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Leyendas Cortas

Chalchiutecólotl y Tlacatecólotl. Leyenda nahua.

Chalchiutecólotl, Precioso Búho Nocturno, dios del Inframundo, de la pestilencia y del misterio fue venerado y temido por los mexicas. El tecolote, “pico encorvado”, símbolo de la muerte y de la noche, era el décimo de los trece glifos del Tonalpohualli, Libro de la Adivinación. Chalchiutecólotl fue el eterno acompañante del dios Tezcatlipoca, a la vez que  el mensajero del dios de la muerte y patrón de aquellas personas que nacían el día Miquiztli, “muerte”. Se le temía porque presagiaba enfermedades y catástrofes, y se le ligaba con los Tlacatecólotl, “los hombres búhos”, ladrones y violadores quienes tenían la capacidad de convertirse en tecolotes cuando estaban a punto de ser atrapados y así poder huir. Desde entonces, el tecolote anuncia la muerte: “Cuando el tecolote canta el indio muere”, dice el refrán.

Los nahuas de la región de los Tuxtlas, Veracruz, ven al tecolote como un ave de mal agüero que envían los brujos con el propósito de quitar el alma a los hombres y causarles la muerte. Los brujos arrojan tecolotes disecados rellenos de hojas de maíz al techo de la casa donde vive la persona que desean matar.

Leyenda mexicana

Los nahuas de Chicontepec cuentan que en el inicio de los tiempos, Ompacatotiotzin, el dios dual, durante la repartición de las tareas que correspondían a cada uno de los dioses en el momento de la Creación, indicó a Tlacatecólotl, el Hombre Búho, que él sería el encargado de vigilar la conducta de los seres humanos y de dar el castigo que se merecían aquéllos que pecaran de desobediencia. Fue su esposa Miztli, la Luna, la designada para ayudarle a llevar a cabo dicha tarea. El Hombre Búho es también quien propiciaba el equilibrio cosmogónico, pues auxiliaba al dios Sol en su tarea de alumbrar a la Tierra; sus dos amos son el Sol y la Luna.

El dios Tlacatecólotl otorgaba riquezas a los hombres, pero que también podía quitárselas a su arbitrio; gustaba de provocar discordias, pero resolvía muchos problemas de difícil solución; curaba las enfermedades, pero también era capaz de provocar la muerte; era el actante  mediador entre el bien y el mal. Debido a estas cualidades contradictorias y al poder que tenía para ejercerlas, fue un dios muy respetado y muy temido. Tlacatecólotl tenía un espejo luminoso y mágico en un cerro llamado Xicoatepec. Gustaba de usar indumentaria de color café y de llevar  un sahumerio con copal en las manos del cual nunca se desprendía.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Mitos Cortos

Ompacatotiotzin, el dios dual.

Ompacatotiotzin, el Dios Doble, el dios creador de los dioses y de los hombres, forjó al mundo en cinco etapas. En la primera, dio vida a una pareja humana con barro, la cual se alimentaba de tierra y piedras. Pero la era terminó destruida por furiosas fieras llamadas tecuanimeh. En la segunda etapa, los hombres fueron de papel y se alimentaban con las cortezas de los árboles. Todos murieron cuando se produjeron tremendos huracanes. En la tercera etapa los dioses hicieron a los humanos de madera de cedro; se alimentaban del árbol llamado ohxihtli, (Brosimum licastrum),  y murieron por medio del fuego. En la cuarta etapa, los hombres fueron hechos con masa de tubérculos cocidos, misma que les servía de alimento. Se terminó a consecuencia de fuertes inundaciones como castigo por ser caníbales y comerse unos a otros. La quinta etapa, la actual, está poblada por hombres creados por Ompacatotiotzin y otros dioses que le ayudaron. Para dar vida a la primera pareja de esta era, utilizaron una mezcla hecha con los huesos de los antepasados, masa de maíz, amaranto y frijoles. A fin de insuflarles vida acudieron el Sol, el Viento, el Fuego y el Agua; fuerzas divinas de la naturaleza que, curiosamente, habían destruido a los hombres precedentes. Antes de crear a los hombres, el dios ordenó el universo, al cual denominó Semanahuactli. Hizo la Tierra cuadrada y plana, sostenida en sus cuatro esquinas por los tlamameh, cargadores, quienes están parados en el suelo de la cuarta era que ahora es el Inframundo. Los tlamameh levantaron un plano para que fuera el Cielo.

Dios Dual Mito Mexicano

Un día, el dios creador Ompacatotiotzin convocó a los dioses en un cerro llamado Postectitla el cual era tan alto que llegaba al Cielo. Cuando estuvieron reunidos, procedió a designar a cada uno sus funciones y tareas. Al dios Sol, Tonatiuh, le dijo que debía dar luz al día ayudado por Tlacatecólotl, el Hombre Búho, docto en hechicería. Asimismo, Tonatiuh debería estar al pendiente de la conducta de los hombres y, en caso de que se comportaran en mala forma, debía castigarlos severamente. Para realizar dicha tarea le ayudaría Metztli, la Luna, que también era su esposa. Las diosas Chicomexóchitl, Siete Flor, y Macuilxóchitl, Cinco Flor, se encargarían de la fertilidad de las mujeres y de la abundancia de la vegetación.  Al dios Miquiztli lo nombró la deidad de la muerte. Atl, Agua, y  Apanchanch, Sirena, recibieron el título de dioses de la lluvia. Como dios del viento designó a Ehécatl. A Tlitl Xahuantzi le correspondió ser el dios del fuego; mientras que Íchcatl lo fue de la indumentaria y el tejido.

El cerro de Postectitla era tan alto que cuando los hombres subían podían acceder al lugar donde los dioses guardaban sus provisiones y robarlas. Los robos disgustaban a las deidades por lo cual decidieron partir al cerro. Así, quedó dividido en siete porciones donde habitaron los dioses:, Tzoahcalli, Xochicoatepec, Tepenáhuac, Tepeicxaitla, Postectitla, Xihuicómitl y Ayacachtli. En la primera vivió Tonatiuh; en la segunda, Tlacatecólotl; y en Postectitla vivieron Macuilxóchitl y Chicomexóchitl. Fueron moradas temporales, ya que poco después, todos ellos, se fueron a vivir al Cielo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tradiciones

Hilando la vida: el telar de cintura.

