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El jalón de pies

Huetamo, municipio del estado de Michoacán, tiene como cabecera a la ciudad de Huetamo de Núñez. Se trata de un poblado de Tierra Caliente que cuenta con 41,937 habitantes. Su cultura popular es muy rica y en ella sobresalen sus leyendas. La que a continuación relataremos tiene como protagonista a Esteban, un jovencito de quince años muy bueno y bien parecido.

Este joven vivía con su madre y sus hermanos en Huetamo, cuando una noche que se encontraba plácidamente dormido en su cama notó que le jalaban los pies y las piernas. Sintió mucho miedo porque no vio a nadie cerca de su cama, pero no le dijo nada a nadie de lo ocurrido.

A la siguiente noche, Estaban volvió a sentir que le jalaban los pies, pero tampoco dijo nada a nadie. Sin embargo, como el hecho se producía todas las noches, decidió contárselo a sus hermanos, quienes acordaron que lo mejor sería que Estaban se cambiase de cuarto. Así lo hizo, pero todo continuó igual y siguió sintiendo que le jalaban los pies. Entonces, el muchacho ya desesperado, decidió contárselo a su mamá, a fin de que lo llevara a la iglesia para pedirle consejo al sacerdote. Pero su mamá no quiso llevarlo pues no era católica, sino practicante de la magia negra. Esteban obedeció a su madre y no fue a la iglesia.La iglesia de Huetamo.

Pasaron los años y el chico seguía sintiendo que le jalaban los pies. En esas estaba cuando su mamá pasó a mejor vida. Entonces, Esteban se apresuró a ir a la iglesia del pueblo para hablar con el cura. Cuando le contó lo que le pasaba, el clérigo le dijo que no se asustara, que la próxima vez que sintiera los jalones preguntara por qué le jalaban los pies.

A la noche, cuando sintió el jalón, el joven dijo: – ¿Qué es lo que deseas de mí? ¿Por qué me jalas los pies? Entonces el ente le respondió que le diera un pañuelo rojo y que al día siguiente donde encontrara el pañuelo tirado debía escarbar porque ahí se encontraba mucho dinero, y que si lo sacaba sería suyo.

Al siguiente día, Esteban buscó el pañuelo por el terrero alrededor de su casa. Cuando lo encontró se puso a cavar como loco, hasta que encontró el famoso dinero. Se puso muy contento y quería disfrutar al máximo de esa riqueza, pero no pudo. Tantos años de tener miedo porque le jalaban los pies había minado su salud y se encontraba muy enfermó.

A los pocos días, Esteban murió sin que pudiera disfrutar del dinero encontrado. Sus hermanos se hicieron ricos y fueron ellos los que disfrutaron de una vida desahogada, y siempre le agradecieron a Esteban lo que les había dejado y al ser sobrenatural el haberle jalado los pies a su hermano, a pesar de que le costó la vida.

Como dice el dicho: “Nadie sabe para quién trabaja”

Sonia Iglesias y Cabrera

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El tesoro de la Catedral de Morelia

Cuenta una leyenda que, en la antigua ciudad de Morelia llamada Valladolid, en un declive de la loma de Santa María se encontraba la entrada a un túnel que cruzaba la ciudad y estaba cerrado por varias grandes piedras. Nadie construía en esos terrenos, ya que pertenecían al ayuntamiento. Los vecinos de las zonas aledañas afirmaban que de ese túnel salían gritos de pavor.

Tiempo atrás. Un grupo de ladrones había decidido robar las riquezas que sabían que se encontraban en un cuarto especial de la Catedral de Morelia. Las riquezas no eran pocas, pues en esa estancia se guardaba mucho dinero y joyas que el obispo conseguía por limosnas o donativos que las familias pudientes de estado le obsequiaban a la iglesia.

Los ladrones habían decidido introducirse a esa habitación entrando por el túnel de Santa María que sabían que llegaba hasta la Catedral. Se introdujeron y al llegar al sitio indicado empezaron a cavar el suelo de la recámara de los tesoros.

