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Leyendas Mexicanas Varias

La emperatriz moreliana

De Ana María Josefa Ramona Huarte Muñoz Sánchez de Tagle, guapa, joven, morena, y rellenita, se enamoró de José Joaquín de Iturbide, sin llegar a pensar que, algún día, por azares del muy caprichoso destino, llegaría a ser emperatriz, no sólo de Valladolid, sino de todo México. Se conocieron ambos en la Plaza de las Rosas, en donde se situaba un colegio destinado a las familias de abolengo de Valladolid. Los días sábado, las niñas ricas que asistían al dicho colegio, acostumbraban pasearse por un balcón que corría a todo lo largo de la planta baja, a fin de que los jóvenes adinerados y garbosos pudieran admirarlas en todo su esplendor. Entre estos jóvenes se encontraba Agustín de Iturbide, vestido de uniforme azul, que acudía, puntualmente, para admirar a Ana María de la cual se encontraba perdidamente enamorado.

Ana María fue hija del poderoso Isidro Huarte, intendente y destacado insurgente de Michoacán; además de ser la nieta del Marqués de Altamira, por lo tanto era una niña casi noble. Cuando la muy enamorada pareja decidió casarse, ella tenía tan sólo diecinueve años, Agustín contaba con veintidós. El acto eclesiástico tuvo lugar en la catedral, el 27 de febrero de 1805. Como era costumbre, la novia fue dotada con cien mil pesos, cantidad que para la época era formidable. Con parte de ella, los recién casados compraron una hacienda allá por Maravatío, donde iniciaron sus primeras experiencias matrimoniales.

leyenda de mexico - imagen de la emperatriz

El nombre completo del novio era Agustín Cosme Damián de Iturbide y Aramburu, nacido el 27 de septiembre de 1783. Provenía de una familia de raíces navarras, cuya estirpe dio inicio en el siglo XIII, a la cual el rey Juan II de Aragón otorgó el título de nobleza. Don José Joaquín de Iturbide, nacido en 1739, emigró a la Nueva España en el año de 1766, con el fin de “hacer la América”, es decir, de conseguir la fortuna que ameritaban sus blasones. Decidió radicar en Valladolid de Michoacán, y ya para 1786, era miembro del Consulado Municipal, y había adquirido una hacienda en Quirio. Entonces, decidió casarse con doña Josefa de Aramburu y Carrillo de Figueroa. Tuvieron cinco hijos todos murieron, menos Agustín que se convirtió en el heredero de la familia. Fue educado siguiendo las más estrictas costumbres españolas. Estudió en Valladolid y, a la edad de quince años su padre lo mandó a administrar a hacienda de Quirio. No puso acostumbrase a la vida campirana, y en 1797 fue nombrado subteniente, después de estudiar en el Colegio de San Nicolás y en la Academia de Oficiales. Siendo oficial del ejército español, luchó contra los insurgentes, y tuvo que huir a la Ciudad de México, a raíz de la toma de Valladolid en 1810. Acusado de malversaciones por los oficiales del ejército y vencido en la batalla de Cóporo por Ignacio López Rayón, el virrey Félix María Calleja del Rey lo destituyó de su cargo militar. Agustín se refugió en su hacienda y, poco después se fue a la Ciudad de México. Después de muchos avatares revolucionarios que todos conocemos, y de la participación de Iturbide contra los insurgentes, sus alianzas, sus traiciones y su participación en la insurgencia al mando del ejército Trigarante, el 21 de julio de 1822, nuestro personaje fue nombrado Agustín I –“Por la divina Providencia y por el congreso de la nación”-, para perder su cargo de emperador el 22 de marzo de 1823, y partir al exilio rumbo a Europa. Dice la conseja popular que, en el apogeo de su gloria, unas monjas idearon en su honor los famosísimos chiles en nogada, logrando con sus ingredientes formar la bandera mexicana

Durante sus años al servicio de los virreyes, Agustín logró bastante fama, mientras su esposa, abnegada y fiel, tenía un hijo tras otro. Poco después, cuando el congreso decretó, el 22 de junio, que la corona fuera hereditaria se coronó como emperatriz a Ana María en la misma ceremonia en que Agustín de Iturbide nos convirtió en “imperio”. Heredaría el trono el primogénito, con el título de príncipe imperial, y los demás hijos que hubiere Ana María, serían príncipes a secas. El padre de Iturbide también tuvo derecho al título de príncipe de la Unión y su hermana Nicolasa se convirtió en la princesa de Iturbide. A ambos se les debería dar el título de altezas.

Ana María se convirtió en emperatriz en la Catedral de México, que lucía resplandeciente. El obispo de Guadalajara, junto con el de Oaxaca y Durango llevaron al cabo el rito de la unción, mientras que el presidente del Congreso colocó la corona imperial en la cabeza de Agustín quien, a su vez, coronó a Ana Maria; una vez sentada en el trono escuchó al prelado decir en voz muy alta: -¡Vivat Imperator in aeternum!, y la respuesta de los asistentes: -¡Vivan el emperador y la emperatriz! Después, Ana y su marido se fueron al palacio de los virreyes, desde cuyo balcón saludaron al pueblo. Para la ocasión se acuñaron monedas en las que se podía leer por un lado “Agustín y Ana en su Feliz Exaltación al Trono Imperial de México”, y por el otro, “La Patria lo lleva al Trono”. Mientras reinó, Ana María vivió en una majestuosa casa de estilo barroco situada en la calle de Plateros, actualmente     Madero.

