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La alfarería en México.

En el México prehispánico la alfarería apareció en la zona cultural denominada Mesoamérica, durante un período muy antiguo conocido como el Horizonte Preclásico, alrededor de 1,800 a 1,300 a, C. Se trata de una cerámica muy desarrollada en su técnica, forma y calidad, cuya máxima expresión la encontramos en Cuicuilco, Ticomán, Zacatenco, San Cristóbal Ecatepec, Tetelpan, Tlapacoyan, Xico, y otros lugares del Valle de México. Los artistas de este período ejecutaron con admirable destreza trípodes, platos, comales ovales, botellones zoomorfos, cajetes, cántaros, tinajas y variadas figurillas humanas.

La materia prima de la alfarería
El barro es la materia prima con la cual trabajan los artesanos alfareros. Sin embargo, debemos aclarar que no todos los barros son adecuados para elaborar objetos; ya que es necesario que posean ciertos componentes químicos que les permitan obtener determinada plasticidad para ser manejables. El barro es una sustancia de grano fino compuesto de sílica, alúmina y agua. A veces contiene hierro, álcalis, tierras alcalinas y caolín. La sílica y la alúmina combinadas con agua forman el barro alfarero fundamental, cuya fórmula química se expresa: Al2O3 2SIO2  H20.
A veces sucede que el barro es plástico en exceso, se pega a las manos y se dificulta su manejo. Para remediar este problema, algunos artesanos le agregan cuarzo, tepalcates molidos, arena, conchas u otras sustancias que consideran adecuadas. Así por ejemplo, en Metepec, Estado de México y en Tlayacapan, Morelos, los artesanos emplean la plumilla o pelusa de la flor de tule para suavizar el barro. En cambio, en Silao, Guanajuato, se emplea arena de río mezclada con estiércol.
El alfarero se procura el barro de yacimientos que existen en los alrededores de su comunidad, más o menos alejados de sus talleres o casas. Una vez que lo ha seleccionado, en su centro de trabajo lo lava, retira las piedras o basuritas que tenga, lo deja secar, lo muele y le agrega las sustancias que requiera para su óptima plasticidad.

El trabajo del alfarero
Con el barro ya preparado y listo para usarse, el alfarero o la alfarera  -pues no debemos olvidar que en esta rama artesanal participan tanto los hombres como las mujeres-  pueden optar por tres técnicas fundamentales para dar forma a sus piezas. La primera y más antigua la denominamos modelado a mano; con ella se elaboran los objetos utilizando simplemente las manos a partir de uno o varios rollos de barro; o bien, dando forma a un trozo de arcilla; tal y como lo hacen hoy en día los artesanos de Tepalapa, Chiapas. La segunda técnica, consiste en modelar el barro por medio de moldes o patrones de barro cocido y yeso. Más avanzada tecnológicamente que la anterior, esta técnica  se empleaba ya en el México prehispánico por los pueblos de los horizontes Clásico, Postclásico e Histórico. La tercera técnica, el torneado, permite al artesano fabricar sus piezas en un torno, el cual consiste en un disco que se impulsa por medio de electricidad o de los pies, para hacer girar una superficie circular en cuya parte superior se coloca un trozo de barro. Hay tornos más elementales que consisten en una simple tabla o cualquier pieza plana, que se coloca sobre una superficie curva, y se le imprimen movimientos giratorios. El torno no fue conocido por los alfareros del México precolombino, sino que se introdujo  a partir del siglo XVI, a raíz de la conquista hispana.

La cocción
Cuando el artesano ha terminado de labrar, darle forma a una pieza, la pone a secar a la sombra. Ya que está completamente seca la cuece. A esta operación se le llama quema o cochura. La cocción del barro puede realizarse en hornos circulares abiertos por arriba, como se usan en la mayoría de los centros alfareros. Pero también suelen emplearse hornos bajo tierra, como en San Bartolomé Coyotepec, Oaxaca; o a la intemperie, sobre el piso, tal como se acostumbra en Amatenango del Valle, Chiapas. El combustible para calentar los hornos es muy variado, puede ser leña, boñiga, petróleo, gas o electricidad. Estos dos últimos se emplean para cocer piezas de alta temperatura; es decir, de 1,200º C, como es el caso de la mayólica o talavera, recubierta de esmaltes a base de óxidos de plomo y estaño, que se cuece en hornos de gas o del llamado tipo morisco.     

Decoración de una pieza de alfarería
Para dar un bello acabado y decorar una pieza, el alfarero utiliza varias técnicas. Puede emplear el alisado que consiste en eliminar las asperezas de un objeto para dejarlo suavecito al tacto. O bien, puede bruñirlo antes de cocerlo frotándolo con una piedra o un trozo de metal para darle un acabado brillante. Pero también el artesano suele decorar su pieza por medio del calado, en cuyo caso perforará el barro crudo para formar decoraciones geométricas o fitomorfas. Otras veces aplica un colorante de origen mineral al barro que se conoce con el nombre de engobe, empleado mucho en el acabado de los cántaros. Asimismo, el artesano puede practicar incisiones en la pieza sin hornear, con el fin de lograr un bello esgrafiado. El esmaltado se obtiene cuando al objeto se le aplica esmalte y se cuece,  si el esmalte es vidriado, el artesano obtendrá una buena impermeabilización de la pieza. Cuando el objeto cerámico está cocido y se aplican sobre él dibujos monocromáticos o policromados, se dice que el artesano ha empleado la técnica del pintado. Por último, tenemos el pastillaje que sirve para decorar la pieza por medio de la aplicación de figuras hechas del mismo barro, como lo podemos observar en las muñecas que se elaboran en Atzompa, Oaxaca, y que además conservan el bello color natural del barro claro.

Las piezas de alfarería tienen diferentes usos: el doméstico, como los jarritos que cotidianamente usamos para beber atole o café; el ornamental, como los árboles de la vida de Izúcar de Matamoros, Puebla, con que adornamos nuestra casa; el ritual, como los incensarios de Yecapiztla, Morelos, en los que quemamos copal para nuestros difuntos; y el lúdico o de diversión, tal las muñecas de barro de Tehuantepec, Oaxaca, llamadas tanguyús y que se regalan a las niñas con motivo de Año Nuevo.

Principales centros alfareros
La alfarería es una de las principales ramas del arte popular distribuida a todo lo largo de México. Su importancia radica,  precisamente, en esa enorme distribución, y, por supuesto, en la finura y belleza con que las mujeres y los hombres del pueblo ejecutan sus piezas. Podemos decir que existen alrededor de setenta y cinco centros alfareros que destacan por la maestría de sus artesanos. Así por ejemplo, en Puebla encontramos a Acatlán con sus cántaros, cajetes, apaxtles y chimbules; a Izúcar de Matamoros que destaca por sus muñecos animales, candeleros, y sus, famosos árboles de la vida y la muerte; está también Huaquechula en donde se labran figuras para Muertos y Navidad. En Oaxaca tenemos a San Bartolo Coyotepec que produce ollas, cántaros, pichanchas y sirenas; Jamiltepec destaca por sus juguetes a la usanza prehispánica; Tehuantepec por sus muñecas y caballitos, y San Blas Atempa por sus ollas y tinajeras para enfriar agua.

En Michoacán podemos mencionar la cerámica de Capula y sus vasijas, macetas y ollas vidriadas; las piñas y poncheras verdes de San José de Gracia; de Patamban nos asombra su loza vidriada en verde; y de Tzintzuntzan sus cuichas y tachas. Basten los ejemplos anteriores para darnos una somera idea de la enorme producción alfarera de nuestro país.                                                    

Sonia Iglesias y Cabrera

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La miniaturas mexicas.

Una opinión muy generalizada entre los estudiosos del arte popular mexicano consiste en considerar a la miniatura como la expresión más bella y delicada de todas nuestras manifestaciones artesanales. En cierto sentido lo anterior es verdad, ya que es un hecho irrefutable que se requiere mayor destreza y maestría para ejecutar piezas de diminutas dimensiones, que aquéllas que se necesitan para elaborarlas de mayor tamaño, aun que se trate de un mismo objeto. Es por ello que la miniatura mexicana goza de tan alto prestigio en el mundo.

