El cerro del Toloche II
Leyendas de Toluca, Mexico.
En Santiago Miltepec se cuenta que existía un espíritu maligno en el cerro llamado del Toloche, en el cual existe una cueva donde se dice que vive el Diablo que se transforma en un animal parecido al chivo.
Abajo de esa cueva pasaba el camino que conducía a Toluca y se cuenta que las niñas que transitaban por ese camino, a mediodía; desaparecían misteriosamente, atribuyéndole dicha desaparición al chivo por lo que después de la pérdida de tantas víctimas, el pueblo se alarmó y se vio en la necesidad de solicitar los auxilios eclesiásticos.
Concediéndoles dicha petición se mandó un sacerdote, el cual fue a conjurar dicha cueva la que fue tapada con mampostería de piedra, poniéndole una cruz de madera en el exterior, la cual existe todavía.
El mexicano y el yanqui
Chistes mexicanos.
Un mexicano estaba tranquilamente tomando su desayuno, cuando un típico "norteamericano", mascando chicle, se sienta a su lado.
El mexicano ignora al "yanquiman" que no muy contento con eso, trata de hacerle conversación preguntando:
Perdón, ¿Usted se come todo el pan?
¡Por supuesto!- Contesta el mexicano.
Nosotros no- Dice el gringo –
Nosotros sólo nos comemos la migaja de adentro del pan y la parte de afuera la ponemos en un "container", la reciclamos, la transformamos en harina y la exportamos a México.
El mexicano escucha en silencio, impertubable.
El americano sigue mascando su chicle e insiste:
¿Y ustedes se comen la mermelada con el pan?
¡Por supuesto!- Contesta nuevamente el mexicano.
Nosotros no- dice el americano.
Nosotros en el desayuno comemos fruta fresca, la cascara y las semillas las ponemos en un "Container", las reciclamos, las transformamos en mermelada y la exportamos a México.
El mexicano ya un tanto alterado le pregunta:
¿Y ustedes qué hacen con los condones después de usarlos?
¡Los tiramos a la basura, "of course"!
Bueno, nosotros no.
Después de usarlos los ponemos en un contenedor, los reciclamos, los transformamos en chicle y los exportamos a los Estados Unidos.
Leyendas urbanas de terror. Toluca, Mexico.
Esto me pasó hace ya un buen tiempo, allá por el año 1991 en el pueblo de Capultitlan, al sur de la ciudad de Toluca, yo vivo cerca del lugar, esta ciudad es la capital del estado de México.
Ibamos pasando por el referido lugar mi hermano y yo en nuestras bicicletas cerca de una presa vacía, en el lado norte de la misma hay un árbol y junto a ésta un altar a la virgen de Guadalupe, en éste lugar vi a un muchacho sentado en el cual no reparé gran cosa en detalles, desvié mi mirada por unos segundos y al voltear el muchacho no estaba, se lo dije a mi hermano pues yo fui el único de los dos que lo vio.
Enseguida nos bajamos de la bicicleta y fuimos a ver a un lugar lleno de arbustos que estaba ahí cerca pensando que era algún bromista que nos quería jugar una mala pasada y se hubiera podido esconder pero no hallamos a nadie, nos quedamos extrañados ya que alguien normal no hubiera podido correr y esconderse en tan poco tiempo.
Años después, averiguando en Internet sobre leyendas de Toluca encontré que en dicha presa cuando tenia agua solía aparecerse una vasija flotando con artículos de limpieza y mucha gente al tratar de alcanzarla había caído al lugar y muerto ahogada, lo que al final explica el porque de dicha aparición.
La belleza interior
La belleza interior. Cuentos infantil. Literatura latinoamericana. Lecturas recomendadas.
Érase una vez en un muy habitado bosque muchos insectos y animales presumidos, quienes se burlaban de alguien no muy agraciado que colgaba curiosamente de un árbol. Este extraño ser sufría en su interior, nadie veía su belleza y se alejaban de él.