Pero las cosas no resultaron bien e Iturbide fue derrocada. Ana María, junto con su familia compuesta de nueve hijos y un ex emperador se tuvo que marchar a Italia. Un año después de haber dejado su país, el 11 de mayo de 1824, la familia regresó a México. A poco de llegar, Ana perdió a su marido quien fue fusilado en Padilla, Tamaulipas. Poco tiempo después, pensando ya en su muerte, Ana adquirió una cripta en el cementerio de la iglesia de San Juan Evangelista en el año de 1849. Doce años después moría de hidropesía, un 21 de marzo de 1861.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Mitos Cortos

El zanate y el dios Dhipaak. Mito huasteco

El dios Muxi y su pareja Maam enviaron un ave a la Tierra que llevaba en su piquito un grano de maíz. Era un zanate negro, una urraca, que se llamaba Ts’ok, una bella divinidad celeste. Esa semilla se sembró; o más bien, el pájaro dejó caer la semilla en la boca de una muchacha, llamada Dhakpeenk’aach,  representación carnal de la Tierra,  que se estaba bañando en un arroyo. La muchacha nunca salía de su casa, porque su abuela, llamada K’oleenib, era una nahual, vieja y desalmada que no la dejaba salir a ningún lado. Sin embargo ese día  salió a escondidas y la semilla le cayó en la boca que abrió un momento para tomar aire. La muchacha quedó embarazada. A los nueve meses dio a luz a un niño que fue el Dios del Maíz, al que le pusieron por nombre Dhipaak. La madre murió en el parto.

Mito corto del Zanate

La abuela de la muchacha rechazaba al niño, al que llamaba con desprecio Pe’no que significa “algo levantado de la calle y que no se sabe que es”. No quería al niño, lo odiaba, y decidió matarlo. Para ello, lo molió en el metate, lo hizo pedacitos que arrojó en el campo. De esos trozos de maíz, nacieron plantas de maíz. La abuela volvió a cortar los maíces, pero estos se volvieron a reproducir hasta que dieron muchas mazorcas. Cuando estaban los pedacitos de maíz por el suelo, una hormiga se los quería comer, pero el maíz le dijo que no lo hiciera porque era un dios. La abuela volvió a cortar el maíz para desaparecerlo; hizo masa en el metate y con ella elaboró atole y tamalitos. Se los comió, aunque no pudo terminar porque le hicieron daño. Como la abuela vio que no podía acabar con las mazorcas, juntó todo el atole que había salido del maíz cortado por ella y lo llevó al mar a tirarlo. Cuando lo estaba haciendo se juntaron muchos pececitos que querían beberse el atole, pero el atole, que era el dios Dhipaak, les dijo que no se lo comieran, sino que juntaran los pedacitos. Con los trocitos se formó una masita y el dios niño encarnó otra vez.

Fue su voluntad quedarse en el mar por mucho tiempo hasta que creció. El Abuelo Muxí no quería que viviera ahí en el mar, porque  lo había mandado para que viviera en la Tierra; pero, el Dios del Maíz le dijo que no se iría porque su abuela lo había llevado al mar y que si Muxi quería que regresara tendría que llevarlo él mismo. Primero se pensó que lo llevara el camarón, pero como no podía salir del agua sin morir, no pudo. Después, se le encomendó a un pez grande la tarea de conducirlo a la tierra, pero tampoco pudo porque no tenía pies para trasladarse. Por fin, se eligió a la tortuga. El Dios del maíz se subió sobre su caparachón y durante el camino se entretuvo en raspar la concha de la tortuga, por eso la tiene cuadriculada. La tortuga llegó a la Tierra y así el Dios del Maíz regresó a donde debía estar.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Cortas

La casa de los Condes de Miravalle

La leyenda que va usted a leer se encuentra consignada en la Crónica Miscelánea escrita por el R.P. Fray Antonio Tello como un hecho verídico. En el año de 1543, se descubrieron en la Nueva España las famosas minas del Espíritu Santo de Compostela. El capitán conquistador Pedro Ruiz de Haro acababa de morir, y dejaba viuda a su esposa doña Leonor de Arias y huérfanas a sus tres hijas. Como habían quedado sin fortuna alguna, decidieron irse a vivir a una ranchería que llevaba por nombre Miravalle. En ella vivían las tres mujeres carentes de fortuna pero de virtudes y honestidad reconocidas. Pues no en vano descendían de nobles por vía paterna, pues don Pedro pertenecía a la casa de los Guzmán.

Una tarde en que las mujeres se encontraban labrando el campo acertó pasar por ahí un indio, que después de saludar cortésmente, como indican los cánones, les preguntó si tenían una tortilla que le regalasen. Las mujeres, como eran buenas cristianas, le contestaron que sí, que pasara y descansara. La madre ordenó a una de sus hijas que fuese a moler el maíz para preparar las tortillas, y a otra que moliese  chile en el molcajete para alistar una buena salsa. Una vez que el indio terminó de comer el suculento aunque humilde refrigerio, le dijo a la madre: -¡Dios se lo pague, niña, piense mucho en Dios y tenga confianza, que pronto te dará oro y plata que obtendrás de una mina que yo te daré! ¡Pasado mañana volveré con las piedras metálicas!

leyenda mexicana de la casa de los condes

Y efectivamente, en la fecha señalada por el hombre regresó a la Milpa de Miravalle con mucho metal que entregó a doña Leonor. Madre e hijas procedieron a fundir el metal y obtuvieron una gran cantidad de oro y plata. Como ya contaban con fortuna, Leonor no tardó en casar a sus hijas con nobles caballeros de Compostela, llevando cada una dote de cien mil pesos. Los ambiciosos maridos llevaban el nombre de Manuel Fernández de Hijar, Álvaro de Tovar, y Álvaro de Bracamonte, todos ellos de familias distinguidas.

La fortuna era tanta que ameritó que se pusiese Caja Real en la ciudad de Compostela. Los afortunados esposos construyeron sus casas en el mismo sitio donde había estado la pobre choza en que vivieran las mujeres. El lugar donde estaban las nuevas casas era muy bello y espacioso. Como la fortuna crecía, muy pronto la ciudad de Compostela contó con, Audiencia Real, alcaldes mayores y oidores. El oro y la plata eran tan abundantes que se transportaban a la Ciudad de México en recuas conducidas por arrieros.

