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La Semana Santa II, El Triudo Sacro.

Los tres días restantes de la Semana Santa  reciben el nombre de Triudo Sacro. El Jueves Santo nos cuentan los Sagrados Evangelios que Cristo cenó acompañado de sus doce discípulos, hecho que conocemos como la Última Cena. Consistía ésta en un cordero macho asado, absolutamente sin ningún hueso roto, pan ázimo y una ensalada de amargas hierbas; tal como lo ordenaba el Éxodo en su capítulo XII, para conmemorar el día de la Pascua Judía, en memoria del cordero que los judíos, esclavizados por el faraón egipcio, sacrificaron en sus casas, y con cuya sangre marcaron sus puertas, para preservarse de la matanza; pues Jehová, enojado por el trato de esclavos que se daba a su pueblo, había mandado al Ángel de Dios a exterminar a todos los primogénitos de las familias judías.

Al termina de cenar, Jesús lavó los pies de casa uno de sus apóstoles como símbolo de su sagrada humildad. Cumplida su tarea, tomó de la mesa un trozo de pan, rezó, lo bendijo lo distribuyó en pedacitos entre sus discípulos, mientras decía: –¡Tomad y comer, éste es mi cuerpo! Poco después cogió el cáliz de plata que contenía el vino, oró, lo bendijo y exclamó: -¡Bebed todos de él, que ésta es mi sangre. Haced esto en memoria de mí! En ese momento quedó instituido el sacramento de la Sagrada Eucaristía, que siguió celebrándose como parte del ritual de Semana Santa, al igual que el lavatorio de pies. Este día, los feligreses realizan la famosa “visita a las siete casas”. En cada una de las iglesias rezan una “estación” o un “viacrucis” entero. Este peregrinaje simboliza los lugares por donde transitó Cristo cuando fue apresado.

El Viernes Santo Jesús, en el Huerto de Getsemaní del Monte de los Olivos, rezó aguardando a ser capturado por los soldados romanos, a consecuencia de la traición de Judas Iscariote, y Jesús fue sentenciado a morir en la cruz en el Monte Calvario o Gólgota.

Así pues, el Viernes Santo se celebra la Pasión y Muerte de Cristo. Es un día de ayuno y de abstinencia. Los oficiantes de la iglesia se visten de negro, el altar se vacía, y las velas se apagan como señal de luto, porque Cristo murió hace dos mil años.

Este día, en muchos pueblos de México y en la ciudad capital se representa la Pasión de Cristo como parte de las expresiones del teatro popular religioso, cuyo origen se remonta a los tiempos en que los frailes evangelizadores se dieron a la tarea de implantar el teatro religioso medieval, como parte de sus instrumentos evangelizadores. Fue entonces cuando organizaron la representación de “pasos”, forma teatral de corta duración, de tres o cuatro personajes que se escenificaba el día del Santo Entierro, y se acompañaba de música y danza. El primero de estos pasos escenificado en suelo conquistado, se llamó El Auto de la Pasión de Cuernavaca, presentado entre los años de 1525 y 1540. A finales del siglo XVI, fray Francisco de Gamboa, todos los viernes de Cuaresma representaba, en la Capilla de San José de los Naturales de la Ciudad de México, Pasos de la Pasión que organizaba la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, donde los actores no hablaban. En la mencionada Capilla, fray Juan de Torquemada escenificó los famosos neixcuitilli, escenas mudas ejemplares sobre el Calvario del Señor. Hacia 1583, se tienen noticias de la representación de la Pasión en Chalco Amecameca, organizada por frailes dominicos. Asimismo, en el Pueblo de Coyoacán se presentaba una obra todos los viernes santos. En el siglo XVIII, se escribió en lengua náhuatl La Pasión del Domingo de Ramos que se escenificaba en Tepalcingo, Morelos, organizada por la Cofradía de Jesús Nazareno e integrada por españoles e indígenas, obra desaparecida a mediados del siglo XIX. Su contenido está basado en los Evangelios bíblicos, en los apócrifos y en la inventiva popular.

En Axiopan, Morelos, se presentó a mediados del siglo XVIII, la Pasión según San Mateo, cuyo manuscrito se encuentra, actualmente, en el Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología e Historia. Esta obra incluía cuarenta personajes en escena. En la antigua provincia de Chimalhuacán-Chalco que comprendía Tlalmanalco, Amecameca, Ozumba, Chimalhuacán, Chalco, Cuautla, Yautepec, Yecapixtla, Xochitlan, Tepoztlán, Huexotzingo y Tepalcingo, se escenificaba lo que conocemos como el Ciclo de la Pasión de Tlalmanalco-Amecameca, obras escritas en náhuatl y castellano. En 1768, su representación fue prohibida, pues el dominico fray Antonio Victoria, Comisario del Santo Oficio, aseguraba que las representaciones eran irrespetuosas, ya que Cristo salía semidesnudo y Judas hacía puras payasadas. Las obras de este ciclo fueron escritas y dirigidas por frailes franciscanos, dominicos y agustinos.

Actualmente, las representaciones de la Pasión siguen escenificándose en muchos de los estados de la República tales como Campeche, Chiapas y San Luis Potosí, destacando por su número y belleza las del Estado de México, Distrito Federal, Guerrero, Hidalgo, Michoacán, Morelos, Puebla y Querétaro.

El Sábado Santo es el día en que se sepultó a Cristo. Cuando murió, uno de sus discípulos llamado José de Arimatea, se presentó ante Pilatos para solicitarle el cuerpo del Señor. Junto con su amigo Nicodemo, embalsamó y perfumó el cadáver, y lo envolvió en una sábana, para sepultarlo en una pequeña gruta que tapó con una losa. Ese mismo día, Jesús bajó al Infierno y sacó a las almas de los santos que quién sabe porqué se encontraban ahí atrapadas                                                                                                                                          

Anteriormente, se le conocía como Sábado de Gloria, por conmemorarse la resurrección de Cristo. Pero en 1962, el Concilio Vaticano II convocado por el Papa Juan XXIII, dispuso que la ceremonia conmemorativa se realizase no por la mañana como antaño, sino a la medianoche. Este día, en muchos estados y en la Ciudad de México, se realiza la tradicional “quema de Judas”, y, en las zonas más populares es costumbre mojar a las personas con cubetadas de agua, como símbolo de buena suerte y bendición, y jalarles el pelo o darles de “cocos” a los niños, para que crezcan saludables. Es entonces cuando aparecen apostados en las esquinas los vendedores de judas de cartón y matracas de colorida madera.

El Domingo de Pascua, Cristo resucitó en la madrugada. Pasados cuarenta días, se les presentó a sus apóstoles y todos se fueron al Monte de los Olivos donde los bendijo; hecho lo cual subió al Cielo en medio de una maravillosa nube. Mientras tanto, un ángel bajó de las alturas y les dijo:- ¡Qué esperáis creyentes galileos, Jesucristo no volverá a la tierra hasta que, con esta misma majestad, venga a juzgar a todos los hombres!

Sonia Iglesias y Cabrera


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La Semana Santa I

La Semana Santa corresponde a la última semana del período de Cuaresma. Se inicia con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua de Resurrección. La Semana Santa es la festividad más solemne de toda la cristiandad por su sentido reivindicativo. En México reviste suma importancia por la multitud de manifestaciones culturales que origina en todos los estados de la República y en el Distrito Federal, tales como las representaciones y viacrucis de la Pasión, las procesiones de Cristo y del silencio, ofrendas de flores al Señor, el lavatorio de imágenes sacras o de prendas de vestir de los santos, ofrendas de ceras y flores a Cristo, bendición colectiva en las iglesias de palmas, pan, cereales, agua, comida y bebida rituales; ceremonias de Fuego Nuevo, ritos de fertilidad y de purificación, juegos y bromas rituales, danzas tradicionales, y música de banda. Además de verbenas, ferias y bailes populares acompañados de juegos pirotécnicos.

