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El universo de los nahuas

Cuentan los abuelos de Chicontepec, Veracruz, que los dioses formaron al universo y a las personas en varias etapas. En la primera de ellas los hombres fueron hechos de barro. Se alimentaban de tierra y piedras. Pero un día llegaron unas fieras llamadas Tecuanimeh y destruyeron al mundo. Los dioses no desistieron y crearon a unos nuevos seres de papel. Se nutrían de la corteza de los árboles. Pero tampoco vivieron mucho y desaparecieron a causa de huracanes. Los dioses insistieron en su faena y decidieron crear a los hombres de madera que comían ojite y madera, pero también terminaron mal, pues murieron todos quemados. Los dioses no se daban por vencidos y dieron vida a hombres cuya carne era de tubérculos, los cuales también les servían como nutrimento. Como los tubérculos estaban cosidos, los hombres se comían unos a otros, los dioses decidieron castigarlos y desaparecerlos por medio de terribles inundaciones. Ompacatotiotzih, el dios máximo, ayudado por otras deidades, creo entonces  una pareja con los huesos de los antepasados, pasta de maíz y frijoles, la cual cobró vida gracias al sol, el viento, fuego, y el agua.
El dios quiso hacer la Tierra plana y cuadrada para que los tlamameh la sostuvieran en cada una de sus esquinas, asentados en el piso del Inframundo, donde había vivido la anterior camada de hombres. Estos cargadores hicieron un plano superior para que fuera el Cielo. A cada esquina correspondía un rumbo sagrado, determinado por el movimiento del Sol, las lluvias y la muerte. El Oriente, llamado Inesca Tonath, El Lugar donde sale el Sol, simbolizaba el color rojo; al Poniente, Ihuetzica Tonatih, El Lugar donde se oculta el Sol, correspondía el color amarillo; el Norte, Inesca Xopanatl, El Lugar donde surge la Lluvia, se representaba con el color blanco; y el Sur, Mihcaohtli, El Camino de los Muertos, era de color negro. A los lados del Cielo y de la Tierra, existen unas paredes que contienen a las aguas del mar, son las Faldas de la Tierra, las Tlalcueitl.
Desde entonces, el Cielo cuenta con siete capas cuadradas, llamadas Ehecapa, Lugar de los Vientos, donde viven el aire y los vientos buenos y los malos; sigue la capa Ahuechtla, donde se encuentra el rocío; la tercera corresponde a Mixtla, Donde moran las Nubes y el Granizo; después viene Citlalpa, el Lugar de las Estrellas; continúa la capa llamada Tekihuahtla, Donde se encuentran las Autoridades, los Tlamocuitlalhuianeh; sigue la capa denominada Teopanco, donde moran los santos católicos y las deidades prehispánicas como Ompacatotiotzih, Chicomaxóchitl, Macuilixóchitl, Tonatih, Meetztli, y Tlacotecólotl. Finalmente, se llega al límite del Cielo donde hay una valla: la Nepancailhuicac. Este último sitio es oscuro y sirve de tiradero a los dioses. En la parte superior de la Nepancailhuicac viven los colibríes que acompañan al Sol durante el mediodía.
Por su parte, el Mictlah, el Inframundo está formada por cinco capas. Da inicio la Tlaketzaltla, Lugar de Horcones, donde se encuentran los cargadores de la Tierra ya mencionados; en la siguiente capa viven el Monstruo de la Tierra y una tortuga donde están parados los cargadores; Tlalhuitzoctla, el siguiente escalón, alberga a losTlalhitzocmeh, los gusanos; en seguida, se sitúa la Tzitzimitla donde viven las tzitzimime y todos los fantasmas encargados de provocar sustos a los humanos. Sigua la capa llamada Mihcapantli, donde habitan Mikistli, el dios de los muertos, y Tlacatecólotl Tlahueliloc, el Hombre Búho Enojado. Así está conformado el universo de los nahuas.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Mito y rito de los voladores

El ritual de los voladores se empezó a practicar en Mesoamérica desde épocas muy remotas, desde el Período Preclásico Medio. Las culturas del Occidente de México lo representaron en figuras de cerámica. Se llevaba a cabo con la concepción de un eje central que simbolizaba el eje del universo, y como parte de ritos de fertilidad y de sacrificios gladiatorios. Los mexicas la adoptaron dentro de sus rituales asociados con el Sol.