Sin embargo, tanta riqueza tan fácilmente ganada empezó a corromper a la familia y a los habitantes de la ciudad de Compostela. Se volvieron licenciosos y pecadores, sólo contaba para ellos el placer y la dulce vida. Fray Pedro de Almonte, el cura más devoto e importante de la ciudad, se encontraba desolado ante tal situación y clamaba al Cielo: ¡Oh, Milpa, Milpa, y cómo ha de enviar Dios fuego y te ha de abrasar! (sic en la Crónica).

Pues dicho y hecho, al conjuro del buen sacerdote aparecieron siete legiones de demonios, que terminaron con la hacienda o Milpa de Miravalle, al tiempo que llovía fuego del Cielo. No quedó nada. Moraleja: La riqueza corrompe a las personas.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Tradiciones

La metalurgia purépecha

Los inicios de la metalurgia en el mundo
La metalurgia es una técnica que permitió al ser humano obtener y tratar los metales por medio de diversos procedimientos, incluyendo la producción de aleaciones. Sabemos que el primer metal que el hombre trabajo fue el cobre, dada su facilidad de manejo. El cobre empezó a trabajarse durante el Período Calcolítico, época prehistórica correspondiente a la Edad del Cobre, fase intermedia entre el Neolítico y la Edad de Bronce, que duró de 300 a 18000 a.C., y que dio inicio a una nueva etapa evolutiva del ser humano. Los primeros trabajos en cobre que se encontraron fueron en Tell de Sialk, en Irán; y en Cayönü Tepesi, en la península de Anatolia, en la actual parte asiática de Turquía. El cobre se trabajaba en frío, por medio del martillado; o bien, en caliente, a fin de aumentar su maleabilidad y su dureza. En nuestro país el desarrollo de la metalurgia dio inicio hacia el año 800 d.C., aun cuando la explotación minera subterránea apareció en los períodos clásico temprano y medio. Algunos investigadores afirman que el arte de la metalurgia llegó a Oaxaca, Michoacán y Guerrero, desde Centro y Suramérica vía marítima, para después difundirse por toda Mesoamérica.

metalurgia en mexico

La metalurgia en Michoacán en el Postclásico (1000-1521 d.C.)

Fue también el cobre el primer metal que se utilizó en Michoacán; se le empleó  para hacer todo tipo de aleaciones: con oro, plata, zinc, plomo, y para crear aleaciones de bronce empleando estaño. En un principio, los metales no se conseguían excavando túneles, sino que se buscaban a ras del suelo en las vetas que llegaban a la superficie. En la zona de la Laguna del Infiernillo se han encontrado minas de cobre que estuvieron en explotación durante el período del último cazonci, Tangáxoan Tzintzicha, que se explotaban a tajo abierto; es decir, buscando la veta superficialmente. Las paredes de la veta se partían con cuñas de maderas de cuernos de animales para lograr que las piedras se desprendieran de la pared. En el sitio arqueológico mencionado se encontraron mazos y molcajetes de piedra para moler el mineral, llamados tiquiches. Asimismo, se encontró una mesa tallada en la piedra que servía para la molienda. En el sitio arqueológico de Chumuco, trabajaban veinte fundidores, que recogían un promedio de medio celemín de polvo y piedra verde de la que obtenían el cobre. El celemín era una medida de capacidad para áridos (4,625 litros), que se dividía en cuatro cuartillos. Después de extraído, el cobre se fundía soplando en unos canutos para mantener el fuego, y hacían unos lingotes de aproximadamente veinte centímetros de largo, quince de ancho y seis de alto llamados  xeme, con un peso aproximado de 4.5 kilos. Como la obtención era efectuada por pepena, el mineral no estaba muy contaminado, y los componentes extraños que aparecían se dejaban ya que servían para la composición deseada. Los fundidores de cobre también trabajaban como labradores,  tenían cerca del cerro sus milpas de labor, y sólo extraían el mineral cuando el Jefe Supremo lo requería. Por ejemplo, el gobernante de Tzintzuntzan contaba con personas que organizaban el buen funcionamiento de las minas más importantes, las cuales se encontraban hacia el sureste del imperio, hacia Cutzamala, Coyuca Ajuchitlán y Pungarabato. Sin embargo, existían otras minas hacia el occidente, cerca de Tuxpan y Zapopan. Otra forma de obtener metales consistía en el pago de los tributos que obtenían de Sinagua, La Huacana, Turicato y Cualcomán.

Los metales extraídos de las minas se conducían a talleres donde se fundían y se formaban lingotes, que  se enviaban  a depósitos localizados en la cuenca del lago de Pátzcuaro para ser custodiados por los encargados del tesoro, quienes efectuaban  rituales y ceremonias especiales a los que acudía el cazonci antes de entregar los lingotes a los joyeros quienes, con su divino arte, los transformaran en joyas para la realeza. Con los metales se elaboraron objetos de uso práctico en la vida diaria y adornos. Entre los primeros podríamos mencionar: azadas, coas, punzones, cinceles, agujas, alfileres, anzuelos, y otros muchos más. Como adornos tenemos: cascabeles, brazaletes, anillos, uñas, pectorales, cactlis, etcétera.

