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Mitos Mexicanos

Cihuacóatl, la Mujer Serpiente

Yo soy la Mujer Serpiente, la diosa del nacimiento, patrona de las parteras, los médicos y los sangradores, y de las mujeres que mueren en la niñez. Protejo a las mujeres que mueren en el trabajo de parto. No me conformo con un solo nombre, soy Quilaztli, Yaocíhuatl, Huitzinicuatec, y Tonatzin. No soy muy joven, tengo la edad de la sabiduría, pero soy bella y me pinto la cara de rojo y negro, adorno mi cabeza con una tiara de plumas de águila, y mi cabello se peina a la manera de cuernitos a los lados de la frente; mi cuerpo se cubre con una falda de caracolillos y un huipil rojo, aunque a veces mi atuendo es todo blanco cuando salgo a las calles de Tenochtitlan a bramar de noche. Llevo en la mano derecha un telar y en la izquierda un escudo. Supe que siglos después de este momento en que recuerdo los acontecimientos, un cronista español de los que acabaron con nuestra religión me describió de esta manera: Su pintura facial con labios abultados de hule, y mitad roja y mitad negra. Su corona de plumas de águila; sus orejeras de oro. Su camisa de encima con pintura de flores acuáticas, y la de abajo, de color blanco. Sus sonajas, sus sandalias, su escudo recubierto de plumas de águila, su palao de telar.  Descripción que se acerca bastante a la verdad.

No siempre soy buena, pues a veces llevo a los hombres la pobreza, el abatimiento, y los problemas cotidianos, qué le vamos a hacer! A las mujeres de los tianguis me les aparezco junto a sus puestos; llevo conmigo una cuna y la dejo junto a ellas y yo desaparezco. Las mujeres, curiosas, nunca dejan de mirar dentro de la cuna en donde encuentran un cuchillo de obsidiana con los que se efectúan los sacrificios humanos que tanto me gustan. Yo tuve un hijo llamado Mixcóatl a quien abandoné en una encrucijada, y por el cual aún lloro por la ciudad de Tenochtitlan, nunca lo encuentro siempre me topo con el sangriento cuchillo de pedernal que tanto asusta a las marchantas del tianguis.

Tengo como sacerdote nada menos que a Tlacaelel, “el que anima el espíritu”, gran guerrero consejero de tlatoanis. Él es el encargado de propiciar que mi celebración se lleve a cabo en el mes Huey Tecuilhuitl, La Gran Fiesta de los Señores, y de inmolar en mi honor una víctima cada semana, pues soy muy hambrienta. Los sacerdotes tienen la amabilidad de envolver un pedernal cada ocho días, para colocarlo dentro del coztli, la cuna, que las sacerdotisas portan en la espalda y que una de ellas se encarga de darla a la vendedora más rica para que cuide a mi hijo. Cuando la vendedora ve a mi hijo-pedernal, siempre lanza un grito de terror y exclama: -¡He visto a Cihuacóatl! Entonces, los sacerdotes saben que ha llegado el momento de ofrecerme el sacrificio máximo, mientras entonan el canto dedicado a mí que empieza, si mal no recuerdo: ¡El Águila, el Águila, Quilaztli,/ con sangre tiene cercado el rostro,/ adornada está de plumas!¡”Plumas de Águila” vino,/ vino a barrer los caminos!

Pero si un gran mérito tengo es el de haber ayudado a Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, a llevar los huesos que había recogido del cerro Tonacatépetl, Cerro de Nuestra Carne, convertido en hormiga negra, a Tamoanchan, donde los puse en una vasija y los revolví con la sangre del miembro viril del dios, para crear con la pasta formada a los nuevos hombres de maíz. Yo oí como los dioses dijeron: Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y aparezcan los que nos han de sustentar y nutrir.

