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¿Eres tú, Balam?

En cierta ocasión un señor caminaba cerca del Cerro Kinich-Kak-Moo, localizado en el Municipio de Izamal, Yucatán, cuando escuchó una tierna voz de mujer que decía: – ¿Eres tú, Balam? Desconcertado, volteó para todos lados con el fin de averiguar quién pronunciaba tales palabras, y se dio cuenta de que la que hablaba era una flor de siempreviva. El hombre le respondió a la pequeña flor que no era Balam. Muy triste, la florecita se ofreció a contarle su terrible tragedia.

Le dijo al hombre que ella había sido una sacerdotisa del Templo de Itzamatul, hija del Señor de Izamal. Por su condición religiosa estaba obligada a hacer voto de castidad. Por lo tanto, no debía enamorarse de nadie y mucho menos entregarse a los placeres del amor carnal. Sin embargo, un día acudió al ceremonial Juego de Pelota, y conoció a un hermoso y valiente guerrero llamado Balam. En cuanto se vieron, ambos jóvenes quedaron perdidamente enamorados.

Empezaron a verse a escondida del padre de la bella sacerdotisa y de los encargados del Templo de Itzamatul. Sin embargo, las precauciones que tomaron no fueron suficientes, y un día fueron descubiertos. El padre, al conocer el terrible secreto, montó en cólera y ordenó que su hija fuera sacrificada al dios Kinich Kakmó, también conocido como Kinich Ahau, Señor del Ojo del Sol. Además, ordenó que el valiente guerrero observara el sacrificio para que aprendiera la lección.

La bella flor de siempreviva

Llevaron a la pobre sentenciada al templo donde iba a tener lugar el sacrificio. Estaba hermosa con su huipil bordado con plumas, y la cara y el cuerpo pintados para la ocasión. La colocaron en la piedra donde iba a tener lugar el sacrificio, y con un cuchillo de pedernal un sacerdote le abrió el pecho y le sacó el corazón.

El corazón palpitante de la niña escapó de las manos del sacerdote que había efectuado el sacrificio y rodó las escaleras del templo hasta llegar a los pies del amado guerrero. Solamente se escuchó una dulce voz que decía: – ¡Tómame, querido Balam, soy tuya para siempre!  El joven, obediente, tomó el corazón y huyó. Por la noche, acudió al templo para enterrar el corazón en la parte baja, y le juró a la muchacha que volvería por ella.

Pero nunca volvió. Y desde entonces la joven, convertida en una pequeña flor de siempreviva, cuando escucha los pasos de un hombre siempre pregunta esperanzada: – ¿Eres tú, Balam?

Sonia Iglesias y Cabrera

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