Contenido:
- Anexión de Texas
- Intervención de Estados Unidos
- Retorno de Santa Anna
- Anexión de Nuevo México y California.
- Malestar de México
- Cambio de táctica norteamericana.
- Ocupación de la Ciudad de México.
- Tratado de Guadalupe Hidalgo
- Consecuencias de la Guerra
- Bibliografía
Introducción
Entre las amargas experiencias que México tuvo que padecer durante sus años de formación, tal vez la más dura fue la guerra con los Estados Unidos, entre los años de 1846 y 1848. Su derrota militar fue absoluta, padeció la primera ocupación de su capital y perdió aproximadamente la mitad de su territorio original. Sin embrago, esta experiencia dejó algunos resultados positivos, pues contribuyó a que los mexicanos maduraran su sentimiento de nacionalidad. Las causas de esta guerra han sido objeto de muchas especulaciones. Pero, sin duda, las raíces del conflicto se encuentran en el desarrollo diferente que tuvieron las sociedades mexicana y norteamericana, cuyas características hacia la mitad del siglo XIX hacían inevitable su encuentro y la derrota de la primera. Desde sus orígenes, el pueblo norteamericano se caracterizó por sus afanes expansionistas. La compra y la conquista se habían establecido como principios perfectamente legales para la adquisición de tierra; así, desde la fundación de las primeras colonias hasta el rompimiento de las hostilidades con México, su territorio se había extendido de una pequeña franja en la costa del Atlántico hasta los límites con Texas, Nuevo México y California.
Diversos elementos contribuyeron a crear este carácter; en primer lugar, su población estuvo integrada por las constantes oleadas de inmigrantes europeos – predominantemente anglosajones – deseosos de mejoramiento económico, y por consiguiente hambrientos de tierras. En segundo lugar, la realización de su anhelo tuvo que vencer problemas como los presentaba la naturaleza misma, las tribus indígenas y la existencia de otras colonias europeas, todo lo cual afirmó más su deseo de expansión. Para 1840 estos elementos habían determinado la sorprendente movilidad de la sociedad norteamericana. Pero también para estas fechas el problema entre el norte y el sur – que siempre existió en los Estados Unidos – se había agudizado. Por lo tanto, la política se había convertido en un juego de compromisos, y uno de ellos fue la guerra con México. En cada uno de los bandos había quienes se opusieron a la guerra, pero en fin de cuenta en todos existió el deseo de expansión. El norte ansiaba un puerto en la costa del Pacífico para comerciar con Asia; el su fortalecer su posición esclavista, y el oeste quería más tierra.
Además de todo estos, otra característica de los Estados Unidos en la década de 1840 fue un profundo nacionalismo y una gran fe en su sistema político. Estos elementos combinados propiciaron la aparición de la teoría del Destino manifiesto. El origen de esta teoría se remota al pensamiento puritano del siglo XVII, pero se empezó a caracterizar con tal nombre en 1845, cuando John O´Sullivan acuñó este término. En el Destino manifiesto se han incluido una amplia gama de conceptos; pero en aquellos años sé él interpretaba como la designación providencial para extender al área de la libertad, o bien como un derecho especial para poseer territorios de los cuales otros pueblos no sacaban provecho alguno. Todo esto, pensaban, era en última instancia en bien de la civilización y la humanidad. Estas ideas llegaron a la casi totalidad de los norteamericanos. Por su parte, México presentaba un panorama bastante diferente. Su sociedad era definitivamente tradicionalista y estática. Las prolongadas luchas, primero por la independencia y después por la organización política, habían conducido a la bancarrota, al pesimismo y a la inexistencia de un sentimiento de nacionalidad.