Las técnicas que se emplearon en el Michoacán antiguo fueron de dos tipos: las técnicas en frío: grabado, repujado, laminado, martillado, uniones mecánicas y pulido; más otras complementarias como el chapeteado, la incrustación, el embutido, el forrado, el engastado y la coloración, por medio del templado; y las técnicas que empleaban calor destemplado: hiladura, fundición y vaciado, más la licuación, que incluye el fundido. Éste se hacía en braseros, especies de crisoles, y como no contaban con  fuelles, como ya hemos mencionado, empleaban  canutos para soplar y avivar el fuego.
Para llevar al cabo el martillado, los artistas p’urhépecha se auxiliaban de pequeños bancos de madera o piedra, donde golpeaban el metal hasta lograr láminas tan delgadas que podían medirse en milímetros. En la lámina  trazaban los cortes deseados, según para lo que se deseara elaborar, y luego empleaban la técnica de repujado para decorar con figuras, grecas o lo que los artistas quisieran; técnica decorativa a la que acompañaban la filigrana y la soldadura cuando se requerían. Una tercera técnica empleada por los indígenas fue el fundido, para lo cual se usaban hornos cuyo calor se mantenía soplando por unos tubos. Ya fundido el metal, se vaciaba en moldes de barro cocido, para crear el objeto. Entre los orfebres de Pátzcuaro se empleó la técnica de la cera fundida para elaborar anillos, cascabeles, aretes y colgantes en forma de animales preciosamente elaborados. El conocimiento metalúrgico de los purépecha sobresalió en sus trabajos con la plata, el oro, y el cobre. La principal producción consistió en joyas y adornos. Además de las armas y de las joyas los purépecha elaboraron herramientas para cubrir las necesidades de la vida cotidiana. Es importante mencionar que los purépecha conocían las pinzas para depilar, a las cuales llamaban petamuti. Las había de grandes dimensiones que se llevaban colgadas al cuello. Eran como dos lengüetas con las puntas redondeadas y bellamente decoradas; algunas hechas de plata han llegado hasta nuestros días.

El descubrimiento del bronce fue decisivo, pues les permitió  rechazar los continuos ataques bélicos de los mexicas quienes nunca emplearon el metal para fabricar armas. Para elaborar el bronce los purépecha conocían ciertas técnicas como la molienda del óxido de estaño, y la obtención de estaño metálico que no se encuentra puro en la naturaleza, sino en estado de óxido (casiterita); asimismo, sus conocimientos les permitieron fundirlos juntos sin riesgo a perder a uno de ellos por la oxidación. Tres fueron los metales preferidos por los p’urhépecha: el oro, tiripiti o excremento del dios Sol; la plata, teyácata, proveniente de las excrecencias de la diosa lunar Xaratanga, y el cobre, llamado tiyahu charápeti. Cuando no había mucho oro, las piezas deseadas se hacían de este metal al que luego se bañaba en oro; a este proceso lo llamaron tumbaga. De ahí ha de venir el famoso dicho de “sacar el cobre”.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Mexicanas Varias

El día de la Madre

Hace  ya tiempo que en nuestro país se celebra el Día de las Madres el 10 de mayo. Esta fiesta nos llegó vía los Estados Unidos como un préstamo cultural que tuvo como inicio la buena intención de una amorosa hija para con su madre, pero que en la actualidad se ha convertido en una fecha beneficiosa para las utilidades de los comerciantes. El 10 de mayo se quedó con nosotros y adquirió cartas de naturalización en este país tan proclive a adorar a las madres, aunque sólo sea por un día. Pero sí bien es cierto que la costumbre nos llegó del país vecino, el concepto de venerar la maternidad, la fertilidad, y la creación de formas de vida humana o agrícola, ha acompañado al hombre desde las primeras civilizaciones de Europa, Asia, África, y América. Así pues, podemos afirmar que los egipcios adoraban a Isis, esposa y hermana de Osiris, diosa Madre de la Fertilidad y de la producción de cereales. La diosa Deméter, conocida y reverenciada por los romanos como Ceres, fue la Madre Tierra, deidad de la agricultura a quien los hombres deben el cultivo de los cereales. Entre los romanos fue sobresaliente Tellus, Terra, la diosa que encarnaba la fertilidad. Se la representaba en forma de mujer con múltiples senos llenos de leche. Entre los fenicios Astarté tenía como atributos ser la diosa generadora de la vida, principio y génesis de la naturaleza; a más de exaltar los amores y los placeres carnales. En el hinduismo tenemos a la diosa Devi,  representante de la energía femenina del Único Creador, la amable y gentil Madre. En la antigua mitología china Nuwa es un dios dual (normalmente representado como mujer) que forma parte de los Tres Augustos y los Cinco Emperadores. Representa la Madre Creadora, la diosa esposa, hermana, líder tribal y emperador. En las tierras andinas, entre los pueblos indígenas  reinó, y aun reina, la Pacha Mama, la Madre Tierra, divinidad protectora de los humanos, diosa de la fecundidad y la fertilidad. Dentro de nuestras culturas mesoamericanas tenemos a la diosa Coatlicue, La de la Falda de Serpientes, diosa terrestre de la vida y de la muerte, la cual también recibía el nombre advocatorio de Tonatzin, Nuestra Madre, y  de Teteoinan, Madre de los Dioses.

madre
Ana Jarvis

Veamos ahora cómo surgió en los Estados Unidos de Norteamérica el tan sonado Día de las Madres. En dicho país, este día se festeja el segundo domingo de mayo. En el otoño de 1872, por iniciativa de la escritora Julia Ward Howe, se realizó la primera celebración pública del Día de las Madres, con una manifestación pacífica en la que participaron todas las madres de las familias que habían perdido un hijo en la guerra. Sin embargo, las manifestaciones no fueron muchas y la costumbre se perdió.

