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Leyendas Cortas Veracruz

La hija desobediente

En Actopan, Veracruz, vivía una niña muy bonita con su madre. La pequeña era una adolescente de hermosos ojos azules como las turquesas, y rubia como el trigo maduro. A la pequeña le encantaba ir a bañarse al Río Actopan que corre por debajo de las montañas y surge en un lugar llamado El Descabezadero, para seguir su curso y desembocar en el Golfo de México.

El río está situado en una región deslumbrante por su belleza, razón por la cual a la pequeña le gustaba tanto ir a bañarse y a nadar a dicho lugar. No le gustaba perderse por nada su diversión favorita.

Cierto día, la niña se alistó para dirigirse al Río Actopan como lo hacía todos los días. Preparó su vestido de percal con el que se metía al agua cristalina del río y su toalla. Cuando estaba a punto de salir de su casa, su madre la llamó y le dijo que ese día no iría a nadar, ya que era Viernes Santo y debían acudir a la iglesia para venerar al Señor Jesucristo como era obligación de todo buen católico.

Ante este aviso, la infanta montó en cólera y de ahí pasó a una tristeza profunda al ver desbaratados sus planes. Pero como era una niña voluntariosa, esperó a que su madre estuviese ocupada y tomando sus ropas de natación, que ya tenía preparadas, se escapó furtivamente de su casa y se dirigió al Río Actopan, precisamente al lugar al que llaman El Descabezadero.

Al poco rato, su madre la empezó a llamar para salir con rumbo a la iglesia, pero nunca obtuvo ninguna respuesta. Ante el silencio de la muchachita la mujer la buscó por toda la casa con la esperanza de encontrarla y que no se les hiciese tarde para la misa. Por más que la buscó no la encontró.

Al dar aviso a las autoridades de que su hija se había perdido o quizá hubiese sido raptada, todos se pusieron a buscar a la pequeña por todas partes. Recorrieron el pueblo de Actopan, fueron a las casas de sus amiguitas sin resultado positivo alguno, fueron a las orillas del río, y nada. ¡La niña había desaparecido! Al día siguiente, la madre desfallecida de dolor tuvo que aceptar la pérdida de su única hija. Desconsolada la lloró por muchos años, hasta que murió de pena. Nunca más se supo del paradero de la hija desobediente.

Sin embargo, desde su desaparición han sido muchas las personas que la han visto junto al río bañándose y limpiando su pequeño cuerpo y sus largos cabellos rubios. Es el fantasma de la hija desobediente que se aparece hasta nuestros días y no descansa en paz como penitencia a su desobediencia.

Sonia Iglesias y Cabrera