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Mitos Mexicanos

Mayahuel y el Sagrado Iztacoctli

Soy Mayahuel, La del Cerco de Maguey, deidad del metl, la embriaguez y diosa de la fertilidad. Mi cuerpo es azul y mi cara se adorna con manchas amarillas. Llevo en mis manos los atributos que me distinguen: la doble cuerda, el algodón, el malacate. A veces, me pongo una nariguera de jade para ser más bella. Desgraciadamente, cargo con un estigma de mala suerte, pues si alguna persona nace en un día relacionado conmigo, no tendrá buen destino y terminará mal. Mi abuela, una tzitzimitl dedicada a impedir la salida de Tonatiuh, el Sol, me crió y me enseñó la magia. Soy esposa del dios de la medicina Pantécatl, El Señor de la Raíz del Pulque, quien descubrió el peyote para beneplácito de los indios.

Yo, Mayahuel, fui destruida por los demonios celestiales tzitzimime, las estrellas  que desean destruir el mundo. Una nefasta noche, el dios Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, me convenció de bajar a la tierra para hacer el amor, convertidos en las ramas de un árbol. En las llanuras alrededor de la ciudad de Tula nos apareamos. Mi abuela se despertó, y al no encontrarme en la casa, llamó a sus amigas las tzitzimime para que la ayudasen a buscarme en la Tierra. Mi abuela me descubrió convertida en rama y ofuscada de sexo, entonces me despedazó y dejó mis restos a las estrellas malignas para que gozaran devorándome. Quetzalcóatl, sin haber sido dañado, recogió mis huesos y los enterró. En ese mismo sitio brotaron muchos magueyes, que sirvieron para fabricar el octli, el pulque ceremonial. A mí, diosa de la fecundidad, me corresponde la gloria de haber descubierto la manera de raspar y succionar el metl, el maguey, para obtener el sagrado líquido; así como a mi esposo Pantécatl se le reconoce el haber descubierto cierta raíz con la que se fermenta el aguamiel.

Mis cuatrocientos senos me permitieron amamantar a mis queridos hijos, los Centzon Totochtin, los Cuatrocientos Conejos, diosecillos del pulque y de la embriaguez, procreados con mi esposo Pantécatl. Mis hermosos hijos tenían grabada su efigie en la superficie de la Luna, hecho por el cual llevaban el rostro pintado de rojo y negro, como símbolo de la parte clara y la parte oscura de Miztli. Los emblemas de mis pequeños hijos fueron una olla de pulque, un capacete de plumas de garza, orejeras de papel, una insignia de plumas rojas de guacamaya, y un collar de cuentas; de sus caderas colgaban figuras de alacranes, y adornaban sus piernas cascabeles sujetos a una tira de piel de venado. En sus manos portaban un bastón con una punta de obsidiana.

Mis queridos hijos fueron los representantes de la muerte y el renacimiento de nuestra Madre Tierra; así pues, su fiesta se celebraba cuando se terminaba de efectuar la cosecha. Yo amé a todos mis hijos por igual, a pesar de que de entre ellos algunos destacaban más que otros. Ese fue el caso de Tezcatzóncatl, “el de la casa de los espejos en el tejado”, poseedor de un templo en Tenochtitlan; Yiauhtécatl, “morador de Yauhtlan”; Acolhoa, “el que tiene hombros”; Tlilhoa,”el que tiene tinta”; Izquitécatl, “morador de Izquitlan”; Toltécatl, “morador de Toltitlan”; Papaztac, “el enervado”; Tlaltecayohua, “tierra que cae”; y Ometochtli, “dos conejo”.

A instancias mías el iztacoctli devino sagrado. Mis súbditos, los mexicas, solamente podían consumirlo en ciertas fiestas y de manera restringida. Yo permitía que los ancianos lo bebieran todos los días, pues les proporcionaba fuerzas en su decrepitud. Pero si los jóvenes macehuales que asistían como alumnos al Tepochcalli se atrevían a emborracharse y a escandalizar, era mi deseo que se les diese de palos hasta matarlos, o se les aplicara garrote delante de otros mancebos, a fin de que su muerte sirviese de ejemplo. Pero si el joven borracho era de sangre noble, yo ordenaba que el castigo del garrote se le aplicara secretamente, en consideración a su rango. Aquellos que transgredían las normas establecidas eran sentenciados a muerte por los petlacalcos o jueces de la audiencia. Los castigos no solamente alcanzaban a los que llegaban a beber pulque movidos por la curiosidad, sino también a aquellos que se atrevían a hablar mal de él, o tan sólo a tener malos pensamientos, pues inmediatamente eran acreedores a las más terribles y espantosas desgracias, y si sucedía que algún borracho insultase al octli, los dioses-conejo, mis hijos, lo castigaban severamente.

