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Tabasco

La temible bruja de Cunduacán

En la ciudad de Cunduacán, “lugar de olla, pan y culebras”, cabecera del municipio tabasqueño del mismo nombre, que forma parte del la subregión llamada de la Chontalpa, en el estado de Tabasco, existió una horrible mujer que se dedicaba a la brujería, a la magia negra. Mediante cierta cantidad de dinero o de un buen regalo, la mujer se prestaba para efectuar trabajos de toda índole, ya fuera que se tratase de volver a un hombre al camino de la fidelidad, o de matar a una mujer que no acababa de morir y cuyos hijos estaban deseosos de recibir la herencia que había prometido dejarles. Se trataba de una bruja amoral y ávida de dinero.

La terrible bruja de Cunduacán

Mucho dolor y fatiguitas causó la llamada Bruja de Cunduacán a muchas personas, su maldad no tenía límites y no se detenía ante nada. Pero como todo termina, un día la bruja se enfermó y murió, sus artes maléficas nada pudieron contra la pulmonía que puso fin a su vida.

Dice la leyenda que cuando murió se transformó en un enorme y horripilante pájaro negro que emitía sonidos espeluznantes que toda la población de Cunduacán escuchó aterrada durante siete días, mientras una lluvia de cenizas inundaba las calles aledañas a la casa de la bruja. Al séptimo día, el asqueroso pájaro desapareció hasta perderse en las alturas. Hay quien dice que la mala pécora aparece de vez en vez para asustar a los mortales que tienen la mala suerte de encontrársela en su camino.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Aguascalientes

La india chichimeca

Antes de que Aguascalientes se convirtiera en la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de las Aguas Calientes, por Cédula Real de 1575, una pareja de indios chichimecas vivía en un jacal, en lo que hoy en día es el Jardín de Zaragoza. La pareja había procreado una niñita que a la sazón contaba con nueve años de edad; la niña era bonita y muy alegre. La pareja veneraba al dios de los mercados a quien consideraba su protector; en cambio la niña sentía una fuerte inclinación por Chulinche, el dios ciego, quien, a su vez, quería a la jovencita. Cuando sus padres murieron y quedó sola, Chulinche envió un mensajero para que velara por la joven, y le advirtió que siempre la cuidaría y que le dijese que es lo que quería porque se lo concedería hasta que muriese. Pero la joven enfermó de la cabeza, desvariaba y hablaba mucho. El dios Chulinche viendo lo enferma que estaba la niña, les pidió a los otros dioses que le ayudaran a sanarla. Los dioses atendieron a la petición de Chulinche, pero con la condición de que la muchachita tendría la tarea de poblar todo el territorio por donde vivía. Al oír la condición la joven se dirigió al adoratorio doméstico que tenía en el jacal, para aprestarse para cumplir su tarea, y recoger sus libros donde anotaba los sucesos importantes; sin embargo, el dios la atajó y le comunicó que aún no había llegado el tiempo de hacerlo, que él le avisaría cuando fuera llegado. La india insistió alegando que mientras más pronto cumpliera lo ordenado, mejor sería, pero el dios le reiteró que debía aguardar. La muchacha obedeció, volvió a su casa y se dedicó a escribir en sus libros el proyecto que tenía pensado para poblar tan vasto territorio. Una vez terminado su proyecto se lo mostró al dios Chulinche quien lo aprobó. En seguida se puso manos a la obra y elaboró muchos muñecos de barro, para darles el aliento de la vida y poblar toda la región de la actual Zaragoza. Cuando los hombres surgieron veneraron a la india que era muy buena con ellos, la consideraban una diosa más, y la consentían con ofrendas de miel y leche. Pasado el tiempo, la india-diosa murió; los hombres le organizaron rosarios, se clavaron espinas de maguey en las rodillas como sacrificio en su honor, y ayunaron comiendo solamente un poco de queso y miel. Asimismo, a la primera calle que se formó en el poblado, le dieron el nombre de la india, que hoy es una calle que se puede ver al final de la Calle Juárez. Sonia Iglesias y Cabrera

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Baja California

«¡Por favor, una moneda de cinco centavos!»

