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Mitos Cortos

Coyote le hace maldades a Chamán de la Tierra.

Los indios pimas, akimel o’odham, de Sonora y Chihuahua cuentan que cuando Chamán de la Tierra, Juh-Wert-A-Mah-Kai, el supremo Dios Creador, terminó su labor y el mundo estaba poblado de exuberante flora y rica fauna, decidió dar vida a los hombres. Construyó un horno, tomó un poco de barro, y dio forma a dos figuras: un hombre y una mujer. Cuando el dios se encontraba en plena creación humana, llegó Coyote y, haciéndose el chistoso, le dijo que el horno estaba listo para meter cualquier cosa que se quisiera. El Chamán aunque conocía lo mentiroso que era Coyote, pensó que decía la verdad pues al fin y al cabo Coyote era parte de la creación y tenía facultades para realizar buenas acciones, así que metió las figurillas al horno. Pasado cierto tiempo, Coyote le avisó a Chamán de la Tierra que sea lo que fuese lo que había metido al horno, ya estaba listo. El Creador le hizo caso y sacó a la pareja del horno. Pero al hacerlo comprobó que no estaban bien cocidas, que estaban blancuzcas. Así surgieron los hombres blancos de esta pareja que al salir del horno corrió a poblar tierras lejanas.

mito mexicano - coyote

Chamán decidió hacer otras dos figurillas: tomó barro, las esculpió y, por consejo de Coyote, las metió al horno el doble de tiempo que empleó para cocer a la pareja de raza blanca. Cuando las sacó del horno vio que estaban negras. Enojado, el Chamán de la Tierra despidió a Coyote con cajas destempladas y le envió hacia la gran llanura a molestar a quien pudiera con sus engaños y bromas.

Volvió a tomar barro y formó una nueva pareja. Como ya sabía el punto exacto de cocción sacó a las figurillas en el tiempo justo y, ¡Oh, maravilla!, surgieron los primeros pimas que poblaron la Tierra con  el punto de cocción exacto; es decir, doradito.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Tradiciones

El Hospital de Jesús Nazareno

Huitzillan, Junto al Colibrí, es el nombre del histórico lugar donde Hernán Cortés y Moctezuma Xocoyotzin se entrevistaron por primera vez. Se encontraba cerca del templo dedicado a Huitzilopochtli, el Colibrí Zurdo, por el camino hacia Iztapalapa.  En este lugar se erigió el primer hospital que los españoles fundaron en la Nueva España, por órdenes expresas del capitán Hernando, para que se atendiese a los soldados que salían heridos en las contiendas contra los mexicas. La dirección del hospital estuvo a cargo de fray Bartolomé de Olmedo, fraile mercedario. La construcción se debió a Pedro de Vázquez, aunque en otras fuentes encontramos que el constructor inicial se llamaba Pedro López y era de profesión medico. Para el trazo del nosocomio se inspiró en el de la Cinco Llagas, ubicado en Sevilla de donde era originario. El edificio ocupó terrenos que fueron cedidos por Hernán Cortés para tal propósito. Sin embargo, el capitán murió antes de verlo terminado.

tradicion mexicana - imagen del hospital

Este hospital recibió en un principio recibió el nombre de la Purísima Concepción; después se le llamó Hospital del Marqués. El hospital aún existe y es uno de los primeros edificios de la Ciudad de México. La conseja popular nos dice que una indígena muy rica de nombre Petronila Jerónima, legó en su testamento una fuerte cantidad de dinero para que se construyese una iglesia para el hospital, con la condición que ahí se venerase la imagen de Jesús Nazareno en un adoratorio construido ad hoc. Dicha condición se realizó en 1524. Dos años después, el hospital dejó de llamarse Hospital del Marqués y tomó el de Jesús Nazareno. Otras fuentes nos informan que la imagen fue donada por don Juan Manuel de Solórzano, y no por la india rica. Cuenta la leyenda que la imagen regalada por Petronila era muy milagrosa y desde lejanos lugares acudían las personas a pedir sus bondades y milagros.

Muchos fueron los arquitectos que participaron en la construcción del hospital y en su mantenimiento. Entre ellos podemos mencionar a Miguel Custodio Durán, Francisco Antonio Guerrero y Torres y Pedro de Arrieta. Al Hospital de Jesús se le considera como la institución de beneficencia privada más antigua no sólo de México sino de América, en donde cualquier menesteroso podía ingresar si su estado lo ameritaba.

La construcción inicial se hizo con naves en forma de cruz, capillas, patios con arcos de medio punto, escalera claustral, claustros, y enfermería. Se empleó el tezontle y la cantera. El Hospital de Jesús constaba de dos patios iguales con jardines, con arcos de dos niveles sobre pilares. En medio de los dos patios estaba situada la escalera claustral de diseño avanzado para su época. El templo tenía dos fachadas barrocas. La capilla del Hospital, llamada de la Santa Escuela, sirvió durante la Colonia como refugio de negros que trataban de escapar de la esclavitud.