Un día todo comenzó a cambiar en la vida de nuestra amiga. Su vida tomaría un rumbo distinto, su extraña forma empezó a convertirse en algo más delicado y colores sorprendentes.
El pequeño y extraño ser del bosque deslumbró a todos con lo que por tanto tiempo llevó oculto en su interior. Fue entonces que la mariposa nació.
¡Qué linda¡- Decía el conejo-
¡Hermosa!- decía una chinita-.
Fin
Fuente: Encuentos.com
Leyendas de Toluca, Mexico. Cerro la Teresona.
Dicen que debajo del Cerro del Elefante hay una ciudad encantada y se dice que está habitada por el Diablo y que un día que una señora quería verlo, se tuvo que desvestir y se montó en una cabra. Nunca más se supo de ella.
Dicen que la ciudad se llama Tollocan. .
El Cerro del Elefante – Cerro la Teresona
Leyendas de Toluca, Mexico. Cerro la Teresona.
Dicen que debajo del Cerro del Elefante hay una ciudad encantada y se dice que está habitada por el Diablo y que un día que una señora quería verlo, se tuvo que desvestir y se montó en una cabra. Nunca más se supo de ella.
Dicen que la ciudad se llama Tollocan. .
La magia del cuento
La magia del cuento. Página para niños. Cuento infantil. Literatura latinoamericana.
Hace más de cinco mil años, en la edad de piedra, había una nena que se llamaba Makiú, que en su lengua significaba “golondrina libre”, y un nene que se llamaba Kijok, que quería decir “jaguar”.
Ellos vivían en una caverna con su familia.
Los papás, salían a pescar y a cazar algo para comer.
Las mamás, se quedaban cuidando a los hijos y además preparando el fuego que servía para calentarse los días fríos y para preparar la comida.
A los chicos les tocaba juntar las ramas que se caían de los árboles para hacer la fogata. También recogían frutas maduras y flores para adornar la cueva, regalarle a la mamá o también a alguna nena bonita para que se pusiera contenta.
A Makiú y Kijok les gustaba treparse a los árboles, jugar con los monos a hacerles pito catalán y bañarse en el río. Correr descalzos por el pasto cuesta abajo hasta cansarse, y tirarse panza arriba para contar las estrellas cuando al atardecer comenzaban a salir.
Pero cuando llovía muchos días seguidos, se ponía muy oscuro y se embarraba todo. Entonces ya no podían jugar.
Como sabían que Dios era el que había creado el cielo y la tierra, tuvieron una idea buenísima: se les ocurrió pedirle un “regalo mágico”. Algo que hiciera que en esos días grises, la caverna se llenara de color y todos juntos se alegraran a pesar del mal tiempo.
A Dios le gustó mucho que le hicieran el pedido, porque Makiú y Kijok, sin darse cuenta, habían aprendido a rezar.
Y después de pensar un buen rato, al Buen Dios se le ocurrió algo fantástico y les regaló el don de crear cuentos. Esa misma tarde los chicos se despertaron de la siesta, contentos y entusiasmados, sentían que algo muy bueno les estaba pasando.
Y cuando todos estaban sentados en ronda, Makiú y Kijok empezaron: -“Había una vez…”
Un montón de miradas curiosas se centraron en el medio de la ronda. Parecía que los chicos estaban llenos de luz y su voz sonaba como una melodía de golondrinas, pero tenía la fuerza del rugido de un jaguar.
Cuando terminaron, la puerta de la caverna se iluminó, y cuando se asomaron todos vieron al arco iris. Contentos saltaron y aplaudieron.
A Makiú y Kijok los llenaron de besos, y a partir de ese día ya no hubo más días grises, todos fueron días de sol, gracias a la magia de un cuento.
Libro: «La mariposa roñosa»
María Mercedes Córdoba
Ediciones Agón.