El tejido indígena                
Entre los siglos XV y XII a.C. cuando dio inicio la etapa cultural denominada  Mesoamérica, en México se desarrollaron culturas indígenas poseedoras de un grado de civilización sumamente relevante. Entre sus variadas expresiones culturales destacaba, por su belleza y calidad, el arte de tejer. Esta actividad correspondía exclusivamente a las mujeres, quienes estaban encargadas de producir las telas con las cuales confeccionar las vestimentas que usaban los hombres de la comunidad durante el ejercicio de sus múltiples ocupaciones y, por supuesto, las que ellas mismas lucían en su vida diaria, en festividades religiosas y en ocasiones memorables, como el día en que contraían matrimonio.

Las mujeres tejedoras mexicas tenían una diosa particular llamada Tlazoltéotl, quien las  había enseñado a tejer por medio de un instrumento que llamamos actualmente telar de cintura. Como materia prima utilizaban las fibras vegetales del agave y el algodón de colores, utilizado por las clases jerárquicamente superiores; es decir, por sacerdotes, nobles, guerreros y comerciantes. En cambio, los campesinos y artesanos menores debían conformarse con vestimentas en su mayor parte elaboradas con fibras.

Hoy en día, algunos de los grupos indígenas descendientes de aquéllas culturas mesoamericanas, continúan utilizando el telar de cintura para la producción de sus lienzos; y aún sigue siendo una tarea exclusiva del sexo femenino. En cambio, los hombres casi siempre son los encargados de tejer en el llamado telar de pedales -de origen hispano¬- los maravillosos gabanes, sarapes, y rebozos con que se cubre el pueblo mexicano.

La vestimenta indígena constituye uno de los rasgos culturales más importantes de los grupos étnicos, por medio de ella se distinguen unos grupos de otros, pues constituye un rasgo distintivo de identidad, en el que se entrelazan siglos de tradición y costumbres que caracterizan y diferencian a cada comunidad indígena. Ver a un indio o a una india vestidos con sus magníficos trajes, nos permite reconocer la etnia a la que pertenece, y saber si se trata de un tzotzil, una zapoteca del istmo o un mixe de la sierra, para mencionar algunos ejemplos. Asimismo, en ocasiones permite conocer el estatus que la persona ocupa en la comunidad.

A fin de aprender a tejer, las mujeres indígenas se adentran a este oficio desde muy temprana edad; así, cuando aún son niñitas, reciben la enseñanza en el seno familiar, en donde adquieren todos los conocimientos y experiencia acumulados por generaciones de mujeres tejedoras. Las niñas continúan la tradición hasta que son adultas y les llega el tiempo de convertirse en maestras de sus hijas a las que enseñan a plasmar en sus tejidos la simbólica cosmovisión de su cultura, pues es de todos conocido que los textiles indígenas constituyen verdaderos textos plenos de símbolos y alegorías, guardados por milenios y renovados por la dinámica propia de su existencia cultural.

En la elaboración de los textiles, las mujeres indígenas trabajan en los tiempos que les dejan libres sus obligaciones de madres, esposas y amas de casa; a menos, claro está, que se trate de tejedoras profesionales dedicadas solamente a esta labor. Así pues, cuando el tiempo es propicio, sacan sus hilos de lana o algodón coloreados con anilinas o tintes naturales, hilos que previamente han sido hilados en malacates, y proceden a tejer los lienzos que permitirán dar forma a sus huipiles, quechquemes, enredos, fajas, morrales, rebozos y muchas prendas más que componen  su indumentaria cotidiana y festiva.

El telar de cintura       
Muchas de las técnicas de tejido empleadas por las mujeres de la época anterior a la Conquista han sobrevivido hasta nuestros días, y siguen vigentes en los textiles de algunos grupos indígenas. Hilar y tejer continúanse haciendo en igual forma y casi con los mismos instrumentos, aun cuando hay algunos implementos que las mujeres de la actualidad han introducido para facilitar su trabajo. Sin embargo, el telar de cintura se ha mantenido en uso muy orgulloso de su nombre que se debe al hecho de que la tejedora lo amarra a su cintura por uno de sus extremos y, por el otro,  lo ata a un árbol o poste. También se le suele llamar telar de otate, porque se elabora con esa clase de planta parecida al carrizo.

El telar de cintura está formado por dos varillas paralelas que se llaman enjulios, y que sirven para tender la urdimbre. Un enjulio queda cerca de la tejedora y del amarre de la cintura; el otro, se encuentra en el extremo que da al árbol o poste donde se ata. De uno a otro de los enjulios se tiende la urdimbre. Ya que se la puso, se separan los hilos pares de los impares, por medio de una varilla de paso. Al subir y bajar la vara de lizo, que permite fijar los hilos pares e impares y manipularlos, se forma la calada o hueco por donde pasan los hilos horizontales que forman la trama, y que están enrollados en un huso. Con el procedimiento de ir mezclando la trama con la urdimbre, se va formando el lienzo de la tela, cuyo largo depende de la tela que se quiera elaborar, y cuyo ancho está en relación a los brazos de la tejedora y a su comodidad para «lanzar» el huso. El hilo que contiene este último instrumento, se obtuvo agrupando hebras sueltas para formar un hilo continuo, por medio del malacate, que posibilite el proceso de tejer.

