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Los niveles y rumbos sagrados purépecha.

Como todas las culturas indígenas de nuestro país, el universo purépecha tiene un orden: los mundos sagrados, donde transcurre el acontecer de las divinidades y de los humanos. Los purépecha pensaban que el universo estaba formado de tres planos: en la parte alta se encontraba el mundo de los dioses, el Aúandarhu, situado en el Cielo. En la parte media se encontraba situado el Echerendu, el mundo donde habitaban los seres humanos, que los dioses habían creado. En la parte inferior, estaba localizado el mundo de los muertos, llamado el Cumánchecuaro. Estos mundos constituían los espacios verticales.

Por su parte, los rumbos sagrados, o puntos cardinales, espacios horizontales del universo, eran cinco, cada uno custodiado por un dios. Así pues, El Oriente, el lugar por donde nacía el Sol, estaba resguardado por el dios Tirépeme-Quarencha; su color era el rojo. El Occidente, por donde el Sol se metía, se regía por Tirépeme-Turupten, y su color era el blanco. En el Norte se encontraba el dios Tirépeme-Xungápeti, asociado con el color amarillo y la dirección del solsticio de invierno. En el Sur reinaba Tirépeme-Caheri, relacionado con color negro, y la entrada al paraíso. Finalmente, la dirección Centro, custodiada por Tirépeme-Chupi, se identificaba con el azul, y era el sitio donde renacía el Sol.
Cada uno de los dioses constituía una advocación del dios Curicaveri, Gran Hoguera, dios del fuego, y se les consideraba a todos ellos hermanos. Los rumbos sagrados representaban un momento del paso del Sol en su recorrido diario. Curicaveri, dios principal del panteón purépecha, llevaba el cuerpo pintado de negro; la parte inferior de la cara, las uñas de los pies y de las manos de color amarillo.

Las Nubes que simbolizaban  las cuatro direcciones del universo, fueron cuatro de las advocaciones de la diosa Cuerahuáperi, “desatar el vientre”, creadora de la vida y de la muerte, ellas llevaban a los hombres las lluvias que permitían la germinación de las plantas, la renovación de la naturaleza, pero también podían ser destructoras y dañarla cuando llevaban en sus vientres terribles aguaceros y granizo que destruían las cosechas de los hombres.

Sonia Iglesias y Cabrera


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La cruz mexica

A la cruz mexicala encontramos, principalmente, formando parte del llamado vulgarmente Calendario Azteca, o Piedra Solar como es su nombre correcto. Se trata de un disco basáltico con inscripciones  que  relatan la cosmogonía de la cultura de los mexicas. La Piedra tiene 3,60 metros de diámetro y 122 centímetros de grosor. Su peso es de 24 toneladas. En el centro de dicha Piedra se encuentra el dios del Sol, Tonatiuh, dentro del jeroglífico ollin, movimiento, el cual tiene la forma de una cruz. Cada brazo de la cruz, representa a una de las cuatro eras o soles, por la que ha pasado la creación del mundo antes de llegar al actual, que conocemos como el Quinto Sol. Los brazos de la cruz son del mismo tamaño y cuadrados. En el brazo superior de la derecha, se encuentre el día 4 Jaguar, que fue el momento en que terminó la primera era, misma que duró 676 años, y la cual diera fin a causa de monstruos que salieron a la tierra y mataron a las personas. Este brazo representa al elemento Tierra. En el brazo que queda a la izquierda está el jeroglífico 4 Viento, símbolo de los huracanes que, después de 364 años, asolaron la Tierra, y convirtieron a los hombres en monos. El brazo inferior izquierdo, 4 Lluvia, representa  la era que terminó debido a una lluvia de fuego; en este sol algunos hombres murieron y otros se volvieron guajolotes. Su duración fue de 312 años. El brazo inferior derecho, 4 Agua, tuvo una duración de 676 años, mismos que terminaron a causa de torrentes de agua. Los hombres que no murieron se convirtieron en peces. Entre los signos de los brazos: las eras, se encuentran los signos de los puntos cardinales: 1 Pedernal, 1 Lluvia, Xiuhuitzolli (signo heráldico), y 7 Mono; o lo que es igual norte, sur, este y oeste, respectivamente. La cruz representa la totalidad del mundo.