Poco después, en 1890, una mujer llamada Mary T. Saeen, nacida y radicada en Kentucky, pensó que el 20 de abril, día del cumpleaños de su madre, a la que quería mucho, debía ser instaurado como una festividad anual dedicada a todas las madres. Hizo su propuesta ante un grupo de amigas maestras que no la tomaron en cuenta, el proyecto fracasó. Dos años más tarde, el pastor Robert K, Cummings de la Iglesia Universalista de Nuestro Padre, en Baltimore, quiso que todos los 22 de abril se realizara un servicio religioso en honor a todas las madres del mundo. La fecha estaba relacionada con el día en que su madre había muerto. Todo volvió a fracasar. Y lo mismo sucedió con los intentos de Fred Hering en 1902.

En 1907 (o 1905), Ana Jarvis, una sufrida hija soltera dedicada exclusivamente a su madre,  que no tenía hijos y  vivía en Grafton, Virginia, a raíz de la muerte de su madre inicio una campaña nacional para  instaurar un día dedicado a las madres norteamericanas,. Envió cartas a maestros, abogados, políticos, religiosos, y a todas las personalidades que se le ocurrieron, plateándoles su deseo; todos estuvieron de acuerdo. Así, ya en 1910 la fiesta se celebraba  en casi toda la Unión Americana. Pero no fue sino hasta 1914 cuando el presidente Woodrow Wilson firmó la declaración oficial del Día de la Madres para ser celebrada el segundo domingo de mayo.

Como la fiesta empezó a tener un carácter más comercial que venerable, en el año de 1923, Ana Jarvis, pidió a las autoridades que se quitase la fiesta del calendario de fiestas oficiales. Su reclamo ocasionó varios disgustos y el rechazo de su petición. Poco antes de morir, Ana hizo público su arrepentimiento por haber iniciado una celebración que sólo beneficiaba a los comerciantes.
Cabe mencionar que anteriormente a estos acontecimientos, en la Inglaterra medieval se conmemoraba el cuarto domingo de cuaresma como el Domingo de la Madre. En este día, los niños trabajadores que habían estado fuera de sus casas como aprendices en los talleres, retornaban para visitar a sus mamás y les llevaban un regalito o una torta de frutas con pasta de almendras, hecha específicamente para la fecha.

En México, la fiesta cuenta con casi un siglo de existencia, cuando el periodista Rafael Alducín, del periódico Excelsior, el 13 de abril de 1922 realizó una invitación para que se fijara una fecha para conmemorar este día, imitando la fiesta norteamericana. Le tocó al 10 de mayo y así se mantuvo hasta nuestros días. No todos los países festejan el mismo día, por ejemplo: el segundo domingo de mayo: Alemania, Australia, Bélgica, Brasil, Chile, China, Canadá, Colombia, Perú, Venezuela. El 14 de mayo: Samoa. El 15 de mayo: Paraguay. El 26 de mayo: Polonia. El 27 de mayo: Bolivia. El 30 de mayo: Nicaragua. El último domingo de mayo: Francia. Y aun se extiende la fecha hasta agosto como en Tailandia y Amberes,  Bélgica.

Sonia Iglesias y Cabrera
   
   


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Leyendas Cortas

El indio traidor.

La leyenda que vamos a relatar es absolutamente verídica y ocurrió en la actual Calle del Carmen, fue recopilada por el conde de la Cortina en uno de sus escritos. Dicho conde afirmaba que después de la conquista hispana, las autoridades españoles decidieron proteger a los indios mexicanos de noble estirpe que había sido apresados o que se presentaron, voluntariamente, ante los españoles para servirles, renegando de la supuesta tiranía de que habían sido víctimas por la crueldad de Moctezuma Xocoyotzin. A cambio de la supuesta protección, los hispanos los empleaban como espías delatores de posibles levantamientos indígenas.

En una casa de la nombrada Calle del  Carmen vivía, a mediados del siglo XVI, uno de estos indios renegados de noble estirpe. Realizaba las tareas de espía, y era servilmente amigo del virrey, quien a la vez que lo apreciaba lo despreciaba. Como pago a sus servicios, el indio renegado poseía varias casas en la ciudad, extensos campos donde cultivaba maíz y otros vegetales, donde pastaba el ganado y paseaban diversas aves de corral. El indio no carecía de nada, era rico, pues además había heredado de sus antepasados anillos, brazaletes, collares de chalchihuites, bezotes de turquesa y obsidiana, piedras preciosas y discos de oro imitando al Sol y a la Luna, más una hermosa y valiosa vestimenta de fino algodón con bordados de plumas de aves exóticas, así como cacles de excelente cuero y tiras trenzadas con oro. Su casa estaba lujosamente amueblada con icpallin maravillosamente tejidos, cómodos y suaves para el cuerpo; y con bancos forrados de pieles de hermosos animales. Ni que decir tiene que su casa estaba adornada con obras de arte debidas a excelentes artistas indígenas.

Leyenda corta mexicana - El indio traidor

Por supuesto que el indio había recibido el bautismo a manos de los frailes; se le había enseñado el catecismo, por lo que el hombre, muy devotamente, iba a misa, se confesaba y seguía todos los preceptos de la religión católica. Sin embargo, el indio era socarrón e hipócrita, pues en un cuarto apartado de su impresionante casa, tenía escondido un altar, como si se tratase de un adoratorio católico en el cual se apreciaban varias imágenes del culto cristiano. Pero todo era una pantalla, pues escondidos tras las imágenes católicas había ídolos mexicas que representaban a varios dioses de la religión caída de los indios conquistados. El indio engañaba a los frailes haciéndoles creer que era un buen cristiano, cuando en realidad no sólo adoraba a ídolos “paganos” sino que llevaba una vida disipada y degenerada, entregada a los placeres de la sexualidad, de la buena comida y la bebida. Comía platillos indígenas llenos de chile y grasa, bebía en jícaras pulques de todo tipo que le emborrachaban y embrutecían, y a los que se agregaban ciertas drogas alucinógenas.

