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El universo de los nahuas

Cuentan los abuelos de Chicontepec, Veracruz, que los dioses formaron al universo y a las personas en varias etapas. En la primera de ellas los hombres fueron hechos de barro. Se alimentaban de tierra y piedras. Pero un día llegaron unas fieras llamadas Tecuanimeh y destruyeron al mundo. Los dioses no desistieron y crearon a unos nuevos seres de papel. Se nutrían de la corteza de los árboles. Pero tampoco vivieron mucho y desaparecieron a causa de huracanes. Los dioses insistieron en su faena y decidieron crear a los hombres de madera que comían ojite y madera, pero también terminaron mal, pues murieron todos quemados. Los dioses no se daban por vencidos y dieron vida a hombres cuya carne era de tubérculos, los cuales también les servían como nutrimento. Como los tubérculos estaban cosidos, los hombres se comían unos a otros, los dioses decidieron castigarlos y desaparecerlos por medio de terribles inundaciones. Ompacatotiotzih, el dios máximo, ayudado por otras deidades, creo entonces  una pareja con los huesos de los antepasados, pasta de maíz y frijoles, la cual cobró vida gracias al sol, el viento, fuego, y el agua.
El dios quiso hacer la Tierra plana y cuadrada para que los tlamameh la sostuvieran en cada una de sus esquinas, asentados en el piso del Inframundo, donde había vivido la anterior camada de hombres. Estos cargadores hicieron un plano superior para que fuera el Cielo. A cada esquina correspondía un rumbo sagrado, determinado por el movimiento del Sol, las lluvias y la muerte. El Oriente, llamado Inesca Tonath, El Lugar donde sale el Sol, simbolizaba el color rojo; al Poniente, Ihuetzica Tonatih, El Lugar donde se oculta el Sol, correspondía el color amarillo; el Norte, Inesca Xopanatl, El Lugar donde surge la Lluvia, se representaba con el color blanco; y el Sur, Mihcaohtli, El Camino de los Muertos, era de color negro. A los lados del Cielo y de la Tierra, existen unas paredes que contienen a las aguas del mar, son las Faldas de la Tierra, las Tlalcueitl.
Desde entonces, el Cielo cuenta con siete capas cuadradas, llamadas Ehecapa, Lugar de los Vientos, donde viven el aire y los vientos buenos y los malos; sigue la capa Ahuechtla, donde se encuentra el rocío; la tercera corresponde a Mixtla, Donde moran las Nubes y el Granizo; después viene Citlalpa, el Lugar de las Estrellas; continúa la capa llamada Tekihuahtla, Donde se encuentran las Autoridades, los Tlamocuitlalhuianeh; sigue la capa denominada Teopanco, donde moran los santos católicos y las deidades prehispánicas como Ompacatotiotzih, Chicomaxóchitl, Macuilixóchitl, Tonatih, Meetztli, y Tlacotecólotl. Finalmente, se llega al límite del Cielo donde hay una valla: la Nepancailhuicac. Este último sitio es oscuro y sirve de tiradero a los dioses. En la parte superior de la Nepancailhuicac viven los colibríes que acompañan al Sol durante el mediodía.
Por su parte, el Mictlah, el Inframundo está formada por cinco capas. Da inicio la Tlaketzaltla, Lugar de Horcones, donde se encuentran los cargadores de la Tierra ya mencionados; en la siguiente capa viven el Monstruo de la Tierra y una tortuga donde están parados los cargadores; Tlalhuitzoctla, el siguiente escalón, alberga a losTlalhitzocmeh, los gusanos; en seguida, se sitúa la Tzitzimitla donde viven las tzitzimime y todos los fantasmas encargados de provocar sustos a los humanos. Sigua la capa llamada Mihcapantli, donde habitan Mikistli, el dios de los muertos, y Tlacatecólotl Tlahueliloc, el Hombre Búho Enojado. Así está conformado el universo de los nahuas.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El mundo de los tepehuas

Cuentan los abuelos tepehuas de los estados de Hidalgo y Puebla, que cada elemento de la naturaleza, incluido el hombre, está representado por un ser sobrenatural que, según su humor y circunstancia, puede beneficiar o dañar a las personas. Para que estos seres se mantengan contentos y satisfechos se les deben brindar ofrendas y realizar rituales en su honor. Así pues, todos los elementos de la naturaleza tienen un dueño: la tierra, las plantas, el agua, el aire, a los cuales se les representa en papel amate recortado, mismo que se emplea en muchos otros rituales, por ejemplo en los de la brujería, la fertilidad y con fines terapéuticos.

