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Ciudad de México Leyendas Cortas

El Portugués

En el año de 1556, vivía en la Ciudad de México un matrimonio de españoles. Al poco tiempo de establecidos, tuvieron una hija sumamente hermosa. Era blanca y rubia. Un sacerdote, amigo íntimo de la familia, fue el encargado de bautizarla. La pequeña creció, y al llegar a la adolescencia su belleza se había incrementado. Pero la mala fortuna quiso que sus padres muriesen en un terrible accidente. El sacerdote que la había bautizado, al verla desamparada se hizo cargo de ella. La jovencita lo consideraba como a su padrino.

Al ir creciendo la joven se volvía cada vez más bella y deseada. Razón por la cual contaba con un gran número de pretendientes. Un joven portugués que llegó a la Nueva España huyendo de las deudas de juego y de los acreedores que lo acosaban, conoció a la muchacha y se enamoró de ella. La cortejó en seguida, pero el fraile que la cuidaba no estaba de acuerdo en ello, pues se había enterado que en Portugal el galán había dejado a su familia sin avisar a dónde se iba, y además, ya en la Ciudad de México solía frecuentar por la noche antros de mala reputación donde se emborrachaba, jugaba y se divertía con mujeres de la vida fácil. El sacerdote padrino le prohibió a la ahijada cual trato con ese rufián de mala muerte.

Al enterarse de la prohibición, el joven le pidió a la bella que se fugase con él. Ella aceptó. La noche en que iban a huir, llegó el padrino y empezó a discutir con el tarambana a la puerta de la casa. Entonces éste sacó un puñal y se lo clavó en la cabeza al clérigo, quien murió instantáneamente. Arrojó el cadáver al río y huyó para el Perú.

Tres años después, el asesino regresó a la Ciudad de México y quiso contactar a su antigua novia, más movido por sus riquezas que por amor. Pero para llegar a la casa de la mujer, debía pasar por un puente que estaba sobre el río donde había arrojado al fraile. Decidido a llegar a la casa subió al puente y cuando ya casi terminaba de cruzarlo, se le apareció un horrendo cadáver en estado de putrefacción y vestido con desgarrados hábitos de fraile. Asustadísimo, el jugador trató de quitarse la mano que le aferraba la garganta sin lograrlo.

Al día siguiente, los vecinos encontraron en el puente al cadáver del portugués y sobre de él el blanco esqueleto del sacerdote con un puñal incrustado en la cabeza y que tenía grabadas las iniciales de su asesino en el mango.

Sonia Iglesias y Cabrera