Fray Juan de Torquemada nos dice que para llevar a cabo el rito se traía de los montes un tronco grueso de árbol, se le quitaba la corteza hasta que quedaba completamente liso. El tronco tenía que ser lo suficientemente alto para que un hombre volando pudiese dar trece vueltas alrededor de él. En la parte de arriba del tronco se colocaba un cuadrado de madera de dos brazadas de ancho y largo (la hoy en día llamada “manzana”) que giraba; en cada esquina llevaba cuerdas lo suficientemente fuertes para soportar el peso de un hombre, pues cuatro eran los danzantes que participaban y simbolizaban los cuatro rumbos del universo o puntos cardinales, más un caporal que dirigía el ritual y connotaba el centro del mundo. El descenso de los danzantes representaba la fertilidad y la caída de la lluvia. Este rito se practicaba en los períodos de dura sequia. Los danzantes iban vestidos con hermosos trajes de plumas de aves, para representar búhos, águilas, guacamayas, y quetzales.

Un mito totonaco nos cuenta que en la época anterior a la llegada de los españoles en el Señorío del Totonacapan se presentó una severa sequía que desoló la región de plantas y dio muerte a innumerables personas. Los sabios abuelos decidieron solucionar el problema y escogieron a hombres jóvenes vírgenes para que fuesen al monte y escogieran el árbol más alto y bello que encontraran, para utilizarlo en un ritual. Los dioses se sentirían complacidos y venerados y enviarían la lluvia tan deseada. Así pues, se decidió que el ritual se iniciara en la parte más alta del tronco a fin de que las deidades pudiesen escuchar los ruegos de los humanos. Los dioses compadecidos ante los fervientes totonacos, se apiadaron de ellos y les enviaron la tan deseada y necesaria lluvia. Ante lo efectivo del rito, se decidió que la ceremonia se llevaría a cabo con regularidad para mantener contentos a los dioses.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El mundo de los tepehuas

Cuentan los abuelos tepehuas de los estados de Hidalgo y Puebla, que cada elemento de la naturaleza, incluido el hombre, está representado por un ser sobrenatural que, según su humor y circunstancia, puede beneficiar o dañar a las personas. Para que estos seres se mantengan contentos y satisfechos se les deben brindar ofrendas y realizar rituales en su honor. Así pues, todos los elementos de la naturaleza tienen un dueño: la tierra, las plantas, el agua, el aire, a los cuales se les representa en papel amate recortado, mismo que se emplea en muchos otros rituales, por ejemplo en los de la brujería, la fertilidad y con fines terapéuticos.

Los dueños habitan en los tres planos verticales del cosmos: el celeste, el terrenal y el infra terrenal. Una de las deidades más poderosas y fundamental en la cosmovisión de los tepehuas es el dios Wilcháan, el Sol, dueño de todo lo que existe y de los hombres, quien representa a Cristo. San José y la Virgen María, llamada Hachiuxtinin,  cuidan a Wilcháan. La Luna, Maljuyú, tiene la misma importancia que el Sol del cual es su opuesto. Simboliza el nacimiento y la muerte, dueña y protectora de las mujeres, a quien rige en su regla. La Luna decide sobre el crecimiento de las flores, las enfermedades y la muerte. Se cree que es la imagen del Diablo.
El arcoíris se encuentra estrechamente relacionado con la brujería, en él los brujos acuden para reposar y descansar sus atribuladas mentes. Nadie en su sano juicio debe señalar al arcoíris con un dedo, pues inmediatamente se les pudriría, o alguien puede morir asesinado. El hermoso arcoíris es el dueño de los manantiales y de los pozos, muchos creen que es una advocación de la Sirena.