Los dueños habitan en los tres planos verticales del cosmos: el celeste, el terrenal y el infra terrenal. Una de las deidades más poderosas y fundamental en la cosmovisión de los tepehuas es el dios Wilcháan, el Sol, dueño de todo lo que existe y de los hombres, quien representa a Cristo. San José y la Virgen María, llamada Hachiuxtinin,  cuidan a Wilcháan. La Luna, Maljuyú, tiene la misma importancia que el Sol del cual es su opuesto. Simboliza el nacimiento y la muerte, dueña y protectora de las mujeres, a quien rige en su regla. La Luna decide sobre el crecimiento de las flores, las enfermedades y la muerte. Se cree que es la imagen del Diablo.
El arcoíris se encuentra estrechamente relacionado con la brujería, en él los brujos acuden para reposar y descansar sus atribuladas mentes. Nadie en su sano juicio debe señalar al arcoíris con un dedo, pues inmediatamente se les pudriría, o alguien puede morir asesinado. El hermoso arcoíris es el dueño de los manantiales y de los pozos, muchos creen que es una advocación de la Sirena.

A los Truenos, Papanin, los tepehuas se los representan como hombres viejos, vestidos con mangas de hule y bastones, al servicio de Jesucristo. Cuando colocan los bastones en la punta de sus pies, se producen los truenos y los relámpagos. Los Truenos habitan las nubes, desde ahí producen el granizo, buscan trozos de hielo que trituran y arrojan a la Tierra. Las Estrellas, las Staku, protegen a los hombres de las piedras, pues cuando se mueven es señal de que se convertirán en tigres y atacaran a las personas; es por ello que las Staku siempre están destruyendo a las piedras. El dueño del agua, Xalapának, es hijo de Sireno y Sirena. Xalapanák-Laka’un, el dueño de la Tierra, tiene sus servidores, sus peones, son los muertos que viven en el Laknin, el famoso Lugar de los Muertos donde reina Akmosnó, a quien se le rinde homenaje durante el Carnaval y se le ponen ofrendas porque hay que tenerlo contento. El lugar al que van los difuntos está determinado por la manera de morir y no por su conducta. Aquellos que murieron asesinados o a causa de un accidente, van al mencionado Laknin; los esposos casados por la iglesia acuden al Cielo, a Laktian, regido por Dios el encargado de darles alimento a las almas de los muertos; las mujeres muertas en trabajo de parto se van al Cielo a servir a los viejos de los truenos; las personas que mueren ahogadas se mantienen en las corrientes de los ríos y jalan a los incautos que pasan cerca; los brujos se van al Inframundo y los curanderos premiados por sus buenas acciones llegan al Cielo; los niños que no alcanzaron a ser bautizados se transforman en víboras, pero los muy pequeños son acogidos en el seno de la Virgen María. Las almas que acceden tanto al Cielo como al Inframundo siguen viviendo tal y como lo hacían en la Tierra; es decir, ejercen las misma funciones que en vida.

La Tierra, mujer muy fecunda, está formada, en su mayor parte por agua. En su parte interna existen túneles en donde vive el Viento, casi nunca aparece por la Tierra, pero cuando llega a hacerlo los remolinos que forma se llevan sin piedad a las personas. En la Tierra residen los muertos quienes tienen la capacidad de volverse malos aires para ocasionar las enfermedades de los pobres mortales, a más de producir muy malas cosechas. A la Tierra es necesario purificarla constantemente, pues los seres humanos la contaminan cuando la pisan y cuando hacen sus necesidades físicas sobre ella. La purificación consiste en dedicarle ofrendas. Los cerros, la milpa y el cementerio son lugares sagrados de la Tierra, se les debe rendir homenaje y ofrendas. Por eso, a la milpa se le brindan muchos ritos y ceremonias. En el cementerio, el lugar de los ancestros,  habitan los malos espíritus que toman las formas de aires y dañan sin piedad.

La Sirena es una bella mujer asociada con el agua, es la dueña de ella, de los peces, las lagunas y los manantiales. Le gusta atraer a los hombres para matarlos. Sirena Malinche es su hijo. A los dos, madre e hijo, se les festeja el 30 de abril de cada año.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Ixquic consigue el maíz y prueba su condición de nuera

