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Mitos Cortos

Criaturas fantásticas nahuas.

Xochitónatl, Flor de Alma, fue  una criatura de la mitológica mexica que tenía  forma de lagarto. Vivía sumergida en la laguna llamada Apanohuayan, “el lugar donde se tiene que cruzar el agua”, por donde necesariamente pasaban las almas de los muertos para poder acceder al Mictlan, el Inframundo, durante los cuatro años de arduo camino que duraba el viaje, sorteando lugares de increíble dificultad y dolor. Su tarea consistía en impedir que las dolientes almas pasaran las oscuras aguas.

Los Quinametzin, criaturas gigantescas creadas durante la etapa creadora del Sol de Lluvia, estaban sometidos al mandato de su patrono Tláloc, el dios del agua. Tláloc estuvo encargado de ser el Sol que alumbró dicha tercera época cosmogónica, la cual llegó a su término cuando Quetzalcóatl, con su gran poder y astucia, descargó una fulminante lluvia de fuego en la cual perecieron quemados todos los pobres quinametzin, a quienes de nada sirvió su enorme tamaño.

Cipactli era voraz, primitivo y monstruoso. Su cuerpo era mitad cocodrilo y mitad pez. Era tan hambriento que en cada una de las dieciocho partes de su cuerpo tenía una boca para devorar. Con el fin de atrapar a esta criatura maligna y famélica, Tezcatlipoca utilizó como cebo uno de sus pies, el cual perdió, por supuesto. Corresponde al nombre de Cipactli dar inicio al Tonalpohualli, el calendario ritual, ya que se trata de la representación más primitiva de la tierra, de la materia pura flotando en el espacio. Cipactli encarna al único ser viviente en el inicio de los tiempos, cuando nada existía aún, y a quien Quetzalcóatl matara para poder crear la Tierra con su largo cuerpo.
Xiuhcóatl, Serpiente de Turquesa, bella y brillante como el Sol, fue el arma que empuñó el dios de la guerra, Huitzilopochtli, para matar a sus cuatrocientos hermanos y a su mala hermana de nombre Coyolxauhqui, cuando la diosa lunar instigó para dar muerte a su madre, Coatlicue, acusándola de inmoral.

Xelhua, el gigante que construyó en Cholula, en el Tlachihualtépetl, el “cerro hecho de tierra”, una pirámide. Xelhua se salvó del terrible diluvio que azotara la Tierra, escondiéndose en las grutas de la montaña de Tláloc, junto con siete de sus hermanos. Otros gigantes no tuvieron la misma suerte y quedaron convertidos en peces. Una vez recuperado del susto, Xelhua se dirigió a Cholula y con adobes que fabricó en Tlalmanalco,  llevados desde tan lejos por medio de una fila de hombres que se los pasaban de mano en mano, construyó la enorme pirámide como tributo a la montaña en que se salvó de las terribles aguas. Como la montaña crecía y crecía y ya llegaba al Cielo, Tonacatecuhtli, el padre de todos los dioses, enojado por tal invasión de los espacios celestiales, lanzó fuego sagrado y con una piedra en forma de sapo mató a muchos de los constructores de la pirámide.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas

El penacho de Moctezuma. Leyenda colonial.

El famoso penacho de Moctezuma Xocoyotzin (1466-1520), pudiera ser tan solo uno de los muchos que poseía el emperador, pues es sabido que su vestuario era variado y excesivo. Cuenta la leyenda que este penacho formó parte de otras piezas, ciento cincuenta y ocho en total, que el emperador mexica dio a Hernán Cortés para que se las entregase al rey Carlos V, como un obsequio que le permitiría  ganar tiempo ante la inminente guerra de conquista y para quedar bien con el soberano. Por lo tanto es muy factible que el penacho nunca fuera usado por Moctezuma. Las piezas fueron enviadas por barco hasta Alemania, país donde en ese momento residía el monarca. Si el penacho le gustó o no, nadie lo sabrá nunca.

El penacho es en realidad un quetzalapanecáyotl; es decir, un tocado de plumas de quetzal engarzadas en oro, y adornado con piedras preciosas. Lo elaboraron los amantecas, los artistas de la pluma mexicas, encargados de hacer las capas, los escudos y los tocados del monarca y de los nobles señores. El  quetzalapanecáyotl mide 116 centímetros de alto con un diámetro de 175; en su centro está trabajado con plumas azules de xiuhtótotl, el ave con plumaje color turquesa; lleva plaquillas de oro y piedras preciosas. Alrededor del centro, el trabajo se realizó con plumas rosas de tlauquecholli, un ave parecida al flamenco, y con plumas cafés de cuclillo; siguen cuatrocientas hermosas plumas de quetzal, algunas de hasta 55 centímetros de largo. El penacho, que se encuentra en el Museo Etnográfico de Viena, fue evaluado por el gobierno austriaco en cincuenta millones de dólares. Desde la Segunda Guerra Mundial, se exhibe en una sala junto con algunos objetos litúrgicos destinados a las ceremonias dedicadas a Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, y a Ehécatl, el dios del Viento. En el Museo Nacional de Antropología e Historia, se exhibe una excelente réplica del tocado elaborada en 1958.

