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Leyendas Mexicanas Época Colonial

Pedro de Alvarado, el cruel. Leyenda colonial.

Pedro de Alvarado y Contreras nació en Badajoz, Extremadura, España, en el año de 1485. Conquistador de corazón, participó en varias conquistas antes de tomar parte en la de Mexico-Tenochtitlan al lado de su rival en crueldad don Hernán Cortés. Su carácter era enérgico, violento, y sanguinario. Por ser alto y rubio, los indígenas de México le dieron el apodo de Tonatiuh, el Sol, considerándolo, en un principio, la encarnación de dicha deidad. Pero su deificación pronto quedó borrada al destacarse como poseedor de los más terribles pecados y desenfrenos.

A la edad de 27 años, llegó a la isla La Española, situada en el Archipiélago de las Antillas Mayores, descubierta por Cristóbal colón en 1492. Lo acompañaban sus hermanos Jorge, Gonzalo, Gómez, Hernando, y Juan. En 1512, Pedro de Alvarado formaba parte del séquito de Diego Colón, hijo de Cristóbal Colón, virrey de las Indias, cuyo gobierno se encontraba en Santo Domingo. Transcurrido un año, Alvarado emprendió la conquista de Cuba bajo las órdenes de don Diego Velázquez. En 1518, junto con Juan de Grijalva, Pedro de Alvarado llegó a las costas de Yucatán y del Golfo de México; descubrió Cozumel y fundó, en la desembocadura del río Papaloapan, una villa a la que llamó Alvarado.

Poco tiempo después, se convirtió en el primer capitán de Hernán Cortés. Peleó contra los tlaxcaltecas dirigidos por Xicoténcatl Axayacatzin, tlatoani del señorío de Tizatlán, a quien venció. Como regalo por la victoria hispana, los tlaxcaltecas obsequiaron a Hernán Cortés una de las hijas de Xicoténcatl El Viejo, a quien se bautizó con el nombre de doña Luisa; pero éste la rechazó y se la otorgó a don Pedro. Con Luisa Alvarado procreó una hija, Leonor; y un hijo al que le puso su mismo nombre: Pedro. Leonor acabaría casándose con el duque de Albuquerque don Francisco de la Cueva.
En 1520, Alvarado que había quedado al mando de las tropas, pues Cortés había ido a combatir a Pánfilo de Narváez, futuro gobernador de Florida. Alvarado se quedó con una compañía de ochenta soldados para resguardar a Moctezuma Xocoyotzin ya hecho prisionero y pelele de los españoles. Alvarado consideró que su posición militar era débil con tan poca tropa y además rodeado de los mexicas enojados y exacerbados por la tibieza de su tlatoani. Ante esta situación, Tonatiuh decidió llevar a cabo la terrorífica Matanza del Templo Mayor de Tenochtitlan llamada la Matanza de Tóxcatl. El nefasto día del 20 de mayo de 1520, los mexicas se encontraban celebrando, tranquilamente, la ceremonia a los dioses Tezcatlipoca, Espejo Humeante, y Huitzilopochtli, Colibrí Zurdo.

Según relata Bernal Díaz del Castillo, los mexicas trataban de asesinar a don Pedro durante la fiesta Tóxcatl, quien se encontraba sumamente disgustado por la celebración de la tal fiesta de carácter francamente pagano. Por otra parte, Alvarado estaba resentido porque los mexicas habían quitado para la ceremonia las imágenes de la Virgen María y de la Cruz que habían colocado los conquistadores en el templo de Huitzilopochtli. Sin embargo, los mexicas habían solicitado con tiempo el permiso a Pedro de Alvarado para efectuar la celebración, y éste había lo había autorizado escondiendo, solapadamente, sus verdaderos propósitos. Cuando los señores mexicas danzaban completamente desarmados, las tropas hispanas cerraron las salidas del Templo Mayor y dispararon contra los nobles tenochcas. Tasajeaban y acuchillaban con las espadas, atacaban por la espalda; cabezas y brazos volaban por doquier, desgarraban cuerpos, herían muslos y pantorrillas, destrozaban abdómenes y arrastraban los intestinos. Los nobles corrían, pero no lograban ponerse a salvo. Habían caído en una trampa mortal. Los muertos fueron incontables. Los españoles se refugiaron en las casas que los mexicas habían puesto a su disposición, y procedieron a apresar a Moctezuma Xocoyotzin. Veintidós años después, Fray Bartolomé de las Casas en una relación enviada a Carlos V, relataría:
[…] e comienzan con las espadas desnudas a abrir aquellos cuerpos desnudos y delicados, e a derramar aquella generosa sangre, que uno no dejaron a vida […] Fue una cosa ésta que a todos aquellos reinos y gentes puso en pasmo y angustia y luto e hinchó de amargura y dolor; y de aquí a que se acabe el mundo o ellos del todo se acaben, no dexarán de lamentar y cantar […] aquella calamidad e pérdida de la sucesión de toda su nobleza […]

Una vez cumplida la terrible matanza, Alvarado fue “amonestado” por Hernán Cortés quien acudió presuroso a Tenochtitlan a preparar la defensa de la ciudad, y a sufrir la derrota que el 30 de junio de 1520 padecieran en las afueras de Tenochtitlan y conocida como la Batalla de La Noche Triste. Alvarado se salvó por un pelo saltando con su lanza los puentes de la acequia de Tacuba; a esta acción se la conoce como el Salto de Alvarado, la cual dio origen al nombre de la calle Puente de Alvarado, situada en la antigua calzada que conducía al señorío de Tlacopan.

Poco después de la caída de Mexico-Tenochtitlan, Pedro de Alvarado participó en la Conquista de Guatemala, en 1524, pertrechado con tropas formadas por españoles e indios tlaxcaltecas y cholultecas. Vencida Guatemala Tonatiuh fue nombrado alguacil mayor de los Caballeros de Guatemala, El Salvador, y Honduras.