A nosotros los dioses del pulque se nos dedicaban muchas fiestas; por ejemplo, en el signo ce-mázatl, de la segunda casa denominada ome-tochtli del Tonalpohualli, se llevaba a cabo la fiesta de mi hijo, el segundo dios del pulque, el famoso Izquitécatl. Este día colocaban su imagen en el templo, le ponían ofrendas de comida, danzaban para él y le tocaban música de flauta. En el centro del patio se colocaba una gran tinaja llena de pulque, la ometochtecómatl, de la cual podían beber los ancianos, las ancianas y los guerreros hasta hartarse, utilizando un popote para succionar el líquido. La razón de tan amplio permiso, se debía a que yo consideraba que estas personas eras susceptibles de morir en cualquier momento; los viejos por su edad y los soldados por lo arriesgado de su profesión. El primer aguamiel que se obtenía para elaborar el pulque de esta celebración a Izquitécatl, se me ofrecía como  primicia sagrada.

En cada festividad dedicada a los múltiples dioses del pulque había sacerdotes  encargados de vigilar que todo se realizase debidamente. Estaban bajo las órdenes del mexica-teohuatzin, gran patriarca de los sacerdotes, sumo pontífice de la religión. Entre los ministros del pulque estaba el ome-tochtli, encargado de la fiesta dedicada al dios homónimo, realizada en el mes Tepeihuitl, maestro de todos los cantores de los templos y jefe  del pachtécatl, personaje a cuyo cargo estaba el cuidar de los vasos en que bebían los cantores, y de mantenerlos siempre llenos de octli. El ome-tchtli colocaba los doscientos tres popotes, de los que sólo uno estaba agujerado. El cantor que acertaba a escogerlo, podía beber todo el pulque que quisiera.

Recuerdo al ometochtli tomiyauh el sacerdote encargado de preparar lo requerido para la celebración al dios Ome-Tochtli Tomiyauh efectuada en el mismo mes Tepeihuitl. El acaloa ometchtli preparaba la fiesta de Acolhoa Ome Tochtli, otro diosecito del vino; y el quatlapanqui ometochtli tenía a su cargo las fiestas dedicadas al  dios del mismo nombre. El tlilhoa ometochtli vigilaba la festividad de Tlilhoa del mes Tepeilhuitl, de la misma manera que el ometochtli nappatecuhtli y el ometochtli pantécatl servían el octli en la fiesta del mes Panquetzaliztli. Por su parte, el ometochtli papaztac preparaba el teoctli para las festividades Tezoztli y Atlcahualo, donde estaba permitido que bebiesen pulque los hombres, las mujeres, los niños y las niñas.

Yo, Mayahuel, la del Cerco de Maguey, otorgué a los mexicas diferentes clases de pulque. Les di el iztacoctli, pulque blanco, que ahora se conoce como aguamiel; el ayoctli, hecho con aguamiel reposada por varios días, empleado para la Fiesta de los Bateos. El pulque azul, matlaoctli, lo bebían los ancianos, los casados, y los señores principales en sus casas, después de terminado el sacrificio de los esclavos en la fiesta Panquetzaliztli del quinto mes. El pulque llamado texcalceuilo, lo tomaban los ancianos frente a la estatua de Milintoc, en su templo de Tlatelolco, durante la fiesta del mes Izcalli. El denominado uiztli era el pulque nuevo, y el teometl se ofrecía a los guerreros valientes y a los hombres sabios;  el teoctli, vino de los dioses, lo consumía el sacerdote ome tochtli durante sus oficios religiosos.

He aquí los dones que gracias a mi muerte deben agradecerme los antiguos mexicas y los actuales mexicanos, pues según sé aún se sigue bebiendo en los areitos y en la vida cotidiana, para desgracia de nuestro pueblo derrotado.

Sonia Iglesias y Cabrera

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