Según nos relata la leyenda, el penacho fue propiedad de la Casa Real de Austria cuando el barco que lo llevara a Alemania fue asaltado en Jamaica por corsarios franceses. Pasado el tiempo, el archiduque de Austria, Fernando II (1529-1595) duque del Tirol, y sobrino de Carlos V, lo compró a un ladrón italiano, para colocarlo en su gabinete como parte de su colección de arte mexicano. En el año de 1817 llegó a Viena, donde permaneció en la bodegas del Museo hasta 1878, donde se le redescubrió, y se le restauró completamente, pues se encontraba bastante deteriorado.

El penacho tal vez nunca regrese a nuestro país, como desean algunos amantes de la cultura mexica.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Tradiciones

La Semana Santa I

La Semana Santa corresponde a la última semana del período de Cuaresma. Se inicia con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua de Resurrección. La Semana Santa es la festividad más solemne de toda la cristiandad por su sentido reivindicativo. En México reviste suma importancia por la multitud de manifestaciones culturales que origina en todos los estados de la República y en el Distrito Federal, tales como las representaciones y viacrucis de la Pasión, las procesiones de Cristo y del silencio, ofrendas de flores al Señor, el lavatorio de imágenes sacras o de prendas de vestir de los santos, ofrendas de ceras y flores a Cristo, bendición colectiva en las iglesias de palmas, pan, cereales, agua, comida y bebida rituales; ceremonias de Fuego Nuevo, ritos de fertilidad y de purificación, juegos y bromas rituales, danzas tradicionales, y música de banda. Además de verbenas, ferias y bailes populares acompañados de juegos pirotécnicos.

EL DOMINGO DE RAMOS
Después de mucho peregrinar acompañado de sus apóstoles para divulgar el cristianismo por el mundo antiguo, Jesucristo llegó a la ciudad de Jerusalén donde fue recibido por una multitud de hombres y mujeres que, entusiastamente, lo aclaman portando ramos y palmas. A su paso por las calles, el pueblo le extendían alfombras a sus pies y le obsequiaban con flores al tiempo que exclamaba: ¡Hosanna al Hijo de David!, ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Este hecho bíblico dio origen a una emocionante ceremonia el Domingo de Ramos con la bendición de las palmas en las iglesias. Esta costumbre llegó a México procedente de España, gracias a los primeros frailes evangelizadores. En los primeros tiempos de la Colonia, los artesanos empezaron a tejer figuras con fibras vegetales, a la manera en que se hacía en Alicante, región donde inicialmente se emplearon el laurel y el romero para, posteriormente en el siglo XV, sustituirse por la palma.

Palma del Domingo de RamosActualmente, en México el Domingo de Ramos se acostumbra adornar las capillas exteriores de las iglesias, y los fieles acuden a bendecir sus palmas, para colocarlas en las puertas de sus casas o en sus altares domésticos, con el propósito de proteger los hogares y librarlos del mal. Esta ceremonia ha dado lugar a una manifestación artesanal muy extendida a todo lo largo del país y en la misma Ciudad de México, donde podemos ver cálices, cruces, custodias, palomas y cristos tejidos con palma,  o con tallos y espigas de trigo. Es creencia generalizada que con las palmas benditas se espantan a los malos espíritus y se protege la casa de enfermedades y mala suerte. Al colocar las palmas se debe rezar la siguiente oración:
Bendice, Señor, nuestro hogar.
Que tu hijo Jesús y la Virgen María en él.
Por tu intercesión danos paz, amor y respeto,
Para que respetándonos y amándonos
Los sepamos honrar en nuestra vida familiar.
Sé tú el rey de nuestro hogar.
Amén.

EL LUNES, MARTES Y MIÉRCOLES SANTOS
Al Domingo de Ramos le continúa el Lunes Santo, día en que la liturgia de la Iglesia Católica, ordena que se efectúe una Misa de Pasión del Señor de la Espina, y por la noche se rece un Rosario y se escuche el Sermón.

El Martes Santo da inicio con una Misa de Pasión al Divino Preso; después se reza el Rosario, se efectúa el Sermón.

El Miércoles Santo acontece la Misa de Pasión del Señor de las Maravillas, y se realiza la ceremonia del Aposentillo, en la cual:
Al caer la tarde del miércoles [Santo] se realiza la celebración del «Aposentillo», celebración que surge en la Nueva España alrededor del siglo XVII a iniciativa de los misioneros franciscanos que habían llegado a estas tierras para evangelizar a los indios, la cual tiene como finalidad recordar y acompañar a Jesús dentro de su prisión.

Iniciada la noche, se inicia una procesión encabezada por el Señor del Golpe, que culmina con un Rosario cantado y un Sermón. Este día, hasta mediados de este siglo XX, se realizaban dos ceremonias importantes: la Seña, por la mañana, y el oficio de Tinieblas, por la noche. Estas ceremonias, que poco a poco fueron perdiendo vigencia, se celebraban, solamente, en la Catedral de Sevilla, España, y en las de Puebla, Guadalajara y la Ciudad de México.

En la ceremonia de la Seña, los canónigos se vestían de negro y cubrían sus cabezas con un capirote. Del coro, salían uno a uno, acompañados por el solemne toque de una campana oculta. Al llegar a la primera grada del presbiterio, se arrodillaban, se persignaban y acto seguido tomaban su lugar correspondiente. Después, aparecía otro capitular con una enorme bandera negra cruzada, en su totalidad, por una ancha cruz roja, y cuyas puntas sostenían dos canónigos.