En 1527, Alvarado marchó a España a fin de entrevistarse con Carlos V de quien recibió los nombramientos de gobernador, capitán general y adelantado de Guatemala. Cuando regresó a América en 1529, el entonces gobernador de Nueva España le apresó y sometió a juicio. Pero Tonatiuh contaba con la protección de Hernán Cortés quien  intervino para que quedase en  libertad.
Después de un fracasado intento de participar en la conquista de los Andes, en 1541 participó en la llamada Guerra del Mixtón emprendida contra grupos indígenas chichimecas de Nueva Galicia. En la contienda Pedro de Alvarado fue arrollado por el caballo de un compañero torpe en el momento que las tropas españolas huían de los indios comandados por el caxcán Francisco de Tenamaxtle, en Nochistlán, al sur del actual estado de Zacatecas. Malherido, Tonatiuh murió unos cuantos días después del accidente, el 4 de julio de 1541. Se le enterró en la iglesia de Tiripetio, Michoacán. Poco tiempo después, su hija, doña Leonor Alvarado Xicoténcatl le traslado a una cripta de la Catedral de San José de Santiago de Guatemala, junto a la Sinventura, la mujer que fuera su esposa: doña Beatriz de la Cueva.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Mitos Cortos

Camazotz, el dios Murciélago. Mito maya.

Camazotz, Servidor de la Muerte, dios murciélago de la mitología maya fue el maestro de los misterios de la vida y de la muerte. Simbolizaba la noche, la muerte y el sacrificio. Los mayas representaban a Zotz, Camazotz, como un ser humano con cabeza y alas de murciélago..Se trataba de un dios del mal que trasmitía la enfermedad de la rabia. Se encuentran imágenes de este animal sagrado en jeroglíficos y cerámica de hace más de 2,000 años. Se le honraba por medio de sacrificios de animales y ofrendas de tamales y flores

En los códices mayas aparece con un cuchillo de sacrificios en las manos, sosteniendo con la otra a quien va a asesinar. En la escritura maya aparece asociado con el signo de la inmolación, por lo cual se le suele relacionar con el sacrificio humano y con las ofrendas de sangre.

En el Popol Vuh, las antiguas historias del quiché, el murciélago fue una especie de ángel que descendió del Cielo a fin de decapitar a los seres humanos de madera de la segunda creación de los dioses Tepeu y Kukulkan, por ser imperfectos y no tener sentimientos.

Mito camazotz el dios murcielagoEn el mismo Popol Vuh se nos relata que Ixbalanqué y  Hunahpú, los dioses gemelos, fueron hijos de Hun-Hunahpú, dios de la fertilidad y del juego de pelota, y la bella Ixquic, hija de Kuchumakik, unos de los Señores de Xibalbá. Un día, Hun-Hunahhpú y su gemelo Vucub-Hunahpú  se pusieron a jugar en el juego de pelota, como hicieron mucho ruido, los dioses de Xibalbá se enojaron y Hun Camé y Vucub Camé, los principales señores del Inframundo, los retaron a jugar en sus lares. Del sagrado juego los vencedores fueron los de Xibalbá. Ixbalanqué y Hunahpú tomaron la revancha, y se dirigieron al Inframundo equipados solamente con cerbatanas. Después de pasar con éxito muchas pruebas y maldades de que son objeto por parte de los dioses del más allá, y gracias a los consejos y la ayuda de Camazotz, llegan a pasar la noche en la Casa de los Murciélagos, Zotzilaha, “donde los murciélagos chillaban, gritaban y revoloteaban”, habitada por Zotzilaha Chimalman, el dios murciélago. Este escalofriante lugar, era una espantosa caverna  se situaba en lo que actualmente es Alta Verapaz, cerca de Cobán en la República de Guatemala. Es en esta caverna donde Hunahpú pierde la vida al ser decapitado por uno de los chilladores murciélagos comandados por Zotzilaha. Y su cabeza sirvió de pelota en el último partido. Sin embargo, Ixbalanqué con la ayuda de un conejo recupera la cabeza y se la coloca de nueva cuenta a su gemelo.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Cortas

La Primera Atarazana de la Nueva España. Leyenda colonial.

En los inicios del año de 1522, los conquistadores empezaron la edificación de la Ciudad de México sobre los terrenos donde estuviera la antigua ciudad de Mexico-Tenochtitlan.  Después de cierto tiempo de haber dado comienzo la traza de la ciudad, entre 1522 y 1524,  se edificó la legendaria Atarazana, lugar para construir y reparar barcos, que más bien se utilizaba como una verdadera fortaleza que protegía a la ciudad de las posibles sublevaciones de los indios. Se construyó en el antiguo pueblo de La Candelaria de los Patos, cerca de la actual Avenida Circunvalación, espacio circundado por canales que llevaba el nombre de Macuitlapilco, “lugar de la cola de papel”. Ocupó la Atarazana el lugar de lo que anteriormente fuera un adoratorio dedicado a alguno de los dioses mexicas, sin saberse exactamente a cuál. Desde la Plaza Mayor, se llegaba a la Atarazana por la actual calle de Guatemala, antigua calle de Los Bergantines.

La fortaleza estaba construida una parte en tierra firme y otra sobre el agua. Tenía tres puertas lacustres que llevaba a tres galerías interiores. Contaba la Atarazana con una torre llamada Templum ubi orant, y un embarcadero que le sirvió a Hernán Cortés para atracar los famosos trece bergantines que empleó en la toma de Tenochtitlan. Como diría el Capitán: Puse luego por obra, como esta ciudad se ganó, de hacer una fuerza en el agua, a una parte de esta ciudad en que pudiese tener los bergantines seguros, y desde ella ofender a toda la ciudad si en algo se pudiese, y estuviese en mi mano la salida y entrada cada vez que yo quisiese…

ciudad de mexico mapa

Así pues, en caso de alguna rebelión por parte de los indios, los españoles tenían asegurada su escapatoria de la isla en los bergantines. Las piezas de artillaría, los instrumentos, y pertrechos de las naves se guardaban dentro de la Atarazana en una bodega localizada en su parte trasera. En el piso de arriba se encontraban las habitaciones de don Francisco de Solís, el alcaide de la fortaleza, y una cárcel casi siempre plena de presos.

Hacia 1535, las aguas del lago empezaron a disminuir, por lo que la Atarazana corría un grave peligro de dañarse y, por supuesto, los bergantines no podían zarpar en esas condiciones. Debido a ello, las autoridades de la Nueva España, encabezadas por el primer virrey don Antonio de Mendoza, pensaron en la posibilidad de trasladarla a la calle de Tacuba. Sin embargo, en 1550 seguía en el mismo lugar muy destruía, deteriorada, y apuntalada para que no se cayese. En tales condiciones el edificio se mantuvo hasta principios del siglo XVII.

Cabe la triste gloria a la Atarazana el haber sido el primer edificio construido en la capital de la Nueva España: la Ciudad de México, y el haber albergado a los bergantines del capitán Hernán Cortés con los cuales derrotó a los valerosos tenochcas.
 
Sonia Iglesias y Cabrera


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Tradiciones

El bezote en la cultura mixteca.

