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Mitos Mexicanos

Los Primeros Dioses

(Mito de la Época Prehispánica)
Los mas antiguos mexicanos creían en un dios llamado Tonacatecuhtli, quien tuvo cuatro hijos con su mujer Tonacacihuatl. El mayor nació todo colorado y lo llamaron Tlantlauhqui. El segundo nació negro y lo llamaron Tezcatlipoca. El tercero fue Quetzalcóatl.

El mas pequeño nació sin carne, con los puros huesos, y así permaneció durante seis siglos. Como era zurdo lo llamaron Huitzilopochtli. Los mexicanos lo consideraron su dios principal por ser el dios de la guerra. Según nuestros antepasados, después de seiscientos años de su nacimiento, estos cuatro dioses se reunieron para determinar lo que debían hacer.

Acordaron crear el fuego y medio sol, pero como estaba incompleto no relumbraba mucho. Luego crearon a un hombre y a una mujer y los mandaron a labrar la tierra. A ella también le ordenaron hilar y tejer, y le dieron algunos granos de maíz para que con ellos pudiera adivinar y curar.

De este hombre y esta mujer nacieron los macehuales, que fueron la gente trabajadora del pueblo. Los dioses también hicieron los días y los repartieron en dieciocho meses de veinte días cada uno. De ese modo el año tenía trescientos sesenta días.

Después de los días formaron el infierno, los cielos y el agua. En el agua dieron vida a un caimán y de él hicieron la tierra. Entonces crearon al dios y a la diosa del agua, para que enviaran a la tierra las lluvias buenas y malas. Y así fue como dicen que los dioses hicieron la vida.

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Michoacán

Noche de Muertos en Michoacan

El 1 y 2 de Noviembre en México se celebra a los Muertos, primero los Niños o los Santos Inocentes, y el segundo día las campanas suenan para nuestros antepasados.

Cada región tiene su firma para ésta celebración Nacional, y el aire se llena de recuerdos y leyendas, que junto con los espíritus que vienen a visitarnos parece que se hiciera más denso. El ambiente otoñal, sopla su viento en las caras, como suave caricia, consoladora de todos los que aún vivimos, sobre las lágrimas ya secas por el tiempo. Así, llega ésta ocasión de preparar platillos especiales, esos que le gustaban a nuestros difuntos. Tiempo de comprar flores, dulces y velas para la ofrenda. Se va a misa, se reza para pedir por las almas que han partido.

En ésta noche, aquellos nos recuerdan, y de un más allá desconocido, regresan a visitarnos para así mantener los lazos de amor renovados aún después de su partida.

La va noche cayendo, los preparativos ya están listos, y mientras las sombras se alargan los fantasmas caminan levemente por todos los rincones de las ciudades y los poblados. Es momento de los recuerdos y de las leyendas como la que ahora les cuento:

La historia viene de una época remota, donde las memorias se han desvanecido tras el paso inexorable de los años… en ese entonces como ahora, el lago de Pátzcuaro impresionaba por su belleza, de aguas limpias como cristales fundidos en un mundo de sueños. Hoy, el lago ha envejecido sin perder su encanto, y en sus islas, especialmente en Janitzio, sus construcciones de blancas paredes y de teja roja sobresalen del verdor de las plantas y el reflejo de las aguas. En éste escenario, en noche de muertos, los fantasmas salen de las aguas, viejos espíritus guardianes de tesoros y de amores.

Se cuenta que llorosa se ve a una joven deambulando sin sentido por la zona, es la sombra de Mintzita, hija del Rey Tzintzicha, que busca caminando hacia el lago, que ya refleja la luna y las estrellas, a su príncipe amado, Itzihuapa, hijo de Taré, heredero de Janitzio.

Locamente enamorados, no pudieron desposarse por la inesperada llegada de los conquistadores españoles. El fiero Nuño de Guzmán había aprisionado al Rey, padre de Mintzita. La princesa quiso rescatarlo ofreciéndole al malvado, el fabuloso tesoro oculto bajo las aguas entre las islas de Janitzio y Pacanda.

Fue así como su amado fue llevado sobre las aguas para extraer el tan codiciado tesoro. Remaron hasta el punto exacto marcado por el reflejo de las constelaciones estelares, y mientras afanoso se empinaba, fue atrapado por veinte sombras de los remeros que lo escondieron bajo las aguas y fueron sumergidos con él.