Colocado el abanderado en el centro el círculo formado por los hombres de negro y volteado hacia los fieles, inclinaba la bandera hacia la derecha y la izquierda, la echaba una y otra vez sobre sus hombros, y la abatía; en tanto que los canónigos se tendían sobre el suelo boca abajo. Después, desde el presbiterio y con la bandera enarbolada, hacía la señal de la cruz para bendecir a los fieles. Finalmente, colocaba el estandarte en el altar mayor.

Esta espectacular ceremonia simbolizaba el triunfo del cristianismo sobre los paganos. El color negro representaba las sombras en que Jesús quedó envuelto al morir, y el rojo de la cruz, la sangre que derramó en el Monte Calvario.

En la ceremonia de las Tinieblas, se colocaba un candelabro triangular con quince velas encendidas a un lado del altar mayor. Mientras los canónigos entonaban cantos rituales, las luces se iban apagando una a una, hasta quedar sólo aquélla que representaba a Cristo y simbolizaba que éste no moría porque resucitaba. Las quince velas representaban a los doce apóstoles y a las tres Marías.

Sonia Iglesias y Cabrera


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San Luis Potosí

El Callejón de las Manitas. Leyenda potosina.

San Luis Potosí es una bella ciudad mexicana localizada hacia el norte del país, en el estado del mismo nombre. En un principio fray Diego de la Magdalena la llamó Pueblo de San Luis de Mezquitique, en honor a  Luis IX, rey de  Francia; y Potosí se le denominó por las ricas minas de plata de Bolivia a las cuales se dijo que emularía. En los siglos XVII y XVIII estaba llena de frailes franciscanos, jesuitas y agustinos que construyeron muchas iglesias y edificios. En el año de 1780, llegó a las tierras de San Luis Potosí un sacerdote de la orden de los franciscanos. No se sabe a ciencia cierta qué atrajo al sacerdote para emigrar a San Luis, tal vez le sedujo el clima o la riqueza de sus minas de plata, el caso es que el cura llegó y se quedó a vivir en esos acogedores lares de buen clima y de gente bondadosa.

Ya asentado en la ciudad, se dedicó a buscar trabajo, y pronto lo encontró como maestro en una de las mejores escuelas de la ciudad enseñando latín y otras materias de las cuales era docto. Ya con trabajo seguro, buscó donde vivir y los azares del destino lo llevaron a alquilar una casa en el barrio de la Alfalfa, uno de los más solitarios de la ciudad. Todo marcaba a satisfacción, hasta que un día el sacerdote decidió dejar la escuela y partir a buscar aventuras y trabajo con dos acompañantes que se consiguió; eran estos unos jóvenes mozos de la misma ciudad. Se fue a recorrer varios pueblos. Con el dinero que junto durante sus aventuras pueblerinas, pensaba comprarse algunas cosas de las que tenía necesidad, y destinar una parte para ayudar a los necesitados. Cuando regresó a su casa, dio órdenes a sus ayudantes para que desensillaran los caballos, atendieran a las mulas y llevasen a los equinos al establo para que reposaran. Los mocitos obedecieron lo mandado por su patrón y, una vez cumplida la faena, se fueron a comer porque ya era hora y tenían mucha hambre. Pero nuestro sacerdote, como se encontrara muy cansado de las fatigas del viaje, decidió irse a la cama en seguida, cumplir con Dios rezando sus oraciones y dormirse.

El Callejón de las Manitas

Cuando ya era bastante noche, los mocitos que no tenían un lugar mejor a dónde ir a divertirse porque no lo había, y además eran casi unos niños pobres y humildes, regresaron a la casa del sacerdote. Al llegar, lo primero que vieron llenos de espanto y sorpresa, fue el cuerpo del sacerdote tirado a medio cuarto, todo cubierto de sangre. ¡Su patrón estaba muerto!

Medio locos de terror, ambos jóvenes salieron pitando a la calle dando gritos de espanto y pidiendo ayuda a todo aquél que les oyese. Las personas, sobrecogidas, empezaron a reunirse. Alguien alertó a las personas del  Hospital Militar que se encontraba cerca, acudieron soldados y médicos a la casa del sacerdote y confirmaron que era verdad lo que gritaban los mozalbetes, el sacerdote estaba absolutamente muerto y su muerte era un clarísimo y cruel  asesinato.

Las autoridades de la ciudad en seguida se dieron a la tarea de investigar lo que había pasado con el pobre hombre asesinado. Buscaron por todos los rincones de la ciudad, y pueblos aledaños, en busca de sospechosos que permitiesen dar con el asesino del religioso. Apresaron a varios candidatos, pero por falta de pruebas no pudieron arrestar a ninguno y todos fueron puestos en libertad. Los muchachos ayudantes participaron en la búsqueda con diligencia y comedimiento, pero no se pudo apresar al asesino de marras.

Como los dos muchachos quedaron desvalidos, la gente del barrio y de la ciudad ni prestos ni perezosos les brindaron techo, comida, y trabajo. Sin embargo, un funcionario de la comisaría no se dejó convencer del desamparo y la tristeza de los jóvenes, y sospechó de ellos. El funcionario, consciente de su deber, decidió apresarlos en el Hospital Militar. Los colocaron en cuartos separados, de tal manera que quedasen incomunicados. Se les sometió a fuertes interrogatorios. Ante tal presión, los presos se culparon uno al otro. Uno de ellos dijo que el otro era su primo, que era mayor que él, y que había asesinado al sacerdote para robarle el dinero que había conseguido en su recorrido por los pueblos, que por cierto no era mucho. Las autoridades, acompañadas de los reos, acudieron a la casa del religioso y encontraron el dinero y el puñal que había servido para ultimar al pobre hombre.