El bezote, ese atractivo objeto de ornato empleado por multitud de culturas de todo el mundo, se coloca en los orificios que se practican en el labio superior e inferior, cerca de las esquinas de la boca, o en combinación latera y central inferior. Se elabora de diferentes materiales, como piedra, hueso, madera, concha, marfil, vidrio, cobre, y demás. Su tamaño y sus diseños varían de acuerdo al gusto y la cosmovisión de los grupos que lo emplean. Se pueden hacer de una sola pieza, o de varias partes ensambladas combinando diversos materiales en cada una de ellas. El uso del bezote tiene de 8,000 a 10,000 años de antigüedad, y en nuestros días se sigue empleando en algunas etnias. Todos los pueblos que han usado bezotes lo han hecho por razones simbólicas religiosas o sociales.

El bezote mixtecaLos mixtecos y el bezote sagrado
El bezote constituyó en el México prehispánico un artículo de mucha valía exclusivo de las clases aristocráticas y de la jerarquía militar. Su uso se inició durante el Período Postclásico en toda el área de Mesoamérica, salvo en la cultura maya. En el idioma mixteco se le conocía con el nombre de yavuiindi dzaa, que significa “labio horadado”. En la zona oaxaqueña el Posclásico comprende de 850 a 1521 d.C., período en que tuvo lugar el florecimiento de las ciudades-estado de Mitla, Zaachila, Titaltongo, y otras más. En esta época cultural aparece la arquitectura de hermosas y complicadas grecas, la cerámica policroma,  los códices y los increíbles trabajos en metal que hicieron tan famosas a las culturas que se asentaron en lo que hoy conocemos como el estado de Oaxaca.

Dentro de este contexto se encuentra la cultura mixteca de raigambre militarista, cuyo predominio en la región fue indiscutible. En la Mixteca, el uso del bezote surgió en el Postclásico Tardío (1300-1521) en el ámbito del alto rango militar y relacionado con una innegable simbología religiosa, ya que los sacerdotes-guerreros representaban a los dioses en la Tierra, y los bezotes que portaban los identificaban como pertenecientes a la casta divina. Es necesario hacer notar que los bezotes solamente fueron utilizados por los humanos,  ningún dios aparece luciendo estos emblemas en las diversas representaciones que de ellos se hicieron. Posiblemente porque como nos dice la antropóloga Martha Carmona Macías en su artículo “El bezote: Símbolo de poder entre los antiguos mixtecas”:
…También podemos entender por qué ninguna deidad aparece luciendo bezote. Sencillamente, porque no lo necesita. Ella es el poder, y sólo el hombre al que elige debe mostrar la legitimación del mando que se le otorgó, por lo que éste usa un adorno-emblema que lo simboliza ante los hombres.

Estos hermosos emblemas solían elaborarse en cristal de roca, ámbar, jade y oro. Los bezotes más impresionantes fueron labrados en cristal de roca, que por su dureza requería de una sin igual maestría para trabajarlo; debido a su transparencia el cristal simbolizaba la pureza en toda su acepción. En lengua mixteca el cristal de roca recibía el nombre de yuu u yuhu. Son pocas las piezas de cristal que han llegado a nosotros. Podemos mencionar un impresionante bezote elaborado en cristal y oro, que se encuentra en el Museo de Historia en Viena, Austria. Se trata de un faisán hecho de tres partes que representa al dios Xochipilli-Macuilxóchitl; el oro fue trabajado empleando la técnica de la cera fundida, y el cristal está hábilmente tallado. Esta pieza formó parte de la colección de los Habsburgo, de ahí que se encuentre en Viena.

El ámbar, cuyo nombre mixteco es yuu nduta nuhu, “piedra sagrada de mar”, también se utilizaba para hacer bezotes. De esta resina se obtenían ámbares amarillos, amarillos mezclados con verde, y ámbares blanquecinos considerados de menor valor. El ámbar provenía de la provincia de Tzinacantan, en el actual estado de Chiapas. El ámbar amarillo, el más valioso de los tres, simbolizaba al Sol, se relacionaba con el oro y con el dios Xipe Tótec, Iha Nukuii para los mixtecos. El jade o jadeíta fue una piedra sagrada en la época prehispánica asociada con los dioses del agua y, por ende, con el concepto de fecundidad. El yunn nduta se obtenía de la región de Nejapa. En la tumba 7 de Monte Albán, perteneciente a la cultura zapoteca, se encontró un bezote de oro y jadeíta, el cual representa la cabeza estilizada del pájaro coxcoxtli, identificado con el dios Xochipilli. El oro engastado al ave nos remite, simbólicamente, a la fecundidad y al calor.

Los antiguos pobladores de Mesoamérica, afirmaban que el oro era una secreción del dios Sol, que al caer a la Tierra se convertía en pepitas de oro que los hombres recogían. Los mixtecos lo llamaron dziñuhu cuaa, “el resplandeciente amarillo”. De ahí que simbolizara el poder máximo, representado en la Tierra por el gobernante o yeheñuhundi, “ser temido por dios”. Por ello,  la posesión y el uso de bezotes de oro estuvieron absolutamente reglamentados y circunscritos a las clases poderosas. Con oro los mixtecos crearon piezas inigualables que podemos clasificar en tres tipos: bezotes de botón; de remate (simples y con colgantes); y de cuerpo cilíndrico (de botón y con colgantes). De la producción de bezotes mixtecos destacan aquellos que representan aves, como el mencionado faisán y el coxcoxtli. Una hermosa pieza de la colección del Museo Nacional de Antropología representa al dios Koo Sau (Ehécatl), formada de tres piezas y elaborada con la técnica de la cera fundida; la cresta emplumada, de la cual cuelgan algunos cascabeles está hecha con la técnica de la falsa filigrana.

En tanto que emblema exclusivo de los guerreros, la colocación del bezote requería de un rito. Con una navajita de sílex muy afilada, se perforaba la parte situada entre el labio inferior y el mentón, justo donde se forma una pequeña depresión. Durante el proceso, el guerrero debía mantenerse valiente y no dar muestras de dolor a fin de demostrar su valor. El bezote llevaba dos aletas medio curvas, las cuales se introducían en la perforación y se ajustaban a la encía; sobresalía la cazoleta del bezote y el remate, que podía ser un simple botón, la representación tallada de un dios, o algún animal como los pájaros que hemos mencionado. Para que la herida no cicatrizase y se cerrase, se empleaban ciertas hierbas sólo conocidas por los guerreros. Al hablar, el bezote se movía al ritmo de las dulces y suaves palabras del idioma mixteco, como si fuera el mismo dios el que estuviese hablando. A partir de entonces, los guerreros podían lucir sus bezotes con orgullo, pues significaba que habían peleado con honor en el campo de batalla y se merecían dicho emblema.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Tradiciones

Los primeros mercados de la Nueva España.

