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Lázaro y el perro

Lázaro vivió en los inicios de la Nueva España. Era un mestizo a quien discriminaban tanto los españoles como los indígenas. Su madre había sido una bella indígena que había sido seducida por un soldado español, quien la había dejado en cuanto se enteró de que se encontraba embarazada.

El joven mestizo estaba perdidamente enamorado de una señorita española de muy buen ver, quien a su vez amaba a Lázaro con pasión. La relación amorosa que tenían los jóvenes la mantenían en secreto, ya que estaban ciertos de que tal amorío nunca sería permitido por los padres de la muchacha, quienes censuraban la mezcla de españolas con las castas que se formaron en la Colonia.

Así pasó cierto tiempo, sin que nadie se diera cuenta de los amores prohibidos, hasta que un día el padre de la chica los descubrió en pleno romance. Terriblemente enojado e indignado, el español juró que mataría a Lázaro por la ofensa que había infringido a su familia. Inmediatamente a la chica la internó en un convento. Y sin pérdida de tiempo, y acompañado por la traidora hermana del joven, acudió al Santo Oficio para denunciarlo de ser un brujo y de que con sus hechizos había seducido a su hija.

Ese mismo día por la tarde, Lázaro fue apresado por los inquisidores y llevado a los calabozos de la Inquisición. La sentencia no se hizo esperar, y a los pocos días el desgraciado mestizo fue sentenciado a morir en el garrote vil. A los pocos días de haber muerto Lázaro, por la Ciudad de México apareció un perro que a todos los habitantes asustaba por sus terroríficos aullidos. Empezó a decirse que las personas morían cuando dicho animal se les aparecía. Así que nadie quería salir de sus casas por las noches para no toparse con tan extraño animal.

Una noche, el perro entró en la casa de su hermana la cual se había casado con un hombre de mucho dinero. Al verlo, la mujer se asustó mucho pues se dio cuenta de que el perro se parecía muchísimo al hermano que había traicionado. De repente el perro se transformó en el fantasma de Lázaro y la hermana cayó de rodilla ante él pidiéndole perdón. Al ver que el perdón no acudía la mujer tomó un cuchillo y se lo clavó en el pecho. El marido, que había presenciado todo, se volvió loco y murió poco después.

El padre de la enamorada de Lázaro se enteró de lo acontecido y se asustó mucho, pues recordaba que era el causante de la muerte de Lázaro, y temía lo que pudiera hacerle el fantasma. Una tarde en que salía de una taberna, sintió que lo seguía alguien. Al llegar a la puerta de su casa se dio la vuelta y vio al fantasma de Lázaro frente a él, gritó y cayó muerto.

Cuando las autoridades del Santo Oficio se enteraron temieron por sus vidas y realizaron una misa para exonerar a Lázaro de toda culpa. Cuando se encontraban en la iglesia, se abrió la puerta y entraron dos espectros acompañados de un perro, Uno de ellos, Lázaro, pidió a los feligreses que no tuvieran miedo que tan solo quería que su cuerpo y el de su amada – quien había muerto al huir del convento- fueran enterrados cristianamente. Inmediatamente las figuras se desvanecieron, y solamente quedó el perro que llevó a las personas a la pobre cabaña donde había muerto su amada de tristeza y hambre. Una vez cumplida su tarea, el perro desapareció. La conseja popular dice que por ciertos rumbos de la ciudad se escuchan, por las noches, los terribles aullidos del perro.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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El Telegrafista y el Perro

Cuenta una leyenda del estado de Chihuahua que en cierta ocasión se encontraba en el pequeño pueblo de San Andrés, en el Municipio de Riva Palacio situado en la zona central de dicho estado, el famoso caudillo del Norte José Doroteo Arango Arámbula, más conocido con el nombre de Pancho Villa.

A su paso por el mencionado pueblo, el llamado Centauro del Norte, pensó que era buena idea reclutar a algunos hombres para su ejército revolucionario. Quiso la mala suerte que se topara con un telegrafista que vivía en San Andrés, lugar donde había nacido y donde vivía acompañado de su perro que no lo dejaba ni a sol ni a sombra, pues le quería mucho.

Al ver al hombre, quien todavía estaba lo bastante joven como para participar en la lucha armada, Pancho Villa lo invitó a unirse a la causa revolucionaria. Sin embargo, y para asombro del caudillo que no estaba acostumbrado a recibir negativas, el telegrafista, cuyo nombre ha quedado en el olvido, se negó rotundamente a unirse a las filas del ejército del norte. Las razones que le dio a Villa aducían que se encontraba muy cansado y prefería dormir que participar en la contienda revolucionaria.El telegrafista perezoso

Estas razones tan poco válidas enojaron a Doroteo, quien era hombre de pocas pulgas. Inmediatamente, ordenó la ejecución del telegrafista cansado. Los soldados lo colocaron en el paredón, una pared que se encontraba junto a un riachuelo, y cuando lo iban a fusilar, el perro del hombre salió de la nada y se acercó corriendo a donde se encontraba su amo. Entonces decidieron encadenar al perro a un árbol. Pero el animal logró escaparse y volvió hacia la pared donde estaba su amigo esperando la muerte. Como los soldados no pudieron quitarlo, no les quedó de otra que matarlo junto con su amo.

Así cayeron muertos telegrafista y perro. Juntos hasta la muerte. Cuenta la leyenda que desde ese día se escuchan en el mes de junio, que fue cuando se llevó a cabo la ejecución, y junto al río los lamentos del perro y las cadenas con las que le ataron. Amo y perro pasean por todo el pueblo como almas en pena que son, pues no pueden encontrar el descanso eterno y descansar en paz.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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El perro y el cocodrilo

Una leyenda que cuentan los abuelos de Chiapas nos aconseja que nunca se deben llevar perros a ninguna laguna ni a ningún río, porque los cocodrilos que habitan en ellos no pueden soportar la presencia de los perros. Este hecho se debe a que hace mucho tiempo hubo un perro que siempre iba a pasearse a las orillas de una laguna de agua azul. Este perro no tenía lengua, como le sucedía a todos los demás perros, pues en ese tiempo ninguno la tenía.

En una ocasión, cuando el perro se encontraba a la orilla de la laguna, se apareció un cocodrilo y el perro le dijo: -¡Oye, cocodrilo, a ti te gusta comer animales, y yo sé muy bien cazar, si tú me prestas tu lengua, yo voy a cazar y todos los animales que atrape te los traeré para que te los comas! Al escuchar al perro, el cocodrilo se quedó muy pensativo y nada contestó.

Al siguiente día, el perro volvió a la laguna con varios animales que había cazado y se los dio al cocodrilo, que los aceptó gustoso y se los comió. Como vio que el perro sí sabía cazar, el cocodrilo agarró confianza y le prestó su lengua al astuto perro.

El cocodrilo engañado se enoja.

Pero un día, el perro no volvió más a la laguna a llevarle comida al cocodrilo, y se quedó con la lengua del confiado animal. Se la robó. El cocodrilo se enojó muchísimo con esa fea acción de perro al que consideraba su amigo.

Desde entonces, cada vez que un cocodrilo ve a un perro cerca de él, se lo come, pues todos recuerdan la mala acción del perro que se quedó con la lengua del cocodrilo que había confiado en él.

Sonia Iglesias y Cabrera