Tres veces los ladrones pudieron robar sin que nadie se diera cuenta de que faltaban cosas del tesoro. Sin embargo, un día el obispo tuvo necesidad de una pieza que formaba parte del tesoro y la mando pedir. Al no encontrarla el criado encargado de llevarla, dio aviso, y una serie de monjes y sacerdotes se dio a la tarea de cotejar el inventario con los objetos existentes. Inmediatamente se dieron cuenta de que faltaban bastantes cosas que debían estar ahí.La bella catedral de Morelia

Todo el mundo se enteró de los robos que calculaban habían tenido lugar por tres años. Las autoridades investigaron, pero nunca pudieron atrapar a nadie ni se explicaban como había podido introducirse el ladrón o los ladrones del tesoro. Les llamaron los “robos misteriosos”

Pero a pesar de que los ladrones supieron que los religiosos ya se habían dado cuenta de los hurtos y se les seguían buscando, decidieron repetir sus hazañas y volver a entrar a la habitación del tesoro. Por dos veces más se llevaron dinero y un cofre lleno de monedas de oro. Las personas de la ciudad estaban asustadas y hasta llegaron a pensar que los robos se debían al Diablo.

Una noche, uno de los religiosos entró a la habitación y se encontró con tres hombres que estaban metiendo oro en una bolsa. Cuando les vio el cura dio aviso y todos los religiosos de la catedral, más los criados que se les unieron se introdujeron en el túnel por el que habían escapado los ladrones para perseguirlos y atraparlos. Todos corrían por los túneles cuando de repente un temblor ocasionó que se derrumbara y los religiosos quedaran atrapados. Al tratar de sacarlos, los soldados se dieron cuenta de que pasada la zona del derrumbe el túnel se dividía en dos partes. Una de ellas se dirigía hacia el oriente y llegaba al sótano de un mesón, y la otra llegaba hasta la entrada de la loma de Santa María. En ninguna de la salida encontraron a los malhechores, quienes habían desaparecido misteriosamente.

Nunca se supo que fue de ellos; sin embargo, poco tiempo después por toda la ciudad de Valladolid y otras de Michoacán, empezaron a circular monedas de oro y plata.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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El líder y el Aparecido

En el estado de Michoacán, hace ya algunos años, vivió un señor llamado Romualdo Juárez. Este señor era el líder de una comunidad de agricultores, los cuales le odiaban porque les trataba muy mal, siempre los ofendía y abusaba de ellos en el plano laboral; era inconsecuente y bastante corrupto. Con su comportamiento de había ganado a pulso el odio de sus compañeros jornaleros, los cuales deseaban verle muerto para librarse de él.

Como Romualdo era consciente de que nadie le tenía aprecio por las arbitrariedades que cometía siempre se hacía acompañar por dos de los campesinos que se decían amigos de él, y en los que confiaba relativamente; pues ya en varias ocasiones había sido atacado por jornaleros armados con machetes.

En una ocasión, saliendo de su lugar de trabajo se dirigió a su casa acompañado de sus guardaespaldas, pues ya la noche había avanzado. Al llegar a su hogar su esposa le comunicó que uno de sus hijos, el primogénito, estaba bastante enfermo y presentaba una fiebre muy elevada. Se hacía necesario la presencia del doctor. Pero Romualdo dudaba en salir de su casa solo, los guardaespaldas ya se habían ido y lo que temía el líder era no encontrarse con sus enemigos, sino que se le apareciera El Aparecido, que solía espantar muy cerca del rumbo donde el médico vivía.

Jornalesros  de Michoacán

Sin embargo, pudo más el amor que sentía por el niño que el miedo que le tenía al fantasma, y armándose de valor, salió y enfiló montado en su cuaco hacia donde vivía el único médico de la zona.