Los ligamentos
La manera cómo se entrelazan los hilos de la urdimbre y de la trama para formar la tela reciben el nombre de ligamentos. Los ligamentos más utilizados son el tafetán, el confetillo, la tapicería, la gasa, la sarga, la tela doble o negativo, o el tejido en curva y el brocado. El tafetán es la técnica más simple, pues consiste en cruzar un hilo, o varios, de la urdimbre con el hilo de la trama en forma alternada. El confetillo se hace dejando flojas algunas hileras de hilos de la trama, que luego se jalan con una espina de maguey para que quede un afelpado parecido al de las toallas de baño. La tapicería se obtiene empleando hilos de colores en la urdimbre, de manera que se formen dibujos al pasar los hilos de la trama, los cuales son iguales por las dos caras de la tela. Con el tejido de gasa se logra una tela fluida y casi transparente, similar al encaje. El tejido de sarga produce líneas diagonales, producto del pase de varios hilos de la trama sobre la urdimbre. La técnica de la tela doble permite lienzos con figuras de colores contrastantes en ambos lados de la tela, ya que por un lado la imagen es igual a su contraria, pero de diferente color. El tejido en curva es un ligamento muy interesante, ya que en determinado momento del proceso de tejido, se da vuelta a la tela, y los hilos de la urdimbre se convierten en hilos de la trama y viceversa. Finalmente, el brocado se forma con hilos que se adicionan o se agregan, independientes a los hilos de la trama, para ir formando los dibujos que se desean realizar. Como hilos independientes que son, se pueden quitar sin que la tela se maltrate o se desbarate. Es una técnica muy bella que muchas personas no avezadas en estos menesteres textiles suelen confundir con bordados hechos encima de la tela.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Yucatan

Jacinto Canek. leyenda yucateca.

En la tierra húmeda nació
El indio Canek, a la luz de la mañana.
Con la piel de lodo y los ojos de
Obsidiana.

Jacinto Uc de los Santos, también llamado José Cecilio de los Santos, el gran héroe maya, nació el 14 de diciembre de 1730 en el Barrio de San Román, en la Ciudad de San Francisco Campeche, barrio situado en el actual estado de Campeche, en el sureste de México,  que en ese tiempo formaba parte de la Capitanía General de Yucatán. Más tarde, Jacinto Uc adoptó el nombre de Jacinto Canek, derivado de kaan ek, cuyo significado en lengua maya es “serpiente negra” o “serpiente de la estrella”. Nuestro héroe tomó el nombre del que llevaban muchos de los antiguos gobernantes, halach uiniks, de los itzáes, el pueblo maya que emigró a Yucatán en el siglo IV procedente del Petén.

Jacinto Canek. Leyenda yucateca

De muy jovencito, Jacinto fue a servir como criado de los frailes franciscanos  del convento mayor de la Ciudad de Mérida. Tiempo después fue expulsado del recinto debido a su carácter rebelde. A pesar de ser muy inteligente, los frailes no le perdonaron su rebeldía. En el convento aprendió a hablar y a escribir el “castilla”, por lo que pudo adentrarse en la lectura de la historia de Yucatán escrita por los vencedores, pero también tuvo acceso a la historia escrita por los vencidos, los mayas. A causa de sus lecturas Jacinto Canek se volvió pensativo,  orgulloso y rebelde, por lo cual los religiosos, después de tratar de convertirlo en un joven obediente y dócil como “un perro domesticado”, lo expulsaron del convento como queda asentado. Así las cosas, Canek se metió a obrero de una maderería de la ciudad de Mérida. Ahí tomó mayor conciencia de la opresión del pueblo a manos de los españoles, y decidió emprender una lucha libertaria. Empezó a recorrer muchos pueblos de la zona para concientizar ideológicamente a los indios mayas. Trabajó intensamente, y fue muy querido y admirado por los indígenas de todos los pueblos que recorrió. Se le consideraba la reencarnación de los antiguos, sabios y valerosos sacerdotes mayas. El objetivo de su lucha era expulsar de territorio a todos los colonialistas españoles, liberar al pueblo de la miseria y opresión, y volver a la forma de vida de los antiguos mayas.

Corría el año de 1761, cuando en el poblado de Cisteil, en el actual municipio de Yaxcabá, cerca de la  jurisdicción maya de Sotuta, iba a realizarse una fiesta religiosa, el 19 de noviembre, en honor al santo patrono de Cisteil. La celebración religiosa  reuniría a muchos indígenas. Canek, que en ese entonces contaba con treinta y un años, aprovechando la reunión de tanta gente en el atrio de la iglesia, incitó a los indios mayas a levantarse contra los españoles. Les dijo, según nos narra el investigador mexicano E. Flores Cano: Hijos míos muy amados: no sé qué esperáis para sacudir el pesado yugo y servidumbre trabajosa en que os ha puesto la sujeción a los españoles; yo he caminado por toda la provincia y registrado todos sus pueblos, y considerando con atención qué utilidad o beneficio nos trae la sujeción de España […] no hallo otra cosa que una penosa [..] servidumbre.

 

En esta tónica siguió hablando Canek por largo rato. En la euforia, el pueblo lo nombró su rey y le otorgó el epíteto de “Jacinto Canek, pequeño Moctezuma” y le colocó la corona de oro de una imagen de la iglesia. Pero el cura de Sotuta que le había escuchado, asustado y traicioneramente, dio aviso al comandante militar sobre la insurrección de Canek y su incitador mensaje. Inmediatamente, ciento cincuenta soldados realistas fueron al lugar donde se encontraba Jacinto Canek. La lucha dio inicio, pues los indios también estaban armados. Los mayas mataron al comandante y a ocho soldados. Iban ganado la contienda. Pero las tropas españolas de varias ciudades aledañas acudieron en ayuda para sofocar la rebelión. Muchos indígenas se fueron sumando a la lucha; sin embargo, las fuerzas coloniales eran más poderosas en número y armas y, tras tres horas de una cruenta lucha, cientos de mayas perdieron la vida. Jacinto Canek rescató a quinientos de sus hombres, junto con los cuales huyó y se escondió en una cercana hacienda. Todo fue inútil, veinticuatro horas después, las tropas virreinales rodearon la hacienda e hicieron prisioneros a Canek y ciento doce de sus hombres. Los rebeldes fueron trasladados a la ciudad de Mérida. Se le acusaba de ir contra los intereses de la corona española y de haber realizado actos sacrílegos, pues las autoridades alegaban que Jacinto se había vestido como la Virgen de la iglesia de Cisteil a fin de coronarse como el rey de los mayas. Tales acusaciones le llevaron a ser descuartizado en la plaza pública un mes después de ser arrestado, haber sido cruelmente torturado, a fin de obtener una satisfactoria confesión para los intereses de los hispanos, y de haber pasado por un ridículo juicio sumario.