Cuando Hernán Cortés murió fue enterrado en Sevilla, pero según sus deseos sus restos se trasladaron a la Nueva España. En un principio se llevaron a la Iglesia de San Francisco en Texcoco; poco después se pasaron al Convento de San francisco de la Ciudad de México, y finalmente, en el siglo XVIII, se condujeron al Templo de Jesús Nazareno del Hospital de Jesús, donde se depositaron en un mausoleo con el busto del conquistador esculpidos por Manuel Tolsá y Sarrión, arquitecto y escultor valenciano, quien fuera director de la Academia de San Carlos de la Ciudad de México. En la ceremonia fúnebre, fray Servando Teresa de Mier pronunció la oración fúnebre, y el virrey de Branciforte, considerado como uno de los virreyes más corruptos que tuvo la Nueva España, presidió las exequias. En la etapa de la Independencia, algunos fanáticos pensaron en exhumar los restos del capitán y quemarlos, pero fueron sacados con anticipación y escondidos bajo la tarima del Altar Mayor. En 1836, los huesos se colocaron en un nicho sin ninguna inscripción, en donde reposaron hasta el años de 1946, fecha en que se les confirmó como pertenecientes al Marqués del Valle y se añadió al nicho una placa certificándolo.

En el año de 1646, en el  hospital que nos ocupa, el primer protomédico del Continente Americano, Pedro López realizó la primera autopsia, para enseñar anatomía a los estudiantes de la Real y Pontificia Universidad de México, institución creada por Cédula Real e inaugurada el 25 de enero de 1553. Existe constancia de que en cinco años Correa “realizó 1,252 sangrías, sacó 37 muelas, puso 92 pares de ventosas… y sanó a 28 atormentados, 27 azotados y 492 enfermos». Los profesores médicos llegaban de España, con certificados de protomedicato. Entre ellos, hubo médicos muy notables, como es el caso de Nicolás Bautista Monardes, de origen sevillano, que escribió un libro en el que narra las vicisitudes de la práctica médica y farmacológica en la Nueva España, titulado Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales.

Muchos siglos duraron la iglesia y el hospital en su construcción original, hasta que en 1934, al ampliarse en la Avenida 20 de Noviembre en donde se encuentran situados, se construyó un horrible edificio de cinco pisos. Actualmente, de la construcción colonial solamente quedaron los hermosos patios.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

El chocolate

Esa deliciosa bebida que llamamos chocolate, propia de emperadores y dioses, se elabora con las semillas del cacao, planta perteneciente a la familia de las Esterculiáceas, del género Theobroma, cuyas especies principales son el T. Cacao, el T. Angustifolium y el T. Bicolor H. y S. Al árbol del cacao los antiguos mexicanos lo llamaban cacao-cuauhuitl, del cual diferenciaban cinco especies: cuauhcacáhuatl, mecacáhuatl, xochicacáhuatl, cuauhpatláchtli y tlacacáhuatl. De estas especies la que se empleaba más frecuentemente para hacer el chocolate era la tlalacacáhuatl, cuyo nombre significa “cacao de tierra”, las restantes servían como moneda de cambio.

En referencia a la etimología de la palabra “cacao”, la Enciclopedia de México nos informa que se trata de una voz maya, cacau, que al ser empleada por los mexicas se adoptó a la fonética del náhuatl y se convirtió en cacáhuatl.
… ( Tal vez por conducto del zoque cacahua) y a la mayoría de las lenguas europeas casi sin alteración. Parece que la radical cau, que se encuentra igualmente en las formas caoc, chauc y chac y que significa “rayo”, se emparenta con muchas palabras mayas relacionadas con el fuego, la fuerza, el color rojo y el calor. En cacau convergen los conceptos de fuerte, por su singular propiedad energética, bien conocida por los mayas y otro atributo que se expresa en la radical cac: el color rojo de su cáscara. Las siguientes lenguas mesoamericanas emplean formas afines a caco. Chol: cucuo;chorti: cacao; have: cacau; kekchí: cacao; lacandón: chau; kakchiquel: cacou; maya del Chilam Balam de Chumayel, del Códice Pérez y moderno de Yucatán: cacau; mopán: cucuh; pocomchí: quicou; popoluca de Sayula: cágua; quiché del Popol Vuh; caco o cacu; tzeltal: cacab, en el siglo pasado y actualmente (en Bachajón): cacau; tarasco: cahecua.

leyenda mexicana del chocolate

En cuanto a la palabra xocólatl, Sebastián Verti opina que era el nombre que los indios daban al cacao y que proviene de – atl, agua, y de xoco, onomatopeya del ruido producido por el agua en donde se hierve al cacao.

Por su parte, Ramón Cruces Carvajal opina que xocólatl proviene del náhuatl xócoc, agrio, y atl, agua; lo que significaría “agua agria”, etimología que se sustenta en el hecho de que el cacao sin endulzar tiende a ser agrio.

Don Artemio del Valle-Arizpe cita a Eufemio Mendoza quien afirma que el vocablo chocólatl, significa “agua que gime”, por el ruido que se produce al ser batido. De tal manera que la palabra vendría de choca, llorar y atl, agua; o bien de choca, llorar, de coloa, rodear o dar vueltas y de atl, agua; lo que significaría “agua que gime al dar vueltas el molinillo”. El historiador menciona también que don Jesús Sánchez deriva la palabra de pozólatl, bebida de maíz cocido acompañado de varios ingredientes, término que los españoles descompusieron en pozolate y luego chocolate.

Sea cual fuere la etimología de la palabra, lo cierto es que los mexicas tenían en alta estima a esta deliciosa bebida cuyo fruto simboliza al corazón humano y cuya preparación representaba la sangre. Al corazón correspondían la vitalidad, el conocimiento, la afección, la memoria, el hábito, la voluntad, la acción, y la emoción. Así como la sangre tenía la importante función de fortalecer, dar vida y posibilidad de crecimiento.