Una vez descubiertos, los asesinos alegaron que el móvil del crimen no había sido el robo del dinero, sino que se trataba de una venganza por el mal trato que el sacerdote les había dado en el tiempo que estuvieron a su servicio trabajando por los pueblos. De nada les valió tan torpe excusa, se les acusó, formalmente, de ser los responsables de tan cobarde homicidio y se les sentenció a la horca y a que les fuesen cortadas ambas manos.

Los chicos consiguieron abogados defensores que lograron que la sentencia fuese interrumpida en varias ocasiones. El juicio duró cerca de cinco años. Pero al final venció la justicia y los acusados fueron ahorcados, y sus manos cortadas y exhibidas en la morada del sacerdote donde había ocurrido el triste suceso. Las manos asesinas se colgaron del muro exterior de la casa del Callejón de la Alfalfa que era solitario, oscuro, triste y tenebroso. Desde entonces, el callejón recibió el nombre del Callejón de las Manitas. Todas las personas tenían miedo de pasar por tal callejón; si era necesario caminar por él, se entraba rezando una oración que no debía finalizar sino hasta haberlo cruzado totalmente.

Alguna persona piadosa o fastidiada del olor de las manitas podridas, las quitó un día del muro… pero, ¡Oh prodigio, al otro día volvieron a aparecer! Y así sucedió por mucho tiempo: si las manitas se quitaban, al poco tiempo volvían a aparecer colgadas en el muro.
Pasaron los siglos y el prodigio persistía; hasta que un buen día el barrio se modernizó, el callejón se convirtió en una vía ancha… y ¡las manitas nunca más se volvieron a ver!

Sin embargo, la leyenda nos dice que en el lugar donde antes estuviese la famosa casa del sacerdote, en las noches del mes de noviembre se ven flotar en el espacio cuatro manos esqueléticas que tratan de encontrar el muro del que fueran colgadas; asimismo, puede verse el fantasma de un sacerdote pequeño y triste, vestido con una vieja y raída sotana, que aparece por la calle y desaparece al doblar la esquina.

Si usted no cree en lo relatado, vaya a la ciudad de San Luis Potosí, localice el lugar donde estuviera el antiguo Callejón de la Alfalfa, y trate de cruzarlo una noche de noviembre… le aseguro que se llevará un tremendo susto.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Mitos Cortos

Kauymáli, el héroe cultural. Mito huichol.

Kauymáli es el nombre  del dios que dio forma y coherencia al universo. Para lograrlo tuvo que luchar, escarnecidamente, contra los malvados seres del Inframundo, los baatsik’i aatslaab. Los indios huicholes lo representan como remolino, un pino, un venado o un lobo. Kauymáli enseñó a los dioses y a los hombres a elaborar las flechas, tan importantes para la cacería; además, fue el primero en usar el “ojo de dios”, el si’kuli, símbolo del poder, que sirve para observar y entender al mundo y sus fenómenos naturales; con el “ojo de dios”, el demiurgo tuvo la posibilidad de ver dentro de la tierra. Kauymáli es el Hermano Mayor Lobo, nació de una sandalia del Padre Sol. Su es carácter voluble, travieso, desenfrenado sexualmente, chistoso, y embaucador. En una de sus representaciones aparece como un joven bello y fuerte con un pene  descomunal, dada su asociación con  la fertilidad y el renacimiento de la naturaleza.

Mito HuicholKauymáli es el héroe cultural que enseñó a los indios todo lo que saben: les dio la capacidad para de establecer sus instituciones culturales, y para crear su patrimonio material; es decir, su cultura. Kauymáli fabricó el primer penacho que usaron los chamanes, enseñó a los huicholes a fabricar las silla donde deben sentarse los mara’akáme para llevar a cabo sus prácticas religiosas y mágicas; ayudó a Tatewari, el Abuelo Fuego, y a Nakaawe, la Gran Abuela, a ordenar el universo y a designar a los dioses el lugar que debían ocupar en él. Protegió al Santo Cristo de las malas artes de los “judíos” y anunció su llegada junto a un grupo de extraños extranjeros; enseñó a los indios a curtir el cuero y a cultivar el trigo. A este maravilloso héroe cultural se debe la fabricación del arco para el violín de San José. Fue él quien le elaboró a la Virgen de Guadalupe cinco vasijas votivas que ella le pidiese, para ponerlas a sus pies; las tales vasijas se colocaron en el altar de la Virgen.

Kauymáli aparece en numerosos relatos de la mitología huichola; por ejemplo, en el relato de la creación de los hombres a partir de maíz, o en el mito que se refiere al  Sol cuando le ordenó que colocara dientes en las vaginas de las mujeres, a fin de evitar la sobrepoblación. Este héroe cultural está asociado con el origen del Sol, con sus rayos, con el sacrificio del venado, y con la desaparición de las enfermedades por medio de cantos y  ceremonias, con la lucha contra Kieli Tewíali, un malvado chamán, la ceremonia del peyote, la protección contra la viruela. De este último hecho heroico el mito nos cuenta que: Entonces se le reveló a Kauymáli que debía vacunar a los huicholes sanos con el pus extraído de las llagas de un hombre enfermo. Luego de cantarle toda la noche a Tatevalí (el Abuelo Fuego, el más grande chamán cantor y curandero), Kauymáli le dijo a la gente que confesara sus pecados alrededor de la fogata. Así lo hicieron todos y después de la confesión se les limpiaba frotándoles el cuerpo con hierba seca que luego era quemada. A continuación, con una espina del huizache, se los vacunó en los hombros, pechos y frentes con marcas en forma de cruz. Todos sanaron, salvo el hombre que había proporcionado la vacuna, puesto que su mal fue usado para infestar a los otros. Luego Kauymáli repitió esta ceremonia en las otras cuatro regiones del mundo. He aquí la importancia de nuestro héroe cultural.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Cortas

Yetl, el tabaco.