Cuando llegaron al sitio donde se decía que presentaba El Aparecido, el caballo de Romualdo se encabritó, se levantó en dos patas y lo tiró al suelo. Asustadísimo, el hombre se levantó como pudo y a voz en cuello gritó: ¡Hey, no sé quién eres, pero cualquiera que seas aléjate de mí! ¡No te metas conmigo!

Inmediatamente se escuchó una tenebrosa carcajada que parecía salir de ultratumba. Romualdo estaba pálido del terror y el cuerpo le temblaba sin poderlo evitar. Sin embargo, volvió a gritar con todas sus fuerzas: ¡Aléjate, espíritu del mal! ¡Soy el dueño de todo lo que ves alrededor tuyo y no te haré nada malo si te alejas inmediatamente! Volvió a escucharse la espeluznante carcajada y se escuchó una voz que nada tenía de humana que decía. ¿Acaso eres dueño de tu alma? ¡Porque es un hecho que me la voy a llevar!

En ese momento, a pesar de que Romualdo se decía ateo, empezó a rezar a Dios y a todos los santos con mucho fervor y pidiéndoles perdón por todas las malas acciones que había cometido con sus compañeros los campesinos. En ese mismo instante las carcajadas se dejaron de escuchar, ya no se oyó aquella terrible voz. Al sentir el silencio Romualdo echó a correr hasta la casa en donde se encontraba el doctor, para suplicarle que acudiese a revisar a su pequeño.

A partir de ese escalofriante día, Romualdo se convirtió al catolicismo y su mal comportamiento cambió tajantemente. Se volvió honesto y comprensivo con los problemas laborales y cotidianos de sus compañeros, nunca más los trató mal y se hizo querer de todos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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De cómo surgió el Lago de Pátzcuaro

Hace muchos años, en el lugar que hoy ocupa el Lago de Pátzcuaro, en al actual estado de Michoacán, vivían los primeros pobladores de la región. Eran campesinos laboriosos que cultivaban sus fértiles tierras y eran muy felices, pues contaban con hermosos bosques y arroyuelos de donde obtenían el agua para sus cultivos, para calmar su sed y para asearse como es debido. Los campesinos tenían sus dioses a los que veneraban y sus gobernantes a quienes respetaban por justos y magnánimos.

Todo marchaba a la perfección, hasta que un funesto día toda la región comenzó a ponerse muy caliente, los campos se quemaron, los arroyos se secaron, la atmósfera se hizo insoportable, y las personas morían de sed y de deshidratación. Por lo tanto, animales y hombres empezaron a huir hacia el norte para no morir a causa de ese enloquecedor calor.

Cuando los hombres estaban huyendo muertos de pánico, de repente escucharon un terrible ruido que provenía del cielo, todos voltearon hacia arriba y vieron una enorme bola de fuego que se acercaba a la Tierra. Mucho más atemorizados que antes todos gritaban de pánico ante este extraño fenómeno que nunca habían visto, les rezaban a sus dioses y corrían o se echaban sobre la tierra tratando de meterse en ella para salvarse.

Los pescadores en el bello Lago de Pátzcuaro.

Al poco rato el bólido se estrelló en la superficie de la Tierra. El ruido que se produjo fue ensordecedor, se vio una luz muy brillante, se sintieron horribles temblores, los montes se sacudieron de una manera espantosa y de sus entrañas brotaron torrentes de agua por varios días que quitaron ese calor insoportable. De esta agua emanada de los montes se fue formando el Lago de Pátzcuaro, tan bello y hermoso como lo conocemos ahora.