Leyenda urbana de Mexico. Saltillo, Coahuila.
La diabólica imaginación de Edgar Allan Poe, y la narración fantástica de H. G. Wells, pueden ser comparadas a la siniestra historia del callejon de la delgadina que aqui es narrada con singular vivacidad.
En 1786, el Ayuntamiento llegó a cicatrizar a la calle de San Joaquín, pero en un callejón, que después fue conocido como "La Delgadina". Allí vivió un carnicero en una casa grande y sombría, que tenía mas establos y pesebres que recámaras; por su original estatura, al carnicero lo llamaban despectivamente "el gigante severo", por que siempre usaba una camisa y un pantalon que cambiaba una vez al mes, y sus ropas estaban siempre cubiertas por enormes manchas de grasa de los animales, signos naturales de su negocio.
Crisóstomo Sánchez, como así se llamaba, aparentaba tener alrededor de 38 años de edad, y a despecho de su excesivo peso, no parecía ser muy viejo. Se casó con la hija de un portero que estaba viviendo en el mismo vecindario. Ella, Isaura Delgado, era mucho menor que él, pero no menos robusta y fuerte. Por su cutis bronceado y su largo cabello trenzado que le llegaba hasta los zapatos, obtuvo el despectivo nombre de "La trenzona".
La pareja era muy popular en el vecindario, pues aparentaban ser muy felices. Los domingos cuando salían fuera para pasear, su poco común estatura y corpulencia atraían considerablemente la atención.
Habiéndole dicho alguien que habia algo entre su esposa y el "freidor", no tardó mucho para comprobarlo, pues por sopresa una tarde encontró a su esposa en los brazos de su amante.
Por varios meses "La Trenzona" no fué vista y los vecinos comentaban acera de la causa de su repentina desaparición. Muchas gentes estaban acostumbradas a pararse en el umbral de la vieja puerta de la casa de Chagua, y la veían debajo del puente de Tacubaya, de rodillas lavando, con su pelo trenzado cayendo completamente sobre su espalda y amontonado sobre sus tobillos. Si nadie supo de la muerte de Chagua, entonces donde estaba ella?…Esta pregunta se hacía seguido por los vecinos del callejón, pero ninguno podía encontrar una respuesta adecuada; hasta que una mañana corrió el rumor de que en ángulo del arroyo de la Tórtola, el cuerpo de Isaura Delgado, había sido encontrado casi irreconoscible, y se dedujo que era Isaura por el extraordinario tamaño y tupido del pelo en completo desórden; Que le había pasado??….. La gente preguntaba, y alguien reveló la historia entera del castigo, de una muy inhumana y cruel manera, que el carnicero había dado a la infortunada "Trenzona".
Se decía que el marido rencoroso había dejado suspendida a su esposa en un gancho usado para colgar carne, en uno de los mas escondidos cuartos de la casa; después de conservar su colgadura ahí por varios meses, dándole solamente migajas de pan y agua, hasta que comenzo a cambiar su lamentable figura, por su estado de debilidad, la colgo completamente desnuda por el pelo, divido en cuatro partes, cada sección amarrada de los cuatro picos del garabato suspendido a una pulgada del suelo, dándole la ilusión de tocarlo con la punta de los pies…
Pasaron los días hasta que la pobre mujer llego a ser esqueleto y murió.
Cuando ella fué encontrada, la gente decía que era un montón de huesos envueltos en una arrugada y amarillenta piel.
El carnicero desapareció del pueblo y nadie supó de su paradero. La gente empezó a llamar al callejón con el nombre de "La delgadina". No se sabe si este nombre fue originado por el apellido de la protagonista de esta historia (Isaura Delgado), o por el estado en el que la pobre mujer quedó con la cruel venganza de su esposo.
El juego de Martina
El juego de Martina. Cuento infantil. Página de cuentos. Cuentos autores argentinos. Cuentos infantiles con audio. Lecturas infantiles. Escritores de literatura infantil.