El territorio del norte estaba abandonado y todos los intentos para colonizarlo habían fracasado rotundamente. La escasez de población y la falta de dinamismo social impedían la movilidad de los mexicanos, a pesar de que eran conscientes de su riqueza potencial. Además, las relaciones diplomáticas entre México y los Estados unidos habían sufrido durante la primera década del siglo XIX un progresivo deterioro. Los principales problemas habían surgido en relación con la cuestión de límites y las constantes presiones del gobierno de los Estados Unidos para obligar a México a vender parte de su territorio. Hubo problemas también por la actitud de los diplomáticos, quienes, cuando no se involucraban en la política interior, hacían arrogantes declaraciones en contra de México.
Pero uno de los problemas más decisivos lo constituyó el de las declaraciones de ciudadanos norteamericanos por daños ocasionados en sus propiedades. Este problema se resolvió parcialmente en 1842, cuando, después de varias convenciones, México se comprometió a pagar las indemnizaciones correspondientes. Pero dada su mala situación económica, México no pudo cumplir con lo estipulado en tal tratado.
El rompimiento definitivo le vino a producir la anexión de Texas. La idea de anexar ese territorio a la Unión Americana era bastante antigua; sin embargo, hasta 1845 sólo se habían dado tímidos pasos en este sentido. Hacia 1844, la creciente influencia inglesa en la república de Texas a los Estados Unidos, en la cual tanto norteamericanos como texanos habían manifestado interés. Además, en este mismo año el candidato demócrata a la presidencia, James Knox Polk, basó su plataforma expansionista que favorecía a todas las secciones de los Estaco Unido; el cual, por supuesto, incluía la anexión de Texas y el territorio de Oregón. Después de fracasaren 1844, la anexión de Texas pudo lograrse mediante una trampa legal el 4 de marzo de 1845. El gobierno mexicano protestó de inmediato ante esta medida. México jamás había manifestado que la anexión de tal territorio a la Unión Americana sería considerada como un acto de hostilidad y una causa suficiente para la declaración de guerra. Al decretarse ésta, el ministro, pidió pasaportes, y México rompió las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.
La opinión pública mexicana empezó a exigir la declaración de guerra y la organización de una campaña para recuperar de inmediato a Texas. EL espíritu bélico de los intelectuales mexicanos se apoyaba principalmente en la idea de que la guerra sería el único medio de detener el expansionismo norteamericano. También se consideraba que la guerra era el medio más efectivo para despertar el sentimiento nacional, acabar con las luchas internas y acelerar las reformas que la sociedad y las instituciones necesitaban. Pero el gobierno de José Joaquín Herrera no compartía estas opiniones. Por ello, siguiendo el consejo de Inglaterra, estuvo dispuesto a reconocer la independencia de Texas sé ésta se comprometía a rechazar la anexión a los Estados Unidos. Texas confirmó sé incorporación el 4 de julio de 1845. A pesar de ello, Herrera dio un paso más en pro de un arreglo pacífico aceptando recibir a un comisionado norteamericano con poderes para llevar. El gobierno de los Estados Unidos envió a John Slidell con el carácter de ministro plenipotenciario, lo que implicaba la reanudación de relaciones entre ambos países, que en momento tan delicado no podía ser aceptada por el gobierno norteamericano insistían en exigir a México reconociera el río bravo como límite de Texas y presionar para que vendiera el territorio de California Herrera se negó a recibir a Slidell.
Mientras tanto se había gestado el movimiento de Mariano Paredes Arrillaga, que Acusó de traición al Presidente en el Plan de San Luis, y prometió declarar la guerra sin tardanza. Con parte del ejército que debió haber apoyado las líneas mexicanas en el norte, Paredes avanzando hacia la ciudad de México y tomó el poder. El nuevo presidente se percató de la debilidad del país y adoptó una política más conciliadora, similar a la de su predecesor. Pero tampoco recibió a Slidell, con lo cual toda posibilidad de arreglo desapareció definitivamente.