Según el Diccionario de uso del  español de María Moliner, la miniatura es una: Pintura de pequeñas dimensiones, realizada con tantos detalles como si fuera de mucho más tamaño (…) Por extensión, reproducción en muy pequeño tamaño, hecha generalmente para servir de modelo, de juguete o de adorno, de una cosa mucho mayor.

Ahora bien, estamos ciertos de que se trata de una definición muy amplia, pero conocerla nos permite acercarnos hacia una precisión más acorde con nuestra necesidades. Efectivamente, la miniatura es un objeto pequeño que representa a uno mayor. Pero aquí cabe una interrogante: ¿Qué tan pequeño? A este respecto, los investigadores no han llegado a un acuerdo total. Algunos incluso llegan a hablar de medidas, determinando que para que un objeto sea una miniatura debe medir 1.33 centímetros, aunque las haya de menor tamaño. En realidad, definir las medidas que debe tener una miniatura es tarea ardua y, tal vez, sin importancia, ya que nunca se llegaría a un acuerdo satisfactorio para todos. Por lo tanto, más nos vale quedarnos con la definición de Moliner y tratar de precisar su sentido en atención a las funciones de la miniatura, toda vez que el término está sujeto a cierta relatividad semántica que no debemos olvidar. Acerquémonos brevemente a los antecedentes prehispánicos de la miniatura.

Miniaturas mexicas

El miniaturismo popular tiene sus raíces en las culturas mesoamericanas. Respecto a la cultura mexica, el cronista del siglo XVI, fray Bernardino de Sahagún nos informa en su obra Historia General de las Cosas de Nueva España:

Al tiempo de bautizar la criatura luego aparejaban las cosas necesarias para el bateo, que era que le hacían una rodelica y un arquito, y sus saetas pequeñitas, cuatro una de las cuales era del oriente, otra del mediodía y otra del norte; y hacíanle también una rodelita de masa de bledos, y encima ponían un arco y saetas, y otras cosas hechas de la misma masa.

Este testimonio de Sahagún nos informa que algunas miniaturas mexicas tenían una función ceremonial, puesto que se usaban en el rito bautismal. Según fuera el sexo del bautizado se le ponían utensilios en pequeño que le correspondieran. En el párrafo anterior, hemos visto lo que se hacía con masa de amaranto si se trataba de un niño. En cambio, si era una niña la bautizada, se le obsequiaban malacates y lanzaderas en pequeña escala.
Por su parte, fray Diego Durán nos cuenta:

… si era varón… poníanle en la mano derecha una pequeña espada, y en la otra, una rodelilla chiquita. Esta ceremonia hacían al niño 4 días arreo… Y si era hija, después de lavada cuatro veces, poníanle en la mano un aderezo pequeño de hilar y tejer, con los dechados de labores. A otros niños ponían a los cuellos carcajes de flechas y arcos en las manos. A los demás niños de la gente vulgar les ponían las insignias de lo que el signo en que nacían conocían. Sin su signo se inclinaba a pintor, poníanle un pincel en la mano; si a carpintero, dábanle una azuela, y así de los demás…

Es decir, que se les colocaban objetos en miniatura a los infantes, según el oficio que dictara su tonalli.

 Otros objetos pequeños que fabricaban los mexicas fueron los tepitones, figurillas de barro que, a manera de dioses tutelares, protegían y ayudaban a las familias. Se les colocaba en un altar o adoratorio construido ex profeso en la casa para rendirles culto. Francisco Javier Clavijero en su Historia de México antes y después de la conquista española, nos legó un testimonio al respecto:
Tepitón (pequeñito) era el nombre que daban los mexicanos a sus penates o dioses domésticos y a los ídolos que representaban. De estos idolillos debían tener en sus casas seis los reyes y caciques, cuatro los nobles y dos los plebeyos. En los caminos públicos se veían en todas partes (…) eran infinitos (…) la materia ordinaria de que se hacían era el barro y algunas especies de piedras y de maderas, pero también los hacían de oro (…) y algunos de piedras preciosas.

Los tepitones también se regalaban durante las numerosas fiestas sagradas dedicadas a celebrar a los dioses durante todo el año. Las figuritas se guardaban y luego de depositaban en la tumba del difunto en cuya casa se encontraban. Así como también se agregaban a los entierros miniaturas de perros xoloitzcuintlin, que representaban al dios Xólotl, el dios encargado de acompañar a los muertos en su largo camino al más allá.

Otro tipo de figuras que fabricaban los mexicas en tamaño reducido fueron los muñecos articulados en brazos y piernas, que se quemaban junto a los cadáveres en las ceremonias mortuorias como representación del difunto, y que después de la cremación se recogían junto a las cenizas de éste, para ser colocados y venerados en los altares familiares.

Asimismo, las pequeñas figuras articuladas servían como títeres con que los niños jugaban, y los sacerdotes las utilizaban como parte indispensable de ciertos rituales. Pues si bien es cierto que algunos muñecos articulados medían treinta o más centímetros, los hubo que no sobrepasaron los seis centímetros. Una muestra se encuentra en el Museo Anahuacalli.

Cuando los españoles hicieron su aparición e irrumpieron en tierras mesoamericanas, trajeron con ellos estilos, materiales y técnicas artísticas que se incorporaron a las ya existentes, y dieron origen a nuevas formas de creación. El arte de la miniatura no fue ajeno a este proceso y también se vio afectado. Así, de la mezcla de la técnica indígena con la española, más otras influencias posteriormente recibidas como la asiática, nació nuestra actual miniatura mexicana.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Día de la Candelaria. II.

En México, la fiesta del Día de la Candelaria se celebra desde los inicios de la Colonia implantada como parte de la evangelización a los indígenas. Curiosamente, en el calendario mexica el día 2 de febrero daba inicio el llamado mes Atlcahualo o Quauitleoa, en el cual se celebraban las honras a los Tlaloques, diosecitos de la Lluvia; a Chalchiuhtlicue, Diosa del Agua; y al Dios de los Vientos, Quetzalcóatl.

En dicho mes, se engalanaba a los niños que serían sacrificados en honor a los Tlaloques. Se les llevaba en peregrinación sobre andas adornadas con bellas plumas y con flores de muchas clases de mucha hermosura y fragancia. Los “dioses-niños” iban precedidos por músicos que ejecutaban melodías sacras, por los mejores cantores del templo, y por los danzantes dirigidos por su capitán. Los niños elegidos para el sacrificio eran pequeñines aún lactantes. Se les escogía que  tuviesen dos remolinos en el pelo y que hubiesen nacido bajo un signo fausto, ya que se pensaba que eran los que más satisfacían a los dioses y, por tal razón, provocarían mejores y abundantes lluvias, tan indispensables para el ciclo agrícola y la vida de los hombres y de la comunidad. Estos niñitos se sacrificaban, principalmente, en los cerros llamados Tepetzingo, Tepepulco, y en el remolino de la laguna denominada Pantitlan, lo que explica el porqué se escogían a los niños con remolinos capilares. La procesión se dirigía hacia los cerros, todos los fieles iban llorando, pero no de tristeza, sino como tributo, pues pensaban que el llorar constituía un buen augurio para que lloviese satisfactoriamente.