La tradición oral de los mexicas nos cuenta en una leyenda que Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, dio a los toltecas el maravillo cacao, junto con algunas otras plantas y raíces comestibles, como el maíz, el frijol, y la yuca. El propósito del dios consistía en tener a los hombres bien alimentados para que pudiesen dedicarse con tranquilidad a estudiar, convertirse en hombres sabios, en magníficos arquitectos, y en delicados artistas y artesanos. Quetzalcóatl se robó el árbol del cacao del paraíso donde vivían los dioses y plantó un pequeño arbusto de hojas rojizas en las tierras de Tula. Ya que hubo plantado el arbusto, se dirigió a ver al dios del agua Tláloc y le pidió que enviara lluvia para que la planta se alimentara y creciese bella y abundante. Poco después, se dirigió a la morada de Xochiquetzal, Flor de Plumaje Precioso, diosa de la belleza y del amor, y le pidió que diese a su árbol flores maravillosas. Con el tiempo, la planta dio frutos de cacao. Entonces, Quetzalcóatl les enseñó a los toltecas a tostar los granos que crecían dentro de una vaina, a molerlos, y a batirlos con agua para obtener la estupenda bebida que conocemos con el nombre de chocolate. Los toltecas, bien alimentados con la sabrosa y energética bebida, acrecentaron sus poderes y se convirtieron en hombres fuera de serie.

Cuando llegó a conocimiento de los dioses lo maravillosos que eran los toltecas gracias al chocolate que Quetzalcóatl había tenido la desfachatez de robarles, montaron en cólera y la envidia los embargo sin piedad. Opinaban que la tal bebida sólo había sido destinada a los dioses, que nadie más podía gozar de su sabrosura y de sus cualidades. Así pues, rojos de ira, juraron vengarse de Quetzalcóatl y de los toltecas.

Un mal día, uno de los dioses, Tezcatlipoca, el eterno enemigo de Quetzalcóatl, se transformó en mercader de pulque, se acercó a la Serpiente Emplumada y le ofreció una jícara con tlachihuitli, pulque, para que lo bebiera, asegurándole que esa bebida tenía el poder de quitar las penas y cualquier incómodo malestar. Quetzalcóatl tomó el brebaje y, como era de esperarse, se emborrachó. Al otro día, el dios despertó, y al darse cuenta de lo acontecido, se sintió avergonzado y humillado por la borrachera que se había puesto y por la venganza  y la envidia de los dioses. Maltrecho y deshonrado, decidió irse para siempre. Antes de partir vio que todos los árboles de cacao que con tanto cariño habían cuidados los toltecas, estaban secos y convertidos en huisaches. Sin embargo se percató que  en el suelo habían quedado algunas semillas intactas. Quetzalcóatl las recogió y se las guardó en su morral. Al llegar a Tabasco, las arrojó en tierra fértil, donde se reprodujeron generosamente, como podemos ver hasta estos días.

Gracias a tal acción de la Serpiente Emplumada podemos disfrutar de la exquisita bebida que en todas partes se conoce como chocolate, y es un aporte de México a la coquinería de todo el mundo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas

Manuelito e Isabel. Leyenda yaqui.

Manuel Tapia Gutiérrez era un indio yaqui convertido al catolicismo. Manuelito era muy inteligente y sabía adaptarse a la sociedad criolla en la que vivía, pues tenía más contacto con hombres blancos que con indios de su tribu. Trabajaba en una oficina administrativa del gobierno colonial de inicios de 1800, en Villa del Pitic. Tenía como novia a una bella joven criolla llamada Isabel de la Torre y Landavazo, enamorada de Manuelito y prendada de su guapura, su buen comportamiento, y de su buena conducta. Su jefe, el capitán Andrés de Alcocer, lo apreciaba porque era buen trabajador. En cambio, la madre de Isabel, doña Ignacia Durazo, lo detestaba y lo consideraba muy poca cosa para su hija. El padre, don Pedro, era más benevolente con el amor de su niña hacia el indio, pero le tenía miedo a su esposa, de carácter enojón y escandaloso, y aceptaba todo lo que ella decidiera.

leyenda mexicana de manuelito e isabel

Isabel creyó que lo más conveniente era casarse en seguida con Manuelito, pero su madre se negó rotundamente, amenazando a su hija de la peor manera y augurándole como mínimo los terribles fuegos del infierno si llegaba a casarse con un indio “salvaje”, descendiente de chamanes, de raza inferior, pagano y, para colmo, moreno. A pesar de las súplicas, las lágrimas, y los berrinches de Isabel, doña Ignacia no sólo no cambió de parecer sino que se opuso  con mayor fuerza a ese “desatinado y desigual matrimonio”, y acudió a un brujo del pueblo para impedirlo.

Como Isabel persistía, un día doña Ignacia le dijo: -¡Bien, hija, puesto que estás decidida a casarte, boda tendrás, de eso no te quepa la menor duda! Isabel se puso eufórica, pero luego le pareció que las palabras de su madre estaban cargadas de un cierto tonillo que no le gustó nada y le asustó. Llena de aprehensión acudió a don Pedro para exponerle su temor. Su padre la escuchó y conociendo la mala índole de su esposa decidió tomar providencias. Ambos acudieron a la iglesia y se encomendaron al Señor para que protegiera a los amantes de las malas y hechiceras intenciones de doña Ignacia.