Intervención de Estados Unidos
La ocupación del noroeste de México se inició en enero de 1846, cuando el general en jefe de las fuerzas norteamericanas, Zachary Taylor, comenzó el avance desde la bahía de Corpus Christi hacia las riberas del río Bravo, después de recibir órdenes escritas de Polk desde el 15 de junio de 1845. Dos meses más tarde, Taylor se atrincheraba frente a la ciudad de Matamoros, donde los mexicanos habían iniciado los preparativos de defensa al mando del general Pedro Ampudia, que fue sustituido poco tiempo después por el general Mariano Arista. Este último había recibido órdenes de obligar a los ejércitos norteamericanos a retirarse a las márgenes del río de los Nueces.
Arista conminó a Taylor a retroceder, y ante su negativa el general mexicano cruzó el río Bravo para cortar la línea entre las fortificaciones en el Bravo y el Frontón de la Isabel.
El 25 de abril una compañía de caballería mexicana sostuvo una escaramuza con las fuerzas norteamericanas al mando del capitán Thorton, resultando vencedores los mexicanos. En Washington, el presidente Polk, ya impaciente, había empezado a preparar una declaración de guerra tomando como bases las indemnizaciones que México no había pagado hasta este momento y la negativa del gobierno mexicano a recibir a Slidell. Pero al ser informado de la escaramuza antes mencionada, la convirtió en el argumento principal de su mensaje enviado al Congreso para pedir la declaración de guerra.
En este mensaje afirmaba que «sangre norteamericana había sido derramada en territorio norteamericano». El Congreso, de inmediato y con una oposición mínima, aceptó la declaración de guerra el 13 de mayo de 1846. Para esta fecha las fuerzas mexicanas habían sufrido ya las dos primeras derrotas en el noroeste, en Palo Alto y La Resaca de Guerrero, los días 8 y 9 de mayo, respectivamente. El 18 de mayo, Taylor ocupaba la ciudad de Matamoros.
En el interior de la República mexicana se preparaban nuevos cambios políticos. Paredes Arrillaga había tenido desde el principio una fuerte oposición. Álvarez se había sublevado en el sur y Yáñez en Jalisco, pidiendo el restablecimiento de la Constitución de 1824 y el retorno de Santa Anna. Además, en la ciudad, las críticas a su administración se habían agudizado a causa de sus tendencias monarquistas y su dilatación en declarar la guerra. Finalmente, el 6 de julio el Congreso mexicano autorizó al gobierno a emplear los recursos del país «para repeler la agresión». A fines de este mismo mes, Paredes se puso al frente de las fuerzas que debían partir al norte. Pocos días después, el 4 de agosto, la guarnición de a Ciudad de México, al mando del general mariano Salas, desconoció el plan de Yáñez había lanzado en Guadalajara – El 14 de septiembre, Santa Anna entraba en la capital, y días más tarde se restablecía la Constitución de 1824.
Al tiempo que estos acontecimientos tenían lugar en la capital, el ejército mexicano sufría una nueva derrota en el norte. El general Ampudia, quien había sustituido a Arista después de su retira de Matamoros, recibió órdenes de resistir en Monterrey. Las hostilidades en este punto se iniciaron el 21 de septiembre se vieron en la necesidad de rendirse. Los términos de la rendición establecieron la suspención de hostilidades durante ocho semanas. Al recibir Polk las noticias de dicha capitulación, decidió suspender como general en jefe a Taylor, y dio este nombramiento al general Winfield Scott. Esta medida fue dictada por consideraciones de orden político, ya que con gloria de sus victorias en México Taylor se estaba convirtiendo en candidato a la presidencia. Taylor recibió órdenes de transferir parte de sus fuerzas a Scott, con lo cual su posición se debilitó, a pesar de que hacia febrero de 1847 las fuerzas del general Wool, que había atacado la parte oeste de Coahuila, sé le sumaron.