El Tianguis de Juan Velázquez.
Una vez establecida la primera traza de la Ciudad de México sobre las ruinas de Mexico-Tenochtitlan, hacia el año de 1523, existía ya un centro de abasto en la parte oeste. Fue el primer mercado que conoció la ciudad hispana. Se trataba del mercado de Juan Velázquez, localizado en el terreno donde más adelante se construyó el Convento de Santa Isabel, y donde actualmente se encuentra el Palacio de Bellas Artes. En su época se le conocía como El Tianguis de Juan Velázquez, en honor a un famoso y querido cacique indígena, pues el mercado era básicamente para los naturales.

No se sabe con exactitud cómo era dicho mercado, pero es de suponer que se trataba de un terreno, posiblemente no muy grande, en el cual se colocaban los “puestos” llamados “sombras”. Consistían las tales sombras en armazones de palo o vara que sostenían una manta o petate, para protegerse  del sol. Bajo el techado se colocaban los objetos para su venta.

En este primer mercado se vendían las mercancías que provenían de los cultivos indígenas  y los objetos de uso cotidiano que ellos manufacturaban, y con los que se abastecían de artículos tales como piedra, cal, madera, camisas, lana, cerámica, molcajetes, maíz, tamales, chía, petates, velas, antorchas, plantas medicinales, carbón, incienso, tabaco y otros muchos más. Los indios que vendían sus productos en este mercado estaban exentos del pago de la alcabala, siempre y cuando los productos fueran fabricados por ellos mismos. No se sabe con certeza cuándo desapareció el mercado de Juan Velázquez.

El Mercado de la Plaza Mayor
Al mismo tiempo que este mercado, al que por orden del Cabildo emitida en 1528, se prohibía que cualquier español comerciara en él  –orden que no se cumplía ya que tanto españoles como negros y mulatos compraban mercancías que luego revendían y dieron origen a la regatonería-  existía otro que supuestamente era para uso exclusivo de los españoles. Se llamaba el Mercado de la Plaza Mayor situado dentro de la traza de la ciudad.

Mercados de la Nueva España

Hernán Cortés en sus Cartas de Relación nos dice al respecto:
Hay dos grandes mercados de los naturales de la tierra, el uno en la parte que ellos habitan y el otro entre los españoles: en estos hay todas las cosas del bastimento que en la tierra se pueda hallar, porque toda ella lo vienen a vender; y en esto no hay falta de lo que antes solía en el tiempo de su prosperidad, verdad es que joyas de oro, ni plata, ni plumajes, ni cosa rica, no hay nada como solía; aunque algunas piececillas de oro y plata salen pero no como antes.

Este mercado de la Plaza Mayor se creó a raíz de que los mercados de Tenochtitlan y Tlatelolco habían dejado de funcionar al ser destruidas tan importantes ciudades. Las mercancías que lo surtían llegaban por las orillas del lago, por la Acequia Real, lo cual era muy conveniente para el comercio. Además, dentro de la Casa del Cabildo estaba instalada la Carnicería que surtía a la nueva ciudad virreinal. Esta casa se encontraba en el lugar que hoy ocupa el más viejo de los edificios del Gobierno de la Ciudad de México.

Fue así como, poco a poco, la Plaza se convirtió en el centro de la actividad comercial, y tan próspera era tal actividad que las autoridades pensaron en la posibilidad de crear portales para que los vendedores se protegiesen del sol y de las inclemencias del tiempo. A los propietarios de los terrenos que se ubicaban al poniente de la Plaza, se les regalaron varios metros más, con la condición de que ahí edificasen unos portales donde se instalaran los comerciantes que se encontraban dispersos. El primero que se hizo fue el Portal de Mercaderes, al que siguió el Portal de las Flores  -situado frente a la Casa del Cabildo- dedicado a la venta de las flores procedentes de Xochimilco.

El mercado, pequeño en un principio, fue creciendo hasta formar un conjunto desbordante de puestos de sombra y “cajones” de madera. Eran tantos que llegaban a invadir los patios del Palacio Virreinal. En 1658, se registró  un incendio en los puestos del mercado, que aunque no fue de grandes consecuencias, perjudicó a muchos de los comerciantes ahí apostados. Se trataba de un edifico rectangular de dos niveles situado hacia el lado en donde hoy se encuentran las calles de 5 de febrero y 16 de septiembre; es decir, en la esquina suroeste de la Plaza Mayor. Las aceras norteñas del mercado daban hacia Catedral; por el sur colindaba con el Ayuntamiento; por el oriente, con el Palacio Virreinal; y por el poniente con el Portal de Mercaderes.

En el mes de junio de 1692, tuvo lugar un tumulto contra el Conde de Gálvez. El movimiento trajo como consecuencia que se quemaran doscientos ochenta cajones. El incendio se propagó y se afectaron por el fuego la casa de Cabildo, los Archivos, el Palacio Virreinal, la entrada de la Alhóndiga, y otras dependencias más.

Se iniciaron de inmediato los trabajos de reconstrucción, pero no hubo suficiente capital para las tareas necesarias. No fue sino hasta el 30 de diciembre de 1694 que, por Cédula Real, se ordenó que se reiniciasen los trabajos del nuevo mercado de la Plaza Mayor. La obra  se inició en 1695 y se terminó en septiembre de 1703. En el centro el mercado tenía una plazuela, donde se situaban las mesillas del Baratillo. La parte superior, el primer piso, servía de bodega y en la planta baja se situaban los cajones de venta. Ambas partes se comunicaban por medio de una escalera.

Así dio inicio una de las más importantes tradiciones de nuestro país por su belleza, colorido, abundancia de objetos, y mercancías: Los mercados y tianguis de México.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

La Reina Roja. Leyenda maya.