En la ciudad de Mexicali, en Baja California Norte, vivía una señora que constantemente abusaba físicamente de sus hijos. Cuando los hijos crecieron inmediatamente se casaron y nunca volvieron a ver a la mala madre que tan mal les tratara. La mujer, arrepentida del comportamiento cruel que había tenido con sus hijos, acudió al cura de la iglesia para confesar todo el daño que les había hecho. Al oírla, el cura le dijo que sus pecados eran muchos y muy graves, que él no podía darle la absolución y que debía ir a Roma para obtenerla. Como la señora era muy pobre no podía costearse un viaje hasta Roma, a lo que el sacerdote le dijo que pidiese limosna, pero con la condición de que solamente aceptara monedas de cinco centavos, nunca de mayor valor. Resignada y contrita, la mala madre iba todos los días a sentarse en el atrio de las iglesias para pedir limosna. Si llegaban a darle monedas de mayor cantidad que los cinco centavos estipulados, la mujer devolvía la moneda ante el asombro de los donantes. Por esta razón, pronto las personas empezaron a llamarla “La Señora del Cinco”.

Por favor una moneda de cinco centavos

Pasó el tiempo, y cuando ya le faltaba poco para poder comprarse el pasaje a Roma, la arrepentida se enfermó y murió. Unos cuantos días después de su muerte, un señor que pasaba por la iglesia vio a una pobre dama vestida de negro y con un velo en la cabeza que se le acercó y con voz tristísima le dijo: -¡Señor, ¿sería usted tan amable de regalarme una moneda de cinco centavos? El hombre le respondió que solamente tenía una moneda de veinte centavos. Al querer dársela, el velo de la mujer se cayó y dejó al descubierto la horrible cara de la calavera que vociferó: -¡Le dije que quería una moneda de cinco centavos, no de veinte, por lo tanto yo lo maldigo! La mujer se les aparecía a muchas personas y a la que no le daba los cinco centavos la maldecía; y, efectivamente, a todas ellas les ocurrían desgracias.

Desde entonces, y por muchos años, los habitantes de Mexicali solían llevar siempre en sus bolsillos una moneda de cinco centavos, no fuera a ser que se encontraran con la mujer que por maltratar a sus hijos quedó sola y penando sin poder alcanzar la paz.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Guerrero

El incrédulo don José.

Una leyenda del estado de Guerrero nos cuenta que don José era un campesino que trabajaba cultivando su tierra. Después de terminar con sus labores en la milpa, que le tomaban todo el día hasta el atardecer, gustaba de ir a la cantina del pueblo a tomarse una o dos copas de tequila, para apaciguar el cansancio y tranquilizarse.

El incrédulo don José

En una de estas ocasiones, don José llegó a la cantina y se sentó a la mesa que ocupaban unos amigos, también campesinos. Degustando su tequila se puso a oír la plática que versaba acerca de lo que decían las mujeres del pueblo relativas a las apariciones del Chamuco que habían aterrado a varios vecinos, causando pánico entre todos los pobladores. Don José intervino en la plática para decir, en medio de grandes carcajadas, que eso eran meras supersticiones y que él no creía en nada de eso de aparecidos y demonios. Después de haberse burlado a su antojo de sus amigos y de llevar entre pecho y espalda dos caballitos de tequila, el campesino descreído decidió volver a su casa. Salió de la cantina y empezó a caminar.

Cuando estaba a medio camino ya en pleno campo, escuchó el lastimero llanto de un bebé; entonces se dio cuenta de que en el suelo se encontraba un niño chiquito envuelto en una manta. Don José pensó en la mala madre que lo había abandonado a su suerte y decidió llevarlo a su casa. Tomó al bebé en brazos y comenzó a caminar. Conforme iba avanzando en su camino sintió que el nene pesaba cada vez más y más. Ya casi llegaba a su hogar, cuando sorprendido por el peso excesivo decidió hacer a un lado la manta para verle la cara al niñito. Cuando lo hizo el susto que se llevó fue bárbaro, pues el niño presentaba una horrorosa cara de demonio, roja, con ojos amarillos, y con grandes cuernos negros. Al verlo, el Diablo le dijo: -¡Ahora sí crees en los demonios! Y soltó una grotesca y aterradora carcajada. Al punto, don José dejó caer al niño-demonio y corrió como ídem hasta llegar a su casa. Ya nunca más volvió a dudar de los aparecidos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Nayarit