Por otra parte, la ciudad de Tenochtitlan se encontraba trazada en forma de cruz, cuatro caminos principales la cruzaban y daban acceso a pueblos localizados fuera de la ciudad. La ciudad y sus edificios se conectaban con el cosmos de acuerdo a la salida y puesta del Sol, durante los equinoccios y solsticios; así nos informa Adrián Snodgrass en su artículo “La cruz espacio-temporal en la arquitectura mesoamericana” de su libro Time and Eternity:
El frente oeste del Templo Mayor, el templo principal del centro ceremonial de Tenochtitlán, la antigua capital azteca ahora cubierta por la ciudad de México, da la espalda a los siete grados y medio del sureste, que es la posición del sol equinoccial que aparece al amanecer entre sus dos templos, los cuales se alzan en la cima de una base piramidal. Desde la base del templo circular de Quetzalcóatl, que está al oeste del Templo Mayor en una extensión de su eje este-oeste, un observador ve al sol equinoccial cuando se ha elevado a una altitud de 22º sobre el horizonte astronómico, enmarcado entre los dos oratorios en el Templo Mayor.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Huémac se muere

En los Anales de Cuauhtitlan se asienta que en el año Nueve Tochtli murió el rey tolteca llamado Tlilcoatzin. A su muerte tomó su lugar Huémac, sacerdote de Quetzalcóatl, quien tenía como esposa a Coacueye, hechicera que había estudiado con un espíritu malvado en Coacueyecan. Como Huémac tuvo sus relaciones con Yáotl y Tezcatlipoca, fue destituido como sacerdote de Quetzalcóatl. En el año Siete Tochtli, hubo en Tula una tremenda hambruna y los dioses mencionados le pidieron a Huémac que diese a sus hijos para que fuesen sacrificados en Xochiquetzalyyapan.

Poco después, en el tiempo Trece Ácatl, el dios Yálotl dio comienzo a una guerra que se presagio por malos acontecimientos, por ejemplo un tolteca vio a una mujer que estaba arreglando las hojas de un maguey en un río, la mató, la desolló y se puso su piel. Los toltecas empezaron a decaer y decidieron irse a Cincoc, donde Huémac sacrificó al dios que adoraban a un hombre llamado Ce Cóatl. Los toltecas siguieron su camino y pasaron por Cuauhnénec, donde otra de las esposas de Huémac, Cuauhnene, dio a luz. Cuando corría el año de Siete Tochtli, Huémac decidió suicidarse ahorcándose en la cueva de Cincalco Chapoltepec. Siete años los toltecas estuvieron vagando, hasta que se asentaron.

Fray Bernardino de Sahagún nos relata en su Historia General de las cosas de la Nueva España que cuando Huémac aún reinaba, un nigromántico de nombre Titlacauan, iba caminando desnudo hasta que llegó a Tollan, donde ofreció los chiles que vendía, justamente frente al palacio donde vivía Huémac. La hermosa hija del tlatoani lo vio y quedó profundamente enamorada del joven y de su miembro viril. A causa de esa maravillosa visión, a la niña se le hinchó el cuerpo y cayó muy enferma. Cuándo Huémac pregunto a las dueñas que cuidaban a su hija la causa de tan extraña enfermedad, éstas le contestaron que había visto a un indio toueyo y su enfermedad era de amores. A fin de poner término a la tristeza y a la enfermedad de la muchacha, Huémac la casó con Titlacauan. Pero como no estaba muy de acuerdo con ese matrimonio, lo envió con los enanos  y los cojos a pelear contra los indios de Zacatepec y de Coatepec, para que muriera en la guerra. Cuando estaban peleando contra los de Coatepec, todos abandonaron al toueyo, que a pesar de encontrarse solo no murió y mató a sus enemigos, Cuando regresó a Tula, Huémac lo recibió como a un valiente guerrero. A partir de entonces lo aceptó como yerno.