Hunbatz y Hunchouén, los Gemelos Mono,  eran sabios, flautistas, escribanos, escultores, orfebres, escultores, y cerbataneros muy destacados. Aun cuando eran sobresalientes estaban llenos de envidia. Un día se encontraban junto a su madre, cuando llegó Ixquic, Sangre, la hija de Kuchuma Kik’ uno de los Señores de Xibalbá. La mujer, ya embarazada de Hunahpú e Ixbalanqué, se dirigió a la abuela y le dijo que era su nuera y, por tanto, su hija. La abuela se extrañó y le contestó airada que dónde se encontraban sus hijos Hunahpú e Ixbalanqué, pues les creía muertos a manos de los señores de Xibalbá, el Inframundo, pues colgaron su cabeza en un árbol, y que solo quedaban sus hermanos Humbatz y Hunchouén como parte del linaje. La nuera le contestó que llevaba en el vientre a los descendientes de Hun-Hunahpú y de Vucub Hunahpú. Los Gemelos Mono se enojaron al oír tales palabras. La abuela corrió a la joven acusándola de deshonesta y mentirosa. Pero enseguida la detuvo y le ordenó que fuese a traer un costal de maíz, ya que era su nuera. La joven obedeció y se dirigió a la milpa de los Gemelos Mono, pero como no sabía dónde se encontraba, le imploró al Chahal de la comida y a otros diosecillos, para que la guiaran. Dijo: -¡Ixtoh, Ixcanil, Ixcacau, ustedes las que cuecen el maíz; y tú Chahal, guardián de las comidas de Hunbatz y Hunchouén, ayúdenme! Tomó los cabellos del elote y los metió en el costal hasta llenarlo por completo. Los animales del campo la ayudaron a llevar el costal hasta la casa de la abuela, como si hubiera sido ella la que lo cargó. Al ver el costal, la abuela le preguntó que dónde había conseguido tanto maíz, que si había dejada a la milpa pelona. La vieja se fue corriendo a ver la milpa, y vio que la única planta que tenía estaba intacta y sin embargo se veían las huellas que había dejado el costal. Al regresar a la casa, le dijo a la nuera: -¡No me cabe la menor duda, eres mi verdadera nuera, de otra manera no habrías podido llenar todo un costal de maíz, donde no hay sino una sola planta!

Ixquic conocía la historia de Hun-Hunahpú, el dios que había sido transformado en Árbol de Jícara, y aunque su padre le tenía prohibido acercarse a él, ella fue hasta Pucbal-Chah y habló con la calavera de Hun-Hunahpú que colgaba del árbol. La calavera le escupió en la palma de la mano y quedó embarazada de los Gemelos Sagrados: Hunahpú e Ixbalanqué. Furioso, su padre ordenó que la mataran y le llevasen su corazón. Pero la joven clamó por su vida alegando que el fruto de su vientre era sagrado, los sacerdotes encargados de matarla se conmovieron y, después de mucho pensarlo, hirieron al árbol del que salió una savia roja que pusieron en una jícara. El árbol que se llamaba Árbol Rojo de Grana, desde entonces tomó el nombre de Árbol de la Sangre. Los sacerdotes le dijeron a Ixquic que se fuese, que presentarían a su padre la jícara con sangre como si fuese su corazón. Los Señores de Xibalbá se dieron por satisfechos al ver el recipiente sin sospechar que habían sido engañados por Ixquic. Mientras tanto, la joven huyó hasta llegar a la casa de la abuela, como hemos dicho.

Sonia Iglesias y Cabrera


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La danza sagrada del Yúmari

La creación del mundo rarámuri fue lograda en tres etapas. Para que el mundo llegara a ser caliente, luminoso y firme, y dejara de ser frío, húmedo e inestable, fue necesaria la intervención de Onorúame, el máximo dios, “el que es padre”, quien dio forma a los hombres, les insufló vida, y luego los mató por medio del calor y de las terribles aguas, por desobedientes y transgresores. Pero aunque el dios los castigaba cuando se pasaba de una etapa a otra de la creación, siempre les daba un regalo a fin de que se superaran. Así, les fue dando semillas, animales, música y danza, a más de enseñarles cómo era la forma correcta de venerarlo por medio de ceremonias y ritos. Onorúame también creó los niveles del universo: tres arriba (el Cielo regido por el poder de Onorúame), tres abajo (relacionado con el Cielo nocturno regido por el Diablo) y uno central, la Tierra, redonda como un tambor y rodeada de agua. En los cuatro extremos de la Tierra colocó los rumbos sagrados: el Oriente, relacionado con el Cielo y el movimiento ascendente; el Poniente, ligado al mundo inferior y al movimiento descendente; y el Sur y el Norte. El Cielo y la Tierra se comunican por medio de cuatro pilares que sostienen los tres pisos de arriba. Para comunicar a la Tierra con el mundo de abajo se entra por los manantiales y los arroyos. En el plano central los hombres de la cuarta etapa, la actual, tienen como deber hacia el dios el venerarlo con ofrendas y danzas. Si los hombres dejan de practicar los ritos y las danzas dedicadas a Onorúame, el Sol, enojado, se ocultaría y todo desaparecería retornando a los antiguos tiempos anteriores a la creación, cuando vivían los anayáhuari, es decir, los ancestros.

En la primera etapa, los hombres se comían entre ellos; razón por la cual Onorúame les dio los animales, para que se los comieran  y pudieran danzar libremente la danza del yúmari que fue la primera danza que conocieron para ofrecérsela al dios, junto con ofrendas de animales. La primera ofrenda consistió en la carne de una res, colocada en lo alto de un cerro, ofrecida hacia los cuatro rumbos sagrados. De no haber realizado dicha ofrenda  se hubiese producido un terrible eclipse; por eso se debe ofrendar y danzar yúmari, porque así el mundo adquiere fuerza y solidez que le impiden desaparecer. Así pues, la danza yúmari o awírachi, deviene indispensable en toda celebración y no puede dejar de bailarse en un espacio en donde se combina lo cuadrado y lo circular, orientado hacia el este-oeste, como los altares; es decir, la representación del cosmos. El dios Onorúame aparece simbolizado por una o varias cruces, vestidas con túnicas blancas y adornadas con collares, no olvidemos que para los tarahumaras la cruz representa el cuerpo humano. Bajo la cruz se coloca una cobija, sobre la cual se ponen los alimentos, los cuernos de la res sacrificada, hierbas medicinales, y las efigies católicas del la iglesia del pueblo.