Cuando las personas se dieron cuenta de que había terminado el mortal calor y que un hermoso lago había surgido en la región, sus miedos se calmaron y poco a poco fueron regresando a sus lares. Al ver las tierras de sembradío inundadas por las aguas del lago, se asustaron y les preguntaron a los dioses que de qué iban a vivir de ahora en adelante, a lo que los dioses respondieron que no debían preocuparse pues el sustento nunca les faltaría y que vendría de las nuevas aguas. Y efectivamente, el lago estaba lleno de pescados blancos que permitieron a los hombres no morir de hambre. La zona se convirtió en un pueblo de pescadores

El sitio donde cayó la magnífica bola de fuego se llamó Huecorio, “lugar de la caída”, y la gran bola convertida con el paso del tiempo en roca, fue nombrada La Huecorencha; es decir, “lo que cayó”.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Otilia no tuvo «caballitos»

En el pueblo de Cuanajo, en el estado de Michoacán, vivía un matrimonio que contaba con una hija pequeña llamada Otilia. De repente la niña murió y los padres estaban desconsoladas ante tan terrible tragedia. A los cuatro meses de haber muerto Catalina, Llegó el Día de Muertos. Doña anastasia, la madre de la difuntita, le dijo a su marido, Pedro, que era necesario que preparara los tamales para los que se  iban a llevar  los Caballitos de las ofrendas de las casas en que vivían, – en este caso la pequeña difuntita- y que necesitaba leña para los fogones.

Un día antes del día de la celebración de los difuntos, Pedro se fue al cerro en busca de la madera que necesitaría su esposa para preparar los ricos tamales que Catalina colocaría en la ofrenda dedicada a su hijita. Pensaba llevar la leña a su mujer que regresar al cerro para quedarse varios días ahí, pues no le apetecía ver a tantas personas en su casa en ese día tan triste.

Pero cuando se encontraba en las proximidades del panteón, ya cerca del cerro, una gran rama le cayó encima y le dejó atrapado no permitiéndole hacer ningún movimiento para zafarse. Cansado de sus numerosos esfuerzos por salir del atolladero, se resignó a esperar que pasara alguien que le ayudase a salir del problema quitándola la rama de encima.

Pasaron el día y la tarde, ya empezaba a anochecer, cuando escuchó que un grupo de personas se acercaba hacia donde se encontraba. Escuchaba los sonidos que producían los cascos de los caballos y las voces de las personas que parecían muy felices. Se dio cuenta que la gente estaba de regreso s sus casas con los caballitos de madera plenos de flores y de frutas.

Muchas de las personas que vio llevaban hasta seis caballos, otras solamente uno dos, y algunas se conformaban con recoger las fruta que se las caía a los que iban a la delantera y lloraban tristemente. Los caballitos contienen las ofrendas que las ánimas recogen del altar el Día de Muertos. Si llevan muchos caballitos es porque sus familiares se encargaron de poner un altar llena de rica comida, flores y cirios, e implica que sus familiares los recuerdan con amor. Si llevan pocas, indica que la ofrenda no era tan rica. Y aquellos que van recogiendo lo que a las ánimas se les caen, están triste porque su familia no les puso ofrenda ni les recuerdan como debe ser, con amor.

Con tristeza y remordimiento, desde el suelo donde se encontraba atrapado Pedro vio a su hijita recogiendo frutas y llorando silenciosamente porque su madre no le había preparado ofrenda y creyendo que sus padres la habían olvidado.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los cerros enamorados

En la ciudad de Zamora, Michoacán, existen dos cerros muy famosos: La Beata y Patamban. La Beata se encuentra situada en el oriente de la ciudad y mide 2,520 metros de altura. De estos dos cerros se cuenta una hermosa leyenda. Hace ya muchos siglos el Cerro de Patamban, Keri Huata, se enamoró de La Beata. Pero era pobre y sin alcurnia, aunque muy bueno de corazón y trabajador. Todas las personas querían a Keri Huata y le respetaban mucho, y las mujeres, jóvenes o viejas, estaban enamoradas de él, y trataban de `provocar su interés de mil formas. Sin embargo, Keri Huata no les hacía caso a ninguna de las mujeres que le coqueteaban, pues su arrobamiento por la Beata era profundo y si amor inmovible.