Los novios se casaron con gran fausto. Al salir de la iglesia, el cielo se oscureció y un enorme rayo cayó sobre Manuelito que quedó en el acto todo calcinado. La descarga eléctrica alcanzó a Isabel, quien murió fulminada en el acto. Algunos invitados corrieron a la casa de Ignacia que no había asistido a la boda, y le dieron la terrible noticia a gritos: -¡doña Ignacia, doña Ignacia, los novios han muerto alcanzados por un rayo!, -¡Cómo! exclamó la mujer, ¿Ambos han muerto? -¡Sí, señora, al dirigirse a la carreta, en el atrio de la iglesia un rayo los alcanzó y los fulminó, los dos están muertos! Como loca, la madre acudió de nuevo al brujo, le compró un potente veneno, lo bebió, y cayó muerta al instante. El padre, desolado, no volvió a hablar de la fatal boda, se encerró en su casa a esperar que le llegase la muerte cuando Dios así lo dispusiera.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Mitos Cortos

Suawaka, el flechador.

Hace muchos miles de años, en una colina llamada Tácale situada al noroeste de Guaymas, vivía una serpiente de siete cabezas. Cerca del río, en So’ri, existía otra colina poblada por más serpientes de siete cabezas. Los indios yaquis afirmaban que cada serpiente era una persona que se había casado con un pariente. Cuando morían los incestuosos, iban a parar a las colinas convertidos en serpientes. Al cumplir un año de muertos les salía una cabeza, al segundo otra, y así hasta completar las siete cabezas. Cada siete años, las serpientes salen de su morada y ocasionan fuertes vientos y terribles lluvias que perjudican a los humanos. En el Cielo se encuentra el dios Suawaka, el arquero de las estrellas fugaces, casado con la diosa de las plantas y de la supervivencia en el desierto. Desde su celestial lar observa la salida de las serpientes de siete cabezas. En cuanto las ve, les arroja una flecha de fuego, que los indios ven como si fueran estrellas fugaces que se aparecen por las noches. En cuanto la serpiente es flechada, Suawaka la apresa y la lleva al Cielo, donde lo esperan su esposa, su suegro, llamado Yuku, y su suegra que es nada menos que la Lluvia. Con la serpiente preparan ricos platillos y se la comen. Cada siete años, el dios desciende a la Tierra y se dirige a Tácale y a So’ri a recoger las presas flechadas con su arco. A su familia nunca le falta el alimento. Cuando Suawaka por alguna razón no baja a la Tierra, empiezan a salir serpientes de las colinas y se produce mucho viento y mucha lluvia.

El terrible monstruo

Un mito nos relata que una vez un pescador se encontraba pescando cerca de Guaymas cuando se dio cuenta de que Suawaka mataba a una serpiente. El hombre le preguntó lo que hacía, a lo que el dios respondió: -Mato una serpiente, ¿acaso no lo ves? El pescador le preguntó en dónde vivía: -En el Cielo, respondió el flechador. – ¡Llévame a tu casa!, dijo el hombre.  El dios aceptó, se puso la serpiente en un hombro, colocó encima al pescador, le ordenó que cerrase los ojos y emprendió el vuelo.

Cuando llegaron al Cielo, el pescador vio mucha carne de serpiente y muchas escaleras de víboras. La esposa del dios le ofreció un plato lleno de carne, pero al hombre no le gustaba la carne de serpiente y lo rechazó. La mujer, ofendida, le dijo a su marido: – ¡Este hombre no quiere comer, se va a morir, hiciste mal en traerlo! Asustado, el pescador le pidió a San Miguel, el otro nombre de Suawaka, que lo regresara a la Tierra. El dios aceptó y le dio una escalera de víboras para que la mostrara a todos y así se les quitaran las ganas de subir al Cielo. Cuando el pescador llegó a su pueblo enseñó la escalera de serpientes que le había dado el flechador, y todos fueron presa de pánico y a nadie le dieron ganas de ir a visitar al dios en las alturas celestiales.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tradiciones

De cómo se fundó la Ciudad de Morelia

Nuño de Guzmán inició la conquista de Michoacán en 1521 sin enfrentar ninguna resistencia guerrera por parte de los indígenas debido a las amenazas que hiciese Cristóbal de Olid a la embajada que mandó el cazonci encabezada por  Cuiniarangari, de masacrar a todos los habitantes de Michoacán en caso de oposición de los indígenas.  El 25 de junio de 1522, Cristóbal de Olid con sus sanguinarias huestes españolas, tomó la ciudad de Tzintzuntzan, sin ninguna oposición de Tangaxoan Tzintzicha, el cazonci. Al darse cuenta de la barbarie de Olid, el cazonci, Tangaxoan II, atemorizado, huyó a Pátzcuaro, ocultándose del conquistador. Sin embargo, pronto resintió las amenazas del español y tuvo que someterse a todos sus caprichos y ambiciones, entregando oro a cambio de que el indígena conservara su puesto de gobernante de los p’urhépecha. Poco le duró el gusto, ya que en 1530, Nuño de Guzmán dio muerte a Tangaxoan quemándolo en la hoguera.