A los Truenos, Papanin, los tepehuas se los representan como hombres viejos, vestidos con mangas de hule y bastones, al servicio de Jesucristo. Cuando colocan los bastones en la punta de sus pies, se producen los truenos y los relámpagos. Los Truenos habitan las nubes, desde ahí producen el granizo, buscan trozos de hielo que trituran y arrojan a la Tierra. Las Estrellas, las Staku, protegen a los hombres de las piedras, pues cuando se mueven es señal de que se convertirán en tigres y atacaran a las personas; es por ello que las Staku siempre están destruyendo a las piedras. El dueño del agua, Xalapának, es hijo de Sireno y Sirena. Xalapanák-Laka’un, el dueño de la Tierra, tiene sus servidores, sus peones, son los muertos que viven en el Laknin, el famoso Lugar de los Muertos donde reina Akmosnó, a quien se le rinde homenaje durante el Carnaval y se le ponen ofrendas porque hay que tenerlo contento. El lugar al que van los difuntos está determinado por la manera de morir y no por su conducta. Aquellos que murieron asesinados o a causa de un accidente, van al mencionado Laknin; los esposos casados por la iglesia acuden al Cielo, a Laktian, regido por Dios el encargado de darles alimento a las almas de los muertos; las mujeres muertas en trabajo de parto se van al Cielo a servir a los viejos de los truenos; las personas que mueren ahogadas se mantienen en las corrientes de los ríos y jalan a los incautos que pasan cerca; los brujos se van al Inframundo y los curanderos premiados por sus buenas acciones llegan al Cielo; los niños que no alcanzaron a ser bautizados se transforman en víboras, pero los muy pequeños son acogidos en el seno de la Virgen María. Las almas que acceden tanto al Cielo como al Inframundo siguen viviendo tal y como lo hacían en la Tierra; es decir, ejercen las misma funciones que en vida.

La Tierra, mujer muy fecunda, está formada, en su mayor parte por agua. En su parte interna existen túneles en donde vive el Viento, casi nunca aparece por la Tierra, pero cuando llega a hacerlo los remolinos que forma se llevan sin piedad a las personas. En la Tierra residen los muertos quienes tienen la capacidad de volverse malos aires para ocasionar las enfermedades de los pobres mortales, a más de producir muy malas cosechas. A la Tierra es necesario purificarla constantemente, pues los seres humanos la contaminan cuando la pisan y cuando hacen sus necesidades físicas sobre ella. La purificación consiste en dedicarle ofrendas. Los cerros, la milpa y el cementerio son lugares sagrados de la Tierra, se les debe rendir homenaje y ofrendas. Por eso, a la milpa se le brindan muchos ritos y ceremonias. En el cementerio, el lugar de los ancestros,  habitan los malos espíritus que toman las formas de aires y dañan sin piedad.

La Sirena es una bella mujer asociada con el agua, es la dueña de ella, de los peces, las lagunas y los manantiales. Le gusta atraer a los hombres para matarlos. Sirena Malinche es su hijo. A los dos, madre e hijo, se les festeja el 30 de abril de cada año.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Omácatl Dos Cañas, el Alegre

Hubo una vez un dios al que le gustaban los festejos, las celebraciones y los convites, que las personas celebraban para agasajar a sus familiares y amigos con comidas, danzas y bailes. Omácatl, Dos Cañas, como se llamaba, también conocido como Huitznáhuac, aparecía en todas estas celebraciones, ya que era obligado que aquél que diese una fiesta debiera tener en la casa la imagen del dios; los encargados de llevarla desde el templo eran los sacerdotes, de no hacerlo así, el festejante tendría terribles pesadillas en las que vería a Omácatl reconviniéndole de esta manera: – Tú, mal hombre, ¿por qué no me has honrado como convenía? Yo te dejaré, yo me apartaré de ti y tú me pagarás muy bien la injuria que me has hecho.  Era tal el enojo de Omácatl que, vengativo, ponía en la comida y la bebida de la fiesta cabellos para que el anfitrión quedase mal parado, lo cual era terrible, pues el convite entre los señores mexicas era una manera de obtener prestigio y estatus social; por lo tanto cada convite era una orgía de bebida y comida en la que los señores daban regalos a los invitados consistentes en mantas, tabaco, pañuelos, y flores. 