EL DOMINGO DE RAMOS
Después de mucho peregrinar acompañado de sus apóstoles para divulgar el cristianismo por el mundo antiguo, Jesucristo llegó a la ciudad de Jerusalén donde fue recibido por una multitud de hombres y mujeres que, entusiastamente, lo aclaman portando ramos y palmas. A su paso por las calles, el pueblo le extendían alfombras a sus pies y le obsequiaban con flores al tiempo que exclamaba: ¡Hosanna al Hijo de David!, ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Este hecho bíblico dio origen a una emocionante ceremonia el Domingo de Ramos con la bendición de las palmas en las iglesias. Esta costumbre llegó a México procedente de España, gracias a los primeros frailes evangelizadores. En los primeros tiempos de la Colonia, los artesanos empezaron a tejer figuras con fibras vegetales, a la manera en que se hacía en Alicante, región donde inicialmente se emplearon el laurel y el romero para, posteriormente en el siglo XV, sustituirse por la palma.

Palma del Domingo de RamosActualmente, en México el Domingo de Ramos se acostumbra adornar las capillas exteriores de las iglesias, y los fieles acuden a bendecir sus palmas, para colocarlas en las puertas de sus casas o en sus altares domésticos, con el propósito de proteger los hogares y librarlos del mal. Esta ceremonia ha dado lugar a una manifestación artesanal muy extendida a todo lo largo del país y en la misma Ciudad de México, donde podemos ver cálices, cruces, custodias, palomas y cristos tejidos con palma,  o con tallos y espigas de trigo. Es creencia generalizada que con las palmas benditas se espantan a los malos espíritus y se protege la casa de enfermedades y mala suerte. Al colocar las palmas se debe rezar la siguiente oración:
Bendice, Señor, nuestro hogar.
Que tu hijo Jesús y la Virgen María en él.
Por tu intercesión danos paz, amor y respeto,
Para que respetándonos y amándonos
Los sepamos honrar en nuestra vida familiar.
Sé tú el rey de nuestro hogar.
Amén.

EL LUNES, MARTES Y MIÉRCOLES SANTOS
Al Domingo de Ramos le continúa el Lunes Santo, día en que la liturgia de la Iglesia Católica, ordena que se efectúe una Misa de Pasión del Señor de la Espina, y por la noche se rece un Rosario y se escuche el Sermón.

El Martes Santo da inicio con una Misa de Pasión al Divino Preso; después se reza el Rosario, se efectúa el Sermón.

El Miércoles Santo acontece la Misa de Pasión del Señor de las Maravillas, y se realiza la ceremonia del Aposentillo, en la cual:
Al caer la tarde del miércoles [Santo] se realiza la celebración del «Aposentillo», celebración que surge en la Nueva España alrededor del siglo XVII a iniciativa de los misioneros franciscanos que habían llegado a estas tierras para evangelizar a los indios, la cual tiene como finalidad recordar y acompañar a Jesús dentro de su prisión.

Iniciada la noche, se inicia una procesión encabezada por el Señor del Golpe, que culmina con un Rosario cantado y un Sermón. Este día, hasta mediados de este siglo XX, se realizaban dos ceremonias importantes: la Seña, por la mañana, y el oficio de Tinieblas, por la noche. Estas ceremonias, que poco a poco fueron perdiendo vigencia, se celebraban, solamente, en la Catedral de Sevilla, España, y en las de Puebla, Guadalajara y la Ciudad de México.

En la ceremonia de la Seña, los canónigos se vestían de negro y cubrían sus cabezas con un capirote. Del coro, salían uno a uno, acompañados por el solemne toque de una campana oculta. Al llegar a la primera grada del presbiterio, se arrodillaban, se persignaban y acto seguido tomaban su lugar correspondiente. Después, aparecía otro capitular con una enorme bandera negra cruzada, en su totalidad, por una ancha cruz roja, y cuyas puntas sostenían dos canónigos.

Colocado el abanderado en el centro el círculo formado por los hombres de negro y volteado hacia los fieles, inclinaba la bandera hacia la derecha y la izquierda, la echaba una y otra vez sobre sus hombros, y la abatía; en tanto que los canónigos se tendían sobre el suelo boca abajo. Después, desde el presbiterio y con la bandera enarbolada, hacía la señal de la cruz para bendecir a los fieles. Finalmente, colocaba el estandarte en el altar mayor.

Esta espectacular ceremonia simbolizaba el triunfo del cristianismo sobre los paganos. El color negro representaba las sombras en que Jesús quedó envuelto al morir, y el rojo de la cruz, la sangre que derramó en el Monte Calvario.

En la ceremonia de las Tinieblas, se colocaba un candelabro triangular con quince velas encendidas a un lado del altar mayor. Mientras los canónigos entonaban cantos rituales, las luces se iban apagando una a una, hasta quedar sólo aquélla que representaba a Cristo y simbolizaba que éste no moría porque resucitaba. Las quince velas representaban a los doce apóstoles y a las tres Marías.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El Viernes de Dolores.

Los seis viernes que comprende la Cuaresma son muy relevantes desde el punto de vista religioso y cultural, pues en ellos se expresan muchas manifestaciones de la cultura popular. Generalmente, durante los viernes de Cuaresma se efectúan ferias, bailes, verbenas, juegos pirotécnicos, procesiones, misas, música de banda y de grupos comerciales, desfile de carros alegóricos, representaciones bíblicas, calendas, danzas tradicionales y elaboración de artesanías ad hoc. En las festividades de los viernes de Cuaresma los funcionarios tradicionales que integran las cofradías son los responsables de la coordinación de la fiesta y del cuidado de la iglesia y las imágenes.

Al sexto viernes de Cuaresma se le conoce como Viernes de Dolores y está consagrado a venerar a la Virgen de los Dolores y a recordar los sufrimientos que padeció. A la Virgen de los Dolores la imaginería popular la represente con rostro doliente, lágrimas amargas que fluyen de sus ojos, y siete puñales que traspasan su sangrante corazón, símbolo de los dolores padecidos. A veces se la ve traspasada con un solo puñal de plata. El primer dolor de la Virgen acaeció cuando el rey Herodes se enteró del nacimiento de Jesús y ordenó degollar a los niños menores de dos años que vivían en Belén. Un ángel enviado por Dios, les anunció a María y José del peligro que corría su hijo, por lo que decidieron huir a Egipto. El segundo dolor de María tuvo lugar durante el viaje que todos los años realizaba la Sagrada Familia a Jerusalén, con el fin de celebrar la Pascua Judía. Cuando Jesús contaba con doce años, se perdió entre la multitud que abarrotaba el Templo de esa ciudad, sus padres se asustaron y los buscaron. Tres días después lo encontraron en el mismo Templo cuestionando, discutiendo y saciado sus ansias de saber los Doctores de la Ley, quienes quedaron asombrados de la sapiencia de un niño de tan corta edad. El tercer sufrimiento de la Virgen acaeció cuando Jesús fue presentado al Templo de Jerusalén a los cuarenta días de su nacimiento. Simeón, un hombre bueno y noble, tomó al niño en sus brazos y, después de dirigirle a Jehová las siguientes palabras, vaticinó la muerte del Señor en la cruz: -Señor, ya puede morir tu siervo, porque mis ojos han visto la salvación que ofreces a los hombres: una luz que iluminará a los gentiles y es la gloria excelsa de tu pueblo de Israel. Los cuatro restantes dolores de la Virgen corresponden a la etapa de la Pasión de Cristo. Se refieren a las estaciones del Señor en su camino hacia el Monte Calvario, a su crucifixión, el descenso de su cuerpo de la cruz, y  su sepultura.

El Altar de Dolores
La celebración del Viernes de Dolores se instauró por resolución del Sínodo provincial efectuado en Colonia, Alemania, en 1413. Este día se acostumbra montar un altar dedicado a la Virgen. La costumbre se inició en nuestro país a raíz de la evangelización, pero a despecho de su raigambre católica, en el altar se amalgamaron algunos rasgos prehispánicos relacionados con la fertilidad de la tierra, como lo testimonian las semillas germinadas, las verduras frescas, las flores y las frutas que aparecen en su decoración.

Aunque seguramente ya desde el siglo XVI se levantaba altar a la Virgen de los Dolores, los testimonios más fidedignos remontan al siglo XVIII, cuando acostumbrábanse poner en las iglesias y en las casas particulares. La fiesta daba inicio con las bandas militares que tocaban la “diana” al amanecer. Ya para el siglo XIX, la tradición estaba muy arraigada y los hogares de la Ciudad de México se engalanaban con tan hermoso altar. Para empezar a construirlo,  se echaba mano de una mesa  sobre la que se ponían cajas como bases, hasta formar una plataforma escalonada forrada con tela blanca adornada con moños y listones de colores; o bien, se le ponía un mantel de lino, encaje o papel picado de varios colores. La mesa se colocaba pegada a una pared de la sala, por ser el lugar más importante. Sobre la pared se ponía una cortina de lino o seda, preferentemente de color blanco, formando una especie de enmarcado. Bajo este cortinaje se colocaba un cuadro de la Virgen de los Dolores, y, arriba de éste, la escultura de un santo Cristo.