Siempre estaba pensando en ella. Cuando se encontraba trabajando en el campo, miraba hacia la morada de su amada con el fin de verla, cuando lo lograba y sus miradas se encontraban era el hombre más feliz sobre la Tierra, pues comprendía que su amor era ampliamente correspondido.

Entonces, un día La Beata y Keri Huata se hicieron novios, porque la declaración del cerro de Patamban fue tan calurosa y sincera que la bella no pudo resistirle cuando él le dijo los hermosa que era y lo magnificente de la naturaleza que era su morada. Ella también lo amaba de todo corazón por su belleza natural. La Beata quedó embelesada al escuchar las palabras de su enamorado. Toda la naturaleza y los cerros aledaños estaban felices por esos amores entre dos cerros tan majestuosos y bellos, y veían con beneplácito tan rotundos quereres. Los habitantes de la zona estaban igualmente contentos ante tanto cariño de los dos cerros.

El Cerro Grande de Patamban

Para sellar su compromiso Keri Huata creó un hermoso manantial, y se lo obsequió a La Beata. Dicho manantial lleva el nombre de Lago de Camecuaro. Cuando el novio regresó a sus lares, sus amigos y los animales del bosque lo felicitaron por tener una novia tan bella y majestuosa.

El Cerro de la Marihuata, Las Tres Marías, sito frente al Cerro Keri Huata, le envió a La Beata un regalo consistente en cuatrocientos encinos, más cuatrocientos tukuses, y cuatrocientos cazahuates. Y el Cerro del Tuerto que se encuentra cerca del pueblo de Ocumicho, abrazó con efusión a su amigo Patamban, y hasta el Cerro de San Ignacio, siempre tan circunspecto y serio, le envió una sonrisa y un saludo.

Todo iba muy bien en el noviazgo, y todos comprendían que culminaría en un buen matrimonio que procreara muchos hijos.

Sin embargo, un cerro llamado Cerro Coco, chaparro, malvado y mujeriego, se puso muy celoso de tales amoríos, pues amaba a La Beata, pegó de saltos de la rabia y provocó temblores. Entonces decidió ir a ver a su tío el Popocatépetl para que lo aconsejara en lo que debía de hacer. El tío le aconsejó que la enamorara a base de darle regalos y decirle palabras amorosas. Y que incluso le escribiese poemas. Pero fracasó en su intento, pues La Beata lo rechazó rotundamente. Después de una gran pelea entre los cerros rivales, por fin los enamorados contrajeron matrimonio, y vivieron muy felices con sus hijos los cerritos. Cerro Coco ya no podía molestarlos más.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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El Vaso con Agua

Juan vivía en Zamora, Michoacán, y gustaba de jugar fútbol con sus amigos todas las noches hasta la una de la mañana. La cancha donde jugaban quedaba lejos, como a dos kilómetros de distancia de la casa de Juan.

Una noche, acabando de jugar regresó a su casa y le dio la una y media de la mañana por las calles. Ya casi llegando a su hogar, pasó por una mansión donde decían que se había ahorcado un muchacho, después de haber asesinado a su novia porque le había sido infiel. La conseja popular afirmaba que el tal muchacho se aparecía en forma de fantasma por las noches, pero Juan no lo creía.

Cuando el incrédulo muchacho pasó frente a la casa de marras, sintió un escalofrío terrible, pero pensó que se trataba del frío nocturno. Al dejar atrás la casa, volteó a verla y cuál no sería su sorpresa que vio flotando a un muchacho completamente vestido de blanco y que llevaba una vela en la mano derecha. Su cara era pálida y estaba desencajado, con grandes cuencas negras en los ojos. Se veía terrorífico.

Al verlo, Juan salió corriendo de puro miedo. Al llegar a su casa estaba temblando, no podía ni hablar ni menos dormir recordando la horrenda aparición.

No le contó a nadie lo que había visto, porque pensaba que el fantasma se la aparecería, y toda una semana se la pasó con pesadillas y un miedo cerval.