Cuando amanecía, el anfitrión sacaba una figura de un hueso grande, representativo del dios, que los principales y los teopixques habían elaborado con tzoalli, la masa de amaranto sagrada. El hueso se comía entre los invitados al festejo, acompañándose con jícaras de pulque. Previamente,  le picaban la panza al dios-hueso y lo dividían para distribuir los trozos. Se trataba de una especie de sagrada comunión con Omácatl, el alegre. Aquellos que comían de la imagen estaban obligados a contribuir para la fiesta comunal de Omácatl. Aquellos que deseaban obtener buena suerte, se llevaban la imagen del dios a su casa por doscientos días, así sus riquezas aumentaban porque Omácatl, que simbolizaba una de las tantas advocaciones de Tezcatlipoca, compartía un signo fausto Ome Ácatl.
Nuestro dios se representaba acuclillado sobre un haz de juncias, una planta de varas triangulares de bordes ásperos, gustaba pintarse la cara de negro y blanco, y se colocaba en la cabeza una banda de papel que anudaba por detrás, adornada de muchas borlas y piedras chalchihuites. Omácatl se cubría el cuerpo con una manta de fina tela, adornada con una franja en la que estaban tejidas bellas flores; llevaba un escudo con borlas en la parte baja y en la mano derecha portaba un magnífico cetro semejante a una herradura con mango, cuyo nombre tlachialoni significaba “miradero” y por el cual veía las acciones humanas.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ixquic consigue el maíz y prueba su condición de nuera

Hunbatz y Hunchouén, los Gemelos Mono,  eran sabios, flautistas, escribanos, escultores, orfebres, escultores, y cerbataneros muy destacados. Aun cuando eran sobresalientes estaban llenos de envidia. Un día se encontraban junto a su madre, cuando llegó Ixquic, Sangre, la hija de Kuchuma Kik’ uno de los Señores de Xibalbá. La mujer, ya embarazada de Hunahpú e Ixbalanqué, se dirigió a la abuela y le dijo que era su nuera y, por tanto, su hija. La abuela se extrañó y le contestó airada que dónde se encontraban sus hijos Hunahpú e Ixbalanqué, pues les creía muertos a manos de los señores de Xibalbá, el Inframundo, pues colgaron su cabeza en un árbol, y que solo quedaban sus hermanos Humbatz y Hunchouén como parte del linaje. La nuera le contestó que llevaba en el vientre a los descendientes de Hun-Hunahpú y de Vucub Hunahpú. Los Gemelos Mono se enojaron al oír tales palabras. La abuela corrió a la joven acusándola de deshonesta y mentirosa. Pero enseguida la detuvo y le ordenó que fuese a traer un costal de maíz, ya que era su nuera. La joven obedeció y se dirigió a la milpa de los Gemelos Mono, pero como no sabía dónde se encontraba, le imploró al Chahal de la comida y a otros diosecillos, para que la guiaran. Dijo: -¡Ixtoh, Ixcanil, Ixcacau, ustedes las que cuecen el maíz; y tú Chahal, guardián de las comidas de Hunbatz y Hunchouén, ayúdenme! Tomó los cabellos del elote y los metió en el costal hasta llenarlo por completo. Los animales del campo la ayudaron a llevar el costal hasta la casa de la abuela, como si hubiera sido ella la que lo cargó. Al ver el costal, la abuela le preguntó que dónde había conseguido tanto maíz, que si había dejada a la milpa pelona. La vieja se fue corriendo a ver la milpa, y vio que la única planta que tenía estaba intacta y sin embargo se veían las huellas que había dejado el costal. Al regresar a la casa, le dijo a la nuera: -¡No me cabe la menor duda, eres mi verdadera nuera, de otra manera no habrías podido llenar todo un costal de maíz, donde no hay sino una sola planta!