La Reina Roja es el poético nombre que se le dio a una osamenta hallada en el Templo XIII de las ruinas de Palenque, ciudad maya del estado de Chiapas. Estas ruinas arqueológicas  abarcan una superficie de 2.5 kilómetros cuadrados, de los cuales se ha explorado solamente cerca del 10%. La ciudad maya de Palenque es considerada como Patrimonio de la Humanidad desde el año de 1987. A la llegada de los colonizadores españoles, la zona de Palenque se conocía entre los choles con el nombre de Otolum, Tierra de Casas Fuertes, por lo cual Pedro Lorenzo de la Nada, fraile dominico conquistador ideológico, le nombró “palenque”, término que en lengua catalana, palenc, significa “fortificación”. Palenque es considerada como una de las ciudades más importantes del Período Formativo maya (de 2,500 a.C. a 300 d.C.) período en que fuera fundada Lakam Ha hacia el año 100 a.C. como una aldea de agricultores. La ciudad creció durante el Período Clásico Temprano (200-600) hasta llegar a ser la capital de la región de B’akaal, “hueso”, en el Período Clásico Tardío, la cual alcanzó su máximo esplendor entre los años 615 y 783 d.C. en que se construyeron grandes centros ceremoniales, mausoleos, palacios, acueductos, y demás edificios que delatan su importancia y poderío.

Las investigaciones antropológicas más fidedignas indican que la osamenta encontrada en Palenque pertenecía a una mujer que en vida llevó el nombre de Tz’akbu Ajaw, o Ahpo-Hel su otro nombre. Fue esposa de K’inich Janaab’ Pakal II, El Grande, ahau, gobernador, del ajawlel, señorío maya, del mencionado B’aakal asentado en Lakam Ha, el Lugar de las Grandes Aguas. Pakal II nació el 23 de marzo de 603, en los inicios del Período Clásico, y murió el 28 de agosto de 683, o sea que tuvo una larga vida. El padre de Pakal fue K’an Mo’Hix, y a su madre se la conoció con el nombre de Sak K’uk. Pakal subió al trono a la temprana edad de doce años el 9.9.2.4.8.5 lamat mol, o séase el 26 de julio de 615. Su gobierno fue próspero, pues dio impulso a la construcción arquitectónica de Palenque, y se preocupó por llevar los registros jeroglíficos de su mandato. Pakal contrajo matrimonio con la Reina Roja el 19 de marzo de 626 cuando contaba con 23 años.

Tz’akbu Ajaw, Señora de la Sucesión, fue la hija de Yax Itzam Aatmi, tuun ajaw, “gobernante de la piedra preciosa”, de Ux Te’ K’uh; por cierto gobernante de mediana importancia. La Reina Roja nació alrededor de 610 en Ox Te’Kuh, en las llanuras del estado de Tabasco, y murió el 16 de noviembre de 672. La real pareja tuvo tres hijos: K’inich Kan Balam II, Serpiente Jaguar Radiante, nacido en el año de 635; K’an Joy Chitam II, Gran Pecarí Precioso dado a luz en 644; y Tiwwol Chan Mat cuyo nacimiento se situa en 648. El primer hijo fue un ahau del Señorío de B’aakal, situado en Lakam Ha’, a quien se debe la construcción los grandes edificios públicos de Palenque. El segundo hijo fue también gobernante de B’aakal, y a él se debe la talla del tablero en el Palacio de Palenque que representa el momento en que subió al trono y recibió la diadema real de manos de su padre Pakal El Grande, mientras que la Reina Roja le hace entrega de las insignias de guerra del pedernal y el escudo.

La reina roja leyenda

La Reina Roja no fue una mujer muy alta, media tan solo un metro cincuenta y ocho centímetros, que tal vez para la época era un promedio alto; lucía  el cráneo deformado a la manera tubular oblicua, como era costumbre llevar entre las mujeres de la nobleza maya. Cuando niña de cuna había sufrido el proceso del vendaje con tablillas amarradas a la cabeza para lograr la deformación craneana, la cual se consideraba como el súmmum de belleza tanto masculina como femenina. La hermosa Reina Roja con el paso de los años, que no perdonan a nadie, sufrió de osteoporosis, y posiblemente le dolían las piernas cuando caminaba por su lujoso palacio o cuando asistía a las ceremonias religiosas. Además, Tz’akbu Ajaw padecía una terrible artritis degenerativa que le impedía utilizar el telar de cintura y fabricar sus bellos collares de jadeíta y turquesa. Sus dientas careados la  deben haber hecho sufrir mucho, a pesar de haberse sometido a varias curas en manos de los doctores de la corte.

Afectada por tantas enfermedades para las cuales no había cura posible, la Reina Roja encontró la muerte en el año 672, como queda dicho, y su esposo Pakal II decidió enterrarla dentro de un sarcófago. Así pues, el enamorado esposo mandó construir el Templo de las Inscripciones para gloria del ahau, para que descansara la Reina, y para posteriormente acogerlo a él también. Para llegar a la cámara mortuoria donde reposarían ambos cuerpos, se hacía necesario descender una escalera interior, pues la cámara se encontraba a 1.50 metros bajo tierra. En esta cámara se encontró, cientos de años después, la maravillosa osamenta de la Reina Roja la cual descansaba en una de las recámaras de una subestructura que constaba de una puerta y un pasillo, dentro de un sarcófago monolítico. Dicho sarcófago medía 2.40 centímetros de largo por 1.18 de ancho y estaba colocado en un recinto abovedado. Sobre la lápida del sarcófago se encontraba un incensario y un malacate de hueso; en su lado poniente quedaron los restos de un niño de aproximadamente ocho años, y en el lado este los de una mujer de treinta años no muy alta que murió al quitársele el corazón a manos de los sacerdotes. Se trataba de “acompañantes” sacrificados a la Reina Roja para que le hiciesen compañía en su viaje al más allá. Los huesos de Tz’akbu Ajaw estaban pintados con cinabrio, un mineral de mercurio y azufre que da una coloración roja, color que dio pie a su inmortal nombre, aunque ella nunca lo supiera. La cámara en la cual fue hallada, contaba con un psicoducto: una perforación que le permitió a la Reina Roja comunicarse con Xibalbá; es decir, el Inframundo de los mayas, y descender las escaleras que desembocan en un río sagrado.

La Reina Roja llevaba una máscara mortuoria hecha con cien piezas de malaquita (procedentes de las costas de Guerrero), la hermosa piedra semipreciosa de color verde, y dos conchas a manera de orejeras; dos láminas de obsidiana hacían las veces de pupilas y cuatro de jadeíta fungían como iris. Una máscara más pequeña de jade adornaba una especie de cinturón; la reina portaba pulseras, cuentas circulares y un collar. Como corona ostentaba una diadema, símbolo de la nobleza maya.
Actualmente, la Reina Roja se encuentra resguardada en una bodega de la zona de Palenque donde espera su liberación.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Cortas

Ilancuéitl, la primera reina de México. Leyenda prehispánica.

