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Un inglés muy goloso

Esta leyenda tiene su origen en el barrio de Belén en Guadalajara, Jalisco. Data de la época colonial, de principios del siglo XVII, cuando llegó a Guadalajara un misterioso hombre procedente de Inglaterra el cual respondía al nombre de George. Alto y delgado, vestido siempre de negro, el inglés llamaba la atención porque nunca hablaba con nadie y se mostraba distante con sus vecinos o con aquellas personas que trataban de hacer amistad con él. En cuanto llegó compró una gran hacienda, pues era un hombre muy rico.El inglés goloso

Al poco de tiempo de su llegada, muchos animales del entorno empezaron a morir, así como niños que aparecían completamente desangrados. Nadie se explicaba el fenómeno, al inicio todos pensaron que se trataba de una epidemia, pero pensándolo un poco los lugareños llegaron a la conclusión que todo había empezado cuando llegó el misterioso personaje y decidieron averiguar.

Una cierta noche los más valerosos hombres del lugar se dirigieron al Panteón de Belén donde averiguaron que se encontraba el inglés. Al llegar a las proximidades del cementerio, escucharon un aterrador grito que les hizo correr hacia donde provenía. Lo que vieron les llenó de terror, pues el hombre estaba mordiendo en el cuello a un campesino. Al verse descubierto George huyó, y los hombres le persiguieron acompañados del cura de la iglesia de Belén, hasta que le dieron alcance en su casona. Al verlo, el sacerdote sacó una estaca y se la clavó en el pecho; además, todos los demás le aventaron muchos ladrillos hasta cubrirlo completamente.

 Cuando el vampiro estaba en agonía juró que se vengaría de todos ellos. Fue enterrado en el Panteón de Belén. De repente, la lápida del chupa-sangre se rompió y un gran árbol empezó a crecer sobre ella.

La leyenda nos dice que el día que la lápida se rompa completamente o el árbol sea derrumbado, el terrible hombre resurgirá y se vengará desangrando a muchos más hombres y niños. Mientras tanto, cuando alguien trata de cortar una rama de dicho árbol, empieza a sangrar, como sangraban las víctimas del hombre vampiro.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Ana y La Casa de los Perros

En la ciudad de Guadalajara, Jalisco, vivía, en el año de 1872,  un cafetalero llamado Jesús Flores en una hermosa casa en la calle de Santo Domingo. Contaba con setenta y dos años y era viudo. Cerca de su casa vivía una viuda costurera, de apellido González, que tenía tres hijas muy bellas. Dos de las hijas se casaron, y sólo quedó Ana con su madre. Don Jesús se enamoró de ella, y le propuso matrimonio. Ana aceptó temerosa de no poder casarse con nadie, pues ya contaba con veintiocho años y atraída, sobre todo, por la gran fortuna del vejete. Para tal acontecimiento la casa fue remodelada, se le puso un piso más, y Ana agregó a la fachada dos esculturas traídas de Nueva York, que representaban dos perros. Razón por la cual la casona adquirió el nombre de La Casa de los Perros.

Un día, don Jesús pasó a mejor vida, pues estaba enfermo y achacoso, y Ana quedo sola, y no pudiendo soportar la soledad, se relacionó amorosamente con don José Cuervo, quien había sido el encargado de llevar los negocios del fallecido y siempre había estado enamorado de la joven en secreto. Ana faltó a la promesa hecha a su marido de que nunca lo olvidaría y que siempre guardaría luto por él.

Cuervo era buen empresario y administrador, y la fortuna dejada por Jesús aumentó considerablemente, de manera que la pareja decidió mudarse a una casa nueva y vendieron La Casa de los Perros, pero realmente nunca fue habitada por el nuevo dueño, quien la dejó abandonada. Entonces surgió una conseja popular. Se decía que quien rezara un novenario en el mausoleo de Jesús Flores, a las doce de la noche, llevando una sola vela, recibiría como regalo la famosa casa.

La Casa de los Perros en Guadalajara, hoy Museo del Periodismo.

La causa de tanto miedo y del fracaso de los que intentaron llevarse las escrituras de la Casa de los Perros, era que cuando empezaban a rezar, una terrible voz de ultratumba les contestaba los rezos desde el mausoleo, entonces las personas salían disparadas para no volver nunca más.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Monje

Hace ya algunos años, una pareja de novios que vivía en la Ciudad de Guadalajara, estaba tan enamorada que decidió casarse, Ella se llamaba Imelda y él Jacinto. Ambos pertenecían a familias honradas y decentes. Los enamorados se conocían desde siempre, pues de niños habían asistido juntos a la primaría y vivían en el mismo barrio.

Cuando ya estaban en edad de merecer, las familias de ambos jóvenes decidieron que era hora de que contrajesen matrimonio. Empezaron los planes. Se casarían en la iglesia del Panteón de Belén, y la gran comilona se llevaría a cabo en la hacienda del padre de la novia, don Pedro. Todo eran preparativos y todos eran felices. Los nuevos esposos se irían de luna de miel a París.

Llegado el día de la boda, los jóvenes entraron en la iglesia repleta de invitados y adornada profusamente con gardenias que dejaban esparcir su fuerte olor por todo el recinto. Había fotógrafos que se agasajaron tomando placas de tan importante acontecimiento, dentro del recinto y en la escalinatas de la iglesia.

El horripilante monje.

Al siguiente día, los fotógrafos acudieron a la hacienda de don Pedro a entregar las fotografías ya reveladas. Los trabajadores de la lente se sentían inquietos, pues en todas las fotografías por ellos tomadas, aparecía junto a la pareja un extraño monje que portaba un crucifijo como los que se elaboraban en 1700, de eso no cabía duda. El monje aparecía en las fotos cruzando a la pareja de novios.

Ellos habían ya partido a su viaje, y no se enteraron. En el barco en el cual habían emprendido el viaje, todo era amor y felicidad. Se trataba de una hermosa pareja que se quería mucho.

Cuando se encontraba a medio camino en alta mar, el barco, misteriosamente naufrago. Todos los tripulantes y los pasajeros se salvaron, menos la pareja formada por Imelda y Jacinto a la que nunca pudieron encontrar. La  noticia anonado a los padres de ambos jóvenes, como es natural, y cuando acudieron a la iglesia del Panteón de Belén, estando en plena misa por los infelices, todos los concurrentes vieron parado en al altar, al espantoso monje que se aparecía en las fotografía, el cual lanzó una terrible carcajada, y desapareció en la nada.

Desde entonces son muchas las personas que han visto al monje pasearse por las tumbas vacías de los enamorados que murieron ahogados en su viaje de luna de miel.

Sonia Iglesias y Cabrera