Tal vez por tratarse de un día cuyo fundamento era el agua, elemento de purificación tanto en la religión católica como en la mexica, o porque los niños jugaban un papel protagónico, les fue relativamente fácil a los indígenas en vías de adoctrinamiento aceptar la festividad y los rituales del 2 de la Candelaria en la que aparecía un niño santo consagrado, desde su nacimiento, al sacrificio.
Desde que la fiesta se impusiera en la capital colonial, poco a poco se fue extendiendo a todos los rincones de la Nueva España. Cada región y cada grupo étnico la impregnaron de las características de su propia cultura. Actualmente, la fiesta se celebra con bailes populares, juegos pirotécnicos, procesiones, alboradas, ferias, música de banda, representaciones teatrales religiosas, intercambio de flores, danzas tradicionales, y, por supuesto, la bendición del Niño Dios, de las candelas, y de las semillas. Como nos refiere Samuel Salinas:

Dia de la candelaria imagenCon la fiesta de la Candelaria se cierra el ciclo de celebraciones de la Epifanía que en griego quiere decir  “aparición” de Jesucristo ante los Reyes Magos. Mientras la iglesia se llena de candelas y padrinos, de Niños dioses vestiditos, adornados, de oraciones y sermones, en los atrios de los templos hay danzas y verbenas populares.
Por lo menos en ciento cincuenta pueblos, barrios  y ciudades de México hay fiesta popular el día de la Candelaria. Sobresale el encuentro de huapangueros y la procesión en el río de Tlacotalpan, Veracruz, la feria agrícola de Amealco, Querétaro, las danzas de los Palitos y la Conquista en Arandas, Jalisco; la ceremonia de devolución de la rosca de Reyes en Campeche, Campeche; las calendas en Oaxaca, la larga fiesta que comienza una semana antes en Coatetelco, Morelos, la bendición de las semillas y las imágenes en Contadero Cuajimalpa, Distrito Federal; los carros alegóricos en Gómez Farías, Jalisco, la Danza de la Malinche en Jaltipan, Veracruz; la bendición de las flores de siempreviva y semillas en San Lucas Teopilco, Tlaxcala; la escenificación de la Sagrada Familia en Tecomán, Colima; y la veneración al Niñopa en Xochimilco, Distrito Federal.

Particularmente importante es la fiesta del barrio de la Candelaria en Coyoacán, Distrito Federal. Da inicio el día 29 de enero, cuando se invita a los niños al “víctor”, para que recorran el barrio portando carrizos adornados con flores y papel de colores y obsequiando estampitas de la Virgen de la Candelaria. El 1º de febrero llegan las bandas y la rondalla, encargada de tocarle a la Virgen las “mañanitas” a los doce de la noche. Las bandas las costean, principalmente, los mayordomos de las ceras –llamados cereros- y los otros mayordomos. A las “mañanitas” las acompañan los constantes tronidos de los cohetes.

A las 6 de la mañana, se ofrece un desayuno de atole, café, tamales y ponche a todos los participantes a la fiesta. Al poco rato, los cohetes anuncian la salida de la Virgen de la Candelaria en procesión, acompañada de la banda de música. Atrás, caminan las mujeres, las niñas y los niños con sus niñitos dios en canastas, charolas y sillitas adornadas con flores y ceras. Después de un largo recorrido por el barrio, la santa imagen acude a la iglesia de Los Reyes. Ahí, a la entrada del templo, esperan a la Virgen las imágenes adornadas con flores del Señor de las Misericordias de Los Reyes, el Señor de los Milagros del Ajusco, y San Sebastián  del Barrio de Xoco.

El tronido de dos grandes cohetes y el redoble de las campanas, anuncian que es hora de que la procesión regrese. Al frente, va la Virgen de la Candelaria seguida por las imágenes, las mujeres y los niños, los coheteros, y la banda. En medio de cohetes, campanas que redoblan y el Himno Nacional interpretado marcialmente por la banda de música, la procesión entra en la iglesia, donde darán inicio los cantos, la misa, la bendición de los niños y las candelas, y los feligreses rezan la oración a la Virgen de la Candelaria:

Virgen de Candelaria, madre de Dios
 y madre nuestra,
Con toda la devoción y
confianza, que un hijo pone en su madre, quiero ofrecerte,
hoy, mi persona, mis cosas y mi vida entera.

Acéptalas, madre mía.
Te pido protección para aquellos hijos tuyos,
que por circunstancias de la vida, se encuentran fuera de sus
hogares, y desde lejos te invocan con sincero corazón.

Dulce Virgen de Candelaria, consuelo de los afligidos y
Reina de los hogares cristianos: derrama tu gracia sobre nosotros
y sobre nuestras familias: y haz, que sin olvidarnos de Ti, tengamos
siempre, salud y paz. AMEN.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Día de la Candelaria. I.

Antecedentes histórico-religiosos
En el calendario cristiano, el día 2 de febrero se conmemora la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María llevada a cabo cuarenta días después del nacimiento de Cristo, y la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén, centro del culto judío, construido en el año 1000 a.C. por el rey Salomón, y destruido por los invasores babilonios en 586 a.C.

Las dos ceremonias de esta fiesta se empezaron a celebrar en la ciudad de Jerusalén desde el siglo IV y, poco a poco, la costumbre se fue extendiendo a varios países del Medio Oriente.
La fiesta de la Candelaria llegó a Roma a finales  del siglo V, impuesta por el Papa Gelasio (¿-496) con el propósito de sustituir a la Fiesta del Fuego y de la Fertilidad conocida como la Lupercalia que los romanos pagamos seguían efectuando en honor de Luperco o Fauno, dios de la Fertilidad. El día 15 de febrero (ante diem XV Kalendas Martias), llamado en lengua latina dies februatis; o sea, día del toisón, los seguidores de Luperco –el famoso Fauno Luperco-  se reunían en una cueva del Monte Palatino, donde había vivido el fauno lobo quien tomando la forma de una hembra loba había amamantado a los gemelos Rómulo y Remo, fundadores míticos de Roma, y le sacrificaban bajo la higuera Ruminalis, un perro y un macho cabrío, animales considerados impuros. Una vez muertos, los animales eran desollados y los lupercos se ponían sus pieles, la februa, sobre el cuerpo y recorrían la ciudad propinando latigazos a todas las mujeres que les salían al paso, con el fin de propiciarles una segura fertilidad; los hombres también resultaban golpeados y con ello alcanzaban la purificación.

Cuando la fiesta cristiana fue plenamente aceptada en Roma, se le incluyó la Letanía; es decir, se agregaron procesiones cantadas como parte del ritual. Más adelante, en el siglo IX, la fiesta se enriqueció con la ceremonia de la Bendición de las Candelas, de donde le viene el nombre de Día de la Candelaria.
Por su parte, el historiador Luis Weckmann ahonda en los orígenes de la Candelaria cuando nos refiere:
La fiesta de la Candelaria (2 de febrero) es quizá de origen moro (…) en todo caso en la Europa Central y nórdica constituía una de las dos grandes festividades anuales de la religión precristiana de la fertilidad (cuyas sacerdotisas dieron origen a la idea de las brujas). Como recuerda Ocaranza, la Candelaria es la fiesta de la Purificación; y las velas benditas ese día se conservan para auxiliar a los moribundos o para librarse de los peligros del rayo y del trueno y de las tentaciones del demonio.

Asimismo, la bendición de las velas que se llevan en la procesión durante la celebración de los oficios, simbolizan la llegada de Cristo como “la Luz que ilumina a los gentiles”.

A la festividad que nos ocupa se la conoce con diversos nombres: La Presentación del Señor, la Purificación de María, la Fiesta de la Luz y la Fiesta de las Candelas.

La Virgen María
Acerquémonos un poco, ahora, a la historia mítica de la Virgen María. Para ciertos estudiosos, entre los que contamos a sir James George Frazer, algunos de los aspectos y características de la Virgen, derivan de los misterios atribuidos a la diosa egipcia Isis, tales como la pompa de sus rituales, sus sacerdotes afeitados y tonsurados, los maitines y las vísperas que se le rezan, la música de las ceremonias que se le dedican, las aspersiones, las procesiones, las imágenes adornadas con profusión de joyas y el hecho de que a Isis algunas veces se le haya representado amamantando a Horus, su hijo, posición semejante a la de la Virgen cargando en brazos al Niño Jesús.