Por su parte, Santa Anna poco después de su regreso al país salió rumbo al norte para organizar un ejército, logrando el milagro gracias a su enorme fuerza carismática. No tenía dinero ni armas y sus soldados no estaban adiestrados para la guerra. Santa Anna estableció su cuartel general en San Luis Potosí. En febrero de 1847 ambos ejércitos empezaron su avance desde estos puntos y el día 22 se enfrentaron y liberaron la batalla de la Angostura.
Las fuerzas mexicanas, aunque debilitadas por la deserción, las enfermedades y las marchas forzadas, tomaron la ofensiva y estuvieron a punto de vencer; pero después de dos días de lucha, la falta de recursos obligó a Santa Anna a ordenar la retirada. El desierto y el hambre consumaron el desastre. Una gran cantidad de muertos quedaron a lo largo del camino. Al tiempo que se desarrollaba la ocupación del noroeste, los territorios de California y nuevo México eran declarados posesión de los Estados Unidos, con la única justificación posible: el derecho de conquista.
Anexión de Nuevo México y California.
El 5 de junio de 1846 los coroneles Stephen W. Kearny y Alexander Doniphan salieron del fuerte Leavenworth, en Missouri, con la comisión de ocupar Nuevo México. Hacia mediados de agosto las principales poblaciones, excepto Santa Fe, estaban en poder de los norteamericanos. Manuel Armijo, gobernador de Nuevo México, había recibido noticias de la ocupación norteamericana desde el 17 de junio, y con la ayuda de los gobiernos de Chihuahua y Durango había iniciado los preparativos para la defensa. Sin embargo, cuando las tropas de Kearny se acercaban a Santa Fe, Armijo, sin causa aparente, decidió retirarse, dejando el campo libre al enemigo. El 18 de agosto los norteamericanos ocuparon Santa Fe, y Nuevo México fue declarado parte de los Estados Unidos. Kearny organizó un gobierno provisional; el mando político quedó en manos de Charles Bent y el militar en las del coronel Sterling Price. El 25 de septiembre, Kearny salió de Santa Fe rumbo a California. Al parecer este territorio fue tomado sin dificultad alguna, pero a fines de 1846 Armijo y un grupo de mexicanos se rebelaron y pusieron en jaque, por un momento, a la autoridad de los Estados Unidos se impuso por la fuerza. El ejército al mando de Doniphan quedó a cargo de la ocupación de Chihuahua.
El general Heredia comandante general de este estado, y Angel Trías, gobernador del mismo, había organizado una fuerza militar para operar sobre Nuevo México.
Una parte de esta fuerza salió al encuentro de Doniphan y avanzó hasta El Paso del norte. Ambos ejércitos se enfrentaron el 25 de diciembre en el sitio llamado Temascalitos, donde las fuerzas mexicanas resultaron vencidas, siendo ocupada la plaza antes citada. Desde este lugar, Doniphan se aprestó para la ocupación de la Ciudad de Chihuahua, mientras Heredia y Trías redoblaban los esfuerzos para su defensa; pero todo resultó inútil, pues los mexicanos fueron nuevamente vencido el 28 de febrero de 1847 en la batalla de Sacramento.
La anexión del territorio de California era un antiguo proyecto, y desde hacía dos décadas llegaban ya los colonos. Uno de los acontecimientos que puso de manifiesto las intenciones norteamericanas al respecto fue la ocupación del puerto de Monterrey, en 1842, por el comodoro Thomas Jones, quienes a través de la lectura de un periódico atrasado creyeron que se había roto las hostilidades entre su país y México.