Tema del cuento: La separación de los padres
Cuando Martina tenía ocho años, tenía una vida como la de muchos chicos. Vivía con sus papás y dos hermanitos varones menores que ella. Era buena alumna y tenía muchas amiguitas en el colegio. Su gran compinche fue siempre Valentina. Pasaban casi todas las tardes jugando, en la casa de una, o en la casa de otra y todos los días tomaban un helado juntas, sin importar el frío que hiciera.
Martina tenía muchos juguetes con los que siempre jugaba, pero uno siempre fue su preferido. Se lo habían regalado sus papás cuando cumplió seis años, una especie de caja con forma de casita con cuatro muñequitos: un papá, una mamá y dos hijitos, tenía también una mesa, cuatro sillas, un sillón, un cuadrito y un perrito pequeño. Martina lo llamaba el juego de la familia y le daba un lugar de privilegio en su repisa, siempre estaba atenta a que no faltara nadie, que todo estuviera en orden y en el mismo lugar donde ella lo había dejado.
Si su mamá, al limpiar, corría algún muñequito de lugar, ella se enojaba y corría inmediatamente a ponerlo donde estaba.
Valentina, siempre fue traviesa, y a veces disfrutaba de hacer enojar a su amiga cambiándole las cosas de lugar. Sabía que a Martina, tan ordenada como era, no le gustaba. Peleaban un poquito y luego siempre hacían las pases, como muy buenas amigas que eran.
Con el correr del tiempo, las cosas en la familia de Martina se fueron complicando, sus papás empezaron a pelear muy seguido y todos sufrían por ello.
A pesar de sus ocho pequeños años, nuestra amiguita se daba cuenta de que su papá y su mamá discutían demasiado y que las cosas no eran como antes. Cuando ella era más chiquita no peleaban tanto, todo estaba empeorando.
Si sus hermanitos se asustaban por esa razón, ella, como hermana mayor, los consolaba y les decía que algún día todo mejoraría.
Como si le permitiera mejorar la realidad, ordenaba cada vez más seguido “la casita de la familia” el juego, continuamente se fijaba si todo y todos estaban en su lugar.
A pesar de que Martina siempre trataba de prestar atención, en el colegio notaban que se distraía y la veían preocupada y triste.
Valentina la hacía reír a pesar de todo, nunca faltaba un chiste, una golosina, un abrazo que la hiciera sentir mejor y seguía con la costumbre de invitarla un heladito y de desarmarle los juegos para que se enojara un poquito.
El tiempo pasó y como la situación no mejoraba, los papás de Martina decidieron separarse. Si bien les daba mucha pena hacerlo, consideraban que era mejor tomar esa decisión que pelearse como perro y gato todos los días, y así se lo explicaron a sus tres hijitos.
Muy enojada y más triste todavía, Martina se encerró en su habitación, empezó a llorar tirada en su camita, y cuando levantó la vista vio su cajita querida, ordenada como siempre. Como si el juego tuviera algo de culpa, lo sacó de la repisa y tiró sus piezas por toda la habitación.
Por un tiempo largo no volvió a ordenarlo, su mamá había juntado todos los muñequitos pero no los había puesto exactamente en el orden que estaban antes. Martina se dio cuenta, pero no lo ordenó, no quiso.
Valentina la visitaba más que nunca y trataba, sin éxito, de hacerla reír. Ella también se dio cuenta de que el querido juego de su amiga no tenía el orden de siempre y le preguntó qué le había pasado y por qué no lo ordenaba.
– ¡No quiero, no voy a hacerlo!. Contestó llorando Martina. -Ya no tiene sentido. Ese juego se parecía a mi familia, y mi familia se desarmó también, ya no es igual.