Así pues, como puedes observar no soy del todo mala, sino como todos los dioses: buenos y malos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Mitos Cortos

Tzapotlatena y el úxitl

Mi madre me contaba la historia de una diosa llamada Tzapotlatena que había inventado una resina medicinal llamada úxitl, un aceite que se extrae de la resina del pino. Esta resina es muy buena para curar las bubas que produce la enfermedad conocida como quaxococihuiztli, y alivia también  la chaquachiuhuiliztli. Mi padre que es tícitl, médico, la emplea constantemente cuando acude a curar a los enfermos de la ciudad de Tenochtitlan que queda un kilómetro de nuestra casa. Esa úxitl es también muy efectiva para curar los males de la garganta, especialmente la ronquera, y las grietas de los labios y los pies, por eso los que recogen la resina y los que la venden veneran a la diosa, le hacen sus festividades y le ofrendan hule, copal, papel y hierbas aromáticas y medicinales. Mi tata nunca deja de poner la ofrenda destinada a Tzapotlatena, pues es muy devoto de ella.
Parece ser que antes de convertirse en diosa, Tzapotlatena fue una hermosa mujer muy sabia que contaba con la capacidad de curar cualquier enfermedad por extraña que fuese. Descendía de mujeres de linaje del poblado de Tlayolan. Me cuenta mi madre que en una ocasión fue a buscar a Tzapotlatena un niño para que atendiera a su mamá que se encontraba en trabajo de parto y el bebé se negaba a salir. La joven acudió en seguida a ver a la parturienta, y como los remedios que le ofreció fueron inútiles ordenó que le llevasen resina de pino, con la cual preparó emplastos que colocó en el vientre de la mujer sufriente. El remedio fue eficaz y al poco tiempo el niñito nacía perfectamente sano.
Ante esta maravilla Tzapotlatena empezó a emplear el úxitl, no solamente para ayudar en los partos difíciles, sino para curar muchas otras enfermedades como las que he mencionado.
Un nefasto día a la curandera la mordió una víbora en extremo venenosa, y de nada sirvieron sus remedios. Pasados dos días Tzapotlatena murió. Se la sepultó con honores que se merecía por su talento y porque todos en su comunidad la adoraban por buena y sabia. Así se convirtió en divinidad, patrona de los curanderos y los tícitl, a quienes legó sus conocimientos y remedios, y el arte de curar con la resina mágica. Incluso su pueblo empezó a ser nombrado como Tlayolan-Tzapotlan en honor de la bella y sabia Tzapotlatenantzin.
Esta es la historia que me contó mi madre un día, yo se la repito a usted para que sepa apreciar el poder curativo del úxitl y la sabidurúa de Tzapotlatena.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Chicomecóatl, la dadivosa

Chicomecóatl, Siete Serpiente, fue la diosa de la subsistencia, de los mantenimientos, de la vegetación y de la fertilidad. Gustaba de llevar una corona adornando se noble cabeza, en la mano derecha un recipiente, en la izquierda un escudo con una hermosa flor pintada. Llevaba cuéitl y huipil; sus delicados pies calzaban huaraches, todo en tono rojizo, al igual que los diseños que llevaba en la cara.

Se la podía llamar de diferentes formas: a veces Xilonen, la Peluda, joven madre del maíz tierno; otras, Centeocíhuatl, en esta advocación casada con el buen Tezcatlipoca; o bien, se la asociaba con Ilamatecuhtli, noble anciana, señora de la mazorca madura.

Como le gustaba ser adorada  y festejada, su fiesta era muy importante y se la llevaba a cabo en el cuarto mes Huey Tozoztli, “ayuno prolongado”, correspondiente a nuestro mes de septiembre. En dicha temporada, las casas se engalanaban con espadañas -planta de tallos altos y cilíndricos, también conocida como enea-, que se colocaban en las puertas de las casas. Las personas de mayores recursos económicos, agregaban a los adornos ramos llamados acxóyatl, o sea, varas de pino. Todos los altares se adornaban con plantas de maíz, y a los dioses de casas y templos se les colocaban ramos de los mencionados. Los jóvenes de los calpullis acudían al templo local de Chicomecóatl para simular peleas rituales en su honor, mientras que las muchachas, portando elotes del año anterior, iban en procesión hasta el templo de la diosa, para que fueran bendecidos. Los granos de esos elotes servían para ser sembrados y obtener buenas cosechas; algunas de tales mazorcas se colocaban en las trojes a fin de que nunca faltase el grano divino.