Los colgados

En el año de 1841 se fundó una fábrica de textiles en Buenavista, Nayarit. Su dueño, un español de nombre José María Castaños, la edificó a la manera de una existente en Bélgica. Los trabajadores de la fábrica sufrían la terrible explotación del gachupín, que les sometía a largas jornadas sin ningún tipo de seguridad en el trabajo, por lo cual se producían numerosos accidentes entre los obreros.

Cansados de tanta explotación y de recibir una miseria de salario, los empleados de José María decidieron un día irse a la huelga. Dicha acción provocó la cólera del dueño, quien amenazó a los trabajadores con el despido y la cárcel si no volvían a sus labores. Pero éstos no cejaron en su empeño y continuaron con la huelga, que se dice fue la primera en México.

Los colgados

Al poco tiempo, los dirigentes laborales fueron apresados, torturados y ahorcados frente a la fábrica, para escarmiento de todos los demás obreros. De los árboles colgaban los principales líderes, mientras sus esposas e hijos lloraban a los pies de los colgados.

La leyenda cuenta que desde entonces en las noches se escuchan el sonido regular de las máquinas textileras, los terribles lamentos de los obreros asesinados y pueden verse dentro del edificio en ruinas los fantasmas de hombres trabajando y sollozando, algunos que se pasean por los múltiples pasadizos de la fábrica buscando a don Chema para hacerle pagar su nefasto crimen.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Nayarit

La desdichada Claudia

Cuenta una leyenda de Tepic, “lugar de piedras macizas”, capital del estado mexicano de Nayarit, que en una casa de la Colonia Lázaro Cárdenas de esa ciudad, vivía un señor que tenía una hijita llamada Claudia.

Después de haberse separado de su esposa, la custodia legal de la niña le había correspondido a él. Padre e hija vivían tranquilamente en su hermosa casa, cuando los azares del destino, que a veces son diabólicos, les jugaron una mala pasada, pues cierto tiempo después de haber llegado a la Ciudad de Tepic, Claudia fue atropellada por un camión y murió.

La desdichada Claudia

El padre quedó completamente consternado ante esta fatal desgracia, pero decidió quedarse a vivir en la casa en la cual ambos habían sido muy felices. Poco tiempo después de su muerte, don Facundo, como se llamaba el desdichado señor, empezó a sentir que alguien lo observaba, oía ruidos en el patio trasero y pasos se niña en la escalera que conducía al piso superior; las puertas se cerraban y se abrían inexplicablemente. Espantado por tantos sucesos extraños, don Facundo decidió tomar fotografías de las escaleras y del patio, para ver qué salía en ellas y si podía hacer algo para remediarlo.

Cuando el padre reveló las fotografías, cuál no sería su sorpresa al ver que en ellas se veía perfectamente la imagen de su pobre niña Claudia, pero muy demacrada, grandes ojeras se apreciaban alrededor de sus ojos y una palidez sobrehumana cubría su dañado rostro por el accidente. Don Facundo inmediatamente tomó la decisión de marcharse de esa casa que tan dolorosos recuerdos le traía.

Así lo hizo y puso en renta la casa, después de haber encargado una misa por el alma en pena de la pequeña. Sin embargo, la misa de nada sirvió, pues varios inquilinos que la rentaron, al poco tiempo de marchaban presas de miedo y terror, pues a todos se les aparecía la niña Claudia. Desde el último inquilino que la rentó y se fue, la casa permanece vacía; los caminantes que pasan frente a ella afirman que se oyen los lamentos de la atormentada niña que clama por su padre con sollozos que ponen los pelos de punta a quienes llegan a oírla.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Durango

Josefina baila lambada

Josefina tenía dieciocho años, era morena y de ojos verdes. A pesar de ser muy guapa no tenía novio, pero sí muchos pretendientes que la deseaban y que ella desdeñaba pues era orgullosa y altiva. Aprovechando las vacaciones de Semana Santa, el Viernes Santo decidió ir a bailar con sus amigos a la discoteca Ciclón, donde acudían los jóvenes privilegiados de Durango.