Valentina trató de consolarla, pero no se le ocurrió mucho para decir, le invitó con un helado, pero tampoco esto dio resultado. Salió de la casa de su amiga pensando en cómo ayudarla, en cómo hacer para que recuperara la sonrisa. No sería fácil, pero tal vez, con el tiempo…
Y el tiempo pasó, y como es lógico las cosas cambiaron y mucho. Martina seguía viviendo con su mamá y sus hermanitos, pero su papá ya no estaba con ella todos los días. Sin embargo, iba muy seguido a buscarlos al colegio. Empezaron a ir a tomar la leche juntos, a hablar solitos de cosas de las que antes no hablaban. Se dio cuenta que su papá no había dejado de ser su papá y no dejaría de serlo nunca. Ya no vivía con él, era cierto, pero cada vez que lo extrañaba lo llamaba y él a ella, y los fines de semana la llevaba a pasear y a veces a tomar helado con Valentina.
Si bien su mamá no estaba contenta, por lo menos estaba más tranquila y era cierto que en la casa ya no se escuchaban peleas.
De todas maneras, nada se comparaba a que todos estuviesen juntos, nada. Martina vivía ahora con tantos otros chicos, con sus papás separados.
Mientras tanto, el juego de la casita seguía desordenado. Un muñequito por allá, otro por acá. Una pieza en un costado, otra en otro. No se veía igual que antes, lo mismo que su familia.
Martina tardó en acostumbrarse a su nueva vida, no era fácil y tal vez nunca lo fuera, pero el tiempo en muchas oportunidades es un buen amigo y nos ayuda a entender cosas que son difíciles de entender.
Así fue. Con el tiempo Martina pudo aceptar su nuevo modelo de familia. Entendió que si bien no vivían todos juntos, ella no había perdido a su papá y si bien no era lo que ella hubiera deseado, era su realidad y lo mejor para todos era aceptarla de la mejor manera posible. Se dio cuenta que seguía contando con sus papás, que el amor que sentían por ella y sus hermanitos, no había cambiado en absoluto, que el hecho que, como pareja no se llevaran bien, no significaba que los quisieran menos, eran cosas bien distintas.
Un día, solita en su habitación empezó a mirar su casita de la familia y sus muñequitos desordenados y pensó que era hora de hacer algo.
Se paró frente a la casita y sus habitantes, los ubicó como siempre, los miró un rato largo y se dio cuenta que ahora debía ordenarlo de otra manera. Y lo hizo.
Por extraño que pareciera, aquellos muñequitos, que ya no estaban todos juntos en la misma cajita, seguían pareciendo una familia, Martina los había ubicado de tal modo que si bien no estaban uno junto al otro, tampoco estaban lejos y, sobretodo, seguían siendo piezas de un mismo juego.
Lo mismo pasó en el corazón de Martina, el tiempo y el amor de sus papás, de sus amigos y de Valentina, le ayudó a ordenar las piezas de su familia en su corazón.
Sabía muy bien que ya no era lo mismo, había crecido y había entendido muchas cosas, pero lo más importante que pudo entender fue que, aunque las cosas fueran diferentes, en su corazón, cada persona ocupaba el lugar que debía y, como en su juego de la casita, todas las piezas estaban juntas y ordenadas.
Cuando Valentina volvió a visitarla, lo primero que hizo fue darse cuenta que el juego favorito de su amiga estaba ordenado de otra manera y sabía que no había sido la mamá.
Como queriendo jugarle una broma le dijo a su amiga
-¿Pero quién desordenó esto sin mi permiso? ¡Acá la única que te hace lío con las cosas soy yo! Dijo con una sonrisa.
Martina miro a su amiga y le contestó:
-Estaba desordenado, y ya no quedaba bien en la repisa como estaba antes, le di un nuevo orden. ¿No se ve del todo mal verdad?
-¡Claro que no! ¡Lo hiciste bien amiga! Contestó Valentina, le dio un abrazó y con una guiñadita de ojos le ofreció ir a tomar un helado.
Esta vez, Martina dijo que si.
Fuente: http://www.encuentos.com