Esta deidad egipcia, diosa Suprema y Universal, fue esposa y hermana de Osiris, y, junto con Horus, formaban la triada principal del panteón egipcio. Fue acogida por los griegos cuando conquistaron Egipto y la sincretizaron con la diosa Deméter, Madre de los Cereales. En Alejandría, puerto y ciudad de Egipto, se convirtió en la patrona de los marineros y en diosa de la Luna. Cuando los romanos, a su vez, invadieron tierras egipcias, el culto a Isis fue introducida en Roma y se la consideró como Madre Universal de la Naturaleza, la Mayor de las Diosas, Reina y Soberana de los Hombres y fue adorada bajo muchos nombres y muchas formas. Tal fue la veneración de que fue objeto que llegó hasta considerarse el prototipo de la madre y la esposa, y, por ende, de la mujer.

En la tradición cristiana, a decir de Jean Chevalier:
El símbolo de la Virgen nueva fecundidad. , madre divina en cuanto Theotokos, designa el alma en la que Dios se recibe a sí mismo, engendrándose a sí mismo, pues sólo él es. La Virgen María representa el alma perfectamente unificada, en la que Dios se hace fecundo. Ella es siempre virgen, pues queda siempre intacta respecto a una.

Si es madre del Cristo histórico, es evidente que, en la medida en que este acontecimiento histórico es interiorizado, no deja en absoluto de ser madre y permanece virgen con respecto a esta nueva fecundidad. El hijo divino nace sin la intervención del hombre en el misterio cristiano, que enlaza por eso mismo con los ritos de la antigüedad que representan el nacimiento milagroso del héroe. La virgen madre de Dios simboliza la tierra orientada cara al cielo, que así se convierte en una tierra transfigurada, en una tierra de luz. De ahí su papel y su importancia en el pensamiento cristiano, como modelo y puente entre lo terrenal y lo celestial, lo bajo y lo alto.

Así, María fue Madre Inmaculada de Jesús. Nació el año 19 antes de nuestra era. Sus padres fueron Joaquín y Ana, cuyo matrimonio fue estéril por más de veinte años, razón por la cual prometieron a Jehová que, en caso de tener descendencia, le consagrarían completamente a su hijo o hija. Por lo cual María, al cumplir tres años de edad, fue entregada al Templo para dedicarse a servir a Dios.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Las festividades de Año Nuevo.

Como antecedentes de las celebraciones occidentales de Año Nuevo debemos mencionar a los antiguos romanos, quienes acostumbraban obsequiar a sus amigos con platos de higos y dátiles secos; los acompañaban con miel y un ramo de laurel como símbolo del deseo de que el año venidero fuese dulce y lleno de buena fortuna. Cuando en el año de 153, los romanos empezaron a festejar el Año Nuevo el 1° de enero y dedicaron el mes al dios Jano, acostumbraban celebrarlo con bailes y danzas durante varios días, y decoraban sus casas con ramas de agrifolio (acebo) de brillantes frutos rojos, con muérdago, y otras plantas consideradas mágicas y propiciatorias. Preparaban fastuosas cenas que pueden considerarse como el antecedente de nuestra cena de Año Nuevo.

Sabemos que cuando en el siglo I a.C. los romanos invadieron a los celtas, que habitaban lo que ahora conocemos como Inglaterra, observaron que en el Año Nuevo los druidas obsequiaban a la población con ramas de muérdago, para que gozasen de prosperidad; los romanos adoptaron tal costumbre que con el paso del tiempo se desvaneció. Tiempo después, en el siglo XIII, en Inglaterra se convirtió en tradición que el pueblo ofreciera regalos a los reyes, y que los esposos de la nobleza obsequiaran a sus esposas con dinero para que adquiriesen artículos personales, pues se pensaba que ello propiciaría la prosperidad del lar. Asimismo, la chimenea debía limpiarse muy bien para recibir al año venidero decorosamente.

La celebración del Año Nuevo se ha practicado en todos los países del mundo –sea cual fuere la fecha en que inicien el conteo del año-, con modalidades y funciones tan variadas como diferentes son las culturas y las religiones que se profesan. En la Nueva España, las celebraciones del Año Nuevo iniciaron en 1545, siguiendo la costumbre española de despedir la Noche Vieja y festejar el año entrante. El 31 de diciembre es el Día de San Silvestre, quien fuera papa en la época en que el emperador Constantino declaró al cristianismo como religión oficial del Estado Romano. Según una leyenda italiana, San Silvestre libera cada año al pueblo de Poggio Catino, en la provincia italiana de Rieti, de un terrible dragón que habita en una caverna situada en las profundidades de la Tierra, y a la que se accede por medio de una escalera de 365 escalones; es decir, el mismo número como días tiene el año. Con tal acción libertaria, San Silvestre cierra, simbólicamente, las “puertas” a las religiones paganas, y “abre” con el Año Nuevo las “puertas” al cristianismo.

Del siglo XIX, contamos con un testimonio de la marquesa Calderón de la Barca que a la letra dice:
¡Año Nuevo! Se advierten manifestaciones especiales de alegría para festejar la llegada de Año Nuevo. Suenan más las campanas, se dicen más misas. Los trajes de los campesinos que por las calles discurren, tienen mayor aspecto de alegría y por las calles mismas pasa mayor número de carruajes que llevan en su interior damas mejor vestidas que de ordinario, cuando no van en traje de visita.

Por su parte, Antonio García Cubas, historiador y escritor mexicano del siglo XIX, relata que en la noche del día de San Silvestre los templos estaban pletóricos de gente que rezaba acompañada por los acordes de la música de órgano; es decir, que se efectuaban misas en este día. Todo el mundo se deseaba feliz Año Nuevo, y se intercambiaban flores y regalos que las familias pudientes enviaban con sus respectivos criados.

Actualmente, en la Ciudad de México la costumbre de regalar se ha perdido. La noche del 31 de diciembre hay  celebraciones  más profanas que religiosas; se recibe al año con luz de velas que guíe a las almas de los muertos, y para que los vivos encuentren orientación en el año que comienza. Se lleva a cabo una cena cuya minuta es similar a la de la cena de Navidad. Además, como una herencia española, cada comensal debe comer doce uvas, una por cada campanada de media noche, pide buena fortuna y formula deseos para que se cumplan durante los meses del año por venir. Con la última campanada, los abrazos y buenos deseos aparecen entre los concurrentes a la cena. Los chiquillos truenan cohetes y globos, y encienden luces de Bengala. Las personas, para las que esta fecha reviste carácter religioso, asisten a una misa de acción de gracias y bendicen doce velas que encenderán, de una en una, cada primero de mes.

Cada grupo indígena de México festeja la fecha que nos ocupa según sus tradiciones e idiosincrasia. Por ejemplo, los indios huicholes el 31 de diciembre llevan a cabo el cambio de varas; es decir, de autoridades. Cada una de las cinco comunidades que conforman el grupo huichol, tiene su gobierno tradicional e independiente. La organización política está integrada por un gobernador, un juez, un capitán, y un alguacil o alcalde. Para el relevo de autoridades los huicholes recurren a un kawitero, un sabio anciano que, ayudándose de los sueños, designa a los sucesores. Una vez elegidos los gobernantes, acuden a la cabecera municipal a oficializar los cargos. De regreso a sus comunidades, dan inicio los rituales que se prolongan por seis días. Se acostumbra sacrificar animales para comer, efectuar danzas sacras, ofrecer comida y bebida a las nuevas autoridades, mientras se ejecutan las llamadas danzas de los Matachines.

El Año Nuevo es la fiesta más importante de los kikapúes del estado de Coahuila que celebran los primeros días de febrero. Se trata de una ceremonia de renovación en la que se enciende el Fuego Nuevo, se estrena ropa, se levanta el luto a los deudos, se componen los desperfectos de las casas y, al término de la celebración, se lleva a cabo un juego ritual conocido con el nombre de lacrosse. Durante la fiesta hay danzas y cantos en los que participan hombres y mujeres. Destaca el uso de un tambor de agua con el cual se acompaña una danza especial para esta fecha. Además, se bailan las danzas de El Coyote, El Búfalo, y danzas guerreras de estirpe muy antigua.