Para asistir a la ejecución de Jacinto Canek, los españoles de Mérida vistieron sus mejores galas y se sentaron en sillas especialmente llevadas por sus criados para ver cómodamente el espectáculo, al tiempo que saboreaban dulces y sabrosos pastelillos. Cuando Canek subió al potro de tortura, el verdugo le propinó un terrible golpe en la cabeza con una barra de hierro. En seguida, destrozaron el cuerpo del rebelde y lo exhibieron en la plaza para escarmiento de los indios quienes tristemente observaban tanta crueldad hispana. Poco después, el cuerpo de Jacinto Canek fue quemado en la hoguera y sus cenizas se esparcieron por todo el territorio maya. Sus compañeros de prisión vieron su atroz muerte. A ocho de sus compañeros se les ahorcó, destrozó, y sus cadáveres mutilados fueron enviados a sus respectivos pueblos. Los demás rebeldes fueron azotados públicamente hasta casi la muerte, y se le arrancó una oreja como ejemplo viviente de lo que les pasaría a futuros rebeldes.

El historiador don Justo Sierra (1846-1912) escribió al respecto: Se le hace pasar un suplicio de los más horrorosos que se leen en la historia, quemándose su cadáver y arrojando al aire sus cenizas; sus ocho compañeros fueron ahorcados dos días después y otros cien infelices fueron condenados a sufrir la durísima pena de doscientos azotes y la pérdida de la oreja derecha.

Finalizada la ejecución de Jacinto Canek y sus compañeros de lucha, el pueblo de Cisteil fue  quemado en su totalidad por las tropas del virrey y cubierto con sal, para que nadie olvidase la “traición” de los valerosos indios mayas.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Mitos Cortos

El Espíritu Mayor y Montezuma. Mito pápago.

Los indios pápagos de Sonora afirman que el Espíritu Mayor creó la Tierra y todo lo que en ella vive. Este dios bajó del Cielo a la Tierra para coger barro, y a continuación regresó al Cielo con la arcilla para  arrojarla a un agujero que había construido. En ese momento apareció Montezuma (sic), y con su ayuda fueron haciendo surgir a las tribus indias. Hasta el final salieron los salvajes apaches quienes inmediatamente huyeron. Fueron días felices en el mundo. El Sol se encontraba más cerca de la Tierra, por lo que no había estaciones y el clima era tan bueno que nadie necesitaba vestirse. Los animales y los hombres tenían un lenguaje común y podían comunicarse y vivir en paz entre ellos. Pero de pronto tuvo lugar una tremenda inundación que terminó con esos días felices, pues destruyó todo lo existente. Sólo Montezuma y su amigo Coyote sobrevivieron, porque Coyote predijo la inundación y ambos pudieron tomar providencias: hicieron un bote que colocaron en  Santa Rosa. Con una caña que Coyote tomó de las orillas del río, construyó un arca a mordidas,  se metieron en ella y  sellaron la entrada con hulli. Así, ambos se salvaron de la inundación y salieron cuando la Tierra se volvió a secar. Montezuma envió a Coyote a averiguar cuanta tierra se había secado. Coyote hizo cuatro viajes para saber el lugar en que el mar alcanzaba cada uno de los cuatro vientos. De su viaje al oeste, este y al sur, supo que el mar se encontraba a la mano. Pero cuando fue al norte no encontró mar, lo cual estuvo a punto de enojarlo.

Montezuma, espiritu mayor

El Espíritu Mayor, ayudado por Montezuma, volvió a crear a las personas y a los animales que empezaron a multiplicarse. Montezuma asumió el gobierno, pero por orgulloso y prepotente dada su alta posición, permitió que muchas desgracias cayeran sobre la Tierra. El Espíritu Mayor bajó a la Tierra a reprender a Montezuma, pero éste sólo se burló de las leyes y consejos que le diera, y se volvió rebelde. Muy enojado, el Espíritu Mayor se regresó al Cielo llevándose al Sol y depositándolo en el lugar que ocupa hoy en día. Montezuma reunió a todas las tribus y ordenó construir una torre que llegara hasta el Cielo. La torre fue creciendo. Tenía en sus pisos oro, plata y piedras preciosas que eran el orgullo de Montezuma. Cuando llegó al Cielo, el Espíritu Mayor mandó un rayo y la destruyó. Montezuma, arrogante, ordenó profanar los templos y romper las imágenes sagradas, e incitó los niños de la aldea a burlaran de templos e imágenes. El Espíritu Mayor envió un insecto hacia el este, para que trajera, de una tierra desconocida, a los españoles, quienes hicieron la guerra a Montezuma y lo destruyeron, haciendo que desapareciera la idea de su carácter divino.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas

El Santo Niño de Atocha. Leyenda zacatecana.

Mí muy amado Santo Niño de Atocha/en esta hora de aflicción: /te alabo, te glorifico,/te santifico con todo mi corazón,/y te doy esta oración.

El Santo Niño de Atocha es una de las tantas advocaciones del Niño Jesús. Su origen es español. Cuenta la leyenda que en el siglo XIII, la ciudad de Atocha fue invadida por los musulmanes quienes enseguida procedieron a encarcelar a todos los hombres cristianos. Los presos solamente podían recibir la comida que les llevasen sus hijos menores de 12 años. Empezó a correr el rumor de que un niño pequeño, vestido como peregrino, les llevaba comida a los presos que no tenían hijos o que eran mayores de 12 años. Los carceleros le permitían entrar a la prisión, y pronto se dieron cuenta de que la comida y la bebida que llevaba el niño en la canasta nunca se agotaban y alcanzaba para todos. Ante este prodigio, las mujeres de Atocha fueron al templo donde se encontraba Nuestra Señora de Atocha, le rezaron y le agradecieron el milagro. Al hacerlo, se percataron de que el niño que sostenía la Virgen en brazos tenía los zapatitos hechos jirones y se encontraban llenos de polvo. ¡El Niño de Atocha salía por las noches a auxiliar a los cristianos presos!

