Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial

La iglesia más pequeña de México

En el centro de la Ciudad de México se encuentra una iglesia muy chiquitita, dedicada al Señor de la Humildad. Se la conoce también con el nombre de Iglesia de Manzanares –o la Capillita de Manzanares-, ya que se encuentra situada en la calle, o mejor, en el callejón, del mismo nombre, haciendo esquina con el Eje 1 Poniente Circunvalación. Es tan pequeña la iglesia que solamente cuenta con veinte asientos, para que los fieles se sienten.

Se trata de la iglesia más chica de todo México, que según cuenta la leyenda fue construida, junto con otras seis –de las cuales no ha quedado ninguna en pie-  por el conquistador de México Hernán Cortés. Aunque no existe una fecha certera de cuando fue construida la Capilla de Manzanares, se sabe que data de principios de la Colonia, en la zona donde vivían relegados los indígenas. Sita en una saliente de tierra del Lago de Texcoco, y detrás de la cual se encontraba uno de los ramales de la Acequia Principal, donde el agua venía desde Xochimilco y cuyo brazo de agua fuera cortado en el siglo XVIII por las autoridades de la Nueva España.

La iglesia más pequeña de México

Algunos investigadores sostienen que se trata de un exvoto construido para agradecer algún favor otorgado por el Señor se la Humildad, dado su escaso tamaño.

La fachada que ostenta actualmente es de estilo churrigueresco del siglo XVIII, tiene columnas con remate floral, dos torres con campanarios y una ventana coral de un metro de diámetro. Dos ángeles se encuentran hincados a cada lado de una cruz frontal que lleva en latín la inscripción In hoc signo vinces, “con este signo vencerás”.

En su interior puede verse un retablo cubierto con oro, un coro y un órgano que data de principios del siglo pasado; asimismo, cuenta con una sacristía a la que se llega por medio de una escalera adornada con azulejos de Talavera, desde donde se tocan las campanas para que los fieles acudan a escuchar misa, a pesar de que la ermita no cuenta con una sacerdote fijo. Cuando las personas desean tener misa o cumplir con algún rito católico, deben reunirse para organizarse y solicitar algún cura, que atienda a sus requerimientos.

La festividad de esta bonita iglesia se celebra el 6 de agosto y tiene una duración de tres días. Cuando llega la fiesta, el Señor de la Humildad sale al atrio en donde los creyentes se acercan a su imagen para pedirle milagros y rezarle con todo fervor. Durante la fiesta se llevan a cabo bailes tradicionales, y se quema un castillo. Se prepara comida durante todo el día, y es costumbre que los vecinos se den obsequios entre ellos. Son los niños quienes celebran con mayor entusiasmo el día de la fiesta de la iglesia, llegando incluso a poner en escena obras de teatro, como en una ocasión en que montaron la obra Vaselina. También forman parte de la celebración los clásicos juegos mecánicos Esta celebración puede llevarse a cabo gracias a la cooperación de los vecinos, y la de aquellos que en su momento vivieron en el barrio.

Cuenta la conseja popular que la capilla es muy frecuentada por ladrones y por prostitutas. Cuando un caco va a solicitarle un favor al Santo Señor, tiene por obligación no robar durante las siguientes veinticuatro horas, so pena de no ser escuchado por la divinidad.

Es de todos conocida la historia de un judío ladrón que acostumbraba robar a los santos de las iglesias. Un día entró a la iglesia que nos ocupa y despojó al Señor de la Humildad de sus joyas y caros ropajes. Por lo que obtuvo por la venta de lo robado, puso un negocio de prestamista que lo enriqueció. Ya convertido en un hombre rico, acudió a la ermita y regresó lo robado a su divino propietario.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas de Terror Leyendas Mexicanas Época Colonial

Clara, la bella

En la Ciudad de México en los inicios de la época colonial, vivía un matrimonio joven de alcurnia y buenos recursos, en una casona que se encontraba muy cerca de la Plaza Mayor. Dicho matrimonio estaba ansioso de tener un hijo, pero no lo lograban. Por fin. la mujer se embarazó, después de muchas dificultades y tuvo una hermosa niña a la que pusieron por nombre Clara.

Era tan hermosa la pequeña que en el momento de nacer la partera sentenció que tanta hermosura solamente sería causa de problemas y se la disputarían Dios y el Diablo. Como es de suponer, los padres quedaron muy impactados con las palabras de la mujer y trataron de olvidarlas.