El gobierno norteamericano presentó sus excusas y así quedó el asunto. Pero en Octubre de 1845 el presidente Polk dio órdenes expresas al cónsul norteamericano en Monterrey, Thomas O. Larkin, de que habilitara a los medios necesarios para anexar pacíficamente California a los Estados Unidos. Poco tiempo después – en enero de 1846 -, John C. Freemont, al mando de una expedición «científica», pidió autorización para establecerse en las cercanías de Monterrey, que no sólo él fue denegado, sino que sé él ordenó que saliera del territorio mexicano. Freemont se dirigió entonces a Oregón, pero en el camino no recibió de manos de Archibald Gillespie noticias del gobierno de Washington. Dando marcha atrás se dirigió a la población de Sonoma, donde inició una revuelta con la colaboración de colonos norteamericanos. Como resultado fue proclamada la República del Oso, declarando su independencia de California el 4 de julio de 1846.
Pocos días después arribaron las noticias de la ruptura de hostilidades entre México y los Estado Unidos. Con esto, Freemont se movilizó hacia Monterrey con el fin de apoyar las maniobras de la escuadra norteamericana. El 7 de julio el comodoro John Drake Sloat tomó posesión de Monterrey y declaró a California territorio norteamericano. Dos días más tarde el capitán John B. Montgomery ocupó la bahía de San Francisco. Aproximadamente un mes después, el comodoro Robert F. Stockton, que sustituyó a Sloat en el mando de la escuadra norteamericana, junto con Freemont, ocupó la población californiana de Los Angeles. La defensa mexicana había sido hasta este momento casi nula por la carencia de recursos y por la división que existía entre las autoridades de la provincia. Pero en el mes de septiembre de 1846 los habitantes de Los Angeles se rebelaron y recuperaron la plaza, y progresivamente fueron ganando terreno en el sur de California. Son embargo, la suerte de este movimiento cambió de signo con la llegada de las fuerzas de Kearny en diciembre del mismo año. Después de las victorias norteamericanas de San Pascual, San Gabriel y la recuperación de Los Angeles el 10 de enero de 1847, California quedó definitivamente en manos de los Estados Unidos.
En el momento en que el norte de México era ocupado por los norteamericanos, en la capital de la República estallaba una nueva guerra civil, conocida como el movimiento de los polkos. A fines de 1846, Antonio López de Santa Anna y Valentín Gómez Farías habían sido nombrados presidente y vicepresidente, respectivamente. Como Santa Anna partió al norte para rechazar la invasión, Gómez Farías quedó al frente del gobierno. Ciertas inquietudes se dejaron sentir entre los habitantes de la Ciudad de México dada la fama de extremista de Gómez Farías, inquietudes que aumentaron cuando el vicepresidente empezó a dar pasos decisivos para la solución a la crisis económica. La situación era insostenible que podía ayudar al gobierno en el financiamiento de la guerra era la Iglesia; más aún, en su opinión ésta se hallaba definitivamente comprometida en ello, puesto que la nación la reconocía como oficial y única. El 11 de enero de 1847 el Congreso, tras un intenso debate, aprobó una ley que autorizaba al Ejecutivo a obtener quince millones de pesos mediante la hipoteca de algunas propiedades de la Iglesia. El 4 de febrero se libró otro decreto por el que se otorgaban al Ejecutivo facultades para reunir cinco millones de pesos mediante la venta directa de algunas propiedades eclesiásticas.
Los dos decretos constituyeron un rotundo fracaso. Casi todos los encargados de dar curso a los decretos se excusaron de hacerlo; los posibles compradores o prestamistas temían las correspondientes excomuniones y se negaron a proporcionar dinero. Peor la cosas no quedaron ahí, pues muchos ayuntamientos y gobiernos estatales pidieron la derogación de tales medidas y como Gómez Farías insistiera en llevarlas a cabo a toda costa, algunos cuerpos de las guardias nacionales de la Ciudad de México se levantaron en armas pidiendo no sólo la derogación de los dos decretos, sino también la renuncia inmediata del vicepresidente. La lucha duró aproximadamente un mes y terminó con la entrada de Santa Anna en la capital.
Cambio de táctica norteamericana.