Otra anécdota acerca de la muerte de Huémac registrada en los Anales de Cuauhtinchan, nos cuenta que cuando era tlatoani de Tula, les ordenó a los nonohualcas que lo cuidaban, que le llevasen a su casa una mujer que tuviera cuatro palmas de caderas. Cuando se la llevaron, Huémac se dio cuenta que no tenía las medidas por él solicitadas y les reclamó. Los nonohualcas se enojaron ante el reclamo y decidieron pelear contra los toltecas al grito de ¡Muera Huémac! El rey huyó y se fue a refugiar a una cueva de Cincalco. Pero encontraron su escondite, lo sacaron y lo mataron a flechazos. Al morir el tlatoani, la ciudad de Tula cayó por unas amplias caderas no encontradas.

Un buen día, siendo rey de Tula Huémac, decidió jugar con los tlaloques, los dioses de la lluvia, al sagrado juego de pelota. Los jugadores decidieron que el equipo que ganase tendría como premio chalchihuites y plumas de quetzal. El vencedor fue Huémac y los tlaloques le entregaron elotes y hojas de maíz verde. Ante la burla, Huémac montó en cólera y exclamó: ¿Por ventura, eso es lo que gané? ¿Acaso no chalchihuites? ¿Acaso no plumas de quetzal? De mala gana los tlaloques le entregaron el premio acordado, pero rencorosos deciden molestarlo haciéndole pasar dificultades por no menos de cuatro años. Primero le enviaron una fuerte helada que quemó las cosechas y los frutos de la tierra; luego, provocaron un calor tremendo que ocasionó que los magueyes, los nopales y los árboles se secaran, todo se rompió a causa de ese espantoso calor, y los toltecas fenecieron de hambre.

A los cuatro años, los tlaloques aparecieron en Chapultepec y anunciaron que los toltecas se acabarían. Entonces, un sacerdote de Tláloc apareció en el lago de Chapultepec y le envió un mensaje a Huémac para que la hija de Tozcuecuex fuera sacrificada. Al oír el mensaje Huémac se puso muy triste, pero debía cumplir. Entonces envio a sus mensajeros para que trajesen a la jovencita Quetzalxotzin a la que sacrificaron después de ayunar por cuatro días. Los tlaloques pusieron su corazón en una jícara y dijeron: – ¡Aquí está lo que han de comer los mexicanos, porque ya se acabará el tolteca! Cuatro días estuvo lloviendo, y volvió a crecer la vegetación. Huémac se fue a Cincalco y murió.

Sonia Iglesias y Cabrera


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De cómo surgió el momochtli

Hubo un tiempo en que Chaak, el Señor de la Lluvia, se encontraba muy triste porque los campos estaban muy secos y daban cosechas muy escasas. Había que quemar la tierra para que volvieran a ser fértil. Así se hizo. Los pájaros volaban alrededor de la inmensa hoguera que se formó, con el fin de salvar las semillas de algunas plantas que no debían quemarse. Entonces, el pájaro Dziú, valientemente, se arrojó a rescatar los granos del preciado maíz. Al hacerlo, sus alas se quemaron y se volvieron grises, y sus ojos cambiaron a rojos. El humo de la hoguera le impedía ver. Pero él, sin importarle el peligro, tomó un puñado de maíz que se colocó en el pico; pero en su prisa las semillas se le cayeron del pico y fueron a dar a unas brasas. Al calor, los granos fueron explotando uno a uno, mientras emitían un olor muy especial. Toth, la Paloma, acérrima enemiga de Dziú, llevaba en el pico una semilla de tomate, y al ver los maíces blancos y redondos, bajó hacia donde se encontraban con el fin de rescatarlos, y exclamó: -¡Ah Mun, el Dios del Maíz y Huehuetéotl, el Dios del Fuego, se encuentran aquí con nosotros!. Tomó en su pico el único maíz reventón que se salvó del fuego gracias a ella.

Chaak premió a Dziú por ser tan valiente en su hazaña; pero se olvidó de Toh, quien envidiosa y soberbia, emprendió el vuelo muy enfadada. Un día,  Dziú decidió buscar a Toh; encontró su nido y en el fondo vio la hermosa y sabrosa roseta de maíz que el pájaro había salvado de quemarse. Así pues, debemos a Toh el tener momochtli, nuestras sabrosas “palomitas de maíz”. Debemos agregar que todos los humanos aprendieron a hacerlas desde entonces.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Vucub Caquix, el fanfarrón