Esta continua vida de disipación embrutecieron al indio a tal extremo que vivía lleno de superstición y de un terrible miedo a la ira de los dioses que adoraba, y a los tormentos que el diablo le infligiría, al cual veía pintado en los retablos de las iglesias. Descompuesto y a punto del delirium tremens, en una de sus borracheras se le apareció el dios Quetzalcóatl, y con una flecha de fuego puso fin a los días del indio traidor y servil. Moraleja: No se puede ni se debe servir a dos amos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Mitos Cortos

Los mayas y la tortuga

Cuentan los antiguos mayas en un hermoso mito, que cuando el Sol y la Luna huyeron de la destrucción del mundo se cobijaron bajo el caparazón de una tortuga, lo que permitió a la Luna efectuar su habitual recorrido, pues con ello evitó morir destruida por el cataclismo. Muchos de los códices mayas representan al dios Sol llevando a cuestas el caparazón de una tortuga. A más, la tortuga es la insignia de los cuatro bacaboob que sostienen el Cielo, y se encuentran situados en los cuatro puntos cardinales, ya que los mayas concebían al planeta Tierra como una gran tortuga, cuyo caparazón simbolizaba su redondez.

Pawahtún, el Cargador del Cosmos, uno y cuatro a la vez, se representa con los brazos en alto, el rostro arrugado, la boca desdentada, y el cabello cubierto con una red. Carga un caparazón de tortuga en la espalda, y su glifo se representa por medio del caparachón. Pawahtún mora en el Cielo, la Tierra, y el Inframundo; su tarea es sostener la bóveda celeste y la superficie de la Tierra. La naturaleza del dios es pétrea. A él le correspondía presidir los cinco días nefastos, wayeb’, del calendario solar, a más de ser el patrono de los pintores y los tlacuilos.

Mito corto Los Mayas y la Tortuga

En la astronomía maya la constelación AC se refiera a la Tortuga; es decir a Orión. En el Diccionario Motul, AC EK, las estrellas que están en el signo de Géminis, forman la figura de una tortuga. Además, se la identifica con el solsticio de verano, porque su lentitud de movimientos representa al tiempo cuando parece que el Sol no se moviese; el mes Kayab, tiempo del solsticio, está representado por la cara de una tortuga. Por otra parte, según el cronista Diego de Landa, la letra A es un glifo que representa a una tortuga.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tradiciones

El Día de la Santa Cruz

Cuando la celebración de la Cruz de Mayo llegó a los lares mexicas ya tenía tiempo que se efectuaba en la vieja España, donde era costumbre que se pusiese una cruz en las casas profusamente adornada con flores en lo alto. Además, la gente salía en procesión y asistía a toda la parafernalia que exigía la liturgia católica, como misas, rezos y devociones, para después, por la noche, dedicarse a los placeres del canto, el baile, y la música, sobre todo en la provincia de Andalucía, que en este mes de plena primavera abundaba en flores de todo tipo: nardos, azahares, clavellinas, claveles, y azaleas.

Llegada la fiesta en los primeros tiempos de la Primera Traza colonial, cuando los edificios más importantes, iglesias, palacios y ayuntamientos, estaban en plena construcción, las cruces floridas fueron colocadas a instancias de los albañiles españoles en la parte de arriba de los inmuebles inacabados. Aunque la fiesta de la Santa Cruz inicialmente la solemnizaban tanto el gremio de los albañiles como el de los talabarteros, terminó siendo exclusiva de los primeros. Es muy posible que la festividad se celebrase en México ya desde los tiempos de fray Pedro de Gante, lego franciscano nacido en Bélgica, hacia finales de 1526 o principios de 1527. Desde entonces, los indígenas la adoptaron como parte de sus festividades rituales a las que eran tan proclives. Obviamente la imagen de la cruz (…) fue fácilmente aceptada por los indios: para ellos representaba el fuego, y por ende el Sol y su mensajero, Quetzalcóatl(…) Nos dice Luis Weckmann.

El dia de santa cruz en Mexico

Así pues, los indígenas mesoamericanos conocían, desde mucho antes del arribo de los españoles, el signo sagrado de la cruz. Fray Bartolomé de las Casas, misionero dominico (1474-1566), en su obra Historia de la Indias constata:
En el reino de Yucatán cuando los nuestros lo descubrieron hallaron cruces, y una de cal y canto, de altura de diez palmos, en medio de un patio cercano muy lucido y almenado, junto a un muy solemne templo, y muy visitado de mucha gente devota en la isla de Cozumel que está junto a la Tierra firme de Yucatán. A esta cruz se dice que tenían y adoraban por dios del agua-lluvia, y cuando había falta de agua le sacrificaban codornices.

Por su parte, Francisco López de Gomara nos dejó el siguiente testimonio:
… A causa de este oráculo e ídolo, venían a esta isla de Acuzamil (Cozumel) muchos peregrinos y gente devota y agorera, de lejas tierras, y por eso había tantos templos y capillas. Al pie de aquella mesma torre estaba un cercado de piedra y cal tan alta como diez palmos, a la cual tenían y adoraban por dios de la lluvia, porque cuando no llovía y había falta de agua, iban a ella en procesión y muy devotos; ofrecíanle codornices sacrificadas por aplacarla la ira y enojo que con ellos tenía o mostraba tener, con la sangre de aquella simple avecica. Quemaban también cierta resina a manera de incienso, y rociábanla con agua. Tras esto tenían por cierto que llovía.