La planta del tabaco es originaria del altiplano andino. Hace de 2 a 3,000 años a.C. llegó a  la zona del Caribe. Mesoamérica también conoció el tabaco, los códices, las piezas de cerámica, las esculturas y demás pruebas arqueológicas lo demuestran. Los antepasados lo fumaban, lo bebían, se lo untaban por el cuerpo, o lo empleaban como narcótico. Primero fue una bebida ceremonial, luego se le masticó y, por último, se le fumó. Las hojas del tabaco se enrollaban, se encendían, y se exhalaba el humo. Más adelante, el tabaco machacado se enrollaba en hojas de maíz o en laminitas de corteza, y se fumaba. Poco después, los hombres inventaron las pipas. Los teotihuacanos lo fumaron en la época del Preclásico (900-1521), tal vez junto con la ingesta de pulque, y seguramente con carácter ritual. Los mayas cultivaban el k’uuhtz, el tabaco, mezclado con semillas de estramonio o con hojas de angélica, para aumentar su poder psicoactivo. Lo fumaban en cañas que medían aproximadamente veinticinco centímetros. Aparte de fumarlo, los mayas lo hacían polvo y lo inhalaban, cuando no lo masticaban mezclado con cal; servía contra el cansancio, para contrarrestar el hambre, acabar con la sed, apaciguar los dolores de cuerpo, y favorecía el fortalecimiento de los dientes, se dice que curaba el tétano, los dolores de muelas, de riñón, combatía las enfermedades del corazón, y el reumatismo. Asimismo, el tabaco se empleó como moneda de intercambio, para la adivinación, la magia, y como talismán. A más, el tabaco constituyó un elemento psicopompe, pues fumarlo permitía tomar contacto con el dios del agua Chaac. La leyenda nos cuenta que las estrellas fugaces eran las cenizas de los cigarros de los dioses cuando caían del Cielo. Se empleaba como yerba ritual y religiosa; por ejemplo, se daba a los jóvenes unas fumadas de tabaco como parte de los ritos de iniciación, y se ponía en las ofrendas dedicadas a las divinidades.

Mexicas fumando tabacoA la diosa Cihuacóatl, los mexicas le ofrecían el humo del tabaco. Los tributos que recibían los tlatoanis incluían fanegas de tabaco procedente de los pueblos dominados. Durante los sacrificios humanos que se llevaban a cabo con carácter religioso, los sacerdotes y señores principales llevaban ramos de flores y fumaban tabaco en largas cañas, a fin de contrarrestar el fuerte olor de la sangre y de la muerte. Se le mezclaba con ámbar líquido en las ceremonias religiosas con el propósito de propiciar un mayor acercamiento con los dioses.

Sabemos que don Rodrigo de Xeréz y Luis de la Torre, en 1492, fueron los primeros europeos que fumaron el tabaco indígena. Cuando Cristóbal Colón desembarcó en la bahía de Bariay, cacicazgo de Maniabón, hacia el noroeste de la isla de Cuba, en la actual provincia de Holguín, vieron a los indígenas exhalar humo de unos rollos de hierba. Ambos navegantes relataron a Colón lo que habían visto. El Almirante anotó en su diario con fecha 6 de noviembre de 1492: …Iban siempre los hombres con un tizón en las manos (cuaba) y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas (cojiba) metidas en una cierta hoja seca también a manera de mosquete…, y encendido por una parte del por la otra chupan o sorben, y reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes… llaman ellos tabacos.

Poco después el santo Oficio  condenó a de Xeréz a siete años de prisión por considerar que echar humo por la nariz y por la boca era prueba de estar endemoniado.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Tradiciones

El Viernes de Dolores.

Los seis viernes que comprende la Cuaresma son muy relevantes desde el punto de vista religioso y cultural, pues en ellos se expresan muchas manifestaciones de la cultura popular. Generalmente, durante los viernes de Cuaresma se efectúan ferias, bailes, verbenas, juegos pirotécnicos, procesiones, misas, música de banda y de grupos comerciales, desfile de carros alegóricos, representaciones bíblicas, calendas, danzas tradicionales y elaboración de artesanías ad hoc. En las festividades de los viernes de Cuaresma los funcionarios tradicionales que integran las cofradías son los responsables de la coordinación de la fiesta y del cuidado de la iglesia y las imágenes.