La danza del yúmari comienza en la noche y termina hasta el amanecer. El personaje principal es el wikaráame, el cantor, iluminado por el dios Onorúame para poder realizar el rito; canta tocando una sonaja para acompañar a los danzantes. Los danzantes inician su baile agradeciendo al dios hacia los rumbos cósmicos y empiezan a ejecutar los pasos de la danza en recorrido lineal y circular. Por su parte, el wikaráame, camina hacia el altar para saludar al dios, mira hacia la cruz y toca la sonaja por tres veces, gira sobre sí mismo y a cada giro suena la sonaja dirigido hacia los rumbos sagrados: principia por el Este, por donde nace el Sol, el dios. Después de que los danzantes han bailado siguiendo la estricta trayectoria del Sol en un día, la danza termina con la despedida de Onorúame por medio de un sacudón de sonaja del cantor quien grita la palabra matéteraba, que significa gracias. La finalidad de la ejecución de la danza es pedir perdón al dios creador y propiciar su buena voluntad, para no perder su ayuda y amparo.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Tlazoltéotl, la Divina

Esta diosa de la lujuria, el deseo carnal, el adulterio, las pasiones y los amores ilícitos, lleva un nombre que significa “deidad de la inmundicia”. Pero tenía otros más: Ixcuina, porque eran cuatro hermanas: Tiacapan, Teicu, Tlaco, y Xucotzin, todas diosas de la carnalidad. También recibía el nombre de Tlaelquani, “comedora de cosas sucias”, pues a ella los humanos le confesaban sus pecados. Por ello, los mexicas pensaban que eliminaba los pecados del mundo al recibir tantas confesiones. A Tlazoltéotl le gustaba provocar las enfermedades venéreas y la locura, para luego curar tales enfermedades si llegaba el caso de desearlo. Por ende, la diosa enviaba las enfermedades causadas por el adulterio, las tlazolmiquiztli, palabra que significa “daño o muerte causados por amores”. Curaba a los hombres y a las mujeres, previa confesión y perdón, por medio de un baño ritual que indicaba a los tícitl, a los médicos.

Tlazoltéotl fue también la patrona de los recién nacidos, la diosa era la encargada de determinar el nombre que correspondía a cada recién nacido a través de sus sacerdotes, los tonalpuque, quienes lo averiguaban por medio de la hora y el día de nacimiento. Los tícitl la veneraban, pues ella les indicaba las medicinas y las hierbas había que darles a los enfermos. Para ser venerada Tlazoltéotl  contaba con un templo llamado Tocitlan, “el lugar de nuestra abuela”, cuidado y vigilado por sacerdotes especiales: los tonalpuque ya mencionados.

Esta temida y a la vez adorada diosa, gustaba de peinarse con torzales de algodón, aludiendo a los husos de tejer, actividad con la cual estaba estrechamente relacionada. Llevaba el torso desnudo y la boca adornada con chapopote, el cual simbolizaba las inmundicias que se tragaba durante las confesiones. Su falda era larga ceñida con una fajilla hecha con dos serpientes cuyas cabezas quedaban  al frente; la falda estaba decorada con lunas, aludiendo a su carácter de séptima figura de los Nueve Señores de la Noche. Llevaba una nariguera en forma de semicírculo. Cubriéndole la nuca portaba una piel de desollado y una calavera. A más, gustaba de pintarse el cuerpo. En algunos códices se la representa en la postura de dar a luz de las mujeres indígenas y, a veces, defecando, pues los excrementos simbolizaban los pecados de la lujuria.

Tlazoltéotl tenía como rumbo sagrado  al Occidente; su color fue el blanco, el color del rumbo de las mujeres, las diosas y de las Cihuateteo, las mujeres divinas que rondaban por el cielo del Oeste y las sombras del atardecer, aquellas que acompañaban al Sol desde el cénit hasta el Occidente, las que habían encontrado la muerte en el trabajo de parto.
A Tlazoltéotl se la empezó a venerar en la zona huasteca como diosa de la fertilidad. A esta diosa patrona del parto, se la celebraba en la fiesta del décimo primer mes llamado Ochpaniztli (21 de agosto-9 de septiembre), en su advocación como Toci, Nuestra Abuela, pues también fue una deidad de la tierra. Durante ocho días se bailaba al inicio del mes. Pasados los ocho días, aparecía una mujer con los ornamentos de la diosa Teteo Innan, acompañada de muchas médicas y parteras. Divididas en dos grupos, las mujeres entablaban una pelea en la que se apedreaban con bolas de pachtli, heno; con hojas de tuna, bolas de espadaña, y flores de cempasúchil. A la mujer adornada como diosa …hacíanla entender que la llevaban para que durmiese con ella algún gran señor; y llevábanla con gran silencio al cu donde había de morir. Subida arriba, tomábanla uno a cuestas, espaldas con espaldas, y de presto la cortaban la cabeza, y luego la desollaban y un mancebo robusto vestíase el pellejo. Nos dice Fray Bernardino de Sahagún. A su vez, el mocito era llevado al templo de Huitzilopochtli, donde debía sacarles el corazón a cuatro prisioneros.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Cihuacóatl, la Mujer Serpiente