Ixquic conocía la historia de Hun-Hunahpú, el dios que había sido transformado en Árbol de Jícara, y aunque su padre le tenía prohibido acercarse a él, ella fue hasta Pucbal-Chah y habló con la calavera de Hun-Hunahpú que colgaba del árbol. La calavera le escupió en la palma de la mano y quedó embarazada de los Gemelos Sagrados: Hunahpú e Ixbalanqué. Furioso, su padre ordenó que la mataran y le llevasen su corazón. Pero la joven clamó por su vida alegando que el fruto de su vientre era sagrado, los sacerdotes encargados de matarla se conmovieron y, después de mucho pensarlo, hirieron al árbol del que salió una savia roja que pusieron en una jícara. El árbol que se llamaba Árbol Rojo de Grana, desde entonces tomó el nombre de Árbol de la Sangre. Los sacerdotes le dijeron a Ixquic que se fuese, que presentarían a su padre la jícara con sangre como si fuese su corazón. Los Señores de Xibalbá se dieron por satisfechos al ver el recipiente sin sospechar que habían sido engañados por Ixquic. Mientras tanto, la joven huyó hasta llegar a la casa de la abuela, como hemos dicho.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Xúmfo Dehe, la Señora del Agua.

Xúmfo Dehe, la Sirena, diosa femenina otomí de la Huastec también posee una contraparte masculina, el Sireno, Buéhe Dehe. Xúmfo se adorna el cuerpo con joyas elaboradas con gotas de agua. Es de color verde, como la humedad. Personifica la diosa de la vegetación y del amor, su deseo fecunda o deseca los lugares por donde transita, según lo quiera. Mujer bellísima, cuya mitad de su cuerpo está formada por una serpiente o por un pescado, suele aparecerse por los manantiales, por lo cual no se deben matar a las sierpes que se encuentran cerca de ellos, porque se corre el riesgo de secarlos. A veces, gusta de adoptar la forma mitad pájaro mitad mujer. Si se tiene la suerte de verla en el agua, veremos un remolino o un gran pez; en ciertas ocasiones se presenta como un enorme reptil de grandes dientes.

Nuestra diosa Xúmfo Dehe gustav de atraer a los hombres hacia el agua, seducirlos, ahogarlos en los remolinos, y convertirlos en sus esclavos. La casa preferida de la Sirena es el mar, sin embargo, cuando decide habitar la Tierra, lo hace en los pozos, los manantiales y los estanques, lugares que son sagrados. Para agasajarla, los otomíes colocan en  ellos ofrendas consistentes  canastas con comida que se deja sobre el agua para que se sumerjan y les lleguen a la Sirena. Como se trata de una bella mujer muy veleta, se la debe tratar con sumo respeto a fin de no molestarla, y como es coqueta, en sus ofrendas se colocan objetos que satisfagan su vanidad tales como espejos, zapatillas, lápiz labial, collares, anillos, aretes, vestidos, y todo aquello que suele agradarles a las mujeres. Para tener contenta a Xúmfo Dehe, se le sacrifican aves, pollos o guajolotes, siempre una hembra y un macho, en los altares dedicados a ella. Cuando el animal es sacrificado,  la sangre que le brota de la herida del cuello se recoge en un recipiente y con una pluma de la misma ave se pinta a cada una de las potencias que cuidan al mundo. A la ofrenda del altar se agregan bebidas (cerveza, refrescos, aguardiente) y piezas de pollo cocidas en pipián, pan desmoronado y galletas. Tales sacrificios y ofrendas se llevan a cabo a lo largo del año, ya que la Sirena no tiene una fecha en especial en que se la venere. Solamente en casos de urgencias como son los desastres ocasionados por el agua, se hace necesario proceder en seguida a los rituales con el fin de calmar la ira de la Sirena. Asimismo, el Día de la Santa Cruz, en la que también se lleva a cabo el cambio de mayordomía, se la celebra con ofrendas a la Señora del Agua. Todas las celebraciones dedicadas a la Diosa del Agua se acompañan con rezos y música. Los músicos siempre tocan el Son del Agua, y los participantes bailan y cantan un poco drogados con la hierba Santa Rosa que proporciona el medio para comunicarse con la Señora diosa. La canción El Canto de la Laguna, Bei Tebes’i, empieza con estas palabras dichas por la divinidad: Yo soy la madre de todos los seres viviente. Soy la poderosa, sobre todos los mares, sobre todas las aguas.