Al sexto viernes de Cuaresma se le conoce como Viernes de Dolores y está consagrado a venerar a la Virgen de los Dolores y a recordar los sufrimientos que padeció. A la Virgen de los Dolores la imaginería popular la represente con rostro doliente, lágrimas amargas que fluyen de sus ojos, y siete puñales que traspasan su sangrante corazón, símbolo de los dolores padecidos. A veces se la ve traspasada con un solo puñal de plata. El primer dolor de la Virgen acaeció cuando el rey Herodes se enteró del nacimiento de Jesús y ordenó degollar a los niños menores de dos años que vivían en Belén. Un ángel enviado por Dios, les anunció a María y José del peligro que corría su hijo, por lo que decidieron huir a Egipto. El segundo dolor de María tuvo lugar durante el viaje que todos los años realizaba la Sagrada Familia a Jerusalén, con el fin de celebrar la Pascua Judía. Cuando Jesús contaba con doce años, se perdió entre la multitud que abarrotaba el Templo de esa ciudad, sus padres se asustaron y los buscaron. Tres días después lo encontraron en el mismo Templo cuestionando, discutiendo y saciado sus ansias de saber los Doctores de la Ley, quienes quedaron asombrados de la sapiencia de un niño de tan corta edad. El tercer sufrimiento de la Virgen acaeció cuando Jesús fue presentado al Templo de Jerusalén a los cuarenta días de su nacimiento. Simeón, un hombre bueno y noble, tomó al niño en sus brazos y, después de dirigirle a Jehová las siguientes palabras, vaticinó la muerte del Señor en la cruz: -Señor, ya puede morir tu siervo, porque mis ojos han visto la salvación que ofreces a los hombres: una luz que iluminará a los gentiles y es la gloria excelsa de tu pueblo de Israel. Los cuatro restantes dolores de la Virgen corresponden a la etapa de la Pasión de Cristo. Se refieren a las estaciones del Señor en su camino hacia el Monte Calvario, a su crucifixión, el descenso de su cuerpo de la cruz, y  su sepultura.

El Altar de Dolores
La celebración del Viernes de Dolores se instauró por resolución del Sínodo provincial efectuado en Colonia, Alemania, en 1413. Este día se acostumbra montar un altar dedicado a la Virgen. La costumbre se inició en nuestro país a raíz de la evangelización, pero a despecho de su raigambre católica, en el altar se amalgamaron algunos rasgos prehispánicos relacionados con la fertilidad de la tierra, como lo testimonian las semillas germinadas, las verduras frescas, las flores y las frutas que aparecen en su decoración.

Aunque seguramente ya desde el siglo XVI se levantaba altar a la Virgen de los Dolores, los testimonios más fidedignos remontan al siglo XVIII, cuando acostumbrábanse poner en las iglesias y en las casas particulares. La fiesta daba inicio con las bandas militares que tocaban la “diana” al amanecer. Ya para el siglo XIX, la tradición estaba muy arraigada y los hogares de la Ciudad de México se engalanaban con tan hermoso altar. Para empezar a construirlo,  se echaba mano de una mesa  sobre la que se ponían cajas como bases, hasta formar una plataforma escalonada forrada con tela blanca adornada con moños y listones de colores; o bien, se le ponía un mantel de lino, encaje o papel picado de varios colores. La mesa se colocaba pegada a una pared de la sala, por ser el lugar más importante. Sobre la pared se ponía una cortina de lino o seda, preferentemente de color blanco, formando una especie de enmarcado. Bajo este cortinaje se colocaba un cuadro de la Virgen de los Dolores, y, arriba de éste, la escultura de un santo Cristo.

Sobre el altar de iban acomodando objetos: candeleros, platos con dulces cristalizados, naranjas doradas a las que se clavaban banderitas hechas con papel de oro y plata; jarros, comales y cualquier utensilio de barro poroso mojado donde se “sembraban” semillas de chía por fuera, manteniéndolo húmedo hasta que la semilla germinaba. Si se quería que la planta adoptase un color amarillo, se la dejaba germinar fuera del alcance de los rayos del sol; si en cambio se quería obtener un color verde, se la colocaba al sol. También se utilizaban animalitos de barro de variadas formas, en cuyo cuerpo estriado se ponía la chía.

En platos y macetas se sembraba trigo, lenteja, cebada, amaranto, semillas con las que se seguía el mismo procedimiento que con la chía, para lograr la coloración deseada. Además, el altar llevaba muchas macetas con flores de distintos colores, con verdes plantas, esferas y bolas de cristal colorido, llamados “ojos de boticario”, que eran juegos de esferas o botellones de vidrio que iban unos dentro de otros.

En el altar no podían faltar las aguas frescas de horchata, jamaica, limón con chía, y tamarindo. Estos refrescos debían estar muy endulzados, ya que simbolizaban las lágrimas de la Virgen, que a pesar del dolor debieron ser muy dulces. Era costumbre que las aguas se ofrecieran a los que pasaban por las casas que mantenían las puertas abiertas para tal propósito. Aparte de estas aguas destinadas a beberse, se elaboraban otras que se teñían con productos vegetales o químicos. Así, los pétalos de la amapola daban un color colorado; el palo de Campeche, carmesí; la flor de jamaica, púrpura; la piedrecilla de alumbre, tornasol; la grana y la cochinilla, morado; la caparrosa, azul; la pimpinela, verde; la solución acidulada de cromato amarillo neutro con carbonato de potasa, amarillo; y el bicromato de potasa, también amarillo. Las aguas teñidas se colocaban en botellones especiales para la ocasión que se iluminaban por atrás con lamparitas de aceite, para que brillaran y difundieran rayos de colores. Al pie del altar se formaba un tapete de figuras hecho con pétalos de flores, polvo de café y obleas desmenuzadas, al centro se colocaba el anagrama de la Virgen.