Simultáneamente a estos acontecimientos dio comienzo la campaña de occidente. Los puertos mexicanos habían sido bloqueados por la escuadra al mando de comodoro Perry desde que la guerra había sido declarada oficialmente. Pero no fue hasta fines de 1846 que se tomó la ofensiva en este frente, atacándose los puertos de Alvarado, San Juan Bautista, en Tabasco y Tampico. Tampico fue ocupado el 15 de noviembre, después de que santa Anna ordenara su evacuación.
El cambio en las tácticas norteamericanas se inició formalmente el 18 de noviembre de 1846, cuando el presidente Polk nombró general en jefe a Winfield Scott, dándoles órdenes de tomar Veracruz y avanzar sobre la Ciudad de México por la ruta de Cortés. Las razones de este cambio en el mando y la estrategia norteamericanos se debieron a varias circunstancias. Por una parte, Polk temía la creciente popularidad de Taylor, que lo convertía en un rival político en las próximas elecciones. Por otra, la guerra se prolongaba demasiado y los mexicanos, pese a sus constantes derrotas, parecía cada día menos dispuesto a negociar un arreglo. En México la opinión predominante era que se había de obtener al mes una victoria antes de entrar en pláticas con los Estados Unidos, ya que de otra manera tales pláticas sólo conducirían a la sanción de las injusticias demandas y pretensiones del gobierno de Washington.
El 9 de marzo de 1847 Scott llegó a las playas de Veracruz e inició de inmediato los trabajos para sitiar la plaza, mientras la población, con mínimos recursos, se aprestaba para la defensa. El día 22 quedó establecido el sitio, que se prolongó por una semana. El capítulo el puerto. Al recibir Santa Anna las noticias de la caída de Veracruz, se puso de nuevo al frente del ejército el 2 de abril. En la presidencia quedó el general Pedro María Anaya. Por su parte el general Scott inició su avance rumbo al interior el 8 del mismo mes. Santa Anna decidió interpretar a los norteamericanos en un lugar cercano a Jalapa llamado Cerro Gordo, donde se libró una batalla el día 18. Debido a un error táctico, lo mexicanos fueron derrotados, pero más grave era que las fuerzas norteamericanas tenían ya el campo libre para ocupar Jalapa y el fuerte de San Carlos en Perote. Además, Scott ordenó al general Worth avanzar hasta puebla. Después de esta derrota, Santa Anna se dirigió a Orizaba, donde trató de reorganizar el ejército mexicano, y después partió hacia Puebla. Su reputación había recibido un fuerte golpe con el resultado de la última batalla, y por esta razón tanto las autoridades como la población de Puebla se manifestaron poco dispuestas a colaborar en la resistencia. Ante esta situación y luego de una escaramuza en Amozoc, Santa Anna decidió retirarse a la Ciudad de México, y Puebla fue ocupada el 15 de mayo. Entre mayo y agosto de 1847 las fuerzas norteamericanas no avanzaron más allá de Puebla a causa de tres problemas. El primero lo constituyó la falta del contingente necesario para continuar la ocupación; pues las guerrillas mexicanas que operaban entre Veracruz y Puebla obstaculizaban la concentración de las fuerzas en esta última ciudad. El segundo problema era la política norteamericana, ya que el congreso no parecía estar dispuesto a autorizar nuevas erogaciones y el reclutamiento de más hombres porque la guerra empezaba a ser popular en los Estados Unidos. El último problema derivó de la llegada de Nicholas Trist, comisionado norteamericano enviado para iniciar las conversaciones de paz. Trist, a pesar de haber establecido contacto con las autoridades mexicanas, no logró el éxito en su comisión porque los mexicanos no perdían las esperanzas y seguían tan tercos como al principio de la guerra.