A poco de llegar a la disco un joven vestido de etiqueta y de cara delgada y afilada la sacó a bailar. Sus ojos brillaban como fuego en la semi oscuridad del recinto. Josefina y el hombre bailaron una lambada de manera tan sexual, que los otros bailarines les hicieron rueda ante lo excitante del baile. De pronto, los observadores quedaron paralizados al darse cuenta que el joven bailarín despedía un intenso olor a azufre, y que en una pierna tenía una pata de gallo y la otra una horrenda pezuña de cabra. La pareja empezó a levitar hasta casi tocar el techo.

Josefina baila lambada

En ese momento se escuchó una voz que decía -¡Ave María Purísima!, la luz se apagó y todo quedó completamente a oscuras. Cuando la energía eléctrica volvió, Josefina se encontraba tirada en el suelo con el vestido desgarrado y la huella de una mano le quemaba la carne de la espalda. El hombre había desaparecido. Sólo se escuchó en la lejanía una espeluznante carcajada y el arrancón de un carro.

Las patrullas persiguieron al carro negro que se alejaba a toda velocidad, pero no le alcanzaron, solamente le vieron entrar por la puerta central del Panteón de Oriente de la ciudad. Josefina fue conducida al Hospital San Jorge en un carro particular, pero a medio camino desapareció. Nunca más se volvió a saber de ella. La familia de la desdichada joven ante tanta tragedia sobrenatural, se cambió de ciudad inmediatamente.

Las personas que presenciaron el terrible acontecimiento se llenaron de temor y cayeron enfermas. Todas las familias de la ciudad de Durango, terriblemente asustadas, pusieron atrás de sus puertas más de una palma bendita que habían comprado el Domingo de Ramos, para evitar que el Chamuco, el Diablo, Satanás, Lucifer llegara a sus casas a querer llevarse un alma como se llevó la de la desafortunada Josefina.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Chihuahua

El viajero, la mula y el Cristo

Cusihuiriachic, cuyo significado es Estandarte Vertical o Palo Erecto, población del estado de Chihuahua que durante el siglo XVII se encontraba en pleno apogeo minero, se fundó en el año de 1687.

Se habían descubierto ricos yacimientos de plata, y el pueblo prosperaba hasta alcanzar los veinticinco mil habitantes. Una de las nuevas minas descubiertas llevaba el nombre de Santa Marina y se encontraba situada frente al Santuario de la Virgen de Guadalupe, erigido ex profeso cuando se abrió la mina, Un cierto minero se apresuró a poner una tienda junto al Santuario, y a rentar cuartos para los viajeros que llegaban a la mina y al pueblo de Cusihuiriachic.

El viajero la mula y el Cristo

En cierta ocasión llegó a la tienda un caminante con una mula que llevaba a cuestas un cajón de madera. Como venía hambriento, le pidió al tendero que cuidase su mula mientras buscaba una fondilla donde comer algo que apaciguara su hambre. Pasaron varias horas, y como el hombre no regresaba, el tendero decidió quitarle a la mula el cajón de sus lomos, pues el animal parecía verdaderamente cansado. Cuando llegó la noche, el tendero cerró su tienda y guardó la mula.

Al día siguiente, la mula había desaparecido y el viajero aun no regresaba. Pasaron los días y el tendero decidió abrir el cajón. Sorprendido, se encontró con una imagen tallada del Cristo Nazareno. Como era muy hermoso, los pobladores lo colocaron en el altar del Santuario. Al otro día, el Cristo se encontraba fuera del templo; lo volvieron a su lugar, pero el Nazareno volvió a aparecer afuera; este hecho se repitió muchas veces.