Sobre el altar de iban acomodando objetos: candeleros, platos con dulces cristalizados, naranjas doradas a las que se clavaban banderitas hechas con papel de oro y plata; jarros, comales y cualquier utensilio de barro poroso mojado donde se “sembraban” semillas de chía por fuera, manteniéndolo húmedo hasta que la semilla germinaba. Si se quería que la planta adoptase un color amarillo, se la dejaba germinar fuera del alcance de los rayos del sol; si en cambio se quería obtener un color verde, se la colocaba al sol. También se utilizaban animalitos de barro de variadas formas, en cuyo cuerpo estriado se ponía la chía.

En platos y macetas se sembraba trigo, lenteja, cebada, amaranto, semillas con las que se seguía el mismo procedimiento que con la chía, para lograr la coloración deseada. Además, el altar llevaba muchas macetas con flores de distintos colores, con verdes plantas, esferas y bolas de cristal colorido, llamados “ojos de boticario”, que eran juegos de esferas o botellones de vidrio que iban unos dentro de otros.

En el altar no podían faltar las aguas frescas de horchata, jamaica, limón con chía, y tamarindo. Estos refrescos debían estar muy endulzados, ya que simbolizaban las lágrimas de la Virgen, que a pesar del dolor debieron ser muy dulces. Era costumbre que las aguas se ofrecieran a los que pasaban por las casas que mantenían las puertas abiertas para tal propósito. Aparte de estas aguas destinadas a beberse, se elaboraban otras que se teñían con productos vegetales o químicos. Así, los pétalos de la amapola daban un color colorado; el palo de Campeche, carmesí; la flor de jamaica, púrpura; la piedrecilla de alumbre, tornasol; la grana y la cochinilla, morado; la caparrosa, azul; la pimpinela, verde; la solución acidulada de cromato amarillo neutro con carbonato de potasa, amarillo; y el bicromato de potasa, también amarillo. Las aguas teñidas se colocaban en botellones especiales para la ocasión que se iluminaban por atrás con lamparitas de aceite, para que brillaran y difundieran rayos de colores. Al pie del altar se formaba un tapete de figuras hecho con pétalos de flores, polvo de café y obleas desmenuzadas, al centro se colocaba el anagrama de la Virgen.

En la tarde de Viernes de Dolores, se efectuaba una misa en las casas de las personas de dinero, a la que asistían familiares y amigos. Las mujeres se ponían vestidos de luto y los hombres traje oscuro, para escuchar al sacerdote hablar acerca de la Pasión de Cristo. Acabado el acto religioso, se ofrecía a los convidados una merienda de tamales, atole, pasteles, dulces y chocolate con leche. Asimismo, se obsequiaba con un pequeño recuerdo a los participantes.

Sonia Iglesias y Cabrera


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La Cuaresma y su simbología.

Las fiestas religiosas relacionadas con Jesucristo se enmarcan dentro de dos ciclos. El primero comprende el tiempo de la Natividad que da inicio con el Adviento, continúa con la celebración de las Posadas, el Nacimiento del Salvador, la Epifanía o Adoración de los Reyes Magos y termina con la Candelaria o Fiesta de la Purificación de la Virgen María, que tiene lugar el  2 de febrero. El segundo ciclo hace referencia a la Pasión y Muerte de Cristo. Comienza con el Carnaval, prosigue con la etapa de la Cuaresma dentro de la que se cuenta al Miércoles de Ceniza, y culmina con la Semana Santa o Semana Mayor.

El vocablo cuaresma deriva del latín quadragésima, que significa cuarenta o cuarentena. Dentro de la tradición judeo-cristiana, el número cuarenta es sagrado y pleno de intenciones simbólicas. Muchos de los acontecimientos relatados en el Antiguo y el Nuevo Testamento contenidos en la Biblia, están regidos por períodos de cuarenta días o años. Por ejemplo, el famoso Diluvio Universal consignado en el Génesis y considerado por Jehová como instrumento para castigar la maldad y perversión humanas, duró cuarenta días y cuarenta noches. El mismo número de días el pueblo judío estuvo errando por el desierto conducido por Moisés, huyendo de la furia del faraón egipcio, hasta que llegaron a la Tierra Prometida, después de vivir durante cuatrocientos treinta años en las negras tierras de Egipto.

Cuando Jehová entregó a Moisés el Decálogo o Tablas de la Ley, el patriarca estuvo cuarenta días en el Monte Sinaí, consagrado al ayuno y a la meditación, hasta que descendió portando en sus manos los Mandamientos de la Santa Ley, que guardó en el Arca de la Alianza, hermoso cofre de fina madera revestida de oro, depositado en el Tabernáculo es decir, el santuario portátil que los Hijos de Israel llevaban consigo en el desierto.

Por haberse inclinado al ejercicio de prácticas paganas, alejadas de la Ley de Dios, Jehová castigó a los israelitas con cuarenta años de esclavitud bajo la férula de los filisteos, hasta que fueron liberados por Sansón, uno de los principales jueces judíos, famoso por su enorme fuerza que provenía de sus largos cabellos. Para llevar a cabo su hazaña, Sansón mató a los filisteos con una quijada de burro, derribó sus casas y los palacios donde habitaban los príncipes. Asentados ya en la Tierra Prometida, los judíos nombraron su rey a Saúl, a quien sucedió David, hijo de José de la tribu de Judea. David dio muerte al gigante Goliat, filisteo que constantemente molestaban a los judíos con sus ataques. El reinado de David duró cuarenta años, durante los cuales extendió las fronteras de Palestina y conquistó Jerusalén. Le sucedió Salomón, su hijo, quien mandara construir el Templo de Jerusalén y escribiera tres libros inmortales: El Eclesiastés, Proverbios y el Cantar de los Cantares. Su sabio gobierno duró cuarenta años.

Elías, el profeta de Jehová y consejero del rey y del pueblo, fue perseguido por el rey Acad por anunciar su desastroso final y por haber dado muerte a los sacerdotes del dios fenicio Baal. Para escapar a la furia del rey, Elías huyó y caminó durante cuarenta días hasta llegar al Monte Horeb, a fin de esconderse en una cueva.

A su vez, otro profeta, Jonás, desobedeció la orden de Jehová de predicar en la ciudad de Nínive. Como castigo el barco en el que navegaba naufragó y a él se lo tragó una ballena. Jonás vivió en el vientre del animal durante tres días, fue perdonado por Dios y, obediente, retomó su camino hacia Nínive donde predicó cuarenta días antes de pronosticar destrucción por corrupta e idólatra.
En el Nuevo Testamento, el número cuarenta aparece ligado a la vida de Jesucristo, pues igual cantidad de días debieron transcurrir desde el nacimiento de Cristo hasta su presentación en el templo y la ceremonia de purificación de su madre la Virgen María.

Asimismo, cuarenta días El Salvador permaneció en el desierto en completo ayuno y dedicado a la meditación, con el propósito de purificarse y entregarse a la predicación.
El rito de la Cuaresma comenzó a celebrase durante el siglo IV, bajo el papado de Gregorio Magno, Padre de la Iglesia, como homenaje a los cuarenta días que Jesús ayunara en el desierto. Además se la consideraba como un período de preparación religiosa de los catecúmenos, es decir, de aquellos que se aprestaban a recibir el bautismo como muestra de su deseo de pertenecer a la Iglesia Católica.

La Cuaresma es el lapso especialmente dedicado a la preparación espiritual para recibir la Pascua de Resurrección. Por lo tanto conlleva una extrema penitencia y ayunos antaño muy rigurosos, ya que de los siglos VII al IX, estuvo prohibido estrictamente ingerir cualquier tipo de alimento antes de la puesta del sol e incluso los fieles estaban obligados a restringir su sueño, alejarse de las diversiones y mantener un extremo.