Consumada la conquista, en el año de 1531, llegaron los franciscanos Juan de San Miguel y Antonio de Lisboa, quienes evangelizaron a los naturales del valle de Guayangareo, conformándose así el primer asentamiento español: el Convento de Buenaventura. Dos años más tarde llegaba don Vasco de Quiroga con la finalidad de construir una ciudad para los españoles y defender a los indígenas de las vejaciones sufridas por Nuño de Guzmán. Don Vasco ubicó la ciudad española cerca de Tzintzuntzan, donde se constituyó un cabildo. El 8 de agosto de 1536, el rey Carlos V, autorizado por el Sumo Pontífice, redactó un documento para la creación del Obispado de Michoacán, de acuerdo a la Bula Illios Fulciti emitida por Pablo III. Un año después, por Cédula Real del 20 de septiembre, se ordenó la construcción de una Catedral en el lugar donde al obispo se pareciere mejor. No se pensaba en Tzintzuntzan, por los inconvenientes que presentaba, pero don Vasco tomó la iniciativa y decidió que el lugar apropiado para la edificación de la catedral fuera Pátzcuaro, uno de los barrios de Tzintzuntzan. Esta decisión no gustó a los españoles quienes opinaban que no había suficiente tierra para los cultivos y la cría de ganado; además de que alegaban que había muchos asentamientos indígenas.

Durante una visita del virrey de la Nueva España a Michoacán, don Antonio de Mendoza –quien gobernara en territorios mexicanos de 1535 a 1549-, los encomenderos españoles, inconformes, le expusieron su inconformidad diciéndole que no les parecía adecuada la construcción de la ciudad en Pátzcuaro. Así las cosas, los españoles le escribieron a la reina de España Juana, llamada la Loca, a fin de que la ciudad de Michoacán, se reubicara en Guayangareo; la reina dispuso entonces que se fundara la villa de los españoles en 1537, con el nombre de Valladolid, ciudad en la que se expidiera la Cedula Real de su fundación. La tal Cédula decía que en la villa deberían establecerse sesenta familias españolas y nueve religiosos, para “impedir los desmanes de la gente bárbara”. Así, el virrey visitó el valle de Guayangareo en 1540, y el 18 de mayo de 1541, a las ocho de la mañana, se fundó la villa de la Nueva Mechuacán, siendo los comisionados el escribano público y de Cabildo Alonso de Toledo y los jueces Juan de Alvarado, Luís de León Romano y Juan de Villaseñor quienes tomaron el Valle de Guayangareo y fundaron la mencionada ciudad: En el Valle que se dice de Guayamgareo, de la provincia de Mechoacán de esta Nueva España, encima de una loma llana e grande del dicho valle que está entre dos ríos, por la una parte hacia el sur el río que viene de Guayangareo, y por la otra parte hacia el norte el otro río grande que viene de Tiripetío, en miércoles diez y ocho días del mes de Mayo, año del nacimiento de nuestro Salvador Jesú (sic)  Cristo de mil quinientos é cuarenta é un años, podía ser á hora de las ocho antes de medio día… para asentar y poblar la Ciudad de Mechoacán é repartir los solares a los vecinos que son é serán de aquí en adelante, con huertas é tierras para hacer sus heredades y granjerías, como su Señoría Ilma. Les es mandado, y en cumplimiento de ello se apearán de sus caballos en que venían, é se pasearon por el dicho sitio de Ciudad de una parte a otra, hollándola con sus pies é cortando con sus manos las ramas é yerbas que allí había é mandado a ciertos naturales limpiar el asiento de plaza, Iglesia, Casa de Cabildo é Audiencia é Cárcel é carnicerías todo en señal de verdadera posesión de Ciudad De Mechoacán, todo pacífica y quietamente sin haber ni parecer persona alguna que lo contradixiese ni perturbase…

Aunque la ciudad se cambió de lugar, los poderes civiles y eclesiásticos siguieron en Pátzcuaro, hasta poco después de la muerte de don Vasco en que se trasladaron a Valladolid el 25 de diciembre de 1575, cuando por Cédula Real pasaron el Ayuntamiento de Michoacán y la sede de Justicia, a Valladolid. Para 1580, el Obispo Juan de Medina Rincón trasladó la sede de la diócesis de Pátzcuaro y el Colegio de San Nicolás Obispo, que fuera fundado por Tata Vasco. La ciudad empezó a progresar aceleradamente, surgieron hermosos edificios civiles y eclesiásticos, como la Catedral en 1660 y el primer acueducto que dirigió, en 1657 don Lorenzo de Lecumberri.

Don Vasco de Quiroga, quien no estaba de acuerdo con lo sucedido, protestó ante el papa porque su autoridad de obispo había sido menoscabada, y en 1547, viajó hasta Europa para presentar una apelación ante la corte. Sin embargo nada pudo lograr, pues las circunstancias le fueron adversas al principio, y cuando ya creía haber conseguido su propósito, murió y quedó vacante su puesto durante cerca de dos años, cuando le sucedió don Antonio Morales de Molina, quien ya no continúo la tarea de Tata Vasco. En 1553, (otras fuentes mencionan el 19 de septiembre de 1537), las autoridades reales otorgaron un escudo a la ciudad, por Cédula Real.

Por tanto problema como había con la decisión de cuál sería la ciudad a pesar de las cédulas reales, durante el siglo XVI, la ciudad no creció mucho. Para 1580, tan solo había en ella diez casas de españoles, y los conventos de San Francisco y San Agustín. El obispo Quiroga dijo que en 1545, los habitantes eran 30, pero que de ellos la mitad se había ido a vivir a sus haciendas La traza corrió a cargo de don Antonio de Godoy y del alarife (arquitecto) Juan Ponce, quien con seiscientos pesos oro levantó las primeras casas.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Mayas

La Xtabay.

