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La mano

En La ciudad de Celaya, Tierra Llana en idioma euzkera, localizada en el estado Guanajuato, se cuenta una leyenda que sirve de ejemplo para todos los hijos desobedientes. Esta antigua ciudad fue fundada en el año de 1570 sobre un pueblo indio que se llamaba Nat Tha HI, cuyo significado en lengua otomí significa “a la sombra del mezquite”, es rica en tradición oral.

Así pues, una de tantas leyendas que abundan en esa ciudad tan famosa por su cajeta, relata que hace ya muchos años, en una casa pequeña pero acogedora y muy bonita, vivía una señora con su hijo Pablo de diez años de edad. El niño estaba sumamente consentido, por lo que era retobado y muy desobediente. Le daba muchos problemas a su pobre madre, quien no tenía madera para enseñarle a comportarse correctamente. Pablo era tan majadero que en cierta ocasión en que su madre lo reprendió porque no quería bañarse, en la acalorada discusión le pegó una bofetada a la atribulada mujer.

Seis meses después de este hecho, al niño majadero le dio tosferina y murió, pues los médicos nada pudieron hacer para salvarle la vida. Lo enterraron en el panteón de la ciudad. Cada semana que su madre le llevaba flores a su tumba, que solamente contaba con una cruz de metal, el niño muerto sacaba una mano de la tierra. La madre se asustaba mucho, pues a todas luces no le parecía una cosa natural. Debido a ello, la mujer fue a ver al cura de la catedral, y le contó lo que sucedía cada vez que iba a visitar a su hijo y a arreglar su tumba.

La mano del hijo desobediente.

Desde entonces, cada vez que la madre iba al panteón, podía arreglar la tumba sin que la famosa mano se apareciera. Cuando vio al cura, éste le dijo: ¡Ya lo ves, hija mía, lo que Pablito te pedía era un acto de corrección para saldar sus pecados con Dios! Ahora está en paz y nunca más volverá a aparecerse.

Sonia Iglesias y Cabrera