Reina de MexicoFalda de Anciana o Ilancuéitl, fue una hermosa mujer que gobernó a los mexicas. Nació en el año de 1299 y murió a los 48 años de edad. Su padre fue Acolmiztli, Señor de Acolhuacan, e hijo de Tlacatéotl y de Chalchiutoxochtzin. Muy jovencita contrajo matrimonio con Acamapichtli, El que Empuña la Vara de Caña, el primer gobernante tenochca. Su matrimonio fue impuesto por Cóxcox, el gran tlatoani de Acolhuahcan por razones políticas. Juntos subieron al trono en 1376. Acamapixtli había nacido en 1347 (ca.) en la ciudad de Tenochtitlan, como fruto de la unión entre Opochtli Iztahuatzin y Atotoztli, princesa de Culhuacan e hija de Nauhyotl. De Acamapixtli descienden todos los otros tlatoanis que gobernaron la Gran Tenochtitlan hasta la llegada de los conquistadores hispanos. Poco después de ser el huey tlatoani de Tenochtitlan, Acamapixtli emprendió numerosas batallas contra los pueblos aledaños con el fin de someterlos; por ejemplo, según queda asentado en el Códice Mendocino, guerreó contra Xochimilco, Mixquic, Cuahunáhuac y Cuitláhuac.

Aparte de casarse con Ilancuéitl, tuvo veinte mujeres más, escogidas entre las hijas de los nobles mexicas. Para desgraciada de la reina no pudo tener hijos con su esposo Acamapixtli debido a su  esterilidad. Esta incapacidad le ocasionó una terrible depresión, y Ilancuéitl lloraba y se lamentaba todo el tiempo caminando por los pasillos de palacio. Por otra parte, los celos que sentía hacia las concubinas de su esposo eran terribles, pues el tlatoani había engendrado varios hijos con algunas de ellas. En su desesperación por ser madre pidió a su esposo que

…y fue que ya que el Señor de lo creado le había privado del fruto de bendición, que para que aquel pueblo perdiese aquella mala opinión que de infecunda de ella tenía, le concediera que aquellos hijos que de las otras mujeres naciesen, que en naciendo ella los metería en su seno y se acostaría fingiéndose parida, para que los que entrasen a visitarla le diesen el parabién del parto y nuevo hijo. El rey, inclinado a su ruego, mandó que así se hiciese, y así en pariendo que paría alguna de aquellas mujeres, acostábase ella en la cama y tomaba al niño en sus brazos… recibiendo las gracias y dones de quienes la visitaban.

La pobre reina estéril Ilancuéitl murió en el año de 1383 sin haber dado a luz nunca.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Mitos Cortos

El universo según los nahuas. Mito nahua.

Para los nahuas de Chicontepec, Veracruz, piensan el universo, conocido por el nombre de Semanahuactli, el Contenedor, está formado por  tres planos: el Cielo, Ilhuicactli; la Tierra, Tlaltepectli; y el Inframundo, Mictlah o Tlazcuitla. Estos planos se encuentran   orientados hacia los cuatro puntos cardinales. El Cielo y la Tierra están rodeados por los tlalcueitin, “faldas de la tierra”, que evitan que las aguas del mar se desborden. La Tierra, que es plana y cuadrada, se encuentra sostenida por los tlaketzalmeh, parados en el carapacho de cuatro tortugas.

En la Tierra viven Tlaltenana, la MadreTierra y Tlaltetata, el Padre Tierra. La Tlaltepactli equilibra al Cielo, al Inframundo, al hombre, y a las divinidades. Por lo tanto, el hombre, que vive en ella,  tiene a su cargo dicho equilibrio, el cual puede romperse cuando su conducta es mala; o bien, cuando maltrata a  la superficie de su hogar: la Tlalixoantzi, la Cara de la Tierra. En la Tierra habitan seres malvados junto a algunos dioses. Por ejemplo, están los chanehketl que adoran vivir en el agua y en los cerros, y gustan de hacer maldades. Junto a ellos conviven  los bondadosos guardianes o tlamocuitlahuianeh: en el cerro vive Tepetlácatl; en las milpas, Tecohmilli. El cuerpo de la Tierra está representado por cuarzos que simbolizan su masa encefálica; la sustancia de la tierra es la carne; el corazón, el fuego; la cabeza, los cerros; las rocas representan los huesos; y el agua la sangre.

El Cielo se encuentra  arriba de la Tierra sostenido por columnas; tiene la forma de una gran bóveda. Debajo del Inframundo está el Tzopilotlacualco, “comida de zopilotes”, el Lugar de la Podredumbre. El Cielo y el Inframundo se subdividen en diversas capas, cuyo nombre se refiere a los fenómenos de la naturaleza y a los dioses. Al Cielo le corresponden siete capas: Ehecapa, Lugar de los Vientos, que comprende al ihiyotl, el aire, y a los tlasolhecameh, vientos malos; Ahuechtla, que contiene a ahuechtli, el rocío; Mixtla, donde están mixtli, la nube, y tecihuitl, el granizo; Citlalpa es la capa de las estrellas, citlalimeh,   llamada Citlalcueitl, Falda de Estrellas; Tequihuahtla, Lugar de Autoridades, sitio de  los dioses superiores, los tlamocuitlahuianeh; Teopanco, es el lugar donde se ubican los santos católicos, totiotzitzih, y los dioses nahuas, a saber: Tlacatécotl, Meetztli, Tonatih, Macuilxóchitl, Chicomexóchitl y Ompacatotiotzih. La séptima capa, conformada por una barrera denominada Nepancailhuicac, Límite del Cielo, es dura y oscura, llena de los desperdicios de los dioses. En la parte de arriba de la barrera viven los hitzitzilmeh, los colibríes encargados de alegrar al Sol cuando es mediodía.

El Inframundo comprende cinco capas: Tlaquetzaltla, Lugar de Horcones, donde se encuentran los cargadores tlalmamameh; Cipacttla, donde está el Monstruo de la Tierra y donde se apoyan los cargadores; Tlalhuitzoctla, morada de unos horribles gusanos, los tlalhuitzocmeh: Tzitzimitlai, habitada por fantasmas y otros seres horrorosos; Mihcapantli es la última capa, ahí residen Mikistli, Señor de los Muertos, y Tlacatecólotl Tlahuelicoc el Hombre Búho Enfurecido.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tradiciones

La Tamalada del Día de la Candelaria.