En el patio del templo de la diosa, los sacerdotes colocaban su imagen elaborada con una pasta hecha con semillas de tzoalli, en la que se mezclaba el amaranto con sangre humana, y le ofrecían las diversa variedades que existían de maíz, frijoles y la delicada chía. Asimismo, a la cautivadora Chicomecóatl se le sacrificaba una jovencita, la cual era decapitada y cuya sangre cubría a la imagen; se la desollaba y su piel vestía a uno de los sacerdotes que lanzaba, desde un templete, maíz y semillas de calabaza a los concurrentes. La joven destinada al sacrificio llevaba en la frente una pluma verde, símbolo del maíz sagrado, misma que al llegar la noche del día anterior a la ceremonia, le era cortada junto con la mata de negros cabellos que se ofrecían a la imagen de la diosa. La festividad transcurría y el canto a Chicomecóatl se dejaba oír, pleno de fervor y devoción: Siete Mazorcas, ya levántate,/ ¡despierta! Ah es Nuestra Madre!/ Tú nos dejarás huérfanos: Tú te vas ya a tu casa al Tlalocan/ Siete Mazorcas, ya levántate!…

El templo mayor de la diosa recibía el nombre de Chicomecóatl Iteopan, estaba resguardado por jovencitas que llevaban los brazos y las piernas cubiertos con plumas de maravillosos colores, y sus caras cubiertas con marmaja. En la espalda portaban siete elotes adornados con ulli y papel sagrado. La hermosa diosa vivía en el maravilloso Tlalocan, cuando no estaba apurada por los campos ayudando al que la milpa creciera y diera buenas matas de maíz.

 Sonia Iglesias y Cabrera

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Zicnapá y los dioses gemelos.

Hunahpú e Ixbalanqué los dioses nacidos de Hun-Hunahpú, estaban francamente molestos porque Zicnapá, Sabio Pez-Tierra, había dado muerte a los cuatrocientos jóvenes. Dado que el dios disfrutaba recogiendo en el río cangrejos y pescados para comer, decidieron hacer una figura grande que tuviera la forma de cangrejo. Pusieron la figura en las faldas de un cerro llamado Meauán, y fueron al encuentro de Zicnapá a la orilla del río.

Cuando los hermanos lo vieron le preguntaron a dónde iba, a lo que Sabio Pez contestó que a ninguna parte, que estaba buscando su comida que consistía en pescado y cangrejos pero que no había encontrado nada desde ayer y que tenía mucha hambre. Los gemelos en seguida le informaron que al fondo de un barranco se encontraba un cangrejo enorme que les gustaría obsequiárselo pero que tenían miedo de atraparlo.

 

Entusiasmado, Zicnapá les pidió que lo atraparan o, en su defecto, lo condujeran al sitio donde estaba esa maravilla de cangrejo. “Conmovidos” por la humildad de la petición, Hunahpú e Ixbalanqué lo llevaron al barranco. Zicnapá estaba muy contento porque en verdad se estaba muriendo de hambre. Cuando llegaron al fondo del barranco, en una especie de cuevilla, el cangrejo se encontraba acostado de lado mostrando, solamente, su concha roja. Zicnapá quiso atraparlo poniéndose de bruces, pero no pudo y desistió . Los gemelos vengativos le preguntaron: – ¿Lo atrapaste?*, a lo que respondió el aludido: -¡No, porque se fue para arriba y poco me faltó para cogerlo. Pero tal vez sería bueno que yo entrara para arriba!

Los dioses gemelos

Zicnapá se volvió a meter en la cuevilla. Cuando ya casi había entrado y solamente se le veían los pies, el cerro sufrió un derrumbe y atrapó a Sabio Pez-Tierra quien se convirtió en Piedra y nunca más se le volvió a ver. Así terminaron los dioses gemelos con el dios que había matado a los cuatrocientos jóvenes.

 *Los enunciados en cursivas pertenecen al Popol Vuh.

  Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

 

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Sabio Pez-Tierra burla a los Cuatrocientos

Un buen día Sabio Pez-Tierra, hijo de Principal Guacamaya, y al que le gustaba jugar con las montañas a las que había creado, se bañaba en un riachuelo cuando vio pasar a cuatrocientos jóvenes que arrastraban un árbol que querían para que sirviera de viga en su casa. Sabio Pez-Tierra se les acercó y les pregunto qué era lo que hacían. Los jóvenes le respondieron que arrastraban el árbol porque no podían levantarlo para ponérselo en los hombros.