Cuando ya no podía más, decidió contarle a su abuela lo que había visto. Entonces, la buena viejecita le dijo que la única manera para curarse de espanto y tranquilizarse, era volver a la casa y tirar un vaso con agua.

Al otro día por la noche, Juan muy decidido pero también con mucho miedo, se dirigió a la casa maldita portando un gran vaso con agua. Al llegar lo arrojó a la puerta de la casa… Y ¡Santo remedio! Ya nunca más volvió a tener pesadillas y durmió como un bendito.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La milagrosa Pila de San Miguel

Pátzcuaro es una hermosa ciudad del estado de Michoacán, antiguo señorío de los huacusecha o purépecha. Es un Pueblo Mágico, que fuera fundado por Curatame por el año de 13000, y convertida en centro religioso por Tariácuri, durante el Período Posclásico. A la llegada de los españoles este magnífico señorío fue conquistado por Cristóbal de Olid y gobernado, más tarde, por Nuño Beltrán de Guzmán.

De la ciudad de Pátzcuaro procede una leyenda que nos cuenta que muy cerca de la casona que se conoce con el nombre de La Casa de los Once Patios, y al término de la Calle de Navarrete, se encuentra una fuente colonial muy bella mandada a construir por don Vasco de Quiroga (1470-1565). Recién acaecida la conquista de Pátzcuaro, los antiguos sacerdotes purépecha, acudían a la tal fuente con el propósito de mojar en sus aguas sus collares de caracoles plenos de sangre de sus clandestinos sacrificios. Poco a poco, el agua de la fuente adquirió un marcado sabor salino.

La Pila de San Miguel en el Pueblo Mágico de Pátzcuaro.La fuente tenía una especie de hornacina en la parte de arriba, como adorno que la embellecía. A la fuente acudían las mujeres indígenas para acarrear agua y solventar sus necesidades. Pero de pronto, empezaron a decir que en la fuente se podía ver al Diablo, hecho que asustaba considerablemente a las mujeres y a los habitantes de la ciudad.

Ante tal calamidad, don Vasco de Quiroga, el primero obispo de Michoacán, -Tata Vasco como le llamaban los indígenas- que vivía y trabajaba en ella, decidió encargar a un pintor indio que colocase en la hornacina la imagen del Arcángel San Miguel.

Ante tan sabia decisión, el Diablo nunca más se presentó a la fuente. Desde entonces se la ha conocido como la Pila de San Miguel, y se afirma que el agua es milagrosa, pues contiene propiedades que ayudan a curar las enfermedades.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

 

 

 

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Un fraile muy bromista

Esta leyenda dio inicio debido a los hechos ocurridos en el Convento del Carmen de la Ciudad de Morelia, Michoacán. En ella se nos cuenta que en tal convento se encontraba como novicio un joven llamado Jacinto de San Ángel. Gustaba el chico de gastar bromas a sus compañeros. Siempre estaba de buen humor y dispuesto a embromar a cualquiera. Su carácter bromista le había causado problemas, pues recibía muchos castigos de sus superiores, aun cuando su vocación religiosa era innegable.

Cierto día, fray Elías de Santa Teresa se enfermó gravemente. Un sacerdote lo ungió con los santos óleos y al poco rato el religioso murió. Sus compañeros, llorando y rezando, lo colocaron en un ataúd en la Sala de Profundis, lugar en donde se acostumbraba llevar a cabo los velorios.

El ex Convento del Carmen en Morelia

Al terminar la ceremonia velatoria el padre superior ordenó a fray Jacinto de Ángel y a fray Juan de la Cruz, que se quedasen en la sala acompañando al difunto, y les permitió que tomaran una taza con chocolate en el lugar. Pero como fray Juan tenía miedo de estar con el muerto, decidió ir a la cocina a traer sus espumosas bebidas.