Yo soy la Mujer Serpiente, la diosa del nacimiento, patrona de las parteras, los médicos y los sangradores, y de las mujeres que mueren en la niñez. Protejo a las mujeres que mueren en el trabajo de parto. No me conformo con un solo nombre, soy Quilaztli, Yaocíhuatl, Huitzinicuatec, y Tonatzin. No soy muy joven, tengo la edad de la sabiduría, pero soy bella y me pinto la cara de rojo y negro, adorno mi cabeza con una tiara de plumas de águila, y mi cabello se peina a la manera de cuernitos a los lados de la frente; mi cuerpo se cubre con una falda de caracolillos y un huipil rojo, aunque a veces mi atuendo es todo blanco cuando salgo a las calles de Tenochtitlan a bramar de noche. Llevo en la mano derecha un telar y en la izquierda un escudo. Supe que siglos después de este momento en que recuerdo los acontecimientos, un cronista español de los que acabaron con nuestra religión me describió de esta manera: Su pintura facial con labios abultados de hule, y mitad roja y mitad negra. Su corona de plumas de águila; sus orejeras de oro. Su camisa de encima con pintura de flores acuáticas, y la de abajo, de color blanco. Sus sonajas, sus sandalias, su escudo recubierto de plumas de águila, su palao de telar.  Descripción que se acerca bastante a la verdad.

No siempre soy buena, pues a veces llevo a los hombres la pobreza, el abatimiento, y los problemas cotidianos, qué le vamos a hacer! A las mujeres de los tianguis me les aparezco junto a sus puestos; llevo conmigo una cuna y la dejo junto a ellas y yo desaparezco. Las mujeres, curiosas, nunca dejan de mirar dentro de la cuna en donde encuentran un cuchillo de obsidiana con los que se efectúan los sacrificios humanos que tanto me gustan. Yo tuve un hijo llamado Mixcóatl a quien abandoné en una encrucijada, y por el cual aún lloro por la ciudad de Tenochtitlan, nunca lo encuentro siempre me topo con el sangriento cuchillo de pedernal que tanto asusta a las marchantas del tianguis.

Tengo como sacerdote nada menos que a Tlacaelel, “el que anima el espíritu”, gran guerrero consejero de tlatoanis. Él es el encargado de propiciar que mi celebración se lleve a cabo en el mes Huey Tecuilhuitl, La Gran Fiesta de los Señores, y de inmolar en mi honor una víctima cada semana, pues soy muy hambrienta. Los sacerdotes tienen la amabilidad de envolver un pedernal cada ocho días, para colocarlo dentro del coztli, la cuna, que las sacerdotisas portan en la espalda y que una de ellas se encarga de darla a la vendedora más rica para que cuide a mi hijo. Cuando la vendedora ve a mi hijo-pedernal, siempre lanza un grito de terror y exclama: -¡He visto a Cihuacóatl! Entonces, los sacerdotes saben que ha llegado el momento de ofrecerme el sacrificio máximo, mientras entonan el canto dedicado a mí que empieza, si mal no recuerdo: ¡El Águila, el Águila, Quilaztli,/ con sangre tiene cercado el rostro,/ adornada está de plumas!¡”Plumas de Águila” vino,/ vino a barrer los caminos!

Pero si un gran mérito tengo es el de haber ayudado a Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, a llevar los huesos que había recogido del cerro Tonacatépetl, Cerro de Nuestra Carne, convertido en hormiga negra, a Tamoanchan, donde los puse en una vasija y los revolví con la sangre del miembro viril del dios, para crear con la pasta formada a los nuevos hombres de maíz. Yo oí como los dioses dijeron: Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y aparezcan los que nos han de sustentar y nutrir.

Así pues, como puedes observar no soy del todo mala, sino como todos los dioses: buenos y malos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Chicomecóatl, la dadivosa

Chicomecóatl, Siete Serpiente, fue la diosa de la subsistencia, de los mantenimientos, de la vegetación y de la fertilidad. Gustaba de llevar una corona adornando se noble cabeza, en la mano derecha un recipiente, en la izquierda un escudo con una hermosa flor pintada. Llevaba cuéitl y huipil; sus delicados pies calzaban huaraches, todo en tono rojizo, al igual que los diseños que llevaba en la cara.