Entonces Sabio Pez declaró que los ayudaría. Tomó el árbol, se lo puso en los hombros y lo llevó hasta la casa de los muchachos. Cuando llegaron le preguntaron a Sabio Pez-Tierra si tenía padre y madre, a lo que éste respondió que no. Los jóvenes le propusieron que se quedara para que al día siguiente les volviese a ayudar con otro árbol que necesitaban. Pero los hipócritas jóvenes se reunieron y decidieron matarlo, pues consideraban que no estaba bien que un hombre pudiese cargar él solo un árbol, que era pressunción.

Uno de ellos dijo: -¡Hagamos un hoyo, y le diremos que siga cavando en él para hacerlo más profundo, cuando se haya metido en el hoyo, aventaremos el árbol, no podrá salir y morirá! Así lo hicieron, Cuando el hoyo estuvo listo, llamaron a Sabio Pez-Tierra y le pidieron que siguiera cavando porque ellos ya no podían llegar tan profundo en la tierra. Empezó a cavar, a cada rato los cuatrocientos jóvenes le preguntaban si el hoyo ya era bastante profundo.

Sabio Pez-Tierra se dio cuenta de que lo querían matar y empezó a cavar otro hoyo suplementario. Los jóvenes le volvieron a preguntar: -¿Ya está profundo el hoyo? –¡Sí, respondió Sabio Pez-Tierra, pero todavía falta, yo los llamo cuando acabe! Como es de suponer no cavaba el hoyo donde le querían dejar, sino el que sería su salvación. Cuando terminó con su hoyo, les grito a los jóvenes para que fuesen a quitar la tierra sobrante, y se metió al socavón de salvamento.

Cuando los ladinos llegaron, llevaban el árbol y lo arrojaron al hoyo. Hablaban en secreto, susurrando su muerte segura y esperando oír los gritos de Sabio Pez-Tierra. Cuando pensaron que habían dado muerte al hombre, se creyeron libres y decidieron preparar la bebida fermentada ceremonial, beberla por tres días por la construcción de su casa, esperando a ver si las hormigas llegaban a llevarse la inmundicia al sentir el olor de cadáver. Mientras tanto, Sabio Pez-Tierra oía todo lo que los cuatrocientos jóvenes decían agazapado en su hoyo. Al segundo día, llegaron las hormigas y se metieron abajo del árbol, y se llevaron cabellos y uñas de Sabio Pez-Tierra.

Al verlos, los cuatrocientos jóvenes se regocijaron de la muerte del hombre, pensando que, efectivamente, Sabio Pez estaba bien muerto. Pero lo que no sabían era que Sabio Pez se había cortado los cabellos y las uñas para dárselos a las hormigas. Al tercer día, los malvados muchachos tomaron de su bebida fermentada y se emborracharon. Con la borrachera perdieron toda su Sabiduría.

Sabio Pez-Tierra aprovechó la ocasión y derribó su casa, los jóvenes fueron completamente destruidos. Nadie se salvó. Se dice que cuando resucitaron se convirtieron en una constelación llamada El Montón (Las Pléyades), pero nadie sabe si es verdad o no lo es. Sonia Iglesias y Cabrera

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Los Zips

Una leyenda maya de Quintana Roo cuenta que los Zips son animales sobrenaturales, espíritus protectores de los venados.

Son pequeñitos, bonitos, y entre sus astas, poco desarrolladas, llevan sostenido un panal de abejas, con una abertura que forma una estrella.

Los Zips lloran como arrendajos de manchas azules. Cuando los cazadores van a ejercer su oficio, portan un talismán llamado tunich-ceh, “piedra de venado”, a fin de tener buena puntería para cazar a los venados. El talismán se encuentra en los intestinos de los venados, en formación calcárea.

El talismán es efectivo durante un año. Pero si los cazadores son ambiciosos y cazan más de los necesario y abusan del poder del talismán, los Zips castigan a los avorazados y les envían enfermedades por medio de los aires que dejan los venaditos al pasar, y afectan al pulmón, el estómago, los músculos y los huesos.

Para contrarrestar las enfermedades que mandan los Zips, los cazadores pueden preparar una buena comida con el algodón que está en las madrigueras de los marsupiales, y con hojas secas. Con la mezcla del algodón y las hojas, se forma una bolita que colocan en las escopetas. Pero esto no se hace frecuentemente, ya que los cazadores temen matar a un Zip, porque puede desatar la furia del Espíritu de los Vientos que es muy poderoso y puede escapar al conjuro de la bolita.