Itzihuapa quedó convertido en el vigésimo primer guardián de tan fantástica riqueza, y Mintzita dejó éste mundo esperando a la orilla del lago. Pero, en ésta noche en que los muertos regresan, ella camina hacia el lago, buscando con ojos de lágrimas para consolarse ante la imagen de su amado que de las sombras del lago surge, subiendo la empinada cuesta de la isla. Así los dos príncipes espectros Mintzita e Itzihuapa, se musitan palabras cariñosas mientras se miran a la luz de las llamas inciertas de los cirios. Se ocultan de las miradas indiscretas mientras las estrellas fulguran y el lago gime como un alma en pena

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Morelia

La Mano Negra

(Leyenda de Morelia)
En una de esas noches de invierno en que llovizna y hace frío, en que rodean los niños la cazuela de los buñuelos comiendo anticipadamente de los que se quiebran, en que solo se están quietos si la abuela de cabeza blanca y ojos amorosos les cuenta algo de aparecidos, oí lo que a mi vez refiero.


El padre Marosho de cuyo nombre no puedo acordarme, era una celebridad en la basta provincia de agustinos de Michoacán, distinguiéndose principalmente por sus virtudes y después por ser pintor excelente que cubrió de cuadros de indiscutible mérito artístico todos los conventos de la provincia; por ser orador consumado, que con sus sermones llenos de elocuencia y de unción conmoví profundamente al; auditorio por distraído que éste fuese; por ser teólogo y canonista como pocos de gran memoria y aguda inteligencia. Por todo lo cual era uno de los primeros que asistían a los capítulos de su provincia.


Por entonces había capítulo en el convento de San Agustín de Valladolid y los padres capitulares habían venido de las más remotas regiones de la provincia, y entre ellos el padre Marocho que residía de ordinario en el convento de Salamanca.


La sala capitular estaba a la derecha del claustro románico situado junto a la iglesia bizantina. Una ancha puerta de medio punto abierta a la mitad del salón daba acceso a él. Casi frente a la puerta de entrada se erguía una tribuna tallada en nogal negro. En los cuatro tableros de enfrente en forma de medallones se habían esculpido a los cuatro evangelistas. En el respaldo que remataba en un tornavoz figurando una concha, estaba esculpida en el centro la imagen de san Agustín.

Tanto en el pie como en los barrotes que encuadraban los tableros, había esa rica flora retorcida y gallarda que los maestros carpinteros de los pasados siglos desarrollaban en sus obras, haciendo gala de una imaginación tan fecunda como bella, y de una habilidad nunca igualada ni mucho menos superada para manejar los instrumentos de tallar y esculpir en madera. En armonía con la cátedra o tribuna y a lo largo de los muros en dos galerías alta y baja se desarrollaba una doble sillería de asientos giratorios labrada también en nogal negro. Cada silla era un prodigio de talla, teniendo en el respaldo esculpida la imagen de un santo de la orden. En uno de los testeros se levantaba sobre una plataforma el trono del provincial y en el otro había una preciosa mesa cuyas patas eran garras de león, sobre la cual destacaba un crucifijo de cobre dorado a fuego, en medio de dos candeleros con sus cirios y un atril de plata cincelada para los santos evangelios.

De la bóveda de cañón pendían tres arañas de cobre dorado a fuego cuajadas de ceras que iluminaban el salón con una luz tenue y dorada. Sobre los muros colocados a iguales distancias había colgados retratos de personajes prominentes, religiosos de la provincia de Michoacán, como era el del apóstol de la Tierra Caliente, de fray Diego Basalenque, de fray Alonso de la Vera Cruz sentado en su cátedra dando clase a varios discípulos, entre ellos al inteligente y aprovechado joven don Antonio Huitzimengari de Mendoza hijo del ultimo emperador de Michoacán, Caltzonzin.


Siempre el padre Marocho, por su antigüedad en la orden y por los cargos que en la misma desempeñaba, tenía el segundo lugar después del provincial en el capítulo y se sentaba en el primer sitial a su derecha.


No había discusión en que no tomase parte ya suministrando datos históricos, ya recordando cánones, y citando autoridades filosóficas y teológicas, ya discurriendo de modo que sus palabras eran escuchadas con verdadera sumisión y sus sentencias eran decisivas, influyendo grandemente en los resultados del capítulo, en donde se decidían cuestiones de capital importancia para la provincia y para la orden. Por tanto a pesar de que en lo general el padre Marocho tenía una vasta erudición, sin embargo, mientras duraba el capítulo, estudiaba en su celda o en la biblioteca del convento hasta las altas horas de la noche.