Santo niño de Atocha

Un buen día, llegados ya a México los conquistadores españoles, un general y sus tropas llegaron a un fresno que se encontraba cerca de un pozo donde la gente iba a acarrear agua. Como el lugar era fresco el general descansó bajo el árbol y decidió llamarle al paraje Fresnillo; también pensó que sería ocurrente fundar una villa en ese sitio. Cuando el pueblo se estaba construyendo, unos mineros que se encontraban cerca de un lago vieron llegar una mula que cargaba una gran caja de madera en el lomo. Los mineros liberaron a la mula de la caja para que pudiese descansar y beber agua, pero en cuanto le quitaron la caja, la mula salió huyendo. Los mineros abrieron la caja y encontraron una moneda de plata con un Cristo crucificado llamada “corpus”. El general ordenó que ahí se construyera una iglesia y que el nombre de la ciudad fuera Plateros. Mandó traer de España una imagen de Nuestra Señora de Atocha, la cual colocó en el altar de la iglesia  -a la que se llamó Iglesia de San Agustín-  junto con el Cristo de plata. Poco tiempo después, se descubrieron minas de plata en Fresnillo. En una ocasión ocurrió una terrible explosión y muchos mineros quedaron atrapados. Las esposas de los trabajadores acudieron a la iglesia a rezarle a la Virgen de Atocha y se percataron de que el Niño no se encontraba en los brazos de su madre, pues el Santo Niño de Atocha había acudido donde se encontraban los mineros atrapados para darles comida y agua, y para mostrarles el camino de salida de la mina… sus ropas y zapatitos sucios eran testimonio de su divina ayuda. Desde entonces, cada vez que les acontecía alguna catástrofe a los mineros, el Niño acudía en su auxilio. Al Santo Niño de Atocha se le colocó en una caja de cristal para que todos los vieran y lo adoraran; se convirtió en el Patrón de Zacatecas y en el protector de los mineros.

Hoy en día, las peregrinaciones acuden a Plateros, Zacatecas, a venerarlo y llevarle juguetes para su esparcimiento en el día de su nacimiento: Navidad. El Santo Niño de Atocha es una de las más bellas imágenes de la iconografía católica vestido con su capita, su sombrero adornado con plumas, su bastón de peregrino con un guaje en una mano, y su canasta plena de pan en la otra.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tradiciones

La alfarería en México.

En el México prehispánico la alfarería apareció en la zona cultural denominada Mesoamérica, durante un período muy antiguo conocido como el Horizonte Preclásico, alrededor de 1,800 a 1,300 a, C. Se trata de una cerámica muy desarrollada en su técnica, forma y calidad, cuya máxima expresión la encontramos en Cuicuilco, Ticomán, Zacatenco, San Cristóbal Ecatepec, Tetelpan, Tlapacoyan, Xico, y otros lugares del Valle de México. Los artistas de este período ejecutaron con admirable destreza trípodes, platos, comales ovales, botellones zoomorfos, cajetes, cántaros, tinajas y variadas figurillas humanas.

La materia prima de la alfarería
El barro es la materia prima con la cual trabajan los artesanos alfareros. Sin embargo, debemos aclarar que no todos los barros son adecuados para elaborar objetos; ya que es necesario que posean ciertos componentes químicos que les permitan obtener determinada plasticidad para ser manejables. El barro es una sustancia de grano fino compuesto de sílica, alúmina y agua. A veces contiene hierro, álcalis, tierras alcalinas y caolín. La sílica y la alúmina combinadas con agua forman el barro alfarero fundamental, cuya fórmula química se expresa: Al2O3 2SIO2  H20.
A veces sucede que el barro es plástico en exceso, se pega a las manos y se dificulta su manejo. Para remediar este problema, algunos artesanos le agregan cuarzo, tepalcates molidos, arena, conchas u otras sustancias que consideran adecuadas. Así por ejemplo, en Metepec, Estado de México y en Tlayacapan, Morelos, los artesanos emplean la plumilla o pelusa de la flor de tule para suavizar el barro. En cambio, en Silao, Guanajuato, se emplea arena de río mezclada con estiércol.
El alfarero se procura el barro de yacimientos que existen en los alrededores de su comunidad, más o menos alejados de sus talleres o casas. Una vez que lo ha seleccionado, en su centro de trabajo lo lava, retira las piedras o basuritas que tenga, lo deja secar, lo muele y le agrega las sustancias que requiera para su óptima plasticidad.

El trabajo del alfarero
Con el barro ya preparado y listo para usarse, el alfarero o la alfarera  -pues no debemos olvidar que en esta rama artesanal participan tanto los hombres como las mujeres-  pueden optar por tres técnicas fundamentales para dar forma a sus piezas. La primera y más antigua la denominamos modelado a mano; con ella se elaboran los objetos utilizando simplemente las manos a partir de uno o varios rollos de barro; o bien, dando forma a un trozo de arcilla; tal y como lo hacen hoy en día los artesanos de Tepalapa, Chiapas. La segunda técnica, consiste en modelar el barro por medio de moldes o patrones de barro cocido y yeso. Más avanzada tecnológicamente que la anterior, esta técnica  se empleaba ya en el México prehispánico por los pueblos de los horizontes Clásico, Postclásico e Histórico. La tercera técnica, el torneado, permite al artesano fabricar sus piezas en un torno, el cual consiste en un disco que se impulsa por medio de electricidad o de los pies, para hacer girar una superficie circular en cuya parte superior se coloca un trozo de barro. Hay tornos más elementales que consisten en una simple tabla o cualquier pieza plana, que se coloca sobre una superficie curva, y se le imprimen movimientos giratorios. El torno no fue conocido por los alfareros del México precolombino, sino que se introdujo  a partir del siglo XVI, a raíz de la conquista hispana.