La música se interpreta con un violín que es de índole femenina y dirige la danza; y una guitarra, principio masculino, que es el acompañamiento, instrumentos que al unirse en la música llevan a cabo el acto sexual.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La danza sagrada del Yúmari

La creación del mundo rarámuri fue lograda en tres etapas. Para que el mundo llegara a ser caliente, luminoso y firme, y dejara de ser frío, húmedo e inestable, fue necesaria la intervención de Onorúame, el máximo dios, “el que es padre”, quien dio forma a los hombres, les insufló vida, y luego los mató por medio del calor y de las terribles aguas, por desobedientes y transgresores. Pero aunque el dios los castigaba cuando se pasaba de una etapa a otra de la creación, siempre les daba un regalo a fin de que se superaran. Así, les fue dando semillas, animales, música y danza, a más de enseñarles cómo era la forma correcta de venerarlo por medio de ceremonias y ritos. Onorúame también creó los niveles del universo: tres arriba (el Cielo regido por el poder de Onorúame), tres abajo (relacionado con el Cielo nocturno regido por el Diablo) y uno central, la Tierra, redonda como un tambor y rodeada de agua. En los cuatro extremos de la Tierra colocó los rumbos sagrados: el Oriente, relacionado con el Cielo y el movimiento ascendente; el Poniente, ligado al mundo inferior y al movimiento descendente; y el Sur y el Norte. El Cielo y la Tierra se comunican por medio de cuatro pilares que sostienen los tres pisos de arriba. Para comunicar a la Tierra con el mundo de abajo se entra por los manantiales y los arroyos. En el plano central los hombres de la cuarta etapa, la actual, tienen como deber hacia el dios el venerarlo con ofrendas y danzas. Si los hombres dejan de practicar los ritos y las danzas dedicadas a Onorúame, el Sol, enojado, se ocultaría y todo desaparecería retornando a los antiguos tiempos anteriores a la creación, cuando vivían los anayáhuari, es decir, los ancestros.

En la primera etapa, los hombres se comían entre ellos; razón por la cual Onorúame les dio los animales, para que se los comieran  y pudieran danzar libremente la danza del yúmari que fue la primera danza que conocieron para ofrecérsela al dios, junto con ofrendas de animales. La primera ofrenda consistió en la carne de una res, colocada en lo alto de un cerro, ofrecida hacia los cuatro rumbos sagrados. De no haber realizado dicha ofrenda  se hubiese producido un terrible eclipse; por eso se debe ofrendar y danzar yúmari, porque así el mundo adquiere fuerza y solidez que le impiden desaparecer. Así pues, la danza yúmari o awírachi, deviene indispensable en toda celebración y no puede dejar de bailarse en un espacio en donde se combina lo cuadrado y lo circular, orientado hacia el este-oeste, como los altares; es decir, la representación del cosmos. El dios Onorúame aparece simbolizado por una o varias cruces, vestidas con túnicas blancas y adornadas con collares, no olvidemos que para los tarahumaras la cruz representa el cuerpo humano. Bajo la cruz se coloca una cobija, sobre la cual se ponen los alimentos, los cuernos de la res sacrificada, hierbas medicinales, y las efigies católicas del la iglesia del pueblo.

La danza del yúmari comienza en la noche y termina hasta el amanecer. El personaje principal es el wikaráame, el cantor, iluminado por el dios Onorúame para poder realizar el rito; canta tocando una sonaja para acompañar a los danzantes. Los danzantes inician su baile agradeciendo al dios hacia los rumbos cósmicos y empiezan a ejecutar los pasos de la danza en recorrido lineal y circular. Por su parte, el wikaráame, camina hacia el altar para saludar al dios, mira hacia la cruz y toca la sonaja por tres veces, gira sobre sí mismo y a cada giro suena la sonaja dirigido hacia los rumbos sagrados: principia por el Este, por donde nace el Sol, el dios. Después de que los danzantes han bailado siguiendo la estricta trayectoria del Sol en un día, la danza termina con la despedida de Onorúame por medio de un sacudón de sonaja del cantor quien grita la palabra matéteraba, que significa gracias. La finalidad de la ejecución de la danza es pedir perdón al dios creador y propiciar su buena voluntad, para no perder su ayuda y amparo.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Opochtli, el Señor de la mano izquierda.