La biblioteca próxima a la sala capitular y en comunicación con ella, era también un gran salón abovedado circuido de una estantería de oloroso cedro que contenía cerca de diez mil volúmenes sobre todos los amos del saber humano de entonces aparte de los nunca bien ponderados manuscritos relativos a las misiones e historias de los michoacanos. En el centro mesas de roble sobre las cuales había atriles y recados de escribir, tinteros de talavera de Puebla y plumas de ave.


Allí estaba una noche el padre Marocho. El silencio mas profundo reinaba en aquel recinto donde el hombre del presente entabla pláticas con los hombres del pasado; en donde el genio se comunica con el genio; se borra la noción del tiempo penetrando en las puras regiones del espíritu, echa a un lado la materia; en donde las pasiones callan y se doblegan ante la razón, su reina y señora.

De repente el padre Marocho, según lo cuentan papeles viejos de aquella época de duendes y aparecidos, notó un ruido extraño a su lado, vuelve el rostro y ve que una mano negra cuyo brazo se perdía en las tinieblas, tomando entre sus dedos la llama de la vela, la apagó, quedando humeante la pavera. Con la mayor tranquilidad y presencia de ánimo dijo al diablejo: -Encienda usted la vela, caballero.


En aquel momento se oyó el golpe del eslabón sobre el pedernal para encender la yesca. Ardió la pajuela exhalando el penetrante olor del azufre y se vio de nuevo que la mano negra encendía la vela de esperma.

-Ahora para evitar travesuras peores, con una mano me tiene usted en alto la vela para seguir leyendo y con la otra me hace sombra a guisa de velador, a fin de que no me lastime la luz.


Así pasó. Y era de ver aquel cuadro. El sabio de cabeza encanecida por los años, los estudios y las vigilias, inclinado sobre su infolio de pergamino. A su lado dos manos negras cuyos brazos eran invisibles, una deteniendo la vela de esperma amarilla y la otra velando la flama. La luz apacible reflejándose sobre el busto del padre Marocho le dibujaba en el ambiente con ese claro- obscuro intenso de los cuadros de Rembrandt, que tanto estiman los artistas.


Vino la madrugada con sus alegrías. Aunque tenues, pero llegaban hasta aquel retiro, los cantos de las aves que saludaban a la rosada aurora desde las ramas de los fresnos del cementerio. Por los ojos de buey de la biblioteca comenzaban a penetrar dudosamente los primeros rayos de Sol. Entonces como ya no era necesaria la luz de la vela, exclamó el padre Marocho: -Pues bueno. Apague usted la vela y retírese si necesito de nuevo sus servicios, yo le llamaré.


Entre tanto que el padre bostezaba, restregándose los ojos, se oyó un ruido sordo de alas que hendían el aire frío y húmedo del nuevo día.


No tardó en concluir el capítulo, quedando arregladas todas las cuestiones que hubo para convocarlo. Con todo, el padre Marocho se quedó en el convento a descansar por algunos días más. Vivía en una celda que termina en un ambulatorio que va de oriente a poniente iluminado en el centro por una cúpula con su linternilla. La celda era la última del poniente a mano izquierda con su ventana para la huerta del convento. Desde allí, como en un observatorio, contemplaba aquel artista un espléndido panorama.

Las desiguales azoteas de las casas de aquel barrio, la loma de Santa María y el cerro azul de las Animas, sirviendo de fondo al paisaje. Como en estos días pasaba el Sol por el paralelo de Valladolid, al ponerse su disco rojo antes de ocultarse tras las montañas se asomaba curioso en el cañón aquel, tiñendo de rojo, los suelos, los muros, las bóvedas, los marcos de las puertas de las celdas, las imágenes de piedra colocadas en sus hornacinas, produciendo unos tonos nacarinos y unas transparencias admirables.

El padre Marocho quiso pintar aquellos juegos de luz, aquellos muros envejecidos tiñéndose de arrebol y mientras el Sol no pasó del paralelo se sentaba frente a su caballete con su paleta en la mano izquierda y su pincel en la derecha y cuando menos acordaba, aquella mano negra le presentaba los colores y los pinceles que necesitaba para manchar su tela. Un noche, víspera de su partida del convento al ir el padre Marocho a recogerse, vio en cierto lugar de la celda la misma mano negra que apuntaba fijamente. El no hizo caso, porque ni tenía ni podía tener hambre de tesoros. Cerró sus ojos y se durmió.