En la tarde de Viernes de Dolores, se efectuaba una misa en las casas de las personas de dinero, a la que asistían familiares y amigos. Las mujeres se ponían vestidos de luto y los hombres traje oscuro, para escuchar al sacerdote hablar acerca de la Pasión de Cristo. Acabado el acto religioso, se ofrecía a los convidados una merienda de tamales, atole, pasteles, dulces y chocolate con leche. Asimismo, se obsequiaba con un pequeño recuerdo a los participantes.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Mexicanas Época Colonial

Cuauhtlatoatzin. Leyenda colonial.

Juan Diego Cuauhtlatoatzin, El Águila que Habla, nació posiblemente el 5 de abril (o de mayo) del año de 1474, en Cuautitlán, -localidad que formaba parte del dominio mexica, asentada a veinte kilómetros de Tenochtitlan-, en el barrio de Tlayácac. Sus padres le pusieron el nombre de Cuauhtlatoatzin. Juan Diego pertenecía a la etnia chichimeca, era un pobre macehualli, gente del pueblo; no era ni noble ni sacerdote ni esclavo, era un pobre artesano que fabricaba mantas que vendía en su pueblo o en el mercado de Tlatelolco. Recibió el bautizo cristiano a manos de los padres franciscanos de Tlatelolco en el año de 1524. El encargado de bautizarlo fue fray Toribio de Benavente, llamado por los indios “Motolinia”; es decir, “el pobre”. En su bautismo recibió el nombre de Juan Diego y su esposa el de  María Lucía. Juan Diego era un hombre muy piadoso, razón por la cual los frailes le apreciaban. Cada semana, Cuauhtlatoatzin acudía a la iglesia de Tlatelolco a oír misa y a recibir el catecismo. Salía de Tultepec, su pueblo, muy de mañana, y siempre pasaba por el cerro del Tepeyac.

Según testimonio de los ancianos vecinos de Cuautitlán, recopilados en las informaciones jurídicas de 1666, en el Proceso Apostólico, Juan Diego llevó siempre una vida absolutamente ejemplar. Un testigo que le conoció, Marcos Pacheco, afirmaba que: era un indio que vivía honesta y recogidamente, buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder. Otra persona que le conoció de nombre Andrés Juan, afirmaba que Juan Diego era un “santo varón”, elogios con los que concordaban todos los que le conocieron. Su carácter era reservado y místico. Le gustaba el silencio y las penitencias. Cuando su esposa murió en 1529, Cuauhtlatoatzin se fue a vivir con un tío suyo de nombre Juan Bernardino  que vivía en el pueblo de Tolpétlac, distante catorce kilómetros de la iglesia de Tlatelolco.

Leyenda ColonialSegún cuenta la leyenda, el sábado 9 de diciembre de 1531, cuando Juan Diego contaba con 57 años, se escuchó en el cerro del Tepeyac el hermoso canto de un pájaro tzinitzcan, que anunciaba la aparición de la Virgen María. Como es sabido la Virgen le pidió al indio Juan Diego que pidiese a las autoridades se le construyese un santuario. Fueron cuatro las apariciones divinas que tuvieron lugar entre el 9 y el 12 de diciembre. De este hecho quedaron algunos testimonios indígenas escritos, como la Crónica de Juan Bautista en la que se relatan algunos hechos acontecidos entre 1528 y 1586, y que constata: In Ypan xihuitl 1555 años icuac monextitzino in Santa Maria de Quatalupe in ompac Tepeyacac. Es decir, En el año de 1555 fue cuando se digno aparecer Santa María de Guadalupe, allá en Tepeyácac.

Otro documento importante en que se narra lo acontecido al indio Cuahtlatoatzin en el cerro del Tepeyac lo tenemos en el Nican Nipohua, escrito originalmente en náhuatl y posteriormente traducido al español. El Nican es una de las más importantes fuentes religiosas de dicho acontecimiento. Este documento fue escrito por don Antonio Valeriano (1520-1605), sabio indígena y alumno de fray Bernardino de Sahagún. En esta relación podemos leer:
Aquí se narra se ordena, cómo hace poco, milagrosamente se apareció la perfecta virgen santa maría madre de dios, nuestra reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe.
Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y después se apareció su Preciosa Imagen delante del reciente obispo don fray Juan de Zumárraga. (…)
Diez años después de conquistada la ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquél por quien se vive: el verdadero Dios.
En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un
Indito, un pobre hombre del pueblo. Su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuauhtitlan, y en las cosas de Dios, no todo pertenecía a Tlatilolco.

Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos.
Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía. Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que les respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos.
Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños?
¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?

Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial, Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oirse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le decían: «Juanito,Juan Dieguito».
Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación pasaba en su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo; fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban. Y cuando llegó a la cumbre del cerrllo, cuando lo vio una doncella que ahí estaba de pie, lo llamó para que fuera cerca de ella Y cuando llegó frente a Ella mucho admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza. Su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de ella como preciosa piedra, como ajorca… parecía la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla…

En referencia a la petición de la Virgen consta en el Nican Nipohua que le dijo: Sábelo ten por cierto, hijo mío el más pequeño… mucho deseo que aquí se levante mi casita sagrada.