La cocción
Cuando el artesano ha terminado de labrar, darle forma a una pieza, la pone a secar a la sombra. Ya que está completamente seca la cuece. A esta operación se le llama quema o cochura. La cocción del barro puede realizarse en hornos circulares abiertos por arriba, como se usan en la mayoría de los centros alfareros. Pero también suelen emplearse hornos bajo tierra, como en San Bartolomé Coyotepec, Oaxaca; o a la intemperie, sobre el piso, tal como se acostumbra en Amatenango del Valle, Chiapas. El combustible para calentar los hornos es muy variado, puede ser leña, boñiga, petróleo, gas o electricidad. Estos dos últimos se emplean para cocer piezas de alta temperatura; es decir, de 1,200º C, como es el caso de la mayólica o talavera, recubierta de esmaltes a base de óxidos de plomo y estaño, que se cuece en hornos de gas o del llamado tipo morisco.     

Decoración de una pieza de alfarería
Para dar un bello acabado y decorar una pieza, el alfarero utiliza varias técnicas. Puede emplear el alisado que consiste en eliminar las asperezas de un objeto para dejarlo suavecito al tacto. O bien, puede bruñirlo antes de cocerlo frotándolo con una piedra o un trozo de metal para darle un acabado brillante. Pero también el artesano suele decorar su pieza por medio del calado, en cuyo caso perforará el barro crudo para formar decoraciones geométricas o fitomorfas. Otras veces aplica un colorante de origen mineral al barro que se conoce con el nombre de engobe, empleado mucho en el acabado de los cántaros. Asimismo, el artesano puede practicar incisiones en la pieza sin hornear, con el fin de lograr un bello esgrafiado. El esmaltado se obtiene cuando al objeto se le aplica esmalte y se cuece,  si el esmalte es vidriado, el artesano obtendrá una buena impermeabilización de la pieza. Cuando el objeto cerámico está cocido y se aplican sobre él dibujos monocromáticos o policromados, se dice que el artesano ha empleado la técnica del pintado. Por último, tenemos el pastillaje que sirve para decorar la pieza por medio de la aplicación de figuras hechas del mismo barro, como lo podemos observar en las muñecas que se elaboran en Atzompa, Oaxaca, y que además conservan el bello color natural del barro claro.

Las piezas de alfarería tienen diferentes usos: el doméstico, como los jarritos que cotidianamente usamos para beber atole o café; el ornamental, como los árboles de la vida de Izúcar de Matamoros, Puebla, con que adornamos nuestra casa; el ritual, como los incensarios de Yecapiztla, Morelos, en los que quemamos copal para nuestros difuntos; y el lúdico o de diversión, tal las muñecas de barro de Tehuantepec, Oaxaca, llamadas tanguyús y que se regalan a las niñas con motivo de Año Nuevo.

Principales centros alfareros
La alfarería es una de las principales ramas del arte popular distribuida a todo lo largo de México. Su importancia radica,  precisamente, en esa enorme distribución, y, por supuesto, en la finura y belleza con que las mujeres y los hombres del pueblo ejecutan sus piezas. Podemos decir que existen alrededor de setenta y cinco centros alfareros que destacan por la maestría de sus artesanos. Así por ejemplo, en Puebla encontramos a Acatlán con sus cántaros, cajetes, apaxtles y chimbules; a Izúcar de Matamoros que destaca por sus muñecos animales, candeleros, y sus, famosos árboles de la vida y la muerte; está también Huaquechula en donde se labran figuras para Muertos y Navidad. En Oaxaca tenemos a San Bartolo Coyotepec que produce ollas, cántaros, pichanchas y sirenas; Jamiltepec destaca por sus juguetes a la usanza prehispánica; Tehuantepec por sus muñecas y caballitos, y San Blas Atempa por sus ollas y tinajeras para enfriar agua.

En Michoacán podemos mencionar la cerámica de Capula y sus vasijas, macetas y ollas vidriadas; las piñas y poncheras verdes de San José de Gracia; de Patamban nos asombra su loza vidriada en verde; y de Tzintzuntzan sus cuichas y tachas. Basten los ejemplos anteriores para darnos una somera idea de la enorme producción alfarera de nuestro país.                                                    