En el momento en que arribaron las comunidades de Trist a la Ciudad de México se habían optado ya por la defensa. Para tal fin se concentraron todas las fuerzas disponibles del ejército regular y las guardias nacionales de la ciudad y de los lugares circunvecinos. Además se formó un cuerpo especial que reclutaba a los desertores norteamericanos de origen irlandés, y al que se denominó batallón de San Patricio. Asimismo se fortificaron las entradas principales de la ciudad, especialmente El Peñón, por donde se esperaba el principal ataque enemigo. El 7 de agosto Scott ordenó el avance hacia la Ciudad de México; una semana más tarde llegaba a sus inmediaciones. Después de reconocer el terreno, el general norteamericano decidió concentrar el ataque en la parte sur de la ciudad, lo que desorientó a los mexicanos, pues lo esperaban por el oriente. Santa Anna ordenó al general Gabriel Valencia, que se encontraba en la Villa de Guadalupe, que movilizara sus fuerzas hacia San Angel. Pero Valencia desobedeció las órdenes y se situó en Padierna (Contreras), donde fue atacado y derrotado el día 19. Al día siguiente los norteamericanos abrieron fuego sobre la garita de San Antonio Abad y simultáneamente avanzaron hasta el convento de Churubusco, donde lograron una victoria más.
A Raíz de estas dos últimas derrotas, las autoridades mexicanas convinieron en aceptar el armisticio ofrecido por Scott y en entablar negociaciones con el comisionado norteamericano. Estas se iniciaron el 27 de agosto y duraron hasta el 6 de septiembre, pero no se llegó a ningún resultado. Trist traía instrucciones de exigir el reconocimiento del río Bravo como límite de Texas, la venta de Nuevo México y ambas Californias y el derecho de tránsito por el istmo de Tehuantepec. A cambio, los Estados unidos pegarían las reclamaciones que algunos ciudadanos norteamericanos hacían al gobierno mexicano, no exigirían indemnización por gastos de guerra y pagarían a México treinta millones de pesos. Por su parte, los comisionados mexicanos recibieron la recomendación de ceder lo menos posible y trata como si México no hubiera sido derrotado.
Ocupación de la Ciudad de México.
El 6 de septiembre, después de intercambiar notas de acusación mutua de haber violado las bases del armisticio, los dos contendientes anunciaron la reanudación de las hostilidades. Dos días más tarde tenía lugar la batalla de Molino del Rey, en la que salieron victoriosos nuevamente los norteamericanos. De ahí se dirigieron a Chapultepec y las garitas de San Cosme y Belén, frentes que atacaron el 13 de septiembre. Este mismo día, por la noche, Santa Anna ordenó la retirada del ejército y la salida de los poderes rumbo a Querétaro. Al mismo tiempo, los miembros del ayuntamiento presentaban la capitulación de la ciudad al jefe del ejército enemigo. La ocupación se llevó a cabo al día siguiente, con una resistencia desesperada por parte de sus habitantes, que no se resignaban a verla ocupada. La lucha duró algunos días y obligó al general Scott a declarar la ciudad en estado de sitio. El 15 de septiembre por la noche ondeaba en el palacio Nacional la bandera de las barras y las estrellas. Después de su salida de la ciudad de México, Santa Anna renunció a las presidencias siendo sustituto por Manuel de la Peña, quien alternó el cargo con Pedro María Anaya que el tratado de paz fue ratificado. Santa Anna mantuvo por algún tiempo el mando del ejército dividido en dos secciones. Una quedó al mando del general Herrera y partió rumbo a Querétaro; la otra, bajo sus órdenes, trató de hostilizar las fuerzas norteamericanas de la capital y de Puebla, misión en la que experimentó un fracaso completo. Desanimado, Santa Anna se vio forzado a renunciar al mando del ejército y abandonó el país. A pesar de que México estaba definitivamente derrotado y no tenía ni ejército ni recursos, muchos mexicanos insistían en continuar la guerra. Mientras tanto, el ejército norteamericano ocupó casi sin resistencia salvo la presentada por las guerrillas, algunas poblaciones importantes. Además, por aquellos meses cobró ímpetu en los Estados Unidos la idea de anexar todo el territorio mexicano, e incluso algunos liberales mexicanos aplaudían tal posibilidad. Asimismo la población parecía irse acostumbrando a convivir con los invasores. Obrando en consecuencia, el gobierno establecido en la ciudad de Querétaro decidió, en enero 1848, aceptar la propuesta de reanudar las conversaciones formulada por el comisario norteamericano en octubre del año anterior.