La adoración de los mayas al venado viene desde muy antiguo. Le llamaban Ceh, y era sagrado. Además de admirársele por su belleza, se le apreciaba por su notable agilidad. En aquel remoto tiempo antes de la llegada de los españoles se le consideraba el símbolo de la lluvia y, por ende, de la fertilidad de la tierra y de la renovación de la naturaleza; así pues, se le invocaba en rituales propiciatorios para que enviase el agua en los momentos de sequía.

Asimismo, Ceh simbolizaba la trayectoria del Sol, desde que se nace hasta que muere en un día. También se encontraba relacionado con la lluvia. Sonia Iglesias y Cabrera

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Los verdaderos hombres

Cierto día, Tepeu y Gucumatz decidieron hacer a los verdaderos hombres, después de haber fracasado en sus intentos anteriores. Querían que los hombres existieran sobre la Tierra para ser adorados, nutridos y celebrados. Ellos dijeron: Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y que aparezcan los que nos han de sustentar, y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados; que aparezca el hombre, la humanidad, sobre la superficie de la tierra.

En la noche se reunieron y decidieron de qué debía estar hecha la carne de los humanos: Se juntaron, llegaron y celebraron consejo en la oscuridad y en la noche; luego buscaron y discutieron, y aquí reflexionaron y pensaron. De esta manera salieron a luz claramente sus decisiones y encontraron y descubrieron lo que debía entrar en la carne del hombre. Poco faltaba para que el sol, la luna y las estrellas aparecieran sobre los Creadores y Formadores. De un lugar llamado Paxil, de Cayalá, Yac, el Gato Montés; Utiú, el Coyote, Quel, La Cotorra; y Hoh, el Cuervo trajeron elotes blancos y amarillos.

Con parte de la masa de estas mazorcas, Ixmucané hizo nueve bebidas para dar vigor y músculos a los primeros cuatro hombres, y con otra parte formó su carne y su sangre. Ellos se llamaron: Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah, y Iqui-Balam. Estos fueron los primeros padres de los mayas creados por el Formador, los Progenitores, Tepeu y Gucumatz. Fueron hombres que hablaban, veían, andaban y asían las cosas. Era bella su figura de varón. Además, eran inteligentes y lograban ver el mundo que los rodeaba, aun cuando la distancia de las cosas fuese inmensa. Se trataba de hombres maravillosos, que no tardaron en darles las gracias al Creador y al Formador por haberles dado vida.

Y en seguida acabaron de ver cuánto había en el mundo. Luego dieron las gracias al Creador y al Formador: — ¡En verdad os damos gracias dos y tres veces! Hemos sido creados, se nos ha dado una boca y una cara, hablamos, oímos, pensamos y andamos; sentimos perfectamente y conocemos lo que está lejos y lo que está cerca. Vemos también lo grande y lo pequeño en el cielo y en la tierra. Os damos gracias, pues, por habernos creado, ¡oh Creador y Formador!, por habernos dado el ser, ¡oh abuela nuestra! ¡Oh nuestro abuelo!, dijeron dando las gracias por su creación y formación.

Leyenda mexicana - Coyote y la mujer cometa

Pero a los dioses no les agradó que estos seres fuesen tan perfectos, siendo que habían sido creados por ellos: Corazón de Cielo, Huracán, Chipi-Caculhá, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, Ixpiyacoc, Ixmucané, el Creador y el Formador; o sea, todas las divinidades creadoras. Entonces, Corazón de Cielo les echó vaho en los ojos, y los hombres solamente pudieron ver lo que estaba cerca de ellos. La sabiduría y los conocimientos de los hombres, padres de los maya-quichés, se destruyeron, ya no eran tan perfectos como los dioses.