Xtab es el nombre maya de una mujer mitológica,  diosa de los ahorcados, según constata el Códice de Dresde, en cual se puede ver a una mujer ahorcada con dicho nombre. Tal vez esta diosa sea  el origen de la temida Xtabay de la leyenda, quien por las noches atrae con cantos y frases encantadoras a los hombres, los embruja y los destruye. Deja los cuerpos de sus víctimas llenos de mordidas y de rasguños, y con el pecho destrozado por sus garras. La tradición oral  relata que en un pueblo de Yucatán vivían dos mujeres: la una se conocía con el nombre de Xtabay, y llevaba por apodo Xkeban, “prostituta” o “mujer fácil”. Como la Xtabay era de cascos ligeros, aparte de ser poseedora de una belleza deslumbrante, gustaba de hacer el amor con cuanto hombre se lo propusiera, simplemente por el gusto de dar placer. En otra casa del pueblo vivía Utz-Colel, “mujer honesta”, virtuosa, dulce y honesta, jamás había tenido relaciones sexuales con un hombre. 

A pesar de ser disoluta, Xkeban se dedicaba a las obras piadosas y ayudaba a los pobres,  a los menesterosos, y a los animales enfermos o abandonados. Para llevar a cabo sus obras pías no reparaba en vender sus alhajas y la lujosa vestimenta que le obsequiaban los numerosos pretendientes con que contaba. Era humilde, y soportaba con estoicismo las humillaciones y los insultos de la gente del pueblo. En cambio Utz.Colel, era egoísta, soberbia, nunca ayudaba a nadie y se burlaba de los pobres; era fría como una serpiente.

leyenda mexicana - imagen de la xtabay

En una ocasión, los habitantes del pueblo se dieron cuenta de que la Xtabay no salía más de su casa, nadie la había visto hacía ya un buen tiempo, especularon pero no hicieron nada. Un cierto día, por el poblado se empezó a expandir un fuerte, delicioso y subyugante perfume de flores. Los pueblerinos, intrigados y siguiendo el rastro de tal perfume, llegaron hasta la casa de Xtabay, entraron, y encontraron a la mujer muerta.

Ante tan terrible hecho, fueron a hablar con Utz-Colel, quien al enterarse de la muerte de Xtabay afirmaba que de su cuerpo pecador no podía salir tan magnífico perfume, sino solamente debían emanar olores pestilentes y desagradables, que aquello no era natural y que, seguramente, ese desaguisado era obra de los espíritus malignos, para que la mujer disoluta pudiera seguir atrayendo a los hombres, como acostumbraba hacer en vida la Xtabay. Y decía: -¡Sí muerta Xkeban produce tal aroma, cuando yo muera el perfume que esparciré será maravilloso y divino y muy superior!.

Por piedad, más que por cariño, las personas del pueblo sepultaron a la Xtabay, ya que eran cristianos de buena índole. Al día siguiente de su entierro todos quedaron patidifusos cuando se dieron cuenta que la tumba de la mala mujer estaba llena de magníficas flores que esparcían un extraordinario perfume.

Pasó un cierto tiempo, y le llegó la hora de morir a Utz-Colel. La enterraron, le rezaron y le lloraron, pues como es de suponer, era muy querida de todos por su virtud. Al otro día, la tumba de la mujer piadora exhalaba un terrible olor a carroña y a podredumbre que a todos extrañó y horrorizó.

En la tumba de Xtabay creció una hermosa flor que se nombró Xtabentún, una enredadera grande, lechosa y muy bella que suele crecer en forma silvestre en los caminos y en las tapias. Su néctar era embriagador, como debió de serlo el amor de la Xtabay tan libremente otorgado a los hombres. Por su parte, Utz-Colel se convirtió en Tzacam, una flor que nace de un cactus lleno de espinas y con un olor repugnante, todo el que  quiere tocarla se pica y asquea con su atroz pestilencia.

Ante tal hecho y convertida en esa flor asquerosa, Utz-Colel pensó que no era justo lo que le pasaba, y se puso a envidiar la suerte de Xtabay. Después de mucho pensar, concluyó que tal vez porque los pecados de Xkeban habían sido pecados de amor, se había convertido en una bella y fragante flor. Entonces, decidió imitarla e iniciar una carrera amorosa. Lo que ignoraba era que Xtabay siempre se había dedicado a dar amor generosamente, sin cobrar un centavo, simplemente porque su corazón era muy grande y estaba repleto de amor por los hombres.

Utz-Colel decidió invocar a los malos espíritus para que la ayudasen a volver a la Tierra otra vez en forma de mujer para seducir a cuanto hombre pasara, pero no por amor a ellos ni por tener un gran corazón, sino de manera nefasta y calculada para volverse una bella y fragante flor que oliese tan bien como la Xtabentún.

Así pues, no es la Xtabay quien seduce a los hombres para amarlos y después matarlos, sino la envidiosa Utz-Colel que regresó a la Tierra para hacer el mal, haciéndose pasar por la mujer que ofrecía su cuerpo a los hombres tan generosamente.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas

La Virgen de los Remedios llega a México.