Hace muchos miles de años, cuando aún no había luz en el mundo porque el Sol y la Luna estaban cubiertos, un dios de nombre Vucub Caquix, Siete Guacamaya, padre de los gigantes Cabrakán y Zipacná, decía, presuntuosamente, que él era el Sol y la Luna. Afirmaba que era tan maravillosos que todo él resplandecía: sus ojos, sus dientes, su nariz. Por supuesto que Vucub Caquix no era ni el Sol ni la Luna, tan sólo deseaba darse importancia, dominar y hacer alarde de sus riquezas. Ante tanta fanfarronería, los gemelos sagrados Hunahpú e Ixbalanqué decidieron poner fin al soberbio. Para matarlo pensaron en tirarle con una cerbatana cuando estuviera comiendo para que se enfermara. Los hermanos tomaron sendas cerbatanas y partieron en búsqueda del presumido.

Los hijos de Vucub Caquix, nacidos de la diosa Chimalmat, se encontraban entretenidos: Zipacná jugaba a la pelota con las seis montañas que había creado en una noche cuando aún no amanecía. Y Cabrakán se divertía haciendo temblar los montes y montañas. Ellos también eran soberbios y pregonaban lo que hacían llenos de presunción tratando de disputarse la grandeza con Vucub Caquix. Ante tanta fanfarronería y competencia los gemelos sagrados tomaron la decisión de matar a los tres, al padre y a los hijos.

Todos los días Vucub Caquix iba a comer a un árbol de nance, se subía a la parte más alta y disfrutaba de su comida preferida. De esta costumbre estaban enterados Hunahpú e Ixbalanqué. Así pues, se escondieron entre unas hojas al pie del árbol para acecharlo. Cuando llegó Vucub Caquix a comer, Hunahpú le apuntó con su cerbatana e hirió al dios Siete Guacamaya en la mandíbula. Al sentirse herido, Vucub Caquix cayó del árbol dando espantosos gritos de dolor. Hunahpú trató de cogerlo, pero Siete Guacamaya le arrancó un brazo, se lo dobló hasta el hombro, se lo arrancó y se fue a su casa llevando el brazo en el pico. Al ver llegar a su esposo en tales condiciones, Chimalmat le preguntó lo que le había sucedido, a lo que el esposo herido le contestó que se encontraba muy mal herido de la quijada, que los dientes se le movían y le dolían muchísimo. Siete Guacamaya decidió colgar el brazo sobre el fuego del hogar y dejarlo ahí seguro de que el gemelo manco vendría a buscarlo.

Ante esta situación, Hunahpú e Ixbalanqué fueron a hablar con una pareja de viejos de cabellos blancos y encorvados por la avanzada edad. El viejo se llamaba Zaqui Nim-Ac y la vieja respondía al nombre de Zaqui Nimá Tziis. Los gemelos les pidieron a los dioses que fuesen a donde vivía Vucub Caquix haciéndose pasar por una pareja de mendigos, y que dijeran que los muchachos que iban tras ellos eran sus nietos huérfanos de padre y madre. Además debían decir que tenía la habilidad de sacar el gusano de las muelas. Así Vucub Caquix no sospecharía que eran los gemelos sagrados. Los cuatro agarraron camino. Los gemelos iban un poco atrás de los viejos. Cuando llegaron a la casa de Siete Guacamaya, lo vieron sentado en su trono gritando de dolor por sus muelas. Cuando vio a los ancianos y a los muchachos, Guacamaya les preguntó de dónde venían, a lo que el viejo respondió que andaban en busca de comida. Guacamaya inquirió si los muchachos eran sus hijos y el dios aclaró que eran sus nietos a los que ambos querían mucho y con los que compartían los alimentos. Cuando Siete Guacamaya se enteró de que los ancianos sabían sacar el gusano de las muelas, curar los males de los ojos y colocar los huesos en su lugar, les pidió que le curasen los dientes, pues era tan insoportable el dolor que no podía ni comer ni dormir por las noches, y todo a causa de la maldad de dos gemelos demoníacos que le habían herido con engaños. El viejo aceptó curarlo y le dijo que le sacaría todos los dientes y le pondría otros nuevos, y de paso le curaría los ojos que se los veía un poco mal. Al principio, Vucub Caquix se negó, pues les aclaró que sus dientes y sus ojos eran sus preciados y valiosos ornamentos brillosos. Pero cuando el viejo le aclaró que los dientes estarían hechos de hueso molido, Siete Guacamaya aceptó. Pero los dientes que le colocaron los gemelos sagrados estaban hechos con granos de maíz, y cuando le tocó el turno a los ojos, le reventaron la pupila. Hunahpú e Ixbalanqué le dijeron al ave fanfarrona que ese era el castigo por creerse el Sol y la Luna y por hacer ostentación de sus riquezas: sus dientes y sus ojos resplandecientes. Al poco tiempo murió Vucub Caquix, y el viejo se llevó todas las piedras preciosas y las esmeraldas que formaban su pico y sus ojos. Hunahpú recuperó su  brazo y se lo puso. Una vez cumplida su tarea los gemelos sagrados se fueron al Cielo.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El Puma Recibe una Lección