Se la podía llamar de diferentes formas: a veces Xilonen, la Peluda, joven madre del maíz tierno; otras, Centeocíhuatl, en esta advocación casada con el buen Tezcatlipoca; o bien, se la asociaba con Ilamatecuhtli, noble anciana, señora de la mazorca madura.

Como le gustaba ser adorada  y festejada, su fiesta era muy importante y se la llevaba a cabo en el cuarto mes Huey Tozoztli, “ayuno prolongado”, correspondiente a nuestro mes de septiembre. En dicha temporada, las casas se engalanaban con espadañas -planta de tallos altos y cilíndricos, también conocida como enea-, que se colocaban en las puertas de las casas. Las personas de mayores recursos económicos, agregaban a los adornos ramos llamados acxóyatl, o sea, varas de pino. Todos los altares se adornaban con plantas de maíz, y a los dioses de casas y templos se les colocaban ramos de los mencionados. Los jóvenes de los calpullis acudían al templo local de Chicomecóatl para simular peleas rituales en su honor, mientras que las muchachas, portando elotes del año anterior, iban en procesión hasta el templo de la diosa, para que fueran bendecidos. Los granos de esos elotes servían para ser sembrados y obtener buenas cosechas; algunas de tales mazorcas se colocaban en las trojes a fin de que nunca faltase el grano divino.

En el patio del templo de la diosa, los sacerdotes colocaban su imagen elaborada con una pasta hecha con semillas de tzoalli, en la que se mezclaba el amaranto con sangre humana, y le ofrecían las diversa variedades que existían de maíz, frijoles y la delicada chía. Asimismo, a la cautivadora Chicomecóatl se le sacrificaba una jovencita, la cual era decapitada y cuya sangre cubría a la imagen; se la desollaba y su piel vestía a uno de los sacerdotes que lanzaba, desde un templete, maíz y semillas de calabaza a los concurrentes. La joven destinada al sacrificio llevaba en la frente una pluma verde, símbolo del maíz sagrado, misma que al llegar la noche del día anterior a la ceremonia, le era cortada junto con la mata de negros cabellos que se ofrecían a la imagen de la diosa. La festividad transcurría y el canto a Chicomecóatl se dejaba oír, pleno de fervor y devoción: Siete Mazorcas, ya levántate,/ ¡despierta! Ah es Nuestra Madre!/ Tú nos dejarás huérfanos: Tú te vas ya a tu casa al Tlalocan/ Siete Mazorcas, ya levántate!…

El templo mayor de la diosa recibía el nombre de Chicomecóatl Iteopan, estaba resguardado por jovencitas que llevaban los brazos y las piernas cubiertos con plumas de maravillosos colores, y sus caras cubiertas con marmaja. En la espalda portaban siete elotes adornados con ulli y papel sagrado. La hermosa diosa vivía en el maravilloso Tlalocan, cuando no estaba apurada por los campos ayudando al que la milpa creciera y diera buenas matas de maíz.

 Sonia Iglesias y Cabrera

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Sabio Pez-Tierra burla a los Cuatrocientos

Un buen día Sabio Pez-Tierra, hijo de Principal Guacamaya, y al que le gustaba jugar con las montañas a las que había creado, se bañaba en un riachuelo cuando vio pasar a cuatrocientos jóvenes que arrastraban un árbol que querían para que sirviera de viga en su casa. Sabio Pez-Tierra se les acercó y les pregunto qué era lo que hacían. Los jóvenes le respondieron que arrastraban el árbol porque no podían levantarlo para ponérselo en los hombros.

Entonces Sabio Pez declaró que los ayudaría. Tomó el árbol, se lo puso en los hombros y lo llevó hasta la casa de los muchachos. Cuando llegaron le preguntaron a Sabio Pez-Tierra si tenía padre y madre, a lo que éste respondió que no. Los jóvenes le propusieron que se quedara para que al día siguiente les volviese a ayudar con otro árbol que necesitaban. Pero los hipócritas jóvenes se reunieron y decidieron matarlo, pues consideraban que no estaba bien que un hombre pudiese cargar él solo un árbol, que era pressunción.

Uno de ellos dijo: -¡Hagamos un hoyo, y le diremos que siga cavando en él para hacerlo más profundo, cuando se haya metido en el hoyo, aventaremos el árbol, no podrá salir y morirá! Así lo hicieron, Cuando el hoyo estuvo listo, llamaron a Sabio Pez-Tierra y le pidieron que siguiera cavando porque ellos ya no podían llegar tan profundo en la tierra. Empezó a cavar, a cada rato los cuatrocientos jóvenes le preguntaban si el hoyo ya era bastante profundo.

Sabio Pez-Tierra se dio cuenta de que lo querían matar y empezó a cavar otro hoyo suplementario. Los jóvenes le volvieron a preguntar: -¿Ya está profundo el hoyo? –¡Sí, respondió Sabio Pez-Tierra, pero todavía falta, yo los llamo cuando acabe! Como es de suponer no cavaba el hoyo donde le querían dejar, sino el que sería su salvación. Cuando terminó con su hoyo, les grito a los jóvenes para que fuesen a quitar la tierra sobrante, y se metió al socavón de salvamento.