Después de muchos, muchísimos años, un pobre, habitando la misma celda y de un modo quizás casual, o más bien sabiendo esta leyenda que había visto en los papeles viejos del convento cuando era novicio de la orden de San Agustín; se halló un tesoro en el mismo lugar apuntado por la mano negra.

 

Como me lo contaron te lo cuento.

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Michoacán

Eréndira Leyenda de los Tarascos, Michoacán

Hubo en algún tiempo, un lugar donde el aire que se respiraba era limpio y donde se mirara se encontraba uno con hermosos paisajes, y aquéllos que vinieron al comienzo de los tiempos se maravillaron con aquel lugar y vivieron ahí desde el comienzo de los tiempos e hicieron su ciudad junto a un gran lago. Otras culturas llamaron a este lugar Michoacán , que significa "tierra de pescadores" y a sus habitantes michoacanos.

        
Y vivieron ahí por largas generaciones, los michoacanos vivían en comunión con su entorno y desarrollaron su cultura, engrandeciendo su país, construyendo día a día su ideología.

       
El tiempo pasó, vinieron monarcas buenos y monarcas malos, guerras, hambres y tiempos de opulencia, y llegaron noticias con los mensajeros de la Tenochtitlán de como unos invasores venidos de tierras más lejanas de donde el cielo y la tierra se hacen uno, se hablaba del terror de ver al imperio más grande resquebrajarse frente a sus ojos, como el ejército inigualableera vencido y la sangre de una de las culturas más grandes estaba vertida sobre las ruinas que fueran la gran Tenochtitlán.

      
Los jóvenes michoacanos estaban dispuestos a luchar sin tregua a defender su suelo, el país que les pertenecía, en donde los hombres eran libres y las águilas volaban, más de que servía un ejército resuelto a morir por su patria si el rey temblaba frente al enemigo.
 
Tzimtzicha era considerado un monarca débil y cobarde, por esto la confusión reinaba en el país ¿Repetiría Tzimtzicha el error del débil Moctezuma y se rendiría frente a los invasores? o ¿Seguiría el ejemplo de Cuauhtémoc y los combatiría?
 
Hernán Cortés había oído hablar de las riquezas que había en Michoacán y mandó a sus mensajeros a hablar con el monarca michoacano, persuadiéndolo a rendirse y reconocer al rey de Castilla.
 
Tras realizar la misión que les fuera encargada los mensajeros regresaron con la respuesta de Tzimtzicha , quien ofrecía su amistad y obediencia a Hernán Cortés, y un cargamento de presentes para este, a cambio de un enorme perro lebrel   propiedad de un español llamado Francisco Montaño.
 
En Michoacán se sentía en el ambiente la desolación, la duda se reflejaba en todos los rostros, en los jóvenes ardía el patriotismo, y los viejos estaban resignados pues sabían que un rey como Tzimtzicha sin ambiciones los llevaría a un final catastrófico como el de los mexicanos.
 
Pero en medio de la confusión hubo una mujer que se alzó por su coraje que guardaba dentro de sí un amargo odio hacia los españoles, esta era la hija de Timas, el principal consejero del rey.

"y la llamaron Eréndira, que significa risueña, pues su constante sonrisa imprimía un sello de malicia y burla".
 
Muchos guerreros codiciaban a esa hermosa virgen morena, más ninguno conseguía de ella más que una sarcástica sonrisa, uno entre ellos, Nanuma, el jefe de todos los ejércitos estaba enamorado de ella, y la amaba con el amor más puro, no sólo porque fuera bella, sino por la gran inteligencia e ingenio de ésta.
 
Pero Eréndira no amaba a nadie y esto era debido a que tenía un amor más grande que cualquier otro, amaba los llanos, amaba las montañas de su Michoacán, amaba su aire y su cielo, sus lagos y sus campos, Nanuma le hablaba de amores:
 
-Dime, ¿Por qué no comprendes que soy quien más te ama en el mundo?-

-Porque no quiero tener un dueño.- respondía la doncella con su sonrisa irónica.

-Oh¡ siempre desdeñosa, siempre con esa eterna sonrisa altiva en los labios.- Contestaba Nanuma.
 