Hace ya muchos años, vivía en Texcoco un hermoso Puma que siempre hacía alarde de su fortaleza y su ligereza. Le gustaba asustar a los demás animales, tanto terrestres como acuáticas, rugiendo y saltando para luego reírse del miedo que les causaba. Esta actitud no gustaba para nada a los animales, les caía gordo. Un día en que corría velozmente tratando de darle caza a un venado, tropezó con la casita de Chapulín y la destruyó.

Furioso, Chapulín se subió a la nariz de Puma y le reclamó- ¡Oye, Puma, por qué eres tan maleducado, acabas de destruir mi casa con tus espantosas patas llenas de garras! Ante tal reclamo Puma se sintió ofendido y contestó: – ¡Asqueroso y enano insecto, yo no tengo la culpa de que coloques tu casa por donde yo voy a pasar corriendo! Chapulín indignado refutó: – ¡Pues ahora vas a pagar por los destrozos de mi casa! – ¡Yo no te voy a pagar nada, insecto horrendo! Grito enfurecido Puma. Chapulín, temblando de furia, le propinó un fuerte golpe en la nariz al bello felino y le dijo terminante: -¡Te declaro la guerra! Cuando Puma recibió el golpe sintió cosquillitas, estornudó y Chapulín salió disparado. Desde el suelo vociferó: -¡Te reto a guerra con todas mis tropas, tú puedes traer a las tuyas, y ya veremos quién gana la contienda! Puma, muy digno, se dio la media vuelta y se alejó en busca de sus tropas.

Mientras tanto, Chapulín fue a ver a las avispas y les pidió su ayuda: ¡Queridas hermanas avispas, ha llegado la hora de darle una lección a ese presumido felino carnívoro y sanguinario, ya basta de dejarnos atropellar por Puma¡ ¡Si nos unimos lo venceremos! Todas las avispas estuvieron de acuerdo con Chapulín en luchar contra ese presumido, arbitrario y abusivo, y se dispusieron para la guerra. Entre tanto, Puma fue en busca de la ayuda de los coyotes, los gatos monteses, los tigrillos y las zorras, les platicó lo acontecido con Chapulín, y los incitó a la luchar diciendo: ¡Ya verán esos topes y repugnantes insectos de lo que somos capaces, no nos dejaremos amedrentar por ellos!

Al poco tiempo se encontraban en el campo de batalla observando por donde vendría las tropas enemigas. La Zorra dijo que iría a la vanguardia y que en cuanto viera a las tropas de Chapulín daría un grito de alerta. Cuando los soldados de Chapulín vieron a Zorra, se le fueron encima y la picotearon por todo el cuerpo y, olvidándose de dar la alarma,  corrió despavorida a tirarse al lago. Puma y sus cotlapaches al ver a Zorra en el agua pensaron que estaba persiguiendo a Chapulín y corrieron hacia ella.

El ejército de avispas aprovechó esta circunstancia y se lanzó sobre los soldados de Puma y clavaron a placer sus aguijones en los cuerpos de los animales que gritaban a más no poder de dolor. Zorra que observaba desde el lago, gritaba: -¡Al agua, al agua! Y, efectivamente los picados soldados de Puma se arrojaron presurosos al agua. Mientras tanto, el ejército de avispas zumbaba y no los dejaba salir del agua. Después de varias horas; acalambrados, cansados, hambrientos y sedientos, las tropas de Puma decidieron rendirse. Salieron del lago todos mojados y humillados y tuvieron que soportar las miradas burlonas y las mofas que las avispas hicieron. Chapulín se acercó a Puma y le dijo: -¡Puma presuntuoso, espero que no olvides la lección, pues has de saber que cuando las criaturas pequeñas se unen, no hay quién pueda vencerlas!

