, se volvió Sirena.

En el pueblo de San Juan Ameyalco nunca se volvió a ver a la muchacha. Su novio murió de pena, pero ella pudo lucir las deslumbrantes joyas con su marido el Sireno.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Cerro Coatepec tierra de dioses y leyendas

Por Ángel Trejo

Ixtapaluca, Estado de México.- Coatepec es un cerro que debe su nombre a una serpiente, pero no a cualquier serpiente sino a una que estaba "cubierta con plumas verdes", que muchos años atrás, en la época prehispánica, habitó en una cueva del cerro de Cuatlapanca (cabeza partida) y cuando se mudó a otra montaña dejó grabadas las huellas de sus pies y manos en las rocas de su antigua casa.

Estas señales, de tonalidad blanca, quedaron grabadas sin que se sepa aún con qué tipo de pintura (mineral o vegetal) fueron realizadas, ni en qué periodo se ejecutaron, dando margen a la especulación popular que las vincula también con otros tipos fantásticos o divinos, como el dios mesoamericano del viento Quetzalcóatl, venerado aquí desde hace más de mil años por su provisión del maíz al hombre.

De acuerdo con la leyenda contada por tlenamacas -sacerdotes chichimecas que se autosacrificaban pinchándose las orejas con puntas de obsidiana- la serpiente emplumada se alejó del Cuatlapanca dando "grandes voces, silbidos y aullidos de día y noche, poniendo grande espanto y admiración, transformándose después en un ídolo de piedra a manera de persona portando un bordón en la mano".

Adosada a este mito, de nítida vigencia en la población de Coatepec, supervive la creencia de que este "cerro de la culebra" –traducción del topónimo náhuatl- pudo ser el lugar del nacimiento del dios solar mexica Huitzilopochtli, el cual habría sido parido por Coatlicue entre las dos colinas del Cuatlapanca, el cual se habría partido en dos al nacer la terrible divinidad azteca.

Aunque fuera de la ruta codificada por los propios aztecas, que ubicaban el natalicio de Huitzilopochtli entre Tula y Huichapan, los coatepeños de Ixtapaluca se aferran a su propia versión apoyados en otro dato geológico: las dos cabezas fragmentadas del Cuatlapanca están dedicadas a Huitzilopochtli y a Tláloc (Tonaltepec), como los altares del Templo Mayor de Tenochtitlán.

En el cerro dedicado al dios Tláloc, la otra gran divinidad mesoamericana de especial arraigo en esta región –Coatepec está asentado en la faldas del monte Tláloc y a 10 kilómetros de Coatlinchán, lugar donde fue esculpido el monolito que se exhibe en el Museo Nacional de Antropología desde 1969- solía vivir un águila cazadora de serpientes, de la misma variedad de la que figura en el Escudo Nacional.

Estas coincidencias, la veteranía del pueblo (fue fundado en 1164 por huestes del rey Xólotl) y los recuerdos de la gente grande –"los abuelos de los abuelos"-, permiten colegir la existencia de un pasado de Coatepec muy cercano a la creación de los reinos tolteca, chichimeca, acolhua (Texcoco, al que perteneció) y a los aztecas, al que sus pobladores tributaron pulque y labores de cantería.

Entre las muchas otras leyendas aún recordadas por los coatepeños –la asociación civil Cerro y Culebra que encabezan los hermanos Alfredo y Víctor Mecalco- figura la de Apolonio Rivera alias El Tigre de Coatepec, un raro especímen de bandido popular que robaba, solo y sin banda, a los grandes hacendados porfirianos de la región.

"Fue famoso porque se agarró de encargo a los propietarios de las haciendas de Xoquiapan (Íñigo Noriega), del Olivar (Antonio Zamora), Acuautla y Coxtitlán), los asaltaba cada que quería y porque terminó su vida en una celda de la guarnición militar del Palacio Nacional, al que fue confinado por el propio general-presidente Díaz una vez que la rural logró agarrarlo".

"El gobierno federal tuvo la atención de avisar de su fallecimiento al municipio de Ixtapaluca, su cadáver fue rescatado del Palacio Nacional por el delegado municipal de Coatepec Mariano Miranda y Apolonio está sepultado en el panteón de Coatepec, donde todavía existe su lápida", comentó don Alfredo Mecalco.

Coatepec, camino de paso del Camino Real de México-Puebla-Veracruz, de conexión inmediata con Chalco y Texcoco, está a unos cuantos kilómetros de la Sierra Nevada formada por los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl y del legendario paso de Río Frío, donde una partida de asaltantes se hizo célebre en la primera mitad del siglo XIX. Este lugar está al pie de los montes Tláloc, Papayo e Iztaccíhuatl.

Los bandidos de Río Frío, se cuenta en Coatepec, se ocultaban en la Cañada de Tecalco, que une a esta población con el vallecito de Río Frío en un paisaje umbroso y misterioso por la abundancia de bosques. "En cuevas donde se ocultaban los ladrones suelen encontrarse ropas lujosas del siglo antepasado, monedas de oro y plata y restos de pesebres", dice don Alfredo, en referencia al reciente hallazgo de un lugareño de Coatepec.

Una de las leyendas más bellas del pueblo está vinculada a la patrona Virgen del Rosario: "Había una viejecita –cuenta Mecalco- que soñaba con una escultura de la Virgen y nunca había logrado que ningún cantero de la región (Ayotla, Chimalhuacán) la hiciera como ella deseaba verla. Pero ocurrió que un día se presentaron en su casa dos jóvenes escultores…".

"Eran de buen porte e incluso bellos, y como única condición para hacerle la escultura le pidieron una jícara de agua y dos velas. Pasaron dos días encerrados sin que nada le solicitaran para comer y beber. Intrigada, al tercer abrió el cuarto y se encontró con la imagen en piedra que ella siempre había soñado, pero no halló por ningún lado a los escultores".

"La gente de entonces y de ahora –comentó el dirigente de Cerro y Culebra- siempre ha creído que esos escultores eran dos ángeles".