Cuando los ladinos llegaron, llevaban el árbol y lo arrojaron al hoyo. Hablaban en secreto, susurrando su muerte segura y esperando oír los gritos de Sabio Pez-Tierra. Cuando pensaron que habían dado muerte al hombre, se creyeron libres y decidieron preparar la bebida fermentada ceremonial, beberla por tres días por la construcción de su casa, esperando a ver si las hormigas llegaban a llevarse la inmundicia al sentir el olor de cadáver. Mientras tanto, Sabio Pez-Tierra oía todo lo que los cuatrocientos jóvenes decían agazapado en su hoyo. Al segundo día, llegaron las hormigas y se metieron abajo del árbol, y se llevaron cabellos y uñas de Sabio Pez-Tierra.

Al verlos, los cuatrocientos jóvenes se regocijaron de la muerte del hombre, pensando que, efectivamente, Sabio Pez estaba bien muerto. Pero lo que no sabían era que Sabio Pez se había cortado los cabellos y las uñas para dárselos a las hormigas. Al tercer día, los malvados muchachos tomaron de su bebida fermentada y se emborracharon. Con la borrachera perdieron toda su Sabiduría.

Sabio Pez-Tierra aprovechó la ocasión y derribó su casa, los jóvenes fueron completamente destruidos. Nadie se salvó. Se dice que cuando resucitaron se convirtieron en una constelación llamada El Montón (Las Pléyades), pero nadie sabe si es verdad o no lo es. Sonia Iglesias y Cabrera

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Los verdaderos hombres

Cierto día, Tepeu y Gucumatz decidieron hacer a los verdaderos hombres, después de haber fracasado en sus intentos anteriores. Querían que los hombres existieran sobre la Tierra para ser adorados, nutridos y celebrados. Ellos dijeron: Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y que aparezcan los que nos han de sustentar, y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados; que aparezca el hombre, la humanidad, sobre la superficie de la tierra.

En la noche se reunieron y decidieron de qué debía estar hecha la carne de los humanos: Se juntaron, llegaron y celebraron consejo en la oscuridad y en la noche; luego buscaron y discutieron, y aquí reflexionaron y pensaron. De esta manera salieron a luz claramente sus decisiones y encontraron y descubrieron lo que debía entrar en la carne del hombre. Poco faltaba para que el sol, la luna y las estrellas aparecieran sobre los Creadores y Formadores. De un lugar llamado Paxil, de Cayalá, Yac, el Gato Montés; Utiú, el Coyote, Quel, La Cotorra; y Hoh, el Cuervo trajeron elotes blancos y amarillos.

Con parte de la masa de estas mazorcas, Ixmucané hizo nueve bebidas para dar vigor y músculos a los primeros cuatro hombres, y con otra parte formó su carne y su sangre. Ellos se llamaron: Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah, y Iqui-Balam. Estos fueron los primeros padres de los mayas creados por el Formador, los Progenitores, Tepeu y Gucumatz. Fueron hombres que hablaban, veían, andaban y asían las cosas. Era bella su figura de varón. Además, eran inteligentes y lograban ver el mundo que los rodeaba, aun cuando la distancia de las cosas fuese inmensa. Se trataba de hombres maravillosos, que no tardaron en darles las gracias al Creador y al Formador por haberles dado vida.

Y en seguida acabaron de ver cuánto había en el mundo. Luego dieron las gracias al Creador y al Formador: — ¡En verdad os damos gracias dos y tres veces! Hemos sido creados, se nos ha dado una boca y una cara, hablamos, oímos, pensamos y andamos; sentimos perfectamente y conocemos lo que está lejos y lo que está cerca. Vemos también lo grande y lo pequeño en el cielo y en la tierra. Os damos gracias, pues, por habernos creado, ¡oh Creador y Formador!, por habernos dado el ser, ¡oh abuela nuestra! ¡Oh nuestro abuelo!, dijeron dando las gracias por su creación y formación.

Leyenda mexicana - Coyote y la mujer cometa

Pero a los dioses no les agradó que estos seres fuesen tan perfectos, siendo que habían sido creados por ellos: Corazón de Cielo, Huracán, Chipi-Caculhá, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, Ixpiyacoc, Ixmucané, el Creador y el Formador; o sea, todas las divinidades creadoras. Entonces, Corazón de Cielo les echó vaho en los ojos, y los hombres solamente pudieron ver lo que estaba cerca de ellos. La sabiduría y los conocimientos de los hombres, padres de los maya-quichés, se destruyeron, ya no eran tan perfectos como los dioses.