Sonia Iglesias y Cabrera

Leyenda corta publicada en http://www.leyendascortasmexicanas.com/

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Nuestra Madre y el «ojo de dios»

Hace mucho tiempo, la diosa de la Tierra y de la Luna, pensó que sería muy buena idea crear a los dioses para que se encargasen de proporcionar el agua y que así pudiesen crecer las plantas y las hierbas que conforman parte de la naturaleza. Tomó unos trozos de algodón les dio forma y los colocó dentro de una laguna. Pero a estos dioses incipientes no les gustó que los metiera en el agua y protestaron pidiéndole a Nuestra Madre que los sacara. La diosa se tomó sus largos y negros cabellos, los peinó, los estiró y se los arrojó al agua a los dioses para que se agarraran de ellos y así poder sacarlos. Al salir, los dioses se fueron al Cielo, donde se quedaron viviendo colgados de las nubes.

Pasado un tiempo, los dioses protestaron, alegando que ya estaban cansados de vivir pendientes. Nuestra Madre, ante tales protestas, replicó diciéndoles que si ya estaban cansados pusieran remedio a su situación e hiciesen algo al respecto. Los dioses tomaron un poco de tierra de su cuerpo y elaboraron una pequeña bola. Nuestra Madre le dijo a Nuestro Hermano Mayor que colocara sus flechas una encima de la otra, como formando una cruz. El Hermano Mayor hizo lo indicado siguiendo las direcciones de los rumbos sagrados y amarró el centro donde se cruzaban las flechas. Nuestra Madre tomó un mechón de sus cabellos y tejió un “ojo de dios” entretejiendo su pelo con las cruces, a la manera de una espiral. Cuando terminó con su tarea, sobre el “ojo de dios” puso tierra y les indicó a los dioses que la apisonaran. Con los pisotones la tierra se fue agrandando hasta formar el mundo, que es el lugar donde podemos vivir los indios coras gracias a Nuestra Madre y a los dioses creados por ella.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Chalchiuhtlicue

La que tiene la Falda de Jade, diosa de los lagos y las corrientes de agua, patrona de los nacimientos y reina de los bautizos, presidía el día Cinco Serpiente del calendario mexica y regía la trecena Uno Caña. Asociada con el agua, se constituyó en la patrona de la navegación costera. De su unión con Tláloc, el dios del agua, nació Tecciztécatl, Morador del Caracol, el dios que se volvió Luna, allá por Teotihuacan, cuando hubo superado su cobardía frente a los dioses. Según nos informan los chismitos, que en el Cielo también se dan, antes de ella Tláloc tuvo otra esposa, Xochiquetzal, pero como le gustó a Tezcatlipoca, se la robó, sin medir las consecuencias de sus actos. El dios de la lluvia, ante esta dolorosa pérdida, se puso muy triste y se negó a propiciar la lluvia, tanta era  su depresión. A causa de su negativa, las personas se estaban muriendo de hambre y sed, pues no había cosechas ni agua para beber. Los dioses, preocupados por tal situación, decidieron que lo que le hacía falta a Tláloc era otra esposa tan bella como la anterior pero más constante. Entonces, reunidos en asamblea, eligieron a Chalchiuhtlicue como la nueva consorte, después de todo era hermana de los tlaloques, diosecillos del agua, muy cercanos a Tláloc. El remedio fue efectivo y el dios de la lluvia, sumamente satisfecho, envió el agua que tanto necesitaban los hombres para regar las milpas y asegurar su subsistencia.

Durante la creación de los Cinco Soles, Chalchiuhtlicue alumbró al mundo durante el Primer Sol, en la era Cuatro Agua, cuando el Cielo era de agua y cayó sobre la Tierra dando origen a un terrible y catastrófico diluvio; fue entonces cuando los pobres humanos se convirtieron en peces, gracias a la deidad. Debido a tantas características acuáticas, Chalchiuhtlicue devino Acuecucyoticihuati, la hermosa diosa de los océanos.