El Zurdo, uno de los Tlaloques compañeros de Tláloc, inventó las redes para pescar y un instrumento al que llamó minacachalli, tridente que servía para ensartar a los peces y matarlos. Además, Opochtli inventó los remos y los lazos para cazar a las aves. El dios inventor llevaba todo el cuerpo pintado de negro y la cara de color marrón. En la cabeza lucía una corona elaborada de papel a la manera de una flor, y un gran penacho de plumas verdes adornadas con un pompón amarillo. De la parte de atrás del penacho colgaban largas borlas, como si fuera una gran cola colorida. Calzaba sandalias blancas; en la mano izquierda llevaba un escudo rojo con una flor blanca de cuatro hojas; en la derecha, ostentaba un cetro del que salían algunas flechas.

El día dedicado a honrarlo, en la fiesta del mes Etzalqualiztli en la que se festejaba a los Tlaloques, los pescadores –sobre todo los pescadores de los acalotes de Xochimilco y la gente de mar le ofrecían comida y pulque, cañas verdes, flores, copalli, cañas con yietl para fumar, y una yerba llamada yiautli, “hierba de nubes”. Los adoradores llevaban sonajas y le ofrecían momochitl, “palomitas” de maíz, que arrojaban frente a él, símbolo de los dioses del agua, al tiempo que los sacerdotes entonaban cantos en su honor.

Opochtli, junto con Xochipilli fue amante de Huehuecóyotl, el Coyote Viejo, dios del destino y la danza, patrón de los adultos y los adolescentes.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tlazoltéotl, la Divina

Esta diosa de la lujuria, el deseo carnal, el adulterio, las pasiones y los amores ilícitos, lleva un nombre que significa “deidad de la inmundicia”. Pero tenía otros más: Ixcuina, porque eran cuatro hermanas: Tiacapan, Teicu, Tlaco, y Xucotzin, todas diosas de la carnalidad. También recibía el nombre de Tlaelquani, “comedora de cosas sucias”, pues a ella los humanos le confesaban sus pecados. Por ello, los mexicas pensaban que eliminaba los pecados del mundo al recibir tantas confesiones. A Tlazoltéotl le gustaba provocar las enfermedades venéreas y la locura, para luego curar tales enfermedades si llegaba el caso de desearlo. Por ende, la diosa enviaba las enfermedades causadas por el adulterio, las tlazolmiquiztli, palabra que significa “daño o muerte causados por amores”. Curaba a los hombres y a las mujeres, previa confesión y perdón, por medio de un baño ritual que indicaba a los tícitl, a los médicos.

Tlazoltéotl fue también la patrona de los recién nacidos, la diosa era la encargada de determinar el nombre que correspondía a cada recién nacido a través de sus sacerdotes, los tonalpuque, quienes lo averiguaban por medio de la hora y el día de nacimiento. Los tícitl la veneraban, pues ella les indicaba las medicinas y las hierbas había que darles a los enfermos. Para ser venerada Tlazoltéotl  contaba con un templo llamado Tocitlan, “el lugar de nuestra abuela”, cuidado y vigilado por sacerdotes especiales: los tonalpuque ya mencionados.

Esta temida y a la vez adorada diosa, gustaba de peinarse con torzales de algodón, aludiendo a los husos de tejer, actividad con la cual estaba estrechamente relacionada. Llevaba el torso desnudo y la boca adornada con chapopote, el cual simbolizaba las inmundicias que se tragaba durante las confesiones. Su falda era larga ceñida con una fajilla hecha con dos serpientes cuyas cabezas quedaban  al frente; la falda estaba decorada con lunas, aludiendo a su carácter de séptima figura de los Nueve Señores de la Noche. Llevaba una nariguera en forma de semicírculo. Cubriéndole la nuca portaba una piel de desollado y una calavera. A más, gustaba de pintarse el cuerpo. En algunos códices se la representa en la postura de dar a luz de las mujeres indígenas y, a veces, defecando, pues los excrementos simbolizaban los pecados de la lujuria.