Las decisiones del destino, por cierto caprichosas, dieron lugar a que Juan Rodríguez de Villafuerte formara parte de los soldados que se alistaron para ir con Hernán Cortés a la conquista de las Indias. Presto para partir, su hermano le aconsejó que llevase con él a la Virgen de los Remedios que  había sido tan caritativa proporcionándole riqueza y salud. Dicho y hecho, Villafuerte partió para tierras americanas y acompañó a Cortés en todas sus conquistas y desmanes arbitrarios. Cuando el Capitán entró en Mexico-Tenochtitlan y ordenó que fuesen quitados los dioses indígenas del Templo Mayor, Rodríguez de Villafuerte sustituyó la imagen de Huitzilopochtli por la de la Virgen de los Remedios. El 30 de junio de 1520, cuando los españoles salieron derrotados huyendo de Tenochtitlan, el devoto soldado tuvo buen cuidado rescatar a la Virgen del templo usurpado, prefiriendo salvar a la madre de dios en lugar de forrarse con oro y plata como lo hicieron los otros conquistadores llenos de codicia y avaricia.

Tiempo después, cuando Hernán Cortés lloraba su derrota bajo un sabino de San Juan, por el Cerro de Los Remedios en Naucalpan, Rodríguez de Villafuerte escondió la imagen bajo un maguey que se encontraba en la cima del mencionado cerro, que en aquel entonces recibía el nombre de Otomcapolco, “lugar de otomíes”.

Treinta años transcurrieron desde este hecho, cuando el cacique otomí Ce Cuauhtli, Uno Águila, quien luego recibiría el nombre de Juan de Aguilar Tovar, encontró la imagen y se la llevó para guardarla en su casa situada en San Juan Totoltepec. Pero fue inútil, la imagen volvió al lugar en que fuera encontrada una y otra vez… Entonces, los frailes católicos de Tacuba construyeron una hermosa iglesia en el lugar al que la Virgen siempre retornaba.

Esta primera iglesia fue realmente una pequeña ermita que al paso del tiempo, que todo lo arruina, se fue destruyendo. Ante este deplorable hecho, García de Albornoz, regidor y obrero mayor de la Ciudad de México, convenció al Cabildo para que edificase un santuario en el lugar de la maltrecha ermita. La construcción fue pagada por el virrey Martín Enríquez, y bendecida por el arzobispo Pedro Moya Contreras cuando estuvo terminada. Los trabajos se iniciaron en el año de 1574 y se terminaron en el mes de agosto de 1575. El Cabildo de la ciudad y el Regimiento de la Ciudad de México fungieron como los patronos de la nueva iglesia, y fue vicario de la misma el licenciado Felipe de Peñafiel. Se trata del Santuario de Nuestra Señora de los Remedios, elevado al rango de Basílica en el año 2000. Antaño, el templo contaba con una casa especial dedicada a albergar a los peregrinos y a los pobres, a más de contar con buenos aposentos destinados a los virreyes, inquisidores, arzobispos, oidores, y gente importante de la Nueva España y de España.

La imagen de la Virgen de los Remedios es la más antigua de América. Se dice que fue elaborada por un artesano español en madera estofada. Mide veintisiete centímetros de alto, la virgen lleva una corona y bajo sus pies se encuentra una media luna. Su fiesta principal es el primero de septiembre, día en que numerosos feligreses le rinden homenaje, aparte de que recibe todos los domingos del año.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Mitos Cortos

La placenta de Ixchel.

En la cosmovisión maya, la araña representaba la placenta de la diosa del parto Ixchel, la Señora del Arco Iris, pues se consideraba que el hilo de araña que salía de la parte central de la diosa, representaba la vida que unía a todos los seres humanos, como un enorme cordón umbilical. Muchas de las arañas mayas estaban relacionadas con el tejido y la hechicería; recordemos que Ixchel fue  la patrona de las tejedoras, a más de ser la diosa del amor, la luna y la medicina, a la cual muchas veces se la representaba acompañada de un hermoso conejo. La autora del presente artículo en el libro Tradiciones populares mexicanas nos refiere acerca de esta divinidad:

Ixchel fue la Diosa de la Luna. Se nos la presenta como una diosa vieja, fea y mala, que disfruta vaciando odres de cólera y maldad sobre el mundo, si creemos lo que nos dice el Códice Dresde. Y así como podía dar vida a los seres y a la naturaleza, regía el nacimiento de los niños y tenía la capacidad de curar. Enviaba a la tierra las inundaciones y las tormentas que causaban graves daños en el mundo intermedio: la Tierra. En esta advocación, se la representaba rodeada de símbolos de la muerte y la destrucción, con una serpiente enrollada al cuello y a la cabeza, y adornada de osamentas humanas; sus pies estaban formados por garras amenazadoras. Asimismo, suele aparecer tejiendo el telar de cintura, del cual había sido la inventora, y se cree que estaba tejiendo cuando atrajo la atención de su marido, el Sol. Como era la suprema tejedora, Ixchel está asociada a la araña, cuya tela simboliza su placenta, ya que la araña crea el hilo de la vida, a la manera de un cordón umbilical.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Tradiciones

Los primeros cultivos de trigo y los molinos

Los primeros cultivos de trigo se efectuaron en el mismo año de la conquista: 1521. Se localizaban en los alrededores de la recién fundada ciudad, y poco a poco se fueron extendiendo a varias regiones agrícolas del Bajío, Tlaxcala y Puebla. A mediados del siglo XVI esta última región producía la mayor cantidad de trigo. Más adelante, los cultivos abarcaron el Estado de México, Querétaro, Guadalajara, Michoacán y Guanajuato. Gran parte de su diseminación se debió a los frailes que  cultivaban el trigo y lo llevaron por todo el territorio mexicano en sus andanzas evangelizadoras. Los jesuitas se encargaron de sembrarlo en las Californias. Cuenta la leyenda que uno de ellos, el padre Piccolo, en sus viajes por la Península iba siempre con un costal de trigo en la mano, y cuando se ofrecía enseñaba a los indios a cultivar el cereal. Una vez que los jesuitas fueron expulsados de la Nueva España, correspondió a los franciscanos continuar la tarea por la zona noroeste y otros lugares, hasta bien entrado el siglo XVIII.