Como Chalchiuhtlicue era coqueta, además de engalanarse con su bonita falda verde, le gustaba pintarse la parte inferior de su cara con líneas verticales también verdes, y colocarse en la cabeza una tiara de oro y cubrirse con un manto con borlas de Quetzalli. De su acuática falda surgía un torrente azul de aguas cristalinas en el que se situaban dos seres del agua, un niño y una niña. Nunca olvidaba su báculo de rayos del Cielo y su bolsa en la que guardaba las nubes que podían producir lluvia. Fray Bernardino de Sahagún nos la describe de la siguiente manera: Su cara pintada. Su collar de piedras finas verdes. Su gorro de papel con penacho de plumas de quetzal. Su camisa, su faldellín, su pintura de olas de agua. Sus sonajas, sus sandalias. Su escudo con un nenúfar, y en su mano, enhiesto un palo de sonajas.

Como era tanta su importancia entre los humanos y aun entre las divinidades celestiales, nuestra diosa contaba con una fiesta que efectuaban los mexicas en el sexto mes del año llamado Etzalcualiztli, para cuya celebración los sacerdotes iban a acarrear juncias, una planta herbácea de la familia ciperáceas, al pueblo de Citlaltépetl, el Cerro de la Estrella, donde había un lago llamado Temilco, donde se daban muy bellas, para adornar su adoratorio. El día de la celebración se elaboraban unas tortas llamadas etzalli hechas de maíz y de frijol, que las personas acostumbraban comer en sus hogares y ofrecer a quien se acercara a sus casas. En el templo a los dioses del agua se llevaban a cabo sacrificios humanos de esclavos y cautivos, cuyos corazones se arrojaban  al remolino que se formaba en la laguna de Tenochtitlan, y se entonaban cantos e himnos en honor a Chalchiuhtlicue y a los dioses del agua, incluyendo a Tláloc, cuyo canto empezaba:

Ay, en México se está pidiendo préstamo al dios,
En donde están las banderas de papel
Y por los cautro rumbos están en pie los hombres.
¡Al fin es el tiempo de su lloro!

Sonia Iglesias y Cabrera


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El Ave Deidad Principal

La deidad conocida como Ave Principal es un ser sobrenatural de labio largo, pico ancho, con un ala formada con el perfil de una cabeza de serpiente en el área del hombro. Esta ala se trata de un marcador fonético de la palabra “cielo”, ya que tanto serpiente como cielo son términos homófonos en la lengua maya. El Ave Principal hizo su aparición en el Preclásico Tardío de los estadios culturales mayas, donde aparece ya en varias estelas con sus marcados rasgos de reptil. Es, por supuesto un ave celestial y una deidad solar, a la que en el Período Clásico Temprano se la representaba como un anciano de nariz aguileña, es pues una deidad mítica mitad ave y mitad ser humano

Esta ave tuvo diferentes roles: fue Vucub Caquix, o Siete Guacamaya, el dios que se enfrentó a los héroes gemelos en el relato del Popol Vuh y tomó el papel del Sol; fue representada en las ceremonias de la realeza maya en Petén; y se le asoció con el sacrifico de corazones como aparece en el Códice París, donde vemos a un ave  súper adornada con joyas tales como collares y orejeras.

En su papel de Siete Guacamaya, Vucub Caquix, representa a un ser fantástico que reinaba en el Inframundo, Xibalbá, junto con Chimalmat, “la que se torna invisible”, su esposa. Como el dios pecaba de presumido y decía que era el Sol y la Luna, lo cual era mentira, los gemelos sagrados Hunahpú e Ixbalanqué le dieron muerte con engaños; le quitaron sus dientes y le pusieron granos de maíz en sustitución, para después reventarle los ojos.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Teotihuacan

“El lugar donde fueron hechos los dioses”, Teotihuacan, fue una de las más grandes ciudades de Mesoamérica; así la llamaban los mexicas, pues su verdadero nombres nos es desconocido al igual que su la lengua y el origen del pueblo que en ella habitaba. El monumento más grande de esta hermosa ciudad es la Pirámide del Sol, localizada en la parte oriental de la Calzada de los Muertos, cuyo uso se desconoce. Su construcción dio inicio en la llamada etapa cultural Tzacualli (1-150 d.C.) Cuenta con sesenta y tres metros de altura, en cuya cúspide se encontraba un templo ceremonial. Fue construida empleando adobes, se la recubrió con estuco y se la decoró con pinturas religiosas

A su vez, la Pirámide de la Luna es uno de los edificios más antiguos de Teotihuacan situada hacia el lado norte, de menor tamaño que su compañera. En la plataforma superior se realizaban rituales en honor a la diosa Chalchiuhtlicue, diosa del agua relacionada con la Luna.