Entre los popolucas, mixes, nahuas, huaves y zapotecos (del Istmo de Tehuantepec) los niños elaboran al “Viejo”, que será quemado a las doce de la noche para despedir el año que se acaba y recibir el que se inicia. El “Viejo” es un muñeco que los infantes elaboran con ropa y huaraches usados. Su cabeza es un coco al que se le dibuja una cara con carbón, se le pone un sombrero y un cigarro, y su cuerpo se rellena de cohetes y elotes. Cada barrio tiene su “Viejo”. Los niños, acompañados por los mayores, recorren las casas pidiendo la “limosna” (dinero o comida) en nombre del “Viejo”. El dinero que recaudan es utilizado para comprar dulces que se reparten entre ellos; la comida obtenida se distribuye entre los participantes.

Estos son unos pocos ejemplos de la enorme variedad de celebraciones de Año Nuevo que se realizan en nuestro país: México.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La historia de los Reyes Magos.

A estos santos monarcas también los conocemos como los Reyes Magos. Cuando Jesús nació en Belén unos magos, procedentes de Oriente, llegaron hasta su pesebre con el fin de ofrecerle regalos al recién nacido, pues sabían que se trataba del Mesías, el hijo de Dios Padre y Salvador de la Humanidad. Cada uno de los magos en su palacio, situado en la ciudad de Sava (Saveh) en Persia, había visto una estrella que anunciaba el nacimiento del Niño Dios, y había decidido ir a venerarlo a Belén.

Montados en un camello, un elefante y un caballo, según la más conocida tradición, y cargados de un precioso tesoro consistente en varios kilos de piedras preciosas, collares, plumas de avestruz, bálsamos, cofres de áloe, ébano y sándalo, llegaron hasta el humilde pesebre sobre el cual la estrella se detuvo para señalar el recinto sagrado. Tenía tres días de nacido el Niño, cuando recibió las ofrendas y les dio a los reyes a cambio un cofrecito que contenía una piedra, la cual simbolizaba el hecho de que tenían que ser firmes y constantes en su fe. Pero como los magos desconocían su significado, arrojaron la piedra a un pozo; hecho lo anterior, desde una nube bajó una enorme llamarada hasta la piedra. Entonces los magos comprendieron que la piedra era un talismán y tomaron parte del fuego para llevarlo a sus respectivos lares y mantenerlo encendido y utilizarlo en los holocaustos sagrados.

Historia de los reyes magos - Sarcofago

En cuanto a la estrella que se les apareció a los Reyes Magos, un director del observatorio del Vaticano, jesuita irlandés apellidado Treanor, publicó en el Oservatore Romano que la estrella fue la conjunción, demostrada posteriormente por métodos modernos y científicos, de Júpiter y Saturno, bajo el signo de Picis, en el año 7 de la era cristiana. Este fenómeno fue pronosticado y observado por astrónomos babilónicos y persas, por lo que los Reyes Magos la asociaron con el nacimiento del Mesías. En realidad, los Reyes Magos fueron sacerdotes del mazdeísmo, antigua religión persa basada en Ahura Mazda (u Ormuz en idioma avéstico), suprema deidad del zoroastrismo, y en el Zend-Avesta, la colección de textos sagrados persas. Constituían una casta muy cerrada de carácter sumamente austero. En Persia, los magos se distinguían por su afición al estudio, pues eran verdaderos astrólogos y teólogos. Sus principales funciones consistían en mantener el fuego sagrado dedicado a los dioses, estudiar el curso de los astros y descifrar el significado de los sueños.

En algunas de las primitivas pinturas cristianas encontradas en las catacumbas romanas, donde se practicaban clandestinamente las primeras ceremonias, aparecen más de tres Reyes Magos: cuatro, seis y hasta doce de ellos dedicados a adorar al Santo Niño. No fue sino hasta el siglo V, cuando el Papa León I decretó que los Magos habían sido tres, posiblemente porque cada uno representaba a una raza de las entonces más relevantes; pues es sabido que Melchor representa la raza aria, Gaspar la semita, y Baltasar la camita o negra. Beda el Venerable (Ca. 673-735), eclesiástico inglés y doctor de la Iglesia, nos relata que Melchor era un anciano de larga y poblada barba; Gaspar, joven, lampiño y rubio, y Baltasar negro y de tupida barba.

En cuanto a sus apelativos no han sido iguales en todos los países. Sabemos que los etíopes los llamaban Ator, Sater y Paratoras; los hebreos los conocían como Magalath, Galhalath y Serakin; los sirios les denominaron Kagpha, Badadilma y Badakharida, y los griegos les pusieron los nombres de Apelicón, Amerín y Damascón. Los nombres con que los conocemos actualmente quedaron consignados, en el siglo VII, en un documento anónimo que se conserva en la Biblioteca Nacional de París.

Cuando los Reyes Magos murieron, se les enterró en Persia en sepulcros de gran lujo y belleza, colocados uno junto a otro. Hasta el siglo XIII los cenotafios (tumbas monumentos) conservaron los cuerpos intactos, con sus largas barbas y cabelleras, muy cerca del Cala Atepereistán; o sea, el alcázar de los adoradores del fuego.

En el siglo IV, Santa Elena, madre de Constantino, primer emperador romano convertido al cristianismo, se llevó los restos de los magos de su sepulcro, por considerar que se encontraban en manos de infieles, y los depositó en un inmenso sarcófago de granito que mandó construir en Bizancio, capital antiguo imperio romano de Oriente (Imperio Bizantino).
Pasado medio siglo, un obispo de Milán, San Eustorgio, trasladó de Bizancio a su Diócesis los sagrados cuerpos. Para tal efecto, utilizó un carro tirado por bueyes. Sobre el camino que debía recorrer el santo en su misión, resplandeció la estrella que había brillado y guiado a los Santos Reyes hacia Belén cinco siglos antes. Cuando pasaban por los Balcanes, un lobo hambriento agredió a uno de los bueyes y le dejó imposibilitado para halar. Entonces, el fraile domó al lobo y lo ató a la yunta para que reemplazase al animal de tiro. Al llegar a su destino,  la ciudad de Milán, mandó edificar una hermosa tumba para que los creyentes pudieran visitarle en peregrinación.

Pero estaba escrito que los Reyes no descansasen en paz. En 1162, Federico Barbarroja, emperador de Occidente, en una de sus expediciones a Milán saqueó la regia tumba y su consejero Reinaldo de Dassel, le pidió llevarse los restos. Sin embargo, cuando acudió por ellos, los sacerdotes del templo negaron que ahí estuviesen los tres Reyes Magos, y lo engañaron diciéndole que en esos sarcófagos sólo se encontraban los cadáveres de Dionisio, Rústico y Eleuterio, santos venerados, pero de no mucha importancia. Escéptico, Reinaldo mandó levantar la lápida que los protegía y encontró las tumbas vacías, pues manos piadosas se habían anticipado llevándose los restos a la iglesia de San Gregorio el Palazzo. Reinaldo, indignado, decidió buscarlos arduamente hasta encontrarlos y llevárselos hasta la ciudad de Colonia Agripina, llamada así en honor de las madres de Nerón, hoy en día conocida simplemente como Colonia.

Para poder recibir a todos los peregrinos que año con año acudían a la ciudad a honrar a los Reyes Magos, Federico Barbarroja emprendió la construcción de una gran catedral. En 1248, el arzobispo Conrado de Hostaden colocó la primera piedra de lo que sería la Catedral de San Pedro. Terminada la obra, Maese Nicolás de Verdun elaboró una urna de oro y plata que pesaba 350 kilos, en la que se conservaron las reliquias.