La austeridad de la Cuaresma de los primeros tiempos, nos dice Antonio García Cubas, consistía en:
La abstinencia de carne, huevos leche y vino y en comer una sola vez al día, después de vísperas, o sea, por la tarde. Esta costumbre prevaleció hasta el siglo XIII. Los de la iglesia de Oriente, fueron más estrictos que los latinos, pues limitaban sus alimentos a pan y agua, frutas secas y legumbres. En el siglo XII los latinos agregaron a la comida algunas conservas, permitiéndoseles en la noche tomar agua y poco vino, corto refrigerio al que se dio nombre de colación.

En 1762, el Papa Clemente XIII, concedió la facultad de comer durante la Cuaresma huevos, manteca, queso y  otros lacticinios y también carne, con excepción de los primeros cuatro días, de los miércoles, viernes y sábado y de toda la Semana Santa. Pero imponía a todos los que usasen de esa gracia, el deber de observar la ley del ayuno con una sola comida y a los ricos, además, el de distribuir limosnas a los pobres. Esa gracia siguió ampliándose por los sumos pontífices, reduciéndose las excepciones a sólo el Miércoles de Ceniza, los viernes y los cuatro últimos días de la Semana Santa.

Hoy en día el Ayuno cuaresmal da inicio el Miércoles de Ceniza, a fin de completar los cuarenta días, pues se exceptúan los domingo por ser el día del Señor. La abstinencia se ha concretado a no comer carne los viernes de Cuaresma sino pescado, aun cuando los católicos más ortodoxos guardan todos los días del período cuaresmal. El Nuevo Ordo de los rituales de Semana Santa, dicta que los ayunos terminen a la media noche entre el Sábado Santo y la Doménica de Pascua.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El Carnaval II. Llegada a México.

El Carnaval llegó a nuestro país durante la primera mitad del siglo XVI gracias a los frailes evangelizadores que arribaron con los conquistadores españoles, como una consecuencia lógica de las celebraciones de Semana Santa. Del Carnaval español heredamos el gusto por los bailes populares, las mascaradas, los disfraces, el travestismo, la elección del rey feo, y la imagen de don Pelele convertido en Juan Carnaval y en los judas que se queman el Sábado de Gloria en México.
Muy poco o casi nada conocemos acerca de los primeros carnavales que se festejaron en la Nueva España, pues no han quedado referencias escritas en las que podamos apoyarnos, lo que sí sabemos es que el Carnaval sustituyó, en el ánimo religioso de los indígenas, a la fiesta dedicada a Xipe Tótec, celebrada el segundo mes Tlacaxipehualiztli, en la que desollaban a los cautivos de guerra.

En contraposición, las crónicas carnavalescas del siglo XIX abundan. Para darnos una somera idea de lo que fue la fiesta, sigamos la descripción de Roberto Duclas, estudioso francés de las costumbres del mencionado período. Este viajero nos cuenta que en los días de Carnaval, en las calles, plazas y teatros de la ciudad se celebraban bailes a los que acudía toda la población de medianos y altos recursos económicos. Las barberías se llenaban de toda clase de disfraces, donde la gente iba con el propósito de comprarlos o alquilarlos. Había disfraces de moros, cruzados, trovadores, y arlequines, entre otros muchos más. Las personas adineradas mandaban hacer sus trajes de Carnaval con los famosos sastres Irugüen y Cusac.

Por las tardes, y en especial la del domingo de la quincuagésima y el Martes de Carnaval, se acudía al Paseo de Bucareli y al de la Viga, para lucir los hermosos disfraces. Los señores montados a caballo, ofrecían flores y cucuruchos con caramelos a las damas elegantes que paseaban en sus carruajes. Los jóvenes, disfrazados grotescamente, montaban en burros y hacían burlonas muecas o lanzaban sátiras virulentas a los políticos y a los avariciosos comerciantes.

Llegada la noche, las personas regresaban a la ciudad para reunirse en comparsas con los músicos y arrojarse, unos a otros, trocitos de papel de colores llamados “agasajos”, a saber por qué. En la algarabía nocturna, todo el mundo se lanzaba flores y huevos con agua pintada o perfumada. Los jóvenes perseguían a las máscaras bailando, bromeando y participando en divertidas farsas. Las comparsas de disfrazados solían entrar en las casas donde había baile, para departir unos momentos con los dueños e invitados, e inmediatamente acudir a otros domicilios y seguir la diversión hasta el amanecer.

El Teatro de Santa Anna, situado en la Calle de Vergara, decorado y transformado en salón de baile para la ocasión, acogía a la mejor sociedad de la ciudad que se daba cita con la única intención de divertirse de lo lindo comiendo finos bocadillos y bebiendo vinos importados, entre una y otra polca o rigodón. De más está decir que este día los bailarines ocultaban su identidad tras el anonimato  de una sugestiva máscara.

En la calle del Puente de Monzón (Isabel la Católica), el general Manuel Andrade organizaba él mismo los festejos en su suntuosa residencia, solamente para gente importante.

Mientras los sirvientes circulan ofreciendo en platones canapés, helados y bebidas a los invitados, los enmascarados daban rienda suelta a la diversión. Al son del piano había gritos, persecuciones y bailes. Una dama atrae la atención de todos por su elegancia: hermoso traje de terciopelo bordado en oro, magnífica cabellera y tez mate. Bromea con mucha gracia, se pone al piano y cautiva a la concurrencia por la seguridad de su arte. Después desaparece. Algunos curiosos logran seguirla hasta el establecimiento de Gabino Medina, el peinador de la Calle del Coliseo Nº 11. Por la puerta entreabierta, ven a la bella dama quitarse la máscara y la peluca, y comprueban, estupefactos, que Centroni, el gran pianista, los ha engañado. Hasta aquí el testimonio de Duclas.

 En estas ocasiones era fácil que se entablaran romances, mas había que andarse con cuidado, no fuera a ocurrir una equivocación como la anterior, ya que en esos días las mujeres se disfrazaban de hombres y viceversa. A eso de las dos de la mañana, las personas importantes se retiraban a sus hogares, pero el que lo deseara podía quedarse de farra hasta el amanecer.

A diferencia de lo acontecido con otras fiestas tradicionales, el paso del tiempo no terminó con el Carnaval, sino que lo enriqueció, pues los desfiles de carros alegóricos, de comparsas, disfrazados, los combates de flores, los bailes, la elección de una reina de la belleza y de un rey feo, las máscaras, las sátiras y las bromas, el tirarse a la cabeza huevos rellenos de confeti o agua perfumada, son algunos de los elementos que caracterizan a los carnavales urbanos y mestizos que se llevan a cabo en Veracruz, Mazatlán, Acapulco, Mérida y Villahermosa. Acerca de ellos Sebastián Verti opina:
El evento más importante es el desfile de comparsas y carros alegóricos para el cual se han preparado con meses de anticipación- los vecinos de los diferentes barrios.
La fiesta tiene lugar a todas horas del día y de la noche. Son continuos el bullicio, el encuentro inesperado y la amistad espontánea, la cálida sensación de celebrar en compañía de toda la ciudad, una misma alegría.

Al parejo de estos carnavales internacionalmente conocidos, en pequeñas ciudades, pueblos y barrios mestizos e indígenas se efectúan otros de igual o de mayor importancia, pero de los que escasamente tenemos noticias. Así por ejemplo, en Huexotzingo, Puebla, se dramatiza la captura y muerte de Agustín Lorenzo, un bandolero que asaltaba los trenes que iban de la ciudad de México a Veracruz, y el rapto de la hija de un rico hacendado, a la cual desposa para después morir ejecutado por las tropas federales. Esta representación se lleva a cabo el Martes de Carnaval. Otro ejemplo lo tenemos en  el pueblo de San Juan Totolac, Tlaxcala. Durante el Carnaval se cuelga al “ahorcado”. Este pelele simboliza los pecados de toda la comunidad. Después de apresarlo por pecador, enjuiciarlo y declararlo culpable, se le sentencia a morir. Ante tan fatal castigo, el ahorcado deja todas sus posesiones a sus hijos y a su viuda. Para matarlo, le atan una cuerda a la cintura y lo cuelgan entre dos postes de madera. Ejecutada la sentencia, el monigote se lleva a enterrar, pero resucita y levantándose empieza a repartir azotes entre los concurrentes. Valgan solamente estos dos ejemplos para ilustrar nuestro artículo.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El Carnaval I. Los orígenes.