Hace muchos cientos de años, antes de que la luz existiese, los dioses –entre ellos Quetzalcóatl, Tláloc y Tezcatlipoca- efectuaron una reunión en Teotihuacan y decidieron que el mundo debía estar alumbrado, pero no sabían quién lo haría. Uno de los dioses que era muy rico y poderoso, llamado Tecuzitecatl, dijo que se encargaría de tal tarea. Pero necesitaba a otra persona que le ayudase. Como nadie se ofreció a hacerlo, nombraron como ayudante a Nanahuatzin, que tenía la mala suerte de ser pobre, jorobado y lleno de bubas; es decir, de pequeños tumores  llenos de pus y muy dolorosos. Como correspondía, antes de llevar a cabo su honorable tarea, los dos dioses se pusieron a hacer penitencia y a llevar a cabo los rituales de rigor. Tecuzitecatl, como era de posibilidades económicas, ofrendó oro, piedras preciosas, corales, hermosísimas plumas de quetzal, y mucho copal para ser quemado. A su vez, Nanahuatzin, que carecía de medios, sólo pudo ofrendar heno, espinas de maguey que llevaban su sangre, y las postillas de sus bubas para que sirviesen como copal; o sea, sus costras. Después de finalizar la etapa de las penitencias de rigor que les llevó hasta la media noche, dieron inicio los oficios. Tecuzitecatl se cubrió con una hermosa capa elaborada con las más bellas plumas de pájaros exóticos que se pudieron encontrar, que le obsequiaron los dioses para tal efecto. En cambio, a Nanahuatzin le regalaron una pobre capa de papel. Ataviados de tal manera, los dioses encendieron una hoguera y le indicaron al dios opulento que se arrojase en ella. Sin embargo, a Tecuzitecatl le entró mucho miedo y, cobardemente, se hizo para atrás. Pero lo volvió a intentar y sintió el mismo pavor. Cuatro veces trató de echarse, pero el miedo fue superior a sus deseos y fracasó. Cuando los dioses le indicaron a Nanahuatzin que se arrojara al fuego, no dudó ni un instante: cerró sus tristes ojos, se aventó y comenzó a arder. Cuando Tecuzitecatl vio que el dios pobre se había arrojado al fuego sin temor, se arrojó a su vez a la hoguera. En esas estaban cuando de repente entró un águila que se quemó en el fuego –razón por la cual desde entonces las águilas tienen las plumas de color negruzco-, después apareció un tigre que se chamusco todito y se manchó de blanco y negro.

Todos los dioses se sentaron en espera de ver de qué parte saldría Nanahuatzin. Dirigieron su mirada hacia el Este, donde hizo su aparición un Sol muy rojo, al que no podían mirar directamente a causa de sus potentes rayos. Pero aun así volvieron a mirar hacia el este y vieron salir a la Luna. Tanto el Sol como la Luna brillaban de una manera intensísima; pero entonces uno de los dioses tomó a un conejo y lo arrojó directamente hacia la Luna, que no era otra que el dios rico Tecuzitecatl, y el satélite perdió mucho de su inicial resplandor. Todos los dioses se quedaron muy quietecitos, para después decidir que debían morir para dar vida al Sol y a la Luna. La triste tarea de matar a los dioses correspondió al Aire, quien  inició toda una serie de movimientos y soplidos dirigidos primero al Sol y luego a la Luna, hasta que ambos ascendieron al Cielo. Es por ello que el Sol sale por el día y la Luna durante la noche. Este interesante mito de constancia del nombre de Teotihuacan que deriva de: téotl, “dios”; y teotihua, “ser transformado en dios”.

Sonia Iglesias y Cabrera