Sin embargo, por aquellos días Nicholas Trist había desautorizado por su gobierno y se la había ordenado regresar a Washington, pues habiendo obtenido tan sonadas victorias, el presidente Polk deseaba aumentar las exigencias norteamericanas. No obstante, De la Peña comprometió a Trist a que cumpliera la propuesta empeñada, y éste, viendo el ánimo favorable a la paz, decidió permanecer y entablar las negociaciones. Estas se llevaron a cabo durante el mes de enero, y culminaron el 2 de febrero con el Tratado de Guadalupe Hidalgo. EN él se reconocía el río Bravo como límite meridional de Texas; México cedía a los Estados Unidos los territorios de Nuevo México y Alta California, y el gobierno de los Estado Unidos se comprometía a pagar las reclamaciones de sus ciudadanos contra el gobierno mexicano, ano exigir ninguna compensación por los gastos de guerra y a pagar quince millones de pesos por los territorios cedidos.
Polk recibió el tratado con disgusto, pero a causa de las elecciones decidió presentarlo enseguida al senado para su aprobación pese a que Trist había actuado sin legítima autoridad. El Senado de los Estados Unidos lo aprobó el 10 de marzo y el Congreso Mexicano el 24 de mayo. Cuatro días más tarde se llevó en Querétaro el canje de ratificaciones, y de inmediato se inició la evacuación del territorio mexicano. El 15 de junio los poderes federales volvían a la Ciudad de México, con lo que se daba fin a la más desastrosa guerra que México haya tenido en su historia.
Las causas de la derrota mexicana fueron diversas. En realidad, México contaba con un ejército ficticio: existía un cuadro de oficiales, pero se carecía de la tropa que aquellos habían de mandar. Para colmo, los oficiales se dejaron envolver por los partidarios políticos y permanecían en constante rivalidad. Además, el armamento era inadecuado y los recursos mínimos. Por otra parte, la población carecía de un verdadero sentimiento de nacionalidad y el pesimismo había minado los estratos sociales más consientes. Dadas estas condiciones, la guerra resultó en cierto modo benéfico a pesar de sus evidentes resultados negativos. Dejó la semilla de un nacionalismo más extendida, ayudó a la maduración de la política mexicana, que vio aparecer partidos políticos durante las décadas siguientes librarían la batalla final para dirimir el futuro político de la nación. La guerra dejó, pues, a México en una encrucijada, pero el país, después de la toma de conciencia, había de defender su soberanía con mayor seguridad.
Por su parte, los Estados Unidos salieron de la guerra convertida en una potencia continental. Su futuro progreso material fue en gran medida un resultado de ella, pero al consolidar sus afanes expansionistas se aceleró la lucha que desde años atrás se veía perfilado entre el norte y el sur. Así, a pesar de ser los victoriosos, se encontraron profundamente divididos y fueron víctimas de una guerra muy sangrienta. Vista con la perspectiva, se puede afirmar, contra la tradicional creencia mexicana, que la guerra fue esencial para el desarrollo de los países y que, a pesar del trauma de la derrota y de la pérdida de territorio, no dejó de haber resultados positivos para los mexicanos. Una nueva generación más consciente había vivido el desastre y se empeñaría en lograr una nueva actitud.
Enciclopedia «Historia de México», Primera edición, México D.F 1978, Editorial: Salvat Mexicana de editores, Tomo VIII, P.p. 1865 – 1890.
Iván Escalona M.