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Los «judas».

Cuando los frailes franciscanos llegaron a México a raíz de la conquista española en el siglo XVI, venían dispuestos y decididos a implantar el catolicismo entre los vencidos. Para ello, apelaron a varias tácticas de adoctrinamiento como el teatro, la música y las fiestas. Una de esas tácticas consistió en implantar los ninots (muñecos) de las Fallas de Valencia que se celebraban el 19 de marzo, día de San José. La  fecha de las Fallas estaba muy cercana a las celebraciones de Semana Santa, circunstancia que aprovecharon los frailes para elaborar un monigote a imagen y semejanza del apóstol traidor. Esta alegoría permitió a los indígenas darse cuenta de la grandeza de la religión católica y del negro futuro que esperaba a aquellos que renegaban y traicionaban al Hijo de Dios. De  esta manera, la quema de Judas se impuso en nuestro país como tantas otras costumbres y tradiciones populares que llegaron de España, pero que con el paso del tiempo se enriquecieron con el aporte y adaptación de la cosmovisión indígenas.

La fecha exacta en que se realizó la primera “quema de judas” no la conocemos, puesto que no ha llegado a nosotros ningún testimonio de los primeros cronistas. Sin embargo, es posible deducir que la costumbre se haya iniciado a partir de 1521, fecha de la derrota de los mexicas. El historiador Luis González Obregón plantea la posibilidad de que los judas hayan surgido en la misma época en que en la Nueva España se instauró la Santa Inquisición, y se llevaban a cabo los Actos de Fe: quemas públicas de herejes. En aquel entonces, el pueblo parodiaba las ejecuciones del Santo Oficio elaborando efigies de cartón a la manera de los oidores y demás autoridades españolas. En este momento histórico, los judas abandonaron su función adoctrinadora, para convertirse en muñecos contestatarios de las arbitrariedades de la oligarquía hispana. Oigamos a González Obregón:
Durante Semana Santa se vendían muñecos que simbolizaban a Judas Iscariote, junto con otro tipo de muñecos que eran representaciones de los herejes, los cuales al terminar los autos de fe inquisitoriales se quemaban como consecuencia de la sentencia establecida por el Santo Tribunal… los niños con esa tendencia imitativa que les caracteriza, después de presenciar los autos de fe se iban a jugar a sus casas y quemaban muñecos que fingían ser los reos del Santo Oficio.

Los oidores y los regidores españoles montaron en cólera cuando vieron su imagen reproducida en estos peleles de cartón y prohibieron su quema. Sin embargo, la prohibición no tuvo efecto y la costumbre siguió realizándose contra viento y marea. En esa ya lejana época, los judas se quemaban en la Plaza del Volador. El tiempo fue transcurriendo y henos aquí a mediados del siglo XIX. A pesar del carácter contestatario de los judas y de las continuas prohibiciones a que se vieron sujetos, los efímeros muñecos se negaron a desaparecer con muy justa razón. El Sábado de Gloria, y aun desde el Jueves Santo, los vendedores de judas y de matracas hacían su aparición por las calles de la Ciudad de México.

El matraquero, persona muy querida y celebrada, acomodaba sus juguetes clavándolos en una vara de carrizo. Las matracas, cuyo sonido simboliza el ruido de los huesos rotos de Dimas y Gestas los dos ladrones que acompañaron a Cristo en el Monte Calvario, destacaban por su colorido y variedad. Las había de madera adornada con mueblecitos, violincitos, guitarritas, macetitas, cubetitas, escobitas. Otras, se engalanaban con figuras de cera que representaban chinas poblanas, bailarinas, charros, frutas y flores. Estos dos tipos de matracas los compraba el pueblo, ya que no eran onerosas y sí bastante asequibles. En cambio, las hechas de oro y plata, marfil y hueso con sus dijes de filigrana no se compraban con el matraquero, sino en las tiendas de la calle de Plateros. Eran caras y sólo podían ser adquiridas por las personas adineradas.

En cuanto a los juderos, llevaban un palo de madera al que suspendían los rojos diablos carnudos y alados, o los charritos sombrerudos y panzones colocados sobre una tablita o un cartón. El judero era un personaje que llevaba camisa de manta, pantalones de dril, huaraches de cuero, sarape trincado al hombro y sombrero de palma tejida. A las diez de la mañana del Sábado de Gloria, las campanas de Catedral se echaban a repicar bulliciosamente y la artillería ponía a funcionar sus cañones y armas con gran estruendo. Dichas acciones tenían por objeto anunciar que el sacerdote que oficiaba la misa entonaba ya el Gloria in Excelsis Deo, señal inequívoca de que se había llevado a cabo la Resurrección de Jesucristo. Entonces, en ese preciso momento, en las principales calles de la ciudad, como Tacuba y San Francisco, se efectuaba la famosa “quema de judas”.

Los enormes muñecos tenían colgados de sus cuerpos de cartón chorizos, dulces, regalitos, bolsas con panes y hasta tripas con aguardiente. Cuando el pelele estallaba, los objetos volaban sobre la multitud, siempre dispuesta a atraparlos y disfrutar de ellos. Horas más tarde, la multitud dejaba la fiesta y el barullo para dirigirse a la Plaza de Santo Domingo. De ahí salía una procesión que conducía al Santo Entierro hasta la iglesia de la Concepción. Por supuesto que Santo Domingo se convertía en una verbena donde las personas podían tomar pocillos con chocolate que compraban en los portales, acompañados de mamones y rosquillas que ofrecían los mamoneros. Con estas diversiones se terminaban los festejos del Sábado de Gloria.

A todo esto, los judas continuaban su trayectoria de muñecos contestatarios que muchos problemas les había ya ocasionado. Y así, el 17 de marzo de 1853, siendo dictador Santa Anna, el coronel Miguel María de Azcárate dio a conocer un decreto en el cual se prohibía la manufactura y quema de los “judas”. Sin embargo, esta prohibición no acabó con los judas. Años después, el gobierno imperialista de Maximiliano de Habsburgo los volvió a prohibir. Pero la costumbre revivió, pues en la década de los cincuenta, los judas se quemaban en el barrio de la Merced, en las iglesias de Regina, La Palma, San Pablo el Nuevo, y la Profesa. Los comerciantes de estos rumbos solían obsequiar ropa y zapatos para que fuesen colgados en los judas. En este tiempo, los personajes que hacían los juderos se habían diversificado mucho. El 20 de marzo de 1961, el entonces Departamento del Distrito Federal prohibió la venta de cohetes, por lo que la “quema de judas” fue suspendida por temor a las multas. Lo mismo sucedió en 1988, cuando se produjo un accidente en la Merced y el regente prohibió la venta de cohetes para ser usados en cualquier festividad. A pesar de tantas prohibiciones a que han estado sujetos los judas de cartón aún se hacen pues, a Dios gracias, la cultura popular es lo bastante fuerte para resistir los embates de las adversas circunstancias sociales que se presentan y se han presentado en la historia de nuestro pueblo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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