Para que formaran pareja con los estos seres, los dioses crearon a Cahd-Paluna, Comihá, Tzununihá, y Caquixahá, todas hermosas mujeres que engendraron con sus esposos a las tribus grandes y a las pequeñas de los mayas. Los descendientes Tepeu, Olomán, Ahau, Cohah y Quenech se fueron hacia el Oriente y se multiplicaron. Balam-Quitzé fue el abuelo y el padre de las nueve casas de los Cavec; Balam.Acab lo fue de las nueve casas de los Nihaib; y Cahucutah formó las cuatro casas de Ahau-Quiché. Y así nacieron todos los grupos de indios mayas. Sonia Iglesias y Cabrera

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Los lugares mágicos

La mágica cosmovisión de los mexicas está plena de lugares fantásticos. Por ejemplo, Tlacapillachihualoyan, “donde son creados los hijos de los hombres”, ahí donde los dioses se crearon, ahí donde Ometecuhtli y Omecíhuatl formaron la primera semilla de la vida, y ahí  donde acudieron Quetzalcóatl y Huitzilopochtli en busca del infinito azul formado de nebulosas de increíble belleza. Los dioses duales vivían en este sitio donde el calor permitió la germinación de la materia primaria que daría vida a los dioses, las personas y la naturaleza: la semilla divina.
 

Otro espacio de índole sacra fue Tlaltípac, “el lugar sobre la tierra”, la región en que se vive, colmada de flores, montañas, ríos; es decir, de la naturaleza desbordante. Es el lugar del Nican Axcan, “el aquí” y “el ahora”. Tlaltípac es cuadrada, la rodea el ateotl, el “agua divina”, cuyas orillas se elevan hasta llegar al Cielo; cuatro rumbos sagrados en sus esquina encierran su sostén central: el reino del Este, patrimonio exclusivo de Xipe Tótec, el Desollado, y de Tláloc, el divino dios de la lluvia; el este, fértil y masculino, es simbolizado por un ácatl. El Oeste, gobernado por Quetzalcóatl, morada de la Estrella de la Tarde, blanco, femenino, cuyo símbolo, calli, lo representa. El Sur, donde reina el buen dios Huitzilopochtli, azul, lleno de vida, simbolizado por tochtli, el conejo sagrado. El Norte, patrimonio del Tezcatlipoca negro, como la muerte y el cuchillo de pedernal. En el centro mora Xiuhtecuhtli, el Señor del Fuego, en el lugar donde se unen el Cielo y la Tierra, los espacios cósmicos, los vientos y las aguas celestes, y el mundo superior y el inferior.

Cinteopan, “desde el lugar divinizado” el paraíso alcanzado por los niños pequeños que morían y recibían sepultura junto a los silos de maíz. Cinteopan, donde se encontraba los lares de Cintéotl, divinidad del maíz, y Chicomecóatl, la bella diosa de los mantenimientos y de la agricultura. Cincalco permitía el acceso al Inframundo por medio de una cueva situada en las laderas de Chapultepec, “el cerro del chapulín”; cueva en que Huémac, el último señor tolteca, en el año 7 Conejo, se quitó la vida metiéndose en la tal cueva para no volver a salir jamás, apabullado por la ruina de su pueblo, después de participar en una fantástica partida en el juego de pelota contra los astutos tlaloques, los dioses de la lluvia.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los primeros hombres mal hechos

Había una vez dos dioses que vivían en el silencio y la oscuridad. No existían la naturaleza, los animales ni los hombres. Solamente un inmenso mar en reposo, donde acostumbraban pasear Tepeu y Gucumatz. Vivían bajo plumas verdes y azules en el Cielo, junto a Corazón del Cielo, Huracán, El de una sola Pierna. Un día en que estaban platicando decidieron que se hacía necesario dar vida al hombre y a la naturaleza. Huracán aceptó y así lo dispuso, Huracán que es tres en uno: Caculhá-Huracán, Chipi-Caculhá y Raxá-Caculhá. Y bajo el conjuro de las palabras de Tepeu y Gucumatz, el mar se retiró, surgió la Tierra: las montañas, los valles. Luego, aparecieron las corrientes de agua, los arroyos. Una vez creada la Tierra, los dioses agradecieron a Corazón del Cielo y a Corazón de la Tierra. A continuación, aparecieron los animales del monte, los espíritus del bosque, de la montaña y de los bejucos, los pájaros, los venados, los tigres, las serpientes; a todos ellos les asignaron un lugar en la Tierra donde deberían vivir por siempre, y a cada uno les dieron habla a la manera de cada especie, para que alabaran a Corazón del Cielo y a Corazón de la Tierra. Pero los animales no hablaban como de los hombres, y por lo tanto no podían decir los nombres de los dioses, ni rezar ni venerarlos como era debido. De tal manera que la pareja creadora decidió que debían dar vida a otros seres que fueran obedientes y pudieran adorarlos. Pero como los dioses eran buenos decidieron darles a los animales otra oportunidad para que hablaran, pronunciaran sus nombres y los venerasen. Pero fue inútil, los animales siguieron sin hablar y solo emitían los sonidos propios de su especie: graznaban, croaban, gruñían, piaban. Ante tal incapacidad, los dioses dijeron a los animales que su destino sería ser cazados y comidos.