Tlazoltéotl tenía como rumbo sagrado  al Occidente; su color fue el blanco, el color del rumbo de las mujeres, las diosas y de las Cihuateteo, las mujeres divinas que rondaban por el cielo del Oeste y las sombras del atardecer, aquellas que acompañaban al Sol desde el cénit hasta el Occidente, las que habían encontrado la muerte en el trabajo de parto.
A Tlazoltéotl se la empezó a venerar en la zona huasteca como diosa de la fertilidad. A esta diosa patrona del parto, se la celebraba en la fiesta del décimo primer mes llamado Ochpaniztli (21 de agosto-9 de septiembre), en su advocación como Toci, Nuestra Abuela, pues también fue una deidad de la tierra. Durante ocho días se bailaba al inicio del mes. Pasados los ocho días, aparecía una mujer con los ornamentos de la diosa Teteo Innan, acompañada de muchas médicas y parteras. Divididas en dos grupos, las mujeres entablaban una pelea en la que se apedreaban con bolas de pachtli, heno; con hojas de tuna, bolas de espadaña, y flores de cempasúchil. A la mujer adornada como diosa …hacíanla entender que la llevaban para que durmiese con ella algún gran señor; y llevábanla con gran silencio al cu donde había de morir. Subida arriba, tomábanla uno a cuestas, espaldas con espaldas, y de presto la cortaban la cabeza, y luego la desollaban y un mancebo robusto vestíase el pellejo. Nos dice Fray Bernardino de Sahagún. A su vez, el mocito era llevado al templo de Huitzilopochtli, donde debía sacarles el corazón a cuatro prisioneros.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Dahkpeenk’aach o cómo surgió el maíz.

Cuentan los teenek que un día, el dios Maam envió un pajarito a la Tierra que trajo en su piquito un grano de maíz. El pájaro era un zanate negro que se llamaba Ts’ok, y era una divinidad celeste. Esa semilla se sembró; o más bien, el pájaro la dejó caer en la boca de una muchacha llamada Dhakpeenka’aach, símbolo de la Tierra que se estaba bañando en un arroyo. La muchacha nunca salía de su casa, porque su abuela, que se llamaba K’oleenib y era nagual, vieja y desalmada, no la dejaba. Sin embargo, ese día sí salió y la semilla le cayó en la boca que abrió por tan solo un momento. La muchacha quedó embarazada.

A los nueve meses dio a luz a un niño que fue el Dios del Maíz, al que le pusieron por nombre Dhipaak. La madre murió en el parto. La abuela de la muchacha rechazaba al niño, al que llamó Pe’no que significa “algo levantado de la calle y que no se sabe que es”. No quería al niño, lo odiaba y decidió matarlo. Para ello, lo molió en el metate, lo hizo pedacitos que arrojó en el campo. De esos trozos nacieron plantas de maíz. La abuela volvió a cortar los maíces, pero estos se volvieron a reproducir hasta que dieron muchas mazorcas. Cuando estaban los pedacitos de maíz por el suelo, una hormiga se los quería comer, pero el maíz le dijo que no lo hiciera porque era un dios. Enfadada por no lograr su sanguinario propósito, la abuela volvió a cortar el maíz para desaparecerlo; hizo masa en el metate y con ella elaboró atole y tamalitos. Se los comió, aunque no pudo terminar, porque le hicieron daño. Como la abuela vio que no podía acabar con las mazorcas, juntó todo el atole que había salido del maíz cortado por ella y lo llevó al mar a tirarlo. Cuando lo estaba arrojando, se juntaron muchos pececitos que querían beberse el atole, pero éste, que era el dios Dhipaak, les dijo que no se lo comieran, sino que juntaran los pedacitos. Así se formó una masita y el dios niño se formó otra vez. Se quedó en el mar por mucho tiempo hasta que creció. El Abuelo Muxí no quería que viviera ahí en el mar, porque él lo había mandado para que viviera en la Tierra; pero, el Dios del Maíz le dijo que no se iría porque su abuela lo había llevado al mar y que si Muxí quería que regresara tendría que llevarlo. Primero se pensó que lo llevara el camarón, pero como no podía salir del agua sin morir, no pudo. Después, se le encomendó a un pez grande la tarea de llevarlo, pero tampoco pudo porque no tenía pies para trasladarse. Por fin, se eligió a la tortuga. El Dios se subió y durante el camino se entretuvo en raspar la concha de la tortuga, por eso la tiene cuadriculada. La tortuga llegó a la Tierra y así el Dios del Maíz regresó a la Tierra.

Sonia Iglesias y Cabrera