Con el propósito de comprender mejor la fiesta de Carnaval es necesario contextualizarla como parte de los rituales que conforman el ciclo de la Pasión y Muerte de Jesucristo, que da inicio, en sentido extenso, el Miércoles de Ceniza, continúa con el período de Cuaresma y termina con la Semana Santa.

Desde el punto de vista conceptual, el Carnaval está estrechamente ligado con el tiempo de Cuaresma; es decir, los cuarenta días especialmente dedicados a la preparación espiritual de la Pascua de Resurrección del Señor. Así, el Carnaval deviene el lapso de desenfreno obligado para dar pasa a la iniciación del ayuno y demás rituales de abstinencia dictados por la religión católica. Es en este marco que el Carnaval simboliza la necesidad de desahogo social, del tiempo en que está permitido romper con el orden establecido y con las normas de comportamiento cotidianas. Es el tiempo de las grandes libertades, del travestismo, del escándalo, de las injurias, las bromas, las sátiras a personajes públicos; de la gula y la sexualidad desenfrenadas. Es el tiempo en que reinan  los placeres de la carne sobre el recogimiento del espíritu. Como diría Sebastián Verti:
El carnaval es, por excelencia, la fiesta de la diversión. En carnaval se permite romper todas las reglas y rebasar todos los límites, y las fantasías no sólo pueden convertirse en realidad, sino que son la norma. Ocultos tras el disfraz más descabellado o apenas cubiertos por un sencillo antifaz, podemos cantar, bailar, reír a carcajadas.

Lo más importante es transformarse, contradecir el orden de todos los días. Ser no lo que somos siempre, sino lo que siempre hemos querido ser. En carnaval todo es posible.

En su esencia original, el Carnaval está impregnado de un simbolismo de muerte y resurrección de los ciclos vitales de la naturaleza, y, en mayor o menor medida, todos los ritos ligados a él nos hablan de la reviviscencia de la vegetación en la primavera, expresados dentro del ámbito de celebraciones a dioses antiguos de la fertilidad de las plantas y de los hombres, y del renacimiento primaveral. Como es el caso de la diosa egipcia Isis, Creadora de las Cosas Verdes; Dionisio, el Baco romano, dios de la Vegetación y el Vino; Luperco, dios de la Fecundidad; Attis, deidad de la Vegetación y la Resurrección; y Saturno, señor de la Siembra y la Agricultura.

He aquí el concepto simbólico de estas festividades celebradas en Grecia y en la Roma cercana al surgimiento del cristianismo. Fundamento de otros muchos rituales de la religión católica, pues es un hecho ampliamente reconocido que Jesucristo es la síntesis histórica de los dioses solares redentores de la culturas antiguas que le antecedieron, todos ellos representantes duales de la muerte y el renacer que rigen la vida de los hombres y los fenómenos de la naturaleza.

Acerca del origen del Carnaval contamos con varias teorías a cual más de interesante. Sin embargo, la festividad que se considera como el antecedente más directo del Carnaval es, ciertamente, la Saturnalia romana que conmemoraba el reinado magnificente de Saturno, dios de la Siembra y de la Agricultura, quien había reinado en la tierra proporcionando a los hombres paz y felicidad. Saturno enseñó a los romanos el arte de cultivar la tierra y las leyes que debían regirlos para alcanzar la armonía social absoluta. Bajo el reinado de Cronos, su nombre griego, se desconoció la esclavitud y la tiranía. Pero un desafortunado día, Saturno desapareció para no volver jamás y los hombres volvieron a caer bajo el influjo de las pasiones. A Saturno se le representaba como un anciano de luenga barba blanca, portador de una hoz en la mano.

La Saturnalia, de raigambre anterior a la fundación de Roma, se festejaba del  17 al 23 (o 25) de diciembre en las plazas y calles de Roma desde el año 217 a.C. con el propósito de elevar la moral de los ciudadanos, disminuida a causa de la derrota sufrida a manos de los cartagineses. Para otros investigadores, la fiesta daba inicio el 24 de diciembre y duraba un día; el emperador Augusto (63 a.C.-14 d.C.) decidió agregar otro día más y, posteriormente, Calígula aumentó uno más. Se encendían velas y antorchas, por el inicio del nacimiento del Deus Sol Invictus, El invencible Dios Sol, pleno de luz, y por el término de la etapa más oscura del año. La víspera de la fiesta las casas de Roma se adornaban con plantas y se encendían luminarias. La celebración empezaba con un sacrificio en el Templo de Saturno, al que seguía un banquete público, lectisternium, al tiempo que la plebe y los aristócratas gritaban: “¡Io Saturnalia!” Se comía y bebía en exceso,  entre amigos y familiares se daban lujosos regalos y figurillas de humilde barro, y se realizaban actos eróticos de todas suertes. Los roles sociales se intercambiaban, de tal manera que durante los siete días que duraba la Saturnalia, los patrones atendían los requerimientos de comida y bebida de sus esclavos; mientras que éstos injuriaban y golpeaban a sus amos, sin medir represalia de ninguna índole. Los tribunales y las escuelas cerraban, no se ejecutaba a los criminales y se hacía la guerra. La población acudía al Monte Aventino  -una de las siete colinas de Roma- a pasear y disfrutar de un piscolabis.

Además, los hombres libres jugaban al “reinado de burlas”. Consistía el tal juego en elegir, al azar  un “rey” que dictaba órdenes simples y chistosas a sus “súbditos”; por ejemplo, le ordenaba a un vasallo que cantase en plena calle, que bebiese vino aguado o que cargase a un flautista unas cuantas calles. De más está decir que este “rey de burlas” representaba a Saturno. Con el paso del tiempo, Roma y toda Europa se convirtieron al cristianismo y la imagen del “rey de burlas” pasó a la fiesta de Carnaval en la figura de un muñeco que, pasado el lapso de disipación, el pueblo quema o fusila con beneplácito.

Paralelamente a la mencionada teoría de origen del Carnaval, el simbolismo meramente cristiano de dicha celebración pretende destruir sus fundamentos paganos de muerte y resurrección de la naturaleza, para brindarnos una fiesta que tiene como origen el concepto de la Cuaresma, gestada durante la etapa de la Edad Media en Europa, negando todo fundamento de raigambre precristiana. De tal manera que las Carnestolendas, término con el que también se denomina al Carnaval, hace referencia al período carnal, derivado del latín caro, carnis, “carne”, en el que se puede comer carne, así como al período en que ha de dejarse, tolendas, de tollere, “quitar”; de tal manera que carnestolendas significa “despedida” o “adiós a la carne”.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El bezote en la cultura mixteca.

El bezote, ese atractivo objeto de ornato empleado por multitud de culturas de todo el mundo, se coloca en los orificios que se practican en el labio superior e inferior, cerca de las esquinas de la boca, o en combinación latera y central inferior. Se elabora de diferentes materiales, como piedra, hueso, madera, concha, marfil, vidrio, cobre, y demás. Su tamaño y sus diseños varían de acuerdo al gusto y la cosmovisión de los grupos que lo emplean. Se pueden hacer de una sola pieza, o de varias partes ensambladas combinando diversos materiales en cada una de ellas. El uso del bezote tiene de 8,000 a 10,000 años de antigüedad, y en nuestros días se sigue empleando en algunas etnias. Todos los pueblos que han usado bezotes lo han hecho por razones simbólicas religiosas o sociales.

El bezote mixtecaLos mixtecos y el bezote sagrado
El bezote constituyó en el México prehispánico un artículo de mucha valía exclusivo de las clases aristocráticas y de la jerarquía militar. Su uso se inició durante el Período Postclásico en toda el área de Mesoamérica, salvo en la cultura maya. En el idioma mixteco se le conocía con el nombre de yavuiindi dzaa, que significa “labio horadado”. En la zona oaxaqueña el Posclásico comprende de 850 a 1521 d.C., período en que tuvo lugar el florecimiento de las ciudades-estado de Mitla, Zaachila, Titaltongo, y otras más. En esta época cultural aparece la arquitectura de hermosas y complicadas grecas, la cerámica policroma,  los códices y los increíbles trabajos en metal que hicieron tan famosas a las culturas que se asentaron en lo que hoy conocemos como el estado de Oaxaca.