Quince años después, Clara. la niña de tanta hermosura, se había convertido en una señorita, que a su belleza agregaba la altanería y la mala educación, pues sus padres la habían consentido sobremanera convirtiéndola en una majadera. Ante el mal comportamiento de la chica, las monjas de un convento cercanos ofrecieron a los padres llevársela con ellas, a fin de educarla y hacerla una buena creyente de Dios Padre. Pero la chica se rehusó totalmente a enclaustrarse.

La bella Clara

Entonces los padres pensaron en casarla. Clara aceptó con la condición de que cada pretendiente debía batirse en duelo con los demás que tenía. El resultado fue que muchos de ellos murieron en el empeño y Clara no se casó.

En una ocasión, un guapo caballero se colocó abajo del balcón de Clara y, montado en un blanco caballo, comenzó a tocar una melodía extraña y muy bonita, al término de la cual le entregó a la caprichosa mujer una aromática rosa roja. Cada noche sucedió lo mismo, y al cabo de diez días la chica se enamoró profundamente de su galán.

Una noche acordaron fugarse y Clara montó en el corcel de su amado sin parar en mientes por el dolor que tal comportamiento acarrearía a sus padres. Mientras se dirigían hacia uno de los límites de la ciudad, ella le acariciaba la mano a su amante. De pronto, sintió algo raro: la mano estaba peluda y los dedos mostraban unas largas uñas horrorosas. Asustada, Clara se fijó en la cara del joven que se había convertido en la espeluznante y horrible cara del Diablo.

Ante tal descubrimiento, la joven mujer pegó un escalofriante y terrible grito que nadie escuchó. Los padres de Clara al darse cuenta de su desaparición empezaron a buscarla acompañados de las autoridades correspondientes. No la encontraban. Pasados quince días por fin fue encontrada la jovencita. Su cuerpo fue hallado en pleno campo y estaba completamente destrozado por las uñas del Diablo que la había arañado hasta darle muerte. ¡Ese fue el terrible destino de la desafortunada joven malcriada!

Sonia Iglesias y Cabrera

 

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial

Longinos y el abanico

En el Callejón de las Golosas de la colonial Ciudad de México, vivía Longinos Peñuelas, un hombre muy rico y todo un contumaz Don Juan, dedicado a seducir mujeres para luego abandonarlas, sin importarle el daño que hacía. Una noche que regresaba a su casa después de haber dormido con una bella mujer casada, pasó por una casona en uno de cuyos balcones se encontraba una hermosa chica con vestido blanco, que llevaba en una mano un abanico de encajes con el cual se abanicaba coquetamente. Al pasar Longinos se le cayó un pañuelo a la bella y éste se apresuró a devolvérselo a la damisela. Al verla tan bonita se puso a platicar con ella y quedaron en verse las siguientes noches a escondidas de su padre a la medianoche.

Una de esas noches, Longinos trató de besar a la joven y ella puso el abanico entre los dos, el cual se rompió por la mitad. Pasadas unas noches, el galán le propuso que se escapara con él; ella aceptó, pero con la condición de llevarse a su pequeño hijo, un lindo nene. El Don Juan aceptó y al día siguiente acudió a la casa de su dama con varias horas de anticipación. Al llegar a la casona se percató de que se veía muy vieja y como si estuviera abandonada de tiempo atrás. Desconcertado, llamó a la puerta, pero nadie le abrió por mucho que insistió con la sonora aldaba. Entonces, Longinos decidió preguntarles a unas mujeres que pasaban por ahí si sabían por qué ningún criado le abría la puerta.

El abanico de encaje blanco

Ellas le respondieron que esa casa estaba cerrada desde hacía diez años, y que había pertenecido a Hermenegildo Alcérreca y a su hija Rosaura, y que ya nadie vivía ahí. Le dijeron que después de haberla habitado por tan solo unos meses, los moradores se habían marchado y que desde entonces se escuchaban terribles y desgarradores gritos a la medianoche.

Longinos trajo a un cura y a un cerrajero que abrió el portón. La casa estaba en completas ruinas, Cuando el frustrado enamorado subió al cuarto desde cuyo balcón vio por primera vez a su amada, descubrió que estaba completamente a oscuras. Al prender una vela vio en la cama los esqueletos: el de una mujer y el de un bebé. En la mano descarnada de la mujer podía verse la mitad de un abanico de encajes. El sacerdote que acompañaba a Longinos echó agua bendita sobre los esqueletos y rezó por el descanso eterno de esas dos almas.

Al salir de la casa, destrozado y llorando por la pena de haber perdido a su amada, Longinos se topó con el esposo de la última mujer casada a la que había seducido. El marido, loco de furia, sacó su espada y se la clavó en el pecho al pecador, quien al instante murió.

Sonia Iglesias y Cabrera