Más ¿cómo podía pertenecerle a alguien más de lo que le pertenecía al viento y a los árboles ?, ¿ para qué jurarle a alguien una amor eterno si ya le había jurado a su patria defenderla?, ¿cómo entonces podía olvidarse de esa tierra que tanto amaba ?
 
Días después un acontecimiento hizo al pueblo olvidarse de las dudas, aunque según el pidecuario; ritual de los sacerdotes tarascos, no había ninguna fiesta por esas fechas; se celebraría un acto solemne a Xaratanga , vengativa e inexorable diosa de la luna, en el gran templo.
 
Llegó entonces la hora que los tarascos llaman Inchantiro, la hora en que el sol desaparece debajo del horizonte, y la luna se levantó como un gran disco hasta llegar a su lugar debido y entonces se presentó en todo su esplendor. Mientras, las quiringuas dejaban oír su melancólico canto.
 
La gente se apiñaba en silencio, cuando el rey y su comitiva hicieron su entrada y tomaron asiento, un sacerdote entró en el santuario.
 
Un grito jamás oído antes desgarró el silencio de la noche, llenando los corazones de todos los presentes de terror, los discordantes alaridos resonaban intermitentemente. El sacerdote volvió a salir y le seguían cuatro guerreros que llevaban atada a una bestia que jamás se había visto en aquel país, que infundía pánico con sus endemoniados ojos y de cuyas fauces salía aquella voz tan aterradora que hiciera a la muchedumbre temblar.
 
La fiera luchaba por liberarse, en sus ojos asomaba la ira y su hocico vertía espuma, cuando la luna se ostentaba ya arriba del horizonte cesaron los ladridos y pusiéronle los sacerdotes en la piedra de los sacrificios; el sacerdote pálido sacó su cuchillo labrado de obsidiana y jade, lo hundió en el pecho de la bestia y rápidamente sacó su corazón.
 
Eréndira se volvió hacia Nanuma y le dijo:
 
-¡Hoy es la bestia y mañana serán los españoles los que mueran así! entonces yo seré tu esposa.-
 
Nanuma difícilmente podía creer lo que había escuchado.
 
Eréndira se encargó de infundir valor a las princesas y a los capitanes del ejército burlándose de los españoles, sembraba en cada persona que la escuchaba el patriotismo que ardía en su ser. En una ocasión que pudo hablar con Nanuma le dijo:
 
– Tú eres el que derrotará al ejército de los invasores, y cuando regreses victorioso, yo seré tu recompensa.-

-¿Y si fallo?- preguntó el guerrero.

– Iré a llorar sobre tu sepulcro y sembraré en tu yácata las más hermosas flores de nuestros campos.-

Esta idea hizo temblar a Nanuma .

– No te preocupes entonces que yo lucharé hasta morir.-

– No nos rendiremos, porque somos más grandes y fuertes, ¿No nos han protegido los dioses siempre? ¿No vencimos con ingenio las dos veces que los mexicanos quisieron conquistar este país? ¿No es verdad acaso que Curicaueri al principio de los  tiempos hizo al hombre de barro, más éste se desbarató al entrar al agua, no lo reconstruyó entonces de ceniza pero queriendo que tuviera más consistencia, no formó a nuestros hombres de metal? ¿No son tus guerreros de metal, Nanuma?  ¿No se convertirán en mujercitas al enfrentar a los invasores? No tengas piedad entonces Nanuma cuando estés allá en el  campo de batalla, pues sé que eres tú el más valiente de los guerreros y llevarás a nuestro ejército a triunfar sobre losinvasores y resguardar la grandeza de nuestro imperio.
 
Una mañana marcharon las tropas del ejercito michoacano por as calles de Tzintzúntzan, a la vista de Tzimtzicha quien estaba inquieto por el resultado de la guerra que aquel ejército estaba a punto de iniciar. Hernán Cortés  envió a su ejército a encontrarlos comandado por su más valiente capitán Cristóbal de Olid.

La guerra se desencadenó en la ciudad de Taximora que había sido tomada por el ejército tarasco, quienes caían valientemente frente al hierro del enemigo. Aquellos que no se sacrificaban en la lucha desigual quedaron mudos de espanto al oír los disparos de los españoles y emprendieron una vergonzosa fuga para lograr su salvación.
 