En 1495, Rodrigo Borgia, después convertido en el Papa Alejandro VI, a instancias del duque de Milán Ludovico el Moro, le pidió al arzobispo de Colonia la restitución de los santos despojos que les fueran quitados. Sin embargo, el clérigo se rehusó. Tampoco tuvieron éxito las gestiones del Papa Pío IV, de origen milanés, ni de Gregorio XIII, ni el rey de España Felipe II, quien a la sazón gobernaba el Milanesado. Tiempo después, un cardenal de Milán llamado Ferrari, obtuvo la devolución de una tibia, un húmero y un esternón. Durante la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los huesos permanecieron en Colonia de donde desaparecieron. Actualmente, nadie sabe dónde se encuentran.

Del tesoro de los Reyes Magos sí tenemos noticias. Se dice que desde el siglo IV se guardan en el monte Athos, cerca se Tracia, en Grecia. En dicho monte existen varios conventos en los que se custodian, además de manuscritos pre medievales y medievales, las joyas de los emperadores bizantinos, fragmentos de la Santa Cruz, y los fabulosos tesoros que recibiera el Niño Dios de parte de los Reyes Magos.

Sonia Iglesias y Cabrera


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La Fiesta de la Epifanía y los Reyes Magos.

El día de los Santos Reyes, tan deseado y esperado por los niños, se celebra el 6 de enero. Por la mañana, muy tempranito, los infantes abren los regalos que los Reyes les dejaron junto al zapato que colocaron cerca del nacimiento o el árbol de navidad. Hacia el atardecer, la familia partirá la famosa “rosca” en compañía de sus más cercanos amigos, saboreando una taza de espeso y espumoso chocolate, siempre tan agradable a nuestros paladares.

El día 6 se conmemora la Epifanía o epiphaneia, vocablo que en lengua griega significa “aparición”, “manifestación”. Este día recibe tal nombre ya que en tiempos muy antiguos se conmemoraba el nacimiento de Jesucristo, y la visita que recibiera por parte de los Reyes Magos llegados de tierras orientales.

La primera festividad de la Epifanía se celebró por primera vez en Egipto en un año que nos es desconocido, pero cuyo día coincidía con los rituales que el pueblo egipcio llevaba a cabo por el descenso de las aguas del río Nilo, que crecía e inundaba los campos cada año. El mismo 6 de enero se conmemoraba el nacimiento del dios Horus, hijo de Isis y Osiris, adorado y venerado como el Sol Naciente.

Asimismo, en Alejandría, capital y puerto de Egipto fundados por Alejandro Magno en 331 a.C., el día Tybi, 11 del calendario egipcio que corresponde a nuestro 6 de enero, el pueblo tenía la costumbre de recoger agua del Nilo y guardarla, ya que se consideraba que en este día el agua tenía el poder de convertirse en vino, creencia que coincide con el primer milagro de Cristo cuando transforma el agua en vino durante las bodas de Canaán.

Fiesta reyes magos en MexicoLos antiguos cristianos coptos, sirios, griegos y armenios el 6 de enero bendecían las aguas de cualquier río cercano a sus lugares de asentamiento, para utilizarlas todo el año en la ceremonia del bautismo de los llamados neófitos; es decir, aquellos conversos recientemente bautizados.
Hacia la primera mitad del siglo IV, la Iglesia de Oriente tomó la decisión de festejar el nacimiento y el bautizo de Jesús el día 6 de enero, al que denominó por tal causa Día de la Epifanía. La liturgia de la fiesta era muy sencilla: la noche del 5 al 6 estaba consagrada a honrar el divino nacimiento; y toda la mañana del 6 se dedicaba a conmemorar el bautismo del Niño Jesús.

A decir del sirio Efrén, Padre de la Iglesia nacido en 373, por la noche se celebraba la Natividad, la Adoración de los Pastores y la Aparición de la Estrella. Al otro día, la Adoración de los Reyes Magos y el bautismo de Cristo en las aguas de Jordán. Para este día, las casas se adornaban con una corona de adviento –símbolo del transcurso de las cuatro semanas de la llegada del Redentor-, puesto se trataba de la fiesta más importante de la cristiandad.

De este mismo siglo data un documento descubierto en Egipto que contiene la oración litúrgica más antigua que conocemos, y que el coro de la iglesia debía responder a la lectura bíblica del nacimiento de Cristo, la huída de Egipto de la Sagrada Familia, y su regreso a Nazaret:

Nacido en Belén,
Criado en Nazaret,
Vivió en Galilea.
Cuando el sacerdote leía en la Biblia la parte en que los Reyes Magos se acercan a adorar al Niño Dios, el corro cantaba:
Hemos visto la señal en el Cielo,
de la estrella luminosa.

Después, el coro mencionaba el regocijo de los pastores ante el nacimiento del Señor:
Los pastores que pacían sus rebaños
En los campos, se asombraron,
Cayeron de rodillas y cantaron:
¡Gloria al Padre!
¡Aleluya!
¡Gloria al Hijo y al Espíritu Santo!
¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Existe un interesantísimo testimonio de una romana noble llamada Egeria, quien viviera durante tres años en la ciudad de Palestina. En él nos relata la fiesta de la Epifanía en la que en la noche del 5 al 6, un obispo, sus clérigos y feligreses, acudían a la gruta en la que había nacido el Niño Jesús para rezar hasta el amanecer. Iniciado el día, todos regresaban al Templo de la Resurrección cantando himnos en honor al Salvador y por la gloria de Dios Todopoderoso. El templo se iluminaba con velas y cirios. Se cantaban salmos y se decían plegarias. Hacia las once de la mañana se hacía un alto y se descansaba hasta el mediodía, tiempo en que continuaban los rituales por muchas horas más, para terminar contando un himno compuesto por Efrén.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La Navidad. V. El Origen de los Villancicos.

¿Qué son los villancicos y de dónde provienen?
El villancico o villancete es una composición poética popular formada por una cancioncilla inicial, que constituye el villancico propiamente dicho; una o más estrofas más largas denominadas mudanzas, a las que sigue un verso de enlace –característico del villancico- y de otro verso llamado de vuelta que rima con el villancico inicial, y que permite la repetición total o parcial del villancico, dicha repetición recibe el nombre de estribillo. Por ejemplo:

Villancico:                             Verso de enlace:
Míos fueron, mi corazón,          no seáis desconocida

Los vuestro ojos ajenos           Verso de vuelta
¿Quién los quiso ser ajenos?    No me los hagáis ajenos
Mudanza:                              Estribillo:
Míos fueron desconocida,         Los vuestro ojos morenos
Los ojos con que miráis,
Y si mirando matáis,
Con miraros dais la vida.   

En su forma poética el villancico deriva de otra más antigua, la muwasshä, composición árabe que termina en una estrofa en mozárabe, árabe vulgar, llamada jarsha, y que fue muy empleada en la poesía de los poetas árabe-españoles. La palabra jarsha significa salida. Las jarshas pertenecen al tipo de las cantigas de amigo. La más antigua que se conoce data de la mitad del siglo XI. Esta teoría se la debemos a Raúl Dorra. En cambio, para Lázaro Carreter, el villancico proviene del zejel, así como las cantigas gallegas, portuguesas, los rondeles franceses y algunos poemas italianos y provenzales. El zejel consta de un estribillo para ser cantado por el coro, y de cuatro versos que canta el solista; los tres primeros constituyen la mudanza, son asonantes y monorrimos; el cuarto verso se llama de vuelta y rima con el último verso del estribillo era el que daba la señal al coro para repetir el estribillo. Veamos:

Estribillo:                        Verso de vuelta:
Allá se me ponga el sol      con este dolor.
Do tengo el amor               Estribillo:
Mudanza:                        Allá se me ponga el sol
Allá se me pusiese             do tengo el amor.
Do mis amores viese
Antes que me muriese.