De tal manera que la cruz se empleaba con carácter religioso desde épocas muy remotas en México, sobre todo la cruz aspada llamada de San Andrés. Otras cruces se encontraron en muchos lugares más como Cholula y Texcoco, siempre venerada como Dios de la lluvia. En la Nueva España la fiesta de la Santa Cruz fue una de las mayores de la Iglesia y a ella debían acudir el virrey y la Real Audiencia. El gremio de albañiles la organizaba y sufragaba los gastos, que no eran pocos, pues así lo estipulaban las Constituciones de la Cofradía. La víspera del día de la Santa Cruz, se efectuaban los arreglos pertinentes y se decoraba la cruz con flores, joyas, tela y demás ornamentos que dictara el buen gusto. Al día siguiente se oía misa de réquiem, y el obispo de Catedral decía una homilía exaltando los méritos religiosos de la cruz donde muriera Nuestro Señor. La ceremonia incluía misas cantadas, novenarios, letanías, ofrecimientos de ceras y luminarias. Los mayordomos y mayorales presidían esta liturgia que se llevaba a cabo en la propia capilla que los agremiados tenían en la Catedral, situada cuatro capillas después al lado de la del Evangelio y dedicada a la Virgen María. Se denominaba Capilla de los Albañiles. En un principio estaba destinada a albergar los restos mortales de aquellos que habían construido la iglesia.

Además, se realizaba una procesión a la que era obligación que asistiesen todos los gremios, so pena de ser multados con treinta pesos o treinta días de cárcel. En cambio la puntual asistencia a la fiesta hacia posible la obtención de indulgencias plenarias o parciales.

Una vez terminadas las ceremonias religiosas, los agremiados se reunían a gozar de un buen banquete –antecesor de la comida de los albañiles actuales-, cuyos brindis se prolongaban hasta muy entrada la noche. Dicha comilona tenía como finalidad propiciar la convivencia fraternal y la cohesión del gremio y la cofradía. Como diversiones mundanas solía haber danzas, juegos artificiales, palo ensebado, música de tambor y chirimía, “árboles de fuego” (castillos), toritos y corridas de toros.

La ciudad virreinal estaba plagada de cruces en sus calles que también se adornaban en su día. Luis González Obregón nos dice:
Había cruces rematando torres de los templos y las cornisas de las casas; las había en las claves de los marcos de las puertas, en los muros, en bajo y en alto relieve y figuradas en todos los aplanados; unas sencillas y otras decoradas con las insignias de la Pasión de Cristo(…) También había cruces en las esquinas o ángulos de los edificios, pintadas algunas, como la Cruz Verde, que dio nombre a una calle; y las había, en fin, en los nichos, en los centros de las plazas como la Cruz de Tlatelolco, y en los cementerios de las iglesias y de los conventos, sobre los bordos que limitaban los atrios o sobre los pedestales que los sustentaban.

Sin olvidar la Cruz de Mañezca situada en la barda de Catedral hasta el siglo XVII, que después se pasó al cementerio del Sagrario; la Cruz de los Tontos, cerca de Catedral, hacia el Portal de Mercaderes; la Cruz de Cachaza en la esquina de la ex-Universidad, en la Plaza del Volador, junto a la cual se ponían los cadáveres de los pobres y se pedía limosna para poder enterrarlos; y la del atrio de la iglesia de Jesús Nazareno. Tal pareciera que la capital no fuera la Ciudad de los Palacios, sino la Ciudad de las Cruces, tal cantidad había de ellas.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Mexicanas Época Colonial

De cómo conoció México la cerveza.

La palabra “cerveza” proviene del celtolatino cerevisia. Se trata de una bebida alcohólica fabricada con granos de cebada o de algunos otros cereales, cuyo almidón debe fermentarse en agua con levadura (Saccharomyces Cerevisiae, Saccharomyces Pastorianus), a la que se puede agregar lúpulo u otras clases de plantas para aromatizarla.

Los primeros pueblos en fabricar cerveza fueron los elamitas (actual sureste de Irán), los sumerios (antigua Mesopotamia) y los egipcios, hace 3500 años a.C., según evidencias arqueológicas provenientes de Godim Tepe en Elam, hoy Irán.

A México, la cerveza llegó en el año de 1544. Dos años antes, en la Ciudad de Nájera, España, el emperador Carlos V, por medio de Cédula Real, otorgó al sevillano Alonso de Herrera el permiso para fabricar cerveza y montar una cervecería, con duración de veinte años, en la capital de la Nueva España. La Cédula estipulaba que además se le permitía fabricar aceite de naveta, jabón y rubia. De lo que ganase el fabricante debía entregar un tercio al Tesoro Real de la Corona. Ni tardo ni perezoso, Alonso de Herrera llegó a estas tierras indianas y dio comienzo a su tarea. De Flandes trajo maestros cerveceros, aparejos, calderas, y demás utensilios necesarios para la fabricación de cerveza. La Corona había convenido que el empresario correría con los gastos relativos a los trabajadores que llevase consigo. A cambio de las condiciones anteriores, Herrera contaba con la absoluta exclusividad para producir y vender los productos antes mencionados, y con la exención de pago del almojarifazgo en lo que transportara a España, y de llevar, libres de derechos, a doscientos esclavos de Portugal, Cabo Verde o Guinea, los cuales se encargarían de la mano de obra.

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Fundó una caldera en la Ciudad de México, pero según le comentaba al emperador, podrían llegar a ser cien calderas productivas, por lo extenso del territorio y por el continuo aumento de la población. Para montar su taberna, que luego serían varias, se le concedió un corregimiento en la comarca de la Ciudad de México.

Tan bien le iba en el negocio a Alonso de Herrera que con frecuencia enviaba a Carlos I de España y V de Alemania, suntuosos regalos. Por su parte, el virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, bebía continuamente la cerveza que le obsequiaba el cervecero hispano. Además, como el vino escaseaba, los colonos consumían buena cantidad de cerveza en sus comidas y aun fuera de ellas. Debemos mencionar que el virrey estaba encargado por orden del rey de España de vigilar la producción de cerveza, para comprobar que se trataba de un buen negocio, y de estar al pendiente de los manejos de Alonso. Así las cosas, Mendoza nombró el 11 de diciembre de 1543, a Hernando de Pavía como inspector de la producción de cerveza, y de vigilar que el pago a la Corona se efectuase con regularidad y honestidad.