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

El funesto matrimonio de Tariácuri. Leyenda purépecha.a

Hubo una vez que por razones político-religiosas, el Señor de Curínguaro dio a Tariácuri una de sus hijas para que contrajera matrimonio con ella. El propósito oculto de tal dádiva era quitarle a Curicaveri, el máximo dios. Para ello, la muchacha debería ser obediente con Tariácuri y no abandonarlo en ningún momento. Tariácuri se encontraba en Zinbani haciendo flechas cuando vio llegar a los viejos que le llevaban a la joven. Les dio la bienvenida mientras los ancianos le informaban que Chánshori le enviaba a la chica, para que le ayudase  a guardar sus aperos cuando viniese de sus labores, y para confeccionar mantas para el dios Curicaveri y para el mismo Tariácuri. El joven, complacido, aceptó la ofrenda en nombre del dios, y obsequió a los ancianos con una sabrosa comida. Poco después, los mensajeros se despidieron llevando consigo bellas mantas y camisetas para entregar a su Señor. La mujer tomó posesión de la casa de Tariácuri, y al poco tiempo quedó encinta. Pero la joven era licenciosa y frecuentemente se escapaba para ir a Curínguaro a emborracharse con sus amigos. En una ocasión ya no volvió más, y Tariácuri, extrañado, le preguntó a su tía el paradero de la muchacha. La tía le respondió que se había ido a la casa paterna sin siquiera enviar un mensajero avisando de su ausencia. Tariácuri le pidió a su tía que fuera a buscarla, pero ella le respondió que tal vez fuera mejor que él fuese en su búsqueda. Tariácuri emprendió la marcha acompañado de su séquito. En Zirimba Angátacuto atrapó un venado y recogió leña. Al llegar al pueblo encendieron un gran fuego en honor del dios Uréndequauécara de Corínguaro al que sacrificaron el venado. Cuando llegó ante su suegro, el príncipe se dio cuenta que todos los amigos, parientes y mujeres del Señor estaban borrachos. Su suegro le instó a que desollase al venado para asarlo y comerlo a fin de quitarse la borrachera. Cuando estaban comiendo, el suegro le preguntó a Tariácuri la razón por la que no había llevado a su esposa, a lo que él respondió que no era su intención visitarlo, sino que había ido tan solo a llevar una ofrenda al dios Uréndequauécara, y que había aprovechado para pasar a saludarlo. Chánshori le invitó a beber, pero Tariácuri le respondió muy airado y enojado: -No tengo de beber, que me tomo luego el vino y cairéme aquí, encima de vosotros, porque me tomo muy malamente. En seguida agarró su arco y sus flechas y, sin despedirse,  salió de la casa. Chánshori envío un hijo suyo a darle alcance. Tariácuri le preguntó la razón por la cual se esposa no se encontraba en la casa de su padre, el cuñado prometió indagar el paradero de la joven. De regreso, y una vez informado Chánshori, les preguntó a las mujeres de su harén si sabían dónde estaba la joven esposa de Tariácuri. Pero nadie la había visto. Entonces el Señor dijo: -¿Quién dijo que la apartase de su marido? Id a buscalla. Al enterarse la joven huidiza que todos la estaban buscando, sigilosamente se refugió en sus antiguos aposentos. Cuando la encontraron, la llevaron delante de su padre, quien enseguida se percató de que llevaba los belfos llenos de licor y la cara tiznada. Enojado, le preguntó la razón por la cual había abandonado a Tariácuri, a lo que la joven respondió que su esposo pensaba matar a sus hermanos y familiares, que la cuestionaba mucho acerca de su carácter y forma de ser de manera inadecuada y grosera, que le decía mostrándole una flecha en la mano: – Mira, mira mujer, con estas tengo de matar todos tus hermanos y parientes. ¿Cómo, son valientes hombres? ¿Son ligeros? ¿Para qué se quieren poner bezotes? ¿Es por ventura bezote el que se ponen? ¿No es un palo que se ponen allí? ¿Son esforzados? ¿No son mujeres’ Y las guirnaldas de trébol que se ponen en la cabeza no son sino cintas de mujeres que se ponen en el cabello. Y las orejeras de oro no son orejeras de oro, mas zarcillos de mujeres. ¿Por qué no se las quitan y se ponen zarcillos? Y lo labrado que tienen en las espaldas no es de valientes hombres, mas labores de mujeres. Y las camisetas que traen no son sino mantas de mujeres y sayas. ¿Para qué traen los cueros de tigre en las muñecas? ¿Son por ventura valientes hombres? Mejor harían de comprar sartales para ponerse en las muñecas. Y las otras insignias que traen de valientes hombres y los mástiles que traen, que no son mástiles mas sayas y fajas de mujeres. Y los arcos que traen no son arcos, mas telares de mujeres; y las flechas no son sino lanzaderas y husos de mujer… Yo los mataré, acabaré con todos. Mira, mira, mujer, con estas les tengo de flechar. En una palabra, según la mentirosa esposa estaba llamando cobardes maricones a sus hermanos.

Al oír lo relatado, Chánshori se enojó mucho, y ordenó a su cohorte de ancianos que se llevasen a la joven y la entregasen a su marido. Pero en el camino la mala esposa se encontró con dos de sus amigos de juerga: Xorópeti y Taréquasinguata, quienes la invitaron a beber vino, la emborracharon y fornicaron con ella. Al otro día, Tariácuri fue a recoger leña para el templo de Curicaveri, terminada su tarea se sentó en el portal de su casa para desayunar. En esas estaba cuando su infiel esposa salió, muy bañada y fresca, por la puerta de la casa llevando en las manos una jícara llena de pescado. Su actitud era como la de alguien que sabe que ha hecho mal, pero trata de disimularlo. Llena de temor ofreció la jícara con pescado a su esposo y le dio la bienvenida. Tariácuri llamó a una tía y le ordenó que cociese el pescado, al tiempo que decía: – Ven acá y lleva este pescado y cuécelo todo. Nosotros, ¿qué, habemos de comer pescado del burdel?… Llevadlo todo y coceldo y queden algunos pocos para que pongamos ofrenda dello a Curicaveri. Esta afrenta no se ha hecho a mí sino a Curicaveri. Rauda, la muchacha entró en la casa… y Tariácuri se fue al monte por leña.

 En otra ocasión, cuando Tariácuri se alistaba para la fiesta de Purécotaquaro para la cual sacaban a Curicaveri y al dios de la guerra llamado Pungárecha de sus templos, vio llegar a Xorópeti y a Taréquasinguata, los dos amigos de parranda de la disoluta esposa. Los amiguitos deseaban participar en la celebración a los dioses. Tariácuri les dios la bienvenida. Al percatarse la mujer de la llegada de sus cotlapaches, se arregló esmeradamente para recibirlos. Se preparó una buena comida y todos se pusieron a comer y a beber. Al ver que Tariácuri no bebía le preguntaron la razón, a lo que contestó que no bebía por no emborracharse y descomponerse, pero que ellos lo hicieran. Al llegar la tarde, se despidió de ellos para ir al monte a recoger matas de trébol y leña para el templo. Mientras tanto, la esposa y sus amigos se divertían de los lindo, tomaban sin medida, y magreábanse a placer. Al llegar a su casa, Tariácuri la vio toda desarreglada y preguntó a su tía por su esposa. La tía le informó que estaba enferma, que tal vez tenía “senguero”; Tariácuri acudió a verla a sus aposentos. La encontró cubierta hasta la cara con una manta, la destapó y se dio cuenta que toda la cara y el cuerpo estaban tiznados, y las ropas mal puestas y desgarradas… Pero no quiso reprenderla por temor a causar una guerra con Chánshori. Y así siguió el mal comportamiento de la mujer por mucho tiempo. Hasta que un día, cansado de llevar los cuernos, Tariácuri decidió deshacerse de la funesta mujer y tomar una nueva esposa. Los problemas se terminaron.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas

Los Jaguares Cósmicos. Leyenda lacandona.