Nanuma y otros nobles fueron los mensajeros de la vergonzosa derrota. Eréndira decepcionada se volvió sin evitar que dos lágrimas se derramaran sobre sus mejillas.
 
En vano quiso Nanuma hablar con Eréndira,
 
– Dime entonces ¿Qué debía hacer? –

– ¡Morir!, los españoles te ensañarán pronto el oficio de los hombres que no saben morir por su patria.-
 
Timas habló entonces a los hombres que lo rodeaban, y aquellos que estaban decididos a defender su patria hasta la muerte,  juraron hacerlo y armándose de hondas y flechas fueron al templo, a las mujeres y a los niños se les ordenó huir a los montes, mientras tanto ellos esperaban la venida de los invasores.

Cristóbal de Olid y su ejército entraron a la ciudad, mientras de un millar de hombres comandados por Timas esperaban en el templo, Tzimtzicha se había rendido ya ante Olid cuando el grito de guerra se oyó en toda la ciudad.
 
Heroicamente lucharon Timas y los defensores del templo, más el enemigo era por varios miles más numeroso. Cristóbal de Olid envió al combate a todas sus huestes que barrieron con todo lo que quedaba de los purépechas, algunos lograron escapar huyendo hacia el monte.
 
El ejército de Cristóbal de Olid revisaba los cuerpos buscando los cadáveres de los españoles.
 
El manto de la oscuridad se fue disipando hasta la llegada de la luz, que dejaba ver la ruina.
 
El suelo estaba tapizado de muertos en su mayoría de purépechas, junto con mexicanos y tlaxcaltecas que venían con los  españoles y los cadáveres de estos últimos ; había llegado el ocaso de una de las culturas más grandes de América , tras la muerte valiente de los michoacanos.
 
Quizás en algún futuro, los descendientes de aquellos valientes hombres conocerían la razón por la que perdieron la vida por un pedazo de tierra donde vivían libres, quizás sabrían de la grandeza de Michoacán.

 

"La leyenda de Eréndira, que más que leyenda, es una ficcionalización de la tradición oral en torno a la conquista del estado de Michoacán en México. Mi fuente bibliográfica fue la "Relación de usos, costumbres y gobierno de los tarascos (purépechas)" escrita por fray Jerónimo de Alcalá de 1538 a 1541 al entonces virrey de la Nueva España Antonio de Mendoza."

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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Coatlicue

Es la madre de todos los dioses del panteón azteca, una de las principales deidades que trajo ese pueblo al inmigrar al Valle de México. Es una forma de la diosa de la tierra, madre de Huitzilopochtli el dios del sol y de la guerra. Las representaciones de Coatlicue muestran la parte mortífera de esa diosa porque la tierra, aparte de madre bondadosa de cuyo seno nace todo lo vegetal, es el monstruo insaciable que devora todo loque vive, eso sin contar con que también los cuerpos celestes desaparecen tras ella.

Sin embargo, la imagen colosal de Coatlicue, originaria de La Casa Negra (su templo en Tenochtitlan) no la representa solamente en su calidad de diosa de la muerte, sino como una figura sin cabeza, con lo que se expresa que la diosa de la tierra era al mismo tiempo diosa de la luna; en muchos mitos se cuenta que ésta
entabla una lucha a muerte con el sol. También en la leyenda el dios Huitzilopochtli decapita a su hermana enemiga que representa la luna.

Coatlicue, en náhuatl La de la Falda de Serpientes, tuvo un hijo más aguerrido en lo que se representa como un amanecer. Cuenta la leyenda que era una viuda piadosa que un día que barría el templo y que bola de brillantes plumas que caída del cielo la fecundó.
Sus hijos e hijas, decidieron matarla en atroz arrebato de ira, pero Huitzilopochtli, dios de la guerra, que nació en el momento preciso y completamente armado lo primero que hizo fue matar a sus hermanos y hermanas, hoy la luna y las estrellas.

La representación más importante de la Coatlicue es la que se observa en el Museo Nacional de Antropología de México: tiene pies y manos en forma de garras, una falda de serpientes entrelazadas y el pecho cubierto por cráneos, manos y corazones humanos. La cabeza de la diosa está sustituida por dos cabezas de serpientes encontradas, que simulan dos chorros de sangre que brotan de su cuello cortado.

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Mitos Mexicanos

Huida de Quetzalcoatl

(Fragmentos)
214. Quetzalcoatl se fue de allí a Tenayuca y duró allí por algún tiempo. 