El arado llegó a tierras mexicanas proveniente de España, en donde se contaba con una amplia variedad. Fueron dos los primeros arados que se empezaron a usar  ambos uncidos a bueyes o mulas. El más utilizado fue el arado dentado, también llamado romano, que constaba de cabeza, reja, tolera, y esteva o mancera. Durante muchos siglos fue el instrumento que se utilizó en México. Era muy conveniente porque con él se abrían surcos superficiales sin voltear la tierra, lo cual convenía a los suelos áridos. Además se trataba de un arado muy ligero que se podía transportar fácilmente sobre mulas o caballos, a regiones distantes. A pesar de la introducción del arado español, durante mucho tiempo se siguió usando la coa indígena, reemplazada en 1581 por el azadón, aun cuando no desapareció del todo y aún persiste hasta nuestros días. Junto con el arado los españoles introdujeron el abono animal, la técnica de la rotación de cultivos, y la irrigación por medio de norias.

El trigo que se cultivaba se llevaba a moler a los molinos, tan imprescindibles para la elaboración de las harinas. Se debe al primer virrey de México, don Antonio de Mendoza, conde de Tendilla, el haber otorgado a los españoles conquistadores  las primicias de los privilegios reales o mercedes. En los archivos encontramos que muchas de esta mercedes se dieron con el fin de establecer heridos de molino; es decir, ruedas de alabes que se instalaban en las orillas de las corrientes de los ríos, canales o zanjas en declive. La energía producida permitía mover las ruedas del molino, su eje, y sus piñones; se obtenía un movimiento giratorio de las grandes muelas de piedra colocadas en posición horizontal, entre las que se trituraba el trigo para formar la harina que servía de materia prima para hacer el pan en los amasijos.

El primero de los molinos que existió en la Nueva España lo estableció Nuño de Guzmán en Tacubaya, junto al río del mismo nombre, ahora desaparecido. Poco después surgieron otros dos: uno en Coyoacán y otro en Tacuba. Estos dos asientos molineros fueron una fuente de conflictos para los indígenas que habitaban dichas poblaciones, pero la ley la dictaba el más poderoso y no les quedaba sino resignarse a ser desplazados de sus tierras. Según otra versión debida a Orozco y Berra, el 7 de febrero de 1525 “se concedió a Rodrigo de Paz (conquistador), la primera licencia para formar aceñas y molinos de trigo en el río Tacubaya, lugar conocido por los indios con el nombre de Atlacihuayan. García Rivas agrega: … y poco después instaló otro Nuño de Guzmán en Santiago Tlatelolco, que perteneció más tarde a Juan Xuárez, cuñado de Cortés, por ser hermano de la infortunada esposa de éste, doña Catalina Xuárez de Marcayda. El molino perteneció más tarde a los dominicos; y aguas arriba del río que lo alimentaba, hubo otro molino harinero perteneciente a Melchor Valdés. El molino de Nuño de Guzmán fue instalado en el año de 1529 y el de Rodrigo de la Paz… fue conocido más tarde con el nombre de Molino de Abajo o de los Delfines.

Para 1540  había doscientas mercedes otorgadas a los españoles. Como la necesidad de trigo se hacía cada vez mayor, a finales de siglo fueron concedidas treinta mercedes a los indios para que las trabajaran. La amplia concesión de tierras por parte del virrey trajo como consecuencia favorable que la harina faltante ya no se trajese de la Madre Patria, pues ya podía molerse en tierras mexicanas una vez pasadas las cosechas de trigo de riego que se sembraba en marzo o junio, o de trigo de temporal, sembrado en junio y cortado en octubre. Y como todo era muy abundante en este país, había un tercer trigo llamado aventurero, que se sembraba en noviembre y proporcionaba una cosecha extra.

Los granos de trigo cosechados se almacenaban en la alhóndiga. La primera que se estableció en México se fundó durante el gobierno del virrey don Martín Hernández, entre los años de 1573 y 1578, situada en la calle de San Bernardo (otros opinan que ocupaba parte del Ayuntamiento). De cualquier forma dependía directamente de la autoridad del Cabildo. La Alhóndiga de San Bernardo se destruyó durante un incendio en el año de 1692. A parte de esta alhóndiga hubo tres más: la primera estaba en la Calle de Tezontle, la segunda en la de San Antonio Abad y la tercera  en Puente de Gallos.

La alhóndiga tenía la función de regular los precios de los granos del cereal e impedir que los regatones acapararan el trigo, la cebada y sus harinas, encareciéndolos y hambreando a la población. La vigilaban dos regidores a los que se les nombraba diputados, quienes, además, se encargaban de los cobros de los depositarios. Los cultivadores de trigo tenían la obligación de llevar todos sus granos y harina a la alhóndiga, para declarar si los había adquirido por compra o por cosecha. Todo tipo de transacciones con cereales fuera de la alhóndiga estaba penado y sancionado por la ley. A este recinto acudían los comerciantes y los panaderos para comprar los productos que habían de surtir sus tiendas y la materia prima para elaborar los panes. A los panaderos se les permitía comprar la cantidad de trigo en grano o harina suficiente para la producción de dos días.

Sonia Iglesias y Cabrera