Dentro de este contexto se encuentra la cultura mixteca de raigambre militarista, cuyo predominio en la región fue indiscutible. En la Mixteca, el uso del bezote surgió en el Postclásico Tardío (1300-1521) en el ámbito del alto rango militar y relacionado con una innegable simbología religiosa, ya que los sacerdotes-guerreros representaban a los dioses en la Tierra, y los bezotes que portaban los identificaban como pertenecientes a la casta divina. Es necesario hacer notar que los bezotes solamente fueron utilizados por los humanos,  ningún dios aparece luciendo estos emblemas en las diversas representaciones que de ellos se hicieron. Posiblemente porque como nos dice la antropóloga Martha Carmona Macías en su artículo “El bezote: Símbolo de poder entre los antiguos mixtecas”:
…También podemos entender por qué ninguna deidad aparece luciendo bezote. Sencillamente, porque no lo necesita. Ella es el poder, y sólo el hombre al que elige debe mostrar la legitimación del mando que se le otorgó, por lo que éste usa un adorno-emblema que lo simboliza ante los hombres.

Estos hermosos emblemas solían elaborarse en cristal de roca, ámbar, jade y oro. Los bezotes más impresionantes fueron labrados en cristal de roca, que por su dureza requería de una sin igual maestría para trabajarlo; debido a su transparencia el cristal simbolizaba la pureza en toda su acepción. En lengua mixteca el cristal de roca recibía el nombre de yuu u yuhu. Son pocas las piezas de cristal que han llegado a nosotros. Podemos mencionar un impresionante bezote elaborado en cristal y oro, que se encuentra en el Museo de Historia en Viena, Austria. Se trata de un faisán hecho de tres partes que representa al dios Xochipilli-Macuilxóchitl; el oro fue trabajado empleando la técnica de la cera fundida, y el cristal está hábilmente tallado. Esta pieza formó parte de la colección de los Habsburgo, de ahí que se encuentre en Viena.

El ámbar, cuyo nombre mixteco es yuu nduta nuhu, “piedra sagrada de mar”, también se utilizaba para hacer bezotes. De esta resina se obtenían ámbares amarillos, amarillos mezclados con verde, y ámbares blanquecinos considerados de menor valor. El ámbar provenía de la provincia de Tzinacantan, en el actual estado de Chiapas. El ámbar amarillo, el más valioso de los tres, simbolizaba al Sol, se relacionaba con el oro y con el dios Xipe Tótec, Iha Nukuii para los mixtecos. El jade o jadeíta fue una piedra sagrada en la época prehispánica asociada con los dioses del agua y, por ende, con el concepto de fecundidad. El yunn nduta se obtenía de la región de Nejapa. En la tumba 7 de Monte Albán, perteneciente a la cultura zapoteca, se encontró un bezote de oro y jadeíta, el cual representa la cabeza estilizada del pájaro coxcoxtli, identificado con el dios Xochipilli. El oro engastado al ave nos remite, simbólicamente, a la fecundidad y al calor.

Los antiguos pobladores de Mesoamérica, afirmaban que el oro era una secreción del dios Sol, que al caer a la Tierra se convertía en pepitas de oro que los hombres recogían. Los mixtecos lo llamaron dziñuhu cuaa, “el resplandeciente amarillo”. De ahí que simbolizara el poder máximo, representado en la Tierra por el gobernante o yeheñuhundi, “ser temido por dios”. Por ello,  la posesión y el uso de bezotes de oro estuvieron absolutamente reglamentados y circunscritos a las clases poderosas. Con oro los mixtecos crearon piezas inigualables que podemos clasificar en tres tipos: bezotes de botón; de remate (simples y con colgantes); y de cuerpo cilíndrico (de botón y con colgantes). De la producción de bezotes mixtecos destacan aquellos que representan aves, como el mencionado faisán y el coxcoxtli. Una hermosa pieza de la colección del Museo Nacional de Antropología representa al dios Koo Sau (Ehécatl), formada de tres piezas y elaborada con la técnica de la cera fundida; la cresta emplumada, de la cual cuelgan algunos cascabeles está hecha con la técnica de la falsa filigrana.

En tanto que emblema exclusivo de los guerreros, la colocación del bezote requería de un rito. Con una navajita de sílex muy afilada, se perforaba la parte situada entre el labio inferior y el mentón, justo donde se forma una pequeña depresión. Durante el proceso, el guerrero debía mantenerse valiente y no dar muestras de dolor a fin de demostrar su valor. El bezote llevaba dos aletas medio curvas, las cuales se introducían en la perforación y se ajustaban a la encía; sobresalía la cazoleta del bezote y el remate, que podía ser un simple botón, la representación tallada de un dios, o algún animal como los pájaros que hemos mencionado. Para que la herida no cicatrizase y se cerrase, se empleaban ciertas hierbas sólo conocidas por los guerreros. Al hablar, el bezote se movía al ritmo de las dulces y suaves palabras del idioma mixteco, como si fuera el mismo dios el que estuviese hablando. A partir de entonces, los guerreros podían lucir sus bezotes con orgullo, pues significaba que habían peleado con honor en el campo de batalla y se merecían dicho emblema.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Los primeros mercados de la Nueva España.

El Tianguis de Juan Velázquez.
Una vez establecida la primera traza de la Ciudad de México sobre las ruinas de Mexico-Tenochtitlan, hacia el año de 1523, existía ya un centro de abasto en la parte oeste. Fue el primer mercado que conoció la ciudad hispana. Se trataba del mercado de Juan Velázquez, localizado en el terreno donde más adelante se construyó el Convento de Santa Isabel, y donde actualmente se encuentra el Palacio de Bellas Artes. En su época se le conocía como El Tianguis de Juan Velázquez, en honor a un famoso y querido cacique indígena, pues el mercado era básicamente para los naturales.

No se sabe con exactitud cómo era dicho mercado, pero es de suponer que se trataba de un terreno, posiblemente no muy grande, en el cual se colocaban los “puestos” llamados “sombras”. Consistían las tales sombras en armazones de palo o vara que sostenían una manta o petate, para protegerse  del sol. Bajo el techado se colocaban los objetos para su venta.

En este primer mercado se vendían las mercancías que provenían de los cultivos indígenas  y los objetos de uso cotidiano que ellos manufacturaban, y con los que se abastecían de artículos tales como piedra, cal, madera, camisas, lana, cerámica, molcajetes, maíz, tamales, chía, petates, velas, antorchas, plantas medicinales, carbón, incienso, tabaco y otros muchos más. Los indios que vendían sus productos en este mercado estaban exentos del pago de la alcabala, siempre y cuando los productos fueran fabricados por ellos mismos. No se sabe con certeza cuándo desapareció el mercado de Juan Velázquez.

El Mercado de la Plaza Mayor
Al mismo tiempo que este mercado, al que por orden del Cabildo emitida en 1528, se prohibía que cualquier español comerciara en él  –orden que no se cumplía ya que tanto españoles como negros y mulatos compraban mercancías que luego revendían y dieron origen a la regatonería-  existía otro que supuestamente era para uso exclusivo de los españoles. Se llamaba el Mercado de la Plaza Mayor situado dentro de la traza de la ciudad.

Mercados de la Nueva España

Hernán Cortés en sus Cartas de Relación nos dice al respecto:
Hay dos grandes mercados de los naturales de la tierra, el uno en la parte que ellos habitan y el otro entre los españoles: en estos hay todas las cosas del bastimento que en la tierra se pueda hallar, porque toda ella lo vienen a vender; y en esto no hay falta de lo que antes solía en el tiempo de su prosperidad, verdad es que joyas de oro, ni plata, ni plumajes, ni cosa rica, no hay nada como solía; aunque algunas piececillas de oro y plata salen pero no como antes.

Este mercado de la Plaza Mayor se creó a raíz de que los mercados de Tenochtitlan y Tlatelolco habían dejado de funcionar al ser destruidas tan importantes ciudades. Las mercancías que lo surtían llegaban por las orillas del lago, por la Acequia Real, lo cual era muy conveniente para el comercio. Además, dentro de la Casa del Cabildo estaba instalada la Carnicería que surtía a la nueva ciudad virreinal. Esta casa se encontraba en el lugar que hoy ocupa el más viejo de los edificios del Gobierno de la Ciudad de México.