Cuando su compañero se alejó, fray Jacinto sacó del ataúd al difunto y le sentó en la silla que había ocupado él mismo. En seguida, se metió al féretro simulando ser el muerto. Cuando regresó fray Juan con los jarros de chocolate, le dio una a fray Jacinto y se dio cuenta que se trataba del muerto. El pobre fraile, despavorido, salió gritando de la sala. El bromista corrió tras de él para evitar que los demás se dieran cuenta de la broma y que el padre superior lo corriera del convento cansado de sus travesuras. En ese momento, mientras se escuchaban los gritos de ¡Fray Juan, fray Juan regrese por favor! que fray Jacinto lanzaba, el verdadero muerto se levantó, tomó un candelero con un cirio encendido y se puso a correr detrás de los dos frailes. Al darse cuenta los religiosos de que eran perseguidos por un muerto, ambos se tiraron de la ventana. Pero antes de que fray Jacinto se pudiese  arrojar, el muerto le apagó el cirio en el cuello.

Al siguiente día, los hermanos del convento vieron sobre la ventana el cadáver de fray Elías de Santa Teresa con un candelero en la mano y…  ¡el cuerpo de fray Jacinto con la garganta completamente quemada!

Sonia Iglesias y Cabrera

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¡Yo te bautizo con el nombre de Santa Teresa!

El Volcán de los Espinos se encuentra en el estado de Michoacán,  en el interior de su cráter tiene un lago, al cual se le suele llamar Alberca de los Espinos. Este remanso de agua cuenta con una leyenda muy antigua en la que se nos narra que en tiempos pasados el volcán estaba consagrado al dios del agua Tiripeme Curicaveri. A él acudían las mujeres indígenas para bañarse y lavar la ropa.

A la llegada de los españoles conquistadores, los frailes franciscanos emprendieron su tarea evangelizadora entre los indios purépecha, y mientras más adeptos ganaban para la religión católica, más enojado se ponía el Diablo. Estaba tan furioso en Chamuco que  cada vez que las mujeres acudían al cráter para cumplir con sus faenas agitaba el agua con tanta fuerza que el agua se salía de su cauce y se levantaban enormes olas que cubrían las paredes del cono volcánico.

Este hecho asustaba muchísimo a las mujeres que salían corriendo del cráter por temor a morir ahogadas. Y si volteaban la cabeza mientras iban huyendo, podían ver en medio del lago la cabeza extraordinariamente fea y maligna del Diablo. Sus cuernos eran enormes, su cara roja y sus carcajadas semejaban estruendosos truenos que ponían los pelos de punta.

La Alberca de los Espinos

Mucha de las indígenas murieron ahogadas por las maldades del siniestro personaje.

Tan desesperados estaban los purépechas que decidieron acudir a fray Jacobo Daciano, misionero danés que Carlos V Había enviado a la Nueva España, que vivía en Zacapu y era defensor de los indios. Cuando los escuchó el padre, y después de meditar lo que había que hacer, les comunicó a los solicitantes que era necesario bautizar el agua. El fraile preparó lo conveniente para la ceremonia, y el 15 de octubre de 1550 subió hasta lo alto del cerro. Las aguas verdosas estaban quietas, había sol y se escuchaba el suave rumor del viento. Fray Jacobo alzó la mano en la que portaba una cruz y dio inicio a la ceremonia del bautismo observado por todos los habitantes de la comunidad.

Cuando el fraile arrojó el agua bendita al cráter se levantó un gigantesco remolino acompañado de un fuerte viento. Inmediatamente el Diablo salió huyendo y maldiciendo al clérigo que se atrevía a sacarlo. Pero nada detuvo al santo varón, quien pronunció las siguientes palabras: ¡Yo te bautizo con el nombre de Santa Teresa!

Todo volvió a la normalidad, y desde entonces en la fecha mencionada se lleva a cabo una fiesta todos los años.

Sonia Iglesias y Cabrera