215. De ahí se fue a Culhuacan donde duró también largo tiempo, mas no lo saben tampoco cuanto. 

216. De ahí pasó a las montañas y se fue a Cuauhquecholan y aderezó un templo y un altar para sí y era adorado, por dios, y no había más que él, y allí duró 290 años y dejó allí un señor llamado Matlalxochitl. 

217. Y se fue a Cholula, donde duró 160 años y le hicieron un templo en gran manera magnífico, del cual aún hay gran parte, pues estaba bien construido y bello, el cual los gigantes habían hecho, como diremos después. 

218. De allí se fue a Cempoala ciudad principal en la mar del norte donde primeramente llegó el Marqués don Hernando Cortés, cuando él entró en este país, mas al presente está todo demolido, como los españoles han hecho con muchas otras. 

219. En esta ciudad permaneció 260 años y hasta este lugar le persiguió Tezcatlipuca. 

220. Y viéndose tan perseguido de este Tezcatlipuca se fue a un desierto y tiró un flechazo a un árbol y se metió en la hendidura de la flecha y así murió. 

221. Y sus servidores le tomaron y quemaron y de allí quedó la costumbre de quemar los cuerpos muertos. 

222. Del humo que salió de su cuerpo dicen haber sido hecha una gran estrella que se llama Héspero. 

223. Este Quetzalcoatl no tuvo jamás mujer ni hijos. 

224. Otros dicen que cuando él debía morir se fue a un lugar… (termina el Ms.). 
 

– De Teogonía e Historia de los Mexicanos, ed. de Angel Mª Garibay. Porrúa, México 1979.

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Mitos Mexicanos

Venida de Tezcatlipuca

(fragmentos)
203. Quetzalcoatl vivía muy a su gusto en Tula, siendo adorado por dios, pero como la verdad no se puede largo tiempo ocultar, sucedió que llegó a Tula un otro dios, del cual hemos hablado aquí antes, Tezcatlipuca. 

204. El cual, en llegando, de envidia que tenía a Quetzalcoatl, tentó hacer mal al pueblo de Tula, para que adorara a él y asimismo a Quetzalcoatl. 

205. Entró a Tula como un pobre y tomaba diversas figuras y espantaba a los de Tula y a Quetzalcoatl, el cual aunque fuera demonio tanto como el, siempre hay demonios los unos más grandes que los otros, pues están hechos de ángeles y los ángeles hay unos más grandes que los otros. 

206. Un día, pues, fue Tezcatlipoca al templo de Quetzalcoatl. Había una efigie de Quetzalcoatl y un espejo que los indios estimaban mucho, pues según Quetzalcoatl les había hecho creer, por medio de este espejo siempre había de haber lluvias y si se la pidieran por este espejo, el se las daría. 

207. Entrando, pues, Tezcatlipuca al templo encontró los guardias dormidos y se fue derecho al altar y robó el espejo y lo escondió debajo del palacio en donde dormían los guardias, lo que hecho se marchó. 

208. Habiendo despertado los guardias, como buscaran el espejo, estaban muy diligentes buscándolo, pero Tezcatlipuca encontró a una vieja en su camino y le dijo: 

209. Vete al palacio y di a esos guardias que lo que buscan está debajo de su palacio y serás bienquista de ellos. Lo hizo la vieja. 

210. En tanto Tezcatlipuca se mudaba en diversas figuras de animales y monstruos buscando de atemorizar a las gentes. 

211. Se hizo también cortar los cabellos, lo que los indios jamás habían visto. 

212. Y se fue al templo de Quetzalcoatl y destruyó su figura, y arrojándola por tierra y tomando diversas figuras, burló a sus servidores y a todos los de Tula. 

213. Cuando ellos veían esto se iban saliendo de la ciudad y Quetzalcoatl al verlo tuvo miedo y huyó también con algunos de sus servidores con lo cual Tezcatlipuca quedó bien contento. 

 

– De Teogonía e Historia de los Mexicanos, ed. de Angel Mª Garibay. Porrúa, México 1979. 

 

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Mito Hazañas de Quetzalcoatl

(fragmentos)
192. Habiéndose ido ellos, salió de la roca con un arco y flechas y tiró a un animalejo y lo mató echándoselo a la espalda, lo llevó ante su padre, y llegó antes que sus hermanos, los cuales al venir, quedaron maravillados de verlo. 