Como todas las fiestas tradicionales mexicanas, el Día de la Candelaria cuenta con una comida y una bebida ritual específicas que lo caracterizan. El hecho de que este día se merienden tamales no es un simple capricho gastronómico, sino que está estrechamente relacionado con la intrusión sincrética del tamal, alimento de origen prehispánico, utilizado como parte importante en las ofrendas de los dioses del panteón azteca en las festividades que se les realizaban a lo largo de los dieciocho meses que integraban el calendario mexica.

Fray Bernardino de Sahagún cita en su obra Historia General de las cosas de Nueva España, diez celebraciones en las que se elaboraban, ritualmente, tamales de maíz. Veamos cuáles eran:
Durante el segundo mes llamado Tlacachipehualiztli, “desollamiento de hombres”, realizaban la fiesta Ayacachpixolo en la que …hacían unos tamales que se llamaban tzatzapaltamalli, hechos de bledos o cenizos, principalmente hacían estos tamales los del barrio llamado Coatlán y los ofrecían en el mismo cu, delante de la diosa que ellos llamaban Coatlicue, por otro nombre Coatlantonan, a la cual estos maestros de hacer flores tenían gran devoción.

Asimismo, en el quinto mes Tóxcatl, “seco o resbaloso”, dedicado a la fiesta de Tezcatlipoca y de los difuntos, se utilizaban tamales rituales: Después de haber asentado el tabladillo sobre el que estaba la imagen en lo alto del cu y puesto el papelón enrollado junto al tabladillo- descendían todos los que habían subido y solamente quedaban allá los que habían de guardar, que eran los sátrapas de los ídolos; cuando lo acaban de subir ya que era a puestas del sol, y luego entonces hacían ofrendas a la imagen de tamales y otras comidas.

Tamales

En el mes octavo, Huey Tecuílhuitl, “gran fiesta de gobernantes” festejaban los mexicas a la diosa Xilonen, ”la del maíz tierno” ,y, por supuesto había muchos tamales: Cuando servían luego tomaban tamales a almantadas y comenzaban desde los principios de las rencles a dar tamales y, daban a cada uno todos los tamales que podían tomar con una mano; daban tamales de muchas maneras: unos llamaban tenextamalli, otros, xocotamalli, otros, miauatamalli, otros ya cacoltamalli, otros necutamalli, otros yacacollaoyo, otros exococolotlaoyo.

En el noveno mes conocido con el nombre de Tlaxochimaco, “nacimiento de las flores”, se celebraba la fiesta en honor del dios de la guerra Huitzilopochtli, y …La noche antes de esta fiesta ocupábanse todos en matar gallinas y perros para comer, en hacer tamales y otras cosas concernientes a la comida.

Para la fiesta de los difuntos del décimo mes Xócotl Huetzi, caída de los frutos”, se preparaban tamales grandes de bledos (amaranto): Ponían también tres tamales grandes hechos de semillas de bledos sobre la cabeza de la imagen, hincados en tres palos…

En cuanto a la “fiesta de los montes y montañas” del mes Tepéhuitl, decimotercero del año, el fraile constata: Después que con muchas ceremonias habían puesto en sus altares a las imágenes dichas (los montes), ofrecíanles también tamales y otras comidas, y también les decían cantares de sus loores y bebían vino por su honra.

Se preparaban tamales de dulce para celebrar la fiesta del dios Mixcóatl, llevada a cabo el decimocuarto mes llamado Quecholli, “pájaro, perdiz”:  Al quinto día hacían unas saeticas pequeñas a honras de los difuntos, eran largas cono un geme o palmo, y poníanles resina en las puntas, y en el cabo el casquillo era de un palo, de por ahí ataban cuatro saeticas y cuatro teas con hilo de algodón flojo, y poníanlas sobre las sepultura de los difuntos; también ponían juntamente un par de tamales dulces; todo el día estaba esto en las sepulturas y a la puesta del sol encendían las teas y las saetas.

Durante el decimoquinto mes, Panquetzaliztli, “fiesta de las banderas”, los mexicas veneraban a Huitzilopochtli, dios de la guerra, con tamales de bledos: Hecho esto comenzaban a comer masa de bledos que tenían aparejados; ninguno dejaba de comerla, y estos tamales rollizos no los partían con las manos, sino con un hilo de ixtli; en acabando de comer estos tamales cogían petates y enrollabánlos, y poníanlos todos juntos en un lugar. Esto se hacía en todas las casas del pueblo.

Las ceremonias a los tlaloques, dioses del agua, se efectuaban en las calendas del décimosexto mes denominado Atemoztli, “caída de las aguas”, en las que hacían las imágenes de los montes y montañas que circulaban la ciudad y de donde descendían las aguas:  Después de haber compuesto estas imágenes poníanlas en orden en el adoratorio de la casa, y luego ponían comida en cada una por sí, y delante de ellas sentábanse, y los tamales que las ponían eran muy chiquitos, conforme las imágenes que eran muy pequeñitas, poníanlos en unos platillos pequeñuelos y unos cajetillos con un poquito de mazamorra, y también unos tecomates pequeñitos en que cabían un poquito de cacaotal, en una noche les presentaban comida de esta manera, cuatro veces, también poníanles dos tecomates de calabaza verde que es llamada tzilacayotli, henchíanlos de pulcre, y toda la noche estaban cantado delante de ellos.

Finalmente, en el decimoctavo mes, Izcalli, “resurrección”, en las calendas hacían la fiesta llamada Huauquiltamaloualtli, dedicada al dios del fuego, Xiutecuhtli o Ixcozáuhqui: A los diez días de este mes, hacían tamales de hojas de bledos, muy molidas. Decían a esta fiesta motlaxquian tota, que quiere decir: nuestro padre el fuego tuesta para comer.
Las mujeres, toda la gente se ocupaba en hacer unos tamales que llaman huauhquiltamalli, y también en amaneciendo los iban a ofrecer delante de la estatua, y así estaba gran cantidad de ellos delante de la estatua; y como los muchachos ofrecían la caza que traían, entraban así como iban ordenados y daban una vuelta en derredor  del fuego y cuando pasaban cabe el fuego, estaban otros viejos que daban a cada uno de los muchachos un tamal, y así se tornaban a salir los muchachos por su orden.
A estos tamales los llamaban chalchiuhtamalli. Toda la gente y en todas las casas se hacían estos tamales, y convidábanse unos a otros con ellos; a porfía a trabajaban cual por cual haría primero los tamales; y a la que primero los hacía iba luego a convidar con ellos a sus vecinos, para mostrar su mayor diligencia y su mayor urbanidad.
La vianda que se comía con estos tamales eran unos camarones que ellos llamaban acociltin, hechos con un caldo que ellos llaman chalmulmulli, y todos comían en sus casas esta comida, muy caliente y tras el fuego, y las camisillas de maíz con que estaban envueltos los tamales, cuando se las quitaban para comerlos no las echaban al fuego sino juntábanlas para echarlas en el agua.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Mexicanas Época Colonial

Ixtolinque, el cacique traidor.