Las formas poéticas mencionadas constituyen las primitivas composiciones realizadas en castellano; por tanto el origen de los villancicos, en tanto que estructura poética, pertenece a la época en que España iniciaba su lírica en lengua castellana. En aquel entonces, el villancico designaba una incipiente poesía pastoril de carácter profano y no religioso. De los villancicos surgieron las églogas o composiciones poéticas de índole bucólica; los autos sacramentales, o dramas en verso dedicados a los misterios del señor; y los cantos pastoriles populares que se cantaban durante la Misa de Gallo, cuyo tema central giraba en torno al nacimiento de Cristo, con los cuales dieron inicio los villancicos religiosos tal cual los conocemos.

Los villancicos llegan a nuestro país
Fueron los primeros frailes que llegaron a México, los franciscanos, quienes  los trajeron con su carácter ya religioso. Cuando los indígenas aprendieron el Credo junto con la lengua española, la música y el canto a la manera europea, se dieron a la tarea de componer villancicos que cantaban en las misas, sobre todo en la época de Navidad. Incluso en 1543, el Cabildo Metropolitano instauró un coro de niños y jovencitos indígenas que interpretaban chanzonetas de Pascua y villancicos de natividad. Don Henríquez Ureña nos dice: … a fines del XVI se componen villancicos para las fiestas obligatorias de las catedrales: Madrid, Toledo, Sevilla, México, Puebla, sobre todas. Para ellas se escriben y se imprimen letras en que abundan los elementos populares, imitados a lo divino; forman rudimentos de dramas líricos sacros, nacidos de la canción popular.

Una vez en México, los villancicos dividieron su producción en dos vertientes. Por un lado estaban los compuestos por el pueblo, debidos al ingenio de indígenas y mestizos casi siempre anónimos; y por otro, se encontraban los villancicos que componían personas del calibre de Pedro de Trejo, Fernán González de Eslava y Sor Juana Inés de la Cruz. Más algunos autores de menor importancia como Ambrosio de Montoya, Pedro de Soto Espino, Gabriel Santillana y Alonso Ramírez Vargas. Veamos un hermoso villancico como ejemplo.

Pedro de Trejo
Nació en Plascencia, Extremadura, España, en 1534. Hacia mediados de siglo viajó a la Nueva España, donde poco después fue acusado ante la Santa Inquisición de hereje, apresado y juzgado injustamente. Su sentencia lo llevó hasta San Juan de Ulúa, lugar en que se pierde la pista de su existencia. Escribió El Cancionero General, exquisita obra que data del año 1569. Este cancionero lo tenía en su haber el señor Francisco Pérez de Salazar a principios del siglo XX y actualmente se encuentra perdido. Afortunadamente, en 1940 se hizo un facsímile del cancionero del cual una parte ha llegado hasta nosotros. En esta parte se encuentran siete villancicos, de los cuales reproducimos uno:

Villancico al nacimiento de Cristo Dios y Salvador
Quién es este que nació:                En un ser Dios y hombre están   
Es el que es dador de la vida           bien hay que tal nos dio
Y que tal es la parida                      Y que tal es la parida
Cual quiso lo que parió.                   Cual quiso lo que parió
Os cielos, los elementos                 Es Dios del Cielo venido
Lo imposible y lo imposible              viene al suelo a donde estaba,
De ver su Dios invisible                   Y bajó donde quedaba
Visible, están ya contentos              Por ser ya el tiempo cumplido
Este es el cuento de cuentos           en Trinidad permitido.
Que el demonio no entendió             Un solo Dios acordó
Y que tal es la parida                       Y que tal es la parida
Cual quiso lo que parió.                    Cual quiso lo que parió.
Este es de quien dijo Juan
A nuestros antecesores,
Es hecho carne de amores,
Y la gloria de Él verán.

                   
Sonia Iglesias y Cabrera

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La Navidad. IV. El origen del Árbol de Navidad.

Los primeros cristianos evangelizadores aprovecharon la adoración que los paganos tenían a los árboles, para consolidar el mito del nacimiento y existencia de Cristo. Una leyenda nos cuenta que en 522, un monje inglés llamado Winfrido, convertido después en San Bonifacio, caminaba por los bosques pertenecientes al caudillo germano Gundhar, a quien deseaba convertir al cristianismo. Era una fría noche del solsticio de invierno en la cual el hijo de Gundhar iba a ser sacrificado al Dios de la Agricultura, Donar, bajo el gran roble sagrado. Cuando el sacerdote iba a asestar el golpe mortal, Bonifacio, de un solo tajo de hacha, derribó el árbol. Todos los asistentes callaron. Bonifacio, solemne y majestuoso, señaló un pequeño abeto, símbolo de la vida perpetua, y lo nombró Árbol del Niño Dios; e instó a Gundhar a celebrar el nacimiento de Cristo con obsequios y bondad, y no con asesinatos. El germano cortó el abeto y lo colocó en el gran salón de su palacio, para que todos pudieran admirarlo y así celebrar su conversión al cristianismo. 

Existe otra leyenda que nos relata que Martín Lutero, monje alemán (1483-1546), una noche cercana a la Navidad paseaba por los campos cubiertos de nieve, cuando bajo el resplandor de la luna los árboles, totalmente salpicados de nieve, le mostraron los bellos destellos luminosos que de ellos emanaban. Lutero, impresionado, permaneció un momento silencioso y luego decidió regresar a su casa. Al otro día, muy de mañana, fue al bosque por un pequeño pino y lo puso en el interior de su hogar. En sus ramas colocó pequeñas velas que, al encenderse, semejaban el maravilloso efecto que Lutero viera en el bosque.

arbol navidad

Una vez que la costumbre de poner un árbol navideño se arraigó entre los germanos, los niños y jóvenes adornaban un árbol y lo paseaban por las calles de su pueblo, para propiciar que la primavera apurase su llegada y volviera a renacer el verdor en los campos. Los jovenzuelos coronaban sus cabezas con flores y, llevando el árbol como bandera, tocaban a las puertas de las casas para pedir fruta y panes. Mientras tanto, los mayores se divertían bailando y libando alrededor de un gran árbol que se colocaba en el centro del poblado.

Durante la Edad Media, en Europa se festejaba la Navidad colocando en las casas ramas de boj, jengibre, abedul, encina y pino, árboles que nunca pierden su ramaje verde. Fue en Alsacia donde se implantó la costumbre de usar pino.

En 1600, en la población de Sélestat, Bajo Rin, situada en la ahora Alsacia francesa, se erigió un árbol navideño al que se adornó con manzanas y hostias -las cuales darían lugar, con el devenir del tiempo a las tradicionales galletitas de navidad, tan usuales en los países nórdicos- como adornos arbóreos. Un siglo después, las hostias se sellaban con pintaderas que representaban las imágenes de Adán y Eva, y fue en Estrasburgo, capital de Alsacia, donde, cinco años después, el Árbol de Navidad enriqueció su decorado con rosas de papel multicolor, que simbolizaban a las rosas de Jericó florecidas en la Navidad para que María caminase sobre ellas; figuras de azúcar, y finas hojas de metal dorado que simbolizaban el ruido producido por los regalos que los Santos Reyes obsequiaran al Niño Dios. Poco tiempo después, las fábricas de vidrio de Meisenthal, en Lorena,  y de Turingia, Alemania, fabricaron bolas de colores para adornar los árboles.

En 1840, a petición de la duquesa Hélène d’Orleans y por influencia de las familias alsacianas, se colocó un Árbol de Navidad en el Palacio Real de las Tullerías, en París, Francia. En ese mismo siglo, la tradición llegó a Inglaterra cuando, desde su nativa Sajonia-Coburgo, la introdujo el príncipe Alberto, consorte de la reina Victoria.

A los Estados Unidos de Norteamérica el Árbol de Navidad llegó en 1821. La costumbre se inicio en Lancaster, Pensilvania, llevada por un grupo de alemanes asentados en dicha ciudad. En un principio, los árboles se exhibían en lugares públicos y en los grandes almacenes. Más adelante, entraron a los hogares, en donde se les decoraba con figuras de papel brillante, manzanas, galletas y velas encendidas.