Cuentan los indios lacandones de la selva chiapaneca que el mundo fue creado cuatro veces por el dios Hach Ak Yum, Nuestro Verdadero Padre. El Primer Mundo fue destruido por medio de fuertes vientos y lluvias que inundaron la Tierra. El Segundo, llegó a su término a causa de un eclipse que provocó que los monstruos terrestres y celestiales devoraran a los hombres. El Tercer Mundo fue destruido por Hach Ak Yum, descontento a causa del comportamiento poco piadoso de los hombres hacia  él. Cuando Hach Ak Yum, creó el Cuarto Sol; es decir, el Cuarto Mundo,  las almas de los muertos se despertaron y volvieron a poblar la Tierra.

Cada vez que el mundo se destruía a causa de los enojos de Hach Ak Yum, el dios cubría al Sol con su manto, y los grandes Jaguares Cósmicos bajaban a la tierra para devorar a los hombres. Los jaguares, connotados con características masculinas, se encontraban amarrados a un árbol de copal, copalcuáhuitl, y vivían en el Este del universo.

Jaguar cosmicoEn cambio, los jaguares hembras habitaban el Oeste, y se mantenían atadas a un tronco de guaje, huaxin. Entre ambos bandos se entablaban, constantemente, cruentas luchas. Siempre triunfaban los jaguares masculinos, pues de otra manera el mundo hubiera terminada irremediablemente, pues nunca la Luna, hembra, puede derrotar al Sol, macho, y sumir al mundo en las tinieblas a causa de su triunfo. Ya que Hach Ak Yum calmaba su ira,  encerraba a los jaguares debajo de la Tierra, en el Inframundo donde reinaba el terrible dios Menzabak, el Hacedor de Humo, quien cuidaba las almas de los muertos, producía las negras nubes que traen consigo las lluvias, y colocaba un nuevo Sol; es decir, se iniciaba una nueva etapa en la historia de la vida de los hombres.

Un día, tal vez no muy lejano, el dios Sol y los Jaguares Cósmicos provocarán el último cataclismo y será el fin de la humanidad. Posiblemente, las plegarias a la diosa Luna pudieran detener tal catástrofe, pero aun antes de que acontezca este suceso, los dioses ya se han alejado de la selva, la han abandonado, razón por la cual los hombres viven actualmente sin sus dioses protectores y deben luchar, escarnecidamente, por sobrevivir en el mundo de los blancos. Los dioses se han ido, los dioses se han muerto…

Sonia Iglesias y Cabrera


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Mitos Cortos

Chichini, el rey de los dioses. Mito totonaco.

Los indígenas totonacos del estado de Veracruz, adoran al dios Sol, Chichini, por sobre todas las cosas. Se trata de un ser muy poderoso al que no se le puede ver por la luz tan intensa que emite. Gracias a él, los hombres pueden gozar de la luz del día. Chichini es el dador de la vida y del calor que propicia la existencia; es el dueño de la siembra y del maíz; los alimentos son el producto de la sangre de este dios. Chichini es, además, el héroe civilizador que encontró al maíz y enseñó a los hombres cómo cultivarlo, allá por el inicio de los tiempos. Chichini nació un día en que se juntaron cuatrocientos dioses, entre los que había dos hermanos, uno de ellos se arrojó al fuego de una hoguera y nació el dios Sol, para beneficio de la humanidad; el otro hermano, acobardado, no se atrevió a echarse al fuego, pero después recapacitó y se arrojó. Sin embargo, la hoguera ya se había apagado, tan solo quedaban las cenizas. Este hermano se fue al Cielo y se convirtió en P’apa, la Luna, que visita todos los meses a las mujeres para que tengan su menstruación. Los eclipses se producen cuando estos dos dioses-hermanos se pelean.

Los totonacos de la Sierra Norte de Puebla    cuentan que en un principio principio todo era oscuro. Como a los animales no les gustaba la oscuridad, en un momento dado se reunieron para hacer la luz. A la reunión no fue la lagartija, la cual se escondió debajo de una piedra. Una vieja mujer fue a buscarla, rompió la piedra en cuatro trozos, y encontró dos huevos que se guardó en el pecho. La vieja quedó embarazada; a los nueve meses tuvo dos hijos, quienes tuvieron que pasar varias pruebas. La primera, consistió en matar a dos serpientes voladoras que devoraban a los animales. Éstos les pidieron a los jóvenes que se transformaran en el Sol porque todo estaba muy oscuro. Para lograrlo debían sacrificarse arrojándose en una laguna de fuego. Antes de hacerlo, el mayor de ellos fue a despedirse de las muchas novias con que contaba; luego, se echó al fuego y se convirtió en el Sol. Cuando llegó a la laguna el hermano menor, ya no había fuego, tan solo cenizas. Ni tardo ni perezoso el chico se  arrojó y se transformó en la Luna.

mito chichini de VeracruzOtra versión nos cuenta que los antepasados veían pasar todos los días una iguana macho llamada Martín. En una ocasión un muchachito vio a Martín, le siguió y le vio acostarse e introducirse en una roca caliente. Asombrado, el muchacho le contó lo que había visto a su padre; éste fue a la Presidencia Municipal y relató el hecho a los funcionarios. Las personas que se encontraban en la Presidencia y el padre del joven decidieron que había que partir la roca para ver que había dentro… pero nadie logró partirla. Ante su incapacidad, llamaron a un pájaro llamada Francisco, quien saltó sobre la roca hasta que consiguió romperla en el vigésimo salto. Entonces, de la roca abierta salió un rayo muy fino que se fue hasta al Cielo. En la grieta que se formó con la rotura quedó una yema de huevo que se le dio a tragar a una niña huérfana que vivía en el pueblo. A los nueve meses, la jovencita dio a luz al Sol que tenía la forma de un hombrecito. Había nacido el dios Sol. Cada vez que Francisco, el Sol, se pone, se enfrenta con Manuel, la Luna, que no puede reponerse del enojo que le causó el nacimiento de Francisco. Cada día emprenden ambos una carrera para ver quién puede salir primero por el Oriente. La Luna siempre llega tarde, porque el Sol cuenta con un perro que le ayuda a no ser alcanzado por P’apa.

Sonia Iglesias y Cabrera