Una leyenda de Colima, nos cuenta que en el poblado de Suchitlán vivía un brujo-nahual muy famoso y poderoso que tenía la capacidad de convertirse en cualquier animal para ejercer el bien o el mal. Con él acudían las personas que se encontraban enfermas tanto físicamente como del alma, pues de todos era conocida su eficacia.
Un día llegó al pueblo un sacerdote que se enteró de la existencia de dicho brujo. Estaba muy molesto porque consideraba que las artes del hechicero eran cosas demoníacas, y que los habitantes del poblado no debían apartarse de las creencias católicas de ninguna manera. Pero a pesar de los discursos del sacerdote, la gente siguió consultando al chamán a quien le tenían mucha confianza.
Tal desobediencia causó el enojo del religioso, quien decidió acudir al brujo para hablar con él. El chamán ya lo estaba esperando, su poder de adivinación se lo había comunicado. Cuando entró en su casa el religioso quedó sorprendido ante la cantidad de implementos que utilizaba el brujo para sus curaciones. En el cuarto había hierbas de todas clases, pieles de animales, altares, velas de todos colores, ídolos de barro y muchas cosas más que le eran de gran utilidad para ejercer su hechicería.
El brujo invitó al cura a sentarse, éste aceptó de mala manera y le exigió que dejara de engañar al pueblo con sus creencias diabólicas, y con sus mentiras engañosas. El chamán escuchaba con paciencia muy tranquilo y con una media sonrisa socarrona las palabras que brotaban en torrente de la boca del curita.
Terminada su perorata, el furioso sacerdote decidió irse, pero cuando intentó pararse no pudo hacerlo ¡Se encontraba como pegado en la silla! Mientras tanto el brujo le pedía que se fuera sarcásticamente, pero el pobre sacerdote no conseguiá levantarse por más esfuerzos que hacía. Cuando el chamán consideró que ya se había burlado lo suficiente del cura, realizó una extraña y secreta seña con la mano, dijo unas palabras mágicas, y el curita ya pudo desprenderse de la silla. Inmediatamente y muy asustado, pegó la carrera y salió de la casa.
No paró de correr sino hasta que llegó a la iglesia. Llegó al altar y, pálido y desencajado, empezó a rezar ante la imagen del Cristo que le miraba. Después de lo ocurrido, cesaron las críticas del cura, y dejó que el brujo de Suchitlán ejerciera su magia en beneficio de los habitantes del pueblo.
Sonia Iglesias y Cabrera