El árbol de navidad llega a México
De cómo y cuando llegó a México el Árbol de Navidad, existen dos versiones. La primera nos dice que a principios del siglo XIX, llegaron al país familias alemanas con el deseo de forjarse un capital en estas tierras. Celosas de sus costumbres, no quisieron perderlas, y conservaron la tradición de poner el Árbol de Navidad adornado. En tiempos del Imperio de Maximiliano de Habsburgo, iniciado en 1864, tal adorno llamó mucho la atención y fue ganando adeptos entre las familias mexicanas, pero pronto se olvidó la costumbre, a raíz de la muerte del usurpador.

La otra versión nos informa que, en 1878, el famoso general Miguel Negrete, acérrimo enemigo político de Porfirio Díaz y ministro de guerra durante la presidencia de Benito Juárez, colocó un árbol navideño en su casa por haber quedado muy impresionado con los que vio en uno de sus viajes a los Estados Unidos. El acontecimiento fue tan impresionante que fue descrito por la prensa: “El árbol sembrado de luces, cubierto de heno, extendía sus ramas a una gran distancia, y contenía como 250 juguetes, entre los que cada invitado tenía derecho a elegir uno designado por un número que de antemano se repartió; los objetos consistían en juguetes de muy buen gusto y aun de lujo”.

Sea cual fuere la versión verídica, el hecho es que actualmente la costumbre de poner árbol de Navidad ha sido adoptada por varios sectores de la población mexicana, sobre todo en las ciudades, donde las familias colocan el árbol, acompañado del tradicional nacimiento, adornado con esferas, foquitos y escarcha o con figuras de hojalata, trigo, pan y papel, para hacer más vistosa esta controvertida costumbre que ya cumplió más de cien años en México.

Símbolos del Árbol de Navidad.
El árbol en sí representa el Paraíso de cuyos frutos comieron Adán y Eva, el Pecado original, y es el recordatorio de que ha llegado el Mesías para salvar a la humanidad. Es el Árbol de la Vida eterna. La forma triangular del pino hace referencia a la Santísima Trinidad. Las oraciones que se dicen durante el Adviento son de cuatro colores: el azul representa las oraciones de reconciliación, el color plata connota a las oraciones de agradecimiento, el oro simboliza a las oraciones de alabanza, y el color verde a la abundancia, la fortaleza y a la naturaleza. Se dice que la estrella que se coloca en la punta del Árbol, representa la Fe que guía a los cristianos, en recuerdo de la Estrella de Belén. Las esferas son el símbolo de aquellas manzanas que colocara San Bonifacio y que representan a las tentaciones a que está expuesto el hombre. Las luces del Árbol, que en su inicio eran velitas, simbolizan la luz de Cristo. Los lazos son los símbolos de la unión entre las familias y los amigos queridos.
                            Sonia Iglesias y Cabrera

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La Navidad. III. El origen de la Piñata.

Este maravilloso juguete tan estrechamente ligado a las Posadas, llegó a México con los conquistadores españoles para subyugar a los indígenas y formar parte de nuestras tradiciones culturales populares.

Su origen no es del todo claro, ya que existen varias teorías al respecto. Una de ellas afirma que fue Marco Polo (1254-1324), ese famoso viajero veneciano, quien llevó la piñata a Italia desde la remota China, una vez cumplida su estancia en ese país. Efectivamente, los chinos de la etapa dinástica tenían la costumbre de elaborar una figura de buey, búfalo o vaca en cartón, a la que adornaban pegándole papel de colores. A esta efigie le colgaban los diversos implementos agrícolas que usaban los campesinos para trabajar la tierra. El interior del animal se llenaba con cinco clases de cereales: mijo, sorgo, arroz, cebada y trigo. La piñata se colgaba y los mandarines se encargaban de golpearla y romperla con largas varas multicolores. Una vez rota, los papeles, cartones y semillas desparramados por el suelo, se quemaban y sus cenizas eran recogidas por los participantes y guardadas como amuletos para obtener suerte y una buena cosecha. Obviamente, se trataba de un rito propiciatorio de carácter agrícola.

Cuando la piñata llegó a Italia cambio su función ritual por la lúdica y se la utilizó como parte de los festejos del primer domingo de Cuaresma, que recibió el nombre de Domingo de Piñata. En este día se forraba una olla con papeles, se la rellenaba de dulces y se la rompía con un palo. Fueron famosas las piñatas que se emplearon en Nápoles en la corte de los Borbones, pues la conseja popular nos dice que se les ponían joyas en su interior, entre otros objetos de menor valía.
De Italia la costumbre pasó a España, donde se la elaboraba en ocasión del Baile de la Piñata que tenía lugar en el tiempo de Carnaval, el cual se prolongaba hasta el primer Domingo de Cuaresma.
Otra versión, debida a la pluma de la doctora Ruth Lechuga nos afirma que:

La piñata se originó en Italia. “Pignatta” significa olla. Durante la Cuaresma se acostumbraba obsequiar a los trabajadores agrícolas una olla llena de regalos. De Italia la práctica pasó a España, donde se fijaba el primer domingo de cuaresma para “romper la olla” como solía decirse. La fiesta se denominaba “domingo de piñata“. Según noticias de este tiempo, ni en España, ni en Italia, se adornaba el recipiente. Pocos años después de la conquista, los misioneros trajeron la costumbre a la Nueva España, pero cambiaron la fecha por los días de las posadas.

Efectivamente, al llegar a México la piñata se rompía el llamado Domingo de Piñata que correspondía a la doménica siguiente al Miércoles de Ceniza. La fecha cambió a las Posadas Navideñas por razones posiblemente ideológicas, para atraer adeptos indígenas a las celebraciones litúrgicas de la Natividad del Señor; pero en un principio debió haberse seguido la costumbre española, ya que aún hoy en día, en algunos lugares de la República como en Magdalenas, Chiapas, y en Mérida, Yucatán, se sigue conservando la fecha inicial.

Existe un testimonio que sostiene que en el siglo XVII, las piñatas ya eran de uso frecuente, pues el pintor Juan Rodríguez Juárez (1675-1728), inmortalizó un rompimiento de piñata acaecido en Iztacalco, Distrito Federal, en una pintura donde pueden verse dos piñatas sostenidas por una cuerda desde la azotea de una iglesia. Dos indígenas las soportan, mientras que otros, alborozados y vendados, intentan romperla.

Fray Juan de Grijalva, conquistador y fraile español, aseguraba que la olla de la piñata representaba a Satanás; su colorido y adornos eran el anzuelo para atraer a los hombres hacia el pecado; la colación y las frutas simbolizaban los placeres pecaminosos; la persona vendada que golpeaba al  juguete, encarnaba a la Fe, que es ciega; el acto de golpear a la piñata, representaba la destrucción del mismísimo Demonio; y los picos de la tradicional figura de estrella, simbolizaban los siete Pecados Capitales.

Así pues, la forma clásica de la piñata ha sido la de una estrella de siete picos, aunque según Sebastián Verti, en el siglo XIX se pusieron de moda las piñatas hechas en forma de gajos, amarrados todos en la parte de arriba con listones de colores. Estos, en un momento dado se jalaban y los dulces caían quedando al alcance de todos.
En el momento en que se va a “quebrar” la piñata, chicos y adultos suelen cantar rondas populares. Por ejemplo:
 
Dale, dale, dale,
No pierdas el tino,
Porque si lo pierdes
Pierdes el camino
*******************************
Dale, dale, dale,
No pierdas el tino,
Mide la distancia
Que hay en el camino

*************
No quiero oro
No quiero plata
Yo lo que quiero
Es romper la piñata
*****************
Echen confites
Y canelones
Pa’ los muchachos
Que son muy tragones.
******************
Ándale María
No te dilates
Con la canasta

De los cacahuates.

Ándale Juana
No te dilates
Con la canasta
De los cacahuates.
***************
La piñata tiene caca,
Tiene caca,
Tiene caca,
Cacahuates de a montón.

Sonia Iglesias y Cabrera