Cuando ya estaban cerca el amanecer y la aurora, los dioses pensaron que era el momento de crear unos seres que los sustentaran, los alimentaran, los alabaran y los veneraran. Entonces tomaron barro de la tierra y formaron la carne de los hombres; pero estaba tan blanda  que la cabeza se les iba de un lado para otro y, además, la vista la tenían nublada. Estos hombres podían hablar, pero no tenían razonamiento. Con el agua se desbarataron. Los dioses fueron a ver a los adivinos Ixpiyacoc e Ixmucané (por otros nombres Hunahpú-Vuch y Hunahpú-Utiú): la Abuela del Día, el Abuelo del Alba. En seguida, los dos dioses viejos echaron sus granos de maíz y de tzité para adivinar lo que se debía hacer para lograr crear a los seres destinados a venerar a los dioses. Después de llevar a cabo la ceremonia adivinatoria, los Abuelos dijeron que los hombres se deberían formarse de madera. Los dioses se pusieron manos a la obra y labraron muñecos de madera que eran la imagen de los hombres de la tierra y que contaban con la capacidad de hablar. Los muñecos se aparearon y tuvieron hijos; pero tenían un defecto: carecían de alma, no tenían entendimiento, caminaban a gatas, y no se acordaban de Corazón de Cielo al que, por supuesto, no veneraban. Carecían de sangre, sus manos y pies eran inconsistentes, su carne estaba amarilla, su cara enjuta.

Ante tal horror, los dioses destruyeron a estos primeros hombres mal hechos, Corazón del Cielo envió un terrible diluvio que dio fin a su existencia.

Tepeu y Gucumatz hicieron un nuevo hombre con tzité, y a la mujer le hicieron su carne con espadaña; pero no hablaban ni pensaban, por lo cual una resina llegó del Cielo,  Xecotcovach les vació los ojos, Camalotz les cortó la cabeza, Cotzbalam los devoró, el Tucumbalam les rompió los huesos y los nervios, y los molió, por no haber sabido venerar a Corazón de Cielo, a Huracán. En ese momento, una lluvia negra cayó en la Tierra. También llegaron los animales y los maltrataron y reclamaron a los hombres el mal trato que sufrieron y el servirles de alimentos, y llegaron los enseres domésticos y les rompieron las caras a los hombres por haberlos atormentado con el uso diario.

De esos hombres quedaron sus descendientes: los monos. Es por tal acontecer que los monos se parecen tanto a los hombres.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Los Zidahmú

Los Zidahmu, seres sobrenaturales del más allá, son amigos de los curanderos otomíes y de las personas que tienen la mala suerte de caer enfermos. Los curanderos los invocan para que les enseñen el camino correcto que deben seguir para efectuar sus curaciones con éxito durante los ritos. En agradecimiento a la ayuda proporcionada por los Zidahmu, los curanderos les ponen una ofrenda. Los Zidahmu se representan por medio de las “antiguas”, como llaman a los ídolos prehispánicos, o por las imágenes de los santos católicos que todos conocemos.

Para comunicarse con las “antiguas” se realizan cantos de origen muy lejano en el tiempo, y para contactarse con los santos se efectúan rezos católicos. Para llevar a cabo las curaciones, a las “antiguas” se les ofrendan comida y papel amate recortado que simbolizan al saki, la fuerza vital de la existencia humana; es decir, el alma.

Las figuras de papel amate, que representan a las divinidades indígenas, deben ser activadas por el chamán sahumándolas con copal y echando sobre ellas un poco de sangre. Una vez preparadas, el curandero puede utilizarlas y hacer que cumplan sus órdenes para que les ayuden a curar al enfermo. Las imágenes sagradas de papel, se colocan en las paredes de las casas para proteger a sus ocupantes contra las enfermedades y los maleficios.

Sonia Iglesias y Cabrera