193. Pensaron matarle otra vez y así lo subieron a un árbol diciéndole que tirara a los pájaros, y estando él sobre el árbol, le comenzaron a tirar flechas, mas como discreto se dejó caer en tierra fingiendo estar muerto. 

194. Lo cual vieron sus hermanos y se fueron a su casa y habiendo partido sus hermanos, se levantó y mató un conejo, y lo llevó a su padre, antes que sus hermanos llegaran. 

195. El padre que sospechaba lo que sus hermanos querían hacerle, le preguntó dónde estaban sus hermanos, y él respondió que ya venían, y se partió de con su padre a otra casa. 

196. Entretanto, sus hermanos vinieron y les preguntó su padre por su hermano y ellos, respondieron que ya venía. 

197. Entonces les reprendió porque querían matarlo, de lo cual ellos quedando enojados, se propusieron matar a su padre y así lo hicieron llevándolo a una montaña. 

198. Después de haberlo matado, volvieron a buscar a Quetzalcoatl y le hicieron creer que su padre se había cambiado en roca, persuadiéndole juntamente a que sacrificara y ofreciera alguna cosa a esta roca, como leones, tigres, águilas, animalejos, mariposas, pues no podría él encontrar estas bestias. 

199. Y como no quiso obedecer él, lo quisieron matar, mas escapó de entre ellos y se subió a un árbol, o lo que es más verosímil, sobre la misma roca y a flechazos los mató a todos. 

200. Hecho esto, sus vasallos que le querían mucho, le vinieron a buscar con honores y tomaron las cabezas de sus hermanos y vaciándoles los cráneos de ellos hicieron copas para beber. 

201. Y se partieron en seguida de allí y se vinieron a la tierra de México y permanecieron unos días en un pueblo llamado Tulancingo, y de ahí se fue a Tula, donde no se sabe que entonces se hicieran sacrificios y por eso como él llevó el uso de los sacrificios, fue tenido por dios. 

202. Él les enseñó muchas cosas buenas, templos para él y otras cosas muchas y duró 160 años por dios de este país.

 

– De Teogonía e Historia de los Mexicanos, ed. de Angel Mª Garibay. Porrúa, México 1979. 

 

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Mitos Cortos

Origen de Quetzalcoatl

(fragmentos)
184. En las historias de este pueblo salvaje se cuenta que había un dios llamado Camaxtli, que tomó por mujer una diosa, llamada Chimalma, la que de él tuvo hijos, entre los cuales había uno de nombre Quetzalcoatl. 

188. Este nació en Michatlauhco, y fue entregado a sus abuelos para que lo crearan, pues su madre había muerto al darlo a luz. 

189. Después de haber sido creado, fue enviado cerca de su padre, mas porque era muy amado por su padre, lo envidiaban sus hermanos, tanto que se propusieron matarlo. 

190. Y para hacerlo, lo enviaron con engaños a una gran peña llamada Tlachinoltepec que quiere decir "peña donde se hace arder", y lo dejaron allí y se bajaron y miraron el fuego alrededor de la peña. 

191. Pero Quetzalcoatl se metió en un agujero que había en la roca y sus hermanos se fueron, pensando haberlo quemado.

 

– De Teogonía e Historia de los Mexicanos, ed. de Angel Mª Garibay. Porrúa, México 1979. 

 

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Mitos Mexicanos

Origen de Quetzalcoatl

(fragmentos)
184. En las historias de este pueblo salvaje se cuenta que había un dios llamado Camaxtli, que tomó por mujer una diosa, llamada Chimalma, la que de él tuvo hijos, entre los cuales había uno de nombre Quetzalcoatl. 

188. Este nació en Michatlauhco, y fue entregado a sus abuelos para que lo crearan, pues su madre había muerto al darlo a luz. 

189. Después de haber sido creado, fue enviado cerca de su padre, mas porque era muy amado por su padre, lo envidiaban sus hermanos, tanto que se propusieron matarlo. 

190. Y para hacerlo, lo enviaron con engaños a una gran peña llamada Tlachinoltepec que quiere decir "peña donde se hace arder", y lo dejaron allí y se bajaron y miraron el fuego alrededor de la peña. 

191. Pero Quetzalcoatl se metió en un agujero que había en la roca y sus hermanos se fueron, pensando haberlo quemado.

 

– De Teogonía e Historia de los Mexicanos, ed. de Angel Mª Garibay. Porrúa, México 1979.