Don Juan de Guzmán Ixtolinque gobernó en Coyoacán en los inicios de la etapa colonial de México. Coyoacán formaba parte de los principales tlahtocáyotin, señoríos al mando de un tlatoani, cuando acaeció la conquista española. Don Juan estaba unido por lazos de parentesco con los linajes de la ciudad de Mexico-Tenochtitlan, en ese momento gobernada por el indeciso Moctezuma Xocoyotzin.

El padre de Ixtolinque fue Cuauhpopoca (¿-Tenochtitlan 1519), Águila Humeante, Señor de Coyoacán hasta su bárbara ejecución a manos de Hernán Cortés y sus compinches en 1519, por habérsele acusado de la muerte a soldados españoles durante la batalla de Nautla. Cuauhpopoca se presentó ante Cortés acompañado de su hijo y de quince principales participantes del consejo mexica, y el Capitán procedió a apresarlo. Se le quemó en la hoguera frente al Palacio de Moctezuma, sito en la Plaza del Templo mayor en Tenochtitlan, junto a los otros presos. Antes de quemarlo Hernán Cortés le puso grilletes y le dijo: -Quien mata, merece que muera, según ley de Dios. Esto sucedía poco tiempo antes de la batalla de la Noche Triste.

La madre de don Juan  se llamó Huitzilatzin y muy poco se sabe de ella, aunque se conoce que pertenecía al linaje de Huitzilopochco (hoy Churubusco). Cuando murió su hermano, Hernando Cetochtzin, quien había gobernado Coyoacán por muy poco tiempo y fue muerto durante una expedición de Hernán Cortés a Guatemala en 1525, Ixtolinque tomó el mando del Señorío de Coyoacán de 1525 a 1569. Cetochtzin también fue víctima de la crueldad hispana, pues después de participar en la heroica defensa de Mexico-Tenochtitlan, lo apresaron los españoles junto con Cuauhtémoc, y le ahorcaron el 28 de febrero de 1525.

Ixtolinque

Como Ixtolinque se hizo muy amigo y aliado de Hernán Cortés, a quien le fue fiel a pesar de los crímenes que cometió contra su padre y hermano, y a insistencia suya, en Coyoacán se estableció el segundo ayuntamiento que conoció la Nueva España, y la primera sede del gobierno colonial. En Coyoacán se estableció Cortés mientras se edificaba la Ciudad de México, y formó el marquesado del Valle. Tanta era la lealtad que le tenía don Juan que en una ocasión salvó al capitán del ataque de los indios sublevados en Cuernavaca. Arteramente, dio muerte con una flecha al jefe de los indios. Asimismo, ayudó a los españoles en las batallas libradas en la conquista de Oaxaca, y en el Valle de México derrotó a los indios que se habían escondido en las montañas.

A fin de quedar bien con Cortés y, por ende, con el rey de España Carlos V, se convirtió al catolicismo, recibió el bautizo y le fue otorgado el nombre de Juan de Guzmán Ixtolinque. Ante tanta servidumbre disfrazada de lealtad, la Corona Española le devolvió las tierras que habían sido de su familia y recibió el nombramiento de Gobernador de Coyoacán. Además, por Cédula Real del 18 del 6 de enero de 1578, se le otorgaron el escudo de armas y el título de nobleza por haber matado de un flechazo al principal de Cuernavaca, enemigo acérrimo del Capitán, La descripción del escudo consta en un documento de la época y empieza: …en el cuarto superior dos tigres empinados en campo de oro, y en el quarto inferior un León de oro… barreado de negro que es la divisa que el dicho príncipe que vos matasteis llevada vestida con un plumaje verde y oro en la cabeza y dos saetas de oro en las manos. En campo colorado, y en el quarto de abajo un peñón, y enzima de él una águila rampante puesta al vuelo en campo colorado y en el otro quarto tres flores de lis blancas…

Las tierras de Juan Guzmán Ixtolinque abarcaban un gran territorio, pues comprendían desde Tizapán hasta Churubusco; en el este llegaban hasta las orillas de Xochimilco; y por el norte colindaban con Tacubaya. Además, poseía una enorme finca en Chimalistac, “el lugar del escudo blanco”, lugar dependiente del Señorío de Coyoacán.
Este cuestionable personaje contribuyó a la construcción de un convento de padres dominicos en Coyoacán, mismo que se edificó sobre las ruinas de un Calmecac, la tradicional escuela para nobles indígenas. El convento se inauguró en 1529, y el templo adjunto recibió el nombre de San Juan Bautista, el cual aún existe en el centro de Coyoacán. Debido a que la ideologización católica les era imprescindible a los dominicos para ejercer mayor control entre los indios, pidieron permiso a Ixtolinque para edificar más iglesias y otro convento en la zona de Coyoacán, ya que la de San Juan Bautista pronto fue insuficiente. El gobernador accedió a las demandas, pues siempre quería quedar bien con las autoridades religiosas y seglares. Así, surgieron una ermita fabricada en adobe dedicada a la Virgen del Rosario, que en 1554 se agrandó con un convento; y en 1596, se edificó la iglesia Santo Domingo.

Ixtolinque se casó con una sobrina de Carlos Ometochtzin, Señor de Texcoco, miembro de la nobleza acolhuacana, ejecutado en la hoguera en 1539, por no querer acoger la religión católica y seguir practicando la religión mexica. Don Juan de Guzmán Ixtolinque murió en 1569. Su gobierno había durado cuarenta y cuatro años.
Don Juan vivió mucho tiempo, tuvo una larga vida. Le sucedió en el cacicazgo de Coyoacán su hijo Felipe de Guzmán Ixtolinque, quien murió, en 1573, a los cuatro años de ejercer la gubernatura. Antes de pasar a mejor vida, cumplió con los deseos de su padre de entregar a la orden carmelita parte del terreno de una huerta situada junto a Chimalistac, donde se encontraba, en su límite con San Jacinto, una ermita dedicada a San Felipe.

Sonia Iglesias y Cabrera