En aquel entonces, la arroba (alrededor de 16,133 litros) de cerveza costaba ocho reales, precio bastante elevado en ese momento, a causa de la escasez de trigo y cebada que  se vivía; pero Alonso Herrera pensaba bajar el precio en cuanto la situación se compusiese. La cerveza la fabricaba Alonso Herrera en una hacienda llamada El Portal, para ser vendida en la Ciudad de México. Las ventas de cerveza se llevaban a cabo en los mercados, plazas, y en la taberna que él había montado. La producción de cerveza sufría altibajos, e incluso llegó a detenerse la producción entre 1544 y 1549, cuando algunos de los maestros cerveceros decidieron regresar a Flandes, y otros optaron por trabajar en las minas de México para hacer buen dinero. Sin embargo, a partir de 1549 la producción aumentó: al fabricarse 1,158 arrobas entre el 28 de enero y el 25 de octubre de 1549 –una media de 128,6 arrobas por mes-  y llegarse a 4,192 arrobas entre la última fecha y el 8 de mayo de 1552, que sitúa la media mensual en aproximadamente 246,5 arrobas, según constata Emilio Luque Azcona.

La cerveza siguió produciéndose en México. Hacia 1813, el señor Tuallion empezó a producir una cerveza que pronto se popularizó. Se llamaba Del Hospicio de los Pobres, porque se fabricaba en un antiguo edificio que había sido una institución de caridad localizada en las calles de Revillagigedo. En 1825, Notley sacó a la venta una cerveza elaborada con jengibre inglés, recomendada para los viajes a clima cálido, ya que se decía ser muy eficaz contra las fiebres y los malestares producidos por el sol. En 1845, el suizo Bernhard Bolgard montó una fábrica llamada La Pila Seca, la cual producía una cerveza elaborada con malta de cebada mexicana y piloncillo, que sirvió de base a los cerveceros de México de finales del siglo XIX, hasta que se empezó a fabricar en la Cervecería Toluca y México del suizo Agustín Marendaz, una cerveza tipo lager. La primera cerveza de este tipo, la elaboró el alsaciano Emil Dercher en su fábrica llamada La Cruz Blanca, en 1898. Posteriormente, empezaron a abrirse cervecerías fuera de la Ciudad de México, como por ejemplo en Guadalajara. En 1882, un señor de apellido Graf, sacó a la venta la cerveza Toluca Lager, elaborada en la Cervecería Toluca y México que había comprado a Marendaz.

A finales del siglo XIX, en 1891, se fundó la Cervecería Cuauhtémoc en Monterrey, Nuevo León, a cargo de Isaac Garza. Para 1894, surgieron cuatro pequeñas cervecerías en Orizaba, Veracruz, conocidas como La Santa Elena, La Mexicana, La Azteca, y La Inglesa. Posteriormente, nacieron la Cervecería Sonora y la Cervecería del Pacífico, en 1896 y 1900, respectivamente.

Desde entonces, la cerveza ha sido para los mexicanos una de sus bebidas predilectas y de mayor consumo en el país.

Sonia Iglesias y Cabrera
 


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Leyendas Cortas

Tzacapontziza, Estrella de la Mañana. Leyenda totonaca.

La vainilla, ixtlixóchitl, “flor negra”, es un género de orquídeas que produce un fruto saborizante muy exquisito. Sumamente apreciada en la época prehispánica en toda Mesoamérica, los mexicas y los mayas la empleaban para preparar el xocólatl, bebida destinada a los nobles y guerreros, hecha con chocolate, en una de sus tantas variedades. La vainilla la producían los totonacos de las zonas costeras de Veracruz, y la enviaban hasta el Altiplano, para ser consumida por los mexicas. A los totonacos se debe la leyenda que nos cuenta su origen.

Los abuelos nos relatan que hace mucho tiempo existió una bella princesa llamada Tzacapontziza, Estrella de la Mañana, de largos cabellos negros, lacios, y lustrosos; sus rasgados ojos expresaban dulzura y malicia; era tan atractiva que los jóvenes nobles la perseguían a todas horas. Zkata-Oxga, Venado Joven, y príncipe también, era uno de esos enamorados; tan enamorado estaba que un día decidió raptarla, aún cuando contaba con el beneplácito de la noble doncella. Huyeron de sus respectivos hogares, y trataron de esconderse lo mejor que pudieron. Sin embargo, el padre de la princesa había dado órdenes de que se la buscase por doquier, hasta encontrarla. Después de mucho batallar, los sacerdotes de la diosa de las cosechas Tonoacayohua, acompañados de guerreros, los encontraron, los apresaron, y los decapitaron como había sido ordenado por el padre de  Tzacopontziza.

Leyenda mexicana Tzapontziza

Poco tiempo después de morir, el príncipe Zkata-Oxga reencarnó en un fuerte, alto y bello arbusto. A  su vez, la desdichada princesa se convirtió en una liana de maravillosas orquídeas que se enredaba con amor y dulzura en el príncipe-arbusto. Se amaban tanto que, aun después de la muerte se mantuvieron juntos. Desde entonces, los totonacos llaman a la vainilla caxixanath, dulce nombre que significa “flor casada”, o más brevemente, xanath.

Agregan los ancestros que Xanath era tan bondadosa que después de muerta quiso ayudar a los indios totonacas: decidió que su cuerpo-flor sería curativo. Así pues, la vainilla es un muy buen estimulante del sistema nervioso, cura la histeria, la melancolía, y la depresión, además del reumatismo, y las lesiones musculares. Asimismo, se emplea como infusión, aceite esencial, y tintura.

Sonia Iglesias y Cabrera