Su deseo se cumplió, como lo podemos afirmar cinco siglos después…

Sonia Iglesias y cabrera

 


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Mitos Cortos

De cómo se dividió el pueblo tacuate. Mito

Los antepasados contaban que hace muchos años apareció un Águila en el pueblo que se llevaba a la gente en sus garras y se la comía. Esta águila vivía en lo alto de los peñascos de la sierra. Un buen día puso unos huevos en su nido y nacieron aguilitas. Con el fin de alimentar a sus crías, el Águila llegaba al pueblo y se llevaba a las personas, tenía preferencia por los niños pues su carne era tierna. Como todos los habitantes le temían mucho, decidieron hacerse unos chiquihuites que se ponían sobre la cabeza, como sombreros, cuando tenían que ir por agua al pozo, a fin de evitar que el ave lo tomara por la cabeza. Pero el Águila no se dejaba engañar, y de todas maneras se llevaba a la gente con todo y chiquihuites. Desesperados los indios tacuates  decidieron llevar a cabo  una asamblea para decidir qué debía hacerse ante tal problema. Se decidió dividir al pueblo. Una mitad, guiada por el hijo del tlatoani, el jefe, se quedaría ya que no querían abandonar sus casas. La otra mitad se iría a Pueblo Viejo. Así lo hicieron, pero como el Águila los siguió, tuvieron que marcharse a Zacatepec, y luego al cerro del Zacate.

Pueblo TacuateAl tiempo, se apareció la Virgen María y les pidió a los tacuates que le construyeran una iglesia, pero no le hicieron ningún caso tan apurados como estaban en sus diversiones y jaleos, y sólo le construyeron una casita de zacate. Un mal día la casita se quemó, y la Virgen, desilusionada de los humanos, se fue abandonándolos a su suerte. Llegó hasta Juquila y ahí se quedó. Ante el abandono, los tacuates decidieron construirle su iglesia con la esperanza de que volviera, pero ella no quiso. Si uno se fija bien en la Virgen de Juquila puede ver, en una  de sus mejillas, la marca de una quemadura recuerdo de cuando se incendió su casa. Las ruinas de la iglesia que le construyeron los tacuates aún se ven a la salida de pueblo Viejo Ixtayutla.

Así fue como se dividió el pueblo tacuate.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Cortas

Ecce Homo. Leyenda colonial.

Hace mucho tiempo existió un hombre llamado Raimundo Saldívar de Velasco. Sus cabellos eran rizados y rubios, sus ojos verdes como la malaquita, y la piel rosada tendiente al rojo. Raimundo se sabía guapo y era presumido. En tanto que comerciante su padre había hecho una considerable fortuna que Raimundo se ocupaba en gastar a manos llenas. Era una familia rica, pero sin noble linaje.

Una mañana, se celebró en la Catedral de la Ciudad de México, una misa para celebrar el arribo de la Nao de China al Puerto de Acapulco. Ni que decir tiene que las familias importantes de la ciudad acudieron al templo. Raimundo vistió sus mejores galas, acudió al santuario y se sentó junto a una bella muchacha llamada Laura Martínez Larrondo. En un momento dado, ambos jóvenes se voltearon a ver y quedaron prendados uno del otro. Al terminar la misa, Raimundo se adelantó y se paró junto a la pila de agua bendita. Cuando la chica llegó, el joven metió sus dedos en el agua y se los ofreció a Laura con galante ademán. Tocáronse los dedos al tiempo que un estremecimiento recorría sus cuerpos. Pasó una semana.

Ecce HomoEn la Procesión de la Virgen de los Remedios, organizada por la Cofradía de la Catedral,  los jóvenes se encontraron por segunda vez. Emocionados se sonreían. Al terminar la procesión, Raimundo acompañó a Laura hasta su casa sita en la Calle de Flamencos. Poco después, la enamorada pareja se encontró en la Alameda y en el Paseo Nuevo. Otras veces coincidían en la casa de doña Beatriz de Lorenzana, amiga de Laura, en donde comían pastelillos, dulces, nieve y espumoso chocolate. La ventana de la casa de Laura era otro de los lugares donde el joven declaraba su amor a la dulce Laura entre suspiros y promesas de amor eterno. Fue a través de la reja que Raimundo le pidió a la joven que se casase con él. Laura aceptó. Junto a la ventana había un nicho con la escultura de Ecce Homo, “he aquí al hombre”, en la que se representaba a Jesús ensangrentado y maltrecho. Al joven Raimundo la escultura le daba pavor; en cambio Laura era fiel devota de la imagen a la que siempre ponía flores frescas y le encendía todas las noches una candela.

Cuando la madre se enteró de los amores de su hija, montó en cólera porque no estaba de acuerdo en que  tuviese relaciones con el hijo de un herrero sin alcurnia ni nobleza, aunque con mucho dinero. La familia de Laura descendía de conquistadores, nobles, y obispos. La madre encerró a Laura en su recámara; pero la joven burló la vigilancia sobornando a una de las criadas y pudo ponerse en contactó con el muchacho. Decidieron huir, Se dieron cita junto a la hornacina de Ecce Homo. Laura salió de su casa y se acercó hacia su enamorado, Raimundo dio un paso hacia ella… cuando sintió que una mano poderosa le tomaba por la garganta, volteó ligeramente la cabeza y vio que la ensangrentada y repulsiva mano de la escultura era la que le apretaba con tanta fuerza la garganta. Laura horrorizada ante lo que veía, gritó y salió corriendo hecha una loca hasta las puertas del Convento de Balvanera, donde cayó desfallecida. Al otro día por la mañana, encontraron a Raimundo al pie de la escultura desmayado. Le despertaron con vinagre y éter. Al volver en sí, Raimundo había perdido sus hermosos colores: su boca era blanca, su rubio cabello había encanecido; su tez, como la cera. Nunca volvió a ser el mismo. Laura se metió a monja y al poco tiempo perdió la razón.

Sonia Iglesias y Cabrera