Fue así como, poco a poco, la Plaza se convirtió en el centro de la actividad comercial, y tan próspera era tal actividad que las autoridades pensaron en la posibilidad de crear portales para que los vendedores se protegiesen del sol y de las inclemencias del tiempo. A los propietarios de los terrenos que se ubicaban al poniente de la Plaza, se les regalaron varios metros más, con la condición de que ahí edificasen unos portales donde se instalaran los comerciantes que se encontraban dispersos. El primero que se hizo fue el Portal de Mercaderes, al que siguió el Portal de las Flores  -situado frente a la Casa del Cabildo- dedicado a la venta de las flores procedentes de Xochimilco.

El mercado, pequeño en un principio, fue creciendo hasta formar un conjunto desbordante de puestos de sombra y “cajones” de madera. Eran tantos que llegaban a invadir los patios del Palacio Virreinal. En 1658, se registró  un incendio en los puestos del mercado, que aunque no fue de grandes consecuencias, perjudicó a muchos de los comerciantes ahí apostados. Se trataba de un edifico rectangular de dos niveles situado hacia el lado en donde hoy se encuentran las calles de 5 de febrero y 16 de septiembre; es decir, en la esquina suroeste de la Plaza Mayor. Las aceras norteñas del mercado daban hacia Catedral; por el sur colindaba con el Ayuntamiento; por el oriente, con el Palacio Virreinal; y por el poniente con el Portal de Mercaderes.

En el mes de junio de 1692, tuvo lugar un tumulto contra el Conde de Gálvez. El movimiento trajo como consecuencia que se quemaran doscientos ochenta cajones. El incendio se propagó y se afectaron por el fuego la casa de Cabildo, los Archivos, el Palacio Virreinal, la entrada de la Alhóndiga, y otras dependencias más.

Se iniciaron de inmediato los trabajos de reconstrucción, pero no hubo suficiente capital para las tareas necesarias. No fue sino hasta el 30 de diciembre de 1694 que, por Cédula Real, se ordenó que se reiniciasen los trabajos del nuevo mercado de la Plaza Mayor. La obra  se inició en 1695 y se terminó en septiembre de 1703. En el centro el mercado tenía una plazuela, donde se situaban las mesillas del Baratillo. La parte superior, el primer piso, servía de bodega y en la planta baja se situaban los cajones de venta. Ambas partes se comunicaban por medio de una escalera.

Así dio inicio una de las más importantes tradiciones de nuestro país por su belleza, colorido, abundancia de objetos, y mercancías: Los mercados y tianguis de México.

Sonia Iglesias y Cabrera


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La Tamalada del Día de la Candelaria.

Como todas las fiestas tradicionales mexicanas, el Día de la Candelaria cuenta con una comida y una bebida ritual específicas que lo caracterizan. El hecho de que este día se merienden tamales no es un simple capricho gastronómico, sino que está estrechamente relacionado con la intrusión sincrética del tamal, alimento de origen prehispánico, utilizado como parte importante en las ofrendas de los dioses del panteón azteca en las festividades que se les realizaban a lo largo de los dieciocho meses que integraban el calendario mexica.

Fray Bernardino de Sahagún cita en su obra Historia General de las cosas de Nueva España, diez celebraciones en las que se elaboraban, ritualmente, tamales de maíz. Veamos cuáles eran:
Durante el segundo mes llamado Tlacachipehualiztli, “desollamiento de hombres”, realizaban la fiesta Ayacachpixolo en la que …hacían unos tamales que se llamaban tzatzapaltamalli, hechos de bledos o cenizos, principalmente hacían estos tamales los del barrio llamado Coatlán y los ofrecían en el mismo cu, delante de la diosa que ellos llamaban Coatlicue, por otro nombre Coatlantonan, a la cual estos maestros de hacer flores tenían gran devoción.

Asimismo, en el quinto mes Tóxcatl, “seco o resbaloso”, dedicado a la fiesta de Tezcatlipoca y de los difuntos, se utilizaban tamales rituales: Después de haber asentado el tabladillo sobre el que estaba la imagen en lo alto del cu y puesto el papelón enrollado junto al tabladillo- descendían todos los que habían subido y solamente quedaban allá los que habían de guardar, que eran los sátrapas de los ídolos; cuando lo acaban de subir ya que era a puestas del sol, y luego entonces hacían ofrendas a la imagen de tamales y otras comidas.

Tamales

En el mes octavo, Huey Tecuílhuitl, “gran fiesta de gobernantes” festejaban los mexicas a la diosa Xilonen, ”la del maíz tierno” ,y, por supuesto había muchos tamales: Cuando servían luego tomaban tamales a almantadas y comenzaban desde los principios de las rencles a dar tamales y, daban a cada uno todos los tamales que podían tomar con una mano; daban tamales de muchas maneras: unos llamaban tenextamalli, otros, xocotamalli, otros, miauatamalli, otros ya cacoltamalli, otros necutamalli, otros yacacollaoyo, otros exococolotlaoyo.

En el noveno mes conocido con el nombre de Tlaxochimaco, “nacimiento de las flores”, se celebraba la fiesta en honor del dios de la guerra Huitzilopochtli, y …La noche antes de esta fiesta ocupábanse todos en matar gallinas y perros para comer, en hacer tamales y otras cosas concernientes a la comida.

Para la fiesta de los difuntos del décimo mes Xócotl Huetzi, caída de los frutos”, se preparaban tamales grandes de bledos (amaranto): Ponían también tres tamales grandes hechos de semillas de bledos sobre la cabeza de la imagen, hincados en tres palos…

En cuanto a la “fiesta de los montes y montañas” del mes Tepéhuitl, decimotercero del año, el fraile constata: Después que con muchas ceremonias habían puesto en sus altares a las imágenes dichas (los montes), ofrecíanles también tamales y otras comidas, y también les decían cantares de sus loores y bebían vino por su honra.

Se preparaban tamales de dulce para celebrar la fiesta del dios Mixcóatl, llevada a cabo el decimocuarto mes llamado Quecholli, “pájaro, perdiz”:  Al quinto día hacían unas saeticas pequeñas a honras de los difuntos, eran largas cono un geme o palmo, y poníanles resina en las puntas, y en el cabo el casquillo era de un palo, de por ahí ataban cuatro saeticas y cuatro teas con hilo de algodón flojo, y poníanlas sobre las sepultura de los difuntos; también ponían juntamente un par de tamales dulces; todo el día estaba esto en las sepulturas y a la puesta del sol encendían las teas y las saetas.

Durante el decimoquinto mes, Panquetzaliztli, “fiesta de las banderas”, los mexicas veneraban a Huitzilopochtli, dios de la guerra, con tamales de bledos: Hecho esto comenzaban a comer masa de bledos que tenían aparejados; ninguno dejaba de comerla, y estos tamales rollizos no los partían con las manos, sino con un hilo de ixtli; en acabando de comer estos tamales cogían petates y enrollabánlos, y poníanlos todos juntos en un lugar. Esto se hacía en todas las casas del pueblo.

Las ceremonias a los tlaloques, dioses del agua, se efectuaban en las calendas del décimosexto mes denominado Atemoztli, “caída de las aguas”, en las que hacían las imágenes de los montes y montañas que circulaban la ciudad y de donde descendían las aguas:  Después de haber compuesto estas imágenes poníanlas en orden en el adoratorio de la casa, y luego ponían comida en cada una por sí, y delante de ellas sentábanse, y los tamales que las ponían eran muy chiquitos, conforme las imágenes que eran muy pequeñitas, poníanlos en unos platillos pequeñuelos y unos cajetillos con un poquito de mazamorra, y también unos tecomates pequeñitos en que cabían un poquito de cacaotal, en una noche les presentaban comida de esta manera, cuatro veces, también poníanles dos tecomates de calabaza verde que es llamada tzilacayotli, henchíanlos de pulcre, y toda la noche estaban cantado delante de ellos.