Ante este extraño suceso algunas personas velaron frente al templo para averiguar qué era lo que pasaba, pero nada pudieron ver, pues fueron vencidas por un profundo sueño. Los feligreses pensaron que al Cristo no le gustaba el Santuario y lo trasladaron a la iglesia de Santa Rosa de Lima, la más antigua del pueblo y donde había estado la primera mina. Al Nazareno le gustó su nueva morada, nunca más volvió a salirse y se dedicó a hacer muchos milagros, por lo que los creyentes, desde entonces hasta ahora, le llevan obsequios de toda índole, aunque principalmente ex votos de plata. Algunos habitantes del pueblo de Cusihuiriachic afirman que la imagen del Cristo aun se mueve, pero regresa a su altar a recibir la pleitesía de sus devotos a cambió de sus favores y milagros que no son pocos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Chihuahua

El oro del Cerro Grande

Cuenta una leyenda del estado de Chihuahua que dos colonizadores españoles que tenían como oficio la extracción de metales preciosos, un día decidieron robarse trescientos kilos de oro de una mina.

Efectuado el atraco escondieron el botín en el Cerro Grande, el más grande del estado con una altura de mil novecientos metros sobre el nivel del mar. Decidieron los hispanos ocultar el oro debajo de una gran piedra, hecho lo cual se dirigieron muy contentos hacia la ciudad de Chihuahua a celebrar su hazaña.

El oro del Cerro Grande

En un momento dado se percataron que alguien caminaba hacía ellos; por precaución decidieron esconderse subiendo a más altura del cerro por el que deambulaban. Los ladronzuelos se dieron cuenta de que se trataba de una patrulla de policías que tenía intención de atraparlos por su fechoría, pues alguien se dado cuenta del robo y les había renunciado.

Ante el peligro, los cacos intentaron bajar del Cerro Grande por la parte más escabrosa, pero no tuvieron el debido cuidado y resbalaron cayendo por una barranca hasta sus profundidades. Por más que las autoridades buscaron los cadáveres de los españoles rateros, nunca los encontraron. la leyenda nos relata que desde entonces sus espíritus vagan por el Cerro protegiendo a todos los ladrones que buscan refugio en él, después de llevar a cabo sus latrocinios.

El tesoro robado sigue oculto, nadie le ha encontrado, aun cuando muchas personas ambiciosas se aventuran a buscarlo. Si por casualidad alguien llegase a encontrarle, se volvería fabulosamente rico. ¿Se atrevería usted a buscar el oro robado en el majestuoso Cerro Grande?

Sonia Iglesias y Cabrera

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Baja California

Maija Awi, dios Serpiente del Agua

Los kumiai, conocidos también como tipai-ipai, kamia o diegueños, habitan en el noroeste de México, en el estado de Baja California. Dentro de su tradición oral se encuentra una leyenda muy bella que se ha transmitido de generación en generación hasta llegar hasta nuestros días.

Dicha leyenda nos cuenta que hace mucho tiempo vivía en el mar, hacia la parte del Este de la península, una serpiente que se llamaba Maija Awi, Serpiente de Agua, magnífica sierpe poseedora de todos los conocimientos del mundo. Dentro de ella se encontraban los bailes, los cantos, la música, la cestería, la cerámica, y todo lo que hace falta para la supervivencia de un pueblo; es decir su cultura y su cosmovisión. Los indígenas que habitaban en Wikami, un importante poblado, la esperaban con ansía para que les diera su sabiduría y conocimientos.

Maija Awui dios Serpiente del Agua

Cuando Maija Awi llegó, la obsequiaron con comida y bebida para les enseñase a bailar y cantar. Sin embargo, los kumiai le dieron tanta comida que la Serpiente del Agua engordó de manera extraordinaria. Las personas de la comunidad al verla tan insaciable en sus apetitos, tuvieron miedo de que se las comiera, y procedieron a quemarla. Cuando se estaba quemando Maija Awi estalló y todos los conocimientos que llevaba dentro se esparcieron por todos los pueblos que formaban la comunidad kumiai, mismos que se beneficiaron con todo ese acervo cultural. Desde entonces, la Serpiente de Agua fue venerada y adorada como correspondía a tan gran dios y a tan grande dádiva, y se transformó en el símbolo por excelenia de la cultura kumiai.

Sonia Iglesias y Cabrera