Para que formaran pareja con los estos seres, los dioses crearon a Cahd-Paluna, Comihá, Tzununihá, y Caquixahá, todas hermosas mujeres que engendraron con sus esposos a las tribus grandes y a las pequeñas de los mayas. Los descendientes Tepeu, Olomán, Ahau, Cohah y Quenech se fueron hacia el Oriente y se multiplicaron. Balam-Quitzé fue el abuelo y el padre de las nueve casas de los Cavec; Balam.Acab lo fue de las nueve casas de los Nihaib; y Cahucutah formó las cuatro casas de Ahau-Quiché. Y así nacieron todos los grupos de indios mayas. Sonia Iglesias y Cabrera

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Mitos Mexicanos

Los primeros hombres mal hechos

Había una vez dos dioses que vivían en el silencio y la oscuridad. No existían la naturaleza, los animales ni los hombres. Solamente un inmenso mar en reposo, donde acostumbraban pasear Tepeu y Gucumatz. Vivían bajo plumas verdes y azules en el Cielo, junto a Corazón del Cielo, Huracán, El de una sola Pierna. Un día en que estaban platicando decidieron que se hacía necesario dar vida al hombre y a la naturaleza. Huracán aceptó y así lo dispuso, Huracán que es tres en uno: Caculhá-Huracán, Chipi-Caculhá y Raxá-Caculhá. Y bajo el conjuro de las palabras de Tepeu y Gucumatz, el mar se retiró, surgió la Tierra: las montañas, los valles. Luego, aparecieron las corrientes de agua, los arroyos. Una vez creada la Tierra, los dioses agradecieron a Corazón del Cielo y a Corazón de la Tierra. A continuación, aparecieron los animales del monte, los espíritus del bosque, de la montaña y de los bejucos, los pájaros, los venados, los tigres, las serpientes; a todos ellos les asignaron un lugar en la Tierra donde deberían vivir por siempre, y a cada uno les dieron habla a la manera de cada especie, para que alabaran a Corazón del Cielo y a Corazón de la Tierra. Pero los animales no hablaban como de los hombres, y por lo tanto no podían decir los nombres de los dioses, ni rezar ni venerarlos como era debido. De tal manera que la pareja creadora decidió que debían dar vida a otros seres que fueran obedientes y pudieran adorarlos. Pero como los dioses eran buenos decidieron darles a los animales otra oportunidad para que hablaran, pronunciaran sus nombres y los venerasen. Pero fue inútil, los animales siguieron sin hablar y solo emitían los sonidos propios de su especie: graznaban, croaban, gruñían, piaban. Ante tal incapacidad, los dioses dijeron a los animales que su destino sería ser cazados y comidos.

Cuando ya estaban cerca el amanecer y la aurora, los dioses pensaron que era el momento de crear unos seres que los sustentaran, los alimentaran, los alabaran y los veneraran. Entonces tomaron barro de la tierra y formaron la carne de los hombres; pero estaba tan blanda  que la cabeza se les iba de un lado para otro y, además, la vista la tenían nublada. Estos hombres podían hablar, pero no tenían razonamiento. Con el agua se desbarataron. Los dioses fueron a ver a los adivinos Ixpiyacoc e Ixmucané (por otros nombres Hunahpú-Vuch y Hunahpú-Utiú): la Abuela del Día, el Abuelo del Alba. En seguida, los dos dioses viejos echaron sus granos de maíz y de tzité para adivinar lo que se debía hacer para lograr crear a los seres destinados a venerar a los dioses. Después de llevar a cabo la ceremonia adivinatoria, los Abuelos dijeron que los hombres se deberían formarse de madera. Los dioses se pusieron manos a la obra y labraron muñecos de madera que eran la imagen de los hombres de la tierra y que contaban con la capacidad de hablar. Los muñecos se aparearon y tuvieron hijos; pero tenían un defecto: carecían de alma, no tenían entendimiento, caminaban a gatas, y no se acordaban de Corazón de Cielo al que, por supuesto, no veneraban. Carecían de sangre, sus manos y pies eran inconsistentes, su carne estaba amarilla, su cara enjuta.

Ante tal horror, los dioses destruyeron a estos primeros hombres mal hechos, Corazón del Cielo envió un terrible diluvio que dio fin a su existencia.

Tepeu y Gucumatz hicieron un nuevo hombre con tzité, y a la mujer le hicieron su carne con espadaña; pero no hablaban ni pensaban, por lo cual una resina llegó del Cielo,  Xecotcovach les vació los ojos, Camalotz les cortó la cabeza, Cotzbalam los devoró, el Tucumbalam les rompió los huesos y los nervios, y los molió, por no haber sabido venerar a Corazón de Cielo, a Huracán. En ese momento, una lluvia negra cayó en la Tierra. También llegaron los animales y los maltrataron y reclamaron a los hombres el mal trato que sufrieron y el servirles de alimentos, y llegaron los enseres domésticos y les rompieron las caras a los hombres por haberlos atormentado con el uso diario.

De esos hombres quedaron sus descendientes: los monos. Es por tal acontecer que los monos se parecen tanto a los hombres.

Sonia Iglesias y Cabrera