Finalmente, en el decimoctavo mes, Izcalli, “resurrección”, en las calendas hacían la fiesta llamada Huauquiltamaloualtli, dedicada al dios del fuego, Xiutecuhtli o Ixcozáuhqui: A los diez días de este mes, hacían tamales de hojas de bledos, muy molidas. Decían a esta fiesta motlaxquian tota, que quiere decir: nuestro padre el fuego tuesta para comer.
Las mujeres, toda la gente se ocupaba en hacer unos tamales que llaman huauhquiltamalli, y también en amaneciendo los iban a ofrecer delante de la estatua, y así estaba gran cantidad de ellos delante de la estatua; y como los muchachos ofrecían la caza que traían, entraban así como iban ordenados y daban una vuelta en derredor  del fuego y cuando pasaban cabe el fuego, estaban otros viejos que daban a cada uno de los muchachos un tamal, y así se tornaban a salir los muchachos por su orden.
A estos tamales los llamaban chalchiuhtamalli. Toda la gente y en todas las casas se hacían estos tamales, y convidábanse unos a otros con ellos; a porfía a trabajaban cual por cual haría primero los tamales; y a la que primero los hacía iba luego a convidar con ellos a sus vecinos, para mostrar su mayor diligencia y su mayor urbanidad.
La vianda que se comía con estos tamales eran unos camarones que ellos llamaban acociltin, hechos con un caldo que ellos llaman chalmulmulli, y todos comían en sus casas esta comida, muy caliente y tras el fuego, y las camisillas de maíz con que estaban envueltos los tamales, cuando se las quitaban para comerlos no las echaban al fuego sino juntábanlas para echarlas en el agua.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Hilando la vida: el telar de cintura.

El tejido indígena                
Entre los siglos XV y XII a.C. cuando dio inicio la etapa cultural denominada  Mesoamérica, en México se desarrollaron culturas indígenas poseedoras de un grado de civilización sumamente relevante. Entre sus variadas expresiones culturales destacaba, por su belleza y calidad, el arte de tejer. Esta actividad correspondía exclusivamente a las mujeres, quienes estaban encargadas de producir las telas con las cuales confeccionar las vestimentas que usaban los hombres de la comunidad durante el ejercicio de sus múltiples ocupaciones y, por supuesto, las que ellas mismas lucían en su vida diaria, en festividades religiosas y en ocasiones memorables, como el día en que contraían matrimonio.

Las mujeres tejedoras mexicas tenían una diosa particular llamada Tlazoltéotl, quien las  había enseñado a tejer por medio de un instrumento que llamamos actualmente telar de cintura. Como materia prima utilizaban las fibras vegetales del agave y el algodón de colores, utilizado por las clases jerárquicamente superiores; es decir, por sacerdotes, nobles, guerreros y comerciantes. En cambio, los campesinos y artesanos menores debían conformarse con vestimentas en su mayor parte elaboradas con fibras.

Hoy en día, algunos de los grupos indígenas descendientes de aquéllas culturas mesoamericanas, continúan utilizando el telar de cintura para la producción de sus lienzos; y aún sigue siendo una tarea exclusiva del sexo femenino. En cambio, los hombres casi siempre son los encargados de tejer en el llamado telar de pedales -de origen hispano¬- los maravillosos gabanes, sarapes, y rebozos con que se cubre el pueblo mexicano.

La vestimenta indígena constituye uno de los rasgos culturales más importantes de los grupos étnicos, por medio de ella se distinguen unos grupos de otros, pues constituye un rasgo distintivo de identidad, en el que se entrelazan siglos de tradición y costumbres que caracterizan y diferencian a cada comunidad indígena. Ver a un indio o a una india vestidos con sus magníficos trajes, nos permite reconocer la etnia a la que pertenece, y saber si se trata de un tzotzil, una zapoteca del istmo o un mixe de la sierra, para mencionar algunos ejemplos. Asimismo, en ocasiones permite conocer el estatus que la persona ocupa en la comunidad.

A fin de aprender a tejer, las mujeres indígenas se adentran a este oficio desde muy temprana edad; así, cuando aún son niñitas, reciben la enseñanza en el seno familiar, en donde adquieren todos los conocimientos y experiencia acumulados por generaciones de mujeres tejedoras. Las niñas continúan la tradición hasta que son adultas y les llega el tiempo de convertirse en maestras de sus hijas a las que enseñan a plasmar en sus tejidos la simbólica cosmovisión de su cultura, pues es de todos conocido que los textiles indígenas constituyen verdaderos textos plenos de símbolos y alegorías, guardados por milenios y renovados por la dinámica propia de su existencia cultural.

En la elaboración de los textiles, las mujeres indígenas trabajan en los tiempos que les dejan libres sus obligaciones de madres, esposas y amas de casa; a menos, claro está, que se trate de tejedoras profesionales dedicadas solamente a esta labor. Así pues, cuando el tiempo es propicio, sacan sus hilos de lana o algodón coloreados con anilinas o tintes naturales, hilos que previamente han sido hilados en malacates, y proceden a tejer los lienzos que permitirán dar forma a sus huipiles, quechquemes, enredos, fajas, morrales, rebozos y muchas prendas más que componen  su indumentaria cotidiana y festiva.

El telar de cintura       
Muchas de las técnicas de tejido empleadas por las mujeres de la época anterior a la Conquista han sobrevivido hasta nuestros días, y siguen vigentes en los textiles de algunos grupos indígenas. Hilar y tejer continúanse haciendo en igual forma y casi con los mismos instrumentos, aun cuando hay algunos implementos que las mujeres de la actualidad han introducido para facilitar su trabajo. Sin embargo, el telar de cintura se ha mantenido en uso muy orgulloso de su nombre que se debe al hecho de que la tejedora lo amarra a su cintura por uno de sus extremos y, por el otro,  lo ata a un árbol o poste. También se le suele llamar telar de otate, porque se elabora con esa clase de planta parecida al carrizo.

El telar de cintura está formado por dos varillas paralelas que se llaman enjulios, y que sirven para tender la urdimbre. Un enjulio queda cerca de la tejedora y del amarre de la cintura; el otro, se encuentra en el extremo que da al árbol o poste donde se ata. De uno a otro de los enjulios se tiende la urdimbre. Ya que se la puso, se separan los hilos pares de los impares, por medio de una varilla de paso. Al subir y bajar la vara de lizo, que permite fijar los hilos pares e impares y manipularlos, se forma la calada o hueco por donde pasan los hilos horizontales que forman la trama, y que están enrollados en un huso. Con el procedimiento de ir mezclando la trama con la urdimbre, se va formando el lienzo de la tela, cuyo largo depende de la tela que se quiera elaborar, y cuyo ancho está en relación a los brazos de la tejedora y a su comodidad para «lanzar» el huso. El hilo que contiene este último instrumento, se obtuvo agrupando hebras sueltas para formar un hilo continuo, por medio del malacate, que posibilite el proceso de tejer.

Los ligamentos
La manera cómo se entrelazan los hilos de la urdimbre y de la trama para formar la tela reciben el nombre de ligamentos. Los ligamentos más utilizados son el tafetán, el confetillo, la tapicería, la gasa, la sarga, la tela doble o negativo, o el tejido en curva y el brocado. El tafetán es la técnica más simple, pues consiste en cruzar un hilo, o varios, de la urdimbre con el hilo de la trama en forma alternada. El confetillo se hace dejando flojas algunas hileras de hilos de la trama, que luego se jalan con una espina de maguey para que quede un afelpado parecido al de las toallas de baño. La tapicería se obtiene empleando hilos de colores en la urdimbre, de manera que se formen dibujos al pasar los hilos de la trama, los cuales son iguales por las dos caras de la tela. Con el tejido de gasa se logra una tela fluida y casi transparente, similar al encaje. El tejido de sarga produce líneas diagonales, producto del pase de varios hilos de la trama sobre la urdimbre. La técnica de la tela doble permite lienzos con figuras de colores contrastantes en ambos lados de la tela, ya que por un lado la imagen es igual a su contraria, pero de diferente color. El tejido en curva es un ligamento muy interesante, ya que en determinado momento del proceso de tejido, se da vuelta a la tela, y los hilos de la urdimbre se convierten en hilos de la trama y viceversa. Finalmente, el brocado se forma con hilos que se adicionan o se agregan, independientes a los hilos de la trama, para ir formando los dibujos que se desean realizar. Como hilos independientes que son, se pueden quitar sin que la tela se maltrate o se desbarate. Es una técnica muy bella que muchas personas no avezadas en estos menesteres textiles suelen confundir con bordados hechos encima de la tela.

Sonia Iglesias y Cabrera